Texto del 22/06/2018
Un carácter fuerte, forjado en plena perestroika, ha permitido a esta incansable luchadora superar cualquier adversidad. Tras una prometedora carrera en el entorno financiero, los avatares de la vida la llevaron a reorientar su trayectoria profesional hacia la consultoría y coaching on-line, desde donde asesora a personas que desean emprender sus propios negocios. Inquieta como pocas, compatibiliza esta actividad con la gestión de otro proyecto dedicado a artesanía de calidad «premium» y con la participación como tutora en la plataforma global de aprendizaje en línea Udemy.
De una familia que sufrió los avatares de la Segunda Guerra Mundial
La mía no ha sido una vida exenta de dificultades. Pero nada que ver con las que tuvieron que vencer mis abuelos, que sufrieron los avatares de la Segunda Guerra Mundial. Mi abuela Valentina, la persona que, junto con mis padres, Tatiana y Nikolay, mayor influencia ha ejercido sobre mí, experimentó aquellos capítulos en primera persona. Ella no quería hablar nunca de aquella experiencia. A menudo se despertaba llorando por la noche, víctima de sus pesadillas. No era para menos, pues cuando los nazis llegaron a la ciudad, obró como otras muchachas, que se arañaban la cara para parecer feas y evitar que se las llevaran. Aun así, a ella y a su hermana pequeña se las acabaron llevando a Kaliningrado. Tuvieron que cubrir a pie, junto con el resto de prisioneros, esa distancia desde Stalingrado (es como se denominaba en aquellos tiempos mi ciudad natal). Eran más de dos mil kilómetros los que tuvieron que andar para llegar a Kaliningrado, situada en la costa del mar Báltico. Podían considerarse afortunadas, pues unos marines del ejército soviético consiguieron liberarlas. Mi tía abuela acabó casándose con uno de aquellos soldados que las rescataron, mientras que mi abuela estuvo trabajando durante una temporada para el ejército en esa ciudad. Mientras, a mis abuelos paternos los evacuaron de Stalingrado a la región rusa donde se concentraban las plantas de producción de armamento. Él era ingeniero y, aunque no combatió en la guerra, indirectamente se vio involucrado en ella. A pesar de las penurias vividas, con una alimentación escasa y unas condiciones rudimentarias, mi abuela llegó a los ciento un años.
La fortaleza heredada de mi abuela ha sido decisiva en mi vida
Crecí en una familia humilde pero muy trabajadora y educada. Precisamente porque mis padres invertían mucho tiempo en el trabajo, mi abuela Valentina nos educó a mi hermana y a mí. Forjó en nosotras un espíritu fuerte y valiente, nos hizo unas mujeres capaces de afrontar cualquier tipo de obstáculo y de estar preparadas para asumir toda responsabilidad. La contienda bélica había curtido su vida y la había convertido en una persona de una gran fortaleza, dispuesta a defender a su familia y a su hogar. Era también muy generosa, entregada a sus hijos y nietos y que, por respeto a quienes tanta hambre habían sufrido durante la contienda y la posguerra, no toleraba que cayera ni una miga de pan al suelo. Mi abuela me transmitió esa fortaleza que tan decisiva ha sido en mi desarrollo personal y en mi trayectoria profesional. Me infundió una gran disciplina, hasta el punto de que, cuando iba a ser madre, me pregunté si aquel rigor que había asimilado a su lado no acabaría resultando un obstáculo para transmitirle a mi hija el cariño que deseaba. Pero creo que he sabido compatibilizar la ternura maternal con el carácter resuelto y decidido de mi abuela Valentina.
