Amelia Rodríguez Aranda
Fotografia cedida
10è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Amelia Rodríguez Aranda

Directora médica de Clínica Eugin

Texto del 22/06/2018

El primer recuerdo de esta ginecóloga vocacional es el olor y el calor de su madre. Persona entregada e inquieta, abandonó la estabilidad laboral en aras de satisfacer su inquietud por ayudar al prójimo. Formada en la Universidad de Sevilla, con estancias en Madrid, Roma y Nueva York, se doctoró el año pasado por la Universidad de Barcelona. Especialista en reproducción asistida, da conferencias sobre temas médico-científicos a nivel internacional. Y tras nueve años establecida en la capital catalana, tiene claro que allí se encuentra su lugar en el mundo.

 

Complejidades de una familia muy numerosa

Mi primer recuerdo, el más atávico de todos, el más infantil, quizá sea el olor de mi madre. También, su calor, estar en su regazo. Luego, cuando ya tuve uso de razón, recuerdo el día en el que fui consciente de lo compleja y bonita que era mi familia. Para entender lo que quiero decir con esto, debe saberse que soy la octava de nueve hijos, nacidos de dos matrimonios de mi padre, que tuvo siete hijos con su primera esposa, de la que enviudó a los cuarenta y tantos años, y dos hijos más de su segunda esposa, mi madre. En casa, allá en Sevilla, salvo tres hermanas mayores ya casadas, convivíamos dos padres, cinco hermanos y mis dos abuelas, y yo siempre estaba en medio de todo. Ese universo familiar era maravilloso, pero a la vez un poco complicado de entender. Mi hermana mayor, por ejemplo, me lleva casi treinta años; tengo sobrinos mayores que yo, y he asistido partos de varios sobrinos nietos. Mi hermano pequeño, José Ramón, que es el benjamín de la familia, cuando era un chiquillo siempre se hacía un lío con todos estos parentescos. ¡No se aclaraba! Y no había para menos.

Crecida en el amor a la formación, la cultura y el estudio

Todos los padres influyen en sus hijos, pero yo soy de esas personas que pueden decir que los míos han tenido una influencia en mí más allá de lo usual. Por lo menos, así es como lo siento y me enorgullece decirlo. Pero no toda la influencia se acaba en ellos. Podría decir lo mismo de mi abuela materna, Amelia, y quizá no es casual que me llame como ella. Llevar su mismo nombre es reflejo de un vínculo profundo. Siempre admiré de ella su carácter firme y determinado, y de alguna manera me transmitió un estricto sentido de la responsabilidad y la necesidad que tenemos de formarnos y educarnos, así como el amor por la formación, la cultura y el estudio. Tanto es así, que habiendo nacido en 1901, unos tiempos en el que pocas mujeres estudiaban, cursó la carrera de Maestra Nacional. A menudo me contaba historias de su madre, mi bisabuela, que fue una mujer de armas tomar que se quedó viuda y tuvo que sacar adelante a su familia. Mi padre se llamaba Ramón. La vida fue generosa con él, ya que falleció a los 91 años. Mi madre, que se llama también Amelia, afortunadamente todavía vive, y va camino de los 86. De niña, vivió la guerra y la posguerra, y llegó a licenciarse en lo que hoy serían Ciencias Empresariales. Yo empecé a estudiar en las Salesianas a los tres años, y recuerdo a mi abuela llevándome de la mano. Mi abuela materna también había estudiado allí. Somos una familia con sentido generacional, como puede verse. Recibí, pues, una educación católica hasta los dieciocho años, y es un período de mi vida prácticamente sin conflictos, del que guardo un recuerdo muy grato.

