Volumen 16. Biografías relevantes, empresarios de cosmética y belleza

Miguel Griñó Rubinat – Escuela Miguel Griñó

Mollerussa (Lleida)

1944

Fundador de la Escuela Miguel Griñó

 

17-10-2023

 

Una vida estrechamente vinculada a la peluquería, en la que la formación y el crecimiento han constituido una constante. Fue principalmente en Francia donde consolidó su técnica profesional, basada en una apuesta por la peluquería creativa y de autor, si bien la inquietud por aprender y dotarse de argumentos consistentes le permitieron diferenciarse. El camino del Sr. Griñó acabó adquiriendo tintes académicos, transmitiendo el conocimiento adquirido a los aspirantes a ejercer esta disciplina, que ha acusado una profunda transformación en los últimos años.

 

 

Conciliaba el sueño gracias al rumor sordo que me llegaba de los secadores de cabello de la peluquería de mi madre

El mundo de la peluquería ha estado ligado a mi vida desde la infancia. Mis primeros recuerdos me remiten al hogar de mis padres, en Mollerussa, donde yo dormía junto al negocio que regentaba mi madre, Rosa, logrando conciliar el sueño gracias al rumor sordo que me llegaba, a través de la pared, del monótono ruido que despedían los secadores de cabello de su local, así como de las voces de las clientas que compartían sus anécdotas personales con mi progenitora. Ella fue la persona más influyente en mi vida; una mujer trabajadora y generosa, entregada tanto a su ejercicio de peluquera como al hogar, derrochaba una gran energía y supo transmitirme su espíritu inquieto y resuelto a partir del ejemplo del que fui testigo a diario. A ello le unía una gran determinación, pues era ella quien asumía las decisiones domésticas y lideraba nuestro círculo familiar, que se complementaba con mi hermana menor, Rosa, y mi padre, Josep, chófer y mecánico de profesión. Hombre bondadoso y que atesoraba un gran sentido de la responsabilidad, mostraba un espíritu diametralmente opuesto al emprendedor de mi madre.

 

Con catorce años, acepté el reto de venir solo a Barcelona para formarme y trabajar como peluquero

En mi más temprana adolescencia empecé a ayudar a mi madre en el negocio familiar, lavando cabezas o barriendo. Era un ejercicio que asumí con naturalidad, pues entendía que, como hijo, formaba parte de mis deberes Asimismo, aquello constituía un acto de socialización, al establecer conversación con las clientas y sumergirme, inconscientemente, en el trato que hay que dispensar al público cuando prestas un servicio como este. Pese a todo, inicialmente mi carrera profesional no se orientó hacia esa disciplina, sino que, tras completar el Bachillerato, me matriculé en la Escola Normal de Mestres de Lleida. Mi camino hacia el Magisterio, no obstante, viraría a los pocos meses, cuando un íntimo amigo paterno de la guerra me sugirió trasladarme a Barcelona para formarme como peluquero. Tenía solo catorce años, pero acepté ese reto, que de golpe me plantó en una ciudad cuya dimensión contrastaba con mi Mollerussa natal. Aun así, eran unos tiempos amables, en los que los vecinos del edificio en que residía, en la calle Roger de Flor 303, me conocían y saludaban; los profesores de la escuela de peluquería eran cálidos y acogedores, e imperaba el civismo incluso en el trayecto del tranvía número 29 que utilizaba para acudir al centro. En la actualidad, el entorno de la capital ha cambiado radicalmente y sería temerario que un niño de esa edad viniera a vivir a Barcelona sin sus padres.

 

Tuve la suerte de hallar a profesionales y profesores que lograron que me enamorara del oficio peluquero

