Johann Cruyff
Johann Cruyff
TH, 1r VOLUM. La transición política española

Johan Cruyff – Exjugador de Fútbol

Texto del 30/01/2003
Fotografía: Àngel Font

Jugador admirado y entrenador carismático del Barça, Johan Cruyff es un vencedor nato. Se cuenta que cuando llegó al Barcelona para ser su entrenador, sólo pedía una cosa: libertad de decisión, todo lo demás corría de su cuenta.
Bajo su batuta, el FC Barcelona se convirtió en uno de los equipos de referencia en el fútbol mundial.

Jugador admirado y entrenador carismático del Barça, Johan Cruyff es un vencedor nato. Se cuenta que cuando llegó al Barcelona para ser su entrenador, sólo pedía una cosa: libertad de decisión, todo lo demás corría de su cuenta.
Bajo su batuta, el FC Barcelona se convirtió en uno de los equipos de referencia en el fútbol mundial.

Futbolista del FC Barcelona de 1973 a 1978.
Entrenador del FC Barcelona de 1988 a 1996

Jugador admirado y entrenador carismático del Barça, Johan Cruyff es un vencedor nato. Se cuenta que cuando llegó al Barcelona para ser su entrenador, sólo pedía una cosa: libertad de decisión, todo lo demás corría de su cuenta.

Bajo su batuta, el FC Barcelona se convirtió en uno de los equipos de referencia en el fútbol mundial.

España era un país donde nunca pasaba nada

Cuando vine a jugar a España, en el año 1973, no tenía una noción clara de la situación política que el país vivía en esos momentos. Pero al proceder de Holanda –una sociedad extremadamente liberal, en donde casi todo estaba permitido– el contraste resultó muy fuerte. Al principio, sólo me preguntaba: ¿qué hago yo en un país gobernado por un dictador? Me resultaban curiosos los dos extremos de la convivencia: por una parte, en España se podía ir por la calle a las doce de la noche con toda tranquilidad pero, al mismo tiempo, existía una falta total de libertad de expresión (oficialmente, nunca pasaba nada).

Como extranjero percibía la gran cantidad de restricciones de derechos y libertades impuestas en el país. Sin embargo, el mundo del fútbol gozaba de una vitalidad inmensa y la identificación de la gente con los clubes era enorme. Esa afición suponía una válvula de escape para todos los sentimientos reprimidos. Fue una situación sorprendente en un principio, pero inteligible al comprender la situación de la España de principios de los años 70.

La transición y su tranquilidad tensa

En la España de los últimos tiempos del franquismo había un gran desconocimiento sobre cuanto sucedía en Europa. No se trataba tanto de ignorancia como de la imposibilidad de informarse. La censura de prensa impedía hablar sobre los sucesos de dentro y fuera del país, además de limitar –o aplastar, según los casos– la pública manifestación de ideas discordantes con el régimen. En este punto, el contraste con Holanda era tremendo. La censura y la represión suponían, lógicamente, carencias culturales y a otros muchos niveles, ya se sabe: quien mejores decisiones toma no debe su acierto a la superioridad intelectual, sino a la posesión de buenas fuentes de información.

En esos años conocí a Tarradellas (una anécdota: la primera vez que me hablaron de él no entendí bien su nombre, pensaba que hablaban de Tarradell, un pueblo próximo a Muntanyà). Era un gran aficionado al fútbol y al Barça.

Ni siquiera en los momentos más tensos y díficiles temí por mi seguridad personal o la de mi familia. Cuando se produce una transformación social y política de tanto alcance, como la registrada en España tras la muerte de Franco, siempre hay personas reacias a las novedades, a cambiar lo que siempre han conocido, por pura inercia vital. Y también hay gente que teme perder sus prebendas y hace todo lo posible por mantener su privilegiado modo de vida. Quien está acostumbrado a mandar –aun más, a dominar– no admite de motu proprio una trastocación en el orden de las cosas. De todos modos, recuerdo el mandato de Adolfo Suárez, sobre todo el segundo, tras las primeras elecciones democráticas, como una época tranquila. Buena parte de esa tranquilidad se debió a la figura del Rey Don Juan Carlos, un personaje lejano, casi desconocido para el pueblo español cuando asumió la Corona, pero que pronto supo granjearse la admiración y el respeto de la ciudadanía.

