Josep Piqué
Josep Piqué
TH, 1r VOLUM. La transición política española

JOSEP PIQUÉ. Político y economista.

Texto del 27/11/2002
Fotografía cedida por J.P.

Ministro de Industria y Energía (1996-2000). Portavoz del Gobierno (1998-2000). Ministro de Asuntos Exteriores (2000-2002) y de Ciencia y Tecnología desde 2002

Si algo define a Josep Piqué es su profunda implicación en la realidad de su tiempo. Desde su paso por la Dirección General de Industria en Cataluña,  hasta los sucesivos ministerios ha puesto su brillante inteligencia y una habilidad innata para la gestión al servicio del éxito de todas las empresas que ha acometido a lo largo de su intensa trayectoria política y empresarial.

Desde el exterior se aprecia más el avance espectacular que ha experimentado España a todos los niveles

Es impresionante la percepción que existe de la España de las últimas ­décadas en el exterior, muy por encima de la que nosotros mismos como ­españoles tenemos de ella. Puede que sea lógico, porque cuando vives la realidad directamente eres más consciente de los problemas y las dificultades cotidianas, de las cosas que han de solucionarse y, por tanto, no tienes una imagen tan positiva. Desde fuera, se ven los grandes retos, las grandes ­trayectorias y las transformaciones que ha sufrido España en los últimos años, porque el desarrollo de este país visto desde el exterior es espectacular, tanto a nivel económico y sociopolítico como cultural. Esto ha supuesto que podamos hablar de una España distinta.

La España de hace cuarenta años ya no es la de hoy

Hace cuarenta años España era un país cerrado y autárquico, sometido a una dictadura que veía con recelo todo lo que procedía del exterior. Financiaba su crecimiento con las remesas de los emigrantes y de la inversión extranjera, pero permanecía al margen de las grandes instituciones internacionales. Hasta 1981 España fue receptor de los fondos de los ­países desarrollados. En definitiva, un país en vías de desarrollo. Pero, hoy se ha convertido en destino para la inmigración y en un exportador neto de capitales, con una de las economías más abiertas del mundo y ­cuyas empresas invierten muy significativamente en el exterior. Este cambio se ha producido en un periodo de tiempo realmente corto, porque la transformación política no tiene más de veinticinco años y esto, en términos históricos, es muy poco tiempo.

Nuestra proyección en el exterior ha cambiado

Actualmente tenemos una democracia consolidada y admirada. Desde un punto de vista económico, la transformación que se ha producido en los ­últimos cuarenta años ha sido muy profunda y se sigue en la misma línea de progreso. Todo ello ha cambiado también nuestra proyección en el ­exterior, en la que nuestro idioma ha tenido un papel básico, porque el español está en máxima expansión y conlleva una serie de procesos de los que no ­somos suficientemente conscientes, como es el hecho de que, a lo largo de esta década, habrá más personas que hablen español en los Estados Unidos que en España, y eso abre una serie de posibilidades in­finitas. Todo esto se percibe más claramente cuando te mueves por el mundo, y un ministro de Asuntos Exteriores es alguien privilegiado en este sentido.

Se han dado una serie de circunstancias que han hecho de mi labor un reto apasionante

Me considero una persona inquieta y con una gran curiosidad intelectual, procuro estar al corriente de lo que sucede y, además, he tenido la gran ­suerte de poder hacer cosas muy interesantes a lo largo de mi vida. Siempre he procurado sacar el máximo jugo a todo y cuando consigo hacerlo favore­ciendo, además, los intereses generales, siento una gran satisfacción personal. En este sentido, siendo ministro de Asuntos Exteriores, se han dado una ­serie de circunstancias que han hecho de mi labor un reto apasionante. Nombraré dos ejemplos aunque podrían ser muchos más: el 11 de septiembre de 2001 y la presidencia española del Consejo de la Unión Europea.

