Enrique Rovira-Beleta Cuyás
Fotografia cedida
TH, 9è VOLUM. Biografies rellevants dels nostres arquitectes

Sr. Enrique Rovira-Beleta Cuyás

Consultoría Rovira-Beleta Accesibilidad, S.L.P.

Entrevistat el 13-4-2018.

Una paraplejia mientras estudiaba marcó decisivamente la trayectoria de este arquitecto y consultor en accesibilidad. Fue el primer arquitecto en España en finalizar la carrera en silla de ruedas. Ha sido el responsable de la accesibilidad en los comités organizadores de grandes eventos como los Juegos Olímpicos y los Juegos Paralímpicos de Barcelona 1992, el Fórum de las Culturas Barcelona 2004, la Exposición Internacional Zaragoza 2008, el Conjunto Monumental de la Alhambra y el Generalife en 2009. Con más de treinta y cinco años de experiencia, ha revisado la accesibilidad de proyectos y obras a nivel nacional e internacional, asesorando a diferentes gobiernos en la redacción de las normativas vigentes de accesibilidad, especialmente en Catalunya, España y Latinoamérica.

Dalí llegando a la playa de Cadaqués en barca

Soy el primogénito de tres hermanos que nacieron en el seno de una familia acomodada de Barcelona. La imagen retrospectiva más lejana que conservo corresponde a la nevada de 1962, en Navidad. Apenas tenía cuatro años, y recuerdo todos los coches en la Travessera de Gràcia cubiertos de nieve. Una estampa impactante que en la ciudad no he vuelto a ver. De esa infancia también mantengo vivos los veranos de Calafell, un pueblo entonces tranquilo, donde disfrutábamos de una segunda residencia en la playa y donde con mi hermano y mi hermana jugábamos a las canicas o a montar en bicicleta. Otro recuerdo imborrable me traslada a mi primera comunión, que celebramos conjuntamente con mi hermano y que permitió inaugurar una iglesia recién realizada por mi padre, arquitecto. Más adelante, con doce años, fuimos a veranear a Cadaqués. Eran tiempos en los que no había autopista y requería cuatro horas de coche llegar a ese precioso pueblo del Alt Empordà. Teníamos una casa al lado del mar, desde cuyo balcón podías lanzar la caña para pescar… y tuve ocasión de ver «en directo» a Dalí, llegando a la playa de pie encima de una barca junto a una modelo.

Mi padre acabó la carrera de arquitecto con el uniforme militar

Mi padre era el sexto de seis varones. De no haber fallecido mi abuelo, probablemente habrían sido más hermanos, ya que buscaban una hija que nunca llegó. Nacido en 1920, mi padre pertenecía a la «quinta del biberón» y ejerció como soldado-enfermero, portando camillas. Acabó la carrera de arquitecto luciendo el uniforme militar, y se especializó en la redacción de planes parciales y en su urbanización, realizando muchas obras en sus más de cincuenta años de experiencia profesional en el sector privado, y como arquitecto municipal de Sant Feliu de Llobregat. Mi madre, doce años más joven, apenas conserva un recuerdo de la Guerra Civil: iba en brazos de su padre cuando estalló una bomba a corta distancia. Pudo salvar la vida, si bien la metralla le pasó muy cerca. Su familia, los Cuyás, procedían de la Seu d’Urgell y se dedicaban a la industria de manufacturación del hierro para la construcción. Los Rovira tenían una tienda de máquinas de escribir, cuyo buen funcionamiento acabaría con la irrupción de IBM en nuestro país. Ambas familias residían en la Gran Vía de Barcelona.

Mi madre asistió a clases de Derecho con más de ochenta años

Mi hermano Carlos, arquitecto, conectaba muy bien con mi padre, y mi hermana Carmina con ambos. Mi madre siempre ha mantenido una especial sintonía conmigo. Ella quería ser abogada, pero en aquella época no resultaba bien visto que una mujer trabajara; por ello, en estos últimos años ha acudido de oyente a la Facultad de Derecho. Ha hecho prácticamente toda la carrera de manera extraoficial. En su juventud, se dedicó a cuidar de nosotros, en un piso de la Diagonal, justo encima del despacho de mi padre. Crecí en ese entorno de comodidad, estudiando en las Escuelas Pías, primero en la calle Balmes y después, en Sarrià. En el colegio, y antes del Bachillerato, por razones que ignoro, a un compañero y a mí nos adelantaron un curso de un día para otro, de tal modo que éramos los pequeños de la clase. Ese avance en los estudios propició que iniciara la carrera cuando acababa de cumplir los diecisiete años: en octubre de 1975, apenas un mes antes de la muerte de Franco.

