Anna Casamián Gould
Fotografia cedida
10è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Anna Casamián Gould

Socia fundadora de Pimienta Comunicación

Texto del 20/04/2018

Nacida en Barcelona y de madre inglesa, es una apasionada del baile, la música y los viajes. Tras una primera breve experiencia empresarial, hace ya diez años que ella y su socia, Yasmina Rodríguez, crearon una agencia de comunicación llamada Pimienta, aportando así su dilatada experiencia en el sector de la publicidad y el marketing de nuestro país. Sobre la situación catalana, piensa que se está perdiendo el seny y están ganando los egos.

 

El barco de mi abuelo llevaba mi nombre

Uno de mis recuerdos más entrañables es verme de pequeñita en traje de baño y en compañía de mi abuela Barbara en la playa de Sitges, donde establecieron su residencia mis abuelos maternos, que eran ingleses. Mi abuelo, Ivan, jubilado anticipadamente por cuestiones de salud, se dedicaba a pasear a turistas extranjeros por la costa del Garraf. A su barco le puso mi nombre, Ana María. Aquellos veranos eran largos y mis padres estaban dedicados a su negocio en Barcelona. No es extraño que mis abuelos hayan dejado en mí una impronta profunda y que los eche tanto de menos. En la foto de mi perfil de Facebook aparece mi abuelo pilotando una avioneta; en alguna ocasión me había llevado de paseo por las nubes con él, para disgusto de mi madre. Entre nosotros hablábamos en inglés, y él me llamaba pet, que significa mascota, y yo le reñía, ya que en catalán tiene otro significado no tan halagüeño. Antes de venir a vivir aquí, hubo un tiempo en el que ejerció de constructor en Inglaterra, sobre todo en zonas devastadas por la Segunda Guerra Mundial. Construía casitas modestas para gente con pocos recursos en Bristol y otras poblaciones. Fui muchas veces allí con él, de paseo por aquellos parajes y recuerdo que, orgulloso, me señalaba sus obras. Era una persona culta, polifacética, con gran sentido de humor y entrañable.

Mi familia ha vivido todas las guerras de su tiempo

A raíz de las conversaciones que oía siendo una chiquilla, capté cierta animadversión de mi abuelo hacia los alemanes y los japoneses, que más adelante entendí como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. También tengo recuerdos de conflictos bélicos por boca de mis abuelos paternos; mi iaia Carmen me contaba que, durante los bombardeos en Barcelona, se refugiaba en el metro. Martín, mi padre, nació en plena Guerra Civil. Los Casamián se ubican en Aragón, donde todavía conservo familia, aunque muchos se trasladaron a Francia y Argentina, y nunca regresaron. Es en Zaragoza, precisamente, donde más percibí el enfrentamiento entre familiares a causa de ideas políticas, aunque entre los muchos Casamián enterrados en los cementerios aragoneses parece ser que no hubo demasiadas víctimas mortales directas de la guerra. Lamentablemente, mis cuatro abuelos vivieron guerras, algo que las nuevas generaciones, por fortuna, ya vamos dejando atrás.

De todas partes y de ninguna

Galesa de nacimiento, mi madre acabó nacionalizándose como española. Al casarse por la iglesia con mi padre, tuvo que renunciar a la religión anglicana. Había venido de vacaciones con sus padres y el destino quiso que conociera a un chico barcelonés, hijo de un aragonés y una catalana, que se ofreció a hacerle de intérprete. Se enamoraron, se casaron y tuvieron tres hijos, de los cuales yo soy la mayor. De niña, siempre tuve la sensación de no ser ni exactamente española ni exactamente inglesa. En Inglaterra me llamaban «la española», y en España, «la inglesa». Era una sensación extraña, una dualidad que se repitió en Aragón, donde para muchos yo era «la catalana». Uno pertenece a todos los sitios, pero los demás no te dejan ser de ninguno al cien por cien. Mi pasaporte es español, nací en Barcelona y me siento catalana, pero llevo a Inglaterra en mis venas. Creo que no hay duda de lo que soy, aunque en los tiempos turbulentos que corren se hace difícil hablar de identidades.

