Volumen 16. Biografías relevantes, empresarios de cosmética y belleza

Ana Giménez García – Utsukusy Cosmetics

Barcelona

1986

Gerente y segunda generación de UTSUKUSY COSMETICS, S.L.

 

4-7-2023

 

Desde pequeña soñaba con estudiar Bellas Artes, pero su padre la orientó hacia la industria cosmética. Allí se enamoró de un mundo que le ofreció la oportunidad de crecer como empresaria, empezando desde abajo y conociendo todos los aspectos de la compañía. La crisis económica la obligó a salir de su despacho y a buscar nuevas fuentes de ingresos que aliviaran la situación, asumiendo un rol de contacto directo con los clientes que nunca había desempeñado. Como ella reconoce, fue en la empresa donde recibió su propia y singular formación superior.

 

 

En el hogar se olía el singular y agradable perfume de mi madre

Cuando vuelvo la vista atrás y rescato mis más lejanos recuerdos, asoma a mi mente el característico olor del perfume de mi madre, Isabel. Nuestro hogar quedaba impregnado de ese singular y agradable aroma que otorgaba identidad a mi progenitora, con quien convivíamos en un sexto piso de Barcelona, vecinas puerta con puerta de Mercedes, mi abuela materna, junto a la que crecí y a quien recuerdo como el artífice de las mejores patatas fritas que nadie haya podido preparar. Dado que mi madre invertía mucho tiempo en el trabajo, en mis primeros años me mantuve al cuidado de mi abuela. Había trabajado en un taller cosiendo maletas y era ella quien se encargaba de acompañarme al colegio, de llevarme a las actividades extraescolares, de trasladarme al dentista o a cualquier otra consulta médica… Todo ello propició que estableciéramos una estrecha relación y que la recuerde con un inmenso cariño. Pese a ello, es en la figura de mi padre, José, en quien hallo la persona más determinante de mi vida, ya desde la infancia: siempre fue mi pilar. Con un carácter convincente, acentuado por su porte imponente, solía ofrecerme acertados consejos paternales. Uno de los más reiterados tenía que ver con la toma de decisiones. Todavía recuerdo cuando, al salir del quirófano tras haber sido operado por una obstrucción en las arterias por culpa del tabaquismo, me lo quiso recordar, ante lo crítico de la coyuntura: «Ana, nunca adoptes una decisión en caliente porque no tomarás la decisión correcta».

 

El ingenio, y sus dotes comerciales, le permitieron a mi padre ser un gran vendedor

Aunque mi padre había respirado en su hogar el espíritu empresario, dado que mi abuelo paterno tenía una empresa de camiones y mi abuela regentaba un bar, es de justicia reconocer que fue un hombre hecho a sí mismo. Estudió Derecho, si bien no llegó a completar la carrera, al no satisfacerle. Tampoco le convencieron sus primeros pasos profesionales, que invirtió en sendas tiendas de muebles y de electrodomésticos. Pero dotes comerciales, y sobre todo ingenio, no le faltaban. Muestra de ello es que, cuando aparecieron en el mercado los primeros televisores, tuvo la brillante idea de acudir a un punto de venta y comprar cinco aparatos. A continuación, realizó varias visitas domiciliarias, manifestando que TVE deseaba efectuar pruebas de sintonización con las antenas y que, si estaban de acuerdo, les cedían el televisor durante algunos días para contrastar la correcta recepción de la señal. El resultado, como era de esperar ante la entrada en los hogares de un revolucionario invento como ese, es que, cuando a la semana mi padre acudía para retirar el receptor, los vecinos no querían desprenderse del mismo y se ofrecían a comprarlo. Entonces él les extendía unas letras y formalizaba la correspondiente venta.

