Anna Balletbò Puig
Fotografia cedida
10è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Anna Balletbò Puig

Periodista, exdiputada por el PSC en el Congreso de los Diputados y presidenta de la Fundación Internacional Olof Palme

Texto del 21/05/2018

Profundamente inquieta y activa, luchó por convertirse en periodista compatibilizando múltiples carreras académicas y laborales. Durante dos décadas ejerció como diputada en el Congreso, viviendo en primera persona (y embarazada) el intento de golpe de Estado del 23F. En ese episodio no optó por un papel de espectadora, sino que estableció contacto directo con el Rey. Fiel a su trayectoria y a sus convicciones, mantiene una intensa actividad en la defensa de los derechos humanos en el mundo.

 

Resultó frustrante ver que mi padre tenía que dormir en la azotea

La calle Prim de Santpedor me vio nacer, y ahí sitúo mi primer recuerdo de infancia, jugando en la calle con el cuerpo lleno de arañazos y cubierta de barro hasta las orejas pero inmensamente feliz. Ese archivo en la memoria se combina con mi primer viaje a Barcelona, adonde emigró mi padre, Joan, después de que un tío abuelo le hubiera ofrecido trabajar en una lavandería. Aunque su familia permanecería en Santpedor, él residiría en la capital. Y el día que viajé con él para que me enseñara la casa donde viviría, me impresionó la inacabable escalera de mármol. Ascendimos pisos y pisos hasta que, al llegar a lo más alto, le pregunté si era allí donde se hospedaba. «Un piso más», me respondió. Resultó frustrante comprobar que mi padre tenía que dormir en una habitación en la azotea, presumiblemente concebida para el conserje del edificio.

Mi tía era abuela de Pep Guardiola

Mi padre tenía dos hermanas, una de las cuales era abuela de Pep Guardiola, exjugador y técnico del Futbol Club Barcelona. La otra, mi tía Maria, regentaba una de esas típicas tiendas de pueblo en las que se vendía de todo. Con ambas mantuve una intensa relación, tanto mientras estuvimos viviendo en Santpedor como cuando, habiéndonos trasladado a Barcelona, acudíamos a mi pueblo natal para disfrutar del verano. Mi tía Maria me permitía ayudarla a despachar en la tienda y yo me lo pasaba en grande. También era muy estrecha la relación con la abuela Carmeta, madre de mi padre, una mujer muy culta, que me enseñó a leer a partir de la literatura en catalán que guardábamos en casa, heredada de la época republicana. Con ella, leíamos cuentos, relatos de Folch i Torres… Prima del célebre padre Ignasi Casanovas, era muy religiosa y hubiera querido ser monja. Sin embargo, su familia le buscó marido para casarla, enviudó bastante joven. Mi padre era el benjamín en el hogar y tuvo que abandonar los estudios para empezar a trabajar como agricultor y asumir así la responsabilidad de tomar las riendas de la familia.

Familiarizada con el entorno de las colonias textiles, contribuí a su reconversión

Siempre he mantenido el vínculo con mis orígenes. Durante años participé intensamente en campañas electorales en las comarcas del Bages y el Berguedà, como también me impliqué en encontrar salida a la crisis de los ochenta que afectó a esas zonas, tradicionalmente vinculadas a la industria textil y donde proliferaban las colonias. Recuerdo que muchos familiares trabajaban en la fábrica y que, cuando pasaba el verano en casa de mi tía abuela, Encarnació Castelló, ella madrugaba para ir a la fábrica textil donde trabajaba y me dejaba en la mesilla de noche un trozo de bizcocho y un vaso de leche que yo encontraba al despertarme. Tras el desayuno, iba andando hasta la fábrica, donde me familiaricé con todo ese entorno industrial: unas naves inmensas en las que imperaba un ruido ensordecedor que había llevado a los obreros a desarrollar su propio lenguaje de signos para hacerse entender de punta a punta de las instalaciones. Las colonias constituían núcleos de población con todos los servicios posibles: economato, enfermería, escuela, iglesia… El deterioro de la indústria textil en los ochenta, debido a la segunda globalización y al cambio tecnológico –telares automáticos–, comportó un plan de reconversión y una drástica reducción  de plantillas. Muchas empresas se reconvirtieron en cooperativas o sociedades anónimas laborales. Yo misma intervine, junto al director general de cooperativas, en la búsqueda de soluciones para aquellas compañías y sus trabajadores.  Esas empresas se caracterizaban por tener una maquinaria obsoleta y una carga laboral importante que aconsejaba una reducción de plantilla vía jubilaciones. Surgió un problema añadido, al comprobar, en algunos casos, que no se habían abonado las cuotas a la Seguridad Social de muchos de aquellos obreros, con lo que difícilmente aceptarían renunciar a su trabajo si no tenían derecho al cobro de la jubilación. Finalmente, logramos salvar la situación y alcanzamos acuerdos para que accedieran a la pensión correspondiente.