Apasionada por el baile y la música

Vivíamos en Barcelona, en Sarrià. De niña estudié en el colegio Santa Dorotea, más conocido como las Salesianas, en el paseo de San Juan Bosco. Al salir de clase, venían a buscarme e íbamos a los columpios de la plaza Artós, todavía de tierra. De niña ya me encantaba bailar; hay filmaciones en formato super-8, realizadas por mi abuelo o mi padre, en las que siempre aparezco bailando, tanto daba ir vestida de faralaes y tocar las castañuelas, que con tutú rosa. Bailaba sardanas en el colegio y me tentaba la jota cuando iba a Aragón. De alguna manera, el baile, aun sin haberme especializado en él, me ha acompañado toda la vida, y todavía sigo bailando. La música, que me apasiona, forma asimismo parte de mí, si bien no sé tocar ningún instrumento. Es una pasión que he transmitido a mis hijos, quizá porque estando embarazada ya «les» ponía música y cantaba canciones. Iván, el mayor, toca varios instrumentos, tiene su propia banda de música y colabora con una segunda. Víctor, el menor, se atrevió con el piano, y se despierta y acuesta con música.

De Sarrià a Sant Cugat del Vallès

De un colegio de monjas pasé a otro; el primero no era estricto en exceso, como suele pensarse, y lograron inculcarnos valores con cierta libertad. El último solo era mixto tras la EGB. En el ínterin, mis padres cambiaron su residencia de Sarrià a Sant Cugat del Vallès, con un paréntesis breve en Granollers. Con once años, viví aquella mudanza como un trauma. A mis ojos, Sant Cugat era un pueblo aburrido, un monasterio y poco más. Mis hermanos, más pequeños, no tenían tantos vínculos y se adaptaron rápidamente, pero en mi caso, preadolescente, significó un verdadero esfuerzo adaptarme a un lugar nuevo, hacer nuevas amistades y encontrar nuevas aficiones. Así fue como, casi por necesidad, me aficioné de manera entusiasta a montar a caballo, ya que al lado de casa había una hípica.

Durante mi rebelión adolescente no quería estudiar

El cambio de colegio hizo que perdiera el interés en estudiar. Mi afán era resituarme, tener nuevas amistades, así que me volví perezosa e indolente. Aquello coincidió con mi paso al BUP, y obtuve unas notas muy justas en el último curso de la EGB. Me dediqué sobre todo a salir y a socializar, y me alejé cada vez más de los libros. Mi tutora, una monja, se encargó de dejarme claro a mí y a mis padres que «era un caso perdido». En lugar de recapacitar, me rebelé más, y en casa creyeron que la solución era obligarme a realizar Formación Profesional, con el pretexto de que era más fácil. Acepté, pero pronto caí en la cuenta del «fraude», el cambio fue un error, el Bachillerato se cursaba solamente en tres años, y la FP, en cinco. Me saqué el título con notas altas, por fin recapacité. Es curioso, pero no recuerdo haberme sentado nunca con mis padres para revisar deberes o tener una conversación sobre mi futuro. Al menos no como yo lo he hecho con mis hijos. A decir verdad, me dieron absoluta libertad. No es una recriminación, ¡los adoro!

Cursando COU en horario nocturno

Al terminar la FP, un vecino, sabiendo que dominaba el inglés y el francés, me ofreció un empleo en Barcelona. Tenía dieciocho años y entraba como secretaria. Trabajaba todos los días de 9 a 17 en su despacho. Como solía suceder entonces, entregaba íntegramente el sueldo a mis padres. Al poco tiempo, supe que trabajar como secretaria no era lo mío. Justo al lado, había un centro donde se podía cursar el COU y preparar la selectividad en horario de tarde-noche, y no me lo pensé dos veces: tenía que sacarme el curso y de ahí a una carrera. Siempre me había gustado escribir, era una de mis aficiones y decían que se me daba bien. Como la nota de corte me lo permitía sobradamente, elegí cursar Periodismo.