Un virus desconocido convirtió la silla de ruedas en mi compañera de desplazamientos

La profesión de mi padre condicionó mi orientación hacia la arquitectura. Pero hubo otros elementos que resultaron decisivos en ello… De la época universitaria, recuerdo que a menudo en las manifestaciones estudiantiles se cortaba el tráfico en la Diagonal con el mobiliario de las aulas. No olvido esa imagen de los «grises» montados a caballo subiendo las escaleras de la Escuela de Arquitectura, blandiendo sus porras. Sin embargo, no sufrí sus golpes. Era muy joven e ingenuo, malgastaba el tiempo jugando a cartas en el bar de la Facultad. Sería a partir del servicio militar cuando recibiría la lección que no logré aprender en esos primeros años de carrera. En octubre de 1981 me incorporé a filas, y en España había todavía analfabetos, y como soldado daba clases de matemáticas y dibujo a otro soldado que aprobó el examen; y me premiaron con «un permiso de una semana». Por ello, estaba en casa cuando me afectó un virus desconocido en la médula espinal, y ya no fui al Hospital Militar. El verano de 1982 marcó toda mi vida, al quedarme parapléjico y no poder caminar, necesitando una silla de ruedas desde entonces para desplazarme.

El ser parapléjico sirvió para descubrir una nueva vida

Tengo dos vidas separadas por el servicio militar: la primera, caminando; la segunda, en silla de ruedas. En ese ecuador de mi existencia, de repente parecía que el mundo se me había hundido definitivamente. Pero alguien empezó a despertarme de mi pesadilla. Estaba en el hospital y recibí un anónimo que decía: «Enrique, estoy loca por ti». Lo firmaba Gloria, la enfermera. Ahí empecé a darme cuenta de que no estaba todo perdido. Y aquella fase de superación continuó cuando, habiendo reanudado mis estudios de Arquitectura en tercer curso, llegué a aprobar nueve materias, con lo que comprobé que ¡podía acabarla! Había dejado de estar de pie pero, en realidad, me había levantado. El apoyo de mi familia resultó vital para superar aquella situación, al igual que el de mis amigos y compañeros «de timba», pues cuando juegas a cartas todo el mundo se olvida de que estás en una silla de ruedas, porque estás al mismo nivel que ellos sentado. Los naipes te igualan.

De ser saludado con un «¡Hola, cojo!» a campeón de España de natación

Tras un mes en la UCI de la Clínica Corachan, fui en septiembre de 1982 al Hospital Guttmann en la Sagrera, especializado en la rehabilitación de personas con discapacidad física. Allí estuve año y medio: seis meses en cama, y después una docena más de rehabilitación. Como hospital de referencia, en esa época tenía un carácter familiar que en cierto modo añoro. Las primeras experiencias fueron impactantes pues no esperaba que un paciente me saludara diciéndome: «¡Hola, cojo!». Tardaría en entender que me lo decían sin acritud. Al igual que un policía, que se hallaba en mi misma situación por una bala de ETA, y que se apostó mil pesetas «a que en Navidad no sales andando». Lo que me dolió es que aceptara que le pagara… Empecé a descubrir el deporte adaptado, el mundo federativo y el del asociacionismo, algo muy importante para las personas con diversidad funcional, porque hasta entonces éramos prácticamente huérfanas. En el Guttmann había muchos jóvenes, lo cual resultaba amargo, pero al mismo tiempo era un alivio en cuanto al ambiente que me rodeaba. Empecé a jugar al baloncesto con silla. Era divertido, pero debía tomar precauciones porque había gente con un espíritu tan competitivo que parecía que iban a crujirte la mano. Como futuro arquitecto, no podía arriesgarme. Finalmente, me centré en la natación, donde no existía contacto, una disciplina en la que logré ser campeón de Catalunya, primero, y de España, a continuación, a finales de los 80. A ese éxito le añadiría el subcampeonato de España de tenis en silla de ruedas.

