Ana Morera García
Fotografia cedida
11è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Ana Morera García

Directora general de Morera Asesores & Auditores

Texto del 15/02/2019

Con su padre como gran referente, esta profesional del asesoramiento económico y fiscal ha sabido, no solo dar continuidad a la actividad del despacho fundado por su progenitor, sino incorporar nuevos servicios para satisfacer las necesidades de sus clientes. En su haber cabe destacar la apertura internacional de la firma, lo que permitió que pudiera recabar la colaboración de dos mil colegas en todo el mundo. Su condición femenina la ha llevado a vivir situaciones controvertidas, pero admite que ser mujer también comporta ciertas ventajas.

Una moto con trece años: eran otros tiempos

Mi infancia está íntimamente ligada a Llafranc, que por aquel entonces no sufría la vorágine turística actual y se mantenía como un remanso de tranquilidad. Muchas de las calles ni tan siquiera estaban asfaltadas, como la que conducía a nuestra casa, lo que provocaba que mis caídas con la bicicleta fueran frecuentes. Pero esos pequeños accidentes formaban parte del día a día de mis veranos. Sí existía una gran complicidad con mi padre, quien a los trece años me compró una moto. Disfruté mucho de aquel regalo, a pesar de que únicamente me la dejaba usar en Llafranc. Sin embargo, cuando mis hijos alcanzaron esa edad me di cuenta de que hoy en día no sería posible hacerlo; aquellos eran otros tiempos.

Una casa para cada hijo, pero sin piscina, para que acudiéramos a la familiar

Mi padre, Laureano Morera Bargués, constituye, junto con mi madre, mi principal referente vital. Juntos formaban un buen equipo. Era un hombre muy activo e inquieto, hasta el punto de que fue uno de los fundadores del puerto y del club de tenis de Llafranc. Aunque con la familia invertíamos todo el verano en el pueblo, él se quedaba trabajando en Barcelona y se reunía con nosotros los fines de semana. Era patrón de yate y salíamos a menudo con el barco que tenía. Teníamos una rutina establecida antes de salir, que era tomar un cortado, comprar aperitivo para el barco, ponerse crema, y finalmente salir. A esta rutina se añadió, cuando nacieron mis hijos, la «clara» que mi hijo mayor, Carlos, preparaba para el avi antes de partir. Cuando era niña, no solo compartía con mi padre la afición y las tareas de hacer los nudos de los amarres o colocar las boyas, sino que incluso me permitía pilotar la nave cuando salíamos del puerto. Recuerdo aquellas salidas con añoranza. Eso sí, siempre volvíamos a comer a casa, pues era una persona muy familiar; un sentimiento que consiguió transmitirme, pues si él se erigía en ese nexo de unión de todos los miembros, con el tiempo me convertiría también en la persona que asumiría ese papel, al organizar las fiestas de cumpleaños o la comida de Navidad cuando mi madre ya pidió el relevo después de casi sesenta años de organizarlo ella. Prueba del espíritu familiar de mi padre es que construyó una casa para cada uno de los hijos. Se trataba de unas viviendas independientes, pero en la misma finca. Evitó que tuvieran piscina, para que así tuviéramos que ir a la suya, lo que propiciaba que nos viéramos cada día.

Mi abuela trabajó más que un hombre

Laureano nació en 1923 en Castellfollit de Riubregós, un pueblo de l’Anoia que abandonaría de muy pequeño para venir a Barcelona con mi abuela, Montserrat Bargués Morera, quien enviudó a los doce meses de haber nacido mi padre. Su marido, José Morera Bernaus, falleció con treinta y tres años a causa de una gripe. Su condición de alcalde de la población le confería un modesto estatus, lo que propició que mi abuela gozara del respeto de los vecinos. Aun así, su espíritu de sacrificio la convertía en admirable a ojos de todo el mundo. Había quienes afirmaban que trabajaba más que un hombre. No les faltaba razón, pues ella se encargaba de dirigir a los que labraban las tierras de la familia. Además, les preparaba la comida, se la llevaba a las fincas y, mientras los campesinos almorzaban, aprovechaba para arreglar caminos, transportar piedras, etc. También acudía al mercado de Calaf andando para vender frutas y hortalizas, amén de ocuparse de la casa. Nacida en la localidad de Pujalt, al llegar a Barcelona abrió una pensión para obtener ingresos, a los que sumaba los que conseguía trabajando por la noche en un hotel y los derivados de las tierras de Castellfollit, que seguía controlando desde la distancia.