En los conflictos bélicos se cometen actos de los que la gente acaba arrepintiéndose

La Guerra Civil no solía formar parte de los temas de conversación en nuestra familia, ni en muchas otras. Mi interpretación es que en los conflictos bélicos se cometen actos de los que la gente acaba arrepintiéndose, pues en situaciones extremas frecuentemente se adoptan decisiones irreflexivas. Aun así, esporádicamente nuestro padre nos había revelado algunas vivencias, si bien nos advertía de que no habláramos de ello en la escuela. Años después, siendo ya mayor, le pregunté si durante la guerra había matado a alguien, pues era una inquietud que me había acompañado durante años. Me alivió su respuesta: «De manera consciente, no». Añadió que, una vez, se había topado con un joven del bando nacional y que le espetó, violentamente y a gritos, que huyera y no le obligara a disparar. Hay ocasiones en las que te enfrentas a situaciones en las que intentas que las pasiones no te dominen, a fin de evitar actos que con la cabeza fría son inaceptables.

Con el inglés, al fin del mundo

Mi escolaridad transcurrió en el colegio público Reyes Católicos, en la calle Aragó de Barcelona. Fue una etapa marcada por la inadaptación, a consecuencia de una tuberculosis que sufrí. Aquella enfermedad comportó que perdiera el ritmo de los estudios, pues al ser contagiosa no podía acudir a la escuela. Resultaba duro ver que los compañeros de clase progresaban, mientras que yo me veía obligada a repetir curso. Aun así, logré superarlo, si bien posteriormente contraería el tifus, víctima de mi osadía en una apuesta con una amiga que me retó a beber agua de un pozo insalubre. Finalmente, acabaría abandonando los estudios en quinto de Bachillerato. Fue una oportunidad. Mi padre envió a mi hermano a Londres para aprender inglés. Aquello me llevó a reivindicar idénticos derechos, pues mi padre siempre aludía a que como chica tenía los mismos derechos que mi hermano. Mi insistencia obtuvo premio y finalmente mi progenitor accedió a matricularme en un internado de Inglaterra. Inicialmente, tenía previsto invertir ahí un verano, pero a la postre se convirtió en un año. Aprender inglés me abrió las puertas del mundo.

Mi escuela fue el mostrador de mi tienda

A los catorce años ya había decidido que quería ser periodista. Sin embargo, mi padre se negaba a que estudiara en Madrid, pues entonces no existía la Escuela de Periodismo en Barcelona. Después de reanudar y finalizar el Bachillerato pude estudiar Periodismo en la Institución Cultural del CIC, delegación de la Escuela de Periodismo de Madrid que impulsó el párroco Joan Alemany y donde coincidimos Ramon Barnils, Josep Maria Casasús, Antonio Franco… o quien sería mi marido, Eugeni Giral. Fueron unos años excitantes, de mucho aprendizaje, en los que también debíamos aplicarnos cierta autocensura para conseguir aprobar la reválida en la Escuela Oficial de Periodismo en Madrid. En aquella época yo había iniciado mi carrera como empresaria, en una tienda de souvenirs en la Costa Brava. Aquella faceta me curtió mucho, pues regentar un punto de venta, con apenas veintidós años y teniendo a mi cargo a once personas, me obligó a asumir muchas responsabilidades. Cierto día, compartiendo conversación con José Luis Bonet, presidente de la empresa Freixenet, con quien me une una gran amistad, y rememorando aquella época me dijo que mi escuela había sido el mostrador de la tienda. En buena parte tenía razón, porque allí aprendí mucho de la vida real. Asimilé una posición de liderazgo que me condujo a un rápido ejercicio de análisis cuando entraba un cliente en el establecimiento y que consistía en calcular cuánto podría representar para el negocio aquella visita. Era básico saber distinguir a un consumidor, que te mantendrá entretenida durante largo tiempo para comprar una mera crema bronceadora, de un turista alemán de alto poder adquisitivo y que, si lo atiendes convenientemente, no solo se comprará una chaqueta de cuero sino que acabarás convenciéndole para que compre unas maletas sofisticadas a juego.

