Ksenia Chalaya
Fotografia cedida
11è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Ksenia Chalaya

Fundadora de Floratelie

Texto del 15/04/2019

Licenciada en Historia del Arte, aparejadora y restauradora del sector de la construcción en San Petersburgo, dejó Rusia atraída por las formas de vida mediterráneas y la calidez de nuestras gentes, y se instaló en Barcelona, donde hoy regenta un estudio de paisajismo y arte floral con el espíritu de encarnar la alta costura en el mundo las flores. Actualmente, trabaja a nivel internacional, en Mónaco, Saint-Tropez y en la Casa Antilla de Mumbai.

 

Mi abuelo materno fue un gran pintor

Mis recuerdos de infancia más destacados son de cuando estaba de vacaciones con mis abuelos maternos en Nidgniy Novgorod, una preciosa ciudad junto al río Volga, en Rusia. Mi abuelo, Mihail Salmov, era pintor, y yo a menudo le hacía compañía cuando trabajaba en su estudio, por lo que todavía atesoro en mi memoria el olor de sus óleos. Hablo aún de la época soviética de Rusia. Él había sido ilustrador de las revistas de propaganda del Gobierno durante la Segunda Guerra Mundial, y alcanzó tal fama que hoy sus cuadros están en los museos, e incluso un par de ellos fueron robados. Contra lo que pueda parecer, no era un hombre del régimen, era más que nada un hippy, pero pintaba tan bien que el Estado no paraba de hacerle encargos. De hecho, no pertenecía al Colegio de Pintores por ser un librepensador. A pesar de ello, era muy respetado. Mi abuelo Mihail fue mi gran influencia. Era un hombre muy divertido, un espíritu libre, tan peculiar que, incluso teniendo las dos manos, empezó a hacer retratos de Lenin y Stalin con el pie, para no ponérselo tan fácil, para que pintar fuera siempre un reto. Por desgracia, recientemente, en una mudanza aquí en Barcelona, extravié unas postales que él me enviaba, dibujos hechos por él que yo había conservado durante muchos años. Mi abuela Valentina, su esposa, tocaba la guitarra y cantaba, y era su musa, aunque en realidad trabajaba de ingeniera de una estación eléctrica. Mis padres, Vladimir y Ludmila, todavía viven. Ambos han sido ingenieros y han trabajado en una central nuclear. Mi madre heredó de su padre el talento para dibujar, pero solo como afición. Hoy los dos ya están jubilados. Nacieron en 1947 y 1948, justo después de la Segunda Guerra Mundial, pero mis abuelos sí que vivieron de lleno el conflicto bélico.

Una juventud muy deportiva

Nací en Nidgniy Novgorod, pero en la época soviética era práctica habitual desplazar a los operarios de grandes obras a ciudades en construcción, con lo que viví en mi localidad natal solo hasta los tres años. En 1973 mis padres se trasladaron a construir una central nuclear en Kurchatov, que es una ciudad muy pequeña y cerrada, y allí me crie, junto a mi hermano Oleg, que es tres años menor que yo. No aprendí nada substancial ni en la escuela ni en el instituto del lugar, aunque es verdad que gocé de una gran etapa como deportista. Primero me inicié en el kayak, pero lo dejé a los quince años porque no quería tener un cuerpo demasiado fuerte, como de hombre, ya que remando se trabajan mucho los brazos, los hombros y las dorsales, así que me hice jugadora de voleibol, que es un deporte menos descompensado y además me permitió viajar y conocer todo el país. Mi hermano sigue viviendo en Kurchatov con la familia que ha formado, y trabaja en la misma central nuclear en la que trabajaron mis padres.

San Petersburgo me educó

Necesitada de nuevos horizontes, cuando cumplí dieciséis, me fui a estudiar la carrera universitaria a San Petersburgo. Allí sí que puedo decir que aprendí mucho. San Petersburgo me educó, y no solo académicamente. Elegí esta urbe porque me atraía su leyenda y que fuera una gran ciudad, pero en realidad nunca había tenido una vocación concreta, y lo de menos era qué iba a estudiar allí. Para mí, lo importante era estar en una capital y acceder a sus formas de vida. No fui sola, marchamos un grupo de amigas, aunque no estudiamos todas lo mismo, y nos dispersamos entre diferentes institutos y universidades. Nos instalamos en unas casas pensadas para estudiantes que había en cada universidad y centro de estudios. Pero debo confesar que el primer año nos divertimos tanto, que nos perdimos los exámenes de ingreso a la universidad.

