Jaime Mayor Oreja
Jaime Mayor Oreja
TH, 1r VOLUM. La transición política española

Jaime Mayor Oreja

Ministro del Interior de 1996 a 2001

Texto del 06/11/2001

Ligado desde hace tiempo a puestos de gran responsabilidad, Jaime Mayor Oreja conoce bien los entresijos de nuestro sistema democrático, sus virtudes y defectos, así como el modo en que lo alcanzamos.

Es una figura clave en la política vasca y española, respetado por todos los grupos parlamentarios.

Los años de la transición fueron tiempos de ilusión colectiva

Cuando recuerdo la época de la transición y la comparo con la actual, me gustaría recuperar, además de la juventud que tenía entonces, la especial ilusión que pusimos todos los que participamos en mayor o menor grado en el proceso. La transición fue precisamente esto, un proyecto común de las fuerzas políticas con una enorme carga de ilusión, porque significaba el tránsito de un sistema autoritario a una democracia. Por lo demás, no guardo un buen recuerdo de aquellos años, porque todos los que compartíamos el proyecto de UCD en el País Vasco los recordamos con especial dureza. En Euskadi fueron años en los que hubo mucha menos libertad que hoy, había mucho más miedo entonces que ahora. Por aquellas fechas en el País Vasco no se ­daba una situación idílica como en el resto del Estado, donde todos está­bamos dialogando para acordar una constitución y unos estatutos de autonomía; por el contrario, ciertas personas sufrían más la falta de libertad que otras. Existía un ambiente político en el que el individuo que procedía del mundo violento tenía siempre un tono de superioridad respecto de aquél que militaba en formaciones políticas como UCD o Alianza Popular, y también es verdad que había la necesidad de un pequeño ajuste de cuentas. Veinticinco años después, cuando alguien hace un discurso desesperanzador sobre la evolución de la democracia española, siempre digo que algunos no podemos ni tenemos derecho a hacerlo, porque cada uno de nosotros no se atrevía entonces a proclamar su verdad con la misma vehemencia y la misma ilusión, no era posible hacerlo sin miedo, por eso sentimos nostalgia de la cultura del encuentro que no llegó a producirse, y por eso seguimos confiando en la democracia, pese a todas sus limitaciones, porque es mucho mejor que cualquier otro régimen y porque el proceso democrático nos acerca mucho más a la verdad.

En lo que se refiere al Estado español había una afán singular que hoy ya no se encuentra, incluso entre partidos que luego han llegado a estar muy ­enfrentados existían ciertas complicidades, porque todos deseábamos alcanzar una democracia y había que hacer una constitución, un marco de convivencia. Precisamente cuando tienes que construir el marco de convivencia común es cuando debes saber alentarte, porque luego en los contenidos, en el día a día de la democracia, la ilusión decae, es muy poco romántica, ­mucho más aburrida.

La sociedad española ha demostrado una gran madurez a lo largo de la democracia

El pueblo fue quien hizo posible la transición, demostrando una madurez que no ha perdido desde entonces; y más allá del periodo estricto de la transición, a lo largo de los ciclos de alternativas políticas de estos últimos veinticinco años de democracia ha acertado siempre. El primer ciclo, el de la transición propiamente dicha, fue muy corto, porque, cuando el partido que la protagoniza concluye su tarea histórica, la sociedad le retira su ­confianza. Luego vino un periodo largo de gobierno socialista, porque el centro-derecha español no está preparado para asumir el poder, y la sociedad acierta plenamente en no otorgarle todavía su confianza, e incluso en 1993, cuando parecía que el PP iba a ganar, también fue un acierto de la población española no darnos el gobierno hasta 1996. Es decir, creo que la sociedad no ha sido sólo madura en la transición, sino también en la democracia, y esa es la gran diferencia con respecto a otras épocas, como la segunda Repú­blica y otros momentos de nuestra historia, en los que la confrontación entre derechas e izquierdas se vivió con intenso dramatismo. La democracia confirma una vez más que tiene éxito cuando la sociedad ha desdramatizado previamente sus conflictos.