Quería ser periodista y acabé en publicidad

En la facultad tuve una nueva crisis de caminos y me sentí atraída por el mundo de la Publicidad, una variante de la carrera de Ciencias de la Información. Todo esto sucedía en medio de grandes cambios. Ya he dicho que empecé mi vida laboral a los dieciocho años, y desde entonces nunca la he aparcado; compaginaba trabajo y estudio, llegando a casa sobre las once de la noche. Además, a los veintiuno me fui de casa para vivir en pareja: un conglomerado de responsabilidades nada fácil de llevar. Así pues, del periodismo salté a la publicidad, y desde entonces, esta ha marcado mi trayectoria. Luego me especialicé en Dirección de Marketing, una disciplina que me atrapó al instante. Me pareció fascinante enfocar la comunicación de una manera estratégica para que las empresas pudieran colocar su marca, sus productos y sus servicios en el mercado, y venderlos mejor. Mis últimos estudios han sido de Marketing Digital, herramienta indispensable hoy día.

El cruce de dos personas en paralelo

Cuando estudiaba el COU en Barcelona, conocí a mi marido. Era cuatro años mayor que yo, acababa de hacer el servicio militar y también había decidido estudiar una carrera. Ambos estábamos combinando estudios con trabajo, y nuestras vidas en paralelo se cruzaron en la academia. Al cabo de poco tiempo nos lanzamos a vivir juntos, el sueldo que ganábamos serviría para costearnos nuestro propio espacio. Cuando pasé la selectividad dejé el trabajo en Barcelona y, pasado el verano, acepté un empleo similar en una microempresa familiar de Sant Cugat. El propietario tenía el despacho en su domicilio, y me pareció novedoso que un emprendedor pudiera articular su modus vivendi desde casa. La empresa coordinaba exportaciones y yo le echaba una mano en el despacho, pero sobre todo con los idiomas.

Provechosa experiencia en una multinacional

Mi siguiente empleo representó un salto cualitativo, al entrar en el departamento de marketing de un laboratorio multinacional sueco, aterrizando en el glamuroso sector farmacéutico. Eran buenos tiempos, movíamos currículums y teníamos la sensación de que podíamos elegir dónde íbamos a trabajar. Tanto era así que, con apenas veintidós años, tuve la osadía de negociar el sueldo con quien me entrevistó, de manera que pudiera cubrir los desplazamientos y las dietas que me representaba trabajar en Barcelona. Ese arrojo fue lo que hizo que me seleccionaran, según me confesó mi jefe tiempo después. Fueron casi cinco años muy buenos, el presupuesto del departamento de marketing era muy elevado, una auténtica escuela de posibilidades. Pronto me di cuenta de la estrategia común que había en todo lo que hacíamos: un sentimiento de pertenencia, cohesión y motivación de equipo, eso que ahora se llama Team Building.

Un wet lab y el arte de fidelizar

Me marcaron mucho las estrategias desplegadas en la compañía para vender sus productos. Yo estaba en oftalmología y el producto top era un viscoelástico de hialuronato sódico, que se usa en cirugía ocular para crear espacio, facilitar el campo de visión del cirujano y proteger los tejidos oculares. Este producto era el gran aliado en la venta de lentes intraoculares, por ser un producto muy técnico y especializado, nacido de la detección de las necesidades de los oftalmólogos. Fue un caso de éxito. A pesar de mi juventud, se me encomendó dirigir el wet lab, un espacio formativo que ofrecía a los oftalmólogos noveles la posibilidad de poder practicar cirugía con nuestras lentes y el viscoelástico; en concreto, en ojos de cerdo, que yo misma me encargaba de solicitar, recoger y preparar. Durante un tiempo me llamaron jocosamente «la niña de mis ojos»: gestionaba viajes, estancias y ocio para oftalmólogos que venían de toda España. La gran mayoría se convertían en clientes nuestros. Capacitarles fue la manera de fidelizarlos.