Unos padres dignos de admiración

Mi padre fue un emprendedor nato, un hombre hecho a sí mismo que dejó los estudios por necesidades de la guerra, para mantener a su familia. Más tarde, como pudo, los reemprendió y se tituló como Perito Industrial. Tenía visión a largo plazo, ejecución y determinación, y ello le llevó a montar una empresa de diseño y venta de aparatos eléctricos y transformadores en la que tuvo trabajando a casi cien personas. Fue un empresario de éxito y un creativo que ideaba cualquier cosa a medida del cliente. Dicho así, parece fácil, pero en aquella época era trabajoso encontrar en España materiales para fabricar. De todas formas, él lo consiguió. Nada lo detuvo. Además, era un artista que en su tiempo libre pintaba. Le recuerdo haciéndolo en el taller de pintura que tenía en el soberao o buhardilla de la casa de campo donde pasábamos los veranos, en Alcála de Guadaira, un pueblo de Sevilla. En cuanto a mi madre, Amelia Aranda, también fue en sus tiempos, y es, una señora de tomo y lomo, que desempeñó una posición laboral hasta que se casó. Luego, trabajó en casa, y mucho. Y lo digo con estas palabras porque ella siempre se ha quejado de que no se diga lo suficiente cuánto se trabaja en casa, para sacar adelante a una familia.

A clase con el brazo recién escayolado

A los doce años me rompí el brazo en la clase de Educación Física, al mediodía. Vino mi madre a recogerme, me llevó a la clínica y me pusieron una escayola. Fuimos a casa, comimos y, cuando se acercaban las tres de la tarde, hora en la que empezaban las clases, mi madre me preguntó qué pensaba hacer, sugiriéndome a su manera que el hecho de haberme roto el brazo no me eximía de mis obligaciones de ir a clase, y que en casa, además, me iba a aburrir. Y, lógicamente, fui a clase, cómo no. No había brazo partido que justificara mi ausencia. Esta es la forma en la que crecí; y aunque entonces no lo veía muy claro, con el tiempo me he ido dando cuenta de cuánta virtud había detrás de esa manera de entender la vida.

Primer médico de la estirpe familiar

Siempre fui buena estudiante, y a la hora de encarrilar mis estudios no me dejé influir por las preferencias de mis padres. Opté por la rama sanitaria, inédita en la familia, y me formé en Medicina Ginecológica y Obstetricia, aunque mi padre consideraba que era una pena que no hubiera optado por una ingeniería superior. Pero, a fin de cuentas, lo que importaba de verdad en casa es que me formara y fuera independiente. Mi madre me aconsejó que fuera yo misma, y que, cuando ya lo hubiera hecho todo en la vida, entonces pensara en formar una familia, como ella había hecho, ya que se esposó a los cuarenta. Así pues, estudié la carrera en la prestigiosa Universidad de Sevilla. Yo no creo que la especialización que elegí, la Ginecología y la Obstetricia, fuera casual. Mi madre me tuvo a los cuarenta y cuatro años, y después aún tuvo a mi hermano pequeño a los cuarenta y seis. En aquel entonces, eran edades muy avanzadas para la maternidad. Hoy, aun siendo avanzadas, son el pan de cada día, y mi trabajo consiste en hacerlo posible.

Me fui de casa después de que mi padre superara un cáncer

Cuando me independicé, mi madre lo pasó mal. A pesar de que solía decir que estaba preparada para mi partida, no era verdad. Yo creo que nunca se está preparado para ver partir a un hijo. Y eso que me demoré en hacerlo porque mi padre sufrió un cáncer de pulmón y me esperé a que se curara. Por fortuna, lo consiguió, aunque el primer pronóstico no era nada bueno, porque se le descubrió en un estado avanzado y él ya tenía más de setenta años. Ello demuestra que, con esta enfermedad, nunca hay que abandonar, que siempre hay esperanza. Sucedió hacia el año 2000, y fue tratado de manera que jamás olvidaré en la Clínica Universitaria de Navarra. La fortaleza de mi padre, que no perdiera ni un segundo en lamentaciones, consiguió que viviera quince años más. Un ejemplo más de la importancia del carácter en nuestras vidas.

