Octavio Mestre i Aramendia
Fotografia cedida
TH, 9è VOLUM. Biografies rellevants dels nostres arquitectes

Octavio Mestre i Aramendia

OM arquitectos

Entrevistado 09-10-2017.

Arquitecto de perfil poliédrico, fundador del despacho OM arquitectos, creador apasionado y heterogéneo, cuenta con más de ciento cincuenta obras edificadas en diversos países. Es asimismo un lector infatigable, escritor, editor de la revista digital t18, profesor universitario, viajero incansable y un torbellino apasionado e inspirado de palabras. Aprender y enseñar mediante la emoción le parecen dos de las actividades más gratas de su profesión, que concibe como un arte enraizado en sus orígenes y una actividad abocada a crear necesariamente «atmósferas de vida».

Una profesión y tres pasiones: el diseño, la escritura y la docencia

Mi actividad como arquitecto siempre ha tenido tres facetas inseparables; lógicamente, una de ellas es proyectar y construir edificios, tanto viviendas, oficinas, equipamientos, sedes corporativas o centros comerciales. Nuestro despacho ha edificado más de ciento cincuenta obras, de variada tipología, en países como España, Francia, Inglaterra, Suiza o Argelia, y realizado proyectos y ganado concursos en Portugal, Turquía, Libia, Rusia, Brasil, Croacia, Costa Rica o Venezuela. Sólo en Barcelona, hemos diseñado y construido una treintena de proyectos. Asimismo, he dedicado gran parte de mi vida profesional a la difusión de información: he escrito más de trescientos artículos sobre arquitectura en diversas revistas nacionales e internacionales, nos han publicado una docena de libros sobre nuestra obra y edito, desde hace siete años, conjuntamente con Xavier Alba, arquitecto, la revista digital t18, que recibe, por número, treinta y cinco mil visitas de lectores procedentes de más de cien países. Pero estas dos facetas de mi profesión estarían incompletas sin otra actividad a la que me he dedicado con pasión: la docencia. He impartido clases de Arquitectura en una veintena de universidades de todo el mundo, Europa, Estados Unidos, Latinoamérica…. Este gusto por comunicar lo he heredado de mis padres: ambos eran catedráticos de Pedagogía.

En mi casa era normal hablar de Séneca o Platón

Mi padre era el segundo hijo de una familia de campesinos del Camp de Tarragona. Como no era el hereu (heredero), siempre tuvo claro que debía salir del pueblo, y se fue a Madrid a estudiar Pedagogía. En la universidad, conoció a mi madre; cuando ambos finalizaron sus estudios decidieron irse a vivir a Lleida porque era el único lugar en el que había dos cátedras de Pedagogía a las que podían opositar. Mi padre, además de ser Delegado Provincial del Ministerio de Educación y Ciencia de Lleida, dirigió la Escuela de Magisterio masculina de la ciudad, y mi madre, la femenina. Recuerdo que tuve una infancia feliz con mis otros tres hermanos. En casa, era habitual hablar de Séneca, Platón o Aristóteles. Mi madre, que era catedrática de Historia de la Pedagogía –una asignatura preciosa en la que se analizaban los modelos filosóficos de diversas corrientes de pensamiento, y cómo estos incidían en la educación–, nos explicaba las clases que tenía que impartir en la universidad. «¿Lo habéis entendido?», recuerdo que nos preguntaba. «Porque si lo habéis comprendido, vosotros es que lo he explicado bien. Y, si no lo habéis captado, es que no lo he expuesto con claridad». He intentado siempre dar mis clases con el mismo espíritu de humildad. Me considero afortunado de haber tenido una madre como ella, ¡compartimos miles de vivencias fantásticas! La quise mucho. Solía decirme que sabía que la quería tanto que, cuando muriese, me quedaría muy tranquilo y lo cierto es que al morir, no sentí esa paz, sólo un inmenso dolor… y vacío.