 

Al criarme entre cosméticos, este ambiente me fue impregnando, y también me enseñó la necesidad de esforzarme en la vida

Si algo cambió la vida de mi padre sería un viaje que realizó a Japón. José quedó fascinado por el país del sol naciente y su cultura. Uno de los aspectos que despertaron más su atención fue el de la cosmética, que ahí gozaba de un gran desarrollo y cuyos productos presentaban notables diferencias respecto a los que se comercializaban en España. Ante las expectativas de mercado que vislumbró, decidió asumir la distribución de una marca japonesa, Nissei-Kanpoodo, que desarrollaba productos faciales, solares y corporales. Una vez alcanzado el acuerdo con la casa matriz, y ya de regreso a Barcelona, alquiló un local en la calle Guipúzcoa para iniciar su actividad distribuidora. A tal fin, lo primero que hizo fue colgar un cartel en la puerta, donde se leía: «Se necesita secretaria». No tardó en aparecer, interesada en el puesto, una candidata que respondía al nombre de Isabel, mi madre. Fue así como se conocieron e iniciaron una relación que, más allá del carácter profesional, acabaría desembocando en sentimental, si bien tardarían varios años en formalizar el matrimonio. Como consecuencia de que mi progenitora trabajase en la compañía de cosméticos, ya desde niña mi vida transcurrió rodeada de cremas, pintalabios, lacas de uñas… Inconscientemente, ese ambiente me fue impregnando, como también me enseñó la necesidad de esforzarme en la vida. Hallaba en mi madre el mejor ejemplo, pues Isabel siempre se reveló como una mujer que, a su cariño, ternura y dulzura, añadía un espíritu luchador, sin escatimar sacrificios para alcanzar sus objetivos. Es ese un aspecto que echo en falta en las nuevas generaciones: la virtud de esforzarse. Así como en nuestra juventud resultaba obvia la dicotomía entre estudiar o trabajar, ahora existe una mayor relajación y, pese a que hay jóvenes muy válidos, no detecto el mismo grado de autoexigencia, aunque es absurdo calificarla de «generación perdida».

 

Con la FP, los jóvenes no solo desarrollan un oficio, sino también sus actitudes prosociales

Es cierto, por otro lado, que los jóvenes que hoy en día optan por los estudios superiores lo tienen complicado para insertarse en el mundo laboral con unas condiciones salariales dignas, que les permitan tanto independizarse como disfrutar de sus momentos de ocio. Solemos creer que las horas de trabajo y el esfuerzo que se invierte en el mismo se corresponden con el nivel del sueldo, pero, a menudo, sobre todo por lo que respecta a los contratos de prácticas, no es así, con lo que, en ocasiones, se termina por quemar la ilusión y motivación de quienes se adscriben a ellos. Frente a ello, la FP permite formarse plenamente en un oficio, dado que, aparte de los conocimientos técnicos sobre el mismo, ofrece en su currículo muchas prácticas en empresas, lo que por supuesto abre innumerables puertas a los alumnos, que establecen contactos que posiblemente se revelen esenciales para su futuro laboral. Asimismo, adquieren actitudes relacionales, al aprender a trabajar en equipo y a interactuar con el resto de los miembros de las compañías, tanto superiores como subalternos, y hasta con los clientes; unas habilidades prosociales muy diferentes a las que se logran durante la carrera, donde los alumnos suelen limitarse a estar encerrados en el aula por cuatro años.

 

Empecé en la empresa abriendo la puerta, barriendo o atendiendo el teléfono

Mi primera escolaridad transcurrió en el colegio Asunción de Nuestra Señora, una institución de monjas ubicada en la Rambla del Poblenou. Los estudios hallaron continuidad en las Escuelas Pías de la calle Diputació, donde cursé la ESO, ciclo que solo hacía un año que se había implantado cuando me correspondió afrontarlo. Durante los paréntesis estudiantiles de Navidad, Semana Santa o verano, solía acercarme a la empresa fundada por mi padre en 1979 para prestar un modesto apoyo. Gracias a ello, pude familiarizarme con lo que representa el mundo laboral. Empecé abriendo la puerta, barriendo o atendiendo el teléfono, para luego invertir gran parte de mi tiempo retractilando mercancía, lo cual suponía hacerme cargo de una máquina de considerables dimensiones, en la que introducía las cajas con las cremas u otros productos, que, a continuación, cubría con un plástico al que se le aplicaba calor y que, al contraerse, dejaba protegido ese género para su almacenaje y transporte. Sin saberlo, estaba aprendiendo cada uno de los aspectos necesarios para que una compañía pueda funcionar de manera óptima, algo que me sería muy útil en mi futura incorporación al negocio. Es importante en una empresa comenzar desde abajo y no, por el simple hecho de formar parte de la segunda generación, desembarcar directamente en un despacho anexo al del «jefe».

