Cristina Almeida
Cristina Almeida
TH, 1r VOLUM. La transición política española

CRISTINA ALMEIDA , Abogada

Texto del 29/11/2002
Fotografía: Àngel Font

Abogada. Senadora por Madrid de 1999 a 2003.
Diputada en la Asamblea de Madrid de 1999 a 2003.
Diputada en las Cortes Generales de 1986 a 1993.
Presidenta –y fundadora junto a otros compañeros de Nueva Izquierda desde 1997

Ha habido pocas mujeres que, como Cristina Almeida, hayan sabido desenvolverse en política sin renunciar a un ideario personal basado en la inteligencia y el sentido común. A pesar de los obstáculos que ello le ha acarreado en más de una ocasión, ha preferido anteponer una política cercana a la ciudadanía a las exigencias partidistas. Personaje extremadamente cordial, a menudo ha sido criticada por el excesivo ardor de su discurso, quizás porque se mueve en un mundo donde la pasión no es políticamente correcta.

Dolores Ibárruri supo vivir con pasión sus ideas, me gustaría pensar que yo también he sabido hacerlo

En 1971 conocí a Dolores Ibárruri en Moscú, y me impresionó la lucidez con que recordaba el pasado a pesar de su edad. Más tarde, en 1975, coincidiendo con el Foro No Gubernamental de Berlín en torno al año internacional de la mujer, recuerdo que escuché por televisión que Franco había muerto. Cuando llamé a Madrid me dijeron que sólo era una gripe y que lo habían ingresado en La Paz, algo que no me creí. Recuerdo que le di la noticia desde allí y pegó un grito tremendo: ¡le he sobrevivido! fue lo único que me dijo, y es que para ella era una apuesta de vida. A partir de entonces tuve contacto con ella y recuerdo el homenaje que se le hizo por su ochenta cumpleaños, fue especialmente entrañable para mí, porque celebrábamos el encuentro de unas personas que habíamos luchado por la democracia, cada uno a su manera, pero todos unidos en la misma lucha. Cuando en el transcurso de mi vida política alguna vez se me ha llamado la Nueva Pasionaria, me he congratulado porque significa que también yo he vivido con pasión mis ideas. Éramos, además, dos mujeres en política, y eso ha añadido a nuestro discurso el problema de la desigualdad. Hay que recordar que hace tan sólo veinte años no se me permitía denunciar como abogada al director de una cárcel porque no estaba presente mi marido, que en ese momento era considerado mi representante legal.

Coincidí con Tierno Galván en muchos momentos políticos importantes

Mi primera experiencia política fue en el Ayuntamiento de Madrid, no en el Parlamento. Conocía a Tierno Galván del Tribunal de Orden Público, ya que éste solía defender en ocasiones a algún sindicalista o estudiante detenido. En ese momento defendía a Enrique Curiel, estudiante y perteneciente al pce, y a Alonso, del Partit Socialista Popular (psp), que siempre estaba detenido por su actividad en Comisiones Obreras. También le conocía de cuando en la universidad lo expedientaron junto a García Calvo, Mariano Navarro y Aranguren por haber encabezado una manifestación en la que también yo había participado. Cuando en 1979 se presentó a la alcaldía de Madrid, yo iba de candidata en las listas del Partido Comunista de España, pero en ese momento todavía no había ningún acuerdo previo. Sin embargo, el 3 de abril, tras ganar las elecciones, cuando acudíamos al Ayuntamiento, la policía nos agredió a Tamames, a mí y a otros, y la gente gritaba psoe y pce, unidos a vencer, y así se logró el acuerdo. En más de una manifestación he recibido algún golpe, aunque cuando he estado detenida, más que una agresión física, he sufrido el maltrato del desprecio que sentía cuando estaba en la Dirección General de Seguridad, pero palos en la calle más de uno me llevé en algún momento. El día que menciono, cuando el policía me intento pegar por segunda vez, le dije: mire, le quiero decir que soy su concejala, y a lo mejor dentro de tres días estoy gobernando, ¿por qué me pega usted?, y me contestó: es que no sabemos qué hacer porque se han ido todos los que mandaban aquí y me han dicho que no dejara que se acercara nadie. Cuando más tarde llegó Tierno Galván, que era una persona extremadamente culta, supo dar a Madrid lo que gente necesitaba en ese momento: expandirse física y mentalmente, tener una ciudad tranquila y culturalmente más avanzada.