Viviendo en la época de la perestroika
Mi madre trabajaba como modista y, posteriormente, como diseñadora de vestidos. Disponía de su propio taller en Volgogrado, donde adquirió un considerable prestigio, además de haber recibido varios reconocimientos. Por su parte, mi padre fue un estudiante brillante que mostraba inclinaciones hacia la ingeniería, muy probablemente influido por mi abuelo. No obstante, era un hombre que exhibía unas ideas muy claras y que no comulgaba con el régimen soviético. Al negarse a acatar los principios comunistas, tuvo que dejar sin acabar su carrera universitaria. Pese a todo, es una persona muy culta y que acumula mucho conocimiento. En la actualidad, imparte clases de ajedrez a niños que participan en una de las asociaciones rusas en Catalunya. Tanto él como mi madre me prestaron siempre su apoyo, pues enseguida detectaron que yo era una chica inquieta, que destacaba en la escuela y que obtenía unas calificaciones extraordinarias. Mis primeros años estudié en una de las clásicas escuelas soviéticas del barrio modesto en el que vivíamos. Todavía era una niña cuando la Unión Soviética asistió a un proceso de apertura política, impulsado por el entonces presidente Mijaíl Gorbachov y denominada «perestroika». Ese término iba unido a otro que también hizo fortuna en la esfera internacional, glasnost, equivalente a «transparencia», y que venía a definir los drásticos cambios que se avecinaban en la URSS.
A las seis de la mañana íbamos a hacer cola con la cartilla de racionamiento
La infancia la recuerdo como una etapa feliz, a pesar de las carencias económicas que teníamos. Las cartillas de racionamiento formaban parte de nuestra realidad en varias temporadas y, en ocasiones, teníamos que salir corriendo de casa a las seis de la mañana para ir a hacer cola y conseguir los productos que nos correspondían por familia: medio kilo de azúcar, una botella de vodka, pan, salchichas, queso… Recuerdo haber hecho dos viajes a Bulgaria junto a mis padres. A pesar de formar parte de la órbita soviética, la realidad ahí era distinta. La caída del Muro de Berlín propició un cambio histórico en todos los países del entorno socialista. Aunque aquel proceso de apertura significaba para los ciudadanos sentirnos más libres y más felices, las personas de mayor edad no veían con buenos ojos aquel nuevo rumbo, pues entendían que, con él, se rompía la burbuja en la que vivíamos en la Unión Soviética.
Una hora de viaje en tranvía para perfeccionar mi inglés
Aquella inquietud demostrada desde muy joven estimuló mi deseo de aprender inglés. De algún modo, detecté que el dominio de los idiomas me permitiría abrirme paso en el futuro. Mi madre gozaba de múltiples contactos, dado que confeccionaba vestidos para personas influyentes y de cierto nivel de nuestra ciudad. Entre ellas se hallaba Galina, una profesora de la mejor escuela de inglés que existía en Volgogrado. Le pedí que hablara con ella y le trasmitiera mi afán de perfeccionar el inglés, pues en la escuela apenas aprendíamos lo básico. Después de que mi madre le revelara mi interés, Galina accedió a ayudarme y le entregó algunos libros para que pudiera practicar. Poco después, se prestó a impartirme clases de manera gratuita. Ante esa generosidad, mi madre trató de compensarle el esfuerzo confeccionándole algunos vestidos. La bondad de esa profesora, convertida en mi gran amiga, me permitió incorporarme a la mejor escuela posible. Puedo decir que todos aquellos compañeros con los que coincidí, en la actualidad gozan de un buen posicionamiento profesional, gracias a la calidad formativa de ese centro. Siempre he considerado un acierto aquella decisión, a pesar de que me exigió altas dosis de sacrificio. Con trece años, tenía que madrugar e invertir una hora de tranvía para llegar a la escuela a las ocho de la mañana. La situación resultaba especialmente dura en invierno, cuando la temperatura en el interior de los tranvías era gélida. Pero no me importaba soportar aquellas inclemencias meteorológicas, pues aprender inglés me motivaba enormemente, aunque debo reconocer que los inicios me supusieron un shock importante, dado que el nivel existente distaba mucho del que estaba acostumbrada en mi escuela.
Alemania, Estados Unidos, Catalunya
Posteriormente, y merced a esa experiencia, tuve la oportunidad de estudiar en Alemania y en Estados Unidos, a través de sendos intercambios estudiantiles. Durante un mes y medio estuve conviviendo con una familia de Toledo, en el Estado norteamericano de Ohio, con la que sigo manteniendo una relación fantástica, hasta el extremo de que algunos de sus miembros asistieron a mi boda. Y a veces vienen a vernos a Barcelona. En realidad, al vivir cerca de esta ciudad tan cosmopolita, recibimos visitas frecuentes de amigos y familiares. En ocasiones tengo la sensación de que no me he ido de Rusia, porque me siento rodeada de las mismas personas que me acompañaban en mi juventud. Incluso mi hermana Ekaterina, que también es empresaria, asimismo ha fijado su residencia en Catalunya.
