Sr. Mateo
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sr. Salvador Ramon Mateo – Frime

 

SALVADOR RAMON MATEO

Barcelona

1973

Presidente de Frime

 

 

12-6-2022

 

Su abuelo le enseñó a pescar, su padre le instruyó en la venta y él innovó en el sector del pescado. Una mente inquieta y una sana ambición le convirtieron en pionero en Europa como proveedor de atún durante todo el año, ofreciendo producto congelado con una calidad idéntica a la del pescado fresco, o incluso mejor. Lo aprendido durante una carrera no siempre sencilla le ha servido para multiplicar por setenta su plantilla y fundar otras muchas empresas.

 

 

Enamorado del mar desde mi infancia en la Costa Brava

Mi vida ha estado orientada al mar desde buen principio, pues mis primeros recuerdos de infancia me remiten a los capítulos estivales en los que disfrutábamos de la pesca submarina en la Costa Brava, junto a mi padre, Salvador, y a mi hermana menor, Cristina. Buscábamos ostras y otras especies entre las rocas, primero en Tossa de Mar, donde empezamos veraneando en un camping para, posteriormente, ocupar un apartamento. Más adelante, las aventuras submarinas prosiguieron en Empuriabrava, donde nuestros padres adquirieron una casa en un entorno germanófilo que propiciaba situaciones curiosas. Ese apego al mar se vio acrecentado con las sesiones de pesca compartidas con mi abuelo paterno, Jesús. Vivía en Pineda de Mar, con mi abuela Maria Gràcia, y parte del verano lo invertíamos en esa localidad del Maresme. Nos levantábamos a las cuatro de la mañana y, en bicicleta, nos desplazábamos hasta Arenys, en cuyo puerto disponía de una pequeña barca de pesca con la que partíamos cuando todavía no había amanecido. Él me enseñó a pescar y me transmitió las primeras lecciones en torno a la actividad sobre la que giraría mi trayectoria profesional.

 

El abuelo Jesús se exilió por la Guerra Civil y logró escapar de un campo de concentración

El abuelo Jesús era un personaje singular. Tuvo que exiliarse a raíz de la Guerra Civil y recaló en un campo de concentración en Argelers (Francia), del cual acabó escapando. Se instaló en Bretaña y logró que mi abuela se reuniera con él, lo que propició el origen bretón tanto de mi padre como de mis tíos. La familia paterna no regresaría a Barcelona hasta 1964, cuando mi progenitor contaba catorce años. Al llegar a la capital catalana, mi abuelo instaló una pescadería en el mercado de la Boqueria, un negocio al que inicialmente prestaba apoyo mi padre. Sin embargo, al contraer matrimonio con mi madre, Encarna, constató que la actividad no proporcionaba suficientes ingresos como para cubrir dos economías domésticas, por lo que decidió independizarse laboralmente, repartiendo barras de hielo entre pescaderías y mayoristas. Su conocimiento de ese entorno profesional le permitió emplearse poco después para un mayorista del Born y, posteriormente, abrir en 1977 un negocio de pescado en Terrassa bajo el nombre de Frime. Ese fue el paso previo para que, en 1983, coincidiendo con el traslado del Mercat Central del Peix a Mercabarna, adquiriera junto a un socio una casilla en ese enclave. Daba inicio, así, a su condición de mayorista.

 

Mi padre, mi mayor referente

Considero a mi padre mi mayor referente, con quien siempre he tenido una conexión especial, ya desde muy joven, en Frime. No en vano, la empresa se fundó cuando yo apenas contaba cuatro años. Mi madre siempre dice que me criaron en una caja de sepia. Esa aseveración está justificada: ella colaboraba al principio en el negocio, asumiendo la administración del mismo en el almacén que tenían en el Poblenou, y, mientras mi padre invertía horas pelando sepia, ella controlaba la contabilidad del negocio tras haberme tapado con una manta para que durmiera confortablemente la siesta en una de esas cajas. La felicidad de esos sueños prosiguió durante una infancia que recuerdo dichosa y plena.