En términos geoestratégicos, el siglo xxi comienza el 11 de septiembre del 2001

El 11 de septiembre1, y soy de quienes le dan una gran importancia, ha ­supuesto un cambio estructural de las reglas del juego del equilibrio estratégico mundial, porque ha modificado la concepción que tenía una gran superpotencia como son los Estados Unidos sobre la seguridad internacional. En este aspecto es donde realmente se produce el gran cambio derivado del 11 de septiembre, aunque creo que todavía no somos plenamente conscientes de ello. Estamos hablando de que, dentro del equilibrio geoestratégico, hemos pasado a tener un escenario completamente diferente del que existía en la ­segunda mitad del siglo xx, que se caracterizaba por la confrontación entre bloques ideológicos, políticos y militares que cayeron el mismo día que cayó el muro de Berlín2, acontecimiento que marcó el final del siglo xx, pero en términos estratégicos, no exclusivamente políticos, el siglo xxi no comienza hasta el 11 de septiembre de 2001.

Hasta entonces, los riesgos para la paz y la seguridad colectiva venían siempre de enfrentamientos simétricos, es decir, de países contra países, ejércitos contra ejércitos, bloques contra bloques, alianzas políticas y militares contra alianzas políticas y militares, con la amenaza de la enorme capacidad de destrucción del armamento nuclear. El sistema internacional a lo largo de la segunda mitad del siglo xx se basaba en lo que se ha venido a denominar el equilibrio del terror, es decir, la disuasión basada en la destrucción mutua asegurada, que supuso el principal motivo de que no tuviéramos guerras ­nucleares, aunque es cierto que provocó que los conflictos se manifestasen a través de guerras regionales, que normalmente seguían respondiendo a la lógica de la confrontación de bloques.

Los Estados Unidos son conscientes de que tienen que garantizar su propia seguridad

Sin embargo, ahora, el máximo riesgo de la seguridad colectiva, el enemigo, no es otro país u otro ejército, sino que se ha convertido en alguien difuso que se esconde y utiliza armamento no convencional, y cuando digo no convencional me refiero a algo distinto a las armas en sentido estricto y a las de ­carácter nuclear, como, por ejemplo, estrellar aviones comerciales contra las Torres Gemelas. Lo que ha supuesto un fenómeno adicional: que los Esta­dos Unidos sean conscientes de su vulnerabilidad. Hay que recordar que, hasta ese momento, nunca habían sufrido un conflicto bélico en su territorio, ­excepto las guerras civiles o la guerra contra Méjico, por lo que durante ­ciento cincuenta años centraban la amenaza de su seguridad en función de las intimidaciones que sufrían otras regiones. Por ello constituyeron la Alianza Atlán­tica, para garantizar la seguridad europea que siempre había sido el ­origen de las principales confrontaciones del siglo xx. En el momento que se ven atacados en su propio territorio, los Estados Unidos son conscientes de que tienen que garantizar su propia seguridad y eso cambia la estrategia a ­nivel mundial. Ya no basta con garantizar la seguridad de los aliados.

Ha habido una enorme transferencia de soberanía a la Unión Europea, por lo que debemos alcanzar un mayor control democrático de sus instituciones

Respecto al segundo acontecimiento, la presidencia del Consejo de la Unión Europea, creo que de alguna manera, al vivir de forma cotidiana la gestación de la Unión, no percibimos la gran trascendencia de estos momentos. La Comunidad Económica Europea (CEE) nació como un proyecto político destinado a reconciliar definitivamente a Francia y a Alemania, y el mer­cado común respondía a la necesidad de establecer una serie de lazos económicos y estratégicos entre esos dos países, que en los últimos cien años se ­habían enfrentado en tres ocasiones: la Guerra Franco-Prusiana, la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Los padres de la construcción europea eran conscientes de que la mejor manera de evitar nuevos conflictos en el teatro europeo era establecer una interdependencia económica, y por ese motivo, el primer pilar de la Unión Europea fue poner en común el mercado, las ­políticas comerciales y las agrarias.