La transición política española fue posible gracias a la aparición de grandes figuras políticas, una de las cuales sin duda es el Rey

En el proceso de la transición la figura del Rey resultó decisiva, y la confirmación y expresión máxima de ello fue su papel durante el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Creo que todos tuvimos la fortuna de contar con su presencia y su determinación en aquellos momentos, a pesar de ciertos rumores, comentarios y malentendidos que se han difundido antes y después del golpe de Estado. En esta cuestión la actitud que adoptó fue tan clara que no deja lugar a dudas. Seguro que hubo sujetos que trataron de aprovechar una situación de cierto descontento en determinados ambientes, los atentados, las muertes de altos mandos militares, acercándose al Rey para tener más fortaleza en sus posiciones y hacer creer a la gente que se contaba con su apoyo, pero insisto en que todo esto quedó desmentido por la realidad.

Adolfo Suárez fue injustamente tratado durante la transición

Adolfo Suárez es en sí mismo la transición, representa todos sus valores positivos y negativos. Para el proceso resultó ser una figura insustituible e irrepetible, era necesario alguien con una personalidad como la suya, una persona joven, que no hubiera ocupado grandes cargos políticos en el régimen anterior, y al mismo tiempo de un origen franquista intachable. Tuvo que tomar decisiones difíciles, y fue tratado entonces muy injustamente. El Rey se colocaba siempre en una situación dispensada, no podía pagar el precio del relevo político, porque es una figura históricamente arraigada, así que las consecuencias del cambio político recayeron sobre Adolfo Suárez, alguien a quien tengo un gran aprecio, porque, en el fondo, mi origen político está en el proyecto de Suárez para la transición. Hablo a menudo con él, y me comenta a veces la sensación que tuvo de rechazo en aquellos momentos, en concreto cuando iba a misa los domingos y los que estaban a su lado no le saludaban ni le daban la paz. Esa sensación de desprecio, de ser considerado un traidor, le hizo sufrir muchísimo, pero la historia al final va colocando las cosas en su justo punto, y hoy es un político aceptado, querido, valorado socialmente como seguramente no hay otro en España.

Es incuestionable el valor de Manuel Gutiérrez Mellado durante el golpe de Estado

El golpe de Estado retrató muchísimo a los hombres de la transición, retrató a una monarquía y a un Rey, muy constitucional, al frente de la misma, y ­retrató a dos hombres muy valientes en el Congreso de Diputados, el presidente Suárez y el vicepresidente Gutiérrez Mellado, que destacaron sobre el resto de los que estábamos allí. Los que vivimos aquella tarde del 23 de febrero en el hemiciclo, supimos lo fácil que era tirarse al suelo, porque casi era un movimiento inconsciente, un instinto de supervivencia, y en cambio Suárez en ese momento permanece en su escaño, y Manuel Gutiérrez Me­llado se levanta, increpa a los golpistas y se encara con ellos1. Esta escena ­para mí lo dice todo de ambos hombres, del valor que tuvieron y de la audacia que demostraron.

Sin Santiago Carrillo la transición hubiera sido diferente

Santiago Carrillo también resultó decisivo en esa etapa. Todavía hoy tengo diferencias ideológicas con Carrillo, y seguro que está en desacuerdo conmigo, pero no dejo de reconocer que, desde el bando de la izquierda, fue quien arriesgó más en el camino hacia la democracia. Sin Santiago Carrillo y sin el Partido Comunista de España la transición no hubiera sido tal y como se produjo. En aquel momento los comunistas demostraron poseer un alto nivel de sentido político, lo que me parece admirable.

Tarradellas supo corregir errores del pasado

No conocí al President Tarradellas, con lo cual no tengo una valoración personal y humana de su figura, pero he de decir que, en mi opinión, fue un político y un catalán excepcional. Todos recordamos la anécdota tras el encuentro con Adolfo Suárez, cuando Tarradellas salió de la reunión y declaró que las cosas habían ido espléndidamente bien2. Fue un encuentro lleno de dificultad y de tensión, lo sé por un testigo que estaba presente, el entonces gobernador civil de Barcelona Salvador Sánchez Terán. Es como si Tarradellas hubiese aprendido y asimilado la historia de las relaciones entre España y Cataluña, las dificultades que caracterizaron la etapa de 1932-1934, y quisiera corregir históricamente los errores que él había vivido y cometido en su momento como conseller de la Generalitat. Junto con Carrillo es el único personaje que ha sido protagonista de la historia anterior y que interviene en este proceso. Ambos están a la altura de las circunstancias, porque los dos hacen los esfuerzos conciliadores que probablemente antes no se hicieron.