 

Inicié una incipiente actividad comercial vendiendo pescado a las madres de mis amigos

Cuando surgió la ocasión de poder estudiar en Barcelona, a los diecisiete años, me trasladé a vivir con mi abuela materna, Angelina, una mujer entrañable que enviudó muy joven y que regentaba un local de reparación de calzado en Gràcia. Aquella fue una etapa extraordinaria, en la que descubrí la ciudad y en la que disfrutaba de una especial independencia, ya que me ganaba muy bien la vida. Eso sí: a base de mucho sacrificio, pues trabajaba con mi padre en Mercabarna, desde medianoche hasta las ocho de la mañana. Era un peón más en una estructura de ocho personas en la que mi principal cometido consistía en trasladar cajas de pescado. El contacto con ese entorno y el conocimiento que iba adquiriendo, unido a una inquietud innata, me llevaron a iniciar una incipiente actividad comercial: compraba pescado para las madres de mis amigos ―familias acomodadas de Matadepera, adonde acudía los fines de semana― y, entre semana, repartía género entre los bares del barrio de mi abuela. Asimismo, en Mercabarna ayudaba a descargar camiones para conseguir ingresos adicionales.

 

Mi padre me advirtió que en el sector del pescado «no ha salido nadie con la cabeza bien alta», pero entendí a qué se refería

Le otorgo mucho valor al aprendizaje adquirido en mi juventud, propiciado por mi padre. Ese know how lo he completado viajando, leyendo, visitando ferias, manteniendo contactos con muchos profesionales del sector… Especializarte en una actividad reclama desembarcar en ella siendo muy joven. Tuve la suerte de aterrizar en Mercabarna a los diecisiete años y familiarizarme con ese mundo. Pero también me considero afortunado por haber prestado especial atención a una frase pronunciada por mi padre en un determinado momento. Paseando por ese mercado central me dijo que, de ahí, «no ha salido nadie con la cabeza bien alta». Me advirtió que todas las empresas del ámbito del pescado que conocía habían acabado en quiebra, que no había ninguna que hubiera sido capaz de desarrollarse y expandirse. Aquello me condujo a una profunda reflexión, pues parecía que mi progenitor me anunciaba que la herencia que podía obtener estaba condenada al fracaso. Obviamente, no deseaba dedicarme a un negocio cuyo destino fuera la bancarrota. El tiempo me ha permitido, no obstante, entender los motivos de aquella situación: se trataba de un ámbito en el que se introducían personas ajenas al mundo de los negocios; gente humilde procedente de la pesca, que habían amasado ahorros y probaban suerte en ese entorno pero sin conocimientos a nivel de gestión. Era un sector muy poco desarrollado, con escasa estructura, en el que alguien equipado con una calculadora y un fax se ponía a vender pescado, en ocasiones sin tan siquiera emitir facturas.

 

Entender la estructura de los mercados financieros ha propiciado el desarrollo de Frime y de otros negocios y empresas

En mi trayectoria hubo otra frase que marcó mi carrera profesional. Fue con motivo de mi luna de miel con mi esposa, Gemma, cuando viajamos a las Maldivas. Ahí practiqué el submarinismo a diario, coincidiendo con otros aficionados. Conversando con uno de ellos e interesándome por sus compromisos profesionales, me dijo que «no trabajaba». Me sorprendió tanto su respuesta que, al día siguiente, insistí para que me revelara cuál era su secreto. Aquel hombre me informó de que en su día había decidido vender su empresa y dedicarse a los mercados financieros. Aquella revelación me abrió los ojos y me animó a sumergirme en ese mundo, consultando un sinfín de libros para saber cómo funcionaba su estructura. Fue una sabia decisión, dado que gracias a este nuevo interés obtuve un sólido conocimiento que me permitió aprender a ahorrar y a invertir mi capital, circunstancia que ha propiciado no solo el desarrollo de Frime, sino el impulso de otros muchos negocios y empresas.

 

