Volumen 14. Biografías relevantes de nuestros empresarios 2023 – Tomo 3

Sr. Manel Guillamón Cuadra – Grupoptima

Terrassa (Barcelona)

1967

Fundador y director general de Grupoptima

 

31-1-2023

 

Reutilizar, reciclar y recuperar residuos: esos son los propósitos de la compañía impulsada por este emprendedor, para quien la cercanía con el cliente resulta fundamental a fin de colmar su satisfacción. Inquietud comercial, vocación de servicio y un talante absolutamente asociado al compromiso le empujaron a introducirse en uno de los sectores con mayores expectativas de futuro, el de la gestión de residuos. Su olfato le orientó a concentrarse en unos prometedores nichos de mercado que, con la pandemia, se vieron estimulados.

 

 

Apuntaba maneras desde pequeño en lo que a elocuencia y don de gentes se refiere y hablaba por los codos con las clientas de la peluquería de mi madre

Aún conservo la bicicleta con la que me sorprendieron los Reyes Magos cuando apenas contaba tres años: una Derbi Rabasa roja que tengo colgada en casa y que me transporta a aquellos felices recuerdos de infancia, en los que teníamos la suerte de poder jugar en unas calles que todavía no habían sido asfaltadas y de las que regresábamos con tanto polvo acumulado que nos íbamos directos a la ducha. Invertíamos muchas horas con los amigos, a diferencia de lo que ocurre hoy, en que las nuevas generaciones se refugian en la soledad de su habitación para concentrarse en los videojuegos. Me considero un privilegiado por haber podido disfrutar de esas experiencias. Ni mis dos hermanas menores, Cristina y Míriam, ni yo necesitábamos más para disfrutar de una vida que transcurría en un modesto hogar que acogía la peluquería de mi madre, Cristina, ubicada en el cuarto de reixa, esa primera pieza de la vivienda de una planta baja, cuya ventana asomaba a la calle. En tal estancia pasé no poco tiempo, pues en mis primeros años solía ir de regazo en regazo entre las clientas, hablando por los codos con ellas. Entonces ya apuntaba maneras en lo que a elocuencia y don de gentes se refiere y podía presumirse que, profesionalmente, seguiría los pasos de mi padre, Manel.

 

La relación personal con el cliente permite descubrir sus necesidades y da pistas acerca de cómo puedes ayudarle

Mi padre era un luchador nato. Desde muy joven, trabajaba en la empresa Marimon, dedicada a la fabricación de medias, una actividad que compatibilizaba con los estudios de Maestría Industrial, por la noche. Llegó a ser el encargado de esa factoría, hasta que la compañía se vio arrastrada por la crisis textil y quebró. En ese momento, realizó un cambio en su trayectoria profesional, iniciando su faceta comercial en una multinacional de la construcción radicada en Rubí, donde se convertiría en jefe de Ventas. Muy pronto empecé a adquirir sus dotes, hasta el punto de que, si algo me entusiasmaba en mi adolescencia, era acompañarle a la feria Construmat, en Barcelona. Ahí, en el estand de su empresa, empecé con apenas doce años a realizar demostraciones y a explicarles a los clientes cómo funcionaban aquellas cortadoras de baldosas. Disfrutaba enormemente atendiendo a las personas que se interesaban por esos productos, lo que alimentó ese espíritu de vendedor que me ha acompañado a lo largo de mi trayectoria y que me orientó hacia la formación comercial y de marketing, adquirida en la Euncet Business School, unos estudios que posteriormente completé con un máster en Dirección de Empresas en este mismo centro universitario. Siempre me ha atraído el contacto humano, algo que detecto se ha ido perdiendo con el paso de los años a causa de la globalización. Como casi cualquier cosa en la vida, este fenómeno ha tenido sus inconvenientes y sus ventajas. La inmediatez propiciada por las nuevas tecnologías reduce costes y tiempo, nos permite disponer de un mercado mundial y estimula la creatividad, al contar con competidores en todo el planeta. Sin embargo, también ha conllevado la deslocalización industrial, el hundimiento de los comercios de proximidad o la dependencia energética y logística, que en el actual panorama geopolítico se está revelando como crítica. Por el contrario, la relación personal con el cliente te permite descubrir sus necesidades y te da pistas acerca de cómo puedes ayudarle. A mi equipo les insisto que, para un comercial, es más importante escuchar que hablar.

