Volkovysk (Bielorrusia)
1979
Gerente y fundador de Posta Logistics
2/02/2023
Hombre de familia, desde niño sintió que su mundo se le iba haciendo pequeño y que necesitaba moverse; nacido y criado con los últimos vestigios de la Unión Soviética, este empresario bielorruso cuenta con una biografía llena de experiencias que le han hecho crecer, dotándole de una mezcla de valores y de conocimientos que le permiten mirar el mundo tras un cristal multicolor.
Desde que toqué el agua por primera vez, me he sentido atraído por el mar
Guardo muchos recuerdos de mi infancia en Volkovysk, un pueblo de unos 40.000 habitantes, cercano a la frontera entre Bielorrusia y Polonia, donde viví hasta que me fui a estudiar a la universidad. Le sorprende a todo el mundo cuando explico que me acuerdo con bastante nitidez del viaje familiar que hicimos en 1981, cuando tenía solamente dos años. Fuimos en coche hasta la costa, en Kaliningrado (Rusia). Recuerdo tocar el agua por primera vez, en la orilla, y también un columpio muy alto al borde del mar al que no me dejaron subir. Fue un viaje muy largo, con siete personas dentro del vehículo, el único que hicimos en familia, puesto que los míos no eran muy aficionados a viajar, a diferencia de mí. Por ello atesoro un recuerdo muy bonito de esa experiencia, hasta el punto de que, desde entonces, siempre me he sentido atraído por el mar.
Un viaje de seis horas de autobús para ayudar a los abuelos en el campo
En la casa en la que crecí, convivíamos mis padres, Irina e Ivan, mi hermano Oleg y yo. Mis abuelos, Sergey y Marfa, vivían en una aldea situada a unos 35 km. Una vez cada quince días, desde pequeños, nos levantábamos todos sobre las cuatro de la madrugada, cogíamos un autobús que se detenía en todos los pueblos y aldeas del camino y, después de seis horas de viaje, llegábamos a su casa y nos dedicábamos a echarles una mano: labrar la tierra, ayudar con los animales, recoger patatas… y pasábamos con ellos todo el fin de semana. La vida en aquella zona, durante la etapa final de la Unión Soviética, era austera, casi toda la población cuidaba del campo o era del mundo obrero. Mi padre, por ejemplo, trabajó siempre en una fábrica de industria pesada que se dedicaba a la elaboración de repuestos para otras fábricas; mi madre, por su parte, era vigilante en una residencia de la misma fábrica para obreros que carecían de piso propio. Como Bielorrusia formaba parte todavía de la URSS, no se podían comprar pisos, sino que era el Estado quien los concedía: cuando te casabas o te emancipabas pedías un piso, entrabas a formar parte de una lista de espera y, cuando se construían casas nuevas, estas se asignaban por orden.
«No es necesario ser el mejor del mundo, basta con ser mejor de lo que eras antes»
Nací en un ambiente rural y, en mi país, la gente de pueblo suele ser cerrada, con una visión poco ambiciosa del futuro; yo nunca me sentí así, siempre me ha costado quedarme estancado. El entrenador que tuve cuando me inicié en el atletismo, con diez años, definió muchos de los valores que siguen hoy presentes en mi vida, pues me contagió el espíritu deportivo y competitivo. Siempre me animaba a mejorar, a esforzarme para llegar más lejos, diciéndome: «No es necesario ser el mejor del mundo, basta con ser mejor de lo que eras antes». Sus palabras le dieron a mi existencia otro enfoque, ya que me hicieron entender que había otra forma de vivir. Practiqué el atletismo durante bastantes años, aunque también jugaba a baloncesto con los compañeros de estudios y con tres o cuatro años mi padre ya me había enseñado a jugar al ajedrez, una disciplina que considero esencial para desarrollar habilidades analíticas e intelectuales, junto con las damas y, sobre todo, el dominó. Hay que decir que, en general, el deporte te abre la mente, te da perspectiva, te desestresa, te permite conocer a gente y te mantiene en forma; de ahí que siga formando parte de mi vida en la actualidad, dado que juego a veces a baloncesto, esquío y soy miembro de un club de tenis. Y aunque ya no me dedico al ajedrez, estoy enseñándoselo a mi hijo, como mi padre hizo conmigo.
