TH, 2n VOLUM. Rey y alcaldes

SR. JOAN MIQUEL NADAL I MALÉ

Alcalde de Tarragona desde 1989.

Texto del 08/06/04,
Fotografía cedida por el Ayuntamiento de Tarragona

Algunos alcaldes alcanzan tal nivel de identificación con su localidad que son vistos por la ciudadanía como un elemento más de su vida cotidiana, como un pariente lejano. Joan Miquel Nadal, por su larga permanencia al frente de la alcaldía de Tarragona, forma parte de esta categoría singular de políticos municipales que acaban siendo figuras entrañables para sus conciudadanos, quienes asocian tanto el cargo a su nombre que ya se refieren a ellos como “el alcalde”. Por lo demás, su extenso período de gobierno ha coincidido con una fructífera etapa de desarrollo urbano, de la que en gran medida se le puede considerar responsable. 

No es fácil permanecer 15 años en un cargo, pero tampoco es inaudito

Dentro de poco cumpliré 15 años al frente de la alcaldía de Tarragona, período que puede parecer excesivo si lo comparamos con la duración habitual de las responsabilidades públicas a que estamos acostumbrados en nuestra democracia. Tal vez se considere un hecho excepcional, y sin embargo yo no creo que sea algo extraordinario si tomamos en cuenta las peculiares características de la política municipal. En efecto, basta un ligero análisis histórico para percatarse de que los alcaldes suelen durar bastantes años en el cargo. En las primeras elecciones municipales democráticas del año 1979 surgieron por todo el país alcaldes que han permanecido mucho tiempo -la inmensa mayoría conservaron el puesto hasta las elecciones de 1995, y algunos no lo han abandonado todavía-. Es cierto que los alcaldes que procedemos, como en mi caso, de una segunda hornada municipalista generalmente no han durado tanto (porque nos ha tocado vivir una época de menor efervescencia política, de mayor madurez democrática, de mayor nivel de exigencia en la valoración del trabajo realizado), pero nada impide que se produzca una comunión con el electorado que haga viable una larga permanencia. El principio político de la alternancia no siempre es aplicable, porque en último término depende de la voluntad renovadora o continuista de los ciudadanos. En Europa y en España hemos asistido a la consagración de algunos personajes políticos de primer nivel que se eternizaron en el cargo y, por así decirlo, acabaron formando parte del paisaje político -Helmuth Kohl, Jordi Pujol o en su momento Felipe González-. Cuando ese paisaje político se reduce a una dimensión más municipalista, nos encontramos a menudo con que ciertos alcaldes no sólo forman parte de él, sino que incluso transmiten la sensación de formar parte de la propia familia. No sé si eso es bueno o malo, en todo caso es algo que deben decidir los ciudadanos.

Los límites de un mandato municipal deberían ampliarse

Lo cierto es que esta situación va en contra del principio de alternancia política, pero también considero que este ideal no es el más apropiado para valorar la gestión municipal. Por su inmediatez, por el contacto directo con la ciudadanía, el alcalde constituye la primera línea de infantería política. Nuestra tarea consiste en ejercer de pedagogos y dar explicación de todo, en ser corteses y elegantes con las personas que nos encontramos por la calle con independencia del buen o mal humor que tengamos cada día. Todo esto tiene poco que ver con la afiliación ideológica de cada cual y con la conveniencia o no de que se produzca un cambio de gobierno cada cuatro años. Al ciudadano le interesa más la eficacia de tu gestión que no otras cuestiones políticas más abstractas. Si deseamos de verdad que en la política municipal quede reflejado de forma adecuada este principio de alternancia política, deberíamos empezar por corregir un error básico que hemos cometido en el diseño electoral, pues considero que los períodos de mandato municipal no deben ser de cuatro, sino de seis años, y entonces existiría cierta lógica si se estableciese un límite máximo de dos legislaturas de permanencia en el cargo. Cuatro años no son suficientes para desarrollar un proyecto político municipal. La ciudadanía, que es muy sabia, se da cuenta, y quizás por ello concede a los alcaldes mayor duración, mayor nivel de confianza electoral que a cualquier otro cargo político.