 

El buen comercial es aquel capaz de vender un servicio, pues quien lo contrata hace un verdadero acto de fe frente a quien compra un producto

Tanto mi padre como mi madre me inculcaron los valores de la cultura del esfuerzo, el trabajo, la constancia… Suena a tópico, pero ellos predicaron toda su vida con el ejemplo. ¡Qué decir de mi madre, quien, a su profesión de peluquera, le añadía las labores domésticas! Ella se caracterizó por su entrega y amor incondicionales en un hogar en el que no vivíamos estrecheces, pero donde tampoco nadábamos en la abundancia. Todavía recuerdo la preocupación de mi padre el día del golpe de estado del 23F, en 1981, cuando se preguntaba si, ante la incertidumbre política, podría pagar el Renault que acababa de encargar. Él fue directivo y, por capacidad, hubiera podido ser empresario, pero adoleció de la inquietud que vi alimentada en mí, que quise aportar productos al mercado, ofrecer soluciones a la industria. Siempre he atesorado vocación de servicio y tuve la suerte de hallar en ella la manera de ganarme la vida. Hubo una etapa en mi trayectoria profesional en la que incluso acompañaba a los comerciales para impartirles formación. Si algo les repetía a menudo es que ser vendedor no resulta fácil: tienes que llevarlo en los genes. Y no es lo mismo vender un producto que un servicio. El buen comercial es aquel capaz de vender un servicio, porque debe tener la habilidad para ilusionar y generar confianza en el comprador para que adquiera algo que, a diferencia de un artículo físico, es intangible. Así como la gente que compra un producto lo puede tocar y contrastar, el que contrata un servicio realiza un auténtico acto de fe. Quien es capaz de vender un servicio, pues, será capaz de comercializar lo que sea.

 

Cambiaba la mochila por la americana y la corbata y me ponía a vender extintores

Me inicié oficialmente como comercial muy joven, a los dieciséis años. Cuando acababa mis clases de Bachillerato, cambiaba la mochila por una americana y una corbata y recorría las tiendas de Terrassa vendiendo extintores. Es difícil encontrar actualmente a jóvenes que muestren esa inquietud comercial que me permitió amasar mis primeros ahorros. Para mí resultó una experiencia muy valiosa, pues empecé a perder el miedo a la puerta fría, una circunstancia que muchos profesionales de la venta nunca han conseguido vencer. En esos años no existía internet y había que manejarse con otras herramientas. Acudía a la Cambra de Comerç de Terrassa y adquiría listados de empresas a las que visitaba en los polígonos. El GPS ni lo necesitaba ni lo esperaba, pues sabía encontrar los medios para orientarme. Disfruté de lo lindo en esa etapa laboral, lo cual considero básico, pues es en el trabajo donde solemos invertir más horas despiertos. Una vez finalizado el Bachillerato, compatibilicé los estudios universitarios comercializando soluciones informáticas para la industria. Ofrecíamos programas a medida, de lo que obtuve un gran aprendizaje en torno a la gestión de empresas, ya que detectábamos las necesidades de los clientes y, junto con programadores y analistas, les diseñábamos software que respondía a sus expectativas específicas. Entonces invertí los horarios, pues trabajaba de nueve de la mañana a cinco de la tarde. Tras el paso por Euncet, llegaba a casa a medianoche, cenaba y, a continuación, bajaba al despacho para estudiar inglés. Fueron unos años muy intensos.

