Antoni Poch Vives
Fotografia cedida
TH, 9è VOLUM. Biografies rellevants dels nostres arquitectes

Sr. Antoni Poch Vives

Arquitecto

Entrevistat el 5-2-2018.

Sin alma, no hay arquitectura: esta es una de las principales máximas que guía a este profesional vocacional, hasta el extremo de que, antes de dar sus primeros pasos vitales, ya alimentó el deseo de convertirse en arquitecto. Profundamente inquieto, busca otorgar a cada una de sus creaciones un plus que, más allá de la funcionalidad, dé sentido al edificio. Su alma artística trasciende el hierro, el hormigón y el cristal característicos de sus obras, como constatan los movimientos culturales y reivindicativos que ha auspiciado.

Residíamos en una preciosa casa proyectada por el arquitecto modernista Joan Amigó

Provengo de una familia de clase media-alta de Badalona, que aun así sufrió las penurias económicas y sociales de la época franquista. Tres generaciones habitábamos una preciosa casa, proyectada por el arquitecto modernista Joan Amigó. Mi abuelo, que era vendedor de alfombras, consiguió transmitir la estima de esta profesión a mi padre, Antoni, quien fracasó en el intento de que tanto yo como mis cinco hermanos diéramos continuidad a la actividad. Lejos de sus propósitos, todos orientamos nuestras vidas hacia disciplinas artísticas, como el cine, la publicidad, la música, el videoarte… o yo mismo hacia la arquitectura. Esa influencia artística tal vez emanara de mi madre, Carmela, que daba sentido al piano que teníamos en casa y con el que contribuía a enriquecer el ambiente hogareño. Aunque no puede tildarse nuestra familia de aburguesada, es verdad que en aquella Badalona que conservaba aún la esencia de pueblo gozábamos de cierta consideración.

Enfermedad infantil que propició mi inclinación hacia la arquitectura

Mi orientación hacia la arquitectura tiene mucho que ver con una enfermedad que me afectó en mi primera etapa vital. A causa de una patología en la cadera, no empecé a andar hasta los cuatro años. Mientras mis tres hermanos mayores jugaban corriendo a mi alrededor, yo me pasaba el día en el suelo, gateando, ante la imposibilidad de caminar. Mi mayor distracción consistía en levantar torres con un juego de arquitectura, compuesto por cubos de madera y planchas con orificios que unía con tornillos. Invertía horas y horas en aquella entretenida actividad que, sin darme cuenta, alimentaba mi estima por el reto de crear estructuras estéticamente bellas que mantuvieran el equilibrio. Tanto es así, que incluso mi madre llegó a aseverar: «Este niño algún día se convertirá en arquitecto».

Mis primeros pasos quedaron grabados en la memoria de mi familia

Aquella enfermedad no solo marcó mi vida sino también la de mis hermanos y el resto de mi familia. Mis abuelos regentaban los baños Maricel y, durante la temporada estival, solíamos invertir buena parte del día en la playa. Mis padres y abuelos atendían el negocio, mientras que a mí me dejaban en la arena para que me distrajera jugando con ella. No fueron pocos los castillos que levanté a orillas del mar… Posteriormente, acudía a buscarme el señor Bachs, un amigo de la familia que destacaba por su enorme altura. Me cogía en brazos y me bañaba en el agua. El día que, con cuatro años, conseguí dar mis primeros pasos, quedó marcado definitivamente en el calendario de la historia de nuestra familia. Todos tienen grabado ese momento en la memoria. «Venga, Antonio, camina y ven hacia aquí», me decían. El día que lo logré, dejé atrás un largo sufrimiento, caracterizado por las dolorosas inyecciones que me practicaba el masajista, el señor Mero, y por la Juana, una señora que cuidaba de mí y a la que golpeaba y escupía cuando ella se empeñaba en llevarme en brazos, porque yo, en el fondo, quería caminar.

