Volumen 14. Biografías relevantes de nuestros empresarios 2023 – Tomo 3

Sr. Marc Costa Ribas – Construcciones BIM 21 y BIMCOMPACT

Barcelona

1980

Director general de Construcciones BIM 21, S.L. y BIMCOMPACT S.L.

 

12-5-2023

 

Tomó la decisión de convertirse en empresario al pasar ante él el tren de la oportunidad; y, en apenas seis años, ha conseguido multiplicar por diez su cifra de negocio. La clave ha residido en introducir la industrialización de la obra en el sector de la construcción, un concepto que gana enteros tanto en el sector privado como en el público, y que adquirirá mayor protagonismo en el futuro. Al recorte en plazos de ejecución le suma una mayor eficiencia energética y, lo más importante: evita los indeseados sobrecostes finales.

Con ocho años, usaba en solitario el metro de Barcelona para ir al colegio

Soy el primogénito de dos hermanos de un matrimonio que vivía en el barrio del Poble-sec. Pese a que durante seis años, hasta la llegada de mi hermana Joana, fui hijo único, eso no significó que mis padres, Robert y Esther, me sometieran a un estricto control. Todo lo contrario: mi primer recuerdo de infancia me traslada al metro de Barcelona, que usaba en solitario para acudir al colegio. En la actualidad, resultaría inaudito que unos progenitores permitieran a un niño de ocho años viajar solo en el suburbano, con los riesgos que acechan en la ciudad, pero, por aquel entonces, se antojaba una práctica más o menos común; y a mí me encantaba disfrutar de esa autonomía, que me hacía sentirme mayor y que, creo, me ayudó a espabilarme. Por las tardes siempre venían a buscarme mis abuelos paternos, Joan y Esperança, con quienes mantenía una excelente relación. Con la abuela Catalina tenía menos relación, y al abuelo Agustí no lo llegué a conocer. Joan presentaba un carácter muy divertido y transmitía gran entusiasmo. Lo pasaba en grande con él y con su esposa, que había sido profesora de escuela, lo que propiciaba una fácil conexión. Igualmente, establecí una particular conexión con la profesora Margarita, una docente de quinto de EGB que detectó un potencial oculto en mí, que hoy identificarían como inteligencia emocional. Ella marcó mi vida de manera determinante, pues vaticinó que podía labrarme una provechosa carrera y me animó a potenciar esa virtud. A lo largo de mi trayectoria he tenido ocasión de corroborar su diagnóstico, ya que me vuelco emocionalmente en cuanto hago. Su intervención resultó decisiva, al insuflarme confianza para afrontar los retos con los que me tendría que enfrentar en el futuro.

Una adolescencia marcada por la sensación de libertad e independencia de vivir en Santa Coloma de Queralt

No tengo constancia de que en mi árbol genealógico hubiera empresarios. A lo sumo, podría encuadrar como tal a mi madre, por su condición de autónoma. Ella se reveló como una muy buena quiromasajista, que ejercía en casa. Por su parte, mi padre invirtió prácticamente toda su vida laboral en Nestlé, respondiendo al perfil típico de empleado de la época, con un empleo estable donde poder jubilarse. En la compañía fue evolucionando hasta convertirse en experto en logística. Tanto uno y otro habían iniciado su andadura universitaria, pero abandonaron sus carreras para incorporarse al mercado laboral. Ambos habían nacido en Barcelona, después de que sus respectivas familias hubieran emigrado de puntos tan distantes como el Empordà y Santa Coloma de Queralt. Antes de trasladarse a la capital, el abuelo Joan había regentado una fonda en Santa Coloma, un pueblo en el que disfruté de mis primeros veranos de infancia y al que mi padre decidió que nos trasladáramos cuando yo ya cursaba sexto de Básica. Convino que ahí disfrutaríamos de mejor calidad de vida y que el tiempo de desplazamiento desde esa localidad de la Conca de Barberà hasta la planta de Nestlé resultaba equiparable al que dedicaría si continuábamos residiendo en la barcelonesa calle Concòrdia. De este modo, mi adolescencia transcurrió en Santa Coloma, una experiencia a la que no renunciaría pese a lo que significaba cargar con el sambenito del «chico de Barcelona», por mucho que, en general, se me asociaba a can Costa, el hogar de mis abuelos. Aquella sensación de libertad no tenía precio, pues podía ir al bosque con los amigos, salir a cazar renacuajos o desplazarme en bicicleta a los pueblos de alrededor sin tener que informar a mis padres de mi paradero. Creo que ese estilo de vida, tan independiente, también me forjó un talante proclive a trazar mi propio camino y a hallar soluciones por mí mismo.