Es primordial que un niño aprenda a desenvolverse solo: hay que caer para aprender a levantarse
Mi hermano tiene siete años más que yo y, como sucede con muchos hermanos mayores, era mi ejemplo a seguir y, también, a superar. Le veía estudiar y leer y me esforzaba siempre para llegar a su nivel. De esta manera, mientras él hacía los deberes, yo iba detrás preguntando y aprendiendo; y aprendo rápido, pues tengo la suerte de que los conceptos y las nociones se me graban rápidamente en la memoria y nunca los olvido. A mi espíritu de superación también contribuyó una frase que solían repetirnos nuestros padres, «nunca dejes para mañana lo que puedes hacer hoy», y que es un lema que sigo aplicando en todos los aspectos de mi vida. De muy niño, con menos de cuatro años, ya iba a la biblioteca y pronto me hice popular allí, puesto que iba solo, en busca de alguna lectura infantil que me interesara. Creo que es primordial que un niño aprenda a desenvolverse solo, a espabilarse, pues hay que caer para aprender a saberse levantar. Entiendo que en las grandes ciudades es más difícil orientarse que en una villa de Bielorrusia, donde conoces mejor la zona, sus edificios singulares y su gente. Sin embargo, hay una frase en mi pueblo natal, que reza: «El cachorro nunca puede alcanzar al lobo». No estoy de acuerdo, dado que significa conformarse, no querer ser más de lo que se es. ¿Y dónde estaría la humanidad sin su espíritu de autosuperación?
Competir a nivel nacional me preparó para vivir en grandes ciudades y estar sin la familia
Durante la etapa escolar, el socialismo de la Unión Soviética no era lo que había sido: ya había bastante más libertad que en épocas anteriores, pero existía todavía una línea estatal de aprendizaje para las escuelas y recuerdo perfectamente que había fotos de Stalin y Lenin por todas partes y que no se podía hablar mal de ellos. En la escuela estudiábamos ruso y bielorruso y, a partir de los diez años, nos impartían un tercer idioma, que en mi caso fue el español. Y no por decisión propia, sino que se me asignó junto con la mitad de alumnos de forma salomónica, repartiendo la clase entre el profesor de castellano y el de francés. Como no se impartía ni inglés ni alemán, a mí me hubiera gustado hacer francés, igual que mi hermano mayor, pero no pudo ser. A su vez, competir en atletismo a nivel nacional me fue preparando para vivir en ciudades más grandes que mi pueblo (por ejemplo, en Grodno, capital de mi región) y a estar sin la familia durante algunos periodos. Tras pasar un mes en la Escuela de Preparación Olímpica de Minsk, con trece años, vi que aquel tipo de vida me gustaba, por lo que pronto supe qué podía depararme la universidad.
A mi generación se le abrieron muchas puertas y posibilidades impensables para nuestros padres
Cuando mi abuelo murió, mi abuela vino a vivir con nosotros. Nos quedamos sin el huerto y la granja que nos permitían, durante la época en que se deshizo la Unión Soviética, tener alimentos que escaseaban entonces. La ruptura de la URSS provocó una crisis económica muy importante en las repúblicas ex soviéticas, dado que se perdió toda la infraestructura, las materias primas y la logística que desde Moscú interconectaban toda la producción especializada entre los países que habían sido miembros de la unión. Para sobrellevar esto, mis padres adquirieron un pequeño terreno en el que empezamos a cultivar; todos teníamos que ir a trabajar en él en el tiempo libre que nos permitían los estudios para tener comida y ganar algo de dinero. Más adelante, mi hermano se fue al servicio militar y yo me puse a limpiar campos quitando piedras o recogiendo fruta en verano. Buscaba trabajos esporádicos que ayudaran económicamente a mi familia mientras estudiaba. Pese a que no podía negarme a echar una mano a mis padres con la tierra, conforme iba creciendo me reafirmaba en que aquello no era lo mío: a mí me gustaba estudiar y aprender. La caída de la Unión Soviética abrió muchas puertas a mi generación; puertas que daban a lugares y a posibilidades impensables para nuestros padres.