Tarragona requería mayor autoestima

En 1989 entré en el Ayuntamiento con la ilusión de que mi ciudad alcanzase a tener la presencia, el prestigio y el respeto que consideraba que se merecía dentro de Cataluña, pero que entonces de algún modo se le negaba. Tarragona no acababa de tener, ni para el gobierno autónomo ni para el común de los catalanes, la relevancia que sus habitantes pensábamos que le correspondía. Esta sensación de olvido institucional, de haber quedado relegados en el diseño autónomo de la política territorial, ha dado un vuelco espectacular en estos 15 años. Resulta innegable que Tarragona es la capital que más ha crecido en el conjunto de Cataluña, la que más ha sabido demostrar su capacidad de ser y de estar, su espíritu de transformación, y eso ha repercutido muy positivamente en su nivel de autoestima. El mejor exponente de que Tarragona ha sabido recuperar su puesto entre las ciudades catalanas, el principal marchamo que señala ese reconocimiento institucional, ha sido la concesión hace tres años del título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Somos la primera ciudad catalana que obtiene esa distinción.

Contamos con un puerto de gran nivel

Con sus 127.800 habitantes censados -pero que, de hecho, rondan los 150.000- Tarragona se acerca al ideal de una ciudad media europea. En base a estas cifras la ciudad sería una de tantas, si no fuera porque posee una serie de elementos estructurales que son la clave para explicar su desarrollo económico real. En su mayoría esos elementos son desconocidos más allá del ámbito profesional, pero sin ellos no se entiende el éxito de nuestra ciudad. Sin duda, una de esas infraestructuras destacadas es el puerto, que es el segundo más grande de Cataluña y uno de los principales de España. Es líder nacional en productos derivados del petróleo y en tráfico de mercancías industriales, ocupa uno de los primeros puestos en carga y descarga de vehículos y está muy afianzado en el tema de los contenedores. El secreto de su éxito consiste en que, como ocurre también con Castellón, se halla en medio de las dos grandes potencias portuarias del Mediterráneo, Barcelona y Valencia. Frente a esos macropuertos, el profesional del tráfico marítimo y de la intermediación portuaria prefiere contratar nuestros servicios, que son igual de buenos pero más baratos. Últimamente, además, Tarragona se abre hueco en el mercado de los cruceros turísticos de lujo, en dura competencia con el puerto de Barcelona.

Se debe potenciar más el aeropuerto de Reus

Un elemento clave de nuestro desarrollo es la cercanía al aeropuerto de Reus, que a mi juicio está siendo injustamente infravalorado. Los gobiernos sucesivos de Madrid y de Barcelona no le han querido conceder la importancia que se merece, aunque creo que tiene muchísimas posibilidades de crecimiento, por dar servicio a un territorio de enorme importancia industrial y turística, y porque goza de un enlace excelente por autopista con el aeropuerto de Barcelona. En 45 minutos, sin tocar un solo semáforo, se puede ir de uno a otro aeropuerto con suma facilidad. Conviene potenciar más esta infraestructura, y lo propio desde la administración sería diseñar un plan de objetivos y una remodelación de sus instalaciones. Éste sería el camino lógico a recorrer, pero como no parece que exista auténtica voluntad de emprenderlo me veo forzado como presidente del Consorci del Camp de Tarragona a promover otras vías. Por eso estoy firmando a marchas forzadas contratos con las principales compañías aéreas de bajo coste para que lo usen como base de operaciones. De esta manera hemos aumentado muy considerablemente el número de viajeros, en una política de hechos consumados ante AENA. Históricamente, AENA ha mostrado una gran desconsideración hacia los aeropuertos de segundo orden de toda España. No queda más remedio para convencerles que incrementar rápidamente el número de usuarios, forzándoles a afrontar una situación de hecho y a adoptar soluciones que eviten el colapso aéreo.