Practicando el estraperlo y víctima de palizas en la Boqueria

Al poco de haber llegado a Barcelona, mi abuela volvió a casarse con Enrique Alegre Rodríguez. Cuando estalló la Guerra Civil, el marido de su madre fue llamado a filas y sus hermanos se marcharon a Valencia, donde fueron acogidos por familiares y amigos; pero mi padre se quedó junto a mi abuela. Cuando el marido de mi abuela enviaba parte del racionamiento del tabaco, el arroz, los garbanzos, etc., mi padre era el encargado de acudir con la mercancía a la Boqueria para venderla en el mercado negro. Él, que no era de gran constitución y debido a su corta edad, recibiría palizas de gente que querían aprovecharse de su esfuerzo. Su temprana orfandad, así como todas las dificultades que tuvo que afrontar en su infancia, lo convirtieron en un hombre que supo hacerse a sí mismo y con una personalidad polifacética. Era perito mercantil, profesor mercantil, intendente mercantil, economista, censor jurado de cuentas y auditor. Además de ejercer como asesor fiscal y contable y auditor, era profesor en una céntrica academia de Barcelona y en la Cámara de Comercio. Al mismo tiempo, y cuando ya tenía más afianzado el negocio, gracias a la ayuda de un cliente y amigo que le animó a hacerlo, inició su andadura en el sector inmobiliario, construyendo casas y edificios como hobby, para distraerse un poco del trabajo del despacho. Era una persona muy perfeccionista, meticulosa y metódica, y no empezaba una obra sin haber concluido la anterior. Eso sí, contaba con la colaboración de mi madre, en calidad de visitadora de obras. Ella se encargaba de los detalles que completaban las viviendas, como los azulejos o las griferías, aunque también opinaba sobre las distribuciones de los pisos, entre otras cosas.

Sorpresa de mi padre ante el «alto o disparo» que pronunció

Mi padre me contaba muchas anécdotas de la Guerra Civil; y ahora me apena no haberle prestado suficiente atención, pues me habría gustado retener muchas más de las historias que me relataba. Una de las que me quedaron grabadas atañe a un capítulo de finales de la contienda, cuando tenía dieciséis años. Fue sorprendido por unos desconocidos en una zona montañosa, donde había una cueva. Le preguntaron si alguna vez había empuñado una escopeta. Cuando respondió que no, le pusieron en las manos un fusil y le dijeron que se apostara a la entrada de esa cueva llena de armamento; que si se personaba alguien con la intención de entrar, que le advirtiera que, si no se detenía, le pegaría un tiro. Quedó muy impresionado. Tanto que, cuando se le acercaron unos individuos, les espetó un intimidador «alto o disparo». Él mismo se sorprendió de cómo reaccionaron esas personas, pues ante su advertencia, dieron media vuelta y se fueron. Igualmente, mi padre me explicó que, a la pensión de mi abuela, acudieron a buscar a un cura que se alojaba en el establecimiento. Pese a que ella les hizo frente, los captores se llevaron al sacerdote, al que poco después fusilarían.

«¿Bajar la persiana? Ya has dejado de trabajar»

Mi madre, María Dolores García Olivencia, nació en Barcelona en 1934, por lo que se llevaba once años con mi padre. Hija de un matrimonio formado por Antonio y María Victoria, naturales respectivamente de La Mamola (Granada) y Yeste (Albacete), aunque vinieron a Barcelona de muy pequeños, durante la Guerra Civil se trasladó a vivir a la casa que tenían en La Floresta, donde el entorno era más seguro que en la ciudad y no escaseaba tanto la comida. Aun así, me contaba que, en ocasiones, recurrían a los pajaritos, para comer algo de carne. Tenía una gran amiga, Quima Tejedor, con la que iba a todas partes, incluso se hacían los vestidos iguales. Estuvieron en contacto hasta que mi madre nos dejó, en diciembre de 2017. Su carrera profesional fue extraordinariamente corta, pues mi abuelo, que ejercía sobre ella una profunda protección, quiso destinarla a una mercería como aprendiz. Pero el día en que se enteró que pretendían que su hija bajara la persiana, le dijo: «Ya has dejado de trabajar». Ignoro si su trayectoria laboral fue de dos días o dos años, pero sé que mi madre se casó muy joven, a los veintiuno, y que se volcó por completo en nuestra familia. Instruía en la cocina a las chicas que se encargaban de ese menester. Se ocupaba por completo del hogar, para que, al regresar mi padre a casa, todo estuviera perfecto, tal y como él deseaba. Puesto que solo disponíamos de un televisor, nuestro padre, cuando llegaba de trabajar, elegía qué canal, de los dos que había, sintonizábamos. Y si él deseaba ver noticias, nuestra madre apelaba a los sacrificios que nuestro padre hacía por nosotros para recabar nuestra comprensión.