Durante mi estancia en Barcelona, viví en casa del amigo de mi padre, el Sr. Claramunt, quien me acogió sin pedir nada a cambio. Terminada mi formación en la escuela de peluquería Henry, trabajé en Portal de l’Àngel, en el salón Claramunt casualmente, y después en Passeig de Gràcia, en el salón Izquierdo. El Sr. Claramunt me sugirió viajar a Lyon, donde tenía unos amigos suyos regentando una peluquería, los cuales se ofrecieron a enseñarme a perfeccionar la técnica a cambio de la ayuda que prestaría en su establecimiento. Así, obtuve ese aprendizaje y alojamiento gratuito; un sistema que, meses después, vi prolongado en París, donde esta familia tenia unos íntimos amigos peluqueros que me recomendaron y fui a la capital de la moda, a un salón de lujo en la Place Republique: fue un sueño hecho realidad. En los casi dos años que permanecí en el país vecino, además, cultivé el francés, que había aprendido en la Escuela de Idiomas Berlitz de Barcelona. París era entonces la ciudad que marcaba tendencia en peluquería, y ahí llegué a coincidir con Alexandre, uno de los más prestigiosos profesionales de la disciplina. Francia, y en especial su capital, me impresionaron. En esa época, el país vecino se había convertido en un lugar de acogida de emigrantes españoles que buscaban un futuro mejor. Ahí encontré un trato grato y familiar; una experiencia inolvidable que me marcaría emocionalmente, así como la mejor base formativa para crecer como peluquero, aprendiendo a tener iniciativa propia, pues no hacía falta que me dieran instrucciones, ya que, en cuanto entraba una clienta por la puerta, me apresuraba a atenderla y a ponerle la correspondiente bata para realizar el servicio que solicitara. Echo en falta esta proactividad en los negocios de atención al cliente, lo cual denota que las personas que están al cargo de los mismos no sienten pasión por el trabajo que realizan. La pasión es vital para crecer profesionalmente. Cuando me inicié en la peluquería, ignoraba si aquel oficio me gustaría. Pero tuve la suerte de hallar a profesionales y profesores que me ayudaron a que me enamorara de esta profesión. Quizás ello también se debió a que tuve que trabajar desde niño y adquirí una ética laboral que me hizo comprender la importancia de desarrollar cualquier tarea con rigor, honestidad e implicación.

 

El primer establecimiento generó tanta clientela que convirtió esa peluquería en casi un club juvenil

Al regresar a Barcelona, con 19 años, mi madre tomó una de las decisiones más arriesgadas de su vida: trasladarse a la capital y montar una peluquería donde yo pudiera ejercer. También mi hermana Rosa vino a la ciudad para colaborar en la peluquería, mientras mi padre permanecía unos meses en Mollerussa, a la espera de que se consolidara el nuevo negocio. Tras comprobar que el local funcionaba, su propia empresa le halló un empleo como chófer en Barcelona. Nuestro establecimiento logró reunir muy pronto una buena clientela, generando una comunidad que convirtió esa peluquería en una suerte de club de amigos, puesto que era frecuentada por muchas personas jóvenes que me sugerían acompañarlas a la discoteca, lo cual me permitió descubrir facetas para mí desconocidas de la ciudad. Por aquel entonces se establecía una relación muy cercana con las clientas, muchas de las cuales me llegaron a invitar a su boda. Esa complicidad propició que disfrutara de un relajado servicio militar, ya que una de las clientas era esposa de un mando y me sugirió presentarme voluntario para así acceder a condiciones preferentes. De este modo, tras el periodo invertido en el campamento de Sant Climent Sescebes, me convertí en el peluquero de la señora del coronel, en el cuartel Jaén 25, algo que me eximió de la instrucción, el zafarrancho y otros cometidos castrenses. Mi única responsabilidad residía en acudir a diario, a las doce del mediodía, con el Seat 600 de mi padre, al cuartel para peinar a la esposa del coronel. Al cuarto de hora, regresaba a la peluquería familiar para reanudar mis labores. Acabado el servicio militar, entré en el Club Artístico y participé en el campeonato de Catalunya y de España, y también en la Rosa de Oro en París. Asimismo, realicé presentaciones en Cosmobelleza y shows que hicieron que me contrataran por toda España.

 

La incorporación de especialistas a la peluquería nos permitió diferenciarnos del resto de salones

Abrimos la primera peluquería en la calle Floridablanca, en el barrio de Sant Antoni, un modesto local de sesenta metros, con cocina y comedor donde almorzábamos, ya que iniciamos la tendencia de no cerrar los mediodías y comer con los colaboradores. Ese establecimiento se quedó pronto pequeño, pues al año y medio trabajábamos mi madre, mi hermana (que hasta el día de su muerte fue mi mano derecha), cuatro dependientes y yo. Eso nos empujó a trasladarnos y comprar un nuevo local de 120 m² en la avenida Mistral, donde continuamos ampliando nuestra clientela, lo que nos decidió a quedarnos con el local adyacente, sumando 160 m2. En ese momento, el equipo lo integraban diecisiete personas y el éxito era rotundo. Recuerdo que por nuestras manos pasaron las respectivas novias de figuras musicales tan emblemáticas de la época como Leslie (cantante de los Sírex) o Tony Mier, de Los Mustang, además de todas sus amigas. Era una época en la que el negocio de la peluquería se valoraba, cuando se establecían relaciones casi de por vida con la clientela; y no nos fue difícil tener una buena clientela y prosperar económicamente porque había importado un concepto aprendido en Francia, incorporando especialistas que nos permitían diferenciarnos respecto a otros salones. Así, cada profesional tenía su cometido específico: recepción y atención de la clienta, lavado capilar, aplicación de tintes, estilistas… eso propiciaba una mejor organización de las tareas y que el público apreciara la calidad y exquisitez de nuestro trato.