Desde muy joven busqué fórmulas para ganarme la vida

Más allá de propiciar un marco para que aprendiera a desenvolverme en solitario lo cual entronca con esa faceta tan propia del empresario en la que, en ocasiones, experimentas una profunda sensación de soledad que, si eres capaz de manejar, no tiene por qué ser necesariamente negativa, mis padres también supieron transmitirme sólidos valores, entre los cuales destacaría el del esfuerzo y el sacrificio. Resulta curioso que mi hermana, Joana, una de las personas más magníficas que he conocido, educada bajo el mismo techo y por los mismos progenitores, afronte la vida con otro talante, sin destinar tanto tiempo a la faceta laboral como yo, que en ese aspecto me asemejo más a mis padres. Robert y Esther siempre hicieron gala de una gran dedicación al trabajo y eso favoreció que, desde muy joven, buscara fórmulas para ganarme la vida: primero durante los veranos y, más adelante, compatibilizando determinadas tareas con los estudios. Así, mi primera ocupación me sorprendió cortando el césped de los jardines de una gran fábrica en la que, más tarde, ejercería de peón. Otra de las funciones que asumiría en esa misma empresa sería la instalación de espuma de poliuretano en granjas porcinas, una labor ardua e, incluso, peligrosa, pues al entorno inmundo se le añadían los mordiscos que, esporádicamente, me habían propinado los cerdos.

Es importante saber delegar, hasta por el bien de uno mismo

En parte por este legado paterno, siempre he tenido un alto sentido de la responsabilidad a nivel laboral; puedo decir que incluso en exceso. Con el tiempo, me he dado cuenta de que es importante saber delegar, hasta por el bien de uno mismo. Porque puedes ser hombre orquesta en un momento puntual, pero no mantener ese carácter durante un tiempo prolongado, entre otras razones porque tu salud se puede resentir y porque nadie es capaz de hacerlo absolutamente todo bien. Aunque me sigue costando derivar determinadas faenas, en la medida de lo posible intento distribuirlas entre el equipo y, sobre todo, ser didáctico y practicar la pedagogía, enseñando a mis colaboradores a realizar las tareas para poder depositar la confianza en ellos.

Estudiar la carrera mientras hacía de vendedor inmobiliario me permitió adquirir aptitudes comerciales, que resultan muy útiles para la mayoría de profesiones

Cuando empecé a compatibilizar estudios y trabajo, el escenario se endureció, pues a ello se le sumaba mi deseo de aprovechar la juventud y trasnochar durante los fines de semana con los amigos. Ahora me resultaría imposible mantener ese ritmo de vida, en el que en ocasiones acudía a trabajar a las siete de la mañana tras la juerga nocturna. Tampoco olvido lo que suponía, en verano, acudir a las granjas porcinas a mediodía y trabajar a 35 ºC o más. Pero me esforzaba al máximo porque aquellas ocupaciones me proporcionaban unos ahorros y el señuelo del fin de semana resultaba lo suficiente atractivo como para resistir de lunes a viernes. A los diecinueve años me matriculé en la UPC para estudiar Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos. Si bien durante el primer curso me dediqué exclusivamente a la carrera, en segundo reanudé mis quehaceres laborales; en esta ocasión, como vendedor inmobiliario. Esa faceta no quedaba sujeta a horarios estrictos y me permitió amasar unos respetables ahorros, pues era una época, 1999, en la que ese sector registraba una animada actividad. Al mismo tiempo, adquirí aptitudes comerciales, que resultan muy útiles para la mayoría de profesiones. Igualmente, me di cuenta de que personas sin estudios eran capaces de ganarse muy bien la vida a través de ese cometido. Tras los cuatro primeros años en la facultad, rematé la carrera en Estados Unidos en 2004. Esa experiencia resultó enriquecedora a nivel académico, por el carácter práctico del curso, pero al mismo tiempo bastante dura, tanto por el alto coste económico de la vida en Nueva York como por las dificultades idiomáticas, que me permitieron constatar que, en nuestro país, acusamos un grave déficit en lo que a enseñanza del inglés se refiere. Realizar el último curso en Norteamérica me permitía ver homologado mi título a escala internacional, acorde con el Proceso de Bolonia, a través de la Canterbury Christ Church University, algo que me resultaría de gran utilidad años más tarde para trabajar en Alemania.