En la universidad descubrí la verdadera historia de España

¿Quién es Cristina Almeida? Es una extremeña, de familia acomodada. Mi padre era abogado, de una familia muy de derechas. Fui la tercera de seis hermanos, todos muy progresistas, irónicamente, aunque ninguno militante. Gracias a la insistencia de mi madre, a la que no habían dejado estudiar a pesar de su inteligencia, vinimos a Madrid para que sus hijas estudiaran, porque sabía que si nos quedábamos en Badajoz no iríamos nunca a una universidad, ya que suponía un gran gasto. Cuando llegamos a Madrid trans­curría el año 1956, muy agitado en la universidad, donde se iniciaban los movimientos de protesta en los que murió un falangista. Hasta entonces yo no había estudiado en historia más que a Primo de Rivera y a Franco “crecidito”, pero nada de lo que había pasado en el intervalo, por lo que para mí llegar a la Universidad supuso el gran descubrimiento de la cultura, de la amistad, de la libertad, pensar que era responsable de mí misma. Pasé de leer a Celia y Antoñita la Fantástica1 a verme en aulas de poesía, de lectura de libros clandestinos, y descubrí lo que eran los rojos, los nacionales, la guerra, los que habían ganado y los que no, me enteré de todo. Puedo decir que recuperé mi uso de razón a los dieciocho años.

Más que entrar en política entré en la vida

Al conocer a la gente de la facultad me encontré con personas que habían ­estudiado en colegios más progresistas, que habían recibido una educación distinta a la mía en las monjas durante trece años, y casi por instinto, tendí a juntarme con quienes me parecían buenas personas; luego también me enteré que eran del pce pero me afilié a ese partido porque trabajaban en ­temas que me interesaban socialmente, como campañas de alfabetización a jornaleros en Granada, por poner un ejemplo, organizadas por el servicio universitario de trabajo, que era donde estaban todos los rojeras de la facultad. Allí descubrí lo que era la injusticia social, mis propias inquietudes culturales, mis ideales como mujer, conocer el amor, tener menos escrú­pulos, vencer los tabúes y superar el catolicismo como estilo de vida. De repente se me habían abierto las puertas de la política, pero sobre todo las del mundo, porque sentí que entraba además en la vida.

Ingreso y expulsión del pce

Por todas estas razones en 1964 ingresé en el pce donde estaba la gente que admiro: Manola Carmena, que todavía es vecina mía, José María Elizalde, Antonio Esteban y tantos otros. Así llegué al partido comunista como abogada, rompiendo los esquemas que hasta ese momento se tenía de las mujeres abogadas dedicadas a temas matrimoniales y de adopción. De pronto irrumpimos un montón de mujeres que habíamos sido líderes en la universidad como Manola, Paquita Sauquillo o una servidora, dispuestas a defender sólo a presos políticos y trabajadores, que eran los que nadie quería representar. A ello me dediqué más de diez años, pero con la transición vino el divorcio, y empecé a ocuparme también de los derechos de la mujer. Así fue como me presenté a las elecciones en las listas del pce. Cuando en 1981 el partido comunista en Euskadi decidió fusionarse con Euskadiko Eskerra, unión con la que muchos estuvimos de acuerdo en Madrid, los expulsaron, y nosotros les invitamos a dar una charla, lo que supuso que Carrillo nos expulsara del pce a todo el equipo que estábamos en el Ayuntamiento de Madrid. Para Tierno Galván fue terrible, porque suponía quedarse de la noche a la mañana sin el equipo con el que había estado trabajando esos últimos años, y con el que había transformado Madrid.

Se dio la paradoja de que, habiendo pensado dimitir meses antes, acabé impugnando ese comportamiento ante el Tribunal Constitucional, porque me parecía que la izquierda no podía valerse de un sistema de funcionamiento interno tan antidemocrático y jugar, incluso, con los derechos de los ciudadanos a los que representábamos. El Tribunal Constitucional nos dio la razón y pudimos reincorporarnos a nuestros puestos en el Ayuntamiento hasta 1982.