Ni sufro ni padezco: tengo una discapacidad

Al principio iba a la universidad en un autobús «puerta a puerta». Un autobús con plataforma elevadora vertical, que compartía con otros usuarios desde el Guttmann. Yo era el primero al que recogían en la Meridiana, y el último en llegar a la Facultad, situada al final de la Diagonal… Y a veces, ¡¡las clases ya habían terminado!! Cuando mis padres me compraron un Seat 131 adaptado de segunda mano, gané en autonomía y di un paso más en la superación de mis limitaciones de movimiento. En 1985, mientras estudiaba, empecé a trabajar por las mañanas en la Dirección de Arquitectura y Vivienda de la Generalitat de Catalunya, como delineante en prácticas con Rotring y Paralex, donde también fui especializándome en accesibilidad al asignarme «mis jefes» esas funciones (¡¡no habían ordenadores ni móviles!!). Al principio, si se me caía algo, todo el mundo se abalanzaba a recogérmelo, pero cuando hubieron observado que era capaz de recuperarlo sin problema, ya nadie se preocupaba. Lo mismo, por la calle: una vez comprobé que mi silla de ruedas iba sola, ¡pues un señor me la empujaba sin decírmelo!… Y yo no necesito que nadie me ayude, salvo cuando llueve, que entonces ¡¡todo el mundo escurre el bulto para evitar mojarse!! Las personas con diversidad funcional todavía despertamos compasión a bastantes personas, y la gente cree que no podemos trabajar. Se equivocan. También cuando nos dicen que padecemos o sufrimos una discapacidad; yo les corrijo diciendo que «tenemos una discapacidad» e incluso podemos ser los «jefes».

El Departamento de Paralímpicos, en un primer piso sin ascensor

Acabé las clases de la carrera en 1988, y mientras preparaba el proyecto final de carrera, me llamaron del Comité Organizador Olímpico de los Juegos de Barcelona: necesitaban una persona joven, y con experiencia en la Administración y en temas de accesibilidad. Yo era uno de los pocos técnicos en accesibilidad que trabajaba en la Generalitat, y el único que iba en silla de ruedas… y que resolvía tanto temas de arquitectura y urbanismo como de servicios sociales. En esos momentos, la normativa del Decreto 100/1984 de supresión de barreras arquitectónicas no contemplaba sanciones, solo recomendaciones, que en nuestro país tienden a obviarse. El COOB’92 me requirió para supervisar la accesibilidad de las instalaciones deportivas y de los edificios de la organización relacionados directamente con los Juegos. Mi sorpresa fue comprobar que las oficinas de la División de Paralímpicos, en 1990, estaban en el primer piso y para acceder a él, ¡no había ascensor, solo escaleras! El primer día me subieron a pulso, pero de inmediato decidieron trasladarme a la planta baja como responsable del Área de Accesibilidad, donde contaba con la colaboración mensual de Guillermo Cabezas, arquitecto experto en accesibilidad, y amputado de una pierna, que vivía y trabajaba en Madrid, en la Dirección General de Deportes, y era el presidente de la Federación Internacional de Deportes con Discapacidad Física, «el Samaranch de los Paralímpicos». ¡¡Aprendí muchísimo a su lado!! Así como con los compañeros Carles Grau, arquitecto, y Lluís Cantariño, aparejador.

Las complejas visitas de obras de una persona amputada y otra en silla de ruedas

Con la faena que tenía, no tuve tiempo ni de pensar que trabajaba en un despacho sin ventanas desde las nueve de la mañana hasta las once de la noche… ¡Me lo pasaba en grande revisando la accesibilidad de todo tipo de proyectos y obras! «¿Esta obra también es de los Juegos?», les preguntaba. «Tú revisa, ¡y lo queremos para ayer!», me respondían. No sabían qué instalaciones serían finalmente las que se utilizarían tanto para los Juegos Olímpicos como para los Paralímpicos, y si serían de competición o de entrenamiento. Resultaba todo tan caótico… Por mis manos pasaban las instalaciones de entrenamiento, de competición, la Villa Olímpica… Aquello me permitió conocer a los artífices de esa transformación. A Ricardo Bofill lo visité en su despacho. Había una escalera de caracol, y tuvieron que subirme. A Isozaki no lo conocí personalmente, pero sí a los japoneses de su equipo de trabajo. Coincidí con grandes arquitectos: Correa, Milá, Martorell y Bohigas, Millet… y otros eran compañeros de estudios que asumían su respectiva parcela de trabajo en el Comité Organizador para que los Juegos fueran un éxito en infraestructuras, construcción, transportes, aeropuertos, etc. Las obras de la Villa Olímpica/Paralímpica las revisamos, con Guillermo, y resultaba harto complejo para una persona amputada y otra en silla de ruedas visitarlas, pues todo eran obstáculos: escombros, vallas… Los albañiles tenían que «cargar» conmigo. En esos momentos añoraba las «visitas de obra» con mi padre, cuando todavía andaba.

