Sr. Parés
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sr. Carlos Parés Garralda – Sportwear Argentona y Tint-Jet, S.L.

 

CARLOS PARÉS GARRALDA

Olot (Girona)

1958

Director general de Sportwear Argentona y Tint-Jet, S.L.

 

 

11-5-2022

 

Rehuyó la comodidad del negocio textil familiar para emprender en solitario. El camino no resultó fácil, pero supo extraer lecciones de cada caída y, desde hace un cuarto de siglo, cuenta con un negocio que proporciona tejidos de altas prestaciones para ayudar a los deportistas a alcanzar su máximo rendimiento. Una trayectoria que siguió el recorrido inverso de la industria, porque, cuando otros cerraban, él abría; cuando otros apostaban por producir en Asia, él invertía en fabricación local.

 

 

Me merece mucha mayor confianza un apretón de manos que un contrato reflejado en un papel

Mi crianza se desarrolló en el entorno de una tintorería familiar, fundada por mi abuelo, que este 2023 alcanzará su centenario. Pertenezco a una saga textil olotense, siendo el mediano de tres hermanos, que creció en un mundo muy distinto al actual, en el que apenas había opciones para divertirse, con lo que nos entreteníamos cometiendo travesuras o jugando al escondite por los rincones de la empresa los sábados, entre las telas de la industria, adquiriendo así, sin darnos cuenta, conexión con ellas. También, en verano, acudíamos a los talleres para prestar ayuda en el negocio, al que nuestro padre, Amadeu, había dado continuidad tras haber obtenido el título de ingeniero industrial. Él se erigió en la persona más influyente de nuestra vida, pues supo transmitirnos el respeto por la familia, el actuar con honestidad y el situar la palabra como valor sagrado. Posiblemente, por eso me merece mucha mayor confianza un apretón de manos que un contrato reflejado en un papel. Asimismo, me enseñó a valorar a la gente y a observar un comportamiento íntegro. Recuerdo una frase recurrente suya: «Puedes ser una buena persona mil veces, pero solo te permitirán ser mala persona una vez, porque de lo que se acordarán de ti es de esa vez que fallaste».

 

Tres semanas antes de la reválida, me esforzaba en estudiar y obtenía un notable generalizado

La familia de mi madre, María Teresa, procedía de Lesaka (Navarra). Mi abuelo materno era maestro de escuela en esa población. Al estallar la Guerra Civil, optó por emigrar a Biarritz, para evitar que lo fusilaran. Cuando regresó a España, una vez finalizada la contienda, le permitieron recuperar su actividad docente. Sin embargo, el centro donde impartía las clases había sido destruido y fue destinado a Olot, con su mujer y sus tres hijos pequeños, entre ellos, mi madre; que tras contraer matrimonio, se dedicaría al cuidado del hogar y de los tres hijos: Jordi, el mayor; Jaume, el benjamín, y yo, el mediano, que siempre me revelé como un «verso libre», con un carácter peculiar. Jordi estudió Arquitectura, pero, cuando estaba finalizando la carrera, nuestro padre enfermó y se vio obligado a involucrarse en la empresa. Jaume cursó Ingeniería Textil en Terrassa, y ha acabado liderando la tintorería. Por mi parte, barajé estudiar también Arquitectura. En realidad, nunca fui un estudiante brillante, pese a mi capacidad para asimilar fácilmente los contenidos. En aquella época teníamos un sinfín de asignaturas y, salvo las consideradas «marías», todas me quedaban para septiembre. Eso no constituía problema alguno por que, tres semanas antes de la reválida, me esforzaba en estudiar y obtenía un notable generalizado. Incurría en el error de no esforzarme y dilapidar todo el curso fiando la suerte a la recuperación de final de verano; no es de extrañar que, una vez culminado el Bachillerato y habiendo superado el COU, decidiera aparcar los estudios.