Es necesaria una visión vitalista de la política, que contemple temas cotidianos o interpersonales

A lo largo de esos años, algunas mujeres teníamos una visión vitalista de la política, queríamos llevar a la política los problemas cotidianos, porque los conflictos que surjan de las relaciones personales son también asuntos políticos, aunque no se traten como tal. Teníamos debates profundos sobre las relaciones interpersonales, eran años en que hablar de cosas cotidianas era fundamental para transformar la realidad. Fueron también momentos en que había cierta libertad para tratar estos temas; el divorcio, el aborto, los tabúes que teníamos enquistados. Se trataba de hablar no sólo como políticos, sino también como personas que ayudan a formar opinión, porque siempre he creído que es importante que la gente vea cómo eres y lo que piensas de las cosas, ya que seguramente en el Parlamento no se debaten temas tan cotidianos como, por ejemplo, los conflictos de convivencia entre mujeres y hombres, si éstos se ocupan lo suficientemente de los asuntos del hogar, etc. Sin embargo, es lo que la gente vive cada día y es importante hablar sobre sus pequeños dramas diarios.

El gran reto del siglo xxi es construir un nuevo pacto social entre hombres y mujeres

Dentro de lo cotidiano nada ha marcado más este ámbito que la liberación de la mujer. El papel de las mujeres ha estado tan asumido socialmente que se dan casos tan curiosos como uno que viví siendo abogada. En Iberia, a las azafatas les obligaban a retirarse de vuelo y pasar a tierra a determinada edad, incluso por convenio tenían derecho a jubilarse a los 30 años. Se suponía que las arrugas no eran buenas para ejercer esa profesión. Pro­testamos mucho y al final se eliminó, aunque se dejó como derecho para las mujeres que habían entrado antes de esa fecha. El caso es que se me presentaron dos auxiliares de vuelo que reclamaban esa excedencia porque querían disfrutar de su tiempo de otra manera, y no se la dieron porque eran hombres. Llevé este caso a juicio como discriminación sexual. Primero insté ante el Tribu­nal Central de Trabajo y luego lo gané en el Supremo, y el argumento no fue otro que los roles son discriminatorios tanto para las mujeres como para los hombres. Ni las mujeres se tienen que ir de ningún sitio porque tengan una arruga en la cara, ni los hombres quedarse aunque tengan todas las arrugas del mundo en la cara, porque al fin y al cabo estamos hablando de estereotipos.

Es difícil cambiar la cotidianidad de las relaciones en una estructura social profundamente androcentrista

Lo que sí es cierto es que, para las mujeres, la continuidad en el trabajo siempre ha sido mucho más difícil por motivos familiares. Existe la imposibilidad de compatibilizar la vida personal y familiar con la laboral. En otros países esta problemática la tienen más asumida y han trabajado en soluciones concretas como son las ayudas por maternidad, flexibilidad de horarios, etc., porque el problema de fondo es quién asume las responsabilidades sociales del cuidado de los hijos, de los enfermos, de los ancianos, ya que en España todo eso todavía recae en las mujeres. El Estado del bienestar no está todavía consolidado y eso significa que un gran número de personas hoy día tengan que renunciar a estar en otro sitio si quieren compatibilizar su vida. Éste es el gran reto del siglo xxi, cómo se construye un nuevo pacto social entre hombres y mujeres en el que el Estado asuma su parte para, verdaderamente, poder tener capacidad de decisión personal. Seguimos viviendo en un modelo político demasiado masculinizado, pero cada vez las mujeres tenemos más presencia política, aunque todavía estamos en la cola de las listas electorales. Sin embargo, ahora las mujeres ya no queremos perdernos esa parcela de la vida.

Aunque las mujeres siguen siendo la base de la pirámide laboral, lo cierto es que en pocos años las cosas han cambiado mucho, porque ahora, en los sitios donde la mujer puede demostrar sus méritos, como en la administración por ejemplo, se da el caso de que las mujeres sacan todas las oposiciones. Pero hay que recordar que hace apenas unos treinta años, en 1966 yo no hubiera podido presentarme para juez, porque estaba prohibido por ley el acceso a la carrera judicial para las mujeres, y hasta 1975 tenía que pedirle permiso a mi marido para sacarme el pasaporte, poder viajar, poder trabajar o para poder heredar los bienes de mis padres.