 

Cada dos domingos viajaba a Montpellier con mi 600 a ver a mi futura esposa

Pese al contacto constante con jóvenes en la peluquería, a Christiane, quien se convertiría en mi esposa, la conocería después de que un buen amigo de la mili, sabedor de mi dominio del francés, me invitara a hacer de cicerone para unas amigas de Montpellier que venían a Barcelona de vacaciones. Aunque una de ellas era peluquera, con quien hice buenas migas fue con Christiane, tras descubrir que ambos sentíamos debilidad por Antonio Machado. aun así, el verano finalizó sin más. fue al año siguiente cuando, circulando por la Gran Via con mi 600, reconocí casualmente a esa joven y su hermana cruzando la calle y le toqué el claxon. Se giró, me reconoció y ahí se inició un peculiar noviazgo que me llevaría a viajar cada dos domingos a Montpellier para poder vernos. Mi padre no entendía aquella locura por una chica… quien, tras concluir sus estudios en Psicología, acabó trasladándose a Barcelona para estar definitivamente juntos. Acumulamos más de medio siglo de matrimonio, en el que hemos compartido no solo hogar sino, también, colaboración profesional. Y es que mi esposa acabó abriendo un instituto de belleza en un local adjunto a la peluquería, algo que se reveló como un idóneo servicio complementario al que prestábamos nosotros.

 

Los aspirantes a peluqueros estaban encantados con la formación, pues transmitíamos nuestra propia experiencia profesional, práctica y con total dedicación al alumno

Aún no había cumplido los 40 y la causalidad propició una decisión que tendría una repercusión enorme en mi futuro profesional. Salía de un taller en el que acababa de comprar mi primera moto, una Vespa. Circulando por la calle Tamarit, descubrí que un operario estaba colgando un rótulo en un local para hallar comprador. Me apeé de la moto y le pregunté por el precio. Al ajustarse a las condiciones de mercado, y ante las facilidades de pago, accedí a quedármelo, pese a que carecía de proyecto para él. Después de hablar con Gonzalo ―un profesional que trabajaba para Llongueras, que me había impartido clases en su día y que acababa de inaugurar un centro formativo en la materia—, decidí destinar el inmueble a una escuela de peluquería. En esta ocasión también conté con el concurso de mi madre, incluido el moral, sin duda el más importante. Invertimos seis meses en adecuar el espacio, de manera austera, pues ignorábamos la respuesta que obtendríamos. Dieciocho alumnos acudieron al cartel de «Matrícula abierta» que colgamos al culminar las obras. Contratamos a una profesora para impartir clases junto a mi madre y a mí. Aunque abrimos sin contar con metodología, paulatinamente nos fuimos dotando de ella. En cualquier caso, los aspirantes a peluqueros estaban encantados con la formación, pues transmitíamos nuestra propia experiencia profesional, absolutamente práctica; un planteamiento muy diferente a la FP que realizamos actualmente, en la que, con el afán de ampliar los conocimientos de los alumnos y prepararles para desarrollar su profesión de modo óptimo, se les imparten también materias teóricas, como inglés, química o temas legales y financieros para que sepan cómo formalizar una empresa.