Aparejadora, restauradora e historiadora del arte especializada en arte floral

Para no tener que regresar a casa, tuvimos, pues, que buscar caminos más fáciles  y  nos  orientamos  hacia  la  formación  profesional,  donde  pudimos entrar sin examen de acceso gracias a los buenos expedientes que teníamos. Durante  tres  años,  estudié  para  ser  aparejadora,  y  adquirí  conocimientos de construcción, así como técnicas de restauración y pintura aplicadas a la construcción. Luego, tras un intervalo de dos años sin estudiar, ingresé en la Universidad desde 1995 hasta el año 2000, ya acabado el régimen soviético, para  estudiar  Historia  del  Arte.  Recuerdo  que  teníamos  dos  profesores, uno para Arte Internacional y otro para Arte Ruso. Especialmente interesante era  el  profesor  Gromov,  con  el  que  los  viernes  y  los  sábados  íbamos  al Hermitage, una de las mayores pinacotecas y museos de antigüedades del mundo. Gromov no quería que acabáramos quitando el polvo en un museo, que era una de las salidas profesionales habituales de un licenciado en Arte, o datando piezas u obras, y nos sugirió que nos especializáramos en algo muy concreto. Fue entonces, en el último curso, cuando me decanté por el arte floral y la florística en una escuela de botánica, porque no existía una propiamente de arte floral. Mi trabajo de final de carrera versó sobre «La naturaleza muerta de Holanda en el siglo xvii».

Con mi hijo Nikolai a clase

De alguna manera, toda la amalgama de conocimientos que adquirí en San Petersburgo luego ha cristalizado en mi actual proyecto empresarial. Pude siempre estudiar sin tener que trabajar, aunque nunca fui una estudiante lo que se dice aplicada, quizá porque no sentía vocación alguna ni ningún tipo de llamada profesional. En mis tiempos de secundaria, con el régimen soviético aún vigente, recibíamos dinero del Estado para estudiar, y además también contábamos con el dinero que nos enviaban nuestros padres y abuelos; de ahí que, con la ayuda a los estudios, podía permitirme incluso viajar. Fueron unos tiempos muy bonitos, los que pasé estudiando con mis amigas. Durante el tercer curso de carrera, fui madre por primera vez. El padre era un compañero de Facultad. A él lo conocí a los diecinueve años y el niño no vino hasta nueve años más tarde, cuando yo ya tenía veintiocho. Para la Rusia de entonces, y diría que también para la de hoy, es una edad tardía para ser madre. Como no tenía con quien dejar a mi hijo, durante los dos últimos cursos me lo llevaba a clase conmigo. Pude dedicarme de lleno a los estudios y al niño porque mi esposo me mantenía. Recuerdo que precisamente el profesor Gromov un día dijo que, si todos los alumnos le escuchasen tan atentamente como mi bebé, sería el profesor más feliz del mundo. Por eso siempre bromeo diciendo que mi primogénito, Nikolai, fue educado ya en la cuna. De esa época conservo muchas amistades, y por lo menos la mitad de ellas salieron del país y se han ido desperdigando por el mundo.

Me regalaron un tour por España

Con el tiempo, surgieron problemas en la relación con mi marido, y mis amigas, que siempre fueron muy buenas conmigo, me vieron triste y me regalaron un tour por España. El plan era ir a Barcelona, donde teníamos una amiga, y descansar. Vine por dos semanas y me quedé tres, porque me encantó. Me sedujeron especialmente el vino y el queso. Nada más llegar, me recogieron en el aeropuerto y me llevaron directamente a Sant Sadurní d’Anoia, capital del vino y del cava del Penedès. La forma de ser de aquí, tan cálida y cercana, me atrapó. Pero tenía que regresar a Rusia, donde me esperaban mi hijo y un nuevo empleo. Aunque me lo había pasado genial, no entraba en mis planes cambiar de país. Pero cuando volví al Rusia, nada más llegar, tuve una discusión con mi marido, y con las maletas todavía por deshacer, decidí que me iría a España. Se lo comuniqué a mis padres y, tras la sorpresa inicial, me expresaron su apoyo, si eso era lo que quería. Decidimos que ellos se quedarían con Nikolai mientras yo iba a España a tantear las posibilidades de buscarme la vida. Cuatro meses después, ya estaba en Barcelona. Corría el año 2000.