 

Recorriendo la península ibérica en un Dodge Dart durante tres semanas

Pese a formar parte de una familia empresaria a la que no faltaba de nada, los tres hermanos crecimos en la austeridad, disfrutando de una vida sencilla y de los pequeños lujos en la vida. Uno de ellos, era las salidas de los domingos, que consistía en cargar cuatro sillas y una mesa de camping en la furgoneta de la compañía y trasladarnos al primer pinar que hallábamos en la costa. Destinábamos la jornada dominical al lado de la playa, bañándonos o jugando bajo los árboles y compartiendo la ensaladilla rusa preparada por nuestra madre. Esas sencillas jornadas familiares constituían la felicidad completa, tan difícil de hallar hoy en día pese a disponer de un sinfín de recursos de ocio. Al margen de esas salidas en domingo, como familia realizamos pocos viajes, pero sí tengo fresco en la memoria el que nos llevó a dar la vuelta a toda la Península, durante tres semanas, con un Dodge Dart que se había podido permitir nuestro padre. A pesar de las prestaciones de ese exclusivo coche, la prudencia nos hacía proveernos de dos garrafas de agua para atender posibles sorpresas del radiador. El tramo que más recuerdo es el que enlazaba Lisboa con Oporto, con más de trescientos kilómetros de recorrido adoquinado ante los que la suspensión de ballestas se revelaba insuficiente para evitar el incómodo traqueteo. En aquella época el tenis de mesa se había convertido en mi principal afición, formando parte del entonces flamante Club Tennis Taula Olot, integrado por media docena de jóvenes que nos dedicábamos a aquel deporte minoritario, combinando la faceta de jugadores con la de directivos; nada que ver con los dos centenares de miembros de la actualidad.

 

Sentía la necesidad de decidir mi propio destino

Formar parte de una familia empresaria te confiere muchos «números» para acabar trabajando en la misma; cuando menos, en aquella época. Fue así que, a los dieciséis años, empecé a trabajar en el negocio fundado por mi abuelo. Mi padre, no obstante, quiso delegar la tutela profesional en mis tíos, a fin de privarme de preferencias en la compañía. Ellos pretendían que yo estudiara y, con el propósito de enviarme a la universidad y disuadirme de continuar en la empresa, me asignaban las tareas menos agradecidas. Con esa actitud solo lograban que aflorara mi espíritu rebelde y, lejos de arredrarme, asumía con estoicismo cualquier encargo y me mostraba más determinado a permanecer en la compañía. Me mantuve ahí hasta fallecer mi padre, cuando yo contaba veintisiete años. Por aquel entonces yo ya había entablado negociaciones con un tejedor de Premià de Mar que era cliente nuestro. Tras explorar posibilidades de colaboración, acabamos desarrollando un plástico con el que podía realizarse un tejido de rizo muy grueso aplicable como protector de colchones. La acogida de aquella solución fue positiva, lo cual me llevó a plantear la posibilidad de abrir mercado. Mis tíos, sin embargo, eran reticentes a expandir el negocio fuera de Catalunya, hecho que propició que abandonara la empresa familiar, pues en mi fuero interno sentía la necesidad de decidir mi propio destino. En un determinado momento planteé a mis primeros socios establecer una comercial. Disponían de máquinas de tejer, a las que sumamos otras de las que se desprendía una compañía que cerraba, y empezamos a desarrollar productos para vender. En esa época, la industria textil todavía no se había deslocalizado a Asia. Viajabas hasta Zaragoza y realizabas una veintena de visitas, lo cual contrasta con el escenario actual, en que hasta llegar al País Vasco no hallas ningún fabricante al que pueda interesarle el tejido que le ofreces.