Me contrataron estando embarazada

Tras otras experiencias profesionales, entre las que se encuentra la creación de mi primera sociedad, de nuevo llegó la oportunidad con otra gran empresa, un líder mundial en food&beverage y travel retail, en la que ejercí de Product Manager. Bravo por Eulàlia Devesa, la valiente que se atrevió a contratar a una mujer embarazada en unos tiempos en los que traer al mundo a una criatura sigue creando tantos escollos laborales. Jamás lo olvidaré, todavía la tengo en alta estima y seguimos en contacto. Eulàlia me contrató en más ocasiones, como consultora freelance o como proveedora en otras empresas por las que ha transitado. También años después, coincidí de nuevo con el director de división de la multinacional, teniendo yo ya empresa propia, y acabó siendo mi cliente. Y recientemente tuve otro reencuentro de caminos con una antigua compañera, Marisa Guitart, que es un auténtico ejemplo profesional y una gran emprendedora. Durante toda mi vida profesional, me he ido reencontrando con clientes, compañeros de trabajo o colegas que guardan un grato recuerdo de mí –y yo también de ellos–: es algo realmente estimulante y de agradecer.

Y de repente, mi primera empresa

Mi primera tentativa empresarial se gestó durante las Olimpiadas del La iniciativa, compartida con un antiguo compañero de trabajo, se llamaba Universal Market Development. Estábamos convencidos de que podíamos unir nuestros talentos como principales motores a consagración exclusiva, con la colaboración parcial de nuestros respectivos cónyuges, que se dedicaban a otros menesteres. Aunque nunca antes me había visualizado como empresaria, en aquel momento me vi capaz de hacerlo. Se trataba de cruzar oferta con demanda, colaborar con cámaras de comercio y oficinas comerciales de diferentes países. Partíamos de unas bases de datos que ponían en contacto a inversores y a fabricantes que querían exportar o importar directamente, sin otra intermediación. Todo era en persona, por teléfono y fax. Fue intenso y divertido, me llevó a Haifa, me enseñó a tramitar contenedores desde Los Ángeles, a negociar contratos en Hamburgo y hasta pude desayunar con cónsules en Barcelona; la experiencia me dio alas, pero no acabó de despegar, entre otros motivos porque tras la fiebre olímpica vino un bajón económico.

Caerse y volver a levantarse

Tras el cierre volví a ejercer como consultora freelance, me contrataban para traducciones comerciales, estudios de mercado o presentaciones para departa- mentos de marketing. Una amiga me recomendó contactar con el fundador de un grupo editorial del Vallès. Surgió una nueva conexión y empecé a comercializar uno de sus productos editoriales, una guía local. Una vez editada la guía, el propietario apostó de nuevo por mí y me ofreció la dirección comercial de su agencia de publicidad. Aunque lo mío no era la dirección comercial, él creía en mi capacidad y me atrajo volver al ámbito publicitario, por lo que acepté. Allí conocí a Yasmina Rodríguez, la que hoy es mi socia en Pimienta. Sin embargo, antes de unir nuestros caminos, estuvimos un tiempo separadas. Ella pasó un tiempo viviendo en Brasil y yo tuve mi segundo hijo. Mi segunda maternidad me hizo plantearme la conciliación laboral.