Estudiar Medicina y ser médico son dos cosas diferentes

Una cosa es estudiar y licenciarse en Medicina, un objetivo asequible para cualquiera que se lo proponga y tenga un mínimo de capacidad, y otra cosa distinta es ser médico y asumir las responsabilidades inherentes al cargo, un asunto ya mucho más vocacional. No se me olvidará en la vida que el primer día que pasé en planta como residente en Ginecología, para visitar a las mujeres que recién habían dado a luz, anuncié la visita del médico en tercera persona, sin caer en la  cuenta de  que era yo.  A pesar de tantos años de prepararme y de esfuerzo, me costaba asimilar que por fin era médico, el especialista al que la gente venía a confiarle su salud, que es su mayor tesoro. La noción de que uno ya es médico se educa, no se nace con ella. Yo me fui haciendo médico poco a poco. Mientras me sacaba la carrera de Medicina por las mañanas, conseguí una plaza de interna en Cirugía. Allí conocí a un cirujano, el Dr. Ramón Martín, que me ofreció la posibilidad de ayudarle por las tardes, y me fui familiarizando con el instrumental e imbuyéndome del papel que en el futuro tendría que desarrollar. En total, estuve allí tres años y medio, y representó un magnífico aprendizaje.

Todo lo que aprendía siempre me parecía insuficiente

Acabada la carrera, e ilusionada porque sabía que había dejado atrás la parte más dura, preparé la oposición para el MIR, para la cual ya estaba mentalmente predispuesta, y conseguí una plaza en un hospital, con la gran suerte de que en él pude desarrollar la especialización que yo quería. Tardé tres meses en saber la nota del MIR. Sin duda, me merecía un descanso. Sin embargo, mi madre, ante la perspectiva de que estuviera esos tres meses inactiva, me sugirió que, para aprovechar la espera, me apuntase a un curso de informática. Y así lo hice. Comento esto para que se vea hasta qué punto mis padres me enseñaron a ser alguien de provecho. El tiempo era oro; y toda formación, poca. En ese momento, con la oposición del MIR aprobada y una buena plaza en un hospital, ya me sentía una persona totalmente realizada y, lo que también es importante, con un sueldo decente. Después de tanto esfuerzo, obtuve mi recompensa. Debo decir que, en ningún momento de aquellos largos años, dudé de mis posibilidades o flaqueé ante mi objetivo. Mi única obsesión como médico en ciernes era que no quería perder ningún año, y curiosa como soy, todo lo que aprendía siempre me parecía insuficiente.

El filtro del MIR

Hay demasiados licenciados en Medicina que no superan el MIR. Entiendo que el sentido del MIR debe ser nivelar por lo alto, y que quizá convenga filtrar a quienes no alcancen el nivel. Sin embargo, es verdad que al final se acaba recurriendo a médicos extranjeros, y se me ocurre que, generando más plazas de formación de especialistas a nivel nacional, podríamos dar oportunidad a muchos compañeros nacionales que se quedan por el camino, sobre todo si tenemos en cuenta que, según publicaciones recientes, dentro de unos años la demanda de médicos en nuestro país superará de largo la oferta. Por otro lado, no tienen los mismos requisitos, ni salidas laborales posteriores, las diferentes especialidades. El médico de reproducción, por ejemplo, es muy específico. Su formación de base es en Ginecología y Obstetricia. La formación en Medicina de la Reproducción viene después, se va adquiriendo a medida que se entra en contacto con pacientes de esta área. Hay másteres sobre Medicina de la Reproducción, pero, según mi opinión y mi experiencia, no hay nada mejor para formarse que la práctica.