 

Alguien que desea ser estilista en peluquería debe entender que la profesión no es solo peinar: hay que dominar muchas materias técnicas, tener una actitud positiva, capacidad de comunicación, psicología emocional, savoir faire…

Por desgracia, he advertido que la mayoría de alumnos de FP no aprecian esa formación teórica complementaria, les aburre e, incluso, les puede llevar a abandonar sus estudios tras el primer año. Su afán es poder trabajar y ganar dinero, sin comprender que la base formativa es primordial y requiere esfuerzo, que se echa en falta. Por suerte, no les sucede a todos, pero sí que últimamente ha aumentado esta actitud. No comprenden lo importante de labrarse un futuro con un trabajo que les ilusione. Acostumbrados a la eficiencia y rapidez de las nuevas tecnologías, son víctimas de la inmediatez, pues no muestran paciencia y alimentan sueños de éxito fácil, pensando que se convertirán en artistas de renombre tras un par de clases. Deben entender que, para llegar a determinado nivel, hay que consolidar la base; por ejemplo, antes de dominar los tintes hay que aprender la colorimetría y su química. Para cortar el cabello es necesario tener una base de geometría. El alumno que desee ser un buen estilista, antes que nada, debe dominar algunas técnicas especiales, como el dominio del gesto de las manos y la muñeca para manejar las herramientas adecuadamente, la posición ergonómica del cuerpo para su salud y elegancia, el tono de voz adecuado a cada momento de comunicar, etc. Los gestos manuales que reclama la peluquería son procesos que el cerebro tarda en asimilar y requieren su aprendizaje y su tiempo. El sueño de muchos alumnos es montar un salón lo antes posible una vez finalizados los estudios, cuando todavía no están suficientemente preparados para ello. Así, no resulta extraño que la mayoría de ellos acabe cerrando a los pocos meses de inaugurar su negocio, ya que tampoco albergan el espíritu de trabajo y sacrificio que demanda una empresa de este ramo: una problemática que advierto desde mi visión de formador.

 

Mientras la demanda para estudiar peluquería de señoras desciende, asistimos a un auge del interés por la barbería

En los últimos años hemos asistido a un cambio en la profesión, al reducirse la demanda en lo que respecta a peluquería de señoras en un 30%. Contrariamente, la barbería se halla en auge, con crecimientos del 90%. En esta profesión de barbero, la enseñanza básica dura solo cinco meses, que pueden completarse con especialidades de tres meses más, permitiendo el acceso a otras técnicas. Nos hemos adaptado a las nuevas exigencias, porque actualmente no existe inquietud para destinar tiempo al estudio. Una de mis facetas es explicar que la peluquería actual es un «servicio» al ser humano. La sociedad ha cambiado y la peluquería ya no es un peinado o un color. En el siglo XXI hay un despertar de la conciencia, de las «emociones» personales y del «yo». El concepto actual es que la clientela sabe lo que quiere pero no sabe expresarlo y requiere de un profesional que interprete sus necesidades y emociones. Por esto he creado la «peluquería creativautor»: para comprender, orientar y realizar lo que esta en el inconsciente de la clientela. Actualmente, llevan una foto de redes sociales y piden esa imagen. Y el peluquero la lleva a cabo sin analizar si es verdaderamente lo que busca o sin comprender si la imagen que enseña es resultado de un sueño o de un miedo. La peluquería debe ser un servicio a las emociones personales. La herramienta que disponemos para implementarlo es el visagismo y el total look, un método creado por Claude Juillard que he introducido y adaptado a España para comprender al ser humano que acude a nuestro salón. Sirve en peluquería y en otras profesiones, como óptica, cirugía estética, tratamientos de belleza, boutique de ropa, maquillaje comercial… Es el estudio del comportamiento emocional con la imagen, analizando la cara y el cuerpo, sus dilataciones y contracciones, sus zonas de interés o desinterés, su lenguaje verbal y no verbal, su lenguaje oculto, el mensaje que quiere emitir. Deviene un apasionante análisis de cada persona para acertar lo máximo posible en sus necesidades. El peluquero creativautor nunca engaña, solo aconseja y orienta. Lo más importante para un peluquero es el estudio de la cara y el cabello, ya que el rostro es la parte más emotiva de la persona. dilatación/contracción, armonía/carácter, contraste, proporción… es todo un estudio moderno de la morfopsicología, creada por Corman. completamente cambiada y adaptada al siglo XXI. Indiscutiblemente, todo ello debe estar apoyado en la mejor técnica, porque, si haces un buen diagnóstico y no corresponde técnicamente con lo prometido, es un fracaso.

