Felipe Vieites Bernad y Fernando Gil González
Fotografia cedida
TH, 9è VOLUM. Biografies rellevants dels nostres arquitectes

Sres. Felipe Vieites Bernad y Fernando Gil González

2GV Sensibilidad Patrimonial

Entrevistados el 19-1-2018.

Jóvenes atrevidos que invirtieron voluntad, pasión y tesón para levantar su despacho. Ésta es la historia de cuatro arquitectos que un día decidieron construir su negocio sobre el concepto de sensibilidad patrimonial. Pese a la complejidad que plantea, manifiestan sentirse más cómodos con la reforma de los edificios; sabedores de cómo el paso del tiempo debe quedar reflejado en sus actuaciones y que ese factor también convierte a las construcciones en susceptibles de ver variado su uso original.

Felipe: El pueblo en pleno despidió con dolor a mi padre el día de su muerte

Mis primeros recuerdos de la infancia me trasladan al delicioso aroma de los guisados de mi abuela Pilar. Hasta ahí alcanza mi memoria más lejana; unos recuerdos que evocan a la persona, a la situación, a un entorno de diversión y felicidad en mi pueblo de origen, Graus (Huesca). Mi abuela vivía en una enorme casa con ecos muy extraños y rincones que invitaban a ser descubiertos. Mi padre, don Paco para sus pacientes, era el médico de esa pequeña población; una persona muy querida porque se volcaba con todo el mundo. Era un apasionado de la Medicina y le habría gustado que alguno de los cuatro hermanos hubiéramos seguido sus pasos. Aun así, nos aconsejaba que siguiéramos la carrera que nos gustara y que la actividad que escogiéramos la hiciéramos bien. La carrera de Medicina siempre me ha parecido una carrera muy vocacional; y nunca me ha atraído. Él, en cambio, la vivía con pasión. A los 53 años enfermó y, dos años más tarde, en 2004, falleció. El pueblo en pleno despidió con dolor al Doctor Vieites; una persona que fue sin duda tremendamente influyente en mi vida, porque en casa se respiraba su autoridad; una autoridad que pasaba inadvertida porque no se basaba en la imposición, sino en su templanza y dominio de la situación. Una persona seria pero capaz de reírse como el que más cuando la ocasión lo propiciaba.

Felipe: El legado de don Ezequiel siempre permanecerá vivo en mi memoria

Mi madre, Delia Bernad, se licenció en Ciencias Químicas. Sin embargo, no se incorporó al mundo laboral hasta que yo hube cumplido los doce años, dado que en su primera etapa matrimonial se dedicó al cuidado de sus cuatro hijos. Posteriormente, decidió ejercer la docencia en un instituto, donde impartía clases de Física y Química. Vivía con la tranquilidad de saber que en Graus podíamos salir a jugar a la calle sin tener que supervisarnos permanentemente, ya que no había peligro alguno. Y recuerdo esos años de infancia como muy felices. De mi etapa escolar, conservo con especial cariño la imagen de don Ezequiel; un profesor muy exigente pero que, a la vez, sabía transmitirte el amor por todo lo que nos rodeaba y te despertaba el interés por aprender. Disfruté de él entre los diez y los catorce años; hasta octavo, cuando un ictus le obligó a abandonar la profesión. Pero su legado siempre permanecerá vivo en mi memoria.

Felipe: La carrera te transforma como persona y pasas de niño a adulto

Si don Ezequiel me marcó en mi etapa infantil y adolescente, Joan Pascual fue quien resultó especialmente influyente en mi paso por la Escuela de Arquitectura, en Barcelona. Fue aquélla una época que recuerdo con mucha pasión y que, a la vez, se me dibuja como una nebulosa, ya que fueron algo más de cinco años que transcurrieron fugazmente; a pesar de que la viví con gran intensidad y concentró un sinfín de nuevas experiencias. Para mí, la entrada en la Universidad significaba abandonar una pequeña población y llegar a una gran ciudad para vivir con gente a quien no conoces, estudiar un mundo que ignoras y entrar en una auténtica vorágine; porque la carrera se reveló muy absorbente. Al margen de la formación propia, la carrera te transforma como persona, y pasas de ser un niño a convertirte en adulto. Una carrera que, pese a su exigencia, siempre me resultó muy atractiva.