 

Pusimos en marcha la primera planta de selección de residuos industriales no peligrosos de Catalunya

Al finalizar la carrera, con veintidós años tuve la oportunidad de convertirme en director comercial de una empresa de imagen corporativa. Aunque el equipo era reducido, fue también una etapa fructífera, si bien la falta de ambición de la gerencia, con una edad próxima a la jubilación, me hizo sopesar una interesante oportunidad que me ofrecieron para asumir la dirección comercial de una pequeña empresa de residuos. Hacía un par de meses que había contraído matrimonio cuando, en 1993, me sumergí en una actividad, como director de Operaciones y de Ventas, que acabaría convirtiéndose en la que me absorbería la práctica totalidad de mi vida. En ese momento, la compañía contaba con tres camiones, el dueño, una secretaria y dos operarios. Derroché toda la ilusión en ese proyecto, encuadrado en un sector que ya se revelaba de futuro, pues la ley de residuos que empezaba a aplicarse hacía augurar que las empresas deberían destinar recursos e inversiones a esa faceta. Así, al poco tiempo habíamos puesto en marcha la primera planta de selección de residuos industriales no peligrosos de Catalunya, en Barberà del Vallès. El procedimiento era tan sencillo como instalar unas cintas transportadoras en las que se depositaban los residuos y que, manualmente, los operarios iban separando por grupos. En aquella época, en las fábricas no se observaba ningún tipo de clasificación, con lo que el material desechable y todos los desperdicios llegaban mezclados. Dos años más tarde, inauguramos la segunda planta en Sant Feliu de Llobregat. Permanecí una década en esa empresa, que experimentó un crecimiento enorme hasta multiplicar prácticamente por treinta su facturación. Esa positiva evolución despertaría el interés de otras compañías, lo cual llevó a que primero fuera adquirida por una multinacional francesa, la cual, posteriormente, se aliaría con un grupo constructor español. Todo ello comportó que la firma se dotara de mayor capacidad para crecer, pero a costa de algo que, para mí, resultaba preocupante: el distanciamiento con los clientes.

 

Nuestro gran valor diferencial reside en descargar de trabajo a las empresas en la gestión y el control de residuos

La insatisfacción detectada entre los clientes, como consecuencia de cierta autocomplacencia en la que suele sumirse el líder del mercado, me llevó a abandonar aquella empresa y a fundar mi propio negocio. Había acumulado una buena experiencia, incluso respecto a lo que no debe hacerse. Y eso inspiró el espíritu de Grupoptima, una compañía que se caracteriza por la gran cercanía con el cliente. Es algo que les subrayo a los comerciales, a quienes invito a esa faceta clave de la escucha atenta y constante. Fundada inicialmente como Optima y dedicada a la gestión de residuos industriales, la entidad ha ido evolucionando hacia donde mi intuición, mi inquietud y las necesidades empresariales nos han llevado: a convertirnos en un operador de servicios medioambientales. Con esa premisa, nos proponemos tres objetivos muy definidos. El primero hace referencia a garantizar la legalidad de las actuaciones de nuestros clientes, a fin de que cumplan con todas las normativas existentes en materia de residuos. El segundo radica en gestionar del mejor modo posible los residuos que generan, priorizando la valorización o recuperación de los mismos, observando los protocolos que dictaminan los organismos oficiales y optimizando en lo posible los costes. Por último, y sumamente importante, se trata de descargar a las empresas de trabajo. Este aspecto no resulta nada menor, pues el control y la gestión de los residuos entraña mucha labor burocrática, dado que la Administración reclama documentación exhaustiva cuyo manejo exige una alta inversión de tiempo e, incluso, de personal. Nosotros evitamos que las compañías tengan que preocuparse de todos esos procesos, un servicio que detectamos que podía convertirse en un significativo valor diferencial, algo que el tiempo nos ha confirmado.

 

Casi doce horas diarias de trabajo en la empresa durante los primeros meses de vida de la compañía, a las que sumaba más horas en casa después de cenar