La transición generó muchas incompatibilidades políticas

Es curioso que los protagonistas principales de la transición, a excepción del Rey, fueran devorados por el mismo proceso que emprendieron. Segu­ramente lo sabían, lo veían venir, pero lo que estaban llevando a cabo era algo tan maravilloso, tan excepcional y tan grandioso, estaban fraguando una tarea tan ingente, la de una transición democrática única en su género, que aceptaban que eso les impidiera seguir en la política. Quien hacía la transición no podía ser protagonista de su espacio político una vez consumada ésta, es decir, había una especie de incompatibilidad con el devenir democrático posterior. Por poner algunos ejemplos: Adolfo Suárez hizo la transición, pero ya no pudo liderar el centro-derecha español. Santiago Carrillo hizo la transición, sin embargo cedió el protagonismo a otras ­opciones políticas de izquierdas. Tarradellas hizo la gran transición, mas luego no fue el President de la Generalitat que pudo desarrollar la política cotidiana en Cataluña.

Jordi Pujol ha sido siempre un aliado de la democracia

Sin llegar a tener un vínculo personal estrecho, con Jordi Pujol he mante­nido una relación política más que correcta, leal por su parte y por la mía. Pujol ha jugado un papel relevante en la política española, incluso puede decirse que, de la misma manera que Cataluña en la Segunda República fue un elemento desestabilizador, Pujol ha sido un elemento activo en la estabilidad del país. Durante la transición y posteriormente a ella, la democracia en España ha tenido en él más un aliado que un adversario. Si pensamos obje­tivamente, no hay ninguna duda de que su particular forma de entender el gobierno lo convierte en un personaje que encarna los conceptos que todos los gobiernos anhelan para sus ciudadanos: estabilidad política, buen juicio, responsabilidad; virtudes que ha sabido implantar en Cataluña y exportar desde Cataluña hacia España.

Lo que sucede es que, evidentemente, él es nacionalista catalán y yo no lo soy. En los primeros meses y años de la relación que protagonizamos el Partido Popular y Convergència i Unió, Pujol me preguntaba por qué no éramos capaces de una mayor fluidez en nuestra mutua colaboración. Considero que faltaba un poco más de autenticidad en nuestra relación, no siempre para gobernar tienes que compartir un programa de gobierno, sino que es nece­sario compartir un proyecto político, y creo que todavía esas diferencias no se han resuelto, porque ambos partidos continuamos teniendo esquemas distintos en muchos aspectos de la cuestión catalana y española.

Hacer gobernable España es hacer gobernable Cataluña

A Pujol se le critica por haberse preocupado demasiado del gobierno de España y no tanto del de Cataluña, pero en este sentido ha ido en la buena dirección, porque hacer gobernable España es hacer gobernable Cataluña. Soy de la opinión de que el desarrollo autonómico, que por supuesto tiene una primera fase de asunción de nuevas competencias, va ligado necesariamente, cuando las competencias básicamente ya están trasladadas, a una participación en el conjunto de España. Algunas comunidades, además de tener derechos históricos, tienen obligaciones históricas de liderazgo, de dirección del país. A mi juicio, el principio de autonomía territorial está vinculado al principio de solidaridad, con el gobierno central y con los distintos territorios entre sí. Hoy día la estructura estatal se ha reducido de una forma extraordinaria, prácticamente las competencias del gobierno central se limitan a asuntos exteriores, política de seguridad, defensa y pocas cosas más, así que se espera de las autonomías menos reclamaciones y más colaboración en el gobierno común. De ese modo se puede garantizar mejor el estado del bienestar, cuya gestión ya han asumido comunidades y ayuntamientos. Por eso me parece inteligente la postura de Jordi Pujol, su contribución decidida a la gobernabilidad del país.

La operación reformista fue un intento fallido, pero válido, de implicar el proyecto nacionalista en el gobierno de la nación

Deseo hacer mención aquí de la famosa operación reformista, en la que participaron amigos míos entrañables, como Florentino Pérez, Antonio Garrigues Walker, y que estuvo liderada por Miquel Roca i Junyent, otro nacionalista ­catalán, por lo que estoy seguro de que Jordi Pujol no debía estar alejado del asunto3. Fue un intento generoso, brillante, que finalmente no llegó a cuajar políticamente en algo consistente, de ampliar el proyecto político catalanista, de encontrar un hueco en la política española y trasladar al máximo número de ciudadanos esa concepción del Estado que siempre han defendido. Aquello fue un estrepitoso fracaso electoral, pero no porque la idea fuese mala, más bien la considero extraordinariamente lúcida e inteligente, sino probablemente debido a que no se supo instrumentar correctamente, pues daba la ­impresión de ser un poco elitista, o porque no era el momento histórico adecuado. Jamás la he descalificado, pero no creía que fuera a tener éxito esa opera­ción, era un proyecto al que le faltaba más soporte social, más tiempo, ­mayor arraigo popular y capacidad de conectar con la gente, dicho sea con ­todos los respetos hacia los que la protagonizaron.

