Lo que hace a un país dinámico y competitivo es la actitud de su sociedad civil. En Catalunya, la capacidad de emprender e innovar nos viene de lejos, parece formar parte de nuestro ADN. No es esta una tierra sobrada de recursos naturales, por lo que la clave de nuestra riqueza ha sido, históricamente, la capacidad de comprar y vender, de comerciar, como también de desarrollar una industria potente. Pasamos de la manufactura tradicional a la industria porque en el siglo XVIII se copió el modelo inglés de mecanización y organización productiva: formación, innovación y competitividad como grandes divisas. Y sí, lógicamente hay un puñado de hombres de empresa que resultan clave para entender la modernización de este país. Son eso que Jaume Vicens Vives llamó los «capitanes de industria», los que dirigieron la transformación económica de un país que dejó de depender del cultivo y ligó su futuro a la producción industrial y a la exportación. Hombres de empresa convertidos en líderes en una sociedad potente y estructurada, capaz de sacar adelante iniciativas del calado de l’Escola de Comerç, l’Escola de Nàutica, la Borsa, el Diari de Barcelona o el Gran Teatre del Liceu. Ligar la innovación y el desarrollo económico a la formación ha sido clave en los siglos anteriores, pero también en el presente. Las mejoras en productividad son el resultado de ello, las cuales contribuyen no solo a incrementar las cuentas de resultados, sino que repercuten en la prosperidad del conjunto de la sociedad.
Los retos planteados a la empresa catalana actual son inmensos. Globalización, digitalización, mejorar la competitividad, competir con territorios de bajos salarios, apertura de nuevos mercados, optimización de la distinción y la marca, necesidad de especialización conformando clústeres identificables… La tradición industrial y empresarial, sin embargo, hace que se pueda jugar con una cierta ventaja, como también una posición territorial del país que es, de facto, un nódulo y un lugar de tránsito de flujos económicos de gran envergadura en el Mediterráneo. Tal vez, se debería conformar de manera más clara una estrategia económica compartida.