Fernando: Nos gustaba observar pájaros y disfrutar de sus cantos

Soy el único varón de tres hermanos nacidos en el seno de una familia originaria de Tarazona (Zaragoza). Mi padre, Víctor Gil, que en sus inicios trabajaba en el campo, reorientó su carrera laboral y se convirtió en corredor de seguros. Aun así, al principio compatibilizaba su labor con la comercialización de abonos para el campo y pienso para el ganado. Precisamente mi primer recuerdo de mi feliz infancia me traslada a unos sacos que tenía acumulados en casa y que yo, con apenas dos años, quise escalar. La caída, desde un metro y medio de altura, me dejó un morado en la cara durante varias semanas. Vivíamos casi en las afueras de la ciudad, y esa circunstancia favorecía que una de nuestras aficiones fuera la observación de pájaros. En casa siempre tuvimos canarios, pues a mi madre, Angelita, le encantaban. Pese a que inicialmente era profesora de Mecanografía, al tener su segundo hijo quiso dedicarse por entero al hogar. Aun así, ayudaba a mi padre en la contabilidad del negocio, que ha hallado continuidad en mis hermanas.

Fernando: Me convertí en el guía turístico más joven de Tarazona

Profesionalmente, he sido la oveja negra de la familia, pues fui el único que no quiso involucrarse en el negocio de los seguros. Y eso que mi padre supo transmitirme la virtud del trato con las personas que debe atesorar cualquier comercial. De hecho, mi padre es el mejor agente comercial que he conocido. Aunque nunca me lo ha confesado, sospecho que a él también le hubiera gustado ser arquitecto. Lo percibo porque siempre que íbamos de viaje visitábamos todo tipo de edificios: iglesias, palacios, museos… En ese sentido, creo que también me ha marcado haber nacido en Tarazona; una ciudad que acoge una arquitectura y una historia fantásticas y que ya en su día despertaron mi interés. Eso me llevó a estudiarla arquitectónicamente, a indagar por qué se levantaron ahí determinados edificios, cómo se construyeron, en qué épocas, cómo se desarrolló la ciudad… y a convertirme en el guía turístico más joven de Tarazona. Debo admitir que la parte moderna, urbanísticamente hablando, es mejorable, pero el casco antiguo es una maravilla. Ese origen ha influido de manera decisiva en que mi profesión se haya orientado mayoritariamente al paisajismo y a la restauración.

Fernando: Aprendimos a contemplar la posible variación de uso en un edificio

Fue en el colegio mayor cuando conocí a Felipe, al coincidir con él a partir de segundo curso. Recuerdo la etapa universitaria como muy interesante. Ignoro cómo es actualmente la Escuela de Arquitectura de Barcelona, pero en ese momento era el centro donde se impartía la mejor formación; a pesar de ser aquella una época de inciertos cambios en los planes de estudios. Al finalizar la carrera tuvimos la certeza que los conocimientos adquiridos eran de calidad. En cualquier país se valora la formación que se ofrece en Barcelona, tanto en Arquitectura, como en Urbanismo y, también, en temas de construcción. Resulta fundamental contar con una muy buena preparación a nivel constructivo para poder asumir, posteriormente, proyectos de envergadura. La manera de ver la Arquitectura que nos inculcaron durante la carrera nos ha acompañado posteriormente a lo largo de toda la trayectoria profesional. Uno de los conceptos que nos quedó grabado de nuestro paso por la Universidad es que debemos contemplar cualquier edificio como susceptible de variar su uso en el futuro.

Fernando: No todos los arquitectos trabajan en el ámbito constructor

En la actualidad el desafío de la Escuela de Arquitectura reside en comprender que, más allá de erigirse en un centro en el que se imparten estudios de esa disciplina, es una cuna de arquitectos que van a trabajar en múltiples campos que no son necesariamente la construcción. Debería darse cuenta que muchos profesionales que han cursado su carrera en la Escuela acaban dedicándose a labores asociadas pero ajenas al mundo edificatorio. El equipo de nuestro despacho podemos considerarnos unos privilegiados porque hemos podido centrar nuestra actividad en la construcción, pero no resulta descabellado afirmar que más de la mitad de los compañeros de nuestra generación se encuentran desvinculados de la edificación y trabajan con la Administración, a realizar labores de gestión (por otra parte necesarias, y que también hay que reivindicar) o a labores cuyo vínculo con la construcción es indirecto. De todo ello soy especialmente consciente porque formo parte de la Junta del Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña como vocal, si bien dentro de unos meses se celebrarán elecciones y probablemente abandonaré esa responsabilidad.