Nunca verás a un universitario que desembarque en una empresa sabiendo realizar su trabajo

Debo subrayar que la formación adquirida en la Universidad no tenía nada que ver con las necesidades que descubrí en el entorno empresarial. Aun así, considero interesante conocer ambos entornos: uno más teórico y el otro, más práctico. Creo que esa virtud diagnosticada por la profesora Margarita me permitió entrelazar ambas perspectivas y extraer provecho de mi etapa universitaria para aplicarla en la faceta laboral. En cualquier caso, considero que el último año de carrera debería realizarse casi íntegramente en una compañía, sin percibir salario alguno (salvo que el empresario, libremente, decida remunerar a los alumnos). De este modo, se favorecería la opción de que el mercado laboral se nutriera de personal adecuado, pudiendo incorporar a su seno a aquellos estudiantes que han exhibido potencial. Pero no existe conexión entre el mundo universitario y el empresarial. Nunca he recibido una sola llamada de un centro universitario para explorar vías de colaboración en ese sentido, lo cual nos resolvería muchos problemas, dado que, normalmente, cuando un recién titulado llega a una empresa, precisa de un año para saber desarrollar su cometido; doce meses en los que le estás pagando por una formación adicional, no importa lo buen candidato que sea. Nunca verás a un universitario que desembarque en una empresa sabiendo realizar su trabajo.

Nos enfrentamos a un problema de carácter social, pues sin título universitario parece que no eres nadie

El problema para dar con personal adecuado se agrava si de lo que se trata es de encontrar técnicos. En este país hemos incurrido en el grave error de potenciar carreras universitarias y no prestar atención a la Formación Profesional, una circunstancia que ahora se está intentando corregir, siguiendo el ejemplo de Alemania, donde casi el 70% del personal productivo procede de FP… y se gana tanto o mejor la vida que los titulados universitarios. En la industria es necesaria la participación de ambos perfiles y que exista un buen acoplamiento entre los profesionales que dirigen y los que ejecutan. Pero en ocasiones los ingenieros nos vemos obligados a asumir la labor ejecutora, al acusar carencias de personal especializado. Adolecemos, por otro lado, de la figura del aprendiz: ese joven que, antaño, se iniciaba en un oficio percibiendo un sueldo que distaba mucho del oficial pero que tenía unos interesantes incentivos para aprender, como eran los de adquirir un alto conocimiento profesional y aspirar a un salario interesante. Nos enfrentamos a un problema que presenta un carácter social, pues sin título universitario parece que no eres nadie. Durante un tiempo nos inculcaron que teníamos que estudiar una carrera, cuando la profesión de carpintero, de herrero o de soldador es tan digna y gratificante como la de alguien que se ha formado en una facultad. A fin de cuentas, nos necesitamos mutuamente para resolver los desafíos que reclama el mercado laboral. Puedo decir con orgullo que un estudiante de FP que realizó prácticas en nuestra compañía no solo acabó incorporándose a la misma sino que, en la actualidad, es el jefe de Producción. Supe detectar su talento y puse todos los medios posibles para aprovecharlo y sumarlo a nuestra organización.

La industrialización de las obras evita los sobrecostes a los que nos hemos acostumbrado en España

Una vez finalizada la carrera universitaria, entré a formar parte de una empresa orientada al desarrollo de sistemas de encofrados para Obra Civil, lo que me llevó a participar, en primer lugar, en unas estructuras en la Anoia y, posteriormente, en uno de los túneles más populares de nuestro país: el de Vielha. Ahí empecé a mantener relación con el auténtico entorno laboral y pude constatar que el personal que trabaja en la obra suele ser gente con una admirable capacidad para soportar un trabajo muy arduo. Tras ese proyecto, acometería otro desafío interesante, como son los túneles del Eix Transversal, previo a mi traslado a Andorra, en 2007, después de que la compañía me ofreciera asumir la delegación de la misma en el Principado. En tres años trabajando había aprendido más que en la facultad y había adquirido una gran experiencia en el mundo de los encofrados, que son esos moldes a los que se recurre para dar formar al hormigón, el cual, tras fraguar, tiene que sustentar los puentes y túneles, por lo que reclaman un cálculo fiable para garantizar una absoluta seguridad. En Andorra permanecí hasta 2015, desarrollando una ingente obra civil. Cuando todas las infraestructuras estuvieron completadas, acepté la oferta de una empresa del Principado que se dedicaba a la industrialización de las obras, un concepto bastante arraigado en Europa en el que una misma empresa diseña el proyecto y lo ejecuta. En España, en cambio, hemos estado acostumbrados a segregar ambas actividades, una circunstancia que a menudo implica sobrecostes indeseados por culpa de una mala interpretación del proyecto por parte de la compañía ejecutora, que tal vez alegue defectos en él y repercuta por este motivo gastos adicionales. Al industrializar las obras, ese problema se evita, pues la firma que asume la construcción no puede aducir fallos en la propuesta porque es ella misma quien la ha preparado.