Los años de la transición fueron, a nivel de calle, tiempo de discusiones, pero en el fondo bastante civilizadas y pacíficas. Me gusta compararlos con un partido de fútbol en el que impere la deportividad: la gente se volcó en la lucha por la victoria del propio equipo –en el ámbito político, de las distintas ideologías–,  si bien admitiendo unas reglas del juego basadas en la convivencia mutua, y la evidencia de que unas veces se puede ganar y otras se puede perder. Tarradellas, Suárez y el Rey aportaron la sensatez necesaria para que, continuando con el mismo símil, el partido de fútbol no concluyese con incidentes graves en las gradas.

Centralismo y fútbol

La excepcionalidad de la situación se vivía en muchos aspectos. Para cohesionar un pueblo son necesarias una serie de decisiones políticas y, en el caso de España, el lugar donde todo se decidía era Madrid.

Lógicamente, esta coyuntura beneficiaba muchísimo a la capital del Estado y, si la extrapolamos al fútbol, sucedía lo propio con el Real Madrid, que parecía el único equipo del país. Cualquier árbitro, cualquier directivo de la federación prefería el Madrid a cualquier otro club, todos estaban muy influidos por la mentalidad centralista imperante. Por suerte, las cosas han cambiado mucho en los últimos veinticinco años. Madrid ya no es el centro del poder absoluto que otrora fue, y el Real Madrid pasa sus épocas buenas y malas, como el resto de los clubes; pese a su enorme potencial económico, a la calidad de su plantilla y al envidiable historial presente en sus vitrinas, no tiene más privilegios que ser uno de los grandes.

Mi identificación con el Barça

Nunca hubiera fichado por el Real Madrid, y no por cuestiones políticas, sino por motivos de índole sentimental. No puedo explicar el porqué, pero siempre vi al Barcelona, incluso antes de venir a España, como si fuera un equipo nacional.

Después he tenido un estrecho vínculo con Cataluña, sobre todo con Barce­lona. No me fue difícil integrarme. A ello me ayudó el gerente del club, Armand Caraben, cuya mujer era holandesa (siempre es importante tener la asistencia de un compatriota, cuando se cambia de país). Caraben era un hombre de la tierra, profundamente catalanista; nuestras charlas me ayudaron a entender cuanto estaba ocurriendo en España y en Cataluña.

Algo se percibe con nitidez cuando fichas por el FC Barcelona: este equipo es la referencia de toda una nación y supone, también, una vía de expresión de las reivindicaciones nacionales. El Barça es más que un club. En esa época, el Barça simbolizaba muchos sentimientos y aspiraciones que no podían encauzarse políticamente. No tardé en identificarme con este simbolismo. Fue inenarrable la expresión de alegría suscitada por nuestro triunfo en la liga, en 1974, después de catorce años sin conquistar el título. Ocurrió todavía en vida de Franco, y bajo el ­entusiasmo culé había un son de protesta ante la represión de las libertades y la cultura catalanas.

Ganar o perder: el resultado por sí solo nunca es suficiente

El deporte tiene una función enormemente importante a nivel social, por muchas razones. La primera, una simple cuestión de salud: la actividad física es necesaria en todo momento. Conviene acostumbrarse a hacer deporte de forma amateur (a nivel profesional, la salud puede salir algo perjudicada por la búsqueda del máxi­mo rendimiento). En segundo lugar cabe citar los beneficios sociales del espíritu deportivo. Todos los juegos tienen sus reglamentos propios y sus practicantes deben asumirlos. El deportista se familiariza con principios de actuación y normas racionales. También resulta notable el valor conferido al esfuerzo individual y colectivo. Por encima de otros condicionantes, en un partido se enfrentan equipos iguales en número, que aplicarán sus conocimientos y energías a la consecución de un fin. Siempre se ha dicho que el fútbol se resume en once contra otros once, y nada más.