Con los años, la Unión Europea ha recuperado el carácter estrictamente político del proyecto, superando la unificación económica para embarcarse en un proyecto de unificación política europea, especialmente con la apertura hacia los países de la Europa del Este que, hasta hace pocos años, eran dictaduras comunistas y centralizadas. Con este espíritu se está ­poniendo en marcha lo que se denomina el segundo y el tercer pilar de la construcción europea, es decir, poner en común nuestra política exterior, nuestra moneda, tener un espacio judicial comunitario, una política de defensa comunitaria, que es el germen de un futuro ejército europeo, y estamos elaborando una Carta Magna que se basa en la ciudadanía europea. Es decir, que hablamos de que los poderes, que antes pertenecían al Estado-nación, es decir, a las soberanías nacionales, desde el siglo xix, actualmente se están transfiriendo hacia la Unión Europea. Estamos, por tanto, hablando de un proceso político de gran envergadura que nos debe llevar a reflexionar profundamente sobre el control democrático de las instituciones europeas, que ya comienzan a decidir sobre temas que antes eran competencia de los parlamentos nacionales. Por esto mismo, ciertos debates “soberanistas” se ven sobrepasados por las circunstancias y han perdido el sentido histórico.

La diplomacia en las relaciones internacionales

La política exterior se ha de basar cada vez más en la diplomacia, porque la historia de la humanidad es también la historia de la civilización, de la primacía progresiva del dialogo sobre la fuerza. Todas las grandes instituciones internacionales han nacido persiguiendo este objetivo. Otra cosa es que los Estados Unidos tengan que ejercer sus responsabilidades como potencia mundial, y afortunadamente se trata de un país democrático que rechaza la arbitrariedad, porque no siempre ha sido así, y en determinadas épocas históricas las grandes potencias no tenían un control democrático de sus actuaciones en el exterior. Pero la evolución del mundo ­está cada vez más cerca de la supremacía de la civilización, del diálogo y de la defensa de las libertades, que del ejercicio de la fuerza aunque, a veces, sea inevitable.

Portavoz del gobierno

Supongo que en política cada uno tiene su estilo. Personalmente soy de los que creen mucho en la explicación de las cosas, en argumentar mis afirmaciones. Recuerdo que cuando era portavoz del gobierno, a veces desesperaba a los periodistas porque me hacían una pregunta esperando que les diera una consigna, y en cambio les hacía una larga exposición sobre los motivos que me llevaban a opinar de esa manera y no de otra, podía estar más de diez minutos hablando. Y cuando me preguntaban que de dónde iban a sacar un titular, les contestaba que no habría ninguno, porque lo que pretendía era que entendiesen que hablaba de algo más complejo de lo que suelen parecer siempre estas cosas.

A la ciudadanía no le gustan las formas agresivas en política

Creo firmemente en el razonamiento, porque al final te aporta alguna satisfacción, por muy pequeña que sea. Aunque no obtengan un titular, cuando lees sus crónicas percibes que te han escuchado. Como mínimo has conseguido transmitirles algo que les ha podido ayudar a interpretar la realidad. No soy partidario de las estridencias, porque pienso sinceramente que ­quizá sirvan ­para hacer más atractivos los informativos de televisión, o para vender más ­periódicos, pero creo que, en general, a la ciudadanía no le gustan las formas agresivas en política.

Convendría replantearse la función de la OTAN

En los medios de comunicación se ha hablado a veces de que la tercera guerra mundial será la guerra contra el terrorismo, sin embargo, yo no utilizaría nunca esta terminología, aunque sí es cierto que estamos viviendo, y el 11 de septiembre es un ejemplo paradigmático, una de las principales amenazas a la seguridad de nuestros ciudadanos, que es el terrorismo. Por ello debemos adaptar nuestro comportamiento estratégico y nuestra concepción de seguridad a la nueva realidad, lo que exige repensar el papel de la OTAN, porque fue diseñada para un tipo de confrontación simétrica, que en ese momento era con el Pacto de Varsovia de la extinta Unión Soviética. Pero hoy día Rusia no es el enemigo, sino que en la práctica forma parte de las estructuras polí­ticas de la OTAN, lo que tiene una enorme trascendencia histórica.