Escamoteando un ascensor a los ciegos porque podían andar

Mi cometido era asesorar en la supresión de barreras arquitectónicas. La decisión última recaía en el arquitecto-director del proyecto. Cuando observaba algún elemento que no se ajustaba a los requisitos, se lo hacía notar. Por ejemplo, en el edificio del INEFC, conseguimos que Bofill modificara la fachada principal para que no hubiera escaleras. En ocasiones, había razones presupuestarias que impedían equipar las instalaciones adecuadamente. Por ejemplo, el polideportivo de la Vall d’Hebron acogía la competición de goalball, modalidad deportiva similar al fútbol sala pero con las manos, practicada por personas con discapacidad visual, y en la que es necesario detectar auditivamente la trayectoria de un balón equipado con cascabeles para conseguir gol en las porterías. El público ha de estar callado durante el juego. Planteamos en la instalación que haría falta un ascensor; y al trasladarlo a los arquitectos que controlaban el presupuesto de la obra, me preguntaron si los ciegos andan. Cuando les dije que sí, me respondieron: «Pues ya no hace falta». En aquella época tampoco disponíamos de autobuses de piso bajo. Todos tenían escaleras en sus accesos. Se optó, en colaboración con los compañeros responsables del transporte adaptado, por una solución efímera, mediante la construcción de rampas al lado de las paradas, y así los atletas y la familia paralímpica accedían con rapidez y seguridad, desde la calle al nivel del piso del autobús, y con voluntarios si se necesitaba su ayuda o colaboración. Recuerdo la emoción que sentí un día al inicio de los Juegos, cuando, en la plaza España, pude subir con mi silla de ruedas y por mis propios medios a un autobús de piso bajo. Ahora, todo el mundo ha asumido que una persona viaje en autobús con silla de ruedas pero entonces era una absoluta novedad.

La arquitectura del siglo xxi es la de la gente mayor

En la época preolímpica no se prestaba ningún tipo de atención a la accesibilidad ni existía visión de futuro sobre el tema. No obstante, aquella experiencia, especialmente en los Juegos Paralímpicos, propició que se generara cierta conciencia al respecto, aunque la formación existente, sin embargo, era muy débil. Marcamos un punto de inflexión, en especial en la Villa Paralímpica, que por primera vez coincidió en parte con la Villa Olímpica. La gente sigue identificándola como la Villa Olímpica, precisamente porque no se perciben elementos específicos para personas discapacitadas. Es una arquitectura accesible desapercibida para todo el mundo, que hace la vida más cómoda a todos sus usuarios, sobre todo cuando estos se hagan mayores. «Esta es la nueva arquitectura del siglo xxi para toda la vida, la arquitectura de la gente mayor». En 2050, España será el país más envejecido del mundo, donde habrá más personas mayores que jóvenes. La arquitectura accesible será una necesidad. Me sorprende que los promotores estén tardando tanto en darse cuenta del negocio que existe tras este planteamiento. La arquitectura reclama especialización, y mis treinta y cinco años de experiencia en silla de ruedas, trabajando como arquitecto y consultor en accesibilidad, me han permitido proponer soluciones ingeniosas y cumplir con la normativa, sin modificar los proyectos originales: «nosotros retocamos no cambiamos los proyectos que analizamos, respetando al máximo el diseño original».