Aumento de la demanda de trabajadores que hablaran español para comerciar con España y Latinoamérica al abrirse las repúblicas exsoviéticas al mundo
Al acabar el instituto me fui a estudiar Relaciones Económicas Internacionales en la Universidad de Minsk. Resulta que el idioma asignado fortuitamente en la escuela, el español, me ayudó en mis estudios universitarios, puesto que en Bielorrusia muy poca gente lo hablaba. La Universidad de Minsk era muy prestigiosa entonces y entraban a ella solo los alumnos aventajados o los hijos de grandes fortunas. En la facultad, donde por supuesto los idiomas eran imprescindibles, descubrí que la gente con conocimientos de español no abundaba, al contrario de quienes sabían inglés y, en menor medida, alemán y francés. Por tanto, el perfil de un hispanohablante estaba muy demandado, dado que, con la apertura de las antiguas repúblicas comunistas al mundo, se necesitaban trabajadores con conocimientos de español para las embajadas y el comercio con España y Latinoamérica. Recuerdo la dureza de los exámenes de español en la universidad. Yo siempre fui muy bueno con los números, pero los idiomas me costaban más y estuve a punto de abandonar; sin embargo, me dieron una segunda oportunidad, y, gracias a ello, ahora soy el único de mi curso que trabaja en España.
La primera vez que visité España fue acompañando a una veintena de niños afectados por el desastre de Chernóbil
Antes de terminar la universidad ya sabía que mi futuro no estaba ni en Minsk ni en Bielorrusia. Era 1996 y se cumplían diez años del desastre de Chernóbil. Comencé a colaborar con una de las fundaciones benéficas que organizaban expediciones a otros países para damnificados por la radioactividad causada por aquel fatal accidente y, meses después, me ofrecieron viajar a España para velar por un grupo de veinte niños víctimas del desastre nuclear, que serían acogidos por familias españolas. Aquella fue mi primera experiencia fuera de Bielorrusia, a excepción de mi excursión infantil al mar. De nuevo, además, se trató de un viaje en carretera, cruzando toda Europa en autocar durante tres días, durante el cual pude ver por primera vez una montaña, ya que en Bielorrusia hay mucha nieve, pero no montañas. Asimismo, hacíamos paradas para sobrellevar el agotamiento, ya que incluso dormíamos dentro del vehículo. Nunca olvidaré cuando visitamos Praga durante unas horas; o cuando descubrimos tiendas, escaparates y cosas que en la Unión Soviética eran imposibles, tales como los anuncios de marcas de productos o las luces para llamar la atención de los clientes. A medida que avanzábamos hacia el sur, también nos encontramos con temperaturas muy altas, que nunca habíamos experimentado antes. Fue toda una aventura, una experiencia realmente increíble. El destino era Jaén, donde los monitores nos alojamos con una familia, integrada por Ana y Cris y su hijo Álvaro, a la que hoy día considero mi segunda familia o familia «adoptiva» española, ya que han sido un sostén y un apoyo espiritual y cultural para mí en mi vida en España. Recuerdo que nos llevaron a Almuñécar: sería la segunda vez que vería el mar.
Participar en un intercambio de estudiantes supuso un verdadero choque cultural
De regreso a la Universidad de Minsk, unos años después, participé en un programa de intercambio con la UPC, la Universidad Politécnica de Catalunya, destinado a los mejores alumnos de español, gracias al cual pude pasar tres meses en Barcelona. Recuerdo la dificultad añadida de seguir la mayoría de las lecciones y estudiar el temario en catalán. Pero este intercambio supuso, sobre todo, un choque cultural. Escenas como contemplar a la gente fumando en las aulas o a los profesores sentarse informalmente en la mesa o llevar ropa de calle mostraban la «libertad europea», algo que suponía un elevado contraste con la sociedad a la que yo estaba acostumbrado. El viaje a Barcelona fue algo parecido a un Erasmus, un programa de intercambio llamado Tempus; en la Ciudad Condal recibíamos una beca para sufragar el alojamiento y los gastos básicos, y también para viajar y descubrir rincones de España, lo que además formaba parte de nuestro aprendizaje del idioma y la cultura. Todo lo que pude conocer entonces de España, desde la arquitectura hasta la forma de vivir, la comida o el clima, sencillamente me cautivó; pero sobre todo lo hizo Catalunya, que tiene todas las ventajas del resto de la Península, pero una mentalidad más parecida a la de las de los países del Este.