Fue emocionante emular el viaje de mi abuelo a la Patagonia

Mi abuelo paterno murió antes de que naciera… Mis dos abuelos maternos murieron cuando yo era muy pequeño. Eran originarios de Pamplona, donde íbamos cada año a celebrar los Sanfermines. Mi abuelo Patxi tuvo que emigrar de España para evitar ser reclutado por el ejército en la Guerra del Rif, en Marruecos, que enfrentó a las tribus rifeñas con las autoridades españolas y francesas entre 1911 y 1927. Era una persona muy religiosa y no quiso ir a matar a nadie ni a que lo matasen. Se marchó a pie desde Pamplona hasta Burdeos. Una vez en Francia, se embarcó y se fue a trabajar de pastor a la Patagonia. A diferencia de otros emigrantes que cruzaron el océano Atlántico, no amasó fortuna alguna, pero trabajó mucho durante varios años, hasta que aprovechó un indulto y volvió a Pamplona para casarse con la que sería mi abuela y a la que no conocía. Para mí fue emocionante emular su periplo en mí viaje de bodas: hace veinticinco años: recorrí con mi mujer la ruta de mi abuelo por la Patagonia argentina. Y volví a España, como él, desde Río de Janeiro, aunque en avión y no en barco, y sin pasar por las estrecheces que él tuvo que padecer.

Mi padre ofreció a su nieta una despedida entrañable

Mis dos hijos, Eduard y Lola, han tenido la suerte de poder disfrutar de todos sus abuelos. Mi hija Lola, que ahora estudia Medicina, tenía una relación especial con mi padre; estaban muy unidos, siempre la seguía con los ojos cuando íbamos a verlos, quizás por ser la única nieta, entre varios nietos. Durante los últimos tres años de su vida, padeció las consecuencias de un ictus, y se quedó sin habla, lo que fue muy duro para una persona de su condición. La última semana antes de morir, fuimos todos a visitarlo al hospital, y Lola lo saludó diciendo: «Hola, abuelito». Y él, para sorpresa de todos, le devolvió el saludo también con un «¡Hola!». Hacía tres años que no hablaba y nos quedamos helados. La animamos a que volviera a saludarlo, y ocurrió lo mismo, sólo que esta vez mi padre la miró como diciendo por qué se lo hacía repetir. Después, ya no volvió a hablar más y murió tres días más tarde. Mi hija, que entonces era pequeña, prefirió no asistir al funeral, pero le dedicó un dibujo que incineramos junto al féretro: era una viñeta de cómic que reproducía la despedida que se dieron en el hospital.

Desde muy pequeño he tenido claro que somos mortales

Cuando tenía seis o siete años y no me podía dormir, llamaba siempre a mi madre. Necesitaba oír su voz, me tranquilizaba saber que se encontraba cerca de mí. Una noche mis padres se fueron al cine, y entonces recuerdo que tuve la certeza de que algún día, mi madre, una figura fundamental para mí, no estaría a mi lado. Además, a los once años viví un acontecimiento que me impactó: acababa de jugar a fútbol con un amigo de mi escalera de la urbanización donde veraneábamos. Nos fuimos para casa y al rato oí sus gritos pidiendo ayuda. Se había encontrado a su hermana, que era un bebé, asfixiada entre los barrotes de su cuna. Mi padre enseguida acudió para ayudar, la intentó reanimar, pero ya era tarde. Fue una imagen difícil de olvidar. Esta consciencia de la temporalidad humana la tuve siempre muy presente, y creo que ha marcado mi manera intensa de encarar y vivir la vida. El poeta Gil de Biedma lo expresa de manera magnífica en su verso: «Que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde». En mi caso, desde muy niño percibí la fugacidad de la existencia.

Estudiante de matrículas de honor

Mis notas fueron óptimas durante todos los años y en todas las asignaturas. Recuerdo que hice una apuesta con mi padre si aprobaba la reválida de sexto con matrícula de honor. No estaba obligado a presentarme, pero era muy competitivo y quise ganar la apuesta. Me pasé todo el verano estudiando y, efectivamente, conseguí esta calificación. Después, opté al Premio Nacional de Bachillerato de 1976 para el mejor estudiante. Y lo gané. Empecé COU tan cansado que suspendí varis asignaturas. Hoy no recuerdo muchas cosas de lo que entonces sabía (sé otras cosas), pero aprendí que con curiosidad y esfuerzo se podía conseguir casi todo.