Filología inglesa y economía y marketing
La experiencia norteamericana resultó interesante, sobre todo porque era un país que solo conocía a través de la televisión y que, durante largo tiempo, había sido considerado como el principal enemigo de la URSS. Sin embargo, tal vez porque me correspondió vivir en Ohio, no hubiera elegido ese destino para el resto de mis días. En cambio, Berlín es una ciudad que me impresionó y en la que no me hubiera importado establecerme. Entonces tenía dieciséis años y, al igual que en Estados Unidos, forjé muchas amistades. Poco después, inicié mi etapa universitaria en Rusia, donde cursé dos carreras. La primera, de estilo pedagógico, me facultaba para ser profesora y traductora de inglés y de alemán. La segunda giraba en torno a la economía y el marketing. Posteriormente, al instalarme en Catalunya, intenté convalidar ambas titulaciones. No tuve problema para que la Universitat de Barcelona equiparara mis primeros estudios y obtener la licenciatura en Filología Inglesa. No obstante, cuando quise convalidar la segunda carrera, me informaron de que podían reconocerla como diplomatura, pero que para obtener el título de licenciada debería superar varios exámenes. Aunque estaba decidida a conseguirlo, finalmente ese reto quedó como una asignatura pendiente, dado que mis compromisos profesionales me impidieron prepararme adecuadamente. La prueba exigía estudiar gestoría, legislación y un amplio temario que reclamaba mucho tiempo.
Excelencias del modelo universitario soviético
Si algo me sorprendió mucho de la universidad es que, al asistir a algunas de las clases para obtener la licenciatura en Filología Inglesa, el planteamiento de las sesiones era absolutamente diferente a las que impartían los profesores en Rusia. Ahí, al llegar al aula, el docente nos planteaba preguntas a las que teníamos que dar respuesta, además de generarse un debate entre los asistentes a clase. Aquí, en cambio, los alumnos permanecen callados a lo largo de la sesión mientras la profesora realiza su exposición. No existía discusión ni debate acerca de los temas que se trataban en el aula, lo cual invitaba a reflexionar acerca de si resultaba interesante asistir a clase, pues quedándome en casa con mis libros podía obtener el mismo rendimiento. Desde mi punto de vista, la universidad tiene que ofrecer un enfoque eminentemente práctico, que permita la incorporación del recién titulado al mercado de trabajo. Y eso no se consigue impartiendo simplemente teoría de manera unidireccional. En el sistema soviético, las carreras universitarias eran de una alta exigencia, fomentando la competitividad y orientadas a lograr la excelencia de los estudiantes y dotar a la URSS de los mejores físicos, los mejores ingenieros, los mejores músicos…
Para protegerme en mi adolescencia, tuve que aprender defensa personal
De mi etapa adolescente y juvenil conservo ciertos recuerdos que no me resultan gratificantes. Algunos los he recogido en una especie de diario que empecé a escribir y con el que intento conservar en la memoria aquellos años de la perestroika, en los que yo tenía en torno a quince años, una edad muy compleja que, en aquel acontexto, todavía comportaba mayores riesgos. En ocasiones, cuando hablo con algunos de mis amigos y rememoramos esa etapa, nos sorprendemos de haber sido capaces de sobrevivirla. A mi mente acuden a veces imágenes en las que estábamos sentados junto a gente que se drogaba, entre ellos algunos de nuestros compañeros. Nunca he probado ningún tipo de droga y ni siquiera fumo. A lo sumo, bebo vino para acompañar las comidas en alguna ocasión. Pero algunos de nuestros amigos sí emprendieron un camino desesperado hacia la nada, en un ambiente en el que el crimen había tomado las calles de la ciudad. Una vez, cuando volvía de la escuela, me quisieron introducir en un coche. Por fortuna, pude defenderme y conseguí huir. La defensa personal es algo que he cultivado a lo largo de mi vida. Soy cinturón azul de artes marciales, a lo cual hay que añadir las lecciones que me impartieron mi padre, que practicaba el boxeo, o mi tío, hermano de mi madre, que era militar. Recuerdo que, en una ocasión, estaba en clase comiendo una manzana. Vino hacia mí un chico bravucón que, espoleado por los gritos de los otros compañeros, intentó intimidarme para arrebatármela. En ese momento, seguí los consejos que había recibido y le di una bofetada: nunca más volvió a molestarme ni ese ni ningún otro chico.