Empecé la aventura de Optima en solitario, en 2003, con un pequeño despacho y asumiendo todas las tareas: desde contactar con los clientes a preparar ofertas, recabar servicios de proveedores o ir a comprar material de oficina. Invertía casi doce horas diarias en la empresa, llegaba a casa para cenar y continuaba después hasta las dos o las tres de la madrugada realizando labores adicionales. Esa situación no se podía prolongar durante mucho tiempo, de ahí que acabara incorporando una administrativa y, más adelante, un técnico; primeros eslabones de una compañía que ahora suma casi medio centenar de efectivos, donde se aglutinan profesionales de diferentes edades, para equilibrar atrevimiento con experiencia y formar un auténtico equipo. En sus inicios, nuestra labor residía en buscar soluciones a los residuos de las fábricas, de modo que nos encargábamos de poner a su disposición unos contenedores, de enviar a un transportista para retirarlos y de trasladarlos a las plantas de tratamiento con las que habíamos alcanzado acuerdos. El problema residía en depender de terceros, pues todos los servicios estaban externalizados; un hecho que en ocasiones comportaba disfunciones y generaba insatisfacción. Eso resultaba imperdonable para una compañía de servicios como la nuestra, pues era imposible fidelizar a los clientes si no hallaban una óptima respuesta por nuestra parte. Ello me llevó a adquirir, en 2006, una nave en Santa Perpètua de Mogoda donde levantamos una planta de tratamiento de residuos industriales, peligrosos o no, que la Generalitat de Catalunya nos homologó al año siguiente. En enero de 2008 iniciamos nuestra labor como receptores de residuos, agrupando, clasificando y preparando las cargas según la tipología de residuos y enviándolas al destino más adecuado en función de su correspondiente valorización para su tratamiento, recuperación o reutilización.

 

La solidez de mi aventura empresarial reside en una actitud sociable y entregada; positiva y asertiva, y muy perfeccionista en todo cuanto se compromete a hacer

El compromiso me define como empresario, por lo que no puedo permitirme dejar al azar la garantía del servicio. A mis colaboradores siempre les digo que hay dos maneras de encarar el trabajo: una es concebirlo como el pago a cambio de un tiempo determinado que uno dedica a una tarea para luego tener dinero y emplearlo en lo que le gusta realmente, y otra es que mi trabajo sea mi pasión, y que por tanto desee mejorar día a día en él para llegar a la excelencia. Dado que dedicamos gran parte de nuestra existencia a trabajar, es básico sentirse realizado y pleno en este ámbito. Y si bien la suerte puede intervenir en algunos casos en las carreras de éxito, en general, cuando alguien logra triunfar profesionalmente, es porque ha invertido amor en su quehacer diario, pero también tesón, sacrificio y valor. Me considero una persona sociable y entregada, con actitud positiva y asertiva, y muy perfeccionista en todo cuanto se compromete a hacer, bien sean cosas triviales o trascendentes, y creo que en ello reside la solidez de mi aventura empresarial.

 

Al ver que la mayoría de entidades que mantenían la actividad eran las químicas y farmacéuticas, nos centramos en ellas

Ese primer año de actividad de la planta fue extraordinario. El 2009, en cambio, resultó catastrófico, ante el cierre de empresas y otras que solicitaban concurso de acreedores. Acumulábamos impagos por un montante de medio millón de euros y una caída de la facturación del 42%, lo cual, técnicamente, suponía una quiebra. Acabábamos de arrancar, habiendo acometido inversiones importantes, y de repente nos enfrentábamos a un escenario de crisis poco esperanzador. A nuestro alrededor veíamos un polígono desierto, como si de un domingo se tratara pese a ser laborable. Aun así, decidí que había que mirar hacia delante, para lo cual era necesario hallar financiación. Y, cuando ya me disponía a buscar un socio inversor, apareció mi hermana. Cristina había trabajado durante dieciséis años como adjunta a la dirección general en una multinacional de automoción. Tras haber alumbrado a su segundo hijo, decidió dar un nuevo rumbo a su vida profesional y aliarse conmigo. Fui muy sincero con ella, como siempre lo he sido, y le dije que ignoraba si jamás podría devolverle el dinero que aportara a la empresa; de ahí que, a cambio, le ofreciera convertirse en socia de la misma. Ése constituyó el gran balón de oxígeno para proseguir con nuestra actividad, a la que quise darle un enfoque adecuado para garantizar su supervivencia y posterior expansión. Tras realizar un estudio de mercado, llegué a la conclusión de que las fábricas que continuaban funcionando correspondían mayoritariamente a los sectores químico y farmacéutico, porque producían para la exportación. Fue así cómo decidí concentrarnos en esa industria, sin titubear a pesar de que los residuos de esas factorías son peligrosos; tiempo habría para especializarse en ello…