Adoptando una vida hippy y un tanto revolucionaria

Aunque me sometí a distintas revisiones médicas hasta los diez años, conseguí superar aquel problema infantil y, poco después, jugaba al fútbol como cualquier chiquillo. De esa infancia que transcurrió escolarmente en el Colegio de los Maristas, recuerdo que nos hacían recitar el rosario y asistir a misa, y que llegabas a casa y sentías la sombra de Franco al acecho. A medida que íbamos creciendo, tanto yo como mis hermanos íbamos asimilando las incoherencias del sistema. Fuimos adoptando una vida hippy, dejándonos crecer el pelo y volviéndonos un tanto revolucionarios. Poco a poco empezamos a sacudirnos el corsé paterno y a mostrarnos más desinhibidos. En mi caso, fueron mis hermanos mayores quienes rompieron moldes y me allanaron el camino; aunque quien mostró una actitud más decidida fue mi hermano menor, que en un momento determinado cogió la guitarra y se marchó de casa sin más.

Resultó traumático comprobar que no había conseguido plaza en la universidad

Fui buen estudiante y resolví los cursos sin problemas. El primer revés académico lo sufrí en la selectividad. Había culminado el COU con matrículas de honor y acudí al examen excesivamente confiado. Resultó traumático para mí comprobar que éramos quinientos treinta los que optábamos a una plaza para estudiar Arquitectura y que entraron quinientos. Incluso algunos amigos míos que habían superado el curso con dificultades habían conseguido plaza… En ese momento vi enterradas todas mis ilusiones. Fueron muchas las lágrimas que derramé. Pero de las experiencias amargas aprendes y, visto en perspectiva, creo que aquella lección resultó beneficiosa. Hice de tripas corazón y, dispuesto a conseguir mi objetivo, procuré aprovechar el tiempo. Ese año lo invertí estudiando Arquitectura Técnica en una escuela privada. Y, en la siguiente convocatoria, conseguí hacerme un hueco en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona.

Una etapa de esfuerzo pero también afortunada y lúdica

La fortuna me sonrió, pues en la Escuela de Arquitectura tuve como profesores a ilustres figuras como Carles Ferrater, Arcadi Pla, Gabriel Mora, Eduard Bru, etc.… Pese a tomarme muy seriamente la carrera y sumergirme profundamente en los estudios, fue aquella una etapa muy lúdica, en la que me sentí como el alumno preferido de Ferrater. Siempre me dispensó un trato entrañable. Arcadi Pla también mostraba una gran complicidad conmigo. Me cogía del brazo y me ofrecía revistas en las que había publicado artículos. Eran días en los que podías llegar a forjar una relación muy personal con los profesores de las asignaturas de proyectos. Por no hablar de las clases magistrales de Joan Margarit, a quien entonces ya se le adivinaban los mimbres de poeta. Pero la suerte también la hallé en el pupitre, pues los avatares de la vida me llevaron a sentarme junto a otro badalonés: Jordi Moliner. Aquello fue el inicio de una larga trayectoria de amistad y de relación profesional. Tengo la impresión de que es muy propio de los arquitectos aliarse con un colega; como si temiéramos dar un salto al vacío en el ámbito profesional y buscáramos la complicidad de alguien con quien poder acometer proyectos conjuntamente. La sociedad Poch y Moliner duró veintinueve años, hasta que, como todo matrimonio bien avenido pero que detecta que la magia se ha esfumado, decidimos separar nuestras trayectorias. Hace una docena de años de ese desenlace.