No debemos olvidar, por último, la faceta de espectáculo que todo deporte entraña. El deportista –sobre todo si es profesional–  tiene la obligación de hacer disfrutar al público. Y ello no siempre se consigue con resultados favorables, que no tienen por qué determinar la emoción de un partido; no se puede disfrutar al cien por cien si nunca vences, pero si ganas siempre te aburres.

Refiriéndonos, de modo más concreto, a las grandes ligas de fútbol, resulta fundamental comprender que sólo habrá un ganador entre los veinte equipos participantes, nunca dos; así pues, la masa social de los diecinueve clubes que no ganarán el campeonato, ¿debe estar deprimida por ello? No; hay que disfrutar del fútbol semana a semana, estar orgulloso del esfuerzo del propio club, de la entrega de sus jugadores. En esa situación, el aficionado ya puede considerarse satisfecho y está mentalmente preparado para mayores logros.

Ganar no es todo en la vida. Recuerdo la final del campeonato del mundo de 1974. Yo jugaba con la selección holandesa, perdimos 2-1 ante Alemania, pero nos hicimos más famosos, en ese mundial, que si hubiéramos ganado, gracias a nuestro juego espectacular. Treinta años más tarde, la gente aún habla de la naranja mecánica y te dicen qué pena que perdieseis, porque erais los mejores. En otras palabras: se puede vencer habiendo perdido.

Indudablemente, el fútbol está impregnado de grandes emociones. Cuando eres jugador percibes, desde el terreno de juego, la pasión que bulle en las gradas, porque tú también has estado arriba y has vivido esa emoción arrebatadora. Es impresionante el contraste percibido por el futbolista en los partidos nocturnos, cuando sales del corredor de luz macilenta y pisas el campo completamente iluminado por los focos: es maravilloso, como acceder a otro mundo, no se puede describir. Entonces adquieres verdadera conciencia de la magnitud del espectáculo.

Un deportista no debería dejar de estudiar

El mundo del fútbol tiene un carácter peculiar. Imagínense un chico sin estudios, en una etapa de su vida en la que aún conserva numerosos rasgos de ­inmadurez. Llévenlo a un entorno que le resulte desconocido, fuera de su familia, con la expectativa de ser admirado o vilipendiado por el público según su actuación en un partido de fútbol, al margen de otros méritos o sentimientos. La situación parece, cuando menos, abrumadora, y debe dotársele de medios y capacidad de análisis para afrontar su presente y, en un futuro, saber ­encauzar su vida, si fuera preciso, al margen del deporte.

Además, ese chico tiene la misma inteligencia y cualidades que cualquier otra persona. Me molesta mucho el tópico del deportista poco inteligente. ¿Cómo se puede calificar así a un muchacho que va a doscientos cincuenta kilómetros por hora en una moto y sabe tomar una decisión cada segundo, la más adecuada para no matarse y, si es posible, ganar la carrera? Para mí, ese piloto tiene un cerebro muy rápido, es un superdotado, tanto como pueda serlo el jugador de ajedrez que calibra sus estrategias.

Compatibilidad entre deporte y nivel académico

Como muchos otros deportistas, tampoco terminé mis estudios. Cuando te dedicas profesionalmente a un deporte, su ejercicio te ocupa por completo y es casi imposible poder mantener la regularidad necesaria para estudiar con cierta seriedad. Lo malo empieza cuando termina tu vida deportiva y apenas dispones de posibilidades para seguir adelante. Todos los deportistas –y los futbolistas, en particular– precisan de una formación mínima para afrontar su futuro.