 

Una oportunidad de ponerme a prueba: asumir el relevo generacional de la entidad

El punto de inflexión en mi trayectoria vital tuvo lugar una vez superados el Bachillerato y la selectividad. Una profesora había alimentado en mí el deseo de estudiar Bellas Artes. Ella apelaba a mi talento creativo y me animaba a hacer realidad mis sueños, entre los cuales se situaba el convertirme en directora del Pabellón Mies van der Rohe, un edificio que siempre he admirado. Sin embargo, mi padre acudió a mí y me invitó a reflexionar. Él no se oponía a mis estudios si tenía claro mi proyecto, pero me rogó que hiciera el intento de probar si podía asumir las riendas del negocio. «Eres mi última bala», me imploró. «He tenido tres hijos más que han desestimado preparar este relevo y me gustaría lograr la continuidad de la empresa». La alternativa que restaba en el horizonte era la venta de la compañía, que ya por aquel entonces se dedicaba a fabricar y comercializar productos propios bajo nuestra marca, Utsukusy, a partir de formulaciones de nuestra creación, basadas en la ancestral cultura japonesa. Acabé accediendo a su propuesta cuando hizo hincapié en que, si en un par de años no me convencía ese cometido, podría reanudar mi trayectoria académica. Para una joven de dieciocho años como yo era una oportunidad de ponerme a prueba y comprobar si encajaba en ese mundo. Pensemos que los estudiantes alemanes, tras completar el Bachillerato, suelen tomarse un año sabático para autoconocerse, ya que a esa edad no acostumbra uno a presentar una cabeza lo suficiente amueblada como para adoptar determinadas decisiones respecto al futuro. Viajando, leyendo o trabajando consiguen despejar las incógnitas y garantizarse una mejor elección de carrera profesional. Si aquí hiciéramos lo mismo, se evitarían muchas frustraciones, como ocurre cuando algunos universitarios culminan su licenciatura y, al encararse con el mercado laboral, comprueban que muchas ofertas radican en emplearse como dependientes en grandes superficies.

 

En el mundo cosmético hay un rico conocimiento científico que permite crear productos innovadores

La incursión oficial en Utsukusy no resultó fácil, pues mi padre se empleaba con dureza y el nivel de exigencia que exhibía conmigo era máximo. Recuerdo no haber podido reprimir las lágrimas en más de una ocasión o haber abandonado el despacho momentáneamente ante la presión ejercida sobre mí. El talante de mi padre chocaba a menudo con mi temperamento. «Ana: ese carácter te va a matar», me advertía a menudo; no sin razón, pues yo misma me aplico esa frase cuando compruebo que emerge mi pronto más visceral. Pese a que suelo transmitir una imagen de frialdad, me afloran los nervios con la misma facilidad que me pierde la sensibilidad, lo cual provoca que arrastre a casa los problemas derivados de la empresa. Durante los dos primeros años, compatibilicé trabajo y estudios. Por la mañana acudía a Utsukusy mientras que, por la tarde, cursaba un grado superior de Estética y Balneología. Esa formación se reveló de gran ayuda, ya que aprendí a utilizar los cosméticos y conocí los distintos tipos de piel, sus características y los tratamientos a aplicar en cada caso. Igualmente, me permitió asimilar el valor de esa actividad, al comprobar que tras ella existía un rico conocimiento científico y que, ahondando en él, podíamos desarrollar productos innovadores y diferenciarnos de la oferta existente en el mercado. Por último, satisfizo una vertiente personal, ya que siempre he sido un poco presumida y coqueta; amante de pintarme las uñas y someterme a frecuentes cambios capilares, pasando de presentarme con una melena pelirroja a aparecer con el pelo corto y rubio. Profundizar en el conocimiento de la cosmética, en mi caso, no dejaba de albergar cierto aspecto lúdico.