Siempre he creído en las «no vocaciones»

Opté por cursar el Bachillerato científico, pero me interesaban muchas otras cosas. Aunque tenía muy claro qué es lo que no quería ser, había innumerables profesiones que me gustaban. Mi pasión por la arquitectura no parte de una tradición familiar. Eso sí: se me daban bien las matemáticas y siempre me decían que dibujaba bien. Cuando acabé COU, me pasé el verano leyendo Principios de bioquímica, de Albert I. Lehninguer. Y también me dediqué a leer las entradas del Diccionario etimológico de la lengua castellana de Joan Coromines. Asimismo, sentía atracción por la filosofía y por las bellas artes; de joven pintaba óleos y acuarelas. Tanta era mi inquietud por el mundo que me rodeaba que llegó el momento de escoger una carrera universitaria y continuaba en un mar de indecisiones. Mi padre consiguió que entrara por las mañanas como aprendiz en el Hospital de Lleida, en el Departamento de Anatomía Patológica. Y, por las tardes, en un despacho de arquitectura. Las dos experiencias fueron frustrantes: me quería dedicar a la investigación médica pero no al trato con los pacientes; ver los estragos de la enfermedad me provocó muchas dudas sobre si esa sería mi vocación. Y, por otro lado, el arquitecto con el que trabajé representaba todo lo que me imaginaba que no quería llegar a ser. Finalmente, como ambas experiencias laborales no sirvieron para aclararme, opté por matricularme de las dos carreras a la vez. Necesité dejar pasar un tiempo para darme cuenta de que no podía ser a la vez médico y arquitecto. Pero aun así, al acabar segundo curso de arquitectura, me apunté a un curso de neurofisiología del cerebro.

Josep Quetglas, profesor de historia de la arquitectura, uno de mis referentes

Recibir clases de este fantástico profesor en el tercer curso de carrera fue determinante. Un día, escuchándolo me dije que quería ser como alguno de aquellos arquitectos cuya obra explicaba. En la vida, sobre todo cuando eres joven, es importante contar con referentes que te guíen en tu trayectoria vital. A esa edad tenía unas ganas tremendas de conocer el mundo, de encontrar llaves para abrirlo y entenderlo. Y continúo teniendo ese interés. No he perdido ni un ápice de aquellas ganas de aprender. Me siento satisfecho de haber transmitido esta inquietud a mi hijo, que está estudiando cuarto de Arquitectura. El otro día me dijo: «Papá, hay muy pocas cosas en la vida que no tenga sentido aprender».

Una biblioteca de más de veinticinco mil libros

Me encanta leer. Siempre digo que la lectura es el viaje de los pobres. He tenido la suerte de poder viajar a casi un centenar de países, pero cuando no he podido subir a un avión, me he desplazado a miles de kilómetros desde casa: abriendo un libro. Con la lectura, no solo se puede viajar en la distancia, también en el tiempo, ya que permite trasladarse a otras épocas. Mi afición por leer es antigua: siempre invertía mi dinero en comprar libros. Recuerdo que acabé la carrera y me concedieron una beca FPI para cursar el doctorado que ascendía a las noventa mil pesetas de entonces. Entonces, aún vivía en casa de mis padres y no tenía que pagar facturas, por lo que me lo gasté todo en libros. Después, he ido adquiriendo muchos ejemplares en congresos y en viajes que he realizado como profesor. Hace años que leo un mínimo de un par de libros a la semana (no de arquitectura). Lo cierto es que cuanto más lees, más sinergia creas entre las respectivas disciplinas. Mi hija siempre ha dicho que el papa és molt lector