 

Producíamos en base a los pedidos que cerraba

Esa ruta por España y Portugal solo fue un preludio de lo que sería buena parte de mi vida profesional, pues, con la comercial del Maresme, planificaba rutas larguísimas para aprovechar los viajes, en una época en la que había clientes potenciales en todas partes. Nuestros productos recibieron buena acogida y el primer año amasamos una facturación más que respetable, lo cual llegó a oídos de una firma muy potente de Mataró que fabricaba prendas infantiles. Se interesaron por mis servicios para desarrollar una línea textil para adultos. Resolví amistosamente mi relación con los socios de Premià y me sumergí en este prometedor proyecto. Al cabo de un año me comunicaron que prescindían de mí. Ante esa circunstancia, impulsé un nuevo negocio junto a un compañero que decidió abandonar la compañía. La idea era fabricar tejido para el sector de la moda. Él se encargaba de producir a partir de los pedidos que yo lograba cerrar. Al cabo de un par de años, con la irrupción de una potente crisis, afloraron diferencias de concepto entre ambos. Las diferencias de criterio, unidas al contexto adverso y a los impagados provocaron el retroceso de la actividad y que, finalmente, separáramos nuestros caminos.

 

Pretendían cobrarme el alojamiento pese a deberme dinero

A principios de la década de los noventa puse en marcha una empresa textil de deporte. Conseguí un cliente muy importante: el licenciatario en la península ibérica de la marca danesa Hummel, en una época en la que ésta patrocinaba al Real Madrid. El primer año fue un éxito, pues las ventas de ese club eran espectaculares. El problema llegó en el siguiente ejercicio, cuando comenzaron a no atender las facturas. Llegué a viajar a Lisboa para reclamarle al cliente que cumpliera con su compromiso. El intento no solo resultó infructuoso sino que, encima, pretendía que le abonara la cuenta del hotel en el que me alojé y que era de su propiedad. Ahí fue cuando más experimenté la soledad del empresario.

 

Extraje lecciones de las dificultades empresariales anteriores que he sabido aplicar a Sportwear Argentona

Gracias a que la empresa estaba saneada y contaba con reservas, pude pagar a los proveedores, a través de aplazamientos de pago a noventa días que hoy entrarían dentro de la práctica habitual. Sin embargo, resolver el problema del cliente principal no fue suficiente para salir adelante, pues otros clientes que supieron de mis dificultades con el licenciatario de Hummel optaron por no pagar, creyendo que no sería capaz de remontar. Esas deudas adicionales fueron las que comprometieron la continuidad de la empresa: la estocada definitiva tras las numerosas banderillas clavadas por ese cliente portugués. Hay que tener en cuenta que mis ingresos eran los únicos de nuestra economía doméstica, después de que, a mi mujer, al año de matrimonio, le diagnosticaran una diabetes del tipo 1. Trabajaba en una cadena de supermercados en la que iban a promocionarla a oficinas justo cuando enfermó. Una vez recuperada, decidieron no renovarle el contrato. Poco después quedó embarazada y concentró ya sus esfuerzos en el cuidado de los hijos y del hogar. Pese a las dificultades, de todas las experiencias se aprende y, aunque aquel fue un capítulo desagradable, extraje sabias lecciones que he sabido aplicar en Sportwear Argentona, la empresa que fundé hace veinticinco años.

 

Mayor estabilidad y estandarización en el mercado del deporte

Sportwear Argentona es una compañía que va a contracorriente. Mientras la mayoría de empresas textiles iban cerrando y la producción se trasladaba a Asia, yo abría un negocio que nada tenía que ver con los grandes grupos de la moda que habían empezado a acaparar el mercado: Inditex, Mango, H&M, Primark… Detecté que el mercado del deporte se revelaba más estable y que las producciones eran más estandarizadas, por lo que opté por concentrarme en esa actividad: el desarrollo de tejidos para la confección de prendas con las que practicar fútbol, baloncesto, ciclismo, natación… Comencé casi en solitario, con un chico en el almacén que se encargaba de enviar los pedidos que yo lograba cerrar con mis interminables viajes, capaces de mantenerme alejado de la familia durante tres semanas. Externalizaba la producción, que sometía a un seguimiento técnico. Viajando por Portugal conocí a Arturo Lopes, el primer agente comercial que incorporé a la empresa, y cuya contribución resultó vital. Aun así, y pese al empeño e ilusión invertidos, la aventura no resultó fácil, pues en el horizonte asomaron nuevas dificultades. La globalización comportó que empezaran a menudear las importaciones con la llegada de grandes marcas internacionales que, a través de distribuidoras que ofrecían prendas de cuestionable calidad a precios irrisorios, apartaban del mercado a confeccionistas tradicionales con producto de mayores prestaciones.