Tres aspectos que me decidieron a cambiarme de país

Lo que me decidió a venir a España fueron tres aspectos fundamentales, a parte del clima, que, lógicamente, comparado con el de San Petersburgo, es una bendición: el primero, ver por la calle a parejas de gente mayor cogidas de la mano, o abrazadas. Esto en Rusia no se ve, allá somos más fríos. El segundo, ver que aquí los minusválidos viven una vida normal. Para mí una sociedad que tiene en cuenta a la gente más desafortunada es una sociedad que vale la pena. Y el tercer aspecto, que los padres durante los fines de semana juegan con sus hijos en los parques. Cuando digo los padres, me refiero a los hombres, los varones. Esto tampoco sucede en Rusia. Para los hombres rusos, esta es una actividad propia de las madres.

Volví a encontrar el amor

Mi primer apoyo en Barcelona fue un amigo ruso-peruano, Daniel Díaz- Stukov, hijo de un peruano y una rusa, moscovita de nacimiento que vivía aquí desde hacía ya años. Yo entonces no lo sabía, pero con el tiempo iba a tener una hija con él. Me presentó a sus amigos, la mayoría, ingleses y franceses que se dedicaban a diversos campos del arte o la artesanía, y me enseñó cómo funcionaban Barcelona y la Europa Occidental en general. Daniel hablaba cinco idiomas y trabajaba como comercial en una empresa alemana. A través de él, me contrataron en el restaurante México Lindo, en la calle Laforja, que era muy famoso por los mariachis que actuaban en él, unos músicos de los que me hice muy amiga y que años después incorporaría a mi proyecto empresarial.

Mi propia floristería

Tras esta experiencia laboral, encontré un trabajo más relacionado con mi formación en una floristería del barrio de Vallcarca. Luego, la propietaria de la floristería abrió otra tienda en el mismo barrio, para que la llevara yo sola. Por aquel entonces, yo ya empezaba a hablar bien el español, y podía trabajar de cara al público, ya que al poco de llegar al país me había inscrito en una escuela para aprender el idioma, y a los seis meses ya me podía comunicar en él. Decidí entonces, sin apenas ahorros, alquilar un local en Sant Gervasi para abrir mi propia floristería: era el 2003. No fue nada fácil, porque mi hija con Daniel era recién nacida. Era madre y tenía dos hijos, Nikolai y Beatriz; más claro y nítido que eso no hay nada en la vida, es casi como un instinto salvaje. No me establecí por mi cuenta para ser mi propia jefa, ni siquiera porque tuviera una vocación incipiente de empresaria; lo hice porque era la única manera de darle a mi trabajo la vertiente creativa que yo siempre había imaginado y que en la floristería de Vallcarca no me habían permitido desarrollar.

Empezando de cero otra vez con el apoyo de mis amigos

Mi primera floristería era normal y corriente, y funcionó durante unos tres años. No puedo decir que fuera un negocio, porque apenas cubría solo los gastos. Decidí entonces cerrarla e incorporarme a la empresa de construcción que Daniel, mi pareja, había creado, y también acentuar mi faceta de ama de casa y dedicar más tiempo a los niños. En la empresa, llevaba los temas de interiorismo y reformas, de forma que retomé una de las disciplinas en las que me había formado en Rusia. Este periodo duró hasta el año 2010, cuando Daniel y yo nos separamos. Me encontré, de nuevo, teniendo que empezar otra vez desde cero, así que determiné que iba a orientar mi vida hacia lo que sabía hacer bien, que eran los ramos de flores. Monté en mi casa un pequeño taller, y gracias a mis amigos y sus contactos, empezaron a salirme encargos. No lo he hablado con ellos, pero estoy segura de que muchos de aquellos amigos me encargaron ramos únicamente por amistad, para que saliera adelante, por lo cual les estaré siempre agradecida.