Nos reclamó la BBC para grabar uno de sus programas

Con Jordi Moliner hicimos un tándem extraordinario. Prueba de ello son los premios que logramos al alimón. Entre ellos se hallan el FAD de Arquitectura, en 1991, o el Ciudad de Barcelona de Interiorismo por una puerta y una mampara en la sala Picasso del Col·legi d’Arquitectes de Catalunya el año anterior. Era una época en la que vivíamos en una dinámica muy fluida. Y algo les debía llamar la atención de nosotros porque los medios de comunicación se fijaban mucho en Poch y Moliner. En 1992, tras los Juegos Olímpicos, el diario Avui editó una revista, el 11 de septiembre, con el propósito de realizar una proyección hacia el futuro. En ella abordaban distintos ámbitos sociales, como el deporte, la economía, la pintura… eligiendo a figuras que ejemplificaban la experiencia y que contrastaban con otras de emergentes. En el caso de la arquitectura, optaron por Joan Margarit y Carles Buxadé y, como promesas, por Poch y Moliner. Aquello constituyó para nosotros un orgullo y un verdadero reconocimiento. Pero no queda ahí la cosa, ya que en esa época la BBC llevaba a cabo un programa para impartir clases de castellano. La fórmula a la que recurrían era acudir a distintos países hispanohablantes y, en cada uno de ellos, centrarse en una rama de la cultura para mantener una entrevista. En nuestro país, la arquitectura fue la temática elegida y nosotros los personajes escogidos.

Gracias a mi padre y a Carles Ferrater, mi proyecto de fin de carrera se convirtió en una realidad

Mi proyecto de final de carrera resultó muy afortunado. Carles Ferrater me propuso que hiciera uno y estuve un año batallando con dicho proyecto… hasta que me di cuenta de que no me gustaba en absoluto. Lloré hasta la extenuación e, incluso, llegué a quemar todos los documentos en una vieja estufa de leña. Y de esas cenizas y de las lágrimas vertidas afloró un nuevo proyecto en forma de residencia para la tercera edad. Empecé de cero pero la ilusión me impulsó a trazar una propuesta que consiguió un sobresaliente. La satisfacción por ese reconocimiento académico quedaría en anécdota tras lo que tenía que acontecerse a continuación, porque un par o tres de meses más tarde, mi padre, sabedor de que había proyectado una residencia para ancianos, me informó de la existencia de un concurso en Badalona para un edificio de esa naturaleza. Decidí concurrir con ese mismo proyecto, aunque antes se lo comenté a Carles Ferrater, quien avaló la idea, si bien me propuso alguna modificación. Gracias a ese consejo, hoy la Residencia para la Tercera Edad de la Fundació Roca i Pi es la plasmación de un trabajo de fin de carrera. Creo que pocos proyectos de ese tipo habrán conseguido ver la luz.

El arquitecto es quien, pese a conocer las normas, se la juega

Paradójicamente, la modificación que me propuso Ferrater no se ajustaba a las bases del concurso. El proyecto inicial contemplaba la reforma de una antigua colonia textil, que conservaba su iglesia, su chimenea, sus naves… En definitiva, un pequeño complejo amurallado. El concurso especificaba que tenía que levantarse un nuevo edificio y Ferrater me sugirió que lo conectara con las naves existentes. Nadie contempló ese detalle y el jurado se dio cuenta a posteriori de que había omitido esa posibilidad en las bases. Por ello, decidieron otorgarme la condición de ganador ex aequo junto a otro arquitecto, dado que no resultaba factible declarar vencedor a quien no se había ajustado a la normativa del concurso. En la final definitiva, mi proyecto acabó imponiéndose. El sueño de cualquier estudiante se había cumplido, y de ahí extraía otra interesante lección para mi carrera profesional: el arquitecto es quien, pese a conocer las normas, se la juega. No puede resignarse ni conformarse, debe aspirar siempre a ser creativo.