Laureano Morera, un hombre trabajador, creativo, estudiante brillante y persona cultísima

Mi padre tenía una actividad muy intensa. De hecho mintió sobre su edad: cuando tenía catorce años dijo que tenía dieciséis, para poder entrar a trabajar en el Banco Hispano Americano. Por las noches hacía de cartero con el fin de ayudar más económicamente en casa; todo eso mientras estudiaba. Posteriormente, una vez que ya tenía su despacho más consolidado, empezaba la jornada a las siete de la mañana practicando el tenis en el Club Barcino jugando en «La Penya Matinera», hastalasocho, traslocualseduchabayacudíaaldespacho. A mediodía solía ir, los martes y jueves, al Real Club de Polo, donde comía con mi madre y sus amigos después de jugar un partido de tenis, para, posteriormente, continuar su labor por la tarde en su despacho, además de las clases que impartía sobre múltiples materias. Fue un alumno brillante, porque tenía una mente excepcional, aunque en el colegio se quejaban de sus travesuras en clase pues se aburría, debido a que lo entendía todo a la primera. Ante un examen, le bastaba con estudiar de camino al colegio para superar sin problemas los controles. Me explicaba que, como al salir de casa todavía era de noche, se arrimaba a las farolas para aprovechar la luz y poder leer las lecciones. Era un apasionado de la lectura y, al margen de los libros de carácter profesional, le encantaba la novela negra. Tal vez era una influencia de la época de la Guerra Civil, en la que a menudo se desplazaba a plaza Catalunya para ser testigo, en primera persona, de los acontecimientos bélicos que se sucedían. Era un devorador, también, de periódicos, pues compraba todas las cabeceras y repasaba las informaciones de manera exhaustiva, y recortaba algunas de ellas para confeccionar la revista mensual de actualidad fiscal y económica que elaboraba, y que ahora sigo editando yo para nuestros clientes. Estaba atento a todo lo que sucedía a su alrededor y a cualquier idea que se le ocurría. Para ello, llevaba en el bolsillo de la americana unos papeles sujetos con un clip, donde apuntaba lo que le venía a la mente y que podía beneficiar al despacho o a los clientes, de modo que, incluso en el cine, encendía una linterna para tomar notas si en plena película le sobrevenía algún pensamiento. Lo mismo hacía si se despertaba de madrugada con algo en mente.

Si éramos cien alumnos, nos graduaríamos tres

Mi formación se inició en la escuela Cours La Fontaine, el parvulario del Liceo Francés, que se hallaba en la calle Iradier, donde permanecí hasta segundo de EGB. Entonces pasé al Colegio Canigó, y completé mi escolaridad en Abat Oliba. También asistía a clases de inglés y francés en el CIC, además de mis clases de tenis en el Polo. Mi paso por Abat Oliba supuso un shock para mí, por el cambio de mentalidad del centro, incluyendo el carácter mixto del mismo. No obstante, propició que la llegada a la Universidad resultara más suave. Aun así, recuerdo que, el primer día, un catedrático nos advirtió que, si éramos un centenar de alumnos, nos graduaríamos tres. Esto nos «animó» a todos.