Nacimiento de Floratelie en 2014

Paulatinamente, empezaron a salirme encargos importantes, estilo grandes ceremonias, y vi que sola no podía con todo, así que contraté ayuda. Este crecimiento llevó al nacimiento de Floratelie en 2014. Vivía en un piso de alquiler, pero a lo largo de los años había acumulado muchos elementos decorativos que tenía repartidos por toda Catalunya. Por ejemplo, tenía un piano antiguo en el castillo de Tamarit, y más mobiliario similar. Decidí entonces alquilar también un almacén para dar cabida a todo, y tuve la suerte de que, en los bajos del mismo edificio en el que vivía, quedaba un local vacante. Con el tiempo, he convertido dicho almacén en mi oficina y taller. Floratelie es hoy un estudio de arte floral en el que trabajamos, recibimos a los clientes y montamos exposiciones. En 2017, más que nada por la necesidad de tener un escaparate, abrí una tienda en la Plaça del Centre. Es una forma de exponer mi trabajo en tres dimensiones, no solo de manera fotográfica.

Flores de alta costura

El espíritu de Floratelie, nuestro sello personal, es ser la alta costura en el campo de las flores. Buscamos el ramo limpio, creado siguiendo las técnicas, y leyes de la florística. Si un ramo es correcto o incorrecto se ve a simple vista, cuando la mirada es profesional. Lo que distingue la alta costura es el acabado. Dolce & Gabanna, Giorgio Armani o Louis Vuitton son, sobre todo, grandes acabados. Con los ramos, sucede exactamente igual. El acabado define la calidad; que no haya tallos mal cortados o hojas defectuosas, por ejemplo. Me considero discípula de Peter Hess, un suizo que en 1972 fundó en Basilea Atelier-5, la primera escuela de experimentación creativa en arte floral, y que hoy es todo un icono internacional en el sector. Ya oí hablar de él, de su arte y de su escuela, cuando vivía en Rusia, pero le conocí personalmente en un curso al que asistí en Lituania, ya instalada en Barcelona. Peter Hess es mi inspiración, pero eso no significa que mis creaciones tengan el sello de Peter Hess: tienen el mío propio. Él es el punto de partida, el importantísimo punto de partida, pero luego cada creador floral debe aportar su sello personal, que es casi algo consustancial, porque inevitablemente todo el mundo expresa su creatividad de manera diferente.

No hay un color más elegante que otro

No creo en que arte floral haya colores más elegantes que otros. Nosotros trabajamos con toda la paleta de colores que las flores permiten. El color que predomine en un encargo puede depender del tipo de evento del que se trate, porque cada acontecimiento tiene su propio concepto y un espacio diferente, y también depende de cada cliente, porque cada persona tiene sus gustos; o, simplemente, el color puede depender de mi humor esos días. Antes de hacer una propuesta hablo mucho con el cliente, nos reunimos varias veces y, si puede ser, inspirados por las burbujas de una copa de cava. Estamos de acuerdo en que el color blanco es el color de las bodas por antonomasia, y que es normal que predomine en este tipo de celebraciones; pero también es verdad que cada día hay más gente que huye de los aspectos convencionales de las bodas, y que quiere que la suya sea diferente. Una boda puede ser presidida por cualquier color.

Trabajo para la residencia privada más cara del mundo

Tenemos una web pero, por el momento, no nos sirve mucho desde el punto de vista comercial. Ya he tenido varias webs, y con similares resultados. La actual está básicamente en ruso, aunque estamos trabajando para que esté también íntegramente en inglés y en español. Puedo afirmar que la mayoría de clientes nos llegan por el boca a boca y a través de un par de portales de Internet dedicados al sector de las bodas, así como mediante nuestras redes sociales. Ahora mismo, estoy trabajando mucho por el mundo, con proyectos en Mónaco o Saint-Tropez. Quisiera destacar que, desde abril de 2018, llevo a cabo un proyecto en Mumbai, en la célebre Casa Antilla de esta ciudad hindú, una residencia privada de veintiséis plantas en cuyo mantenimiento trabajan seiscientos empleados. Es propiedad de Mukesh Ambani, el presidente de Reliance Industries, y se considera el inmueble residencial privado más caro del mundo, valorado en casi setecientos millones de dólares. Ambani es considerado la cuarta fortuna mundial. Esta oportunidad me surgió a través de una amiga mía de Ecaterimburgo que me puso en contacto con la decoradora de Estados Unidos que lleva el proyecto.