 

La digitalización es imprescindible en cualquier compañía, pues el entorno reclama conexión permanente y capacidad de respuesta inmediata

El actividad de Utsukusy acabó absorbiéndome y ya no volvería a plantearme la posibilidad de acudir a la Facultad; la carrera universitaria la desarrollé en la empresa. Mis primeros recuerdos me trasladan a un local en el que nos atormentaba el sonido de los teléfonos, ya que cualquier llamada recibida se replicaba en todos y cada uno de los terminales. Todavía conservo en la memoria el inconfundible sonido del fax, pues en aquella época aún no habíamos implantado los ordenadores y todos los pedidos se formalizaban a través de ese invento que ahora se nos antoja como un aparato antediluviano, pero que, en su día, fue toda una revolución telemática. Como teléfono móvil, a lo sumo disponíamos de un Nokia que, por aquel entonces, constituía un lujo y que hoy consideraríamos una pieza de museo. Pero no puedo evitar cierta nostalgia de aquellos años iniciales en los que aún confeccionábamos los albaranes a mano, con unas hojas de color blanco, amarillo y rosado de autocalco. Cuando adquirí conciencia de la necesidad de optimizar los procesos, logré vencer las reticencias de mi padre a la implantación tecnológica e introduje los primeros ordenadores. Aparqué, de ese modo, las obsoletas máquinas de escribir y, tras configurar las primeras cuentas de correo electrónico, incorporé una nueva metodología de trabajo que ya no requería colgar en un tablón los pedidos que llegaban por fax. Hoy en día, la digitalización es imprescindible en cualquier compañía, pues el entorno competitivo reclama conexión permanente y capacidad de respuesta inmediata para poder satisfacer de manera óptima a una clientela cada vez más exigente.

 

Con la crisis del 2008, inicié mi faceta como demostradora de nuestros productos entre los y las esteticistas

A los cuatro años de haber desembarcado en Utsukusy, la crisis económica del 2008 impactó de lleno en nuestra compañía. Ante el adverso escenario que se dibujaba, mi padre me invitó a abandonar el despacho para conseguir ingresos que nos permitieran hacer frente a las facturas de proveedores, a los salarios, a la Seguridad Social… «Ana: el dinero está en la calle, no en el almacén», me espetó. Su estrategia residía en realizar demostraciones a profesionales del sector estético para fomentar el consumo de nuestros productos. Así las cosas, de repente me convertí en demostradora de los artículos Utsukusy en presentaciones que efectuábamos en hoteles ante audiencias de entre setenta y ochenta esteticistas. Por fortuna, a esa misión se sumó mi marido, Sergi. Cocinero de profesión, nuestros horarios resultaban incompatibles porque él solía trabajar de noche y yo, durante el día. De ahí que, ante las nuevas circunstancias a las que nos asomábamos, le propuse a mi padre la incorporación de Sergi a la entidad, sustituyendo en cierto modo a mi madre, quien deseaba relajar su dedicación laboral. Sergi siempre ha exhibido una extraordinaria locuacidad, a lo cual le une su inclinación a relacionarse con las personas y su vocación comercial, un hecho que le convertía en el compañero idóneo para esas presentaciones, en las que él se prodigaba en el argumentario mientras yo me dedicaba a la faceta técnica, mostrando manualmente cuáles eran los procedimientos adecuados a observar en cada tratamiento. Aún recuerdo mi debut en ese cometido, en un hotel de Pamplona, temblando y con los nervios a flor de piel, subida en una tarima frente a un montón de personas expectantes que no perdían de vista mis manos ni un solo segundo.

 

Relacionarse directamente con nuestros clientes y escuchar sus auténticas necesidades fue muy enriquecedor