Voluntad, pasión y tesón

El despacho nació en 2004 fruto de la inquietud de tres amigos: Felipe, Fernando y Jaume Gimeno, quien en 2008, decidió desvincularse. Ese proyecto nació con la vocación de ser un despacho de arquitectura lo más profesional posible, pese a que lo fundaban unos jóvenes de 25 o 26 años acabados de salir de la Universidad. Sabíamos que nos enfrentábamos a un entorno muy competitivo, con arquitectos que contaban con una larga y consolidada experiencia y muy reputados, pero teníamos mucho hambre y ganas de plantar cara a esos profesionales con nuestros recursos: voluntad, pasión y tesón. Seguro que nuestra cabezonería nos ha ayudado a superar ese maratón de obstáculos que constituye cualquier inicio. Desde el primer día interiorizamos que cada día resultaría distinto, que cada jornada nos enfrentaríamos a preguntas diferentes que reclamarían nuevas respuestas. Afortunadamente, en ese momento todavía existían oportunidades. Empezar en un contexto como el actual hubiera resultado mucho más complicado.

Nos lanzamos a la aventura a pesar de no saber ni cómo se visaba un proyecto

En verano de 2006 se incorporó al despacho Joaquín Angulo, que estaba cursando cuarto de Arquitectura y que también es de Graus. Lo hizo en condición de becario y sus aportaciones merecieron la confianza de su continuidad en el despacho. Hoy es socio y nuestro especialista en estructuras, tanto de obra nueva como de rehabilitación. Y en 2012 completamos el póquer de socios con Juan Carlos García, natural de Badalona. Es él quien asume los temas relativos a la imagen y que contribuyen a que podamos transmitir mejor al cliente nuestras propuestas, a que comercialmente resulten más atractivas. Sin embargo, el equipo del despacho lo formamos un total de ocho profesionales, en continua evolución y crecimiento. Los socios mantenemos el mismo espíritu emprendedor que en su día nos llevó a iniciar esta aventura. Un camino que arrancamos con convencimiento a pesar del gran desconocimiento que nos invadía, pues no sabíamos ni cómo se visaba un proyecto. Pero nos fuimos rodeando de personas experimentadas y, poco a poco, fuimos dándonos cuenta que el desafío estaba a nuestro alcance; cada vez más seguros de que habíamos acertado al lanzarnos y ser atrevidos. Como también acertamos al unirnos para asumir colegiadamente todo tipo de proyectos, porque nos complementamos mutuamente. Los tres socios iniciales compartíamos formación académica y ganas de emprender un proyecto, pese a que las ideas podían diferir. Y todo ello nos ha llevado a encontrar el apoyo recíproco para progresar, porque cada uno aporta su experiencia en su terreno y suple las carencias de los otros.

Un proyecto puede reunir cientos de conceptos al sumar todos sus inputs

Somos muy conscientes de la enorme responsabilidad de nuestra labor. Por ello, nos esforzamos en hacerlo muy bien. Generamos muchísima información y, a pesar de que la mayoría acaba siendo superflua, constituye un buen aval al trabajo realizado. El nivel de complejidad adquirida por los proyectos es enorme, y no va a parar de crecer en el futuro. Nos encontramos en un momento de modificación acelerada en el que en todos los proyectos se integra más tecnología y más influencias: relativos a cómo es el usuario, a quién se destina el edificio, cuáles son sus necesidades, quién lo demanda, tipología de las asociaciones y colectivos vecinales, cómo vive la gente en ese entorno… A todo ello hay que añadir criterios de sostenibilidad, de eficiencia, de retorno cultural, social, etc. Son proyectos mucho más complejos que los que se acometían en la década de los cincuenta o los sesenta, cuando el arquitecto se limitaba a dibujar en su despacho sin apenas pisar el terreno. Ahora nos hemos convertido en un centro neurálgico en donde todo confluye y en el que se lleva a cabo una labor que va mucho más allá de lo que es crear una obra arquitectónica.