Hay gente analfabeta que es sabia

T.S.Elliot decía: «Cuánta sabiduría se pierde detrás del conocimiento, y cuánto conocimiento se pierde detrás de la información». Hoy en día la gente tiene acceso, a través de Internet, a una gran cantidad de datos, que pueden consultar de manera inmediata, y se tiende a creer que eso es conocimiento, pero no lo es: es sólo información. El conocimiento es un grado más. Y la sabiduría es algo maravilloso que nada tiene que ver con todo esto. El escritor José Saramago, que en 1988 recibió el Premio Nobel de Literatura, reconocía que ese galardón le había permitido conocer a gente fantástica pero que, sin embargo, no se había encontrado nunca con personas tan sabias como su abuelo, que era analfabeto. Efectivamente, se puede ser analfabeto y sabio. No tenemos que confundir la cantidad de información y datos de que disponemos o almacenamos con la sabiduría. En este sentido, la labor de un profesor tiene que ver más con la necesidad de transmitir ilusión por entender el mundo que nos rodea que por transmitir datos cuantificables.

Prestar tus alas hasta que el alumno aprenda a volar

Para mí es mucho más importante suscitar en los estudiantes ganas de descubrir, de trabajar, generar métodos, que convertirme en un mero transmisor de conocimiento. Es vital que una persona sienta interés, emoción e ilusión por saber más sobre algún concepto, pues es la única manera de que aprenda a moverse y a volar solo. Siempre digo en mis clases que la labor de un docente es prestar sus alas mientras los alumnos aún no saben volar. Hay un cuento del escritor y psicólogo argentino Jorge Bucay que explica la historia de un capullo de mariposa que fue recogido por un niño. Aquel niño quiso ayudar al gusano a salir del capullo, le quiso evitar el enorme esfuerzo que el animal tiene que realizar para vivir, cortando el capullo con unas tijeras, y el desenlace fue fatal: la futura mariposa murió antes de aprender a volar, ya que se le impidió generar el proceso que inyecta sangre en sus alas para que puedan expandirse.

Compartiendo mis experiencias profesionales en el aula

He dado clases sobre Arquitectura a más de cuatro mil alumnos; ha sido una oportunidad magnífica para reflexionar e intentar sacar lo mejor de mí mismo. En Italia, un país al que he viajado a menudo para impartir clases en varias universidades, hay un dicho que afirma que quien sabe, hace, y quien no, enseña. Pero yo no estoy de acuerdo. Es cierto que existe gente que busca una última salida profesional en la enseñanza. Sin embargo, la gracia de dedicarse a la docencia creo que debería partir de otro interés, al menos así ha sido en mi caso: poder compartir con mis alumnos mi propia experiencia en el despacho; llegar con mis zapatos manchados con yeso porque vengo de una obra; comentarles mi trabajo…; así se crean sinergias muy enriquecedoras.

Potenciar el uno por ciento genético que distingue a los seres humanos de las moscas

Hoy en día, los alumnos controlan las redes sociales y los programas informáticos mejor que los adultos (también que sus profesores). Siempre intento recordarles que las nuevas tecnologías no les tienen que servir únicamente para conseguir hacer las tareas más rápido, sino que, sobre todo, deberían ayudarles a liberar un tiempo que luego pueden dedicar a una cosa muy importante: pensar más y mejor. Porque nadie puede pensar por nosotros. La diferencia genética entre un hombre y una mosca es de un uno por ciento. Como profesor, mi obligación es centrarme en mejorar este pequeño porcentaje de diferencia.

No me considero un arquitecto especialista

Las más de ciento cincuenta obras que hemos construido, dentro y fuera del país, son muy diversas: hemos edificado vivienda unifamiliar y, también, vivienda social (fuimos el primer despacho no francés en ganar el Premio Nacional de Viviendas Sociales en Francia, HLM). Asimismo, nos hemos encargado de proyectar numerosos edificios de oficinas; hemos rehabilitado patrimonio y también hemos ideado equipamientos y centros comerciales. Sin embargo, los clientes siempre tienden a especializarte. En 1996 iniciamos la remodelación de la sede de la Inmobiliaria Colonial en la Diagonal de Barcelona, un proyecto de gran envergadura que duró cuatro años. Recuerdo que cuando le quise mostrar al Director de la compañía un proyecto de apartamentos en la calle Homero, me respondió: «Octavio, nosotros ya tenemos nuestros arquitectos especializados en vivienda. Tú haces patrimonio y rehabilitación de sedes corporativas, te encargas de proyectos más especiales.» Lo quieras o no, la gente te acaba encasillando.