La experiencia se reveló satisfactoria y, a medida que fui acumulando presentaciones, el pánico escénico inicial se fue diluyendo y los pedidos derivados de esos eventos devinieron cada vez más generosos. Estuve durante cuatro años ejerciendo esa labor, que resultó especialmente enriquecedora por el feedback que recibíamos. Descubrimos cuán importante era escuchar a las esteticistas, conocer cuáles eran sus auténticas necesidades, qué demandas tenían en sus centros de belleza… La relación establecida con esas profesionales era muy importante de cara a la mejora de nuestros productos, pues nos trasladaban reflexiones que, en la propia empresa, no se nos habrían ocurrido: que si el tamaño de los envases resultaba demasiado grande, que si aquel exfoliante arrojaba buenos resultados, pero el grano se antojaba excesivamente duro y no era indicado para determinados tratamientos, etc. Esas sesiones se extrapolaron al mercado internacional, realizando alguna en Alemania pero, también, acogiendo en Barcelona a distribuidores y a esteticistas del extranjero interesados en conocer cómo había que trabajar el producto. Cuando la compañía ya había remontado aquella aciaga situación y el crecimiento adquirido me reclamaba en nuestra sede para crear nuevas líneas de producto, recabé la colaboración de una buena compañera de estudios, Eli, para continuar impartiendo demostraciones. Necesitaba alguien de mucha confianza, cuyos ojos nos permitieran seguir detectando las oportunidades del mercado y poder satisfacer las necesidades del mismo.

 

Durante la pandemia tuve que volver rápido al trabajo porque teníamos que servir los pedidos a nuestros clientes internacionales

A partir de 2016, los acontecimientos se precipitaron, toda vez que nació mi hija Martina. Mi madre ya me había advertido de cómo la maternidad transformaría mi vida, pero hasta que no lo experimenté en carne propia no pude saberlo realmente. Apenas disfruté de quince días de baja maternal, pues mis responsabilidades en I+D y en gestión de personal no me permitían una ausencia más prolongada. La situación se complicó al año siguiente, cuando en Semana Santa le diagnosticaron a mi padre un cáncer de pulmón y le pronosticaron seis meses de vida que se cumplieron fatalmente como un reloj. Aquello me obligó a asumir definitivamente las riendas de la compañía y a compatibilizar la faceta de empresaria con la de madre de un bebé de un año. Poco imaginaba que, poco después, el destino nos depararía un nuevo reto en forma de pandemia y que, en esta ocasión, me vería confinada en casa dos semanas, hasta que hubo que volver a trabajar para salvar la compañía. Y es que en otros países, como Alemania u Holanda, el confinamiento se había levantado y había que servirles los pedidos. Con la ayuda de un colaborador del Departamento Internacional, Alberto, dimos respuesta a esa demanda, al tiempo que, a través de las redes sociales, empezamos a promover nuestros productos entre la clientela final para remitírselos directamente a sus hogares. Las interesadas se ponían en contacto con las esteticistas, quienes, a su vez, hacían lo propio con el distribuidor para que este se encargara de que el pedido llegara a su destino. Era un mercado incipiente, pero algo sumaba. Por otra parte, los salones de belleza y las peluquerías fueron de los primeros establecimientos que recuperaron la actividad, lo cual también nos favoreció.

 

Bienestar personal y cosmética van de la mano

Las crisis suelen resultar favorables para el sector cosmético. En 2008, por ejemplo, se dispararon las ventas de pintalabios de color rojo intenso, ante la necesidad que las mujeres tenían de vencer el ambiente depresivo. Y otro tanto pasó con el coronavirus; mascarillas faciales, tratamientos corporales… aumentaron sus ventas. No olvidemos que la cosmética es vital para el bienestar personal. Cuando alguien abre un tarro de crema por primera vez se genera un efecto ilusionante, ante la expectativa de una mejora. El color del producto, su textura, su aroma…, todo influye en el bienestar emocional de las personas. Aun así, todavía falta desplegar mucha pedagogía para concienciar de la importancia de ciertos cuidados, como por ejemplo el de la piel, ese envoltorio vital para nuestro cuerpo. Tanto la acción solar como ciertos medicamentos u enfermedades provocan serios perjuicios en la misma y todo indica que, en el futuro inmediato, el cáncer de piel cada vez será más común. Nos sigue sorprendiendo que turistas asiáticos se paseen por Barcelona con parasoles para protegerse del sol, pero haríamos bien en recordar que también nos reíamos de los que tapaban su rostro mediante una mascarilla por un simple resfriado… No solemos limpiar la piel de manera adecuada y frecuentemente acudimos al jabón de manos para ello. Ignoramos que la piel presenta un determinado pH y que existen productos específicos para su correcto cuidado dermatológico. A nadie se le ocurriría cepillarse los dientes con jabón… En Japón, de cuya filosofía derivan todas nuestras formulaciones, prestan especial atención a la piel y practican la doble limpieza, mediante una crema depuradora y un tónico para desmaquillarse. Queda perfectamente reflejado en una escena de la oscarizada película Memorias de una geisha.