Un edificio sin alma no merece llamarse arquitectura

Todo edificio debe tener alma. Si carece de ella, no es arquitectura. Al margen de dar respuesta al uso a que se destinará, a cualquier proyecto debes aportarle emoción. La arquitectura acaba cubriendo una serie de necesidades que, en última instancia, permiten que la gente sea más feliz, ya sea protegiéndonos de la intemperie, ya albergando un hospital donde nos atiendan problemas de salud. Cada cual le incorpora su propia personalidad. Así, mientras los griegos eran partidarios de unos edificios que se imponían al paisaje, los nórdicos siempre se han caracterizado por una integración con la naturaleza. Los mayas, por su parte, optaban por el camuflaje de la selva. Todas las ópticas son válidas siempre que respondan a los distintos parámetros que reclama el entorno y que contengan emoción. Al igual que Dios invirtió emoción, le puso alma, a la creación, quienes estamos llamados a convertir en materia algo que aspira a dejar de serlo debemos tener la capacidad de transmitirle nuestros sentimientos, de plasmar nuestro interior.

Dar contenido a los edificios me acerca a la felicidad

Siempre he pensado que hay edificios masculinos y femeninos. Y en todas mis actuaciones intento dar un sentido más allá de su funcionalidad. Así, por ejemplo, gané el concurso para el pabellón de Guinea Ecuatorial en la Expo de Milán porque me inspiré en el árbol que aparece en su bandera. Era un modo de conquistar su emoción, pero al mismo tiempo de trascender la idea del mero edificio. Como también quise buscar ese plus cuando el Ayuntamiento de Badalona me hizo un encargo para unas naves que eran unas cerchas para transformarlas en un centro cultural. Las cerchas se acabaron convirtiendo en un dragón, símbolo de Badalona y de Catalunya, ya que las prolongué hasta transformarlas en esa figura mitológica. Son ejercicios como este los que me permiten acercarme a la felicidad.

El sentido poético de la arquitectura

Una persona que me ha influido mucho es el poeta Joan Brossa, con quien me unía una sólida amistad. Todo surgió después de que el Ayuntamiento de Badalona le hubiera encargado un poema visual representativo para la ciudad, que él diseñó de manera deliciosa. Posteriormente, me encomendaron que transformara esa composición en una escultura tridimensional que, además de exponerse en un espacio público, se usaría como trofeo en la entrega de determinados premios. Fue así como entablamos relación y acudí varias veces a su casa. Yo planteé una estructura con cuatro caras que cubrían las letras que forman el nombre de la ciudad. Brossa me dio una lección magistral cuando cuestionó el sentido de la estructura, de tal modo que, finalmente, la escultura se convirtió en una mágica torre en la que se amontonan esas letras que componen Badalona. Ese constituye un buen ejemplo de cómo la arquitectura tiene contenido poético. En ese sentido, Brossa se reveló como un gran maestro.

Edificios de hormigón, hierro y cristal

En un alarde de imaginación y creatividad, Brossa me llegó a sugerir esparcir las letras por el suelo del Badalona Centro Internacional de Negocios, un edificio femenino si nos atenemos a su forma oval. Ahí he aplicado esa máxima de otorgar sentido a la estructura. En el edificio, donde el tiempo adquiere protagonismo, un puente permite acceder al vestíbulo, cuyo pavimento de cristal está dividido en veinticuatro partes (en alusión a las horas del día) que cambian lumínicamente a medida que transcurre el día. La parte inferior aloja una sala de actos con veinticuatro estructuras configuradas por los radios que conforman las vigas de hormigón, que adquieren cuerpo a medida que llegan al centro. Todo ello simboliza, en el mismo espacio arquitectónico, la máquina y el tiempo. La superficie del espacio es igual a 100π, porque el radio es de diez metros. Robert Brufau, que siempre me calculaba las estructuras, fue el artífice de dicho aspecto también en esta ocasión, con un resultado espectacular y una cúpula que simula la lámpara del genio de Aladino. El edificio, como todos los que suelo hacer, está construido en hormigón, hierro y cristal. Apuesto por la austeridad de estos materiales. No necesito mármol ni otros recursos ostentosos.