La OTAN del siglo xxi ha adquirido un carácter político y de encuentro de los países que comparten unos determinados valores como son la democracia y la defensa de los derechos humanos, es por eso que se ha ampliado hacia los países del Este, que anteriormente pertenecían al Pacto de Varsovia. Es decir, que sin haber perdido su carácter defensivo y militar, ha adquirido un importante componente político. Y se enfrenta a nuevos riesgos que ya no son ejércitos exteriores, sino a ofensivas de carácter terrorista, lo que obliga a un ­replanteamiento de su estructura militar. Sin embargo, no creo que se pueda hablar de una tercera guerra mundial, sino de un nuevo escenario estratégico donde las amenazas son muy diferentes de las que había hasta ahora.

Tarradellas es de todos

En 1977 yo ya era un hombre con una fuerte inquietud política. En el ­momento del retorno de Tarradellas acababa de terminar mis estudios universitarios en Económicas y Derecho, era profesor del departamento de Teoría Económica en la facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona, estaba a punto de hacer el servicio militar y era militante del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC).

Fueron momentos apasionantes, y si tuviera que volver a vivirlos creo que haría lo mismo que hice en su día. Cuando murió Franco, yo tenía veinte años, y viví esos años con una implicación e interés absolutos, no tenía ninguna duda respecto a la trascendencia de lo que estaba suce­diendo. En el ­caso de Tarradellas, el desarrollo de los hechos lo presenta ­como una persona que juega un papel determinante en la estabilidad de Cataluña y que contribuye desde allí a la estabilidad de España. En ese sentido Tarradellas es de todos, ni de los unos ni de los otros, sin embargo ­durante un tiempo su ­figura ha servido como elemento de confrontación partidista entre los que estaban de acuerdo con él y los que no, ­porque existía un importante enfrentamiento político entre el President Tarradellas y Jordi Pujol, además de con determinados partidos de la izquierda, especialmente el PSUC, y estas ­tensiones se manifestaron al ­poco tiempo cuando destituyó a Josep Benet, que formaba parte de la ­comisión negociadora del estatuto de autonomía. Lo cierto es que las ­cosas no eran fáciles pero, visto desde una perspectiva histórica, Tarradellas adquiere toda la relevancia que se merece. Era un hombre que venía aleccionado por la derrota de la guerra civil y el exilio, así que, cuando llegó, era consciente de la auténtica realidad de España y Cataluña y, por tanto, comprendía mucho mejor las circunstancias que, ­seguramente, todos los que estábamos aquí.

Tarradellas fue consciente de que el restablecimiento de la Generalitat pasaba por MadridPercibió, entre otras cosas, que el restablecimiento de la Generalitat pasaba por Madrid, y quizás ahora se entienda mejor la anécdota que todo el mundo conoce cuando, tras verse por primera vez con Suárez en una entrevista marcada por el desencuentro, Tarradellas salió de la misma diciendo lo mucho que se había avanzado y que las cosas iban por el buen camino. En ese ­momento el presidente del gobierno es consciente que está tratando con un hombre de Estado que posee una concepción global del futuro de su país, y a partir de ahí las cosas empiezan a ir de otra manera. Además, Suárez tuvo la suficiente visión política como para darse cuenta de que Tarradellas podía jugar un papel clave en la estabilización de Cataluña, donde parecía que la izquierda había de ser la gran protagonista de la transición. Por tanto, existe aquí la conjunción de una visión global y de proposiciones absolutamente legítimas desde el punto de vista político, pero que son también planteamientos de partido.