Nos hace mucha falta tenacidad democrática

Creo que la democracia es una fórmula, esencialmente un instrumento en el que se desdramatizan las diferencias, es decir, cuando las discrepancias son dramáticas no hay democracia, así que no debemos dramatizarlas, aunque mantengamos cada uno nuestras posiciones ideológicas. Yo he creído siempre que España ha tenido grandes demócratas, en un signo político y en el otro, en el liberalismo y el socialismo, en la izquierda y en la derecha, pero ha faltado siempre una cosa muy importante, que es la perseverancia colectiva. Cuando me preguntan en qué consiste la regeneración democrática de España, contesto en que perdure la democracia, que seamos tenaces en lo que hemos construido. La regeneración pasa inevitablemente por la tenacidad. Esta última es una opinión que puede disentir con la de otras personas, pero me parece que la clave del asunto está precisamente en los marcos de referencia, y lo que hará que nuestra democracia no sea un  fracaso como en otras ocasiones será que los marcos sean muy estables y que duren mucho tiempo, y que la regeneración signifique esencialmente cambiar contenidos pero no los referentes. Con esto no estoy diciendo que el que postula lo contrario no sea un demócrata, lo que estoy señalando es que nuestra historia demuestra que España ha sido una nación poco tenaz en comparación con las de su entorno, pues en épocas pasadas el ambiente político cambiaba cada pocos años de moderado a progresista, de radical a conser­vador, y no es bueno ir modificando los contextos referenciales del sistema político con tanta celeridad.

Los acuerdos políticos y sociales futuros tienen que tener por lo menos el mismo apoyo que se generó durante la transición

Las naciones se dirigen una sola vez hacia la democracia, pero cuando están en ella no hacen más mutaciones, la mejoran, porque la transición sólo se hace una vez, no dos. Personalmente hago de la reforma mi razón de ser en la política, pero no del cambio. La cultura del cambio es un hecho político que España debe superar. Precisamente porque aprecio el cambio y la transición no quiero hoy una base con esos dos factores, pretendo una cultura de la confianza, de la convicción, del fortalecimiento democrático, que para mí tiene más que ver con los contenidos que con la variación del marco constitucional. En este sentido, si conviene adecuar dicho marco constitucional a las nuevas realidades, como de hecho ya ha ocurrido por alguna exigencia de la Unión Europea, se puede hacer sin problemas, siempre que seamos muy prudentes y evitemos convertir la reforma en una costumbre. Por otro lado, hay que pensar que los acuerdos políticos y sociales futuros tienen que tener por lo menos el mismo apoyo que se generó durante la transición. Para que merezca la pena el siguiente cambio constitucional, éste debe gozar de mayor consenso que el que hubo durante la anterior transición. De lo contrario, no tendría sentido emprender una transformación que afectara tan profundamente el funcionamiento de la democracia.

El tema de la violencia acapara con demasiada frecuencia las portadas de los medios de comunicación

Era ministro del Interior cuando Miguel Ángel Blanco4 fue asesinado en 1997. Convoqué a los directores de los periódicos más importantes del país, y les pedí que asumieran una misma posición, una misma estrategia informativa, pero no fue posible. La falta de moderación en el tratamiento del ­tema de la violencia es un debate muy complejo, hoy difícilmente plan­teable, con pocos visos de efectividad, pero qué duda cabe que la exaltación gratuita que se hace de ella es más perjudicial que beneficiosa. Soy del parecer que nos conviene más, si no silenciar la violencia, sí adecuar la difusión de sus noticias, descender el nivel informativo del tema, no reducirlo a cero, pero sí reducirlo un poco, porque acapara con demasiada frecuencia las portadas de los medios de comunicación. Difundir los nombres de los protagonistas del terror es una manera de enaltecerlos frente a sus víctimas, supone hacerles sentir importantes. Una de las razones por las que cuesta tanto terminar con la violencia es porque produce un grado de notoriedad altísimo en nuestra sociedad, e incluso el afán de emulación por parte de la gente ­joven en algunas zonas del País Vasco.