El amor de los rusos por las flores

Mis compatriotas rusos son una parte importante de la clientela de Floratelie. Los encargos que he mencionado antes en la Côte d’Azur o la Riviera Francesa provienen de rusos instalados allí. A los rusos les gusta gastar el dinero en flores. Cuando digo rusos, podría decir eslavos en general. Ayer mismo, trabajé en una boda entre una española y un moldavo, y a finales de mayo tengo otra ceremonia en el castillo de Tamarit, en la que la novia es rusa y el novio, inglés. Son bodas internacionales, pero estoy segura de que quienes insisten más en la riqueza floral del acontecimiento son los cónyuges rusos o eslavos. Una boda cien por cien rusa, entre un ruso y una rusa, es un festival floral asegurado. Para poder trabajar en el extranjero, hemos tejido una red internacional de talleres o workshops florales colaboradores, con sus correspondientes equipos. Lógicamente, no transportamos flores de aquí hasta allí, salvo en casos en los que solo nosotros, en Barcelona, tengamos la flor requerida. Quiero que se entienda que no solo trabajamos en bodas fastuosas. Trabajamos para todos los públicos y bolsillos. No somos inasequibles para nadie.

Asumimos que las flores son un producto perecedero

Siendo como son las flores un producto perecedero, no almaceno ni tengo stock. Normalmente, compro solamente cuando recibo un encargo. Aun así, en la tienda necesito tener permanentemente flores, y flores de calidad, porque trabajo con los mejores proveedores. Y si, por lo que sea, una flor no tiene salida, regalo ramos a mis amigas; o hago mermelada de sus pétalos Me gusta decir que una flor nunca se echa a perder, pero no es verdad. Si no se venden, las flores se estropean. Poco podemos hacer al respecto, es la naturaleza y es el sector que hemos elegido. Es una contingencia que va de soi con el negocio.

Hay que tener plantas en espacios de oficinas

Como el negocio no puede basarse exclusivamente en vender flores y en el arte floral, decidí diversificar ofreciendo nuevos servicios, como son el paisajismo en jardines y la decoración con plantas en bancos y hoteles. Próximamente, tengo una presentación en el Banco Mediolanum, para sus clientes y para los míos, un proyecto que surgió porque, hace tiempo, celebraron un evento que yo decoré y les gustó mucho. La idea es que las plantas son necesarias en los espacios de oficinas, no solo como un elemento decorativo, sino como un elemento funcional más. Lógicamente, debe tratarse de plantas de bajo mantenimiento. Se ha estudiado y comprobado que las zonas con plantas en espacios de oficinas emiten un oxígeno muy necesario y son asimismo una opción de descanso lejos de las ondas emitidas por los ordenadores y de la presión del jefe. El factor humano es el más importante dentro de una empresa, y no hay mayor estímulo para su buen funcionamiento que demostrar a los empleados que se les cuida. El mero hecho de aportar valor cromático al espacio de oficina, aparte de los colores habituales en este tipo de espacios, normalmente tristes, ya es casi terapéutico. Cualquier oficina que tenga un patio o jardín debe acondicionarlo para que sus empleados salgan a oxigenarse de vez en cuando. No tiene sentido que se desaprovechen las salidas al exterior. El proyecto, empero, no pretende otorgarnos el mantenimiento de las plantas de las oficinas: lo que ofrecemos es una guía, un método, unas instrucciones para que sea un empleado el que se encargue de dicho mantenimiento, y que esa tarea sea rotativa, que la haga cada semana un trabajador diferente. Los diez o quince minutos que el empleado dedique a desempeñar esta tarea serán un soplo de aire fresco, un cambio de chip.

Un ramo de flores y unos mariachis

Somos, sobre todo, conocidos por uno de nuestros servicios: la entrega de un ramo de flores acompañada de un grupo de mariachis. La idea se me ocurrió a raíz de mi amistad con los mariachis que conocí en la etapa del restaurante México Lindo. Floratelie es la única empresa que ofrece este servicio en España. ¿Qué se le puede regalar a alguien que ya tiene de todo? Pues un momento irrepetible, un momento de felicidad. De eso se trata, de regalar un ramo acompañándolo de la interpretación de una pieza. Flores y música. No siempre ha de ser una ranchera o un grupo de mariachis. Puede tratarse de un violinista, un cuarteto, una orquesta, o si se regala en una casa con un gran jardín, podemos enviar hasta un pianista con su piano. Estamos hablando de intérpretes que ofrecen todo tipo de experiencias musicales; y no sólo musicales, también trabajamos con actores, lo que nos permite, por ejemplo, que un ramo lo entregue Charlot. No hay más límite que el que ponga la imaginación. Mejor un ramo traído por un artista que por un mensajero.