Génesis de Pimienta, nuestro actual proyecto empresarial

Tras el nacimiento de Víctor, mi segundo hijo, pedí reducción de jornada. Sin embargo, acabó imponiéndose la realidad: seis horas de dedicación intensa al día no bastaban, y al final el acuerdo se rompió. Yasmina, en uno de sus regresos episódicos de Brasil, me sugirió un proyecto común para cuando ella volviera definitivamente. Reconozco que lo medité bastante, porque montar una empresa con un socio es como un matrimonio, tienes que escoger muy bien con quién te vinculas. Dos socios son dos pareceres, y una decisión al 50% a menudo implica cesión o renuncia por parte del otro, y mi primera sociedad tuvo episodios complicados. Ella era más joven, publicista, muy viajada y experimentada también en varios ámbitos laborales, y sobre todo con ganas de comerse el mundo. Nos entendíamos muy bien. Todo ello nos llevó finalmente a sumar fuerzas y creer en la viabilidad de nuestro proyecto.

Unos servicios realmente integrales con un toque de pimienta

Pimienta nació cocinando spaguetti alla carbonara en casa, pensando en cómo llamar a la agencia de comunicación y marketing que íbamos a crear; una empresa que cocinaría todo con calma y cariño, y en la que nosotras –y nadie más– íbamos a tener la última palabra sobre cualquier decisión. Cuando pasó por nuestras manos el tarro de pimienta, se nos ocurrió que podría ser un buen nombre, porque a las dos nos gusta ponerle un toque de esta especia a los platos, y a la vida en general. Al principio nos parecía temerario lanzarnos al mercado con un nombre así, pero el tiempo nos ha demostrado que fue una buena elección: es un nombre que se recuerda y causa un efecto de simpatía natural. Nuestra misión consiste en ayudar a nuestro cliente en la comunicación efectiva con su mercado. El hecho de tener experiencia en ambos lados de la barrera, tanto en departamentos de marketing como en agencias, nos ayuda a ofrecer servicios realmente integrales, con mayor perspectiva. No solo creamos logotipos, campañas publicitarias o páginas web; vamos más allá, queremos tener del cliente y de sus productos una visión global para entender cuáles son sus necesidades y actuar. Y es que no todo pasa por la publicidad, la estrategia es fundamental.

Menos clientes y más dedicación

Además de algunas cuentas grandes, buena parte de nuestros clientes son pymes que carecen de departamento de marketing, lo que nos da la oportunidad de suplirlo. En este tipo de entidades, el peso de las decisiones en cuanto a comunicación recae sobre los directores generales o los dueños de las compañías, que suelen tener las agendas muy llenas, y la comunicación y el marketing no son una prioridad. A menudo, se delegan estos aspectos en los directores comerciales, pero son parcelas muy diferentes, ya que estos se ocupan principalmente de las ventas y la facturación, mientras que el marketing va más allá. Ahí es cuando aparece Pimienta, que da la oportunidad de externalizar la comunicación y el marketing sin necesidad de incorporarlos en plantilla. El nivel de dedicación que ofrecemos a nuestros clientes se traduce en una cartera controlada y reducida. Nos implicamos vía contrato o cuota mensual, estudiando al detalle sus productos o servicios, así como su mercado, para personalizar al máximo y ofrecer lo que se requiere. La externalización puede ser indefinida en el tiempo o puntual.

Cómo abordar al cliente, la máxima dificultad

La máxima dificultad reside en cómo abordar al cliente, en muchas ocasiones el propietario o el director general. Hay que tener en cuenta que se trata de empresarios, de gente creativa, y que al exponerles sus carencias se arriesga uno a herir su sensibilidad. No a todo el mundo se le pueden mencionar sus puntos débiles directamente, o en la primera reunión. Es en este cálculo, en esta evaluación, donde estriba nuestro principal reto. Otro factor no menos importante es que somos una agencia, y estas tienen fama de ser caras. La crisis reciente ha contribuido a desinflar la «burbuja publicitaria», y sin abordar de inicio el tema presupuestario, debemos hacerles ver que no es así, ofrecemos un servicio personalizado y asequible, e invertir en Pimienta da dinero en vez de costarlo. Finalmente, no hay que olvidar que somos dos mujeres y, aunque tenemos un equipo detrás, este no es visible. Se ha avanzado mucho en el ámbito de la igualdad, pero todavía se nos exige explicar más que a los hombres quiénes somos y de dónde venimos.