Más de hechos que de palabras

Siempre he hallado gran satisfacción en la puesta en marcha de ideas e iniciativas. Me gusta estar detrás de cualquier proyecto, verlo desde la tramoya, porque, si bien me apasiona el resultado del espectáculo desde la platea, me interesa observar previamente cómo se estructura desde el escenario para poder disfrutarlo luego desde la butaca. Asimismo, me considero una mujer más de concreción que de tertulia. Las relaciones públicas requieren invertir mucho tiempo, en ocasiones excesivo, y yo prefiero aprovecharlo en cosas concretas. Tener cuatro hijos y ser una apasionada del periodismo, la empresa y la política, no permitía desaprovechar ni un minuto de tiempo. Es cierto que las personas nos comunicamos con palabras, e incluso con gestos, pero en última instancia lo que nos define es nuestra trayectoria vital, independientemente de lo que puedas explicar y de la imagen que intentes transmitir de ti. En este sentido, debo decir que mantuve discretamente mi faceta empresarial en el entorno estudiantil, pues en ese ambiente «progresista» y en la época, a mis compañeros probablemente les hubiera resultado difícil entender que regentaba un negocio. Solo Ramon Barnils sabía que tenía una tienda con la que me ganaba la vida y que me permitía algún capricho, como tener un coche; eso sí, procuraba aparcarlo un poco lejos de la Escuela de Periodismo, para evitar tener que dar demasiadas explicaciones.

«Los muertos no me asustan y, si tengo la regla, no falto al trabajo»

No fue ese mi único negocio. Cuando me enfrenté a mi admirado padre y abandoné el hogar familiar, creé un parvulario. Eso me impulsó a estudiar Magisterio, pues necesitaba el título correspondiente. En definitiva, que mi vida era muy activa, pues estudiaba Periodismo, Magisterio, trabajaba como profesora y, además, había empezado a hacer prácticas en Tele/ eXpres, periódico donde coincidía con José María Soria, Pere Oriol Costa, Manuel del Arco, Mateo Madridejos, Carles Sentís… Mi madre no entendía que pudiera compatibilizar tantas actividades     y creo que incluso creía que la engañaba. Puse fin a las discusiones domésticas marchándome de casa a los veintitrés, lo cual me costó tres años sin que con mi padre nos dirigiéramos la palabra. Afortunadamente, más tarde esas diferencias quedarían superadas. Siempre nos quisimos y nos admiramos el uno al otro. Cuando, con la carrera terminada, surgió la posibilidad de incorporarme a la radio, no desestimé la oportunidad. El periodista Carles Sánchez Costa tenía dos ofertas laborales y me pidió vernos para ayudarle a decidir por cuál debía optar. Le proponían una sustitución en Radio Nacional de España o trabajar como redactor en el Diario de Barcelona. Le recomendé el periódico, pues resultaba una elección más prestigiosa y segura en aquel momento. Al comentarme que iría a presentar su renuncia a la emisora, le dije que no se preocupara, que yo me encargaría de hacerlo. Así, me presenté en Radio Nacional y solicité ver al jefe de informativos, Alfonso Banda. Había elegido un vestuario adecuado, una combinación en rojo y negro que basculaba entre los colores falangistas y los anarquistas. Le informé de que Sánchez Costa había declinado su oferta, pero que yo buscaba trabajo, y que mi licencia de prensa era la 5353. Mi actitud inicial le generó inquietud, pero al percibir sus dudas, le espeté que «los muertos no me asustan y, si tengo la regla, no falto al trabajo». Ignoro quién de los dos se puso más colorado, pero días más tarde empezaba a trabajar en la radio.