Es decir, hemos vivido hasta hace poco en una estructura social tan masculinizada, que es difícil, aunque se le dé la vuelta a las leyes, cambiar la cotidianidad de las relaciones.

Tenemos que conseguir que la democracia entre en el ámbito de las relaciones interpersonales

Deberíamos considerar que todavía no hemos logrado que la democracia entre en la familia, en el ámbito de las relaciones personales, incluso de las relaciones empresariales, lo que supone que existan una serie de conflictos no resueltos ­como es la violencia de género. Pero progresivamente se cuestiona que ésos sean ámbitos cerrados. Antes, el tema de la violencia se vivía de puertas adentro y nadie podía meterse porque eran cosas privadas, ni siquiera el fiscal acusaba si era la mujer la ofendida, pero sí lo hacia cuando ésta insultaba a su marido, y cuando se sacan ahora estos temas a relucir duelen a la gente, porque no está acostumbrada a la solución pacífica y dialogada de estos conflictos. Cabe señalar que hasta 1999 no se ha castigado la violencia psíquica, cuando es una de las más destructivas que existen.

La matanza de Atocha fue uno de los episodios más tristes y graves de la transición

El 23 de enero de 1977 me pidieron que fuera a Chile para hacer un trabajo sobre mujeres desaparecidas auspiciado por Naciones Unidas. Allí también me conocen porque he intervenido en bastantes actos de solidaridad. Era la primera vez que en España recibíamos el encargo de efectuar misiones de solidaridad, de enviar personas que fuesen a preocuparse por la situación de la libertad en otras naciones. Así pues, estaba en Chile cuando el 24 de enero me llamaron para decirme que habían asesinado a varios compañeros en su despacho de Atocha2. Tres de ellos eran de mi despacho y habían acudido allí para celebrar una reunión. Mi prima era la secretaria y, por suerte, acababa de irse media hora antes. Cuando recibí la noticia caí desmayada, no podía imaginar un acto de tanta violencia, y tan próximo a mí. Regresé a España al día siguiente. Pude volver a Chile en marzo y proseguir con la labor sobre mujeres desaparecidas, también en Argentina, Uruguay, Para­guay y Brasil. Fue un trabajo para Naciones Unidas muy relevante. Conozco todas las cárceles de esos lugares, sus organismos de solidaridad y, hasta hoy, he participado en distintas reuniones y congresos. Estuve dos semanas en Colombia con motivo de las recientes elecciones y en Chile, de observadora en las primeras elecciones democráticas como diputada de España; o sea, que estoy muy vinculada a esos procesos y me encanta que puedan tener constancia del proceso de la transición española, que más allá del episodio comentado se caracterizó por su talante pacífico.

Durante el 23-F no sentí miedo, sino más bien una especie de tristeza democrática

En el golpe de Estado del 23 de febrero ocupaba el cargo de concejala presidenta de la Junta de Fuencarral que es adonde pertenece El Pardo y, por tanto, mandaba en ese distrito. Estaba con una gripe tremenda en la cama cuando oí por la radio lo del golpe y fui a mi puesto de trabajo pensando que, si me cogían, prefería que fuera allí, con una estufa, una manta y una radio, porque no teníamos calefacción. Tierno Galván me llamaba para que no estuviera sola en el Ayuntamiento y me fuera. Mi padre, que era muy de derechas, me telefoneaba sin parar diciéndome: vente, que pasarán por encima de mi cadáver antes de que te cojan, y yo le decía, sí pasarán Manolo, si esto va para adelante vendrán a por mí, pero en realidad estaba muy tranquila.