Uno de los pocos arquitectos que trabaja en centros comerciales

Solo hay tres o cuatro equipos en este país que se encarguen de idear grandes superficies comerciales, y nuestro despacho es uno de ellos. Normalmente, los centros comerciales son desarrollados por grandes franquicias que levantan cajas uniformes donde se aglutinan todas las firmas. Sin embargo, los centros creados por los despachos de arquitectos son más personales y elegantes. En OMa encaramos todos los encargos como si fueran nuestra propia casa; intentamos siempre inventar historias, aplicar nuevos conceptos. Cuando en el 2001 ganamos el concurso para reformar el centro comercial L’Illa Diagonal –diseñado diez años antes por el equipo de arquitectos formado por Manuel de Solà-Morales y Rafael Moneo–, fijamos dos ejes fundamentales de actuación en la planta del sótano, que fueron definidos a su vez por dos lemas: «coser la herida» y «llevar la luz a la caverna», este último un concepto muy platónico. Conseguimos hacer del sótano una planta iluminada en la que se reproducía la luz exterior y sus variaciones cromáticas. Para mí fue un elogio enorme que un gran arquitecto como Manuel de Solà-Morales se me acercara el día de la inauguración para alabar mi trabajo. L’Illa Diagonal fue nuestra primera experiencia en este campo, pero no la única. La Sociedad Española de Centros Comerciales quedó muy satisfecha con el resultado y nos encargó otros proyectos.

Pedralbes Centre destaca por su elegancia

En el centro comercial Pedralbes Centre hemos ido aplicando distintas mejoras en los últimos diez años para mitigar uno de sus principales inconvenientes: el edificio no tenía unos accesos claros y la gente no lo identificaba como un centro comercial. A través de diversas actuaciones, los accesos han ganado visibilidad. Por otro lado, decidimos potenciar un fondo negro para resaltar la función comercial: Queríamos destacar a los verdaderos protagonistas: las tiendas. Uno de los principales retos era hacer estas remodelaciones sin tener que cerrar el centro. Lo conseguimos utilizando un material italiano llamado laminam, un suelo cerámico que permite la superposición sobre el anterior sin apenas hacer obras. Actualmente, el Pedralbes Centre es un centro comercial que destaca por su elegancia. Todo el mérito es de su directora, Rat Fenech, que nos ha dado muchas ideas; siempre digo que es la verdadera arquitecta del Pedralbes Centre. Por otro lado, también nos hemos encargado de la remodelación del centro comercial Paddock en Sabadell, así como de l’Ànec Blau y del Centre Comercial de nueva planta Gran Jonquera, entre otros proyectos.

Un escritor no escribe dos veces el mismo libro; un arquitecto, tampoco duplica la misma obra

Hace un tiempo vino una señora a verme al despacho, me enseñó una casa que salía en una revista de diseño y arquitectura, y me dijo: «Quiero que me haga una como esta». Le respondí que no podía porque esa casa era mía; yo era su autor y fue muy curioso porque la señora no lo sabía. Y como un escritor no escribe dos veces el mismo libro, un arquitecto tampoco puede crear dos veces la misma obra. Nos ocurrió algo parecido con el proyecto de diseño de los espacios comunes de un edificio de catorce plantas, la Torre B3, situado en el Fórum de Barcelona, y propiedad de un importante grupo inversor e inmobiliario alemán. El diseño, que realizamos conjuntamente con Coblonal Arquitectura, se presentó bajo el lema «Emotional Seasons Building», y pretendía ser un canto a la tecnología más contemporánea, pero sin renunciar al mundo de los sentidos: conseguimos sugerir el paso de las estaciones en sus espacios. Quedaron tan satisfechos con el resultado que ahora nos han pedido una réplica en la torre B1. Igualmente, les dijimos que no podíamos hacerlo y así les presentaremos un proyecto nuevo. En otra ocasión, otro importante cliente nos encargó el diseño de sus cajeros automáticos en toda España; cuando le dije que no me despertaba ningún interés hacer copias, por muy rentables que fueran, no acabó de comprenderlo. Años más tarde, y tras observar mi trayectoria, volvieron a contactar conmigo con otra propuesta: la rehabilitación de su antigua sede, el Palau Macaya, edificio construido por Puig i Cadafalch a principios del siglo XX. Parlem?