Intentaron minarme la moral pero resistí

Estando en Radio Nacional de España, convocaron oposiciones tanto en la emisora como en Televisión Española. No tenía intención de presentarme más que a las de radio, pero la insistencia del gerente de la empresa me hizo cambiar de opinión. La inicial desconfianza en el proceso se tornó ilusión al lograr la plaza en los estudios de Sant Cugat del Vallès. En el circuito catalán de TVE invertí muchos años de mi vida, asumiendo informativos, secciones de instituciones catalanas, programas sobre consumo… Hasta que decidieron recluirme en un pequeño habitáculo en el que apenas había luz, porque era la sala de montaje, con el propósito de minar mi ánimo y como castigo tras ponerse en evidencia mis afinidades con Convergència Socialista, embrión del PSC. Todo a raíz de haberme incluido, por un malentendido, en el cartel con el que anunciaban el primer mitin político que los socialistas celebrábamos después de la Guerra Civil y que llenó hasta la bandera el Palau Blaugrana. Confiaban en socavar mi moral para que abandonara mi trabajo en TVE, me abrieron tres expedientes como enlace sindical, que lógicamente gané. Como me habían relegado y había perdido los programas que coordinaba, me matriculé en Historia Moderna y Contemporánea. Impulsando Convergència Socialista en RTVE, conseguí afiliar a una treintena de militantes. Afiliada a la UGT, me eligieron Secretaria General del Sindicato de Radio y Televisión y convencí a unos trescientos afiliados entre las empresas del sector en Catalunya. Nuna pensé en tirar la toalla. Mi secretario de organización en el sindicato, Luis Paniello Limiñana, incluso viajó a la localidad de Pals para afiliar a trabajadores de Radio Liberty, que era la emisora de los Estados Unidos con fama de ser de la CIA. Cuando me lo comentó, no salía de mi asombro. Eran tremendos.

Del parvulario a la Facultad de Periodismo y a la BBC

Tras siete años de lidiar con el parvulario, traspasé aquel centro a los maestros. Pese a sentirme capaz de compatibilizar múltiples actividades, la escuela era modesta y eso me obligaba a asumir un sinfín de funciones: directora, profesora, transportista, cocinera… Y una vez conseguido un trabajo estable como periodista, a lo que quería dedicarme, preferí renunciar a esa faceta. Magisterio y periodismo mantienen muchos puntos en común, como es la transmisión de conocimiento. Y aunque abandoné el parvulario, continué impartiendo clases, pues de inmediato contactó conmigo el actor Xabier Elorriaga para que me sumara al equipo docente de la flamante Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Autónoma de Barcelona, que necesitaba incorporar profesorado para cubrir las asignaturas de radio y televisión. Acepté el envite, que compaginé con una labor periodística cada vez más activa, lo que me llevó a mantener numerosas colaboraciones en revistas y periódicos. Durante años mantuve una columna de opinión diaria en El Correo Catalán. Por aquel entonces, el periodismo se vivía de un modo distinto al actual. Había dos tipos de profesionales: el de «mesa» y el de «calle». Este último ahora está casi desaparecido, pues desde las redacciones se asiste a un bombardeo tal de inputs que a menudo resultan de difícil interpretación. En aquella época empezaban a surgir las primeras notas de prensa, emitidas por partidos políticos o colegios profesionales. Aun así, se intentaban contrastar los contenidos, buscando opiniones contrapuestas. Esa práctica la alimenté en especial en mi época en    la BBC. Había solicitado a TVE una excedencia de tres meses en verano para conocer cómo trabajaba el canal público británico, considerado todo un oráculo. Los ingleses se referían a él como The Voice of God, «la voz de Dios». Me presenté en la redacción, dispuesta a trabajar para el servicio en español: Spanish Service. Me dijeron que, de momento, no tenían labor  alguna  para  encomendarme. Les dije que no me importaba, que sabría esperar. Y me planté ahí con un libro, dispuesta a invertir paciencia y a no rendirme. La situación les debió de resultar tan sorprendente que, al segundo día, ya empezaron a adjudicarme trabajo; en concreto, un programa que se llamaba El mundo desde Londres.