Torcuato Fernández Miranda

En la transición hay tres nombres clave: el Rey, Suárez y Carrillo. Pero también hubo otras personas que representaron un papel fundamental, como es el caso de Torcuato Fernández Miranda3, que es quien propicia el cambio institucional que permite el paso de la dictadura a la celebración de las primeras elecciones democráticas y a la redacción de la Cons­titución. Sin embargo se le olvida a menudo. Escribió un libro con un ­título que, personalmente, me parece definitivo, De la ley a la ley, donde defendía que todo debía hacerse de manera que no se forzara la legalidad, aprovechando los resquicios que había dejado el franquismo para poder hacer una ley como la que se hizo de Reforma Política, en un primer ­momento, y la celebración, más tarde, de unas elecciones democráticas que permitieran tener unas cortes constituyentes. Se suelen recordar los nombres de los personajes que todos conocemos, pero deberíamos tener presentes a otros que también jugaron una papel esencial porque, además de muchos ministros de Suárez y de, más adelante, el propio Felipe Gon­zález o, en el caso de Cataluña, Pujol, Roca o Trías, hubo mucha gente menos ­conocida y reconocida que contribuyó decisivamente a la llegada de la democracia.

La historia de la transición es la historia de un éxito

Se recuerda especialmente a los padres de la Constitución, pero también fueron importantes los que componían la comisión constitucional y ­regional, como es el caso de Fernando Abril o Alfonso Guerra, que tuvieron un papel clave, porque la transición es obra de gente de todos los ­colores políticos. Creo que el elemento fundamental del éxito, porque la historia de la transición es la historia de un éxito, reside en que la clase ­política de aquella época decidió mirar hacia el futuro sin detenerse en el pasado, pero sin olvidar las consecuencias que éste había tenido. Existía una conciencia muy clara de cuáles habían sido las causas que llevaron a la guerra civil, porque ésta fue resultado de una acumulación de conflictos, lo que Brenan4 denomina el laberinto español, en donde se entrecru­zaban motivos ideoló­gicos, religiosos, socioeconómicos, políticos, entre diferentes conceptos de Estado y sobre la propiedad de la tierra. La guerra civil es la conjunción de esos conflictos seculares de la España contemporánea que al final estallan en un enfrentamiento bélico que, frecuentemente, ha sido analizado de forma excesivamente simplista, porque las guerras civiles tienen unas causas muy complejas y la distribución de ­responsabilidades suele estar muy repartida, siempre son el ­resultado de intransigencias y disparates por ­parte de ambos lados.

Los padres de la Constitución diseñaron un marco legal de encuentro de todos los españoles

En este sentido creo que los padres de la Constitución tenían muy presentes esa cuestión, es decir, qué hacer para no reavivar alguno de estos conflictos, porque otros ya habían desaparecido por la propia evolución ­histórica. La España de los años 70 ya no tenía un conflicto sobre la propiedad de la tierra, pero se podría haber generado otro sobre la forma de Estado, un problema socioeconómico y de confrontación social, se tenía que resolver el problema territorial y de la estructura estatal que lo definiera, aunque la disyuntiva religiosa se había superado porque los ciudadanos ya no estaban dispuestos a enfrentarse en virtud de sus creencias. Por tanto, algunas cuestiones se habían resuelto por su propia evolución, pero quedaban otras muy importantes todavía con una enorme vigencia en la mentalidad de muchos. Desde esta perspectiva parten los padres de la Constitución con la idea muy clara de diseñar un espacio donde ­cu­piese todo el mundo, en el que todos se sintieran incluidos, en el que los marcos políticos no se mostraran como enfrentados, porque ésta ya había sido la experiencia anterior, cuando las constituciones se iban modificando en función de quién ganaba las elecciones o de los pronunciamientos militares. Se decidió hacer una constitución donde todos los ciudadanos estuvieran representados, pero ya no solamente desde el punto de vista político, sino también sentimental, y esto es algo que me parece absolutamente básico.

Las propuestas de nuevos estatutos autonómicos parten del principio de que los sentimientos de unos han de primar sobre los de otros

La Constitución y los estatutos de autonomía permiten que pueda convivir gente que tiene unos sentimientos no coincidentes. El Estatut de Sau en Cataluña, por ejemplo, permite que haya una dinámica de confrontación política democrática entre fuerzas políticas que representan ciuda­danos que tienen una conciencia de pertenencia nacional diferente, todos ellos legítimos, y lo que hace precisamente el Estatut es legitimar todos y cada uno de estos sentimientos, haciendo posible que cada uno defienda sus ideas, siempre que las exprese de forma democrática y pacífica.