Tal objetivo me propuse cuando creé Cruyff Academics International, escuelas superiores de sport management1, donde procuro cambiar ciertos esquemas mentales y pautas de actuación que ni siquiera estaban bien hace veinte o treinta años. Antes existía la percepción generalizada de que estudiar era un práctica incompatible con el deporte. Por suerte, ese prejuicio va diluyéndose con el paso de los años, cuando se demuestra que una alta capacidad deportiva, si va unida a unos estudios, dota al joven de una visión más amplia y satisfactoria de su actividad. El secreto consiste en saber organizar el tiempo, para simultanear ambos tipos de preparación. Como el estudio requiere la asistencia a un determinado número de horas de clase, y un deportista no puede dedicar tanto tiempo a ello, se hace forzoso habilitar un sistema alternativo de enseñanza, con tutorías y seguimientos más personalizados.

Otro de nuestros objetivos consiste en dar una segunda oportunidad a los deportistas que, en su día, abandonaron los estudios, para que puedan retomarlos y tener la posibilidad de comenzar una nueva y satisfactoria vida, sin apuros de subsistencia.

Empezamos con veinticinco alumnos, ya tenemos mil y la escuela prevé un nuevo crecimiento. Se trata de un proyecto apasionante.

Los tiempos cambian en el mundo del fútbol

La gente a menudo se pregunta: ¿cómo puede el Palamós, un equipo sin apenas presupuesto, ser un gran club? Considero que todos los equipos, grandes o pequeños, el Palamós, el Ajax o el Barça, deben ser considerados a tenor de su particular situación en el mundo. Por ejemplo: España e Italia son países con una población numerosa y gran tradición futbolística, pero eso no quiere decir que el fútbol holandés sea menos ni peor que el español; cada uno debe saber estar en sitio. El Ajax es uno de los grandes clubes de Holanda, por lo que debe saber dominar su entorno; si sabe que existe un jugador superdotado, lo comprará.

Siguiendo con el ejemplo del Palamós, cabe tener en cuenta que éste siempre será un club pequeño, y el Barça –por compararlo con algo– un club grande. Sería una grave equivocación cambiar la regulación sobre la libertad de traspaso de los jugadores, porque se mantendría un círculo vicioso muy perjudicial, sobre todo, para los pequeños clubes. Si, por ejemplo, el Pala­mós tiene un buen jugador, entonces probablemente será comprado por el Español, y si el jugador mejora en este club, cabe pensar que lo acabará comprando el Barcelona. ¿Qué ha sucedido mientras tanto con el dinero que ese jugador ha aquilatado? Sencillamente habrá permitido el funcionamiento de la maquinaria del fútbol, pues el Barça pagará, al comprarlo, una cifra mucho mayor de la que costó al Español, que servirá a éste para adquirir dos jugadores que le compensen la pér­dida del que ha vendido; y el Palamós, aunque haya recibido menos, comprará un jugador o invertirá en su cantera para tener mejor equipo de base. En otras palabras, el di­nero de esa transacción da muchas vueltas en el circuito pero se queda dentro del fútbol.

Pero si la ley establece la prohibición de vender futbolistas, ese dinero ya no dará vueltas en el circuito del fútbol, saldrá de su ámbito. Seguirán desembolsándose grandes cantidades por los jugadores, pero como éstos serán ­libres, irán donde les paguen más y los clubes perderán dinero. Como estas directivas regirán para toda la Unión Europea, todos los países van a encontrarse con el mismo problema. Un ejemplo: si el Barcelona compra hoy ocho jugadores del Ajax, el club holandés no percibirá nada pese a la importante inversión realizada en esos chicos durante años de formación. El mundo del fútbol ha quedado en manos de managers y empresarios que sólo miran por sus intereses especulativos, no por los del club ni por los del fútbol como deporte. Donde hay mucho dinero, siempre hay gente sin escrúpulos, y no sólo en el Barcelona o en el Ajax sino en todas partes. Por eso, en líneas generales, el fútbol ha degenerado mucho; hay demasiados intereses de por medio, absolutamente ajenos al deporte.