Me gané la confianza del obispo aludiendo a la creación divina

En Palma, en Mallorca, me apoyé en el hormigón y el cristal para proyectar la iglesia Cor de Maria. La idea residía en crear la sensación de que el templo no tocaba el suelo, al igual que Jesús llegó a caminar sobre las aguas. La iglesia, prefabricada, descansa sobre una pendiente de un cuatro por ciento de desnivel. Todo el proyecto está fugado, porque una vez accedes a su interior ves en fuga el altar, que domina la iglesia, ya que el piso, construido en hormigón, se levanta hacia él. También fugan la sección y la cubierta, generando un efecto mágico. La iglesia es de hormigón prefabricado y por este motivo, para acabar de ganarme la confianza del cliente, en este caso el obispo, aduje una razón más para que diera el visto bueno al proyecto: «Dios creó el mundo en seis días y al séptimo, descansó. Aquí vamos a edificar la iglesia en seis días y, al séptimo, podremos brindar con una copa de cava, celebrar misa y descansar».

Los clientes suelen darme carta blanca si la propuesta no incrementa el presupuesto

No tengo un gran número de clientes, pero acostumbro a ser convincente ante ellos. Cada proyecto es una historia y merece ser explicada. Intento razonarles por qué he optado por ese planteamiento y no por otro, si bien al final la mayoría acaba preguntándome si lo que les propongo va a incrementar el presupuesto de la obra. Si no es así, me dan carta blanca. En este momento estoy llevando a cabo una torre en Bucarest. Rumanía es un país en el que suelo trabajar bastante y en el que incluso me he colegiado. En esa torre he proyectado una experiencia en la que, a medida que asciendes, van ocurriendo cosas. Cada planta es distinta a la anterior, lo que sugiere una idea de transformación que remite al inexorable paso del tiempo. Los suelos también van evolucionando, transmitiendo la idea de que se mueven. Partiendo del blanco, se asiste a una gradación cromática camino de las plantas superiores. En cada piso, además, aparece la foto de una niña delante de un parque, una imagen que va cambiando según el nivel porque reproduce las distintas horas del día, hasta llegar al final, cuando ya es de noche. También las luces van variando conforme asciendes hasta la última planta, que culmina con una barandilla de protección en la que se visualizan las notas musicales de una canción rumana, lo cual le confiere una gran carga poética.

Mantener cierto halo de misterio en los proyectos

En ocasiones al cliente le cuesta entender ciertos planteamientos, pero aun así me gusta esforzarme en aportar ese plus a mis creaciones. Recientemente, he culminado un edificio de viviendas en la calle Provença de Barcelona, entre Aribau y Muntaner, que incorpora tres palomas de acero inoxidable sobre una barandilla que apenas ve nadie. Pero esos pequeños detalles me producen satisfacción y alegría. Debo reconocer que me gusta mantener cierto halo de misterio en mis proyectos. No tengo inconveniente en explicarle a cualquiera las razones de cada uno de ellos, pero considero que saber descubrirlos guarda cierto encanto. En México, por ejemplo, he desarrollado varios proyectos, todos muy interesantes. Uno de ellos mereció el Premio Obras Cemex al mejor edificio del país. Se trata de una construcción antropomórfica, con una cabeza y un cuerpo que alude a la rotundidad de los mayas.

Si quieres completar adecuadamente una obra, necesitas involucrarte del todo en ella