Reproducción asistida y el Papa

Para mi MIR, elegí Ginecología y Obstetricia y me formé en el Hospital Virgen del Rocío, uno de los que tenía más volumen de partos de Andalucía en aquel momento. Recuerdo que mi madre me dijo que hasta entonces solo me había dedicado a estudiar, que allí empezaría a enterarme realmente de qué iba la vida, y que haría bien en no creerme más que nadie, porque yo allí era una más. Como puede verse, siempre le ha gustado decir las cosas como son, sin anestesia, y es de agradecer. En mi primera guardia, desde el minuto uno, en la que tuve que colaborar en una cesárea, empecé la senda que me iba a llevar a especializarme en reproducción asistida, pues entré en contacto con uno de mis adjuntos, el Dr. Pascual Sánchez Martín, quien me proporcionó la oportunidad de formarme en Reproducción Asistida a lo largo de mi residencia. Sería durante el último año de residencia, en 2006, cuando tuve la oportunidad de formarme más profundamente también en esta materia en ciudades como Madrid, Nueva York y Roma. En Nueva York estuve en una de sus clínicas más punteras del mundo en este ámbito. En la capital italiana, por su parte, conocí a un prestigioso doctor, Safaa Al-Hasani, quien luego nos proporcionaría la posibilidad de aprender la técnica de congelar ovocitos. También tuve el honor de ser recibida por Su Santidad el Papa, que entonces era Ratzinger, Benedicto XVI. Yo no veía muy clara esa audiencia, porque la reproducción asistida y la Iglesia son como la noche y el día. De hecho, según los postulados católicos tradicionales, intervenir en la concepción nos sitúa fuera de las convicciones y dogmas católicos, así que los que practicamos reproducción asistida parece que lo tendremos más complicado para ir al cielo. En cualquier caso, finalmente el encuentro con el Santo Padre fue muy satisfactorio, a pesar de que tuve un intercambio de pareceres algo subido de tono con un sacerdote cuando me preguntó a qué me dedicaba.

No me veía toda la vida pasando consulta

Terminada la residencia, me hicieron una oferta en el hospital en el que trabajaba, pero la rechacé, y continué a tiempo completo en la clínica de los hermanos ginecólogos, los Dres. Sánchez Martín, a la que iba por las tardes, donde me ganaba bien la vida y empezaba a ser conocida por los pacientes. Así iban las cosas hasta que un buen día surgió la posibilidad de venir a Barcelona para dedicarme exclusivamente a medicina de la reproducción. Aunque no tenía razones objetivas para dejar la vida que estaba llevando, la oferta de Eugin era tentadora. Tardaron en convencerme, pero al final lo consiguieron, y eso a pesar de que me acababa de comprar una casa en Sevilla. El mismo día que me traían el último mueble, salía yo por la puerta. Corría el año 2010. Dejaba atrás a mi familia, a mis amigos y a mi círculo social, pero pudo más la atracción por lo desconocido. Ya el primer día en el que pasé consulta como médico especialista oficial, me había dicho a mí misma: «¿Y toda la vida esto va a ser así? Me voy a aburrir». Era curioso semejante pensamiento, habida cuenta de que me había formado para ello y de que me encantaba mi trabajo. Supongo que no veía nada más allá del horizonte y que la rutina se cernía como una amenaza de estancamiento. Desde que resido en Barcelona, me dedico solo a la medicina para la reproducción y ya no ejerzo ni de ginecóloga ni de obstetra.

Ilusión y emoción compartidas

La relación con las pacientes de reproducción asistida suele ser muy intensa. Normalmente, se las trata desde antes del embarazo, porque precisamente tienen dificultades para concebir, y luego, en algunos casos también se las acompaña durante este y el parto. Si uno quiere hacer bien su trabajo, da mucho de sí mismo durante todo ese trayecto. Hay muchas emociones fluyendo, muchas alegrías y también muchas decepciones, lo que deja exhausto. Durante los partos, me tiembla el pulso como al que más, y comparto con las madres su ilusión y emoción. Especialmente inolvidable fue mi primer niño de reproducción asistida, que me emocionó como si fuera mío, y me hizo tocar el cielo. Es imposible encarar este trabajo de una manera aséptica, y llega un punto en el que uno pierde incluso la objetividad. En realidad, en la reproducción asistida solo ayudamos a poner en contacto un espermatozoide y un óvulo, es solo un pequeño paso dentro de la concepción; lo demás, lo hace todo la naturaleza exactamente igual que en la reproducción no asistida. No deja de ser un milagro.