Josep Antoni Coderch fue un ejemplo de honestidad y entrega

Representó un modelo, nos enseñó qué actitud y valores debe mantener un profesional en su trabajo: de honestidad y entrega absolutas. Como todos los arquitectos, fue fruto de su tiempo: de una época, una cultura y un país. Además, fue un creador difícilmente extrapolable, que no anticipó nuevas rutas, es decir, fue más un epígono que un precursor. En mi opinión, su valor radica sobre todo en la integridad que nos transmitió a quienes tuvimos la suerte de trabajar con él y a la profesión, en general.

Apuesta por la honradez y por la responsabilidad

Existe un cierto momento en la vida de todo profesional en el que debe saber hacia dónde quiere dirigirse: no es bueno creerse demasiado importante, porque nadie lo es, pero tampoco hay que infravalorarse. Si me piden que elija entre diseñar vivienda social o un gran monumento, opto por la primera opción, porque proyectar edificios comunitarios para la clase trabajadora es uno de los trabajos más difíciles y, a la vez, más importantes para un arquitecto. Además, debemos apostar siempre por la honestidad: ¿Qué necesita ahora nuestra sociedad? Respondamos a esta pregunta. La ciudad requiere más edificios de calidad que grandes construcciones singulares. Todo buen profesional de la arquitectura debería saber distinguir cuándo es el momento de crear buenas obras que sepan pasar desapercibidas y que, sobre todo, redunden en beneficio de sus ciudadanos.

Quien es creativo, también es, en cierta medida, contestatario

En arquitectura, la normativa tiene que existir, como en otros ámbitos de la vida. Sin embargo, pienso que en ocasiones también es conveniente saltártela. Cuando eres muy creativo, también eres un poco contestatario. Y si no, recordemos a Gaudí: querían derribar La Pedrera porque incumplía la normativa. Por otro lado, considero que en nuestra profesión a menudo estamos a expensas del técnico que revisa tu expediente; en Barcelona, aunque la normativa es la misma en toda la ciudad, su aplicación difiere de un distrito u otro: en algunos te permiten llevar a cabo algunas actuaciones y en otros, no.

Oriol Bohigas, un gran pensador de la ciudad

Fue el miembro más joven del Grupo R, un movimiento de espíritu renovador y moderno, desarrollado en Catalunya en los años 50, y formado también por otros grandes arquitectos ya consagrados como Jose Antonio Coderch, Josep Maria Sostres –el más intelectual del grupo–, Antoni de Moragas o Manuel Valls, entre otros. Fue precisamente Coderch el precursor de la utilización del ladrillo, un material que hasta entonces había sido considerado inferior, pero que, cuando empezó a ser utilizado por la burguesía catalana, se denominó con el maquillado calificativo de «obra vista». Bohigas, un joven culto y ecléctico, realizó en los años 60 algunos proyectos de obra vista que contribuyeron a definir lo que se consideró la Nueva Escuela de Barcelona, movimiento situado en la vanguardia de la arquitectura catalana hasta la década de los 70. A Bohigas le debemos la Barcelona actual. Hay dos conceptos suyos brillantes: en primer lugar, la necesidad de monumentalizar la periferia y descentralizar el centro de la ciudad, idea que después generó las llamadas «áreas de nueva centralidad», que fueron desarrolladas por Joan Busquets. Y en segundo lugar, la necesidad de «pasar del Plan urbanístico al proyecto», en una época en que la ciudad necesitaba poner al día un gran número de infraestructuras. Gracias a Bohigas, se priorizó la operatividad y se pudieron llevar a cabo muchísimas obras necesarias. Por este motivo es el gran pensador de la ciudad y al que todos le debemos mucho, más allá de su contribución en el campo específico de la arquitectura.

