Sr. Martín
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sr. Dani Martín Rodríguez – Construccions Dani Martín

 

DANI MARTÍN RODRÍGUEZ

Almacelles (Lleida)

1982

Director general de Construccions Dani Martín

 

 

13-6-2022

 

Imaginación al poder: este profesional demostró su ingenio cuando, con apenas ocho años, detectó oportunidades e impulsó sus primeras iniciativas para obtener ingresos. Partiendo de la nada, edificó su trayectoria en la ilusión forjada desde la infancia de trabajar en la construcción. Aunque empezó colocando ladrillos, la inventiva le llevó a convertirse en proveedor de mano de obra cualificada para el sector. Hoy su principal empresa es una referencia en Lleida en el ámbito de la autopromoción.

 

 

Criado en un entorno de sacrificio y esfuerzo encarnado en mis padres, Honorio y María Jesús

Soy el benjamín de cuatro hermanos que nos criamos en Almacelles (Lleida), en un entorno de sacrificio y esfuerzo personificado por nuestros padres, Honorio y María Jesús, quienes contrajeron matrimonio siendo muy jóvenes y, sin estudios, edificaron la economía familiar sobre un bar que fundaron en esa localidad. Era un negocio durísimo, al que dedicaban una atención prácticamente continua, pues solo cerraban dos horas en toda la jornada, aprovechando que el establecimiento se hallaba frente a una discoteca que propiciaba la actividad nocturna. Aquello constituía para nosotros un ejemplo de humildad, y estoy convencido de que forjó en mí el carácter luchador que me caracteriza. Mi primer recuerdo de infancia está vinculado a un regalo de Reyes que ilustra, en cierto modo, las estrecheces familiares pero, al mismo tiempo, el espíritu que tal vez quisieron imprimirme mis progenitores. Tras haber visto, con seis años, a un niño con un todoterreno infantil propulsado con una batería, en la carta a los Magos expresé mi deseo de conseguir uno. El 6 de enero, sin embargo, me encontré con un tractor que se accionaba a pedales. La experiencia quedó grabada en mi memoria, pero hoy contemplo aquel capítulo como una anécdota que, en el fondo, me ayudó a comprender mejor lo mucho que cuesta hacer realidad las ilusiones.

 

De la abuela Felisa aprendí a priorizar las obligaciones sin renunciar a disfrutar del tiempo libre

Mi padre era de origen onubense, por lo que mi vínculo con los abuelos paternos fue escaso, dado que continuaron viviendo en Huelva. En cambio, con mi abuela materna, Felisa, mantuve una relación muy estrecha, pues ella se hacía cargo de mí en muchas de las ocasiones en las que mis padres estaban ocupados atendiendo el negocio familiar. Posiblemente fue la persona más influyente en mi crecimiento, ya que era una mujer con mucho criterio, que daba prioridad a las obligaciones sin que aquello supusiera sacrificar la diversión. Es un aspecto que también me define, porque, aunque me entrego en el trabajo, disfruto mucho de compartir tiempo con los amigos y de las actividades de ocio.

Al igual que mis padres, por mi condición de benjamín (distanciándome hasta en nueve años de Honorio, el primogénito, de ocho con Quico y de cuatro con Maria Jesus), debo reconocer que me brindaba una atención especial, siendo el mimado de la familia. Prueba de ello es que, mientras a mis hermanos les reclamaban que prestaran ayuda en el bar, a mí nunca me exigieron ese apoyo, lo cual no evitaba que, por propia voluntad, me prestara a colaborar en lo posible en el servicio de bebidas. Hasta hace poco aún compartía muchos momentos con mi abuela Felisa, de echo acudía semanalmente a comer con ella. El año pasado falleció y, aunque siempre la voy a echar de menos, el recuerdo de todo lo compartido me permite seguir teniéndola presente.