A la hora de acometer un nuevo proyecto debes prestar atención a todo. Existen muchos condicionantes, como la topografía, la orientación, la normativa, los requerimientos funcionales del cliente… Pero necesitas involucrarte absolutamente en él si deseas completar una obra arquitectónicamente digna, e invertir imaginación y conseguir inspiración. Hace diez años, viajé a Rumanía para asumir el proyecto de unas naves en Brasov. Visité, junto con el cliente, el terreno donde debía levantarse. El propio cliente me comentó que el entorno era muy gris. «Lo solucionaremos», le dije. Y opté por un edificio multicolor que difuminó el ambiente grisáceo de la ciudad. A unos clientes rusos que deseaban edificar una casa en su parcela les propuse hacer El lago de los cisnes, esto es, una vivienda con unas cubiertas que se abrían como las alas de un cisne. Intenté entrar en la historia del cliente para ganármelo y lo logré; y, hoy, la denominada Casa Pájaro es una realidad. Como también convencí a otro cliente, que antes de dar con nuestro estudio había acudido a cinco arquitectos más. Le detallé cómo sería su casa: «Esta es tu parcela, aquí tienes el norte, aquí los puntos de luz… Tu casa tiene que ser así». Y me respondió, plenamente convencido: «El encargo será para ti», pues debió detectar que me había involucrado completamente en lo que él precisaba. Igualmente prosperó la idea de la Casa Coito, que ahora estoy levantando para un amigo, y en la que un ciprés penetra en la vivienda, creando una imagen que simboliza la lucha entre la naturaleza y la arquitectura. «Quim, ahora tendrás que cumplir tú…», le dije al propietario.

Convencimos a los directivos de Ikea prometiéndoles que su edificio sonreiría

Los edificios tienen vida propia y, al igual que existen edificios masculinos y femeninos, también los hay que ríen y lloran. Con estas premisas, conseguimos mi socio y yo convencer a los responsables de Ikea para construir sus edificios en Badalona y en l’Hospitalet de Llobregat. La iniciativa la tomamos un domingo tras leer en un periódico que la multinacional sueca pretendía instalarse en Badalona. Con los escasos ahorros de que disponíamos, nos fuimos a París, confiando que el hecho de haber levantado el edificio de Decathlon en el mismo polígono obrara en nuestro favor. Para el gigante del deporte a duras penas habíamos podido construir más que una caja; los franceses suelen mostrarse poco generosos… Los directivos de Ikea nos atendieron muy amablemente. Les prometimos un edificio que sonreiría; que esa tienda de Badalona haría una reverencia al cliente y que su sonrisa sería como la del Joker de Batman. Ese detalle fue definitivo, si bien posteriormente tuvimos que adaptarnos al funcionamiento interno de la empresa sueca y negociar la implementación de algunos aspectos, como por ejemplo cómo quedaban reflejados los colores de la bandera sueca en el edificio. Finalmente, conseguimos racionalizar la estética cromática y completamos un proyecto al que también incorporamos un alma.

Resulta más difícil obtener la licencia de obras que construir el edificio

Lo más complejo en la actividad de un arquitecto reside en la burocracia. Resulta más fácil construir un edificio que obtener una licencia de obras que cumpla todos los requisitos. Son tantas las normas que hay que observar… En mi actividad, intento no preocuparme demasiado por esos temas, pues a mí me interesan los aspectos vinculados a la creatividad. Las normativas a menudo devienen un obstáculo. Afortunadamente, existen mecanismos de gestión urbanística que sirven para readecuar actuaciones de planes especiales y permiten modificar un plan general si deseas llevar a cabo un proyecto singular. La Ley de Urbanismo es bastante permisiva, pero en zonas muy consolidadas, con arquitectura pura y dura, te ves obligado a cumplir estrictamente con porcentajes de altura, ventilación y otros condicionantes. De cara a acometer cualquier proyecto, procuro tener en cuenta las normativas básicas a fin de obtener la preceptiva licencia, pero a menudo surgen temas contradictorios. Mientras desde el Departamento de Patrimonio pueden reclamar que se preserven las cubiertas, desde el Área de Medio Ambiente requieren la instalación de placas solares. Hay aspectos cuya resolución responde a la interpretación normativa, pero en ocasiones el punto de vista de un área del ayuntamiento difiere de la opinión de otro departamento. Ya hace tiempo que he llegado a la conclusión de que el tema de las normas es una batalla perdida.