Una indigesta paella que precedió a un noviazgo
Después de mi tercer año en la Universidad, me ofrecieron un trabajo a tiempo completo en el entorno bancario en mi ciudad natal. Por contar con excelentes notas, conseguí el permiso para tener el plan de estudios personalizado y así empezó mi carrera en el mundo financiero. Después de estar trabajando dos años en la sucursal de uno de los primeros y grandes bancos comerciales que aparecieron en Rusia después de la perestroika, me ofrecieron el puesto en su sucursal central en la capital rusa, Moscú, que se convirtió en mi lugar de residencia durante los cinco años siguientes. Fue precisamente durante mi etapa moscovita cuando, junto con una amiga, compramos un paquete turístico para disfrutar de unos días en Salou. Nunca había estado en España, por lo que aquel viaje se revelaba como una excitante aventura. Lo que no esperaba es que ahí conocería a quien se convertiría, con el tiempo, en mi marido. Con Josep Lluís coincidí apenas hube aterrizado en Salou. Él me propuso vernos más tarde para compartir una cena y, finalmente, acudimos a la cita junto con mi amiga. Josep Lluís se ofreció a descubrirnos los lugares más emblemáticos de Salou. Con el mejor de los propósitos, nos invitó a compartir una paella que, por razones desconocidas, no nos sentó nada bien. Afortunadamente, aquello quedó como una mera anécdota, pero Josep Lluís no pudo evitar sentirse responsable de lo ocurrido. Paradójicamente, él también trabajaba en el sector financiero y bancario, lo cual propició que se gestara entre nosotros una relación más sólida. Antes de regresar a Rusia nos vimos algún que otro día y, una vez ya en mi país, me comunicó que había conseguido que le expidieran un visado para venir a verme…
Para salir de Rusia, fingí ser pareja de hecho de Josep Lluís
Cuando nos conocimos con mi marido, él estaba trabajando en México en un proyecto para el BBVA. Durante más de un año estuvimos manteniendo una relación a distancia, a causa de las dificultades para obtener un permiso de residencia. Por otra parte, en Moscú me ofrecieron una oportunidad profesional que suponía una importante promoción. Para una muchacha de veinticinco años, aquella propuesta resultaba muy golosa. De haberla obtenido en otras circunstancias, me habría sentido muy feliz. Sin embargo, en ese momento me causó un profundo desconcierto, pues sospechaba que, si aceptaba aquella responsabilidad, me quedaría definitivamente en Rusia. Tenía que escoger entre priorizar mi carrera profesional o pensar en mi vida personal… o de pareja, pues entonces empezaba a tener claro que Josep Lluís sería alguien muy importante en mi camino. Él también había ido asimilando que acabaríamos compartiendo nuestras vidas y, con la ayuda de los abogados de su empresa, logró iniciar los trámites para que yo pudiera viajar a México. Conseguir el visado para este país no resultaba tan fácil en aquellos tiempos y la burocracia se prolongaba tres meses. Salvamos un último obstáculo: desde su empresa tramitaron la documentación como si ya fuéramos una pareja estable, pues en caso contrario no habría sido posible obtenerlo. Fue así como logré, en 2003, reunirme con Josep Lluís en ese país centroamericano, donde permanecimos durante nueve meses, hasta que él concluyó su proyecto profesional y regresamos a España. Poco después, en octubre de 2004, contrajimos matrimonio en su población de origen, la Pobla de Mafumet.