«Detrás de cada edificio que ves, hay un hombre que no ves»

Jose Antonio Coderch decía esta gran frase. Y detrás del hombre que no ves, está el cliente que va a ocupar esa casa; cuando te planteas un proyecto es importante que intentes imaginar a la persona que va a ocupar aquel espacio, por más que nunca vayas a saber con certeza cómo lo va a utilizar. Una vez, en Italia, estaba hablando con el arquitecto español Federico Correa, que también fue mi profesor, y le estaba enseñando uno de mis proyectos. Le explicaba los accesos y le comentaba: «La gente entrará por aquí y saldrá por allá». Y Federico me miró y me dijo: «Octavio, deja que las personas entren y salgan por donde quieran». Al principio me sorprendió su respuesta, pero luego pensé que tenía razón. La vida siempre es compleja, escapa a cualquier definición.

La arquitectura está por encima de la construcción

Hace poco mi hijo estaba trabajando en un detalle constructivo y me preguntaba una duda acerca de un cerramiento. Mi respuesta fue: «¿Cómo has imaginado el edificio? ¿Con una fachada ventilada, de obra vista, revocada, con paneles de hormigón? En función de cómo lo hayas pensado, te diré cómo concretaría ese detalle constructivo. Pero no al revés.» La arquitectura siempre está por encima de la construcción. Si tienes clara la primera, la segunda viene sola. Vi una vez una película que narra la vida de un profesor que viaja a China para impartir clases de violín. Sus alumnos son extremadamente disciplinados, pero les falta un poco de alma. Y el profesor siempre les decía: «No uséis la música para tocar el violín. Usad el violín para tocar música.» Es una frase fantástica. Los romanos decían otra cosa para expresar algo parecido: Res tene verba sequentur. Ten claras las cosas, y las palabras vendrán solas. Cuando sabes lo que tienes que expresar, acabas comunicándolo. Lo mismo pasa con la arquitectura.

Aunque sigo diseñando y dando clases, priorizo la escritura

Actualmente estoy centrado en escribir, con dos proyectos en marcha. Por un lado, estoy haciendo un libro para la UAA de México. El encargo me surgió tras dar una conferencia en Nápoles, cuando Blanca, una de las asistentes, que era una profesora mexicana, me invitó a dar un curso en Aguascalientes. En aquella época tenía piedras en la vesícula y, para exorcizar mis miedos, escribí durante mi estancia en el país centroamericano México y Muerte empiezan por M. A partir de este primer libro, que tuvo buena acogida, me encargaron este segundo, en el que hablaré sobre cómo enseñar Arquitectura. Por otro lado, el siguiente proyecto en el que estoy trabajando ha venido de la mano de Plataforma Editorial. Un día asistí a una presentación de su editor, Jordi Nadal, y quedé cautivado con una explicación que ofreció acerca de los griegos y de sus dos medidas del tiempo: mientras el kronos es el tiempo cronológico, el kairós representa el tiempo con sentido. Cuando acabó su intervención diciendo que lo que teníamos que hacer en nuestra vida era convertir el kronos en kairós, se me puso la piel de gallina; así que no dudé en dirigirme a él y saludarle. Acabó invitándome a cenar y ofreciéndome participar en un nuevo número de la serie Ser. Ya habían editado otros volúmenes sobre diferentes profesiones como la de Ser Médico o Ser Maestro. «Tienes que hacer el Ser Arquitecto», me dijo. Y no dudé en aceptar el encargo.