Tres innovaciones de nuestro modelo de empresa por destacar

En Pimienta hemos tenido siempre muy claro que no queríamos tener una plantilla propia, pero sí que formaríamos equipo con freelances o microempresas en función de cada proyecto y de cada cliente. Necesitábamos flexibilidad. Por nuestra experiencia, sabíamos que trabajar siempre con los mismos creativos y diseñadores reduce el abanico de soluciones, ya que, por muy buenos que sean, cuando les aprieta la productividad suelen moverse siempre dentro de los mismos patrones. La fórmula de crear equipos ad hoc para cada proyecto nos permite una mayor creatividad. Por otro lado, el hecho de no trabajar físicamente juntos en una misma sede permanente también fue una innovación, aunque no siempre comprendida por los clientes. Era complicado explicar que íbamos a hacerles una campaña siendo una agencia «diferente», con el equipo repartido en distintas localidades, por no decir países, pero era nuestro concepto, una fórmula de trabajo propia tras una meditada decisión. Normalmente nos desplazamos a las sedes de los clientes, nos parecía mucho más rentable alquilar despachos cuando tuviéramos necesidad de reunión, en lugar de pagar unas oficinas fijas solo para invertir en imagen corporativa. Por último, los clientes que trabajan con grandes agencias saben que estas, en función de sus necesidades internas, cambian constantemente de interlocutor, una contingencia que lleva a la despersonalización del trato. Pimienta, en cambio, ofrece siempre los mismos rostros, y tener interlocución directa y estable con el cliente edifica la confianza mutua.

Yasmina y yo somos Pimienta

Ni Yasmina ni yo misma somos grandes comerciales de Pimienta, aunque parezca una paradoja. A veces me da la impresión de que sabemos vender mejor los servicios y productos de nuestros clientes que los nuestros. Llevar una empresa exige estar en muchos frentes e ir cambiando constantemente de sombrero. Trabajamos juntas en una oficina, pero cuando no vamos a visitar a un cliente, toca una reunión interna, cotizar un proyecto o ir al gestor. Por eso, de vez en cuando nos detenemos, nos miramos y nos preguntamos si no es hora ya de incorporar más gente en el equipo, sobre todo para llevar clientes. Hasta hoy, Yasmina y yo somos las interlocutoras y únicas gestoras de proyecto en Pimienta, llevamos todas las cuentas entre dos. Nuestras agendas ya no dan para más, pero tampoco nos decidimos a ampliar la plantilla.

Un imaginario y bonito mueble antiguo

Lo que verdaderamente nos motiva, lo que hace emerger lo mejor de nosotras, es la creación y la gestión de equipos coherentes con las necesidades del cliente. Podemos tener de cinco a quince profesionales en marcha a la vez. Nuestra manera de visualizar la gran red de trabajadores expertos en quienes confiamos es a través de un imaginario, bello e inmenso mueble antiguo lleno de cajones. Así, cuando nos surge una necesidad, abrimos uno y encontramos la solución, al profesional ideal. Hablo de periodistas, artefinalistas, impresores, montadores de estands, artífices de Team Building, diseñadores –divos o más dúctiles–, traductores, programadores. Esta riqueza, la innovación de contar con buenos colaboradores externos, que van trabajando regularmente con Pimienta y para diferentes cuentas, es la seña de identidad que mejor nos define con relación a otras agencias. Trabajar de esta manera hace posible, también, que ofrezcamos unos precios coherentes y alejados de los que ofrecen las grandes agencias.