Trabajo coral

Las maneras de funcionar nuestro despacho son múltiples, pues el modo de afrontar cada proyecto depende de la naturaleza del mismo, del momento en el que se emprende, de la tipología del cliente. En función de cada reto, armamos los equipos según las necesidades que demanda. En cualquiera de los casos, el nuestro es un trabajo coral, en el que todos los integrantes del despacho tienen su grado de influencia y están obligados a realizar aportaciones que sumen. En unos casos será Felipe quien lidere el proyecto y mantenga la relación con el cliente, pero en otros puede ser Fernando. Pero no existe una regla unívoca de funcionamiento. Y en cualquiera de ellos el cliente forma parte de su desarrollo; porque por delante de la arquitectura está el cliente, a quien nos debemos. Sin él, no hay proyecto.

Para desarrollar arquitectura de calidad, debemos conocer cuál va a ser su uso

A diferencia de lo que ocurría en la época del Renacimiento, pero también con alguna arquitectura grandilocuente del siglo XX cuando se demandaba levantar un palacio o un auditorio y el arquitecto simplemente se abandonaba a la pura creatividad, en la actualidad resulta necesario preguntarse cómo debe ser edificio, por qué debe construirse, dónde es aconsejable levantarlo, a quién irá destinado… Hay que tener en cuenta que cliente y usuario no necesariamente tienen que coincidir. Y si nos proponemos desarrollar una arquitectura de calidad, debemos saber a qué uso va a destinarse y quiénes serán las personas que van a utilizar ese edificio.

Si no funciona, no hay proyecto

Nuestro trabajo presenta dos vertientes. Por una parte, asumimos edificación nueva, desde proyectos privados modestos hasta los que nos puede encargar un promotor con cientos de viviendas, pasando por la construcción de una escuela o un centro sanitario para la Administración. Pero por otro lado se halla la actividad que, por formación y por afinidad profesional, nos gusta más: la reforma de edificios construidos. A pesar de que se trata de proyectos más complejos y que resultan más difíciles de encajar, nos sentimos más cómodos en esta faceta. Es una labor que exige conocer muchos sistemas y metodologías que hoy en día ya no existen; y que demanda ser profundamente respetuoso con lo que nos encontramos. Esto no solo afecta al patrimonio del edificio que vamos a transformar, sino que también hay que tener en cuenta la transformación experimentada por su entorno y que, tal vez, el uso inicial de esa construcción ha perdido su esencia y necesita derivarse hacia otra utilidad. Es una circunstancia que genera proyectos de alta complejidad pero que arroja resultados muy interesantes. Uno de ellos, por ejemplo, nos llevó en su día a renovar una antigua casa de indianos de finales del siglo XIX en Alella para transformarla en hotel. El complejo contaba con edificaciones de tipo administrativo e industrial y con una antigua cava que el cliente deseaba mantener. Ahí tuvimos que compatibilizar la voluntad del cliente con el uso a que iba destinado, con la historia que atesoraba el edificio, con las singulares características topográficas y con la normativa urbanística. Había que conseguir un encaje perfecto, con un resultado armonioso pero, sobre todo, que funcionara. Porque, para nosotros, si no funciona, no existe proyecto.

Sin sorpresas ante los cambios

En ese hotel levantado en la casa de indianos de Alella surgió una dificultad añadida, como fue la decisión del cliente de elevar la categoría del establecimiento a cuatro estrellas a mitad del proyecto. A nosotros ya no nos sorprende la existencia de cambios. Aunque intentamos limitarlos, ya contemplamos que los acabará habiendo. Es más: casi los esperamos; y estamos preparados para asumirlos. Pero procuramos que, si tienen que aflorar, lo hagan cuando todavía estamos trabajando sobre los planos, porque entonces resulta menos costoso En estos casos, el problema menor reside en su repercusión en el presupuesto. Hemos asimilado que todo proyecto experimenta una evolución; que parte de una idea y que no culmina hasta que se entrega la obra ejecutada.