 

A los ocho años creé mi primera «empresa»

Ninguno de los hermanos cursamos estudios más allá de los primarios. Honorio y Quico se emplearon muy pronto a la construcción, cosa que les permitía ganarse muy bien la vida, y mi hermana Maria Jesus montó una pequeña empresa de confección, lo que hacía que tuviera también sus primeros ingresos. Esa circunstancia no pasó desapercibida a mis jóvenes ojos, pues con ocho años veía que mis hermanos cobraban cien mil pesetas al mes, una respetable cifra. Mis antiguas profesoras me recuerdan que, a esa edad, yo manifestaba mi deseo de convertirme en albañil. Y no solo sacan a colación esa anécdota, sino que demuestran su admiración ante el negocio que he sido capaz de edificar. No obstante, mi primera «empresa» no tuvo vinculación con la construcción, pero sí con la faceta comercial, que de algún modo es la que desarrollo principalmente en mi compañía en la actualidad. Reuní una serie de muñecas con las que mi hermana María Jesús ―con quien compartía una relación muy especial― ya no jugaba, así como otros juguetes propios. Los reparé, limpié y adecenté y monté un tenderete frente a nuestra casa con un tablón y un par de caballetes para venderlos a precio asequible. El éxito fue notable y me animó a barajar nuevos negocios. El siguiente fue la comercialización de gusanos de seda, que vendía en cajas con sus correspondientes hojas de morera que yo mismo me encargaba de recoger. También me presté a preparar bolsas de chucherías que vendía en el patio, al que les aplicaba un pequeño recargo por las labores efectuadas que, en el fondo, me divertían. De esa época, en la cual compartí habitación con mi hermana hasta los catorce años, recuerdo lo unido que estaba con ella. Nos llevamos cuatro años y a mí me encantaba ir siempre con ella, y fueron muchas las noches que nos quedábamos despiertos hablando hasta tarde. En la actualidad, estoy orgulloso de decir que ella es mi fan número uno.

 

Contribuía a la economía familiar organizando torneos de futbolín en el bar

El carácter emprendedor me llevó, a los catorce años, a dar un salto cualitativo. En la parte superior del bar disponíamos de una sala diáfana en la que se me ocurrió instalar una sala de juegos. Tras obtener la autorización paterna, compré un futbolín y empecé a organizar campeonatos. Mi progenitor, al percatarse de mi carácter avispado e inquieto, accedió a la actividad a cambio de abonarle el cuarenta por ciento de la recaudación. Me gustaba contribuir de este modo a la economía familiar, que se beneficiaba, asimismo, de las consumiciones derivadas de los torneos. Como, también, les ayudaba a cerrar la caja, ya que siempre me han atraído la contabilidad y los números. Todo aquello me permitía amasar unos ahorros, porque mi estilo de vida era muy austero, a diferencia de mis hermanos, que no prestaban tanto control a su presupuesto. Eso propiciaba que, a final de mes, acusaran problemas de liquidez y que yo acudiera a ellos brindándoles financiación. A esta «actividad bancaria» se le sumó, además, mi condición de peluquero, en especial en una época en la que raparse al cero se había convertido en tendencia. En los salones profesionales cobraban mil pesetas por ese servicio y yo, tras haber conseguido en Andorra una rasuradora eléctrica, me ofrecía a amigos y conocidos a hacérselo solamente por quinientas.

 

Con la cartera de contactos, instauré una empresa proveedora de profesionales homologados

Empecé a trabajar como albañil a los dieciséis años, tras haber completado la educación primaria de manera holgada, con un notable de nota media pese a que no me gustaba estudiar. Mi primer jefe se reveló como una persona fundamental en mi trayectoria profesional, pues exhibía una gran capacidad a la hora de organizar los equipos. Fue una etapa de la que guardo gratos recuerdos, porque me hallaba en plena adolescencia, conseguía buenos ingresos, me pude permitir comprar una moto y me familiaricé profundamente con el entorno de la construcción. Pese al aprendizaje, en esos tres años solo alcancé la categoría de oficial de segunda. Yo era el nen, porque era el más joven, y tanto el jefe como los compañeros me tenían un cariño especial. Pero, tras asumir la dirección su hijo, la actividad decayó y decidí buscar alternativas. Durante un par de años trabajé para Edimodul, donde mi inquietud me llevaba a asumir tareas de encargado, interpretando planos y efectuando el marcaje de las obras: colocar ladrillos empezaba a revelárseme como una labor menor. En 2005 entró en vigor una normativa según la cual las obras en las que hubiera instalada una grúa debían contar con un operario homologado. Decidí realizar el curso para obtener el carnet, algo que no solo me proporcionó el título sino también múltiples contactos entre los profesionales que realizamos la formación. Con esa cartera de contactos, con veinticuatro años, se me ocurrió impulsar una empresa de servicios para proveer de profesionales homologados a las compañías constructoras.