Elogio del pacto

La construcción del Estado de las autonomías, y la forma en que se llevó a cabo, es una demostración de la importancia del pacto y del diálogo en el modelo actual de Estado español. En primer lugar, porque la técnica del pacto viene sancionada por la Constitución de forma expresa, y en segundo lugar, porque históricamente es el modelo que se escogió, por ejemplo en Cataluña, para conseguir la restauración del autogobierno: una asamblea de fuerzas políticas que se ponen de acuerdo para reclamar la vuelta de la Generalitat, una redacción del estatuto de autonomía convenida entre todos, un debate democrático en el Congreso, un referéndum popular. La cultura del pacto impregna totalmente la Constitución y los actuales ­estatutos de autonomía, y el enaltecimiento del acuerdo es el gran elemento de la transición política española, el gran valor de la actual democracia. Por eso, porque es la mejor fórmula para asegurar la convivencia, creo que lo que ­hace falta es ser leal al pacto. ¿Cuándo se es desleal con el pacto? Cuando se enal­tece lo unilateral, por ejemplo, en el caso de Euskadi cuando se hace hincapié en el derecho de autodeterminación. La democracia española ha ­tenido el valor, en Cataluña, en el País Vasco, de enaltecer lo convenido y el diálogo por encima de las diferencias. Pero el pacto es un compromiso que no termina ahí, hay que actualizarlo todos los días, conviene insistir en el enaltecimiento de lo acordado, que no es la exaltación de lo impuesto, de lo progresista ni de lo conservador, es simplemente el ensalzamiento de lo acordado como valor en sí mismo. Esa es la diferencia de la etapa democrática de hoy respecto a otras etapas democráticas en las que se creía que el gran valor era o el progreso o la con­servación, mientras que en el año 1977 el lugar central lo ocupa el pacto ­entre todos los españoles.

En el País Vasco se echa de menos una auténtica cultura democrática

El País Vasco necesita acabar con la cultura del maltrato, que es propia de comunidades que han padecido una guerra, un conflicto interno durante mucho tiempo. Me parece que la tragedia de ese territorio radica en una concepción tribal, según la cual unos han agraviado a otros, en consecuencia, los dueños del castigo han sido distintos a lo largo de su historia. Cuando hay un régimen autoritario, los autoritarios maltratan a los nacionalistas, cuando hay un régimen de derechas, se maltrata a los de izquierdas, cuando han gobernado los liberales, ha existido también un agravio a los tradicionalistas. A lo largo de las distintas épocas se hereda el maltrato, sólo cambia el titular del ejercicio de ese agravio. Hoy desde ETA se hace lo mismo con el PNV, y desde el PNV con aquellos que tienen un sentimiento de pertenencia a España. Esta cultura procede de creer que uno es superior a otro porque tiene una determinada ideología, y esa sensación de supre­macía hay que erradicarla del País Vasco. El pueblo vasco tiene que ganar en libertad, debe poner fin a prácticas poco democráticas, tribales, y, más allá de la defensa de los signos de identidad propios, terreno en el que en los últimos años se ha avanzado mucho quedando bien consolidado, tiene que mejorar en valores democráticos básicos, como el respeto a la diver­sidad de opiniones, a la libertad de expresión, al diálogo sin amenazas. El País Vasco es una gran comunidad, un país limpio, moderno, vanguar­dista, con gente encantadora, pero con una historia atormentada, difícil; es verdad que necesita cambios profundos, culturales, no superficiales ni anecdóticos, porque en él se encuentra lo mejor y lo peor, todas las modulaciones de lo bueno y de lo malo.

La transferencia de las competencias de tráfico a los mossos d’esquadra es fruto de una valoración de la singularidad catalana

Me han comentado que en Cataluña hizo mucha ilusión la transferencia de las competencias en materia de control del tráfico a los mossos d’esquadra6, asunto que gestioné personalmente en mi etapa de ministro. Guardo un buen recuerdo de ese hecho por la seriedad, la lealtad y el rigor con que una y otra administración desarrollamos esa competencia. No hubo ni una sola dificultad, y una vez tomada la decisión, tras las consultas pertinentes y las reuniones con el conseller Pomés, se llevó a cabo sin problemas. Pujol facilitó mucho las cosas hablando bien, mejor que nunca, de la guardia civil y ­expresando su respeto por la institución. Nosotros también favorecimos el asunto respondiendo con la misma lealtad y rigor a lo que era un proyecto acordado en común.