Sin una web, no existes

Actualmente, las páginas web son nuestro servicio más solicitado; se han convertido en una herramienta imprescindible para las empresas. Es difícil decir cuántas semanas son necesarias para hacer una buena página web. En general, nosotras nos adaptamos a la velocidad del cliente. Si se tienen las cosas claras, si el cliente tiene bien estructurado el contenido, qué es lo que quiere comunicar al mercado y cómo lo quiere comunicar, construir una página web es bastante rápido. A veces, sucede que nos encontramos con empresas que no entienden la necesidad de una web, porque ya tienen muchos clientes o porque no le ven sentido. Pero se equivocan en este enfoque, porque todas las empresas y todos los productos, tengan web o no, están en Internet en boca de los consumidores. Por lo tanto, mejor estar en la red y controlar lo que se dice de uno que abandonarse a la suerte. Debemos insistir mucho, asimismo, en la necesidad de entender la web como un ente vivo, no como un catálogo que se cuelga en la red y en el que se acumula el polvo. Hay que refrescar los contenidos, porque el dinamismo de la web es un reflejo del dinamismo de la marca. Aparte de crear y mantener páginas en línea, también analizamos y potenciamos su visibilidad y la reputación digital de la marca.

El poder de la consciencia e inteligencia colectivas de Internet

Hemos creado páginas web con equipos ubicados físicamente en Brasil y podemos gestionar proyectos geográficamente distantes. Internet y las redes sociales han revolucionado el mundo laboral y han eliminado las barreras; y es algo que no ha hecho más que empezar. Hay empresas que no han abordado su digitalización, pero tarde o temprano la tendrán que llevar a cabo. Pensemos que Internet es un arma de doble filo, en la que todo el mundo puede opinar libremente, es un ente insaciable donde minuto a minuto se vierten millones de contenidos que pueden crear reputaciones digitales incorrectas fuera de control. La red es actualmente el gran prescriptor general. En nuestro blog hablamos constantemente de ello. El poder de la consciencia e inteligencia colectivas puede encumbrar o hundir una marca o un producto con suma facilidad, y es un nuevo reto que las empresas deben tener muy presente. En Pimienta, el 80 % de los servicios que realizamos tienen que ver con el medio on-line (además de web, ejercemos de Community Manager y Digital Strategist para varias empresas), y solo un 20 % de nuestros servicios son off-line.

Salir de la crisis codo a codo

Las dos empresas que he montado han coincidido con sendas crisis. Tener que afrontar como emprendedora las adversidades inherentes a toda recesión me ha dado muchas herramientas de superación y me ha preparado para entender cómo algunos de mis clientes han resurgido también de ellas. Vivir esta recuperación a su lado, acompañándolos codo a codo, ha sido una de las mayores recompensas que he recibido como profesional. Aunque no todo han sido alegrías: también hemos visto a clientes bajar la persiana, porque el cierre de un negocio es el resultado de muchos factores, y algunos de ellos escapan a nuestras capacidades.

Mi anécdota con Carles Puigdemont

Conocí a Carles Puigdemont hace más de una década, era un cliente de la agencia contratada para lanzar un periódico catalán publicado en inglés, que él impulsaba. Yo trabajaba allí y participé en el proyecto. Recuerdo por ejemplo la puesta en escena en la presentación oficial, desplegamos a varios modelos caracterizados de repartidores de periódicos de principios del siglo xx, vendiendo a voces el producto, acompañados de un autobús urbano rotulado de la misma época, que se desplazó hasta el Liceu, donde esperaban los asistentes. Años después, en un evento empresarial, volví a encontrarme con él, siendo entonces el Molt Honorable President de la Generalitat. Una de las actividades del acto era hacerse fotos en un photocall para participar en el sorteo de un fin de semana en un hotel, y entre foto y foto nos reconocimos y saludamos. Charlamos brevemente mientras posábamos para la foto y la casualidad quiso que con dicha foto yo ganara el sorteo.