 

Siempre instalo mi identidad corporativa en las actuaciones en las que participo

También fue buena idea pensar que, si podía proporcionar profesionales homologados para el manejo de grúas, podía hacer lo propio con albañiles. Contaba con un perfecto y estructurado directorio de empleados y empecé a brindar ese servicio a las empresas, logrando una facturación nada desdeñable. Había empezado a facilitar operarios de grúa con carnet en calidad de autónomo, pero solo pude hacer una factura como tal, pues a la semana ya superaba los seis empleados y, con una decena de profesionales a mi cargo, tuve que fundar la sociedad limitada Construccions Dani Martín. Previamente, ya había impulsado otro negocio vinculado a la construcción. Con los ahorros amasados, a los dieciocho años había comprado pisos sobre plano, que posteriormente vendía antes de proceder a la escritura, aprovechando que los precios en el sector inmobiliario crecían rápidamente. Compré cuatro viviendas, dos de las cuales las conservé y actualmente las tengo alquiladas. Otra iniciativa en este sector que se reveló acertada fue la compra de máquinas de enyesar, pues no todos los profesionales disponen de ellas, y eso me permitió brindar tal servicio incluso a albañiles de mi competencia, hecho que me dejaba fijar mi cartel en su propia obra.  Siempre he prestado atención a la generación de marca, instalando mi identidad corporativa en las actuaciones en las que participo, lo cual me proporciona una notoriedad que acaba revirtiendo en la contratación de nuevos servicios.

 

Durante la crisis del 2008, mientras mis competidores caían, yo lograba remontar

Cuando la crisis sacudió al sector de la construcción, acusé un duro golpe, pues me enfrenté a un enorme volumen de impagados que se solapaba con la suspensión de la actividad. Trabajaba para empresas constructoras, tras las que había promotores, algunos de los cuales habían satisfecho sus compromisos con las primeras, pero otros, no. Ante esta situación, evité rendirme y decidí aliarme con promotores y bancos, llegando a acuerdos para finalizar las obras que habían quedado sin completar. Mientras mis competidores caían, yo conseguí remontar. La mayoría de las empresas del sector estaban cerrando y yo asumía cualquier encargo, lo cual me permitió crecer en plena crisis. Y no solo eso: aproveché para reclutar a los mejores albañiles disponibles de constructoras que habían quebrado. En este proceso tengo que agradecer el apoyo hallado en proveedores como Berges, quienes, pese a la deuda contraída con ellos, porque eran quienes principalmente me proporcionaban yeso y mortero, se avinieron a continuar sirviéndome. Esa ha sido razón suficiente como para que, en la actualidad, siga acudiendo a ellos para proveerme de material aunque pueda haber alternativas más económicas. Algo similar me ocurre con la Caixa, que aunque me brinda una financiación más cara que otras opciones del mercado, es la entidad con la que más trabajo después del respaldo encontrado durante esa etapa, en la que, a través de Josep Durano, padre de un buen amigo mío, accedí a una póliza de treinta mil euros en un momento en el que el resto de bancos me cerraron el grifo del crédito.

 

Aunque era empresario, ejercía como albañil

Pese a todo, no resultó un episodio fácil, pues fueron muchos meses de esfuerzo y negociaciones para salir de aquel atolladero y en el que, incluso, llegué a sufrir el corte de suministro de electricidad en mi piso. Experimenté semanas angustiosas, en las que sobrevivía como podía, recurriendo en ocasiones a una barra de pan y unas latas de sardinas. En ese momento me di cuenta de que una solución a la situación pasaba por trabajar con las grandes empresas que prestaban servicios a la Administración. Si bien los proyectos privados habían asistido a una debacle, el Gobierno había inyectado liquidez para construir colegios, institutos, pabellones, centros de asistencia primaria y otros proyectos públicos que licitaba a grandes empresas. Las pequeñas podíamos acceder a trabajar para estas de manera subcontratada, pero teníamos que certificar que estábamos al corriente de los compromisos con la Seguridad Social o la Agencia Tributaria. En esta ocasión, mi padre acudió al rescate y fui capaz de satisfacer la deuda que arrastraba con Hacienda. De este modo, pude entrar a trabajar con Sorigué, en un centro de día que estaba construyendo en Lleida. En ese momento, aunque era empresario, ejercía igualmente como albañil.