A los veintiséis años, tuve que asumir la dirección de la empresa familiar

El relevo en Frime se produjo de forma natural pero, a la vez, accidental. Coincidiendo con el nacimiento de mi hija pequeña, Núria, el año 1998, mi padre entraba en el quirófano del Hospital Clínic para someterse a una intervención a corazón abierto. Hasta entonces, había mostrado mucha confianza en mí, permitiéndome adquirir responsabilidades en determinadas operaciones. Sin embargo, en ese momento me vi obligado a asumir el liderazgo de la compañía, pues su recuperación fue lenta y difícil. La empresa, por aquel entonces, era modesta, con apenas seis empleados. Yo tenía veintiséis años y muchas carencias, ya que no conocía a muchos de los proveedores con los que trabajábamos y la gestión se me antojaba un desafío enorme. Él solía llevar los asuntos administrativos y de recursos humanos, mientras que mi cometido se centraba en lo puramente comercial. Aun así, afronté el reto con determinación e, incluso, iniciamos cierta expansión. Fue en esas fechas, en 1999, cuando alquilamos un pequeño almacén para desarrollar una idea que había alumbrado. A raíz de los contactos obtenidos de la descarga de cajas de bonito de barcos italianos, decidimos acometer lo que llamábamos «exportación», enviando género a Bilbao, Zaragoza, Madrid e, incluso, al sur de Francia.

 

Disponíamos de una buena cartera de proveedores que nos permitía asegurarnos la provisión de atún en el menor plazo posible

Mientras mi padre estuvo liderando la compañía, Frime se concentró exclusivamente en el pescado congelado. Hasta entonces, además, quien recibía el pescado en Mercabarna era quien lo vendía. Yo opté por hacer cambios en el mercado, creando una pequeña estructura comercial, a modo de representantes a comisión, y fue así como introduje Frime en el sector del pescado fresco, a través de una empresa murciana que nos proveía de atún. Esa actividad resultaba mucho más emocionante, dado que negociar con pescado congelado era más rutinario. Comercializar atún fresco entrañaba mayor riesgo, al tratarse de un producto más especulativo y de un precio más volátil. Había que exhibir agilidad en la venta, pues, si recibíamos la mercancía a las doce de la noche y nuestro competidor no la obtenía hasta las tres de la mañana, disponíamos de un margen que debíamos aprovechar para colocar el stock. Las jornadas eran trepidantes, contactando con las almadrabas de Barbate, Murcia, Italia o Francia, o negociando con barcos pesqueros de Marsella, para cerrar compras y asegurarnos la provisión de atún en el menor plazo posible. Disponíamos de una cartera de proveedores extraordinaria y vivíamos en una auténtica vorágine. Poco a poco el pescado congelado quedó relegado en nuestra actividad.

 

Primera empresa europea en disponer de atún fresco todo el año

El problema del atún residía en que era un producto de temporada, cuya disponibilidad se reducía a tres o cuatro meses al año. Un viaje a Japón me permitió comprobar que había barcos que congelaban el pescado de tal modo que la percepción del sabor y de la textura era idéntica a la del producto fresco. Después de investigar e innovar lo suficiente, incorporé ese concepto a nuestra empresa y nos convertimos en la primera de Europa en disponer de atún fresco todo el año, al recurrir a la variante congelada en los meses de veda. Al principio, los clientes la rechazaban, pues estaba muy arraigada la cultura del atún como producto exclusivo de verano. Vencimos esas reticencias exportando a Francia, donde hallamos mejor aceptación. A partir de entonces, vendíamos cincuenta cajas al día, aunque hay que decir que distaba mucho del millar de cajas de calamar que conseguíamos comercializar en un solo sábado. Había que aspirar a alcanzar igual cifra con el atún, cuyo margen era muchísimo mayor. Alguien me dijo que era imposible, y ello me espoleó aún más a lograr ese hito.

 

Extraje lecciones y nos centramos en la sostenibilidad y la calidad

En 2001 se había prohibido la pesca del atún en el Mediterráneo a causa de la sobreexplotación, lo que, por supuesto, suponía un importante hándicap. Esa circunstancia me llevó a Senegal, donde descubrí un gran caladero de atún con unos precios muy competitivos. En el país africano levantamos una fábrica junto a una playa, donde, durante cuatro años, estuvimos trabajando intensamente. Pagábamos al contado a los pescadores, que nos servían los atunes en unas piscinas que habilitamos con agua y hielo en la propia playa. El atún es un producto muy delicado y las temperaturas de Senegal no ayudaban. Hasta entonces, para mantener las capturas frescas, los pescadores las solían enterrar en la arena. En la planta, salábamos el pescado, lo fileteábamos y lo enviábamos a Europa por vía aérea. Aquella fue una etapa feliz, porque vivir en Senegal era divertido, disfrutando de sus playas, de la música, de organizar la logística… Invertí en ese país casi nueve meses al año, y de la experiencia obtenida intenté extraer lecciones para aplicar en el futuro. A partir de ahí inicié una etapa de continua expansión. Una de las bases de la misma ha residido en centrarnos en el pescado sostenible, un concepto que equivale a garantizar que las existencias de una determinada especie serán, dentro de un año, iguales o superiores a las actuales. Universidades, fundaciones y entidades como Greenpeace o World Wildlife Fund, junto con la FAO, realizan periódica y colectivamente conteos de las biomasas de las especies para controlar esa situación. En el océano Pacífico Oriental, por ejemplo, los análisis demuestran que el atún, que crece muy rápido en época de veda, se regenera sin problema. Tengo muy presente lo ocurrido en el Mediterráneo y no deseo participar de un negocio susceptible de extinguirse por sobreexplotación. Aunque no disponemos de barcos, hemos firmado acuerdos con flotas pesqueras que operan en los tres océanos y nos garantizan el aprovisionamiento.