La arquitectura es un ente vivo que debe gestarse con el cliente  

Nuestra mentalidad como despacho cambió diametralmente en un momento en el que decidimos sentarnos, intercambiar pareceres y reflexionar hacia dónde queríamos dirigirnos y cómo queríamos promover nuestro negocio. En esa lluvia de ideas decidimos, por unanimidad, suprimir la palabra “arquitectura” de nuestra identidad. Con “sensibilidad patrimonial” queríamos subrayar nuestra manera de trabajar. Ahí resultó significativo nuestro cambio de sede: si antes estábamos ubicados en un ático con una terraza fantástica, ahora ocupamos un local en unos bajos que transmite lo que deseamos trasladar a nuestros clientes. Nuestro despacho alcanza una altura de cinco metros, el cristal tiene protagonismo, existen paredes de ladrillo antiguo visto… Transmitimos sensibilidad patrimonial; patrimonio construido con posibilidades de transformarse. A partir de ahí desarrollamos toda la idea de gestión del patrimonio. Porque nuestra labor no reside únicamente en diseñar, construir y olvidarnos del proyecto una vez finalizado. Ayudamos al cliente a dar con un solar, con una vivienda, con un edificio… para levantar ahí su proyecto y analizar cómo se mantiene ese proyecto en el futuro. Porque la Arquitectura es un ente vivo que se tiene que gestar con el cliente y evaluar cómo puede evolucionar.

Viabilidad económica vs. viabilidad social

Llevamos a cabo estudios de viabilidad, de modo que si un cliente desea invertir un presupuesto en un determinado proyecto evaluamos la rentabilidad que puede obtener con él, le gestionamos el proceso inmobiliario, asumimos el diseño de la obra, ayudamos en la construcción o incluso la gestionamos íntegramente. Ofrecemos un trabajo global, de principio a fin, a quien sopesa incrementar su patrimonio a través de una inversión. Resulta conveniente destacar que la viabilidad económica es relativa, pues en ocasiones ésta se obtiene de manera indirecta. En ocasiones, un edificio puede albergar la sede de una empresa que contempla ese patrimonio como una necesaria inversión de marketing e imagen social. Una compañía farmacéutica que desea transmitir salud puede realizar un desembolso económico en una fachada confiando en que el retorno de esa iniciativa se amortice en veinticinco años. Se trata de un concepto que podríamos denominar viabilidad social.

Nos ponemos en el lugar del cliente y le aconsejamos

En ocasiones es necesario que saber decir que no. Pero incluso en aquellos casos en los que el planteamiento del cliente no resulta razonable, porque es inviable y el retorno no justifica el coste, intentamos buscar una alternativa que se ajuste a sus necesidades. Nuestra intención no es convencerle, sino demostrar que existe una solución mejor. A veces, incluso podemos empezar proponiéndole un proyecto determinado para acabar consensuando uno totalmente distinto. Trabajamos centenares de hipótesis y realizamos un profundo análisis antes de llegar a la conclusión de cuál será la mejor propuesta; teniendo en cuenta tanto la rentabilidad de la inversión como la normativa que nos limitan. En cualquiera de los casos, a lo largo de todo el proceso trabajamos con una absoluta transparencia. Y el cliente percibe que nos estamos poniendo en su lugar y que nuestro único propósito reside en aconsejarle la mejor solución para él.

Montjuïc aún vive de espaldas a Barcelona y reclama su integración en la ciudad

Barcelona encaja muy bien con los proyectos que más nos gustan, porque es una ciudad que, limitada geográficamente por la Serra de Collserola, el mar Mediterráneo, el río Besòs y el Llobregat, necesita trabajar la renovación urbana, las reformas interiores, las remontas en viviendas… Nos encantaría que nos encargaran obras de rehabilitación en el Hospital de Sant Pau, pero en Barcelona hay otros muchos retos: en el barrio de La Sagrera, en Sants, en la Zona Franca… Por no hablar de Montjuïc: una montaña que sigue todavía de espaldas a la ciudad. En ese pulmón verde cada día puedes descubrir nuevos elementos, porque es un parque gigantesco que aún no se ha integrado en Barcelona. Hay edificios que demandan retos que nos gustaría asumir, como el Hospital Clínic, que en el momento de su nacimiento se hallaba en las afueras de la ciudad y que, en la actualidad, no puede crecer como desearía porque se encuentra rodeado de ella; o la Modelo, desalojada tras más de un siglo funcionando como cárcel y que ahora va a destinarse a un uso más grato. Estamos capacitados para acometer desafíos como ésos; sobre todo porque es en esos proyectos donde ponemos nuestro mejor espíritu y nuestra más alta pasión.