Construimos seis colegios en menos de un año gracias a la industrialización

Aquella empresa andorrana había ganado un concurso para construir seis colegios en Alemania y me pusieron al frente de ese ambicioso proyecto, que contemplaba media docena de edificios de quinientos metros cuadrados y que ascendía a siete millones de euros. La obra había que levantarla en Bochum, cerca de Dortmund, lo cual no me impidió continuar residiendo en Andorra. Pero, eso sí, me obligó a viajar con frecuencia a territorio germano para realizar el correspondiente seguimiento del proyecto. Al principio tuve que enfrentarme a serias dificultades, ya que resultaba imposible entenderse en inglés con el equipo de trabajo, unos alemanes reticentes a abandonar su idioma. El intérprete que me facilitaron en un primer momento era una persona sorda que recurría a la lectura de labios. Tras varias reuniones en las que sus servicios se revelaron inútiles para comunicarme con la veintena larga de colaboradores, conseguí un relevo en la traducción que se confirmó más efectivo. En menos de un año, y gracias a la industrialización de la obra, acabamos el proyecto. En ese momento el alcalde me convocó en su despacho para rubricar la entrega de las obras. Para mí no fue un mero cometido protocolario, ya que me di cuenta de la importancia de trabajar correctamente y de las consecuencias que podemos albergar con nuestras acciones: la firma de ese documento significaba asumir la responsabilidad de que, durante diez años, esa infraestructura no presentaría problemas de construcción ni vicios ocultos.

Utilizando madera, piedra y hierro conseguimos una gran eficiencia energética

Una vez ejecutadas esas escuelas alemanas, GrandValira me propuso construir un edificio de más de mil metros cuadrados en Grau Roig, a más de dos mil metros de altitud. Esa construcción tenía que alojar la central de producción de nieve artificial de todo el dominio andorrano, además de un taller de motos y la escuela de monitores de esquí. El reto incluía su edificación en tres meses, antes de que llegaran las primeras nieves, pero, también, que observara una gran eficiencia en lo que a consumo energético se refiere. Conseguimos satisfacer esa necesidad mediante el diseño de una pared modular que reducía ese consumo en un 43%. Para la construcción recurrimos a madera, piedra y hierro; inviable utilizar ladrillo u hormigón, materiales cuya eficiencia energética equivale a cero. Tras ese logro, reclamó nuestros servicios Perfumeria Júlia, que acometía una expansión en toda España y necesitaba proyecto y ejecución de obras en Platja d’Aro, Lleida, Salamanca, Logroño… Mi jefe, que había creado BIM como sucursal española, me sugirió, en 2017, quedarme con la entidad, puesto que anhelaba una vida más sosegada y ambos éramos conscientes de que, pese a que el dueño era él, quien estaba pilotando la filial en realidad era yo, que conseguía captar también los proyectos. A pesar del profundo calado de la decisión, ésta no fue meditada. Vi clara la oportunidad y decidí aprovecharla, pues detecté que en España existía mucha proyección para una ingeniería dedicada a la industrialización de la obra.

Servicio llave en mano, con obras a medida, en función de las necesidades y los deseos del cliente y adaptándonos al terreno donde se edifica

Después de construir el primer chalet industrializado, empezamos a desarrollar viviendas de este tipo. A diferencia de las convencionales, que reclaman un plazo de un año, éstas se edifican en un máximo de ocho meses. No hay que confundir la industrialización de las obras con la obra prefabricada, que responde a un concepto de modelos estándar. En la industrialización, los proyectos son a medida, en función de las necesidades y los deseos del cliente y adaptándonos al terreno en el que hay que levantar el edificio. Cabe señalar que nosotros también producimos los componentes para nuestras obras: vigas, paredes, ventanas… El nuestro es un servicio llave en mano, porque elaboramos el proyecto, lo industrializamos y lo montamos. Disponemos de unas instalaciones en Olesa de Montserrat de ocho mil metros cuadrados, que alojan tanto nuestra planta de producción como nuestras oficinas. Para proveernos de aquellos componentes que no fabricamos, acudimos a firmas de proximidad. Y no se trata tan solo de apostar por la industria de nuestro país, sino de una lógica de precios, además de poder resolver en el menor tiempo posible cualquier incidencia.

