KARIM FABRICE GANDARA
Emprendedor tecnológico y CEO de K-LAGAN
Me gustaría que mi particular visión contribuyera a enriquecer las experiencias empresariales que se plasman en las próximas páginas de este libro. Nos encontramos en un momento crucial de la Historia, en el que la sociedad avanza con velocidad superlativa y en el que las nuevas generaciones se asoman a un entorno que poco tiene que ver con el que nos correspondió vivir a quienes hemos superado los cuarenta. En un futuro no demasiado lejano asistiremos a una automatización de la mayoría de procesos, lo cual comportará que el empleo se reduzca en un setenta por ciento.
Aunque existe conciencia de esa realidad que se avecina, no se adoptan decisiones para contrarrestar sus fatídicos efectos. La Universidad debería abandonar la zona de confort y abordar ese enorme reto, estableciendo puentes de diálogo con las empresas que permitan detectar cuáles son las necesidades reales del mercado para, de este modo, poder formar de manera adecuada a los alumnos.
Al mismo tiempo, tenemos que repensar nuestro modelo formativo. Las prácticas constituyen un factor fundamental en el aprendizaje de los futuros profesionales y deberían iniciarse ya desde el primer curso. Más allá de las habilidades específicas que puedan adquirirse en esas prácticas, soy del parecer que esa estancia en las compañías favorece el proceso de maduración de esos jóvenes, además de ayudarles a sumergirse en la realidad del mundo empresarial y comprobar, de manera directa, si ése es realmente el sector en el que desean desarrollar su carrera. Por ello, considero idóneo que cualquier estudiante pueda realizar prácticas en distintos ámbitos, a fin de que, una vez obtenida la titulación, disponga de la máxima información para acertar en su decisión.
Quiero advertir que observo en las nuevas generaciones menor capacidad de sacrificio y que su concepto de vocación profesional se aparta del asimilado en nuestras anteriores décadas. No están dispuestos a destinar tanto tiempo al trabajo como quienes les hemos precedido. Tampoco está claro que deban desarrollar su carrera profesional en una disciplina relacionada con los estudios cursados, lo cual comporta un riesgo elevado de que se produzca una desvinculación entre la experiencia académica y la laboral que debería intentar subsanarse mediante ese diálogo que proponía al inicio de este prólogo entre esas dos instituciones: la empresa y la Universidad.
La escucha es fundamental. Pero esa escucha debe originarse en la infancia, interesándonos por las inquietudes de nuestros menores, detectando y descubriendo sus capacidades y, muy importante, sin dimitir de nuestras responsabilidades como progenitores. Porque ahí radica uno de los problemas de nuestra sociedad: que los padres hayan delegado en la escuela la educación y la formación en valores de sus hijos. Y eso sí supone abandonarlos de cara al futuro.