 

Importé el visagismo y el total look a nuestro territorio

Esta disciplina la aprendí después de que Jaime, el director de la revista Tocado, me propusiera realizar un reportaje en París, aprovechando mi dominio idiomático y mi conocimiento del sector. Se trataba de entrevistar a peluquerías y escuelas de la capital francesa y descubrir sus tendencias. Asistí al curso de Claude Juillard, le entrevisté y decidí que había que importar ese innovador conocimiento. Conseguí que impartiera cursos en nuestro centro, con un éxito extraordinario de su revolucionario método. Entrevisté también al presidente de la Asociación Francesa de Peluquería, así como a Dessange, Maniatis, Michel Martinez, Cristophe…, quienes vinieron también a impartir cursos de moda. Aún guardo relación con ellos y con varias escuelas de París, donde me nutrí de su experiencia. Aquellos eran tiempos frenéticos de formación y me prodigué impartiendo sesiones sobre esa disciplina por toda España, lo cual me reportó cierto prestigio, al diferenciarme sustancialmente del resto de peluqueros. Complementé ese concepto con la metodología más importante del mundo, Pivot Point, que descubrí en los Campeonatos del Mundo de Peluquería en Ámsterdam. Se trata de una técnica creada por un francobelga que fue a vivir a EUA, basada en la geometría e importada a Europa por Mr. Desmars y distribuida en España por Luis Romero. Gracias a Jorge, hijo de un amigo arquitecto, comprendí que los conocimientos de volúmenes, colores, estructura, etc., que impartíamos estaban íntimamente ligados a la disciplina del “diseño”, de modo que decidí formarme en la materia y aplicarla también en clase. También mi hermana Rosa vino a la ciudad para ayudarnos a levantar la peluquería. Persona extraordinaria, trabajadora incansable y con unas manos increíbles, me ayudó durante 49 años sin pedir nada a cambio. El éxito obtenido fue gracias a ella. Toda esta actividad divulgadora se reveló extraordinariamente exitosa y dos décadas atrás, éramos una de las escuelas de peluquería más concurrida de Catalunya, con 200 alumnos que peinaban a en prácticas, a un centenar de señoras cada día.

 

 

Cualquier negocio, en especial una pyme, necesita implicación y control directo por parte de su propietario

Una pyme, y en especial una peluquería, necesita implicación y control directo por parte de su propietario o personas de confianza. Hay que mantener un estrecho contacto con la profesión, además de velar por su correcto funcionamiento, siendo un líder a seguir técnicamente por el equipo y dando un trato correcto a todos los clientes, para lograr, con tu sonrisa y atención, que el colaborador se contagie y sonría también. Me dediqué tanto a la labor académica que decidí vender los salones y entregarme a la enseñanza y a su personalización. Y es que nuestra sociedad está en un momento de despersonalización, en la que las corporaciones quieren convertir a los trabajadores en robots y fidelizar a la gente, no mediante el trato cálido y directo de sus colaboradores, sino con el marketing de un frío nombre de marca.

 

Si el peluquero logra tejer un vínculo personal con el público, puede conciliar mejor su vida laboral y familiar

Contrariamente al espíritu de esas grandes corporaciones, abogo por la peluquería personalizada y creativautor, ya que el cliente es un ser humano y no un billetero. Un salón formado por el director al frente y una o dos personas ejerce cual médico de cabecera: con un trato próximo, interesándose por el paciente, aconsejando, diagnosticando y prescribiendo. Así, la clientela deposita la máxima confianza en el profesional, hasta el punto de que, si necesitas acudir al salón y no está disponible porque se halla en un congreso, decides aguardar antes que ponerte en manos de otro experto. De hecho, en nuestra oferta formativa contamos con grupos reducidos, para que puedan perfeccionar técnicas en función del alumno. Si el peluquero logra tejer ese vínculo personal puede, incluso, conciliar mejor su vida laboral y familiar, salvando uno de los factores que más disuade a la juventud de esta profesión: trabajar los sábados. En nuestro centro académico, que consta de tres plantas de 200 m² cada una, disponemos de un mini salón, cuyos peluqueros libran los sábados, los puentes y las vacaciones completas que les corresponda sin que suponga ningún problema para la clientela: es calidad de vida. Sin embargo, ese tipo de peluquería que propongo no abunda, porque creen que no es interesante comercialmente. auguro una evolución sociolaboral que irá hacia lo que propongo: robots, no; creatividad, sí.