 

Pasamos del abismo al que nos abocaba la pandemia a alcanzar un récord histórico de facturación cuatro meses después

Superamos aquella crisis sin renunciar a ningún miembro de nuestro equipo y conseguimos recuperar la senda del crecimiento. En 2015, además, nos convertimos en el mayor centro de recogida y transferencia de residuos peligrosos de Catalunya. Alcanzado ese hito, me propuse un nuevo desafío: teníamos que lograr ser los mejores. Iniciamos así una fase en la que hemos incorporado técnicos de muy diversas disciplinas (químicos, biólogos, toxicólogos, licenciados en Ciencias Ambientales…), a fin de poder ofrecer a nuestros clientes un servicio óptimo. Con el mismo propósito, implantamos la ISO 9001, de Gestión de Calidad, y la ISO 14001, de Gestión Medioambiental. Si en el éxito de una empresa la fortuna interviene en un pequeño porcentaje, debo admitir que el destino se alió con nosotros con el estallido de la pandemia. Habíamos decidido implantar una nave en Madrid, en el municipio de Loeches. Cuando nos encontrábamos en plena construcción, en marzo de 2020 se declaró el estado de alarma y se obligó a la población a confinarse. Parecía que nos abocábamos al abismo y el pánico se apoderó de nosotros, ante el apocalíptico escenario que se abría. El mes de abril resultó fatídico; en mayo, la actividad empezó a despertar; y, ya en julio, alcanzamos nuestro récord histórico de facturación, gracias al dinamismo adquirido por los sectores químico y farmacéutico para hacer frente al coronavirus. La decisión adoptada en 2010 se había revelado acertada: éramos un servicio esencial y pudimos expandir nuestro negocio y finalizar las obras de nuestra planta en Madrid, donde ahora opera en torno a una tercera parte de nuestro equipo.

 

Proporcionar formación a la plantilla permite fidelizar al trabajador que valora nuestra ayuda en su crecimiento profesional

Nuestra empresa ha seguido evolucionando, y el año pasado decidimos crear una aula de formación. Se trata de una iniciativa muy interesante, porque nos permite cubrir distintas necesidades. Por una parte, preparar y actualizar constantemente a nuestro equipo. Aunque nos nutrimos de profesionales con formación universitaria, necesitamos trasladarles conocimientos específicos que no se imparten en las aulas. Sin desmerecer los estudios superiores, que dotan de espíritu de esfuerzo y de estructura mental, hay que apostar también por el elemento práctico y los oficios en general. Por experiencia sabemos que un ingeniero químico requiere de un mínimo de seis meses en nuestra empresa —el óptimo es de un año— para adquirir autonomía en sus labores, ya que, al incorporarse a nuestra organización, el entorno de los residuos químicos muy probablemente le resulta ajeno. Por otra parte, facilitamos formación a nuestros clientes, impartiendo sesiones, por ejemplo, a transportistas de residuos para sensibilizarles sobre la peligrosidad de la mercancía con la que tienen que tratar, pues una carga acondicionada de modo insuficiente puede acarrear un vertido de fatales consecuencias. También ofrecemos formación in house, para que las empresas etiqueten e identifiquen correctamente ese material, todo lo cual supone un ahorro de tiempo y de riesgos en los procesos; y es que, en última instancia, el principal objetivo reside en evitar accidentes laborales, que afortunadamente no hemos tenido que lamentar en ninguno en los veinte años de trayectoria que cumplimos este 2023. Proporcionar formación a nuestros empleados, asimismo, constituye una manera de fidelizar al trabajador que sabe valorar el esfuerzo que realizamos para ayudarle a crecer profesionalmente, incluso a riesgo de que pueda decidir en un momento determinado mudarse a la competencia.