Por mis experiencias viajeras, conozco más el extranjero que España

Mi experiencia viajera es bastante amplia, gracias a los viajes familiares que realizábamos; en especial en Semana Santa, pero también durante las vacaciones navideñas, cuando solíamos ir a esquiar con unos amigos de toda la vida: primero a Courchevel (Francia), adonde llegábamos en coche para satisfacer la afición conductora de mi padre, y posteriormente, a Val d’Isère o Gstaad (Suiza). En Semana Santa solíamos acudir a zonas más cálidas y exóticas. Todo aquello alimentó en mí la pasión por viajar y descubrir nuevos países y culturas. Si hay algún viaje que recuerdo con especial cariño es el primero que hice con mis padres, a Brasil. Claro que mi madre siempre alega que hubo uno anterior, a Estados Unidos, cuando ella se encontraba embarazada de mí. Su estancia en Norteamérica coincidió con el histórico apagón de Nueva York, el 9 de noviembre de 1965, que condenó a la oscuridad a más de treinta y cinco millones de personas durante trece horas. Debido a todas esas experiencias viajeras, conozco más el extranjero que España. Mi padre nos advertía que aprovecháramos para acompañarles porque, entonces, pagaba él; que igual, cuando nos casáramos, deberíamos conformarnos con recorrer nuestro país.

De quien más he aprendido fue de mi padre

A pesar de que mis estudios los decidí yo, debo admitir la influencia, aunque sea involuntaria, de mi padre, que para mí constituía una referencia. Desde pequeña viví su profesión, pues cuando apenas tenía seis años, él me recogía, cuando podía, en el colegio y me llevaba a su despacho, donde jugaba y vivía el ambiente que en él se respiraba. Siendo adolescente, y en una época en la que no existía la informática, mi padre se llevaba a casa contabilidades de pequeñas sociedades y me enseñaba a completar el Libro Diario, el Libro Mayor, los balances… Me familiaricé con los asientos contables y constaté que aquella actividad me gustaba, y que sería un placer trabajar junto a mi padre. De este modo, una vez completado el COU, tenía dos opciones: matricularme en Derecho y ponerme a estudiar una ingente cantidad de leyes, lo cual no me seducía en absoluto, o centrarme en los números, que siempre me han cautivado. Los estudios universitarios los completé con cursos específicos en EADA sobre distintos aspectos tributarios. Asimismo, en el Abat Oliba realicé uno sobre Bolsa, pues al principio centré mi actividad en el asesoramiento sobre inversiones. Con el tiempo obtuve el título de Técnica Tributaria, a través de la Associació Professional de Tècnics Tributaris de Catalunya i Balears. Pero debo decir que, de quien más he aprendido, fue de mi padre, con el que empecé a trabajar en 1987.

Pasión por la astronomía y la fotografía

Una formación adicional que sumé a mi experiencia personal es un curso sobre Astronomía impartido en las oficinas del BBVA. Esa disciplina me fascina, en especial desde una estancia que disfruté en un rincón perdido de Mallorca, alejado de la civilización, sin luz ni agua corriente. Conservo un gran recuerdo de esas semanas, en las que podíamos contemplar el firmamento sin que la contaminación lumínica perturbara el magnífico espectáculo celeste. Allí, un amigo inglés nos instruyó en la materia, pues conocía a la perfección cada una de las constelaciones, cada una de las estrellas. Incluso lograba identificar los satélites en tránsito; y lo que para mí, al principio, eran meros puntos de luz que se movían en esa bóveda inmensa acabaron convertidos en familiares artilugios de los que sabía su nacionalidad y su frecuencia de paso. En la actualidad resulta complejo hallar un lugar donde disfrutar de ese privilegiado espectáculo. En verano, cuando vamos a Llafranc, comparto con mi hijo pequeño, Marcos, esa afición, e intento transmitirle mis modestos conocimientos. Claro que, hoy en día, ciertas aplicaciones móviles ayudan a identificar con precisión cualquier estrella.

Ciertos clientes pedían ser asesorados por un hombre

Cuando entré a trabajar en el despacho, mi padre me advirtió que allí no era la «hija de», y que empezaría desde abajo. Quiso que pasara por todos los departamentos, a fin de que conociera a fondo la labor que hacía cada cual y las dificultades que entrañaba su trabajo. De ese modo, podría evaluar cuánto tiempo requería cada cometido y así en el futuro poder asignar trabajos con conocimiento. En la época en que empecé, existía cierto recelo por parte de quienes pertenecían al género masculino sobre la capacidad como profesionales de las mujeres, especialmente en un ámbito como el nuestro, tradicionalmente reservado a los hombres. En alguna ocasión, cuando un cliente me comentaba si había venido a ver a mi padre, se sorprendía al responderle que yo trabajaba en el despacho. Incluso había clientes a quienes les generaba desconfianza compartir aspectos económicos o empresariales con una mujer. No era como ahora, que todo el mundo acepta tener una asesora fiscal femenina.