Nuestros clientes repiten

Actualmente, solo tengo a una persona en plantilla, pero colaboro con mucha gente que me quiere, y a la que yo quiero. Mi política es subcontratar según el encargo. No sabría decir cuántos clientes tengo exactamente. Por fortuna, sí que puedo decir que todo aquel que confía en Floratelie una vez, vuelve a hacerlo una segunda vez, y una tercera, y las que desee, porque no entra en nuestros planes, ni nos lo podemos permitir, que nadie quede descontento de nuestros servicios. Tengo una clienta catalana con un grupo de amigos que están cumpliendo todos cincuenta años en cadena, y para cada ocasión estamos haciendo entregas de ramos con performances diferentes. La última estaba relacionada con Star Wars, porque, quien celebraba el cumpleaños, era muy fan de esta saga. El ramo también era galáctico, con lucecitas en su interior. La gente del barrio nos conoce, pero hoy el mundo ya es como un barrio, porque a través del WhatsApp, de Instagram o de Facebook podemos recibir encargos de cualquier parte del planeta. La web es como una tarjeta de visita, pero las redes sociales funcionan realmente, atraen clientes. En lo que respecta a proveedores, trabajamos con todos los productores de flores y plantas de Barcelona y alrededores. Cada flor o planta tiene el suyo específico, normalmente. La mayoría están ubicados en la comarca del Maresme y en el Prat de Llobregat.

Afectados por el Procés

Hace tiempo que queremos aplicar las nuevas tecnologías a la empresa. La venta on-line es importante, y estamos pensando en poder ofrecerla, así como el uso de alguna aplicación. El trabajo del día a día, la lucha cotidiana, no nos ha permitido aún liberar tiempo para impulsar todo lo que queremos llevar a cabo. El año pasado no fue tan bien como pensábamos, y lo cerramos con deudas, pero este año lo hemos empezado con mucha fuerza y ya estamos a punto de saldarlas. Cuando se habla de que la crisis empezó en 2007 y 2008, no lo niego, pero simplemente digo que para mí no hubo crisis, y trabajé como siempre. Sí que nos ha afectado, en cambio, la revolución catalana o Procés, porque en nuestros clientes más internacionales se ha generado la sensación de inestabilidad y situación conflictiva. Se notó especialmente a partir de octubre, después del referéndum.

Hay que cuidar más a los hombres

La condición de mujer empresaria me define, pero prefiero antes ser mujer que empresaria. Si ser empresaria significara dejar de ser mujer, dejaría de ser empresaria. No creo que esto sea general, porque me consta que hay mujeres que priorizan su faceta empresarial. Yo no soy feminista; al contrario, creo que el feminismo puede llegar a destruir un país. Siempre me he posicionado al lado de los hombres, y opino sinceramente que hay que cuidarlos más. Para mí no es un problema que el hombre gane más que la mujer, porque muy probablemente ese dinero de más que obtiene va a acabar gastándolo en una mujer, de mil y una maneras. No creo que las mujeres tengan que trabajar tanto como los hombres, estamos hechas para cuidarnos. No digo que no debamos trabajar, pero hay que hacerlo a gusto, y con moderación. Cuatro horas al día deberían ser suficientes. Sé que aquí no se estila mucho esta manera de pensar, o por lo menos no se expresa de manera mayoritaria, aunque estoy convencida de que es compartida por muchas mujeres catalanas y españolas, sino en la teoría, sí en la práctica y en el día a día.

Mejor ir a manicura que a una manifestación

El día 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, entré a un bar a tomar un café y me encontré con dos chicas con cara de deprimidas que me dijeron que, después de trabajar, irían a la manifestación. Yo les sugerí que no fueran a ninguna manifestación, que les sería más útil ir a una sauna, a manicura o a pedicura; en definitiva, a cuidarse, a mirarse al espejo. O mejor aún, ir a cenar a un restaurante con un caballero. Una manifestación estresa más, por si no estuviéramos ya suficientemente estresadas. No entiendo cómo la gente pierde tiempo en manifestaciones, ni en protestas continuas. Se pierden muchas horas de trabajo, y el país necesita trabajar, producir.