 

En la actualidad, apostamos por productos de origen vegetal y principios activos naturales

Utsukusy fabrica productos para tratamientos estéticos faciales y corporales, productos profesionales, presentes en salones de belleza, spas y centros de medicina estética, aunque también disponemos de una gama on-line dirigida al cuidado diario de la piel en casa. Desde la formulación al packaging, todo pasa por un exhaustivo proceso en el que contamos con la colaboración de diferentes profesionales, seleccionados especialmente por su excelencia. Cada línea de producto se trabaja y experimenta asegurándonos sus beneficios, tanto en los resultados como para los profesionales del sector que lo aplican en sus centros; sin descuidar el margen de beneficios a todos los niveles de la gran cadena de distribución. Desde hace algunos años, hemos optado por las fórmulas bio y ecológicas, derivadas de las plantas y con principios activos naturales, desechando el origen animal que antaño presentaban la mayoría de los productos. Es cierto que la cosmética basada en elementos animales resultaba muy efectiva, pues no olvidemos que la especie humana poco tiene que ver con el reino vegetal; sin embargo, por cuestiones de ética y empatía, es una práctica que hemos desterrado.

 

Exportar es una tarea ardua: cuesta dar con profesionales de confianza en el exterior y las ayudas para ello son poco eficientes

Hace un año nos mudamos a unas modernas instalaciones, ampliando en mil metros cuadrados nuestros setecientos anteriores, donde disponemos de una sala multiuso que nos permite formar a esteticistas o mantener reuniones con los distintos distribuidores. En la exportación reside otro de nuestros retos, lo cual nos lleva a participar en la feria Cosmoprof Worldwide de Bolonia y en la Cosmoprof Asia, en Hong Kong. Tenemos muy bien cubierto el mercado nacional, estamos implantados prácticamente en toda Europa y, recientemente, hemos abierto mercado en Vietnam. Exportar es durísimo, pues no resulta fácil dar con profesionales de confianza en el exterior y las ayudas que recibimos en este sentido por parte del ICEX o de Acció son ineficientes. A ello se le suma el agravio comparativo respecto a otros territorios, pues Acció nos reclamaba pagar 4.000 euros para preparar un proyecto, sin ninguna garantía de éxito, mientras que la Junta de Andalucía ofrece ese mismo servicio de manera gratuita a las empresas de su comunidad.

 

Mi pequeña y mi gran familia, gracias a todos ellos he conseguido abrirme camino como empresaria

Utsukusy está formada por una decena de profesionales, a los cuales se les añaden algunos colaboradores externos en marketing, diseño o I+D. Siempre he procurado fomentar un ambiente familiar en la empresa, que sus miembros se consideren parte esencial de ella del mismo modo que convierto en propios cualquiera de sus problemas personales. No en vano, me relaciono tanto o más con mi equipo profesional que con algunos de mis familiares. De hecho, Utsukusy constituye mi gran familia. Es como un segundo hijo, pues, cuando entro cada día por la puerta, me siento en casa y procuro que el resto de los integrantes de la entidad comparta esa misma sensación de hogar. A todo ello contribuye el contar con Sergi, un marido que me acompaña y me anima a diario a superar cualquier obstáculo; como en su día resultó decisiva la determinación de mi padre, empujándome a asumir responsabilidades y a afrontar desafíos que parecían insalvables, así como el apoyo de mi madre. Gracias a todos ellos, he conseguido abrirme camino como empresaria en un entorno predominantemente masculino. Desconozco si Martina deseará continuar este legado, pues a sus siete años es demasiado joven para planteárselo. Aunque me gustaría que así fuera, por encima de todo deseo que trace su propio futuro y que sea tan feliz como yo lo soy en mi dedicación profesional.