Proyectos que surgen de modo natural y poco convencional

Muchas veces, los proyectos surgen de modo más inesperado. En una ocasión, me ofrecieron ser miembro del jurado internacional del Premio Nacional de Arquitectura de Letonia tras asistir a un congreso en Riga y conocer, en el hotel donde quise alojarme porque me encantaba su diseño, a la arquitecta que lo proyectó, y que, además, había sido la ganadora de la última edición de dicho certamen. Hablamos de nuestra profesión en común, le enseñé la web de nuestra revista y le conté que estábamos preparando un monográfico sobre “Arquitectura y memoria”. Le interesó mucho nuestro trabajo y me ofreció ser miembro del jurado del premio al año siguiente. En otra ocasión, estaba ante la puerta de Casa Fisher de Louis Kahn en Filadelfia con la intención de pedir si me dejaban pasar porque sentía mucho interés por visitarla. Se presentó entonces un señor alto y rubio que resultó ser el dueño. Cuando le dije si podía visitarse me contestó, en inglés, que no estaba abierta al público. Mi respuesta fue que ya lo sabía, y que por ese motivo se lo preguntaba. Mis palabras, un tanto descaradas, le hicieron gracia y, al final, acabamos pasando juntos buena parte de la mañana. Por aquellas casualidades de la vida, su madre se había comprado un terreno en Cadaqués y quería construirse una casa. Acabó pidiéndome la tarjeta.

¿Hasta qué punto es sostenible la sostenibilidad?

Con el tiempo, todos hemos ido adquiriendo la consciencia de que no disponemos de un planeta B y que, por lo tanto, debemos respetar ciertos criterios de sostenibilidad. Pero a menudo me gusta dar la vuelta a las preguntas, y este tema me invita a ello: ¿Hasta qué punto es sostenible la sostenibilidad? Cuando se construye un edificio sostenible que es mucho más caro que uno convencional, ¿es sostenible si recuperaremos esta gran inversión treinta y cinco años después? ¿A las generaciones futuras les interesará seguir conservando este inmueble? Son cuestiones que invitan al debate y a la reflexión, sobre todo si se analiza que, cuando un edificio tiene certificaciones sostenibles, el cliente –que se posiciona mejor en el mercado como defensor del planeta–, puede alquilar sus oficinas más caras. Y te preguntas: ¿Se gastarían este dinero extra si no hubiera un interés económico detrás? A veces, se nos llena la boca con grandes palabras, pero lo único que prima es el mercantilismo. Considero que para que un proyecto sea sostenible, primero tiene que ser sostenible intelectual y socialmente.

La arquitectura es un arte enraizado en sus orígenes

Mientras impartía clases de Arquitectura Moderna en la Escuela de Arquitectura sentí la curiosidad de conocer cómo percibe el mundo la gente que vive en países orientales o del  mundo islámico. Comencé a viajar y a observar sus edificios. De estas experiencias, surgió la posibilidad de impartir un curso sobre Arquitectura Islámica y Oriental, que incidía en el lema «la mirada del otro». Dejar de mirarse el ombligo, como europeos, siempre es positivo; sin embargo, nunca imprimí de manera literal estas influencias orientales en mis obras, porque considero que la arquitectura necesariamente ha de ser hija de su cultura, de su tiempo y lugar: ahí radica su fuerza. La arquitectura es una de la mayores manifestaciones del hombre sobre la tierra, Hay una gran frase del emperador mogol Akbar, destinada a sus enemigos, que resume esta idea: «Si no creéis en la fuerza de nuestro ejército, fijaos en la belleza de nuestros edificios».

Mantener una coherencia creativa

Para mí no es tan importante la localización de mis obras; que estén o no en Catalunya no me preocupa: la coherencia creativa es más relevante. Quiero creer que todavía no he hecho la gran obra que me redima, pero quizás me equivoco… Lo que sí puedo señalar es aquellas de las que me siento más orgulloso… la sede de la dirección del CERN en Ginebra, el edificio Geoda en Travesera-Amigó o la Clínica Olivé Gumà, ambas en Barcelona, la sede de la Mutua Madrileña (en la Castellana de Madrid). Y, por supuesto, mi propia casa de Tamariu, presente en diversas publicaciones sobre la vivienda del siglo XXI. Es un compendio de todo lo que sé y, sobre todo, una creación proyectada para vivirla y hacerme viejo junto a Magda, la mujer que quiero. Hay una frase del gran arquitecto Alejandro de la Sota que dice: «Si la música es aire que suena, la arquitectura es el aire en el que vivimos». Nuestra misión, como arquitectos, es crear atmósferas en las que la gente viva mejor.