La maternidad no debe verse como un obstáculo

He desarrollado mis actividades compaginándolas con la maternidad y la crianza de mis hijos Nikolai y Beatriz. Cuando tuve a Beatriz, Nikolai me ayudó mucho a cuidarla, como buen hermano mayor que es. Y si ha sido necesario, me he llevado a mis hijos al trabajo, y me han ayudado con las flores, sin más problema. Trabajar tiene que ser una diversión, y no debe una obsesionarse en conciliar las obligaciones laborales y profesionales con las obligaciones maternales. Tengo la suerte de que mi trabajo se halla perfectamente integrado en mi vida, que no está, por un lado, mi empresa y, por el otro, mi vida. Tener hijos no debe ser nunca un problema. Si hubiera muchos más niños, el mundo sería más luminoso y habría también más negocio. Aquí en España se pospone la maternidad hasta los treinta y tantos años, anteponiendo a ella el hecho de formarse o situarse profesionalmente, pero entonces se es madre a edades en las que una ya no está para muchos trotes. Yo creo que tener hijos es compatible con formarse o situarse profesionalmente. No me importaría haber tenido cinco hijos. Me gustaba la concepción antigua sobre las familias, aquella que consideraba que una casa era más rica cuantos más hijos tenía. Ahora, en cambio, parece que prevalece la idea de que, cuantos menos hijos se tienen, mayor nivel de vida se puede llevar. Para mí no tener hijos, o tener solo uno, es un tipo de pobreza, se mire como se mire.

Nikolai y Beatriz tienen sus planes

No cuento con la ayuda económica de los padres de mis hijos, pero somos buenos amigos, que es lo más importante para Nikolai y Beatriz. Daniel, en cualquier caso, está más comprometido con su educación, y sigue hablando con ellos prácticamente a diario. Es realmente un buen padre. Nikolai tiene veintiún años y Beatriz, catorce. Nikolai ahora se está formando profesionalmente, trabaja como informático en una compañía multinacional japonesa, y me ha prometido que después cursará estudios universitarios. La verdad es que aún no me he podido permitir enviarlo a la universidad que merece. En la multinacional japonesa le contrataron a pesar de no tener los estudios acabados, y tras solo un par de entrevistas, señal de que supieron ver su potencial. Asumieron el coste de formarlo y empezó haciendo tres turnos, de mañana, tarde y noche, aunque ahora ya ha conseguido que le promocionen a otro departamento sin turnos, lo que le ha permitido liberar tiempo para formarse más en su profesión y estudiar para sacarse un certificado. Es un joven con planes, que no va viviendo según vienen las cosas, y proyecta irse a estudiar a otro país. Ha pensado en Finlandia, donde la universidad es gratis. Pero, para que le admitan, debe presentar el certificado que he mencionado antes. Nikolai es muy responsable. A pesar de trabajar y estudiar, siempre encuentra tiempo para ayudarme en la empresa. A los diecinueve años se fue de casa, no porque no estuviera a gusto y no nos lleváramos bien, al contrario, sino para aprender y espabilarse. Estuvo un año compartiendo piso con un amigo y luego, cuando yo atravesé un mal momento económico, regresó a casa para asumir los costes del piso. Dudo que algún día trabaje en la empresa. Una vez me dijo que estudiaría Administración de Empresas para llevar Floratelie, pero después de trabajar un mes juntos, cambió de opinión. Beatriz también tiene sus planes. Quiere ir a Rusia y vivir un tiempo en el país para aprender mejor el idioma, porque, aunque lo habla, comete algunos errores. No es que sienta la llamada de las raíces, es más que nada que es consciente del capital que representa hoy en día el dominio de la lengua y de la cultura rusas. Yo le veo una fuerte inclinación artística.

África, más allá de la buena voluntad

El drama del Mediterráneo es de difícil solución. No creo que radique en una intervención en África. África es África, y tiene su idiosincrasia, como la tienen América o Rusia. No se puede salvar a alguien si no quiere ser salvado. África es riquísima en recursos naturales, sin embargo está social y políticamente destruida; los Estados que la componen, salvo pocas excepciones, son fallidos, y en la mayoría de los casos no viables. Por mucha voluntad que le pongamos, hay intereses para que continúe siendo el fracaso colectivo que es. No sé si es posible que Europa dé una oportunidad a todos los que la desean. Me considero una mujer generosa, que ayuda a sus amigos y a la gente de su alrededor tanto como puede, pero hace falta algo más que buena voluntad para resolver este problema.