La arquitectura es una actividad universal, pero la geografía marca

Así como las normativas varían según los países, también existen diferencias en lo que respecta a condiciones climáticas u otros factores para observar cuando se encara todo proyecto. Aunque la arquitectura es una actividad universal, la geografía marca. Mi experiencia internacional me ha permitido apreciar esas diferencias. He trabajado en lugares tan distantes como Rumanía (donde el aislamiento es un requisito esencial porque fácilmente se alcanzan temperaturas de veinte grados bajo cero) o Cancún, donde no existe invierno y las necesidades son diametralmente opuestas. En ocasiones se opta por una actuación pasiva por razones puramente medioambientales, con medidas que suponen un ahorro de energía tales como un voladizo que protege del sol y que, en invierno, cuando la inclinación de los rayos solares es más horizontal, permite canalizarlos mejor hacia el interior del edificio. La perspectiva del paisaje también es importante, y una vivienda cerca de Montserrat procurará ofrecer unas vistas a esa montaña; igual que una casa en la costa debe aspirar a brindar una panorámica hacia el mar. El factor sísmico es otro aspecto que hay que observar en determinadas zonas como Centroamérica, porque si falla un punto en un pilar el edificio cede. Las aguas profundas o la geotermia, que permite recuperar agua del subsuelo para su aprovechamiento térmico, también son aspectos que pueden incidir en el planteamiento de ciertos proyectos.

A mayor variedad y cantidad de encargos, más ágil se revela la mente

Cuando estaba asociado con Jordi Moliner nuestro estudio llegó a reunir a una cuarentena de personas. Ahora nuestro equipo está formado por una docena de miembros, al margen de otros colaboradores, entre los cuales se halla Susanna Pastor, socia y compañera. Si es necesario movilizar a otros profesionales, como ingenieros, calculistas, arquitectos técnicos… tenemos capacidad para reclutarlos fácilmente. A partir de ahí, todo reside en una labor de coordinación. Más complejo resulta entenderse con el constructor y con otras figuras que surgen en la etapa de la edificación, como son el jefe de obra, el instalador… Un proyecto arquitectónico alberga muchas fases: estudio previo, análisis del terreno, propuesta inicial, anteproyecto, una primera idea, proyecto básico para solicitar la licencia… hasta culminar el edificio. No suelo acumular encargos simultáneos pero, si ocurre, soy capaz de acometerlos. Siempre he pensado que, cuantos más encargos tengas y más variados, más ágil se revela la mente. Toda idea desarrollada es constructiva, porque incluso aquellos proyectos que no prosperan a menudo acaban resultando útiles más adelante. Es un esfuerzo intelectual que puede obtener recompensa en el futuro porque, al emprender otro proyecto, te acuerdas de aquello que en su día hiciste y hallas la oportunidad de aplicarlo, ya sea de manera parcial o total.

Acudía a regar el hormigón de mi primera casa los domingos por la mañana

Pese a que la experiencia te enriquece, hay momentos en los que pienso que cuando era joven lo hacía incluso mejor. A veces reviso proyectos de juventud y me admira lo que era capaz de hacer. Probablemente, el secreto reside en que entonces no se me acumulaban tantos proyectos y me concentraba profundamente en ellos. Todavía recuerdo el primero que hicimos: una casa de estructura metálica, con un bello patio triangular, pero que todo constructor desestimaba por la complejidad que planteaba, ya que reclamaba la construcción de un sótano, entre otros requerimientos. Buscamos a un hombre de paja, que trabajaba en el Makro, y al propietario le dijimos que ya habíamos conseguido constructor. Junto a un albañil y un cerrajero, levantamos la casa. Creo que hoy el cliente ignora todavía esta historia. Yo mismo me encargaba de acudir a regar el hormigón los domingos por la mañana. Estaba dedicado en cuerpo y alma a esa casa, con la que ganamos por primera vez el Premio Ciudad de Badalona de Arquitectura. Aunque dicen que nadie es profeta en su tierra, en mi ciudad he llevado a cabo numerosos proyectos, como el tanatorio: un edificio horizontal que parece estar flotando. Se caracteriza por un gran voladizo que proporciona sombra. Inicialmente, el proyecto contemplaba la incorporación de agua en la cubierta, de tal modo que la sombra y el agua provocaban la «desaparición» del edificio. Pero las normas no permitieron incorporar ese detalle. El tanatorio está concebido como un viaje, de tal modo que los visitantes acceden al mismo por un punto distinto al de salida, así se evita que quienes acuden a despedirse del difunto coincidan con los que abandonan el edificio.