La constancia que mi padre me inculcó fue determinante para poder hacer posibles mis planes de vida, estudios y trabajo en Catalunya
No podía olvidarme de mi experiencia en Barcelona y, de vuelta a Minsk, casualidades de la vida, un profesor me ofreció un trabajo de temporada en el sector de la restauración en un hotel en La Molina (Girona). Allí trabajé durante el verano de los años 2000 y 2001, en una experiencia laboral que me permitió ahorrar e incluso comprarme mi primer ordenador, ya que el cambio de divisas multiplicaba el importe del salario respecto al coste de la vida en Bielorrusia. Al terminar la carrera, quise seguir formándome en Barcelona. La principal dificultad a la que me enfrentaba radicaba en conseguir el permiso de residencia, bien como estudiante, bien como empleado. En el 2003 pude cumplir mi objetivo al cursar el máster de Comercio Internacional y Finanzas en la UB. La carta de invitación de la Universidad de Barcelona me abrió las puertas al anhelado visado estudiantil. En aquella época empecé a compartir piso con otros estudiantes en Sabadell y recuerdo que, el día de mi cumpleaños, cuando atravesaba un momento de absoluta precariedad al no encontrar empleo, compré un billete de lotería que resultó agraciado con un importe modesto, pero que me resolvía el mes. Esa misma semana me llamaron de una empresa de logística portuaria que buscaban perfiles de rusoparlantes, ya que trabajaban fundamentalmente con países postsoviéticos. La entidad se comprometió a regularizar mi situación laboral, algo que logramos muchos meses después de estar trabajando en la compañía. Ello me demostró que el destino existe y que de todo lo malo se puede sacar algo bueno. Mi padre me inculcó la constancia y así, con esta determinación, hice frente a las múltiples ocasiones en las que tuve que insistir para conseguir el permiso de trabajo y residencia: un tesón que fue determinante para hacer posibles mis planes de vida, mis estudios y el desarrollo de mi profesión en Catalunya.
Conocí a mi mujer comprando mi primer móvil
El visado de estudiante me permitía viajar a Bielorrusia para disfrutar de un periodo de vacaciones. En uno de estos viajes, el destino hizo que conociera a mi mujer, Tatyana. Era la época en que todo el mundo empezaba a tener móviles y decidí comprarme uno. Entré en la tienda y allí fue donde la conocí. Aunque solo había pasado una semana desde que habíamos iniciado nuestra relación, le propuse a Tatyana que me acompañara a vivir a Catalunya, a donde yo debía regresar. Ella, ante la precipitación de mi propuesta, declinó en ese momento mi invitación. Yo volví a España, pero, transcurrido un tiempo, echándola de menos y ante la frustración de no obtener el permiso de trabajo tan rápido como quisiera, en mi siguiente periodo vacacional decidí volver a mi país con la idea de quedarme en él definitivamente para poder estar con ella; pero, de nuevo, cosas del destino, tres días después recibí noticias de mis compañeros, que me informaron de que, finalmente, se me había concedido el ansiado visado. Meses después, Tatyana decidió que se mudaba a España a vivir conmigo. Y ya llevamos quince años felizmente casados.
Cerramos el primer año de nuestra empresa multiplicando por tres las previsiones del mejor plan de negocio
En 2017, la empresa en la que estaba empleado desde hacía casi quince años hacía cierto tiempo que había decidido no trabajar tanto con países postsoviéticos y se había centrado en la logística nacional, cosa que provocó la fuga de las empresas de las antiguas repúblicas comunistas. Dado que yo había establecido una red de contactos con clientes y proveedores, me pareció una oportunidad única y decidí abandonar la estabilidad de mi puesto para empezar a trabajar por cuenta propia. Nunca me sentí un emprendedor y no conocía a nadie de mi alrededor que tuviera su propia empresa. Me asocié con un compañero de mi antigua compañía, Viktor Pidluzhnyy, con la idea de hacer lo mismo que ya habíamos hecho en el puerto, pero a nuestra manera. Realizamos diferentes planes de negocio, y aunque incluso en el mejor de todos salíamos perdiendo, nos lanzamos. Los clientes que habíamos conocido, y que ya no colaboraban con la empresa anterior, no se atrevieron a trasladar sus portes a una entidad que acababa de fundarse, así que, de pronto, nos dimos cuenta de que empezábamos desde cero. Nos pusimos a remar: hicimos publicidad, visitamos individualmente a cada cliente y, al cabo de unos meses, este sistema de trabajo, basado en la tenacidad y el esfuerzo, empezó a funcionar. Nos habíamos impuesto no tardar más de dos o tres horas en responder a correos o llamadas y eso fidelizó a nuestros primeros clientes: la rapidez, la eficacia y la atención individualizada. Siendo solo dos personas, sin más infraestructura que un teléfono y un ordenador, el trabajo consistía en hacer de intermediarios entre el proveedor y el cliente, y nos centramos en empresas de países de la antigua Unión Soviética. Cuando concluyó el primer año de vida de la compañía, habíamos multiplicado por tres las previsiones del mejor plan de negocio.