Desde el punto de vista constructivo, el mejor legado de las Olimpíadas fueron las Rondas

Los Juegos dejaron un gran legado en Barcelona, porque la ciudad supo aprovechar ese acontecimiento para transformarse. Una vez finalizados los Juegos, mi amigo madrileño, arquitecto y compañero en el COOB, Guillermo Cabezas, hizo una reflexión muy interesante respecto al resultado, especialmente significativo para España, del año 1992: Sevilla acogía la Exposición Universal, Madrid era la capital cultural de Europa, y Barcelona se convertía en sede de los Juegos Olímpicos/Paralímpicos. Decía: «Barcelona ha aprovechado los Juegos, y ha transformado con calidad la ciudad; Sevilla solo se ha limitado a construir el recinto de la Cartuja que acogía la Expo, sin que repercutiera en el resto de barrios de la ciudad; y Madrid ni siquiera se ha enterado de su condición de capital cultural». Para los Juegos de Barcelona, se diseñaron las Rondas, que comunican sin entrar en la ciudad las diferentes áreas de competición; pues la capital catalana carecía de anillo de circunvalación para mejorar su movilidad. Ahora esas vías presentan visos de colapso, y se está proyectando acometer la ampliación de una parte de la Ronda Litoral a distinto nivel, ganando terreno al puerto. Pero esta infraestructura entraña un coste importante que requerirá unos nuevos Juegos. «La ventaja es que ese planteamiento, de “ronda encima de otra ahorrará cualquier tipo de expropiación».

Barcelona y el vado 120

Barcelona es, actualmente, una de las pocas ciudades en el mundo que dispone de un Instituto Municipal de Personas con Discapacidad (IMPD), donde formé a parte de su Junta Directiva durante cinco años (2002-2007). Los representantes políticos recababan nuestros consejos para hacer más accesible la ciudad. Lo primero que hicimos durante los Juegos fue proyectar una imagen de Barcelona accesible hacia el exterior, pues se actuó en las zonas más concurridas por las personas que nos visitan. De este modo, enclaves turísticos como la Catedral, la Sagrada Familia, las Ramblas, el Estadio del Barça… fueron accesibles para facilitar el acceso a todos, y en especial a personas con diversidad funcional. Se creó el vado peatonal accesible «modelo 120», diseñado por Màrius Quintana y su equipo de arquitectos colaboradores municipales. Ese vado se extendió a todos y cada uno de los pasos de peatones de la ciudad. Sin darse cuenta, la gente se ha familiarizado con él; y para que valoraran realmente su grado de comodidad bastaría con recuperar los antiguos bordillos… Y ese elemento lleva aparejadas otras soluciones, como por ejemplo situar papeleras en los laterales del vado, para conseguir que los usuarios lo utilicen por el centro y así evitar que despistados caigan en el alcorque de un árbol, además de que, de esta forma, la ciudad está más limpia. También se potenciaron concursos de diseño de mobiliario, como las farolas, los bancos, las fuentes o las propias papeleras. Entre otros objetivos, se perseguía que la ciudadanía viera en el arquitecto a un aliado y no a un enemigo, como a menudo ocurre.

Comodidad de los taxis adaptados

Los Juegos Paralímpicos no alcanzaron la repercusión de los Olímpicos, pero, gracias a ellos, Barcelona experimentó una transformación sin precedentes en el capítulo de la accesibilidad. Las paradas de metro se adaptaron, con ascensores que conducían desde los andenes hasta la calle. Ahí también quedó patente la «marca Barcelona», con cabinas transparentes de cristal, en las que se evita la claustrofobia en caso de quedar encerrados por avería, y también permite a personas sordas poder expresarse en lengua de signos o leer los labios. Muchos taxis se han habilitado para facilitar su uso también a usuarios con discapacidad y en silla de ruedas. Hasta el punto de que esos vehículos, que inicialmente se orientaban a transportar a ese perfil de público, ahora son codiciados por cualquier persona, pues todo el mundo ha descubierto que resultan mucho más cómodos, y actualmente falta un mayor número de estas unidades. Barcelona es, en este sentido, la envidia del resto del planeta, ya que hemos ido expandiendo todas estas mejoras, que inicialmente se aplicaban a las zonas turísticas, al resto de la ciudad, incluso a las playas. Para mí es un orgullo. Recuerdo con satisfacción cuando conversaba con los responsables de la accesibilidad de los Juegos de Sídney 2000 y se sorprendieron al saber que toda aquella transformación en el Comité Organizador de los Juegos de Barcelona la había llevado a cabo un equipo de accesibilidad de apenas cuatro personas, siendo yo el responsable del Área de Supresión de Barreras Arquitectónicas; así como el resto de la ciudad se hizo accesible con la colaboración de los técnicos del Ayuntamiento, asesorados por el Instituto Municipal de Personas con Discapacidad.