Contratada por una empresa de inversión pese a no estar aún regularizada
Cuando vinimos a España, confiaba en poder trabajar para Visa o Mastercard, realizando labores similares a las que venía desempeñando en Rusia. Sin embargo, constaté que las sedes de las filiales de esas compañías se hallaban en Madrid, lo que dificultaba esa opción. Valoré la posibilidad de colaborar con algún banco, pero me enfrentaba a otro obstáculo: el de no disponer todavía del permiso de residencia pese a haberme casado con Josep Lluís. Finalmente, un domingo que mi marido estaba consultando La Vanguardia porque quería comprarse un coche, descubrió en los anuncios por palabras uno que encajaba perfectamente con mi perfil. Se trataba de una empresa internacional de inversiones que buscaba una persona nativa rusa, con alto nivel de inglés y experiencia en finanzas. Tras enviarles mi currículum, me convocaron a una entrevista en un céntrico edificio de Barcelona. Mi candidatura les satisfizo, hasta el punto de que, a pesar de que todavía no había podido tener el NIE en mis manos, aunque ya estaba en trámites, decidieron contratarme. Estuve trabajando para esa compañía, en calidad de directora de Desarrollo de negocios hasta 2012 a tiempo completo y, a partir de ese año y hasta 2015, como asesora de negocio del propietario de la misma para los países de la antigua órbita soviética.
La crisis del 2008 coincidió con mi maternidad
La llegada de la crisis económica mundial nos sorprendió en Inglaterra, adonde habíamos trasladado nuestra residencia porque mi marido trabajaba entonces en ese país. Tanto por mi profesión como por el carácter internacional de mi empresa, podía permitirme desarrollar mi labor desde cualquier punto del planeta. A principios del 2009, mi esposo se quedó sin trabajo, una situación que se prolongó durante año y medio, y que coincidió con el nacimiento de nuestra hija. Recuerdo que en ese momento no me permití ni un día de baja maternal. No podía quejarme de mi jefe, pues era generoso en todos los aspectos, incluida la remuneración. Pero eso me reclamaba un alto nivel de autoexigencia. Así que, tras haberme practicado una cesárea y salir del hospital con el bebé en brazos, me senté en la cama con el ordenador para atender los temas prioritarios.
Inicié mi carrera como empresaria en Canadá
Cuando Aurora ya había cumplido ocho meses, a mi marido le ofrecieron simultáneamente sendos puestos en Australia y Canadá. El 11 de septiembre de 2010 tomamos un vuelo a Toronto, tras haber considerado que Canadá quedaba más cerca de Europa y de los abuelos de nuestra hija. Sería en ese país donde iniciaría mi faceta como empresaria. Como la mayoría de las ideas que se me ocurren, el embrión surgió bajo la ducha. Decidí que podía resultar interesante abrir una tienda on-line de prendas para niños. Haberme convertido en madre me había permitido adquirir una gran experiencia en este tema y percibir que, en Canadá, la ropa infantil despertaba gran interés. Asimismo, detecté que había necesidades no satisfechas mientras que en España existían firmas que desarrollaban colecciones muy atractivas. Fue así que, compatibilizando mi trabajo y la atención a mi hija, quise probar suerte en algo tan novedoso en ese momento como inaugurar un punto de venta en Internet.
Venta on-line multimarca de ropa infantil
Si en España la constitución de una empresa supone un sinfín de trámites burocráticos, en Canadá logré registrar la actividad económica en apenas una hora. A continuación, me puse en contacto con varias marcas españolas para comercializar sus productos en mi tienda on-line. Empecé a trabajar con Tuc Tuc, marca en la que hallé un buen respaldo para iniciar mi labor e importar sus productos a Canadá. El éxito no tardó en llegar y, poco después, ya había conseguido posicionar mi tienda on-line en el mercado internacional. Noruega fue el destino del primer pedido, de una dimensión respetable. Tras haber estudiado los gustos del mercado canadiense, amplié mi catálogo con nuevas firmas, como Elisa Menuts y otras no españolas. La evolución del negocio fue tal que me planteé renunciar a mi puesto como directora de Desarrollo en la empresa. Mi jefe, sin embargo, no estaba dispuesto a perderme, de ahí que pactáramos que, a partir de entonces, trabajara para él a tiempo parcial. Tras casi tres años en Toronto, en 2012 regresamos a España, donde registré una SL para continuar adelante con mi tienda electrónica.