El respeto no lo heredas, sino que tienes que ganártelo

La inercia del despacho hacía que en el caso de que yo fuera apta, algo que mi padre tenía muy claro, acabaría liderándolo. Pero la condición familiar del negocio no significaba que, de modo automático, tuviera que ser yo quien se situara al mando del mismo. Tenía claro que el respeto no lo heredas, sino que tienes que ganártelo, a base de demostrar profesionalidad e invertir mucho esfuerzo. Mi padre insistía en la necesidad de dar ejemplo y, fiel a esa máxima, a la hora de incrementar los sueldos, los nuestros siempre eran los últimos; incluso muchos años no se incrementaron. De hecho, estuve varios años trabajando en el despacho sin remuneración, cosa que no me importaba pues disfrutaba aprendiendo a su lado y esa enseñanza valía más para mí que un sueldo. Allí había personas que me conocían desde los seis años, y en algunos casos me resultó fácil granjearme la confianza y la complicidad de los colaboradores, pero en otras tuve que echar mano de la psicología y la mano izquierda. Debo decir, sin embargo, que con el tiempo me he encontrado en situaciones en las que mi condición femenina me ha favorecido como interlocutora, pues acuden a mí para sincerarse porque, tal vez, hallan más empatía y se sienten más cómodos hablando con una mujer.

Considero inconcebibles las diferencias en las condiciones simplemente por razón de género

Hace unos años nuestro despacho entró a formar parte de IECnet (Asociación Internacional de Contables, Auditores y Asesores Fiscales). Con esta incorporación he tenido, gracias a los congresos a los que asisto, experiencias profesionales en el extranjero muy enriquecedoras, no solo en el aspecto profesional, sino también desde el punto de vista personal. Dichos contactos me han permitido constatar que en ciertos países la mujer está todavía más relegada que en los países de nuestro entorno, tanto social como profesionalmente, a puestos inferiores. Es una situación que me parece del todo injusta, a la vez que increíble: considero inconcebible que en la época en la que vivimos todavía existan estas diferencias de trato entre uno y otro género, sin ninguna base profesional, sino meramente por el género. Está claro que aún queda mucho por hacer al respecto, pero no únicamente en el extranjero, sino también en nuestro propio país.

Carlos y Marcos embelesaban a mis padres

Nunca pensé en renunciar a ser madre por priorizar mi carrera profesional. Es más: mi deseo era tener como mínimo cuatro hijos. Sin embargo, mis proyectos no se materializaron como contemplaba, y acabé teniendo solo dos, Carlos y Marcos. Aunque el cuidado de mis hijos me absorbía mucho, pude compatibilizar su crianza con mis compromisos profesionales. Carlos llegó cuando tenía veinticinco años, mientras que Marcos lo hizo diez años más tarde. Con el primero me permití un mes de baja por maternidad, propiciado por las facilidades que me ofrecía mi padre para conciliar el horario laboral con mis cometidos como madre. Con el segundo pude disponer de algo más de tiempo, pues al nacer a principios de julio, la baja laboral se sumó a las vacaciones de verano y no volví al trabajo hasta septiembre. Tuve la suerte de contar también con la complicidad de mis padres, que se desvivían por sus nietos. Nunca faltaron a ninguna fiesta de cumpleaños, celebración de fin de curso en el colegio, o a citas extraescolares. Para ambos, sus nietos eran una prioridad; estaban embelesados con ellos, y mi padre incluso se encargaba de traerme a Carlos desde el Club de Polo, donde el niño jugaba al tenis mientras su abuelo compartía unas partidas de dominó con los amigos.