La accesibilidad no se aprende en la carrera

Barcelona es, a mi entender, junto con Berlín, las dos ciudades europeas referentes en accesibilidad. Esto entraña una vertiente negativa, como es la de pensar cómo se encuentra el resto del mundo… Revela la falta de pedagogía existente en este aspecto. El drama reside en que la gente no le presta suficiente atención al tema. Los jóvenes, porque lo consideran ajeno a ellos, ya que no suelen tener dificultades que les impidan superar barreras arquitectónicas y/o en la comunicación. Pero el resto tampoco aprecia suficientemente nuestro trabajo, porque cuando todo aparece correctamente accesible no se percibe. Los ciudadanos solo se dan cuenta si emerge alguna chapuza o ellos lo necesitan. Lo curioso es que de toda esa adaptación accesible de nuestras ciudades se beneficia cualquier persona, ya que ahora resulta de lo más común ver a gente circulando por nuestra ciudad no solo con bicicletas, sino con patinetes, hoverboards, segways… Algo que sería muy complejo si se hubieran mantenido los bordillos. Los propios hoteles presentan unas habitaciones cada vez más accesibles y cómodas, sin que sus usuarios presten atención, al incorporar pequeños detalles que las convierten en aptas también para personas con discapacidad, porque en ocasiones un asidero presenta un diseño asimilable a un toallero. No resulta extraño que cada vez vengan más turistas a nuestro país, entre ellos gente mayor, porque aquí hallan unas comodidades que no encuentran en ningún otro lugar. Pero todo esto no se aprende habitualmente en la carrera de Arquitectura, porque al concepto de accesibilidad nos dedicamos unos pocos. ¡¡Hasta que descubran el negocio que hay detrás!! Algunos ya lo están haciendo y están aprovechándose del acondicionamiento de edificios, de la instalación de ascensores… Pero la accesibilidad va mucho más allá, porque significa tener en cuenta otros elementos, como por ejemplo letras de fácil lectura en la rotulación, lenguaje braille, relieves en el suelo… Pero falta formación y mayor control en el cumplimiento de la normativa. Nuestra consultoría en accesibilidad, de asesoramiento y supervisión de proyectos, obras, productos, servicios, medios de transporte, sistemas de comunicación o información, etc., tiene cuidado de cada pequeño gran detalle. Asimismo, como profesor de la UIC Barcelona ‒ Universitat Internacional de Catalunya, imparto la única asignatura obligatoria de accesibilidad en España, en los estudios de tercer curso de grado de la School of Architecture, de modo que resulta imprescindible aprobarla para obtener el título de arquitecto. Asimismo, dirijo y coordino con Ana Folch en Arquitectura el postgrado en Accesibilidad y Diseño para Todos; un curso on-line interactivo que realizamos mediante plataformas digitales, únicas en el mundo en este formato.

A mi esposa la conocí en el Palau de la Generalitat

Ana Folch es básica en mi vida personal y profesional. Ella es mi esposa, es quien vela por mí y por la imagen de nuestro despacho, y quien promociona nuestro negocio. Nadie diría que no es arquitecta. Es técnica en accesibilidad, porque tiene la capacidad de asesorar en la materia como cualquiera de los arquitectos de nuestro despacho, donde supervisamos proyectos y obras, impartimos conferencias… tanto en nuestro país, donde asesoramos a la Generalitat, al Futbol Club Barcelona o a Transports Metropolitans de Barcelona como en Latinoamérica. A Ana la conocí en el Palau de la Generalitat. En 1991, el president Pujol me había nombrado, junto con nueve personas más, miembro asesor de la Presidencia en temas de discapacidad y accesibilidad, y propuso instituir unos premios en torno a los Juegos Paralímpicos. Los galardones se entregaban en el propio Palau, edificio de patrimonio, y, cuando accedí por la parte trasera para evitar las escaleras, una azafata quiso informarme por dónde debía hacerlo. «Gracias, guapa, ya sé el camino», le respondí. Al finalizar el acto, se me acercó y se identificó: era Ana; a partir de ahí, siempre consensuadamente, le he hecho caso en todo, y nos ha ido muy bien.