 

Llegada a México, que marcó un antes y un después en mi trayectoria profesional

En mayo de 2013, estábamos en Boston, en una feria, y conocí a alguien que me habló de una empresa mexicana que contaba con una flota atunera y una industria conservera notables. Sin pensarlo dos veces, y sin ni siquiera agendar con ellos una visita, decidimos irnos a Mazatlán (Sinaloa), a pesar de que nunca habíamos estado antes en este país de  América del Norte. A la mañana siguiente, me personé en la empresa, y cuál fue mi sorpresa al ver, no solo la magnitud de sus instalaciones, sino también el proyecto que llevaban a cabo allí, además del expertise que manejaban en toda la operación, tanto en la pesca como en la fabricación de conservas de atún. Este fue el primer viaje a México de muchos. Desde entonces, y a lo largo de casi una década, nos hemos desplazado hasta allí una media de cinco o seis veces al año, forjando una sólida alianza con quien es, sin duda, mi mayor referente después de mi padre: el señor Leovidio Carranza Beltrán. Ha ejercido un maestrazgo tan grande en mí, he aprendido tanto a su lado, que jamás podré dejar de estar en deuda con él. Y no solo hemos hecho negocios juntos, al crear un nuevo modelo de empresa en el sector pesquero y transformador, sino que además los hemos puesto en práctica desde el respeto, trabando una amistad tan sincera que ha convertido esta experiencia en la mejor de todas las que he vivido dentro de mi carrera profesional. De ahí que los considere mi segunda familia; en ellos hemos encontrado apoyo y generosidad, más allá de haber creado conjuntamente un gran negocio.

 

Conseguimos que el atún congelado presente un color, una textura y un sabor iguales o mejores que el fresco

Nos centramos en el atún de aleta amarilla, una especie muy abundante que se pesca entre los dos trópicos en todo el globo, distinta del atún azul mediterráneo. Conseguimos que ese pescado congelado presente un color, una textura y un sabor iguales o mejores que el atún fresco. Contamos con dos fábricas en Arenys que suman seis mil metros cuadrados; otras dos en La Roca del Vallès que alcanzan los catorce mil; y dos más en Mercabarna, con casi diez mil metros en total, a los que se suman seis casillas en ese mercado central del pescado. A esa infraestructura añadimos tres almacenes en Arenys, otro en Parets, un terreno en La Roca y un solar de 41.000 m2 en Castellolí, donde proyectamos un frigorífico. Asimismo, contamos con oficinas comerciales propias en Vigo, Milán y Sète, en Francia. Durante estos últimos doce años hemos experimentado un crecimiento extraordinario, pasando de una plantilla de diez empleados a setecientos.

 

Mantener la industria en Catalunya nos blinda frente a la competencia

En esa expansión ha tenido un papel clave Giulio Torregrossa, nuestro director comercial, un profesional con una excelente visión del negocio y con el que formamos muy buen tándem. Absolutamente comprometido, ha tenido un relevante papel en la internacionalización de la compañía y en la profesionalización de su estructura. Exportamos a más de treinta países, principalmente en Europa, aunque también servimos a Israel, Hong Kong, Marruecos, Argelia y Estados Unidos, donde ahora vamos a consolidarnos. Estar situados en Catalunya supone una importante ventaja diferencial para exportar respecto a nuestros competidores, la mayoría de los cuales están en Galicia o Andalucía. Al mismo tiempo, mantener nuestra industria en territorio catalán nos blinda ante esa competencia, tanto a la hora de proteger nuestro desarrollo tecnológico ―invertimos un 10% de los beneficios en I+D+i y hemos creado maquinaria propia— como para evitar la fuga de profesionales a otras firmas. Contamos con tres marcas: Frime (pescado descongelado en porciones y orientado tanto a industrias como a mayoristas o al canal HORECA), Køldfin (pescado congelado sostenible Premium) y Salvador, muy reconocida en toda Europa por su lomo de atún de altísima calidad.