 

Si fías tu suerte a los gigantes del sector, los conviertes en los dueños de tu negocio

En ese escenario que amenazaba con ser crítico tuve la suerte de cruzar mi camino con el de Laurent Costella, que se ha convertido en mi persona de confianza. Él trabajaba en Tybor, prestigiosa empresa textil gerundense que había crecido de manera descontrolada y que empezaba a zozobrar. Algunas de sus líneas de negocio no resultaban rentables y se mantenían al abrigo de la principal, que progresaba con solidez. Le planteé a Laurent sumarse al proyecto, en el que yo planeaba asociarnos a alguna tintorería con problemas para apoyar nuestra actividad. Fue así que surgió la oportunidad de Tint-Jet, una pequeña empresa de Dosrius donde empezamos con una participación, pero en la que acabamos aportando todo el capital, al comprobar que su situación resultaba más compleja de lo que nos habían anunciado. En un momento en el que todo el mundo cerraba por problemas, nosotros experimentábamos cierto crecimiento. La decisión de adquirir Tint-Jet, adoptada hace dieciocho años, se reveló como un gran acierto, pues adquirimos una gran autonomía. Era una apuesta arriesgada, pero nos permitía ganar en reactividad, brindando un servicio más ágil a los clientes. Mientras algunos aspiraban a vender a grandes grupos como Inditex y Mango, nosotros nos nutríamos de confeccionistas modestos. Nuestro cliente más importante representa el 10% de la facturación. Si fías tu suerte a los gigantes, los conviertes en los dueños de tu negocio y acaban imponiendo sus condiciones o, directamente, te abandonan. Por supuesto, resulta más complejo manejarse con múltiples clientes, pero ganamos en seguridad e independencia. Nuestro modelo de negocio disfruta, además, de la versatilidad de poder realizar producciones cortas, lo que también nos otorga cierta exclusividad.

 

Cerrar el círculo de la actividad textil

En 2010 experimentamos un salto cualitativo importante, tras apostar por tejidos más técnicos que a algunos tejedores no les resultaba rentable producir. Nuestra estrategia consistió en comprar esas máquinas más sofisticadas e instalarlas en los talleres que trabajaban para nosotros. Sin embargo, llegó un momento en que detectamos que esos proveedores no acababan de cubrir nuestras necesidades y, ante las posibilidades de ampliación del negocio, nos unimos a un tejedor especialista, que aportó una veintena de máquinas que se sumaban a las veinte nuestras. Aquella operación nos permitió cerrar el círculo de la actividad textil. Crecimos juntos hasta que, hace un par de años, y dados los rumbos expansivos de ambos negocios, decidimos separarnos amistosamente. Actualmente contamos con máquinas de alto valor añadido: de tejido de punto circular, tintes y acabados, incluido un modelo del que tenemos veintidós de las treinta unidades que hay en toda España. Asimismo, disponemos de una división de estampación digital.

