Obras como ésta resultan enormemente enriquecedoras; particularmente porque, pese al eje empresarial común de quienes las suscriben, ofrecen una visión poliédrica de la sociedad que, por una parte, permite brindar ideas de determinados sectores exportables a otros y, por otra, constatar que, en el fondo, la mayoría de inquietudes y problemas son compartidos independientemente de la magnitud y de la actividad de cada empresa.
Precisamente esa diversidad profesional es la que me ha animado a intervenir, pues mi propia experiencia, en especial como decano del Il·lustre Col·legi de Procuradors de Barcelona, me ha proporcionado un gran enriquecimiento a través del intercambio de impresiones con colegas de esferas afines, como notarios, abogados, economistas, registradores, graduados sociales… Más allá del carácter corporativista de nuestra Institución, por encima de todo quiero destacar el humanismo que entraña nuestra misión, orientada en última instancia a velar por el buen funcionamiento de la Justicia y por el buen servicio que reciban los usuarios que demandan nuestros servicios.
Los procuradores, cuyo cometido a menudo resulta desconocido por la opinión pública, nos erigimos en el copiloto del abogado en los procedimientos judiciales, ejerciendo en cierto modo de lubricante de la maquinaria procesal para su óptimo funcionamiento. Con un profundo conocimiento del territorio y de sus tribunales, asistimos a los abogados para que éstos se concentren en el fondo de la causa y aseguramos el correcto desarrollo del proceso judicial en lo que respecta a plazos, documentación y comunicaciones. Nuestro valor añadido reside, principalmente, en evitar errores que pueden comportar graves consecuencias, agilizando los procedimientos y, en suma, consiguiendo que quienes acuden a la Justicia obtengan el mejor servicio posible.
La nuestra es una labor donde el trabajo en equipo resulta fundamental. A partir de la colaboración que establecemos, incluso con profesionales que compiten con nosotros, logramos resolver los problemas de quienes demandan nuestros servicios. Nadie nace con todas las virtudes y con todos los talentos, de ahí que la cooperación se revele como el recurso más inteligente para mejorar el valor que podemos ofrecer.
Esa forma de actuar no está reñida con dar el máximo de uno mismo, lo cual me lleva a recordar una máxima que se atribuye a San Agustín y que afirma: «Reza a Dios como si todo dependiera de Él, pero actúa como si todo dependiera de ti». Constituye una frase muy inspiradora que entronca con el coliderazgo, un concepto que para mí resulta clave en cualquier empresa, donde cada persona debería liderarse a sí misma, atesorando la suficiente responsabilidad como para asumir las metas que le corresponden y derrochar el esfuerzo necesario para alcanzarlas; sin renunciar, por supuesto, a la colaboración que pueda hallar en el resto del equipo.
Como cualquier otro colectivo profesional, los procuradores también acometemos uno de los principales desafíos a los que se enfrentan las empresas en la actualidad: la digitalización. Puedo asegurar que, en el ámbito jurídico, somos la punta de lanza en este ambicioso reto, siendo quienes contrastamos frecuentemente cualquier innovación en ese entorno y aportando nuestras observaciones con el fin de optimizar la solución. Si bien la Justicia está realizando esfuerzos para avanzar digitalmente, adolece de recursos para alcanzar las cotas deseables. Cabe esperar que las modificaciones legislativas tan demandadas desde diversos colectivos del ámbito judicial otorguen nuevas funciones a los procuradores de los tribunales, lo cual redundaría en una mejora del servicio que presta nuestro colectivo. Resulta vital que la opinión pública siga depositando su confianza en la Justicia y en sus resoluciones, pues sobre ella pivota la democracia.
Quiero destacar, asimismo, el importante papel que juega la mujer en la Justicia, como también debería hacerlo en las empresas y en la sociedad en general. Tengo la suerte de que en mi despacho y en nuestro colectivo, casi el 70% del personal es femenino. El carácter empático de la mujer enriquece el servicio de la Justicia y contribuye decisivamente a la mejora de la resolución de los problemas. Y estoy convencido que la aportación femenina, independientemente de la tipología de cualquier compañía, favorece las decisiones y las estrategias que puedan adoptarse. Ni que decir tiene que me congratula comprobar que, en las siguientes páginas, existe una significativa representación de mujeres empresarias que dan fe de cómo nuestra sociedad también progresa en esa inclusión.
En última instancia, nuestras vidas como profesionales y como empresarios deberían guiarse por algo tan sencillo como aspirar a ser buenas personas. Como procurador, me corresponde prestar un adecuado trato al cliente y al abogado a los que asisto, esforzarme por brindar un óptimo servicio y cooperar con el sistema público de Justicia para su correcto funcionamiento. Un comportamiento que, de modo análogo, debe seguir cualquier empresario que se distinga por una mínima ética. Facilitar la vida a los demás forma parte del cometido de quienes lideramos un proyecto y, en el caso de los procuradores, intentamos que el tránsito por los juzgados, adonde a nadie le gusta acudir, sea lo más agradable posible.