Me arruiné impulsando Artistas del Genio, pero fue una experiencia inolvidable

He auspiciado varios movimientos reivindicativos y culturales. Uno de ellos fue la plataforma para salvaguardar el Puente del Petróleo de Badalona, un pantalán que pretendían derribar y que logramos salvar. Otro movimiento fue Rebelión Urbana, a través del cual más de medio centenar de arquitectos de la ciudad exigimos al Ayuntamiento que contara con los profesionales jóvenes para los proyectos urbanísticos. Uno que gozó de sorprendente recorrido es Artistas del Genio. Todo partió de unos denominados «Artículos del Genio» que escribí para el Diario “El Punt”; a partir de ahí la gente empezó a regalarme lámparas, cuadros y toda serie de objetos relacionadas con el Genio… Y decidí impulsar un movimiento artístico, con cientos de iniciativas culturales: teatro, música, escultura… La idea cuajó y más de ciento cincuenta artistas se sumaron a la misma, e intercambiaron experiencias tales como que un peluquero, un escritor de cuentos y un pintor podían llevar a cabo proyectos conjuntos. Yo me arruiné, porque alguien tenía que asumir los costes, pero fue un movimiento tan bello y que arrojó unos resultados tan interesantes que aún sigue vivo en la ciudad…

El irónico retrato de Gaudí observando su Sagrada Familia convertida en souvenir

De mis cinco hijos (Arcadi, Toni, Àngela, Alba y Gal·la), probablemente es el primero quien mejor ha heredado mi inquietud artística. Bien es verdad que las dos últimas son pequeñas, pues mañana cumplen diez años y juegan con mis nietas. Pero Arcadi, que tiene treinta y cinco, se dedica a los murales y a la Creatividad Urbana. Recientemente, ha pintado un enorme retrato de Antoni Gaudí en la fachada del Hotel Sagrada Familia de Barcelona, propiedad de la exdiputada Anna Balletbò, que también es de Badalona. Al tratarse de una fachada plana, el modo de otorgarle notoriedad ha sido esa solución pictórica que me resulta admirable, porque Arcadi ha dibujado a Gaudí observando una suerte de souvenir de la Sagrada Familia, su obra más universalmente conocida. Es una ironía, una paradoja, porque invita a la reflexión: el arquitecto contemplando su propio edificio convertido en souvenir.

Catalunya es tierra de acogida, pero España se niega a entendernos

Los catalanes somos unos grandes incomprendidos por parte de España. Se niegan a reconocer nuestra identidad y nuestra cultura. Básicamente consiste en un problema de voluntad, pues no se atisba un mínimo esfuerzo por comprender esta realidad. Por una parte, nos consideran ajenos a ellos, pero, por otra, se muestran reacios a reconocer que nuestra forma de ser es distinta. Pese a las diferencias, siempre nos hemos caracterizado por ser un país abierto, una tierra de acogida que, históricamente, ha asimilado la inmigración, incluida la etapa de la posguerra. Por ello, me siento un tanto decepcionado ante determinadas actitudes, dado que percibo la existencia de mala fe en divulgar determinadas informaciones falsas, y un perverso deseo de provocar heridas.