Por ello, cuando a veces se habla de la necesidad de reabrir el pacto consti­tucional y elaborar nuevos estatutos de autonomía, se está partiendo del principio de que los sentimientos de unos han de primar sobre los de otros, lo que está generando una dinámica muy preocupante.

Están, por un lado, quienes reclaman un estatuto de autonomía y una constitución que reconozca que Cataluña es una nación, pero resulta que existe, por el otro, una gran mayoría de españoles que no lo creen así y una parte significativa de catalanes tampoco. Entonces estamos plan­teando un cambio de las reglas del juego de un marco político en el que, hasta hoy, todos estos sentimientos diferentes tenían cabida, y esta transformación puede reavivar la dinámica del enfrentamiento emocional, que es lo último que necesita este país. Dentro de ese planteamiento, considero que la perspectiva histórica situará a Pujol como un patrimonio colectivo de los catalanes, pero también como una persona que ha contribuido enormemente a la estabilidad de España y de Cataluña, y Pujol, que es un nacionalista que ha tenido veintitrés años para plantear la ­reforma del Estatut, no lo ha hecho nunca, porque conoce en qué circunstancias se redactó la Constitución y las consecuencias que podría tener reabrir esta dinámica.

Pujol ha sido el artífice de la consolidación del autogobierno en Cataluña

Creo que cualquier observador imparcial puede constatar que hoy Cataluña es significativamente mucho mejor que hace veintitrés años, al igual que España es significativamente mejor que la que teníamos hace veinticinco años, desde todos los puntos de vista. El balance, por tanto, es globalmente positivo. Pujol, dentro de la mejor tradición del catalanismo político, ha ­tenido una contribución a la estabilidad política de España muy relevante, y ésta ha sido siempre una de las grandes aspiraciones de esa tradición, contribuir a la modernización de España, y la mejor manera de hacerlo fue garantizar la ­estabilidad democrática y el progreso. Al mismo tiempo, ha sido el gran protagonista del contenido y consolidación del ­autogobierno catalán. Estoy convencido de que Pujol pasará a la historia como un gran político catalán, pero también como un gran político español.

1          El 11 de septiembre de 2001 los Estados Unidos sufren en cuestión de pocas horas una serie de atentados de origen desconocido perfectamente planeados y coordinados que afectan y en algún caso destruyen por completo edificios simbólicos de la hegemonía mundial de esta nación, ubicados en Washington –el Pentágono– y Nueva York –Wold Trade Center–.
2          El 9 de noviembre de 1989 se anunciaba oficialmente en una conferencia de prensa que los alemanes del Este podrían cruzar libremente cualquiera de las fronteras de la Alemania Democrática (RDA). La caída del muro de Berlín, símbolo de la división de ambas Alemanias, fue el principio del fin de la desintegración de los regímenes comunistas que conformaban el Pacto de Varsovia.
3          Torcuato Fernández Miranda (1910-1980), catedrático de Derecho y rector de la Universidad de Oviedo, fue vicepresidente del gobierno en sustitución del asesinado almirante Carrero Blanco y presidente de las Cortes y del Consejo del Reino durante la aprobación de las Leyes de Reforma Política. Asesor del Príncipe Juan Carlos, resolvió el problema para que el nuevo Rey no fuera perjuro al jurar las Leyes Fundamentales que pretendía cambiar, presentando una reforma por la que “ni se vulnera ni se deroga la legislación” que dio lugar a la celebre frase “de la ley a la ley para llegar a la democracia”.
4          Gerald Brenan (1894-1987), escritor británico afincado en nuestro país, es autor del libro El laberinto español, considerado uno de los trabajos más importantes en torno a la guerra civil española.