Profundo shock por la inesperada muerte de mi mentor
Mi actividad principal, referente a los ingresos, era como asesora de mi jefe, con quien colaboraba como freelance. Desde que había nacido mi hija, me permitía trabajar de manera remota. Dado que él no tenía sucursal en Canadá y que yo tenía que asistir a distintas conferencias financieras y reuniones en Rusia, me tocaba viajar a menudo. Él me facilitaba los traslados con mi hija en clase business e incluso ponía a mi disposición una niñera durante mis viajes de negocios. Gracias a ese trabajo podía, además, impulsar mi negocio, que se convirtió en la primera tienda que, sin disponer de puntos de venta físicos, obtuvo el permiso para comercializar marcas italianas de lujo. En septiembre de 2015, dos días antes de acudir a Rusia a uno de los frecuentes actos financieros en los que participábamos, mi jefe falleció de manera inesperada en un fatal accidente. Aquel deceso me provocó un profundo shock, pues se había convertido en mi mentor. Le apreciaba por la confianza que había depositado en mí y porque, junto a él, había adquirido unos conocimientos que no habría obtenido cursando un MBA o estudiando en cualquier universidad. Formado en Stanford, había trabajado durante muchos años en Wall Street y en el entorno financiero. A su lado aprendí aspectos prácticos como la relación con los clientes, el trato que había que dispensarles, cómo comunicarnos con ellos… Mi jefe valoraba mis habilidades diplomáticas, por lo que me había convertido en la representante de la compañía durante los actos financieros en Moscú.
Momentos de incertidumbre
Con su muerte se extinguió mi relación con la empresa. A la desazón por la muerte de mi mentor, por tanto, se le añadió la incertidumbre ante mi futuro laboral. Y es que, en ese momento, los ingresos de la tienda on-line habían comenzado a mermar tras la incursión en el mercado de operadores muy potentes como Privalia o Vente-Privee, que con una política muy agresiva en precios suponían una competencia a la que resultaba muy difícil hacer frente. Si bien las ventas en los países nórdicos se mantenían, la sensibilidad al precio de los consumidores españoles provocó que el negocio en nuestro país diera un escaso beneficio.
Del hobby artístico de juventud a la idea de negocio
La sabiduría popular dice que hay tres sitios que empiezan con «b», en inglés, que estimulan la generación de ideas y favorecen la toma de decisiones: bath, bed and beach (baño, cama y playa). En mi caso es la ducha, asimilable al baño, si bien también cuando salgo a correr por la playa de Castelldefels, donde vivimos, acuden a mi mente proyectos que, de inmediato, anoto en el móvil para desarrollar posteriormente. Tras la muerte de mi mentor, atravesé una dura temporada, pues no tenía claro cómo seguir adelante. Por una parte, deseaba aprovechar para pasar más tiempo junto a mi hija, pero me preocupaba, asimismo, el ejemplo que le transmitía. Era importante que Aurora percibiera que no me rendía y que era capaz de hallar un nuevo trabajo. Pero el entorno en el que había estado operando, el bancario, asistía a un importante recorte de personal, por lo que las opciones en ese sector se esfumaban. Un día, decidí confeccionar un cuaderno personal. Durante mi juventud había estudiado pintura y arte, y mi creatividad me había hecho acreedora de algunos premios. Fue así que rescaté mi vena artística y la exhibí en Facebook. Algunos de mis amigos, al verlo, me pidieron uno para ellos, lo que me hizo pensar que, tal vez, ahí podría existir un incipiente negocio. Empecé a prepararlos y a promoverlos en redes sociales. Incluso hallé apoyo en mi hermana y una antigua compañera de trabajo, que había abierto un salón de belleza, que se prestaron a hacer pedidos grandes para sus clientes. La respuesta obtenida me animó y me dediqué a la elaboración artesanal de esas libretas, encuadernadas a mano, utilizando papel de calidad, tapas de ecopiel italiana muy apreciadas por los ejecutivos… A través de la plataforma Etsy, quise expandir el negocio vendiendo en Internet. Cuál fue mi sorpresa cuando empezaron a contactarme para que les explicara cómo las fabricaba. Aquello me llevó a pensar que podría resultar interesante impartir cursos de formación sobre esa técnica, que para mí era un hobby adquirido en mi juventud en Rusia. Los primeros talleres fueron presenciales en Barcelona. Posteriormente, creé varios cursos on-line sobre encuadernación creativa, que al margen del éxito obtenido constituyó un paso importante de cara a mi siguiente eslabón profesional.