Entonces reuní a toda la policía municipal y les dije que tenían libertad para hacer lo que creyeran, pero que asumía mi compromiso con la democracia y de allí no me movía. En ésas estábamos cuando a las once de la noche subió toda la policía local de distrito para decirme que se habían presentado dos guardias civiles en la puerta, les pregunté si conocían el motivo de su visita; me miraron como diciendo deben querer llevársela. Con todos ellos detrás de mí, bajé y les pregunté a los guardias civiles: ¿qué desean?. Me dijeron: nada, somos de los buenos. Claro, me quedé pensando que quiénes eran los buenos para ellos y eso mismo les pregunté, respondiéndome: Somos de los del Rey, que nosotros estábamos al servicio del Rey pero andábamos cambiándonos de cuartelillo; no tenemos teléfonos, ni órdenes, pero no somos de Tejero, y queríamos saber si ustedes nos dejarían usar el teléfono…, y les dije: pasen, pasen… y llamen a su novia al extranjero si quieren.

Más tarde me llamaron porque Tejero se quería entregar en El Pardo y le dije a Tierno que estuviera tranquilo, que lo recibiría como se merecía. Allí estaba yo, una concejala comunista metida en la rendición del golpista y éste que quería venir a parar a mis brazos como autoridad de distrito que era. Pero lo mejor fue que no me acobardé, no experimenté esa sensación de antes, de tener que limpiar la casa de papeles, porque en el pasado cuando pasaban esas cosas ibas rompiendo todos los papeles que tuvieras por casa que pudieran comprometerte políticamente, esta vez era ya demasiado conocida. Tenía claro que no me interesaba vivir otra vez en un país de cutrería y prefería asumir mi compromiso y defenderlo antes que huir. No tuve en ningún momento sensación de miedo, sino más bien de tristeza democrática.

Por otra parte, el 23-F eliminó la creencia de que todo estaba atado y bien atado, y quizás significó el cierre de la transición a la democracia. La prueba es que después llegaron los socialistas, algo impensable poco tiempo atrás, y que sólo podía significar que el pueblo español quiso confirmar que había perdido el miedo a los sables.

En la transición hubo muchos nombres desconocidos de gente que llevaba años luchando por la democracia

De quienes protagonizaron la transición habría que hablar de los conocidos y los no conocidos, que fueron muchos y que también la hicieron posible. Hubo un trasfondo de lucha por la democracia, en la que no estuvieron ni Suárez ni tantos otros, que fue el caldo de cultivo que permitió a los que salieron en prensa hacer lo que hicieron. Entre estos últimos destacaría a Suárez quien, aunque intentó con la ley de reforma política cerrar puertas desde dentro del aparato franquista, acabó por embarcarse en un proceso democrático en el que Carrillo tuvo un papel importantísimo. Hay que recordar que éste, en representación de los comunistas, se decidió por el respeto a una monarquía constitucional (que en ese momento no estaba ni siquiera avalada por una constitución), por el sometimiento a una bandera, cuando ellos ha­bían sido víctimas durante años por defender otra que había sido la legí­tima. Pero entendieron que en ese momento lo importante no eran los símbolos, sino el país. Aunque es justo reconocer el valor de unas personas que, sin una lucha anterior, supieron asumir que había que seguir adelante, legalizando el pce, convocando elecciones, devolviendo la voz a Tarradellas y a lo que representaba.

Todavía queda pendiente la normalización del sistema autonómico

Como extremeña parece que tenga que tener menos conciencia sobre el tema autonómico, sin embargo siempre he creído que era básico normalizar el sistema de las autonomías en España y pienso que todavía no lo hemos conseguido. Nuevamente estamos viviendo el tema vasco como un problema, lo cual es una quiebra importante de la posibilidad de normalizar la convivencia. Es preocupante esta tendencia del actual gobierno, compuesto por personas que no han vivido, ni asumido, ni defendido nunca el Estado de las autonomías.

Por ejemplo, en la propuesta de la bandera3 del actual alcalde de Madrid, Álvarez del Manzano, parece que todavía no han comprendido que muchos en este país fueron detenidos, torturados y encarcelados bajo el signo de esa bandera. Podemos recuperarla como cualquier otra bandera, pero hacer de ella una cuestión de honor es terrible, porque cada año de fascismo supone una generación entera que pierde unos valores. Algunos de nosotros todavía nos tenemos que quitar de dentro la piel a tiras de una educación y unas circunstancias que nos marcaron. En una ocasión, hablando con Cortázar, éste me comentaba que no le preocupaba tanto la represión política en Chile ­como la miseria que se veía en la calle y la falta de oportunidades que se iban a arrastrar durante años. Y aquí, cuando por fin hemos conseguido sacarnos de encima esa educación basada en unos determinados valores, nos intentan meter otra vez en la España de la bandera, sumergirnos de nuevo en la tirantez política y en el enfrentamiento.