Durante la pandemia trabajamos con los servicios esenciales
Durante la pandemia pudimos seguir trabajando, puesto que abastecíamos a los servicios esenciales: hospitales, ambulancias, farmacias y tiendas de alimentación. Supuso, eso sí, un cambio de rutina y hábitos laborales, pero de hecho ello benefició a las pymes que, como la nuestra, carecen de una gran estructura o de elevados gastos fijos, lo que evitó que tuviéramos pérdidas. Simplemente, pasamos a montar nuestra oficina en casa. Estuvimos atentos a cada cambio de normativa, dado que el Gobierno iba adaptándose diariamente a las demandas de la sociedad. Y fuimos trabajando con ello, aprovechando, por ejemplo, que el tráfico internacional que ya estaba en tránsito tenía permiso para acabar su entrega en curso, pues carecía de sentido hacer volver un camión a mitad de camino o dejar al chófer esperando en la frontera hasta que pasara la alarma. Siempre buscábamos aquellos nichos que podíamos aprovechar.
No solo ponemos en contacto al importador, al exportador y al transportista, sino que también asesoramos a las empresas
Nuestra empresa ha ampliado su oferta debido a la actual situación geopolítica. El servicio que ofrecemos en la actualidad es poner en contacto al importador, al exportador y al transportista entre sí, haciendo llegar las mercancías españolas a países del Este: Ucrania, Uzbekistán, Polonia, Rusia, Kazajstán… y viceversa; aunque las restricciones por la guerra lo han complicado todo. No disponemos de camiones propios, sino que los contratamos de forma externa. Tenemos también subcontratados almacenes aduaneros, que permiten despachar importación y exportación, situados en El Prat de Llobregat. Consideramos que nuestra oferta es integral, pues no solo ofrecemos el transporte de un punto a otro, sino que asesoramos también a las empresas para hacer la exportación: papeles, permisos, maneras de trabajar, tipos de exportación e importación o facilitar el acceso al mercado de muestras y a los clientes, entre otros. Sobre todo, ayudamos a empresas pequeñas a empezar y a llevar a cabo su transporte en cantidades de volumen reducido. Nuestro transporte es casi todo por carretera, diría que en un 99%. El transporte multimodal, que pasa de camión a tren o por mar, es muy costoso para llegar a sitios que no se hallan muy lejos, por lo que únicamente resulta interesante para algunos de los países más lejanos con los que trabajamos, por ejemplo, Mongolia. Uno de nuestros objetivos, ya desde 2017, debido a inputs que recibimos de algunos clientes que pronosticaban que era un mercado en expansión, fue desarrollar el transporte farmacéutico, objetivo que hemos alcanzado, impulsados en parte por la coyuntura mundial de la pandemia y, ahora, por el conflicto en Ucrania, ya que es la única mercancía que se mueve hacia allí. Para ello tuvimos que obtener el certificado GDP (Good Distribution Practice), específico para la distribución de medicamentos para uso humano, que tiene que renovarse cada tres años. Desde 2018 hasta 2022, nuestra línea de farmacia ha crecido un 400%.