 

Soy muy escrupuloso y busco la satisfacción plena de nuestros clientes

La posibilidad de trabajar para Sorigué supuso un espaldarazo para mi empresa. Cuando supieron que disponía de una larga nómina de albañiles y les podía proporcionar los que quisieran, inicié un nuevo despegue. Tenía gran capacidad para reclutar operarios, que, además, casi me doblaban la edad. Negociaba los precios con ellos, pese a ignorar los que regían en el sector. Aun así, poco a poco fui aprendiendo y hallando puntos intermedios de acuerdo en los que todos salíamos ganando: albañiles, Sorigué y yo mismo. Empecé a trabajar para Sorigué en 2010 y, desde entonces, la empresa ha experimentado un crecimiento constante en cuanto a personal, a razón de diez trabajadores por año. Ahora disponemos de una plantilla de ciento veinte profesionales, donde cuento con cuatro arquitectos técnicos ―entre ellos, David Vall-Llaura, una pieza fundamental en mi organigrama―, tres secretarias, cuatro contables, el jefe de personal ―Claudio, un profesional capaz de planificar, organizar y distribuir con agilidad a los operarios en función de las distintas necesidades―, tres encargados de obra y un sinfín de albañiles con distintas especialidades: en tabiques, alicatados, yeso, cara vista… Claudio conoce perfectamente mis preferencias y sabe derivar el personal adecuado para atender debidamente cada uno de los encargos que recibimos. Él sabe que soy muy escrupuloso y que busco la satisfacción plena de nuestros clientes. Dispongo, pues, de un buen equipo, pero, hasta hace ocho años, la administración la asumía yo, confeccionando presupuestos, partes del personal, coordinación, etc. En cuanto a equipamiento, contamos con una flota de veintidós furgonetas de cinco plazas, dos camiones grandes pluma y otros dos de menor envergadura.

 

Nuestra empresa, líder de autopromociones de chalets en la zona de Lleida

Mis funciones básicas son las de tipo comercial. De hecho, en todos nuestros vehículos aparece rotulado mi número de teléfono móvil, al igual que en la web también figura ese contacto. Me gusta tratar con los clientes y quiero que cualquier proyecto pase por mí. Respondo, tarde o temprano, a todas las llamadas, y también me intereso por la manera a través de la cual nos han conocido. En buena medida acuden a nosotros por la visibilidad adquirida a través de los carteles que instalamos en las obras en las que intervenimos, pero otra fuente de proyectos hallan su origen en actuaciones en naves industriales, tras las cuales los propios empresarios, que gozan de cierto nivel adquisitivo, recurren a Dani Martín cuando desean que les construyamos un chalet; un tipo de vivienda que resulta muy común en Lleida, donde proliferan las parcelas en torno a los seiscientos metros, aptos para levantar una torre de esas características. Modestia aparte, nuestra empresa es la líder en este tipo de autopromociones en la zona, proporcionando incluso soluciones de financiación. Solemos acometer en torno a quince proyectos en paralelo de estas características, realizando en torno a unas siete entregas al año. Además de viviendas, también construimos colegios u hospitales, aunque no estamos homologados para licitar para obra pública y lo realizamos como empresa subcontratada. No es nuestro propósito competir con la principal compañía que recaba nuestros servicios. Tampoco llevamos a cabo rehabilitaciones, una actividad que no me atrae; entre otras razones, porque en ella interviene en exceso el factor precio.

 

Sello de calidad en el uso de personal propio y en el contacto personal con los clientes

Compatibilizamos la construcción de obra nueva con las labores de subcontratación, pudiendo asumir encargos parciales o completos. Aprovechamos un nicho medio que no pueden cubrir las empresas pequeñas y que a las grandes corporaciones no les resulta interesante acometer de manera directa; proyectos de cierta envergadura, que tenemos capacidad para realizar de manera óptima. La obra que no se ve, podemos subcontratarla, pero lo que corresponde a acabados, enlosados, fachadas de piedra, rebozados… todo lo que queda a la vista lo asumimos con personal propio. Las empresas valoran de manera especial la aportación de nuestro equipo humano directo, pues saben que es garantía de calidad. Como también creo que los clientes acaban poniendo en valor mi personal forma de trabajar, rehuyendo la comunicación por mail e invitándoles a mantener conversaciones telefónicas o presenciales para un proyecto tan importante como puede ser edificar la casa de sus sueños. Aun así, a quienes me contactan por correo electrónico siempre les respondo que, si me llaman, gustosamente les atenderé y les explicaré cómo podemos satisfacerles. Otra de mis facetas profesionales reside en la de promotor, aunque de manera parcial, con sendos proyectos en Lleida, en los que ostento un quince y un veinte por ciento de participación.