La Constitución no puede ser un muro contra el que todo el mundo estrella sus deseos

Me preocupa que se utilice la Constitución como un ladrillo que tirar a la cabeza del oponente, en vez de como un marco de desarrollo democrático donde evolucionemos a mejor. Porque en España ya nos hemos quitado el corsé y lo que necesitamos es un modelo de convivencia flexible que se adapte a las nuevas realidades. Estamos en Europa y hemos cambiado la Constitución; en Mallorca habrá alcaldes alemanes en muchos pueblos, y aunque eso parecía el colmo hace unos años, en la actualidad se ha hecho sin ningún dramatismo. Creo que la Constitución no puede ser un muro contra el que todo el mundo estrella sus deseos, sino un libro abierto donde encontremos respeto a todas las actividades que se planteen democráticamente.

En la actualidad hacemos un drama de casi todo

La dramatización de los problemas no contribuye a la solución de los mismos, porque hay que darle referencias culturales a la gente, propiciar el cambio y no caer en el chovinismo, ni en la cutrería. Ahora se dice que han quitado el programa Caiga quien caiga porque anunciaban que se iban a meter con Ana Botella, esposa del presidente del gobierno, o que han despedido a Isabel San Sebastián porque ha criticado a José Alierta, presidente de Telefónica. Estamos coartando constantemente formas de expresión y se tiende a dramatizar los problemas. Personalmente no soy partidaria del drama ni del vasco, ni de los vascos damnificados, porque no comparto la violencia de eta, ni me gustan toda una serie de cuestiones tras las que se parapetan los que se creen héroes revolucionarios, pero que están matando gente. Son muchas cosas las que habría que discutir, pero para ello tendríamos que hacerlo en un contexto de respeto y libertad, sin miedo de ningún tipo, porque se atemoriza a la gente y eso no propicia en absoluto que encontremos una salida.

Tampoco, por otra parte, soy favorable a sacar partido político de esto, pero en la sociedad de la información no podemos dejar de informar sobre las ­cosas. Es una cuestión que me planteo no sólo en torno al terrorismo sino también con relación a las muertes de mujeres por la violencia doméstica. Te encuentras que, en ocasiones, hay quienes piensan que es una manera de fomentar esa dinámica, pero hay que conocer lo que sucede porque si no, parece que no haya existido. Es como cuando apareció la Ley de Divorcio y la gente pensó que todo el mundo se divorciaría, pero con anterioridad a esa Ley ya había una cantidad importante de gente separada, aunque como nadie se preocupaba de ese tema, era como si no existieran ese tipo de situaciones. Sucede también con el tema de la inmigración, que hay que cogerlo con papel de fumar, porque lo que es un fenómeno cultural y cotidiano, lo están convirtiendo en un problema, pues se han empeñado en verlo desde esa perspectiva.

Vine de propia iniciativa a Barcelona para asistir a la manifestación de repulsa por el asesinato de Ernest Lluch, y considero que Gemma Nierga4, leyendo esas últimas frases, hacía honor al pensamiento político del propio Lluch, que era un defensor de la negociación, del consenso, del pacto, en fin, del diálogo. Ernest Lluch tenía su mundo aquí en Barcelona, pero pasaba largas temporadas de descanso en Euskadi, tenía además una conciencia socialista universalista, de forma que era una persona capaz de entender todos los puntos de vista. Cuando Gemma Nierga se salió del guión fue para decir lo que Lluch hubiera dicho, y personalmente creo que es lógico, porque las mujeres tenemos mucho sentido común, que es una cualidad poco valorada en política, se prefieren las cosas externas, estereotipadas, el papelín, pero no la iniciativa, la capacidad de entusiasmo y el diálogo.