 

La industria sabe que halla en nosotros la mejor solución para cada residuo, puesto que trabajamos con más de doscientos centros de tratamiento distintos

El residuo cero es una utopía difícil de alcanzar. En especial, si los fabricantes no ponen freno a la locura de embalajes y el uso de plásticos a la que estamos asistiendo. Con el auge del comercio electrónico y del servicio de comidas a domicilio, la generación de residuos está experimentando un crecimiento desbordado. La pandemia contribuyó decisivamente a este hábito de consumo que radica en que nos lo traigan todo a casa, lo que ocasiona una cifra ingente de cajas de cartón y plástico. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que no existe una planta que permita tratar todos los residuos, sino que cada cual exige un tratamiento específico para optimizar su recuperación. Eso lo comprobamos especialmente en el entorno industrial, donde la tipología de desechos es muy variada. Los restos de pintura, por ejemplo, requieren distinto tratamiento si la misma es al agua o con disolvente, que es inflamable. Los disolventes sucios que pueden regenerarse deben trasladarse a la planta de destilación, donde se segregarán sus impurezas, lo cual permitirá su reaprovechamiento como disolvente para limpieza, mientras que los posos y concentrados, con componentes inflamables, serán susceptibles de ser llevados a valorizar para su recuperación energética. Las cementeras suelen recurrir a estos residuos como combustible alternativo de sus hornos. Nos consideramos el marketplace de los residuos, porque la industria sabe que halla en nosotros la mejor solución para cada residuo, puesto que trabajamos con más de doscientos centros de tratamiento distintos.

 

Formamos parte de la economía circular: evitamos que los residuos acaben en un vertedero y logramos que sean reutilizados, reciclados o recuperados

Afortunadamente, la actividad de la recuperación y el aprovechamiento de los residuos ha ido mejorando y, con el paso del tiempo, la ley se ha endurecido para evitar las barbaridades que, conscientemente o no, se llevaban a cabo antaño. Uno de los pasos más importantes realizados recientemente en España ha sido la aprobación de la Ley de Responsabilidad Compartida. Esta normativa persigue erradicar una práctica bastante extendida en la que el productor se desentendía de los residuos y recurría a la opción más barata para su gestión. A partir de ahora, mantendrá su responsabilidad hasta que los mismos hayan sido definitivamente tratados, a fin de que pueda garantizar que su destino es el correcto. También me satisface que, en los últimos años, se ha evolucionado hacia cierta homologación territorial, pues antes Catalunya y el País Vasco observaban mayor rigor en materia medioambiental y sus fabricantes presentaban unas instalaciones adaptadas a criterios sostenibles. Ahora en el resto de España se detecta el esfuerzo para equipararse a esos niveles. Como miembros de una patronal nacional de empresas gestoras de residuos, periódicamente nos reunimos con el Ministerio de Transición Ecológica para debatir sobre temas que afectan a nuestra actividad. En la actualidad, estamos trabajando con la Plataforma e-SIR, un sistema único de información para rastrear la trazabilidad de los residuos en todas las comunidades autónomas y poder evitar malas praxis. Nuestro negocio forma parte de la denominada economía circular, ya que contribuimos a evitar que los residuos acaben enterrados en un vertedero y logramos que sean reutilizados, reciclados o recuperados. Somos una industria con un enorme futuro, pues todo lo que nos rodea es residuo potencial. De todos modos, falta mucha pedagogía en nuestra sociedad que conciencie de la necesidad de reaprovechar nuestros residuos para preservar el planeta.

 

Con mi hermana Cristina, formamos un excelente tándem

Aunque llevo cuarenta años trabajando, confío en seguir durante mucho tiempo ayudando a las empresas en este ámbito: no pienso en la jubilación. Me siento muy orgulloso de esta compañía de auténtico espíritu familiar que hemos conseguido levantar junto a mi hermana Cristina, a quien tanto le debo y con quien tanta química existe. Formamos un excelente tándem; es mi alma gemela. Pero me temo que no existirá segunda generación en Grupoptima, pues mi hija, Aina, acaba de superar el MIR y está aguardando que le asignen plaza como doctora, mientras que mi sobrino, Quim, ha optado por la Arquitectura y mi sobrina, Mireia, seguramente lo hará en un futuro por la Psicología. No existen, por tanto, expectativas de que se incorporen al negocio familiar. Pero nunca hay que descartar un nieto… Al que, por supuesto, intentaremos inculcarle los mismos valores que supieron transmitirnos nuestros predecesores y de los que tan orgullosos nos sentimos mis hermanas y yo.