Para generar ciudad es necesario proyectar el paso del tiempo

El Jardín Botánico de Barcelona constituye una muestra de las muchas posibilidades que alberga la montaña de Montjuïc. Veinte años atrás era, desde el punto de vista arquitectónico, un auténtico erial. En cambio, en la actualidad es un jardín fantástico; sobre todo porque su arquitectura se encuentra supeditada a la vegetación, apenas se ve; podría decirse que ha llegado a desaparecer. Cuando se proyecta un parque o cualquier otro espacio público, lo atractivo es que se conciba como un elemento vivo y en perpetua evolución, porque si el propósito es conseguir una imagen concreta ese proyecto nace herido. El objetivo debe ser proyectar el paso del tiempo, pues en caso contrario resulta imposible crear ciudad. Las ciudades se hallan en permanente mutación; cada vez de manera más acelerada. Por ello, al plantear cualquier edificio debemos partir de la idea que su entorno cambiará en el futuro.

Dando una segunda vida al valor patrimonial

En este momento, nuestra aspiración reside en conseguir que se estabilice el proceso que hemos iniciado con nuestro concepto de sensibilidad patrimonial. Nuestra labor en estos últimos años ha sido sembrar esa semilla y prepararnos para acometer proyectos en esta línea. Tenemos depositadas muchas expectativas en el futuro. Creemos que será nuestro, porque percibimos que nuestro entorno asimila que la rehabilitación del patrimonio ya no consiste en conservar los edificios tal y como se levantaron. Queda totalmente fuera de duda que hay un determinado patrimonio con un innegable valor artístico e histórico que hay que mantener de manera invariable. Pero hay otro tipo de patrimonio, igualmente con valor histórico, pero que no resulta lícito mantenerlo sin que preste un mínimo servicio a la comunidad. En esos casos debe buscarse una función que sostenga y justifique esa rehabilitación. No es razonable que una iglesia con un cierto valor cultural se mantenga cerrada porque no se practica el culto. Tal vez pueda brindársele un destino distinto, una segunda vida, como edificio administrativo, de tal modo que brinde un servicio a la sociedad y que, gracias a ello, pueda mantenerse. Un buen ejemplo lo constituye el Edifici de les Aigües del Parc de la Ciutadella de Barcelona. Concebido inicialmente como un depósito de agua, un día perdió ese sentido de uso. Lo que no perdió sentido es la necesidad de mantenerlo. Y ahora conserva su magnificencia convertido en una fantástica biblioteca.

Una pequeña inversión en un edificio puede conseguir en él un cambio que genere retorno de nuevo

Cuando un edificio deja de utilizarse se deteriora y envejece muy rápidamente. A menudo, destinando una pequeña inversión antes de suspenderse su uso se evita ese proceso de deterioro y se consiguen ahorros en la rehabilitación posterior. El mantenimiento resulta básico. El concepto de sensibilidad patrimonial va en esa línea. En ocasiones hemos encontrado edificios de toda índole en los que, por mucha intervención que podamos llegar a efectuar, la piedra ha acumulado tanto deterioro que difícilmente existen posibilidades de recuperarse. Nos hemos dado cuenta, también, que muchas veces la gente no es consciente del patrimonio que atesora y que, con una pequeña actuación que implica un modesto presupuesto, un determinado edificio va a experimentar un cambio que arrojará otro tipo de retorno: económico, cultural, social, paisajístico, energético. Ahí nos mostramos extraordinariamente eficaces, porque analizamos y determinamos la mejor manera de que el patrimonio vuelva a prestar un servicio.

En la gestión del patrimonio, nos guía la búsqueda del coste energético cero

El equipo de nuestro despacho considera el patrimonio como motor indispensable en los negocios. En este sentido, lanzamos nuevas propuestas de gestión de los activos o buscamos optimizar los ya existentes. Hay una serie de factores que entendemos que merecen el máximo respeto: la herencia, el patrimonio, la cultura y el medio ambiente. Nuestro propósito reside en potenciar la intervención en el patrimonio como reconocimiento de marca adicional, logrando que resulte rentable tanto desde el punto de vista económico como desde la vertiente social. Nos guía la búsqueda del coste energético cero y el mayor retorno posible. Invertimos los máximos esfuerzos en los procesos de investigación para, finalmente, dar con una solución técnica única y satisfactoria en cada intervención. Buscamos anticiparnos a los problemas y ofrecer las soluciones más eficientes para el cliente, sin olvidarnos de los costes.