Estamos regresando a la cultura del miedo

Recuerdo que en el verano de la invasión de Kuwait por Iraq, unos amigos estaban de paso en ese momento por Bagdad. Nos movilizamos y, con el dinero que nos cobraba El País para publicar un manifiesto a Saddam Hussein, formamos una delegación civil para averiguar qué pasaba con ellos. Le dije a Fernández Ordoñez que no queríamos ninguna ayuda especial, sino la atención que cualquier español merece, por parte del gobierno, cuando tiene algún problema. Cuando llegamos allí entendí todo, estaba claro que Saddam Hussein era un loco, pero también que si hacíamos un concurso de demócratas en la zona (Arabia Saudí, Kuwait, etc.) no quedaría el último. Entonces Bagdad era un sitio donde la gente iba a sentirse libre, donde los occidentales se podían tomar una copa, donde las mujeres conducían, estudiaban en la universidad, existía el divorcio, podían abortar, donde el 57% de los estudiantes de la universidad eran chicas, un país con tan sólo un 7% de analfabetismo. El problema reside en que existía un liderazgo en una potencia económica regional que suponía un riesgo para la sociedad occidental. Hablamos con Saddam Hussein y no nos callamos, pero también es cierto que en el fondo de la cuestión subyacía el interés de los ingleses por que la British Petroleum permaneciera allí, porque en realidad no dejaba de ser más que un surtidor de gasolina de la bp. Estaba claro que pudimos hablar con él porque Saddam era especialmente amistoso respecto a España. Cuando se lo comenté a Fernández Ordóñez me dijo que él no hablaba con dictadores a lo que le contesté: No, usted les da una medalla de Isabel la Católica, porque a Saddam se le dio una medalla precisamente cuando en 1975 España rompió el acuerdo internacional formado frente al bloqueo del petróleo impuesto por Iraq para poder acceder al mismo. Pienso que de alguna forma estamos volviendo a la cultura del miedo y acabarán por conducirnos a una guerra, que será más producto de intereses económicos que de justicia. Por ejemplo, con lo que sucedió el 11 de septiembre en Nueva York, con todo lo que supone el terrorismo de involución, volver a la autodefensa y a la falta de visión de futuro, o con los conflictos de Argentina, Palestina o Israel. Según vemos, hoy por hoy vivimos unos momentos de grandes problemas globales de pobreza, injusticia y desigualdad. Sin embargo, también es cierto que algo está cambiando desde el 11 de septiembre, y cada vez somos más conscientes que, aunque nos digan que existe el bando de los buenos y el de los malos, lo que existe es el de los poderosos frente al de los débiles.

Pujol ha sabido entender la convivencia desde la colaboración

Creo que Pujol ha tenido una importancia tremenda para España y para Cataluña, principalmente porque ha ayudado a desdramatizar el problema autonómico. La convivencia se puede hacer desde la agresión o desde la colaboración, y él supo compatibilizar la relación autonómica y estatal positivamente. Respecto a Cataluña ha sido un político esencial, sin embargo, creo que ahora está excesivamente pertrechado en un ideario y en un sistema crea­do tras muchos años de gobierno, que defiende unos intereses económicos concretos para Cataluña que no son, sin embargo, buenos en su globalidad para la misma.

1          Celia y Antoñita, la Fantástica son personajes célebres de la literatura infantil y juvenil de la posguerra, surgidos respectivamente de la pluma de Elena Fortún y Liboria Casas.
2          El 24 de enero de 1977 en el bufete laboralista del número 55, de la calle Atocha, fueron asesinados, a sangre fría, los abogados Francisco Javier Saquillo, Serafín Delgado, Luis Javier Benavides, Enrique Valdevira y Ángel Rodríguez. Los ultraderechistas autores de la matanza, José Fernández Cerrá, Carlos García Juliá y Fernando Lerdo de Tejada habían acudido obedeciendo la orden de Alvadalejo, Secretario del Sindicato Provincial de Transporte de Madrid, para escarmentarlos por defender a los sindicalistas que habían promovido la huelga de transporte. Este episodio es considerado como un factor decisivo para la legalización del pce que se produjo meses después.
3          Ver nota 9 de la entrevista de Lluís Llach, página 121
4          La periodista Gemma Nierga, encargada de leer el comunicado final de la manifestación de protesta por el asesinato de Ernest Lluch, se saltó el protocolo establecido y reclamó a los políticos presentes en el acto un mayor esfuerzo de diálogo para solucionar el conflicto vasco.