Orgullosa del carácter solidario de mis hijos

Carlos y Marcos constituyen el motor de mi vida. Cada uno, desde su propia personalidad, me aportan un sinfín de experiencias y hacen aflorar unos sentimientos que contribuyen a mi crecimiento personal a diario. En los momentos de mayor adversidad, han sido ellos los que más me han ayudado a salir adelante, convirtiéndose en la principal razón para levantarme con ánimo cada mañana, sabiendo que, si hay algo en la vida por lo que merece la pena luchar, es por ellos. Pese a que nadie es perfecto, no puedo evitar idealizarlos, pues su imagen solo me evoca pensamientos positivos. En ellos encontré mi principal punto de apoyo cuando mis padres fallecieron, en apenas tres años, brindándome un consuelo que no tiene precio. Mi principal deseo es que mis hijos sean felices sea cual sea el camino que elijan y que mantengan su condición de buenas personas, observando los mismos principios y valores de que han hecho gala hasta ahora, y que nunca olviden que son unos privilegiados en este mundo tan complejo en que nos ha correspondido vivir. Les he inculcado, igual que hicieron conmigo mis padres, que, por esa razón, tienen la obligación moral de ayudar a los demás, y me enorgullece comprobar que Carlos colabora con varias asociaciones de protección de animales; o que Marcos, en uno de sus cumpleaños, declinara recibir regalos y decidiera destinar el dinero de los mismos a una de esas entidades. Este año, además, el benjamín me ha expresado su deseo de participar en una misión de voluntariado en Asia una vez concluido el curso.

Tras más de medio siglo casados, mi padre aún se peinaba para ir a ver a mi madre

Carlos, que ahora cuenta veintisiete años, ya se ha sumado al despacho. Fue una satisfacción incluir en la revista del 65.º aniversario del despacho una fotografía de las tres generaciones. Mis dos hijos estaban muy unidos a sus abuelos, por lo que acusaron mucho su pérdida. Mi padre falleció en enero de 2015, a los noventa y dos años, apenas tres meses antes de cumplir sesenta de matrimonio con mi madre, quien nos dejó en diciembre de 2017. Él estuvo viniendo al despacho hasta unos meses antes de su fallecimiento, cuando una estenosis que tenía de nacimiento en la columna le condenó a una silla de ruedas. Era muy presumido. Cuando acudía al despacho con bastón y veía a un cliente, me pasaba el bastón a mí para que no lo vieran con él. Los clientes, sorprendidos de verme con un bastón en la mano, me preguntaban si tenía algún problema de salud, con lo que no tenía más remedio que «delatar» a mi padre y explicarles quién era el propietario del objeto. Recuerdo que, habiendo superado los ochenta, antes de irse a comer a casa, entraba en el aseo para peinarse y acicalarse. Le pregunté en una ocasión por qué lo hacía y me respondió: «Voy a ver a tu madre». No dejó de sorprenderme, ese detalle, a esas alturas, tras tantos años casados.

Aconsejo a mi hijo Marcos que primero trabaje en la competencia

No descarto que Marcos pueda seguir los pasos de su hermano en esa decisión. Él también se muestra interesado en trabajar en el despacho y su intención es cursar un doble grado de Derecho y Administración de Empresas. A menudo me pregunta sobre aspectos relacionados con la profesión y me acompaña a los congresos internacionales a los que asisto para ir familiarizándose con el entorno, establecer contactos… Su perfecto dominio del inglés le permite entablar conversaciones con los delegados que participan en esos encuentros. Al igual que su hermano, siempre se ha revelado como muy buen estudiante. Le he advertido, no obstante, que una vez que concluya sus estudios, es preferible que adquiera experiencia en un despacho ajeno, algo que, por circunstancias familiares, yo no tuve ocasión de hacer. De este modo, con el aprendizaje en la competencia, podrá aportarnos nuevas ideas y detectar posibilidades de mejora.

Una fugaz aventura comercial que duró tres años

Antes de casarme, y justo al año siguiente de haber empezado a colaborar con mi padre, abrí una tienda de ropa en el barrio de La Bonanova, precisamente en los bajos de un edificio que había construido él. La aventura textil duró tres años; lo justo para darme cuenta de que, tras haberme casado, haber tenido a mi primer hijo, seguir trabajando en el despacho y estudiando por las noches, el día tenía solo veinticuatro horas, y no era posible, además, hacerme cargo de otro negocio. A pesar de que el comercio estaba dando beneficios, decidí aparcar esa faceta y centrar mi carrera en el asesoramiento fiscal, la auditoría y la contabilidad.