 

Dudo que haya una nueva burbuja inmobiliaria

En mi opinión, se está construyendo en respuesta a la demanda existente, así que pongo en duda que podamos asomarnos a una nueva burbuja inmobiliaria. Las viviendas vacías fruto de la anterior crisis habrá que acabar derribándolas, pues su falta de uso les ha causado tal deterioro que no compensaría su rehabilitación. No obstante, en las ciudades no queda ni un solo piso vacío, a lo sumo esqueletos, obras inacabadas. Precisamente hace menos de un año fundé una sociedad de alquiler de viviendas, Humar (acrónimo de mis hijos, Hugo y Martina), a través de la cual adquiero pisos con esa finalidad. Y puedo asegurar que se producen colas para arrendar esas viviendas.

 

La mejor manera de tener involucrado al personal es convirtiéndole en socio

También tengo otra empresa, Lleidauto, si bien en este caso solo intervengo a nivel capitalista. Tengo como socio en ella a un amigo que había demostrado una gran habilidad en la compraventa a través de internet y sugirió montar un negocio específico centrado en los coches. La idea me pareció brillante. Él es quien asume por completo la gestión del negocio, beneficiado por la falta de suministros de chips en la industria automovilística, un hecho que provoca la escasez de vehículos nuevos y que los consumidores acudan a la opción de la segunda mano. Mi participación en esta entidad es solo económica, cediéndole a mi amigo el cincuenta por ciento de la compañía. Estoy convencido de que la mejor manera de tener involucrado al personal es convirtiéndole en socio.  De ahí que en mi empresa principal también haga partícipes de los beneficios a los empleados clave, a fin de conseguir un mayor compromiso por su parte en el crecimiento de la compañía.

 

La montaña, cocinar y el fútbol constituyen mis grandes vías de escape

Ni que decir tiene que toda esta actividad comporta un ritmo frenético, pese a contar con personal competente que me descarga de muchas responsabilidades. Pero de vez en cuando procuro desconectar, para lo cual dispongo de una caravana que tengo instalada en Barruera, en la Vall de Boí. En ocasiones, acuesto a mis dos hijos, Hugo y Martina, de siete y tres años, y me traslado a ese paraíso privilegiado, donde disfruto de dormir al lado del río, a mil cien metros de altura. Por la mañana, me levanto a las seis para hacer alguna ruta por el entorno, pues me encanta la montaña, que supone una de mis grandes vías de escape desde que, hace ocho años, descubrí el encanto de la naturaleza. El Aüt, de más de dos mil quinientos metros de altitud, es una de mis cumbres preferidas, pero también he disfrutado ascendiendo al Montardo o a los collados de Vascos o de la Gelada. La cocina es otra de las actividades que me relaja, y preparar platos para los amigos durante los fines de semana constituye una de mis principales aficiones. Otra de mis pasiones reside en el fútbol, deporte que alimenté en el bar familiar, que popularmente se conocía como el Mini Estadi y que albergaba la sede de la Penya Barcelonista d’Almacelles. Uno de los pocos caprichos que me he permitido es reservar dos asientos en el Camp Nou, adonde acudo siempre que puedo con mi hijo Hugo. Y aunque me gusta compartir el tiempo con los amigos, hasta el punto de que nunca almuerzo solo porque necesito relacionarme permanentemente con gente, el fútbol me cautiva tanto que los partidos de mi club favorito, el Barça, son una prioridad. Como también disfruto mucho acompañando a mi hijo en los partidos y torneos en que participa.

 

Mi esposa, Cristina, me conoce tan bien que es la única que sabe de dónde saco la vitalidad

En esta trayectoria empresarial he contado con el respaldo de Cristina, a quien conocí en 2010, justo cuando la empresa empezaba a remontar. Creo que la cautivé por mi vitalidad, y me conoce tan bien que es la única que sabe de dónde la saco. Siempre digo que no hay castillo sin reina, y creo que esta expresión define lo que siento por ella. Contrajimos matrimonio en 2015 y juntos hemos asistido a la llegada de Hugo y Martina, que me gustaría que pudieran dar continuidad a este proyecto empresarial que, día a día y con mucho cariño, construyo pensando en ellos. Por supuesto, nunca se me ocurrirá imponerles la actividad a la que deben dedicarse profesionalmente. Deseo que elijan libremente la que más felicidad les tiene que aportar. Pero siempre tendrán a su disposición la posibilidad de seguir levantando este edificio que goza de unos buenos cimientos y dispone de una gran capacidad para continuar creciendo, gracias al mismo sacrificio y esfuerzo que mis padres, con su admirable ejemplo, me inculcaron.