Un deseo universal

El deseo de maternidad es uno de los más fuertes que existe, además de ser universal e igual de potente en todas las culturas y latitudes, aunque se exprese de maneras diferentes. Aquí en Barcelona recibimos a pacientes de hasta ochenta países distintos, una riqueza de experiencias y vivencias a la que considero un privilegio poder acceder. Uno de los momentos más plenos de mi trabajo, en el que es fácil que llore de emoción, es cuando la madre ve latir por primera vez el corazón del embrión en una ecografía. Desde el punto de vista técnico, ese latido se considera la confirmación del embarazo. Es un latido el doble de rápido y potente que el de los bebés nacidos. Y su sonido, para mí posee una belleza incomparable. Por poder oír ese sonido en su vientre, muchas mujeres harían lo que fuera. Existen múltiples causas de infertilidad que llevan a muchas mujeres a acudir a nosotros. En general, parten de tres condicionamientos. El primero, que cada día somos mamás más tarde, ya que la edad media del primer hijo en España está en los treinta y dos años. El segundo, que sabemos que, conforme pasa el tiempo, la mujer va perdiendo capacidad fértil. Y, por último, que vivimos en una sociedad tan trepidante que, si la concepción se demora, impacientes, recurrimos a los medios que la ciencia ha ido implementando. Y hacemos bien, porque, obviamente, siempre es mejor intervenir al año que no al cabo de tres.

Ser madre a los cuarenta

Una mujer que se queda embarazada a partir de los cuarenta años tendrá más riesgos durante el embarazo que una mujer que se queda embarazada a los veinte o a los treinta. Tiene, por ejemplo, más posibilidades de padecer hipertensión o diabetes, por citar solo dos de ellos. La concepción es biología pura y dura, no entiende de factores culturales. Luego, está la psicología. Quizá es verdad que una mujer a los cuarenta se encuentre en un estadio emocional más estable y maduro, y ello la prepare mejor para los aspectos no estrictamente biológicos de la maternidad, como los educacionales. Una mujer a los cuarenta, en buen estado de salud y con un embarazo controlado, ciertamente minimiza mucho los riesgos. La maternidad tardía no es en sí misma mala, pero se demoniza porque su visión social suele ir acompañada de un juicio de valor. Nadie tiene derecho de decirle a los demás en qué momento vital han de quedarse embarazados. En nuestra clínica nos parecería inmoral entrar en juicios de valor, y atendemos a cualquier mujer que se encuentre dentro de una franja de edad que tenga como límite, eso sí, los cincuenta años. Con todo, nosotros somos corresponsables de traer un bebé al mundo, y hemos de tener en cuenta, por ejemplo, cuál puede ser la longevidad media de una madre tardía, según la esperanza de vida. Al recién nacido debe garantizársele un mínimo de convivencia cronológica con sus padres; por mor de esa función social, precisamente –biología aparte–, se ponen límites de edad para acceder a las terapias por reproducción asistida.

No podemos seleccionar el sexo

No es raro que algunos padres que recurren a la reproducción asistida, más por desconocimiento que por mala fe, pregunten si es posible seleccionar el sexo del hijo por concebir. Ante esas demandas, en nosotros siempre encontrarán una negativa. Técnicamente, podría llegar a ser posible hacerlo analizando la carga cromosómica del embrión, pero en España la selección de sexo está tajantemente prohibida por la ley, igual que la subrogación uterina o útero de alquiler. Este último aspecto, hay países que lo tienen regulado, mientras que en otros que no lo tienen regulado se practica igualmente. Asimismo, no podemos aceptar peticiones de gemelos o mellizos de algunas pacientes que tienen contraindicaciones médicas importantes. La naturaleza establece que los niños, en su inmensa mayoría, nazcan de uno en uno: por algo será. Si los gemelos o mellizos vienen por sí mismos, perfecto.