El peso de nuestra industria petroquímica es determinante

Cuando se habla de Tarragona casi todo el mundo menciona nuestra refinería petrolífera, que es la instalación que ha dado fama a la ciudad, pero que ocupa tan sólo el 30% de nuestra actividad industrial. Tarragona es mucho más que su refinería, posee también dos polígonos industriales que en conjunto conforman uno de los parques de industria química más grandes de Europa. Poca gente es consciente del papel que juega Tarragona en los procesos industriales más cotidianos. El 30% de los coches que circulan por España funcionan con gasolina refinada en Tarragona, pero también es determinante la industria petroquímica local en multitud de otros productos, como pueden ser el plástico o las fibras sintéticas. El 40% de la ropa y accesorios que llevamos puestos procede de nuestras empresas químicas, así como el 70% de los componentes de los automóviles que conducimos, o el 60% de los materiales de construcción de las casas donde vivimos. Esa preponderancia de Tarragona en el sector químico nacional pretendemos que se mantenga durante mucho tiempo, y a tal efecto hemos inaugurado un centro de investigación tecnológica de referencia en toda Europa.

Los temas ecológicos y de prevención medioambiental son prioritarios

La presencia en la ciudad de tal concentración de industrias químicas potencialmente peligrosas hace que los temas ecológicos y de prevención medioambiental sean prioritarios desde hace tiempo para el Ayuntamiento que presido. Ya en los años 90, con la ayuda mayoritaria de la ciudadanía, pusimos en marcha un pacto de progreso con la industria química local cuya primera fase corresponde a lo que los canadienses -líderes en la defensa del medio ambiente- llaman responsible care, lo que se podría traducir como la adopción por parte de todos de una conducta responsable. Todos somos responsables de nuestros actos ante la sociedad, y del mismo modo que cada uno procura serlo con la educación que da a sus hijos, o con el respeto hacia las normas de tráfico en beneficio común, también debemos ser responsables de manera personal de nuestra actitud con el medio ambiente. Esta postura comporta que el Ayuntamiento, como un ciudadano más, proceda responsablemente en estos temas y comunique lo que ha hecho, lo que está haciendo y lo que hará al respecto, divulgue la situación actual de la ciudad y sus propuestas de futuro sostenible, y sobre todo que también lo hagan recíprocamente las empresas, explicando con claridad sus objetivos medioambientales, obligándose a cumplirlos como efectivamente sucede y dando las explicaciones oportunas a la ciudadanía cuando se produzcan fugas o fallos en los sistemas de seguridad. El buen funcionamiento de esta primera fase de nuestro programa medioambiental nos anima a impulsar su evolución natural, ir más allá de la conducta responsable personal y promover la figura de la ecofamilia, concepto básico en sostenibilidad, porque de poco sirve todo lo que hagamos desde un punto de vista político -campañas de divulgación, leyes, normativas, etc.- si no se produce un cambio de mentalidad que abarque algo más que la actitud personal y afecte al núcleo económico familiar. Se trata de que cada familia se plantee si realmente necesita un coche de determinadas dimensiones y determinado nivel de consumo energético, si le conviene vivir en una casa desprovista de energías alternativas o renovables, o si sería capaz de reducir sus residuos a costa de algún pequeño sacrificio. La auténtica sostenibilidad pasa por el desarrollo de estas conductas colectivas, y son la base sobre la que vamos a empezar a trabajar.

Riqueza patrimonial y promoción turística

El patrimonio cultural de Tarragona es tan inmenso que nos obliga a actuar con mucho cuidado a la hora de emprender cualquier acción urbanística. Procuramos siempre no descubrir más patrimonio del que realmente podemos poner a disposición del ciudadano. Esto implica ser muy precavidos a la hora de conceder una licencia de obras, que debe ir siempre acompañada de una carta arqueológica, pues la experiencia nos ha demostrado que alguna cosa u otra se acaba encontrando a poco que se excave. Una de las razones por las que hemos sido declarados Patrimonio de la Humanidad es por haber sabido conjugar la vida moderna sobre las ruinas de una ciudad antigua con el máximo respeto. Es algo que resulta en la práctica muy complicado, porque la extensión de la Tarraco romana, contando los cementerios, calzadas y obras públicas extramuros, era tan grande como la Tarragona actual. El resultado, a nivel de promoción cultural y turística, compensa con creces el esfuerzo. Tarragona no puede quejarse del potencial turístico que le otorga esa riqueza monumental que atesora. Si acaso, nos conviene mejorar nuestra oferta hotelera para que la estancia de los visitantes, cada vez más numerosos, resulte más cómoda, pero en este punto topamos con la dificultad que supone la vecindad de plazas turísticas de primer orden europeo como Salou, Torredembarra o Altafulla, localidades que ya gozan de unos servicios e instalaciones de gran nivel.