Renovar un edificio supone incorporarle servicios sin borrar el paso del tiempo

Es importante entender la diferencia entre rehabilitar y renovar. La rehabilitación de un edificio está asociada a la restauración, mientras que renovar supone una actualización de esa construcción, incorporándole instalaciones y servicios necesarios para su adecuado funcionamiento en la actualidad. En el siglo XV no existía el aire acondicionado, y si en este momento debemos acometer la renovación de un edificio debemos contemplar si será necesaria esa implementación. Todo ello, y esto es muy importante, sin que se borre el paso del tiempo. Un reflejo de este planteamiento lo encontramos en nuestro despacho, en el que hemos esculpido el logotipo en la pared y donde pueden apreciarse hasta seis capas de pintura y tres de estuco que hemos querido expresamente respetar.

Contemplamos al cliente como aliado y participante activo en la gestión del patrimonio

Nuestra filosofía contempla la integración del cliente en todo el proceso de gestión del patrimonio. Gracias a la aplicación de nuevos sistemas en esta labor de gestión, conseguimos proyectar el pasado hacia el futuro. Desde la fundación de nuestro despacho nos hemos propuesto convertirnos en una referencia en la intervención en el patrimonio con el cliente como un perfecto aliado y participante activo en todo el proceso. La relación entre el equipo redactor y el cliente es permanente. Con ese objetivo, hemos creado mecanismos internos avanzados para que esta conexión sea constante. Perseguimos el máximo beneficio a través del trabajo que beneficia a la sociedad. Por ello, el respeto al medio ambiente forma parte de nuestros valores, evaluando que cualquier actuación que llevemos a cabo tenga el mínimo impacto en el entorno y siempre teniendo en cuenta cómo incidirá en las generaciones futuras.

La intervención debe ser reversible y no variar irreversiblemente el edificio original

En la restauración arquitectónica nacida en el siglo XIX se apuesta por la integración mimética, como ocurre con la francesa Carcassone. Esa concepción varió con el cambio de siglo fue evolucionando, sobre todo en la postguerra. Ahora, ese paso del tiempo deseamos que se perciba; que lo que se incorpora a un edificio se diferencie para que lo original continúe manteniendo su esencia. Nos resulta muy interesante que lo que proponemos para un nuevo edificio no coarte el futuro en la medida de lo posible, porque nuestra función también tiene un tiempo de caducidad. Esas construcciones deben aspirar a perdurar a pesar de que sus usos sean susceptibles de cambiar; que cualquier intervención sea reversible y no cambie irreversiblemente la esencia del edificio original.

Entender el contexto de cada edificio y permitir que el tiempo transcurra

Debemos mostrarnos profundamente respetuosos con cualquier actuación. Cuando se construía el edificio Guggenheim en Bilbao, quienes pretendían llevar a cabo una reconversión en un punto tan degradado de la ciudad tuvieron que hacer frente a una contestación altísima, teniendo que escuchar auténticas barbaridades. Veinte años después, nadie se atreve a discutir el valor intrínseco del edificio y el revulsivo que ha significado para la capital vizcaína. Hay que entender cada contexto y permitir que el tiempo transcurra. El edificio de La Pedrera también fue vilipendiado en su época y la Sagrada Familia tampoco gozó de la comprensión de la sociedad contemporánea de Antoni Gaudí. A lo largo de la Historia, muchos edificios que hoy en día nos parecen maravillosos fueron tildados de feos cuando se estaban levantando. Es cierto que algunos pudieron revelarse como elecciones erróneas, pero hay muchas construcciones que solo se consiguen entender con el paso del tiempo.

La creatividad no tiene que ir vinculada al coste económico

La ciudad de Barcelona cuenta con fantásticos exponentes de arquitectura social; verdaderas obras de arte como podríamos mencionar la Casa Bloc del Distrito de Sant Andreu o el Dispensario Central Antituberculoso proyectado por Josep Lluís Sert. Se trata de edificios absolutamente pragmáticos en su concepción estructural arquitectónica pero que, artísticamente, aportan tanto como La Pedrera que levantó Gaudí. Son fruto de su momento y, al mismo tiempo, de la creatividad constructiva. Con el transcurso de los años, esas obras cada vez se aprecian más; y se valora que el resultado artístico vaya de la mano del pragmatismo económico, porque la creatividad no tiene por qué estar vinculada a los costes. Apple, por ejemplo, despierta pasiones entre la gente, porque los productos que desarrolla resultan preciosos. Más allá que sus instrumentos tecnológicos albergan una determinada funcionalidad, el interés del consumidor reside inicialmente en muchas ocasiones en la estética de esos artículos.