Pequeños problemas frente a grandes proyectos

Con la perspectiva de los años, repaso mi época como jugador en el Barça y me embarga la sensación de que podría haber dado más rendimiento; pese a ganar muchos títulos, el equipo tenía una calidad futbolística sobresaliente, por lo que debería haber conseguido muchos más. Ahora bien, cuando estás implicado en una actividad concreta, careces de la perspectiva necesaria para hacer este tipo de análisis. Por eso, haber pasado tantos años como jugador me ayudó mucho, en el momento de convertirme en entrenador. En la época de técnico procuré darlo todo, porque mi trabajo me gustaba. El conocimiento que ya tenía como jugador del club, lo he sentido en los huesos y, cuando no ganamos nada el primer año, pese a contar con un gran equipo, viví una gran decepción; ahora bien, en estos resultados influyen muchas circunstancias, algunas importantes y otras anecdóticas. Por eso, como entrenador, siempre he procurado que las cosas sin importancia no influyeran en el rendimiento del equipo. Así pudimos aguantar muy bien la presión, jugar con más alegría. Es importante evitar esas pequeñas cosas que enturbian la cohesión de los equipos y, por tanto, su eficacia en el campo.

Violencia en el fútbol

No se debe dar a la existencia de violencia en el deporte más importancia de la que por sí tiene. Con frecuencia se comete el error de considerar esa agresividad como menos trascendental cuando se produce dentro del campo que fuera de éste, y no es así, se trata del mismo hecho. Entre los factores que propician esa violencia se incluye la descoordinación entre las partes interesadas: no se trabaja conjuntamente para evitarla. Si suceden altercados dentro de un estadio, el club responsabiliza a la policía y la policía al público. Por el contrario, si todos trabajáramos juntos acabaríamos muy significativamente con los peores episodios de violencia en el fútbol, siempre y cuando se trabaje con eficacia. Me sorprende mucho que en casos de actos criminales, el propio abogado de la persona encausada explique a su cliente la mejor actitud para esquivar la condena. Entiendo que el letrado defienda al acusado y se asegure de que tenga un proceso justo, tales son las reglas de una sociedad democrática, pero no debe buscarse la trampa para eludir la cárcel, porque nadie devolverá la vida a las víctimas y debe hacerse justicia, sobre todo por sus familias. En el deporte también sucede otro tanto: muchas cosas no están permitidas, pero siempre hay medio de esquivarlas, por lo que existe una sensación muy negativa de impunidad.

Dentro del terreno de juego, los actos de violencia pueden ser registrados por la televisión. Con respecto a los jugadores, ante este testimonio se hace difícil negar la obviedad de una falta cometida o una agresión. Pero este sistema también permite muchos momentos positivos, recuerdo particularmente un partido contra el Atlético de Madrid, en el que dos jugadores explotaron: no sé quién tenía razón, pero da igual. Se enzarzaron en una pelea y el árbitro les expulsó a los dos. Lo bonito sucedió después, cuando la televisión mostró una toma de ambos jugadores camino de las duchas: se estaban diciendo lo tontos que habían sido al pelearse por una trivialidad, riéndose de ellos mismos porque los dos tenían tarjeta roja; fue una imagen buenísima.

En cada país existe un temperamento particular a la hora de vivir el fútbol

A mi parecer, el mejor público de fútbol es el inglés. Parecen muy fríos, flemáticos; aunque pierdan siguen cantando el himno del club y luciendo sus colores, se entregan mucho, pero con una cierta frialdad. En Holanda, la afición es muy parecida, si bien de modo mucho más excesivo, y no en el sentido positivo de Inglaterra. En España todo es más explosivo, se pasa de un extremo a otro: o somos los mejores o somos malísimos. Cuando jugaba en el Barça, una de las labores que me competían consistía en cambiar el “ambiente” en la tribuna durante los cinco primeros minutos. El entre­nador me pedía que hiciera el “túnel” o alguna filigrana para animar al pú­blico. De ese modo, más de cien mil personas te consideraban el mejor del mundo; pero si fallabas no había piedad, no valías lo que el club te pagaba. Y nadie es perfecto.