 

Participamos en la Fundació Impulsa, becando estudios de FP a jóvenes sin recursos

En general, la juventud actual no exhibe la entrega que necesitan las organizaciones. Es un problema extendido en muchos países, como he tenido ocasión de contrastar hablando con otros empresarios, que me confirman que la cultura del esfuerzo se está diluyendo. De ahí que, cuando damos con personal comprometido, procuramos retenerlo, pues cuesta encontrar profesionales con ganas de trabajar y aprender. Para aportar soluciones a estas carencias, participamos en la Fundació Impulsa, becando estudios de FP a jóvenes sin recursos en un programa en el que ejercemos como mentores. La iniciativa partió de cinco empresarios de Osona a los que me uní y con quienes estamos creando una red de embajadores en Catalunya, en un proyecto que promueve la economía circular.

 

Diversificando los negocios

Asimismo, participamos en otra fundación, con el doctor Clarós, con quien estamos desarrollando un olfato artificial similar al que permite a los perros detectar un cáncer con mayor fiabilidad que una analítica de sangre. Soy una persona inquieta y eso me lleva a involucrarme en múltiples proyectos, impulsando distintas empresas y apoyando proyectos culturales y sociales. Así, dispongo de una entidad patrimonial para la inversión de los ahorros en distintos activos, una distribuidora de material técnico de submarinismo, el restaurante Cal Tonyina en Terrassa ―donde también abrí la sala de degustación de vinos La Gardela―, una empresa de software con un socio del Kazajstán, soy accionista mayoritario de un fabricante de pizzas, cuento con negocios dedicados a alquilar viviendas turísticas en Catalunya y en México, he financiado diversos proyectos sociales, he colaborado en la edición de una colección de libros sobre cultura catalana…

 

Creación de un equipo profesional que me permitiera dejar de ejercer de hombre orquesta

El 2018 fue un año muy bueno para nosotros, pero ello tuvo su coste, dado que el volumen del negocio y de las gestiones diarias empezó a pasarme factura; y no solo a mí, sino a todo el equipo. Y es que cada una de las decisiones que debían tomarse en la empresa acababan en mi mesa, desde decidir el presupuesto de reparación de cualquier cosa que se rompiera hasta la contratación de camiones y las ventas y compras, pasando por la negociación con los bancos, el asegurar la divisa o el decidir el color del que pintaríamos las escaleras de la oficina. Ello me suponía una carga de trabajo enorme, lo que propiciaba muchas ineficiencias en la toma de decisiones, dado que mi mente se hallaba en demasiados departamentos a la vez. Esta estructura piramidal también hacía que mis colaboradores tuvieran siempre que depender de mi decisión para continuar en una operación, fuera cual fuera. Advertí que, si queríamos crecer de verdad y ser una multinacional organizada, debíamos actuar como tal, y decidí crear una mesa de gobierno. Fue entonces cuando Pablo Múgica entró en Frime, como director general, y a partir de ahí, los dos diseñamos un órgano de gobierno formado por la flor y nata de los profesionales de cada área, cuyos conocimientos y experiencia permitieran a mi empresa hacerse grande de forma organizada y pilotada por los mejores en su especialidad. Ahora Frime se gobierna desde el Comité de Dirección, formado por Calidad, Dirección Financiera, Ventas, Recursos Humanos, Operaciones, Compras y mi asistente de dirección, Marc Cid, quien me acompaña en todos mis negocios desde que le contraté, el mismo día en que terminó la carrera. En la actualidad, Frime ya no es esa pescadería «venida a más»: es una empresa organizada, con una proyección de futuro impresionante. Creo que, entre mi padre y yo, hemos puesto los cimientos de la que será una compañía líder del mercado mundial en las próximas décadas.