 

Nuestro cometido como fabricantes acaba donde interviene la primera tijera

El nuestro es un servicio más flexible que el que pueden ofrecer los fabricantes asiáticos, que se basan en grandes producciones para multinacionales como Nike o Adidas o clubes de envergadura. Aun así, proporcionamos el tejido para las prendas más sofisticadas, orientadas a grandes acontecimientos deportivos como los Juegos Olímpicos o los campeonatos del mundo, donde los atletas que compiten necesitan las más altas prestaciones. Para un productor chino, diez mil metros de tejido supone una cantidad irrisoria, mientras que para nosotros representa un pedido respetable. Nuestro producto es de alto rendimiento y no presenta marca, sino que permite que enseñas como Kappa o Le Coq Sportif puedan fabricar sus camisetas, chaquetas, maillots, bañadores, leggins… con nuestros tejidos. Nuestro cometido como fabricantes acaba donde interviene la primera tijera. Aspectos como la impermeabilidad, la elasticidad o la transpirabilidad son algunas de las propiedades que ofrecen nuestros desarrollos, fabricados a partir de poliamidas, poliésteres o licras y que, en un 85%, se orientan a la exportación. Disponer de maquinaria propia supone un enorme valor diferencial por la capacidad de respuesta que nos brinda frente a nuestros competidores.

 

Cuando la producción es local se generan recursos que favorecen nuestra industria y nuestra economía

Una de las ventajas de habernos orientado al deporte es que en este sector hay pequeños nichos de negocio donde modestas marcas son las líderes en cuanto a calidad. No tiene nada que ver con el modelo de las grandes multinacionales, donde el precio de sus productos se apoya en el marketing más que en el rendimiento que ofrecen al deportista. Mientras firmas humildes, pero que brindan artículos que ayudan a los atletas a mejorar sus marcas, invierten en tejidos de calidad como los nuestros, esos grandes monstruos priorizan el patrocinio de grandes estrellas del fútbol al tiempo que, por un par de euros de diferencia, acuden a fabricar sus camisetas a Asia. De eso la sociedad no es suficientemente consciente, porque, cuando la producción es local, se generan recursos para la Seguridad Social, se pagan impuestos varios y, en general, se favorece nuestra industria y nuestra economía, creando puestos de trabajo y posibilitando la mejora de los salarios y de la calidad de vida de la población. Hay que tener en cuenta que, asociada al textil, existe mucha industria auxiliar y que ese mismo modelo resulta extensible a otros sectores, cuya recuperación sería necesaria. Pero los políticos muestran otra mentalidad. La diferencia entre un político y un empresario es que, en circunstancias adversas, el primero tiene déficit, pero su labor puede acabar siendo reconocida por unas infraestructuras que no se acabarán de pagar nunca, mientras que el segundo acusa pérdidas y será perseguido por el fisco porque no paga impuestos. En su día, demostrando una gran miopía, se permitió desmantelar toda la industria europea. Hace cuatro décadas, Elx se erigía en el principal centro europeo en fabricación de calzado, pero ahora en Alacant no encontraríamos ni a un solo productor; al igual que en Canet o en Terrassa teníamos escuelas para formar a profesionales de la industria textil. De ahí que, incluso si estuviéramos dispuestos a relocalizar toda esa producción, resultaría complejo hacerlo factible. Yo mismo me enfrento a dificultades para dar con personal adecuado, de ahí que procure retener al máximo los empleados que tengo a mi disposición.

 

Reconocimiento a Laurent Costella y a mi familia: Maria Gràcia, Carles y Sandra

En Laurent he encontrado a un magnífico compañero de viaje que, a nivel profesional, me ha hecho más llevadera la soledad del empresario. Nunca lo he considerado un empleado, sino a un auténtico socio. Confío que acabe tomando las riendas de este negocio que reúne a más de ciento veinte personas cuando yo no esté. Mis hijos, Carlos y Sandra, se han incorporado a la empresa. Carlos, que estudió Ingeniería en Diseño Industrial y Marketing, ya lleva cinco años con nosotros, mientras que Sandra se incorporó este mayo tras una larga trayectoria como enfermera en el Hospital de Sant Pau. Creo que el desgaste en el mundo sanitario es muy alto, y estos dos años de pandemia han resultado durísimos para ella. Me enorgullece que haya mostrado interés por aprender junto a nosotros. También me siento muy orgulloso de mi esposa, pues Maria Gràcia derrochó mucho sacrificio durante años y sin su contribución Sportwear no existiría.