Dedico parte de mi tiempo a la vida asociativa y solidaria

Colaboro con varias asociaciones, profesional y personalmente. En el ámbito empresarial, soy socia de l’Associació de Dones Directives, Empresàries i Professionals del Vallès, que recientemente ha celebrado su quinto aniversario. La ADE tiene como objetivo visibilizar a la mujer empresaria y empoderarla, pero no desde una perspectiva política ni feminista, sino femenina. Compar- timos experiencia, creamos sinergias y contribuimos a difundir nuestros proyectos profesionales. Desde una vertiente más solidaria, soy embajadora de la asociación «Las Historias de Sofía», una entidad que recauda fondos para invertir en proyectos de acompañamiento hospitalario, inclusión y mucho más, dirigidos a la infancia. Esta bonita entidad surgió de la experiencia personal de la fundadora tras el nacimiento de su hija Sofía, a quien se le diagnosticó una cardiopatía congénita grave. También tengo otra faceta que me permite cultivar el arte de la paciencia: soy miembro de un huerto comunitario sostenible y ecológico, en el que, junto con una amiga, plantamos verduras y hortalizas para consumo propio. ¡Saco tiempo de debajo de las piedras!

Hemos perdido el seny y están ganando los egos

Mi juicio sobre la clase política es bastante severo; y que el proceso independentista de Catalunya haya llegado a esta especie de callejón sin salida en el que se encuentra, por desgracia me da la razón. Hoy por hoy, no sé ver cuál puede ser su solución, porque es probable que no haya ninguna suficientemente satisfactoria. En general, diría que hemos perdido el seny y que están ganando los egos. Se ha olvidado que todos estamos conectados, y que, si nuestro planeta es una anécdota dentro del cosmos, cada uno de nosotros es infinitesimalmente más insignificante.

Nuestras raíces son cortas

Mi madre, Ángela, es muy cariñosa, me ha prodigado besos y abrazos sin escatimar. Estoy permanentemente en comunicación con ella, también por WhatsApp, y seré eternamente su niña. Martín, mi padre, aun siendo encantador, carece de filtros, lo cual hace que se le perciba como más gruñón de lo que en realidad es. Es un ratón de biblioteca y lo sabe «absolutamente todo», hasta el punto de rivalizar con Google. Estando nuestra peripecia familiar tan marcada por las migraciones, creo que estas continuarán, porque la siguiente generación seguramente también volará. Mi hijo mayor lo tiene muy claro: quiere irse fuera, ya sea a Londres, Berlín o Ámsterdam. El pequeño quizá está más arraigado, pero estoy convencida de que también acabará viéndolo de manera parecida, porque es lo que han vivido en casa. Somos viajeros por trabajo y por ocio. Su padre, Jaume, si no está en China está en América o por Europa, por razones de trabajo viaja constantemente desde hace más de veinte años. Lleva la codirección general de una empresa multinacional de origen catalán, muy potente y de gran vocación exportadora, líder en su sector. Su aportación y conocimiento de la internacionalización le ha llevado a impartir conferencias y clases magistrales.

Más de tres décadas con él

Jaume, mi marido, es un gran referente para mí, y a los números me remito: ahora mismo llevamos treinta y un años juntos. Los inicios fueron difíciles. Éramos jóvenes e íbamos justos de dinero durante el año, pero llegaba agosto y desaparecíamos. Mochileros o de hoteles, viajábamos muchísimo, atravesando países de punta a punta, en tren, avioneta o helicóptero, sin saber a veces dónde íbamos a dormir por la noche. Jaume es un gran profesional, un crack, y es extremadamente inteligente, una auténtica máquina de pensar. Además, es generoso; trabajando siempre para los demás, lo ha hecho como si los negocios fueran suyos, que es lo que se debe hacer, aunque no tantos lo lleven a la práctica. Hubiera sido un gran emprendedor, aunque dicen que nunca es tarde.