El traspaso de esa competencia se hizo aplicando el Artículo 150.2 de la Constitución, lo que supone asumir competencias que no estaban previstas inicialmente, pero que se aceptaron con lógica, con naturalidad, porque Cataluña y Euskadi poseen una singularidad reconocida, que tiene en el concepto de seguridad una de sus expresiones, como lo es también el tema del concierto económico en el País Vasco, y en este sentido ambas comu­nidades tienen cuerpos de policía propios que deben desarrollar al máximo sus facultades. Siempre he creído que tenemos que saber apreciar y valorar los rasgos distintivos de Cataluña y del País Vasco en el conjunto del Estado español, y no poner trabas al desarrollo de sus competencias especiales. Como siempre, cuando se exagera una cosa se ridiculiza, así que la singularidad debe ser algo excepcional, no extensible a otros territorios. De todos modos, creo que desde mi partido sabemos valorar la singularidad catalana, si bien considero que los catalanes se deben distinguir por su buen hacer, no por la asunción de nuevas competencias.

1          Tras la irrupción del teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero Molina en el Congreso de Diputados interrumpiendo la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, los golpistas efectúan disparos al aire para intimidar a los diputados. Obedeciendo órdenes, todos se tiran al suelo excepto Adolfo Suárez, que permanece impasible en su escaño, y el vicepresidente primero del gobierno, el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, (1912-1995), brazo armado de la reforma política, quien se levantó y, dirigiéndose hacia los guardias civiles, ordenó que depusieran su actitud. Fue zarandeado por los golpistas y zancadilleado por el mismo Tejero, pero no lograron doblegarle. Volvió a su escaño a petición de Suárez.

2          La reunión entre Tarradellas y Suárez, que efectivamente fue tensa porque ambos mantuvieron sus posturas sin ceder un milímetro, se celebró por sorpresa el 28 de junio de 1977. Al día siguiente se alcanzó el acuerdo de restablecer provisionalmente la Generalitat de Catalunya.

3          El Partido Reformista Democrático impulsado por Miquel Roca i Junyent, mano derecha por aquel entonces de Jordi Pujol, supuso un intento de unir, tras la debacle de UCD, a todos los sectores políticos centristas del país a través de sus respectivas nacionalidades. Le acompañaban en el proyecto el abogado Antonio Garrigues Walker, que ejercía de presidente de la formación política, y el empresario Florentino Pérez, secretario general del partido. A pesar de los muchísimos millones invertidos en su lanzamiento y en su campaña electoral, lo cierto es que cosechó un escandaloso fracaso, y el PRD ni siquiera obtuvo representación parlamentaria.
4          El concejal popular del Ayuntamiento de Ermua, Miguel Ángel Blanco Garrido, fue secuestrado el 10 de junio de 1997 por ETA, que amenazó con matarlo si en un plazo de cuarenta y ocho horas no se procedía al traslado de los presos etarras a las cárceles vascas. Su cadáver fue hallado el 12 de junio en una cuneta. Las movilizaciones a favor de su libertad y en señal de rechazo de su ejecución fueron multitudinarias en todo el país.

5          Nombre del actual cuerpo de seguridad policial dependiente de la Generalitat de Catalunya. Fue fundado como cuerpo policial por Pere Antón Veciana el 24 de diciembre de 1721, con amplias competencias que entraban a menudo en conflicto con las que tenía la Guardia Civil desde su implantación en el siglo xix, razón por la cual fue suprimido y reinstaurado varias veces a lo largo de esa época. Con la llegada de la República y de la Generalitat republicana el cuerpo adquirió cada vez mayor importancia, por ser genuinamente autóctono de Cataluña, y tras su participación en la guerra civil volvió a ser suprimido. No obstante, en 1952 se instauró de nuevo con el cometido de vigilar la sede de las Diputaciones Provinciales catalanas. Finalmente, el año 1982 la Generalitat de Catalunya devuelve al cuerpo su auténtica función, la de policía.