Nos casamos en la iglesia que me permitió subir al altar

La sociedad con el envejecimiento de la población parece que empieza a darse cuenta de la importancia de la accesibilidad, y cada vez recibo más encargos en nuestra consultoría y estudio de arquitectura accesible. Eso sí, todavía no se valora en su justa medida, pues si tuviera que aplicar el precio real de mis honorarios en cada intervención, habría mucha gente que se echaría atrás. Todavía no hay conciencia de que las actuaciones llevadas a cabo en este sentido son para toda la vida. Mi ventaja es que, además de arquitecto, voy en silla de ruedas y domino las necesidades de movilidad tanto desde el punto de vista del arquitecto como del usuario, el deportista y el profesor universitario, así como conozco las necesidades del resto de personas con discapacidades sensoriales y/o cognitivas.

Cuando elegimos la iglesia en la que nos casamos, la decisión vino condicionada por la accesibilidad al altar. Fue en el convento del Carmel Descalç, un templo bizantino que se halla en la confluencia de la Diagonal con Roger de Llúria, y que dispone de un acceso a nivel desde la calle, y de una rampa para superar los ocho escalones hasta el presbiterio. La falta de conciencia existente en nuestro entorno quedó patente con la sorpresa mostrada por algunos invitados que, al término de la ceremonia, aguardaban nuestra salida por la puerta principal con escaleras, y nos vieron aparecer por el lateral con rampa.

Publiqué el Libro blanco de la accesibilidad con el Comité Olímpico Internacional

Estando reunidos con el president Pujol, para elaborar los trabajos de aprobación de la Ley de Accesibilidad antes de los Juegos, le advirtieron de que tenía una visita. «Que espere», le espetó al ujier. Al término de la reunión quiso presentarnos a la persona a la que había hecho esperar. Se trataba ni más ni menos que de Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional, con el que mantuve una breve pero muy buena relación. Un día que fui a su despacho, me preguntó qué podía hacer por mí. Le dije que había escrito un libro sobre accesibilidad basándome en mi experiencia en los Juegos, y que me gustaría verlo publicado. Fue así como se editó el Libro blanco de la accesibilidad, en inglés, a cargo del Museo Olímpico de Laussanne del COI. Es un volumen considerable, con muchos criterios muy claros y gráficos, con fotos y textos explicativos. Se publicó antes del Año Internacional de la Discapacidad-2003, en castellano y catalán con Ediciones UPC y Mutua Universal respectivamente. En 2006, publicamos la Guía de la Barcelona Accesible con Viena Ediciones, donde con Ana hicimos un análisis exhaustivo de la ciudad y sus barrios, y calificábamos cada equipamiento con un número de orejas, sillas o ciegos en función del grado de acondicionamiento para sordos, personas en silla de ruedas o invidentes, demostrando con ello que nuestra ciudad es una de las pocas que podría hacer una guía de accesibilidad.

Catalunya es un país maravilloso, y la panacea para el turismo sénior

He realizado los estudios de accesibilidad de los entornos de las paradas del Transantiago en Santiago de Chile (2012) y del Metropolitano de Lima en Perú (2014); y actualmente estoy llevando a cabo el Código Operativo de la accesibilidad de TMB (Transportes Metropolitanos de Barcelona) y la Asistencia Técnica para la accesibilidad de los servicios de Transporte de pasajeros en Turquía. Igualmente, desarrollo los estudios de diagnóstico de la accesibilidad en los teatros y bibliotecas de la Generalitat de Catalunya, en los mercados y centros cívicos municipales de Barcelona, y realizo las auditorías de mejora de la accesibilidad del Teatro Nacional de Catalunya y del Estadio Johan Cruyff del FC Barcelona, etc. Con las nuevas normativas de accesibilidad, hemos de conseguir edificios y entornos accesibles para todo el mundo, proporcionando así trabajo y ocio todo el año. Solo hacen falta más emprendedores capaces de vislumbrar estas oportunidades de negocio y establecer un control de calidad de la accesibilidad, homologado por la Administración, que nosotros, con nuestro Sello ROVIRA-BELETA, incorporamos incluyendo la accesibilidad de manera desapercibida.

ACCESIBILIDAD, incorporamos al incluir la accesibilidad de manera desapercibida.