Con servicios de coach y consulting
Abandoné la confección de cuadernos, excepto para mis amigos, y creé un blog que se llama minegociocreativo.com, en el que llevo a cabo labores de consultoría, no solo en el ámbito financiero, sino también para emprendedores, en especial para mujeres y jóvenes. Me he posicionado como especialista en Marketing y Desarrollo de Negocio, además de Business, Lifestyle & Motivational Coach. Soy consciente de que el termino coach ha sufrido cierto desprestigio a causa del intrusismo de personajes que buscan notoriedad a base de gritos, pero a mí siempre me habían interesado la psicología y la motivación. Sin embargo, las formaciones que descubría eran muy teóricas y difícilmente aplicables a la vida y a los negocios. Finalmente, tuve conocimiento del Instituto Erickson de Canadá, donde invertí un año y medio muy provechoso. Ahí aprendí que el coach nunca enseña, sino que su misión reside en extraer el potencial que atesora cada persona para explotarlo óptimamente. Es quien te ayuda a gestionar tu vida para que sigas extrayendo lo mejor de ti. Con este conocimiento y la experiencia profesional adquirida, puedo brindar servicios de consultoría y coaching tanto presenciales como on-line. Es una actividad que me satisface, al ayudar a gente con ideas e ilusión a poner en marcha sus proyectos, pero a quienes les faltan apoyos que yo les puedo proporcionar. En su día, yo también recibí ayuda, y de algún modo esta función me permite corresponder a la sociedad con lo que me fue dado. Incluso en algunos casos, como una recién licenciada uruguaya que me contactó, acepto un pago simbólico, sabiendo que en la vida existe el efecto bumerán: lo que tú das, tarde o temprano acaba incidiendo en ti. He bautizado la empresa con el nombre de MV Coachsulting, utilizando mis iniciales y adoptando ese concepto que descubrí en un webinar y surgido de la yuxtaposición de coach y consulting. Este es ahora mi proyecto profesional de vida, que compatibilizo con mi otro proyecto dedicado a artesanía de calidad «premium» y con la participación como tutora en la plataforma global de aprendizaje en línea Udemy. Estoy contenta porque consigo mucho tráfico en la web gracias al uso de redes sociales como Instagram y Pinterest, así como con el blog que elaboro. Cuento con miles de seguidores, lo cual me da acceso a un notable potencial de clientes a quienes asesorar.
Aurora es mi inspiración, mi motivación y mi fuerza
Uno de los principales consejos que doy a mis clientes es que estén convencidos de lo que hacen. De ahí que a los emprendedores que me consultan les invito a preguntarse si comprarían aquello que están ofreciendo. En este sentido, también es importante la presentación, y uno de los ejercicios que prescribo es resumir atractivamente la actividad que uno desempeña en treinta segundos. Asimismo, es importante contar con una fuente de inspiración y motivación, y saber identificarla. Yo la tengo: se llama Aurora.
Por una solución ágil y pacífica para el conflicto catalán
Aunque soy ciudadana catalana y con pasaporte español, procuro no involucrarme en política. No obstante, considero que cualquier nación tiene derecho a defender su idioma, su cultura, sus tradiciones y su identidad. A través de mi suegra, y de la familia de mi marido en general, he podido conocer las dificultades existentes en tiempos de Franco para usar el catalán y la represión infligida por la dictadura contra Catalunya. Es una lástima porque, a mayor número de idiomas que domine una persona, mayor riqueza y más estímulos para el cerebro. Con mi marido puedo hablar en catalán, si bien suelo hacerlo en castellano porque me resulta más ágil y cómodo. Pero él habla en catalán con Aurora y yo lo hago en ruso. Lo que espero es que el conflicto catalán se resuelva lo antes posible y de manera pacífica. No desearía de ningún modo que aflorara la violencia, pues quiero para mi hija un futuro que le permita desarrollar al máximo sus capacidades. Como tampoco quisiera poner en riesgo la proyección de la que disfruta Barcelona, una ciudad preciosa, con una cultura y una historia que la convierten en un potentísimo polo de atracción.