Nos auditamos mutuamente con otros despachos

Aunque mi padre ya no está, en ocasiones, al descolgar el teléfono, todavía hay quien espontáneamente responde: «Despacho de Laureano Morera, dígame…». La firma ha experimentado una clara evolución y hemos ampliado nuestro abanico de servicios. El área de auditoría, por ejemplo, la incrementamos ante el crecimiento de la demanda de este tipo de servicio. La mayoría de las que realizamos son voluntarias, pues el empresario desea conocer si su compañía presenta deficiencias o aspectos en los que puede mejorar. Las obligatorias son escasas y la mayoría responden a diferencias entre socios o a temas vinculados a herencias, que provocan muchos recelos entre los sucesores. Como cualquier empresa, estamos sometidos a revisiones aleatorias por parte del Instituto de Contabilidad y Auditoría de Cuentas, el ICAC, al margen de que, voluntariamente, nos cruzamos inspecciones con otros despachos que forman parte de IECnet, a fin de comprobar que todos los auditores de la red estamos realizando bien nuestro trabajo, cumpliendo con las normas internacionales, garantía imprescindible para poder recomendar otros despachos a nuestros clientes.

Decidí abrir el área internacional pese a las reticencias iniciales de mi padre

Cuando llegué a la conclusión de que el despacho debía abrirse al panorama internacional, debido a la globalización y a las necesidades de nuestros clientes, que cada vez solicitaban más servicios en el extranjero, se lo comenté a mi padre, pero él se mostró reticente, pues consideraba que era «meternos en un lío» que no dominábamos. Su talante era más conservador que el mío, e incluso más celoso de la intimidad del despacho. Sumarnos a IECnet nos ha permitido ofrecer servicio en cualquier punto del planeta, al contar con una red de colaboradores en la mayoría de países del mundo. Ello también nos ha obligado a intensificar nuestra formación en inglés, que es el idioma vehicular en el que nos manejamos. Recuerdo que, en el 2014, en el congreso de París, tuve que hacer la presentación en ese idioma. Para mí, que me resulta incómodo hablar en público, asumir ese cometido constituyó todo un reto. Sin embargo, con el tiempo nos hemos acostumbrado a trabajar con todos esos profesionales e, incluso, en 2016 organizamos el congreso de IECnet que concentra el área de Europa, Oriente Medio y África (EMEA), con unos sesenta participantes. Ahora, la organización nos ha pedido de nuevo que nos ocupemos de la preparación de un nuevo congreso, que se celebrará este próximo mes de septiembre de 2019, lo que representa una gran satisfacción para mí.

Disponer de un grupo multidisciplinar y muy involucrado

Uno de los elementos identificativos de nuestra firma es la revista que publicamos mensualmente: Actualidad Fiscal y Económica. La inició mi padre en 1955, tres años después de haber abierto el despacho; de manera modesta, con ediciones que apenas superaban las seis páginas. Escogió el color salmón porque identificaba a la prensa económica, y en ella incluimos información de interés para nuestros clientes de cara a facilitar su toma de decisiones desde el punto legal, financiero y fiscal. No pretendo ofrecer una publicación técnica, sino divulgar de manera comprensible determinados casos o sentencias para que personas no expertas en estas materias puedan entenderlos. Procuro, asimismo, incluir en ella algunas noticias curiosas para dar un carácter ameno a la publicación sin sacrificar su objetivo pedagógico. Asimismo, cada mes invito a alguno de los treinta profesionales que constituyen nuestro equipo humano a redactar un artículo, a fin de hacerles partícipes de la revista y de que puedan contribuir con su conocimiento al enriquecimiento de la publicación. Mi propósito es seguir disponiendo de un grupo multidisciplinar e involucrado con la empresa, de ahí que también haya optado por una distribución de las áreas que facilita la interacción entre profesionales. La escasa rotación de profesionales que tenemos en el despacho constituye un buen indicador del grado de satisfacción que les comporta trabajar en el mismo. Además, la confianza de nuestros clientes, muchos de los cuales siguen confiando en nosotros después de mucho tiempo, nos avala.

En definitiva, estoy más que agradecida a mis padres, ya que gracias a ellos, soy como soy y, sin su ayuda y ejemplo, no estaría donde estoy.