Cumplimos con las exigencias que nos reclamaba la Generalitat: rápida ejecución y alta eficiencia energética

Nuestra actividad experimentó un vuelco importante a raíz de la pandemia, pues se nos requirió para ampliar el hospital badalonés de Can Ruti. Cumplimos con las exigencias que nos reclamaba la Generalitat, que era la rápida ejecución y una alta eficiencia energética. Actualmente, ese centro médico consume un 38% menos de energía, lo que supone un considerable ahorro económico y de emisiones contaminantes. Para ello, como también haríamos posteriormente en el Hospital de Granollers, recurrimos a una solución similar al de las cámaras frigoríficas que las empresas leridanas utilizan para conservar la fruta: unos paneles metálicos que proporcionan aislamiento. Pese a todo, la etapa de la pandemia resultó dura en sus inicios, ya que antes de esas adjudicaciones nuestra facturación fue nula. Solicité un préstamo del ICO y renuncié a efectuar ningún ERTE o rebaja salarial. Venía de haber desembolsado una fuerte inversión para comprar la compañía y afronté esa coyuntura confiando en los recursos propios.

Los empresarios generamos producto, puestos de trabajo, impuestos…

A raíz de trabajar para la Generalitat, me propuse invertir las proporciones entre los encargos de obra privada y obra pública, que eran del 70% y del 30%, respectivamente. Asimismo, optamos por obra privada de gran formato, desestimando aquellos proyectos cuya envergadura no nos resultara rentable desde el punto de vista de los costes. La realidad es que hemos conseguido multiplicar por diez la facturación en esta media docena de años. No obstante, estos crecimientos sostenidos, superiores al 35%, reclaman un estricto control, lo cual me ha llevado a incorporar a un par de financieros al equipo, con lo que ahora somos un total de quince profesionales entre arquitectos, arquitectos técnicos, jefes de producción, jefes de obra, encargados… A ellos hay que añadir una veintena de personas subcontratadas. La nuestra es una empresa con un espíritu muy familiar, pues muchos de ellos son padre e hijo o presentan otros parentescos. Todos los miembros de la compañía son partícipes del éxito y crecimiento de la entidad, que debe buena parte del éxito a la permanente inversión en I+D, sometiendo nuestra actividad a pruebas por parte del Institut de Tecnologia de la Construcció de Catalunya, de Applus+… Es mucho esfuerzo que, en ocasiones, no se visualiza; y es que los empresarios también nos mereceríamos un Primero de Mayo. Echo en falta un reconocimiento a nuestra figura. Generamos producto, empresa, puestos de trabajo, impuestos… y seguimos siendo los «malos de la película», arrastrando la imagen equivocada del empresario decimonónico, asociado al abuso y a la vida disoluta. En ocasiones, he renunciado a cobrar mi nómina para poder pagar los sueldos de los empleados; o para reinvertirlo en la empresa. Un día que acudí al banco para solicitar crédito me preguntaron si tenía casa. «No he tenido tiempo para comprármela», les respondí.

Ante las adversidades que le acechan, la familia del empresario es su pilar

Marta constituye un pilar fundamental en mi vida. He tenido la inmensa fortuna de contar a mi lado con una persona capaz de asimilar la exigencia que reclama mi empresa y de mostrar comprensión ante los estados de ánimo que a menudo se derivan de las dificultades y tensiones profesionales. En ella he hallado ese apoyo incondicional e imprescindible que hace falta para equilibrar mi faceta pública y privada, pues tengo muy claro que no resulta sencillo convivir conmigo. De hecho, mi esposa también forma parte de nuestro equipo, asumiendo responsabilidades en Diseño y Administración. No compartimos descendencia, pero la empresa, en cierto modo, se erige en ese hijo al que dispensamos el máximo cariño, porque es nuestro proyecto compartido: un «niño» de seis años cuya madre, Marta, se ha sumado a ese pequeño núcleo familiar que, junto a mis padres y mi hermana, se erigen en el puntal que cualquier empresario precisa ante las adversidades que le acechan.