El conflicto en Ucrania no procede de la gente de la calle
En la actualidad somos cinco trabajadores en Posta Logistics, todos originarios de países que ahora están enfrentados: Ucrania, Bielorrusia, Rusia y Polonia. Nos parece increíble el conflicto entre nuestros pueblos, dado que todos ellos comparten una historia conjunta muy dura de combatir contra el fascismo. Desde la Rus de Kiev, la Rusia moscovita o la expansión zarista desde Ucrania, entre vecinos siempre ha habido roces, pero todos somos eslavos, tenemos el mismo origen. En nuestros países existen muchísimas parejas y familias mixtas, integradas por personas de diferentes nacionalidades. Es cierto que, después de la Revolución de Octubre, Rusia quiso imponer su visión del socialismo, así como su lengua, a todas las repúblicas, algunas de las cuales se anexionaron voluntariamente y otras, no; pero aun así no se vivía tanta tensión, la gente convivía con armonía, sin discriminación ni en el ámbito laboral ni en el estudiantil por su origen. En todo este conflicto bélico existe una gran influencia de los mensajes manipulados de los medios de comunicación. Cada Gobierno difunde la información de determinada manera a su pueblo, lo que puede generar un odio que antes no existía. Creo que la causa de este escenario de guerra reside en espurios intereses políticos, no es algo que provenga intrínsecamente de cada pueblo, pero ello ha creado una fractura grave entre países vecinos, y tardará años en curarse; al menos, una generación.
Sería bueno incluir en los planes de estudio escolares asignaturas sobre algunos oficios
La generación de conductores de camiones está envejeciendo, se hacen mayores, y este cambio generacional se va a notar porque derivará en una carencia de chóferes. En su momento, a España llegaron muchos conductores de la Europa del Este, porque aquí las condiciones eran mejores que en sus países de origen. En mi opinión, las nuevas generaciones crecen con unos valores que no impulsan la cultura del trabajo, sino la del éxito fácil, de manera que es necesario volver a inculcar este valor por el esfuerzo, por el trabajo. Además, sería bueno incluir en los planes de estudios escolares asignaturas sobre algunos oficios, sobre tareas que se puedan realizar con las manos.
El transporte será necesario siempre, incluso cuando la producción se halle cerca
El transporte, a nivel económico, supone un 10% del valor de la mercancía, pero es un 10% crucial, porque, sin él, ni las materias primas llegarían a la fábrica ni el producto final a la casa del consumidor. Así pues, el transporte será necesario siempre, incluso cuando la producción se halle cerca. Situaciones como la pandemia o la guerra de Ucrania evidencian que todas las previsiones de escenarios posibles que realizan las grandes corporaciones siempre pueden verse alteradas. Los cambios que hemos afrontado durante los últimos años han provocado un estado de incertidumbre generalizada. Nadie puede prever ahora qué va a ocurrir, no ya en otros países, tampoco en el propio. Durante un tiempo, la globalización ha sido el marco de un sistema económico que funcionaba, pero, hoy en día, ante posibles coyunturas adversas, resulta necesario contar con recursos cerca como previsión.
Con cinco meses, mi hijo Ivan eligió el nombre de Posta Logistics
Tatyana es alguien por quien dejaría mi vocación de seguir progresando y creciendo profesionalmente. Prefiero una familia con amor y respeto a una que solo atesore dinero o éxito. La familia es primordial para mí desde muy niño, algo que constato al recordar que ya en mi etapa escolar, en una encuesta facilitada por el colegio, fui el único de la clase que situó a la familia como la cuestión más importante de la vida. Quiero a la familia en la que nací, pero la que tengo con mi mujer, que es la que hemos construido nosotros, es mi pasión: sin ellos, no veo el futuro. Puedo decir que mi vida cambió cuando, esquiando en Andorra, me rompí el ligamiento cruzado y, estando todo el día haciendo reposo, me di cuenta de que era el momento de dejar de trabajar para otros y empezar a hacerlo para mí. Se dio la circunstancia de que fue el momento en que mi mujer se quedó embarazada y nació nuestro hijo, Ivan, que ahora cuenta con seis años. Pasar de ser una pareja a ser también padres es algo que no se puede explicar, hay emociones que solo se pueden sentir con un hijo. Precisamente, fue mi pequeño Ivan quien, con apenas cinco meses, cogiendo una de las tarjetas con las diferentes opciones que teníamos, eligió el nombre de la empresa. En mi opinión, una persona, un empresario, es su biografía: le define el camino que ha vivido hasta llegar hasta donde está ahora, no tanto la posición que ha alcanzado.