Principal causa de infertilidad: la edad

La reproducción asistida ha evolucionado mucho, y no dejará de hacerlo. Gracias a nuevas técnicas, estamos obteniendo mejores resultados que años atrás. No puede decirse, empero, que hayamos conseguido abaratar costes y hacerla accesible a mayores capas de población. Esa es todavía, por desgracia, una asignatura pendiente. Técnicas aparte, la mejor manera de ayudar a la reproducción es informar a la sociedad de la importancia y el impacto que la edad tiene en la fertilidad. Y en ese sentido, hay un trabajo ímprobo por hacer, porque la gente –y en esa categoría incluyo incluso a muchos médicos de cabecera– no lo sabe, ni es suficientemente consciente de este factor. Por mucho que avancemos tecnológicamente, hay algo que no podemos resolver hasta que se nos presenta: que una señora de cuarenta y cinco años se siente en nuestro despacho diciendo que quiere tener un hijo. La educación es nuestro principal caballo de batalla, porque se llega a situaciones de infertilidad por opción, no por falta de información. Es una tarea colectiva que debe empezar ya en las escuelas. Menos tratar y más educar, porque actualmente se sobreestima lo que las técnicas de reproducción pueden hacer por las pacientes, cuando, en realidad, nuestro margen de actuación es el que es.

Existe la alternativa de congelar

Si, por lo que sea, una pareja o una mujer prefiere apurar al máximo el hecho de tener hijos, antes de recurrir a la reproducción asistida tardía existen alternativas intermedias, como la preservación de la fertilidad a través de la congelación. Si en el presente, cuando se está en el momento biológico adecuado, se congela un óvulo, en el futuro no se tendrá que recurrir a la donación de óvulos. Si yo enseñara la gráfica de la edad media de las pacientes que nos llegaban a la clínica cuando empezamos a poner en marcha el programa de preservación de fertilidad, veríamos que hay, por lo menos, tres años de diferencia. Las pacientes ahora vienen antes porque nos hemos preocupado de divulgar, de dar información. En definitiva, porque hemos hecho prevención y ha funcionado.

Con la vitrificación ovocitaria se ha vivido una revolución similar a la de la píldora anticonceptiva

En Sevilla, en el año 2006, cuando la vitrificación ovocitaria era una técnica todavía experimental y no había sido aprobada por las sociedades científicas como una técnica segura, di una charla sobre el tema, y hubo un señor mayor entre el público, ginecólogo, que se llevaba las manos a la cabeza, porque consideraba que yo estaba diciendo barbaridades. Ahora se habla de la fecundación in vitro con naturalidad, pero hace solo doce años no sucedía lo mismo. Hoy en día, la capacidad de la mujer de congelar sus ovocitos es percibida por la sociedad como una revolución equiparable a la que representó en su día el acceso a la píldora anticonceptiva; por eso, en sus inicios fue atacada desde ciertos sectores que la veían, erróneamente, como la posibilidad de ser madre a la carta. No se trata de eso; pero sí es una oportunidad de embarazo natural en el momento vital que se considere adecuado. No se violenta el destino: simplemente, se ordena.

Técnica similar a la de la fecundación in vitro

La congelación ovocitaria no presenta más complicaciones que las que pueda presentar la fecundación in vitro. La única diferencia entre ambas técnicas es que los óvulos no se van a usar en ese momento, sino más adelante, cuando haya necesidad o voluntad. En sí, se trata de un tratamiento de estimulación que dura unos diez días, que se lleva a cabo tras la bajada de la regla, y que consiste en estimular los ovarios con inyecciones de hormonas y en hacer un seguimiento monitorizado por ecografías. Cuando los ovarios están listos, se procede a una punción ovárica con sedación a través de una ecografía transvaginal, a fin de aspirar los ovocitos. Aunque suene muy técnico, es un tratamiento indoloro, que no va más allá de las molestias de una punción ovárica al uso. Es una intervención mucho menos agresiva que la mayoría de las intervenciones de estética que se hacen por otros motivos menos fundamentales, y su objetivo es mucho más trascendente. La edad óptima para congelar los óvulos se situaría entre los treinta y los treinta y cinco años. Aún hay ginecólogos que no ven claro enviarnos a sus pacientes, porque no todo el mundo, incluso dentro de nuestro sector médico, está igual de predispuesto a las innovaciones. Pero, a la larga, todas las innovaciones, tanto esta como las que vendrán, se acabarán percibiendo con normalidad.