“Hecha la ley, hecha la trampa”

Sobre el tema de la violencia y cuál es el mejor camino para erradicarla, siempre me ha gustado hacer un parangón con la teoría del huevo y la gallina: ¿qué es mejor, el diálogo o la policía? Por mi parte, opino que se debe trabajar conjuntamente, tanto los clubes como las autoridades competentes. Lógicamente, la obligación de la policía es velar por la seguridad de los ciudadanos, pero también cabe poner los medios para que no se den estos casos. Aparte de prevenir socialmente la violencia, quien incurra en ella debe saber que no saldrá impune de su práctica.

En España hay un refrán fantástico, hecha la ley, hecha la trampa. Describe una realidad que se da a todos los niveles. Vivimos en una época con tal cantidad de información y de adelantos tecnológicos, que no somos capaces de asimilar tanta innovación. Y con la enseñanza de estos nuevos adelantos, en ocasiones, las instancias públicas se olvidan de lo principal: hay que enseñar a la gente a convivir, a respetar las normas.

Los años Pujol han sido muy positivos para Cataluña

Con respecto al conjunto de España, en Cataluña las cosas siempre han sido diferentes, porque esta comunidad ha tenido una mentalidad mucho más europea; por su lengua y su cultura, creo que se ha desmarcado del resto de España. Además, han cambiado mucho las cosas, sobre todo después de los Juegos Olímpicos. Barcelona, concretamente, es una de las mejores ciudades del mundo, está en los primeros puestos en un montón de cosas, por su cultura, su clima, su convivencia, y creo que todo ello es producto de la propia inteligencia de los catalanes por saber hacerlo así.

En este sentido, los veintitres años de gobierno de Jordi Pujol me parecen muy positivos. Por otra parte, a nivel personal nos conocemos bastante, sobre todo a Marta Ferrusola, su mujer, porque hemos trabajado juntos en el deporte para minusválidos, los Special Olympics Games2, en los que colaboro desde 1980. Son dos personas con las que se puede hablar abiertamente sobre cualquier tema. Recuerdo que le comenté a la señora Ferrusola mi idea de la escuela deportiva, antes de iniciar el proyecto, pero no como mujer del President, sino como persona privada, porque siempre he tenido muy en cuenta su criterio y, además, siempre me ha ayudado, pues siente un gran interés por el deporte y las circunstancias personales de sus profesionales.

Del mismo modo, Cataluña es un lugar donde el deporte adquiere una importancia singular; el país tiene una gran cantera, especialmente en el fútbol, el tenis o el motociclismo. Supongo que también influye el buen clima y una política adecuada de promoción.

El FC Barcelona puede contar conmigo

Respecto al Barça, doy por terminada mi etapa como entrenador, pero siempre estaré ahí si me necesitan, para ayudar y orientar al club en lo que haga falta. Y para decir a los jugadores que disfruten jugando, pues, de lo contrario, nunca llegarán a ser buenos futbolistas.

1          La Cruyff Academics International, escuelas superiores de sport management, ha sido fundada y es presidida por Johan Cruyff. Se trata de un proyecto centrado en la dirección, administración y gestión de empresas deportivas que ha recibido el soporte de las asociaciones de deportistas profesionales y de los gobiernos autonómicos.
2          Special Olympics es una organización, sin ánimo de lucro, que trabaja para proporcionar entrenamiento diario y competición deportiva a las personas con disminuciones psíquicas de todo el mundo. La organización fue creada en 1968 para mejorar la calidad de vida de estas personas por medio del deporte y promover su integración social con respeto, proporcionándoles oportunidades para convertirse en ciudadanos activos.
En la actualidad, Special Olympics goza del reconocimiento del Comité Olímpico Internacional y ha conseguido consolidarse en ciento cuarenta y cuatro países de todo el mundo. Son muchas las personas conocidas popularmente que no dudan en apoyar abiertamente a la organización.