Complejidad del modelo de Estado autonómico

La Constitución española consagra un modelo de estado peculiar, que a mi juicio parte de un “gran error” -entre comillas, porque como mínimo nos ha servido para funcionar- puesto que no todas las autonomías son iguales, no todas parten del mismo concepto, así que en el instante actual en que se pretende igualar el sistema autonómico español nos adentramos en una crisis objetivamente compleja del modelo de Estado de la cual no sé cómo vamos a salir. Resolver el problema del derecho de Galicia, Euskadi y Cataluña a reclamar un concepto autonómico diferenciado, y a la vez el derecho de los demás a tener prestaciones similares no es tan sencillo. Por lo tanto, a los que ahora proclaman que con la reforma de la Constitución quedará resuelto el Estado de las autonomías, les contesto que probablemente garantizaremos un correcto funcionamiento para los próximos 15 o 20 años -lo que está muy bien-, pero que el modelo de Estado no se podrá resolver definitivamente hasta que no se produzca un auténtico debate y reconocimiento general de cuáles son las autonomías que deben ser consideradas como tales y cuáles son las que hoy llamamos autonomías pero son en realidad nacionalidades.

Reforma del Estatut d’autonomia

En este contexto reivindicativo que vivimos hoy, donde se plantea con insistencia la voluntad política de introducir cambios en los estatutos de autonomía, y en especial en el catalán, considero que reformar el Estatut, si no es para incluir algún tipo de concierto económico, no vale la pena. Todos los demás cambios, si no van acompañados de un sistema de financiación autóctono, no serán más que cortinas de humo, no merecen que perdamos en el asunto tiempo y dinero. En estos momentos, las auténticas necesidades de Cataluña son de índole económica para garantizar que permanezca tecnológicamente en un nivel avanzado. El resto de reivindicaciones no tienen sentido mientras no contemos con una fuente de ingresos para llevarlas a cabo.

Un Rey que supo asumir y encabezar la Transición

He tenido la oportunidad, durante su estancia en Tarragona, que duró cierto tiempo, de mantener un trato cordial con Su Majestad y debo reconocer que me causó una grata sensación. Desde entonces le tengo en muy buen concepto. Creo que es más listo de lo que la gente cree y más hábil de lo que la gente se imagina. Además, todos deberíamos agradecerle su participación activa en el proceso de transición política. Conviene tener siempre presente que nosotros obtuvimos la democracia actual gracias a tres cosas. En primer lugar, mal que nos pese reconocerlo, a que se murió Franco. En segundo término, a que existía un amplio proceso democrático en el seno del país asumido plenamente por mucha gente que además supo actuar muy bien. Y el tercer aspecto que merece destacarse es que tuvimos un Rey que supo asumir y encabezar la transición, siendo éste el fundamento de su legado histórico e institucional.

La monarquía debe revalidar constantemente su compromiso con la nación

La monarquía española, de hecho cualquier monarquía democrática, tiene un pequeño problema, el mismo que tienen los presidentes de gobierno, los presidentes autonómicos o los alcaldes, y es que su labor se ve sometida a una evaluación constante. El Rey de España, aunque parezca que ostenta un cargo vitalicio e inmutable, debe revalidar cada semana, cada día, su toma de contacto con la sociedad y con la ciudadanía. La monarquía debe ganarse día a día su status social y constitucional, y no me cabe la menor duda de que Juan Carlos I ha tenido bien presente esta necesidad y ha sabido ganarse el respeto del que goza y la posición eminente que ocupa. Caso distinto me parece el del futuro Felipe VI. El entorno de la Casa Real ha emprendido una importante campaña de promoción del Príncipe.