Felicidad y maternidad no son sinónimas

Yo no tengo tan claro el vínculo entre tener hijos y ser más feliz. Tener descendencia, lógicamente, forma parte del proyecto vital de la mayoría de las personas, y por algo será. Pero los hijos no traen necesariamente la felicidad. O, mejor dicho, no salvan de una infelicidad previa. La fórmula química de la felicidad suele ser personal e intransferible, y debemos respetar a quien decida no perseguirla a través de la maternidad. Además, cabe añadir a esta cuestión filosófica, relacionada también con la felicidad de las minorías por opción sexual, que nuestra ley contempla perfectamente que una pareja de mujeres, por ejemplo, pueda recurrir a la reproducción asistida. Y nosotros, como médicos, estamos a su disposición, precisamente porque somos expertos en salud, no jueces ni moralistas. En nuestra consulta nos encontramos un reflejo de la sociedad en la que vivimos, en la que, a diferencia de la de hace treinta años, se da espacio a diferentes modelos de familia. Las parejas homosexuales femeninas, que son las que nosotros podemos tratar según la ley española, tienen una característica especial respecto a las parejas heterosexuales. Estas últimas suelen llegar a nosotros resignadas, después de continuas tentativas frustradas de embarazo, mientras que las homosexuales vienen sin resignación ni frustración, sino con mucha ilusión, porque saben que solamente pueden ser madres recurriendo a la medicina.

Científicamente hablando, carece de sentido culpar a un miembro de la pareja de la ausencia de descendencia

Así como hay mucha falta de información, en general, sobre el tema, también es cierto que un segmento significativo de la población está bien informado. A nosotros nos llegan tanto pacientes que ya han sido de alguna manera diagnosticados por su ginecólogo o andrólogo, como pacientes informados, normalmente, a través de Internet, y que concluyen que no es normal que lleven tanto tiempo teniendo relaciones sexuales sin haber concebido. De hecho, es bastante habitual que nos pidan cita sin pasar por el ginecólogo o el andrólogo, y es que es menester dejar una cosa bien clara: la infertilidad es cosa de dos. Puede darse el caso de una mujer que tenga poca cantidad de óvulos y que no se quede embarazada de su pareja, pero que quizá se quedaría embarazada a las primeras de cambio con otra persona. O a la inversa; un hombre con una determinada calidad seminal que no insemina a su pareja, pero que quizá inseminaría en seguida a otra mujer. Por eso, porque es cosa de dos, no tiene ningún sentido culpar a nadie.

Pacientes de Francia, Italia o Alemania

Una parte importante de nuestros pacientes es de origen extranjero. Nuestra clínica es de ámbito internacional, de ahí que nos lleguen pacientes de los países de nuestro entorno, especialmente de Francia, Italia o Alemania. Nuestro paciente tipo empieza por una primera visita bastante completa, en la que nos pone en antecedentes y durante la cual, ese mismo día, le ofrecemos la posibilidad de hacer las pruebas complementarias que falten. Intentamos darle todas las facilidades, porque el paciente está en el centro de nuestro saber hacer y es nuestra razón de existir. No nos limitamos a los aspectos médicos, también nos ocupamos de acompañarle psicológica y empáticamente. Lo importante es que el paciente sienta que se hace todo lo posible por él, incluso en casos en los que no se logre el embarazo. Y eso, ciertamente, no es tan fácil de conseguir, porque tratamos temas muy sensibles relacionados con un proyecto vital. Por eso, tener que decir «no» cuando es necesario decirlo, resulta muy duro. Estamos ubicados en Barcelona, pero, lógicamente, intentamos adaptarnos desde el punto de vista idiomático y cultural a nuestro paciente, con el objeto de envolverle en un ambiente que sea cómodo para él. Bastante ha hecho teniendo un problema de infertilidad, cogiendo un avión y explicándole a un desconocido sus cuitas en un tema tan delicado como este, así que nuestra obligación es hacer que se sienta como en casa.