 

A las cargas impositivas a que se ve expuesta una pyme hay que añadir la desprotección que vive

El empresariado no goza ni del respeto ni del cuidado que merecería por parte de la Administración, que confunde a quienes montamos una pyme con millonarios. A las numerosas cargas impositivas a las que nos vemos expuestos hay que añadir la desprotección que vivimos. Pese a ello, esta profesión me sigue cautivando y continúo disfrutándola. Relacionarme con las personas siempre me ha gustado, ya sea con mis colaboradores, de quienes me siento muy orgulloso, en especial de Edu Balboa, nuestra directora de estudios desde hace “solo” 38 años. Me encanta saludar a nuestras clientas cuando acudo a la escuela. En la actualidad, aún participo en eventos y oriento técnica y artísticamente a profesores y alumnos. La empresa está liderada con mucho acierto por mi hijo Eric, la tercera generación. El equipo lo forman doce personas, que imparten un total de ocho modalidades de cursos, dos de ellos oficiales de FP, tanto de grado medio como superior. Son: visagismo, técnica y geometría del corte, perfeccionamiento, diseño y la novedad, «desarrollo de la creatividad».

 

Una escucha activa del cliente es el punto de partida de toda buena praxis peluquera

La psicoemoción, la toma de conciencia, la respiración, la ergonomía… son otros ingredientes que añadimos a nuestra formación, porque se halla íntimamente relacionada con el bienestar psicológico de la persona. Pensemos que el peinado complementa la cara, la parte más reconocible del ser humano, con la que nos identificamos a nosotros mismos y a los demás; lo primero que observamos de alguien es el centro de su rostro (ojos y boca), desde donde todos nos expresamos, tanto verbal como no verbalmente. Nuestro cometido, por tanto, consiste en profundizar en las emociones personales y descubrir qué inspira cada propuesta creativa: el tipo de corte, el color del tinte, etc. El punto de partida de una buena praxis peluquera es escuchar activamente al cliente, incluso a través de sus gestos; porque es esencial que el profesional de la peluquería interprete qué es lo que sus clientes quieren. Y que sepa, sin la más mínima duda, cuáles son sus deseos para, a partir de ahí, poder asesorarlos. Por ello, cuando ejercía, lo primero que hacía era pedirles a mis clientes que me enseñaran cómo se peinaban cada mañana en casa, para asimilar sus gestos y, así, descubrir sus inquietudes y necesidades.

 

La peluquería creativautor PCA no es solo ciencia, sino también arte

Tengamos en cuenta que las personas nos empezamos a reconocer ante el espejo a los siete años y descubrimos que el cabello forma parte de nuestra realidad, no solo visual sino también táctica, y que, con ligeros cambios, nuestro rostro y nuestra identidad se transforman. La tez y el peinado disputan un juego de fuerzas en el que se puede intervenir para favorecer la imagen. Como, también, la incorporación de algún elemento llamativo, léase un toque de color o un rizo, puede desviar la atención de algo que se desea disimular; porque la primera impresión es importante, y con el cabello se pueden camuflar ciertas imperfecciones. se trata de disimular lo que algunos clientes y clientas perciben como defecto porque aman la armonía, mientras que otros prefieren la fuerza a dicha armonía. En realidad, el cabello mantiene una relación indirecta con el cuerpo: la vinculación de las perspectivas, los tamaños y los volúmenes entre nuestro pelo y el resto de nuestra persona es similar a la que se establece en la pintura. Por ello digo que la peluquería creativautor no es solo ciencia, sino también arte. Por una cuestión de supervivencia de la especie, a todo ser humano le gusta seducir a lo largo de su vida; de ahí que el buen peluquero no ha de ser aquel que se limite a abandonarse a la moda, sino el que aplique sus conocimientos en la materia para convertirse en un asesor de imagen, yendo más allá de las tendencias, tan variables como carentes de base científica, a fin de potenciar adecuadamente la belleza del rostro de una persona

 

Disfrutando de mi esposa, mis hijos y mis nietos

Aunque mi trabajo me apasiona, colaboro tranquilamente en asesorar; pero lo mejor es el haberme liberado de las cargas empresariales: ha sido como soltar lastre. Hoy disfruto de los otros regalos con los que me ha obsequiado la vida. Uno de ellos es nuestra autocaravana, con la que recorro Europa junto a mi esposa Christiane, con quien tenemos la suerte de compartir dos hijos fantásticos, Eric y Sabrina. Asimismo, ellos han completado nuestra felicidad absoluta regalándonos sendos nietos, Lluc y Leire. Quisiera dar las gracias a mi familia por la paciencia en los días de ausencia por viajes y también a tantas personas y amigos que desinteresadamente me han ayudado en mi desarrollo empresarial y personal. Reconozco humildemente que soy un ser afortunado y que alguien me ha ayudado en tantas casualidades o causalidades. ¿Quizás es mi ángel…?