Experimentando una ambiciosa expansión

La Clínica Eugin fue fundada por dos ginecólogos barceloneses: el doctor Oriol Coll y el doctor Mario Reverter. Desde sus inicios, siempre ha tenido vocación internacional. En 2010, cuando llegué yo, Coll y Reverter abandonaron parcialmente la compañía y en su lugar se incorporaron como accionistas en un fondo de inversión. En 2013, asumí la dirección médica de Barcelona, así como la de Eugin Madrid en 2016, y hace dos o tres años iniciamos un ambicioso proceso de expansión y de integración con otras clínicas de todo el mundo. Actualmente llevo también la dirección médica del grupo. A fecha de hoy, el grupo ya suma unas 600 personas en plantilla, de las cuales más de 250 están en Eugin Barcelona, que es donde se encuentra el comité directivo de ocho personas que impulsó el proceso y que reporta a nuestro actual accionista principal. Estamos conformando un importante grupo de entidades dedicadas a la reproducción asistida, pero respetando la idiosincrasia particular de cada una. En Catalunya forman parte del proyecto Eugin Barcelona, la Clínica Cirh y el centro Fecunmed, y a nivel europeo y mundial, hay clínicas de Madrid, Italia, Dinamarca, Suecia, Colombia y Brasil.

24.000 reproducciones asistidas al año

Tengo a mi cargo unas setenta personas del ámbito asistencial, y asimis- mo coordino a los directores médicos del resto de clínicas que se están incorporando al grupo para llevar a cabo la misión de posibilitar la mater- nidad y la paternidad a aquellas personas que acudan a nosotros. El comité directivo lo integramos el director general, el director de operaciones, la directora científica, la directora financiera, el director de recursos humanos, el director de sistemas, la directora comercial y yo, la directora médica. Por otro lado, se encuentra el equipo médico, que en Barcelona está integrado por veintisiete profesionales. En el laboratorio, son veintidós personas trabajando, la mitad de ellos, biólogos. Únicamente en la Ciudad Condal, realizamos anualmente unos ocho mil tratamientos de reproducción asistida. En todo el grupo, alcanzamos los 24.000. Son unas cifras que asustan pero que, al mismo tiempo, llenan de orgullo.

Mi lugar en el mundo

Barcelona es mi hogar, mi lugar en el mundo, hasta el punto de que ya he comprado un piso aquí. Llevo nueve años viviendo en la ciudad, y mi cambio de residencia empezó en un congreso, en el que conocí al doctor Oriol Coll, uno de los fundadores de Eugin. Se interesó por mí y durante un tiempo intentó convencerme de que me viniera, lo que finalmente sucedió. Aquí me siento realizada e integrada, y me dedico a lo que me más me apasiona. Lo que no es baladí. Soy médico siendo consciente de que, quienes nos dedicamos a esta bella profesión, somos meros instrumentos al servicio de la sociedad. Para mí se equivoca el que, a través de la medicina, pretende alcanzar la gloria y la fama. Sobre la situación en Catalunya, me cuesta dar una opinión objetiva, pero sí que puedo contar cuáles son mis sentimientos acerca del tema. Pienso que estos últimos años han aflorado lo peor de las dos partes, y yo, lo reconozco, no estaba preparada para ver algo así. Los dos conceptos que me vienen a la cabeza para resumir el efecto causado en mí por este conflicto son tristeza y decepción.