Si damos por ciertas determinadas tesis sin contrastarlas, corremos el riesgo de vivir en el engaño

En la BBC aprendí que no hay verdad ni mentira, sino que existen hechos y que, para acercarte a ellos, no basta con una fuente, sino que debes obtener dos visiones opuestas como mínimo. Es una práctica que antes resultaba muy común, pero ahora la sociedad tiene una fe ciega en internet y ello conlleva una perspectiva deformada de nuestro entorno, a veces uniforme. Los hechos presentan matices y, si damos por ciertas determinadas tesis sin contrastarlas, corremos el riesgo de vivir en el engaño. Peor aún: la sociedad se está acomodando a no pensar, pues para ahorrarse el esfuerzo de reflexionar otorga crédito a lo primero que le transmiten. La información se mantiene tan viva como siempre, pero la prensa sufre las consecuencias de tres factores: la reducción de la publicidad,  la irrupción  de Internet  y,  más  recientemente,  la proliferación de las fake news. La información digital tiene muchas ventajas pero presenta carencias de  contexto  respecto  a  la  prensa  convencional en papel. En los periódicos, hay elementos que adquieren significado, como la medida del titular, el espacio que ocupa la noticia, la página en la que se ubica, la sección en la que se incluye, junto a qué noticias está colocado ese contenido, etc. En cierto modo, al prescindir de toda esa contextualización, el periodismo pierde «enteros».

Momentos convulsos durante la Transición

Durante veinte años ininterrumpidos fui diputada en el Congreso por el Partido de los Socialistas de Catalunya, desde el 1980 hasta el 2000. Fue una época extraordinaria. Viví en primera persona el intento de golpe de Estado del 23F, cuando el teniente coronel Tejero irrumpió con varios miembros de la Guardia Civil en la Cámara Baja. En aquel contexto histórico, menudeaban las conspiraciones. El presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, había gestionado la Transición buscando equilibrios. Pese a haberse comprometido con los militares que los partidos extremos –Fuerza Nueva y PCE– quedarían al margen del nuevo proceso político, la posibilidad de que la democracia española apareciera deslegitimada si no se legalizaba al Partido Comunista le llevó a legalizar a las formaciones de Blas Piñar y de Santiago Carrillo para que se presentaran a las elecciones. No solo el ejército era reacio a la decisión de legalizar el PC, sino también la banca, cuya cúpula se reunía trimestralmente bajo la batuta de Alfonso Escámez, que por edad presidía la asociación que agrupaba a las siete principales entidades del país. El entorno era complejo, pues  ETA  asesinaba  sin piedad y sin descanso;  miembros  de la Triple A  argentina  habían  buscado  refugio en España tras la muerte de Perón; en las calles de Madrid y Barcelona se sucedían las movilizaciones… El director de Radio Nacional de España, Eduardo Sotillos, me llegó a confesar que en su coche siempre llevaba una muda, pues ignoraba cómo podían derivar los acontecimientos y en dónde le correspondería  pasar  la noche. Yo misma sufrí en mi domicilio de Barcelona varias pintadas amenazándome, e incluso alguna visita indeseada de policías de paisano armados con pistola que hacían horas extra para amedrentar a periodistas. Siendo ya diputada y embarazada de mis hijos gemelos el nivel de presión  era tal que había días en los que prefería alojarme en el Hotel Meliá para no quedarme sola en mi buhardilla de la calle Antonio López de Madrid. La conseguí gracias a los buenos oficios de los militares de la UMD. Era de la madre de uno de ellos, Delás, del grupo de Juli Busquets, José Luis Pitarch, Fernando Reimlein… Posteriormente supe que había tenido de inquilino varios años al galán y actor Arturo Fernández. Una auténtica «garçonnière».

Durante el 23F, solo pude pensar en no perder a mis bebés

El episodio más grave llegó el 23 de febrero de 1981, en el Congreso de los Diputados. Durante la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo por dimisión de Adolfo Suárez. Irrumpió en el hemiciclo el comisario de las Cortes seguido de un Guardia Civil que lo encañonaba, como huyendo de la Benemérita, lo cual resultaba sorprendente. Juli Busquets, que se sentaba a mi lado, me informó de que quien había subido a la tribuna era Antonio Tejero, involucrado en la Operación Galaxia, otra de las conspiraciones de la etapa de la Transición. En la mente tenía muy frescas las imágenes de un vídeo doméstico de los funerales de monseñor Romero en El Salvador, en los que la policía cargó a caballo sobre la gente que se congregaba en la plaza, por lo que, al oír las ráfagas de ametralladora en el hemiciclo, pensé que nos liquidaban por filas. Aun así, mi angustia se centraba en no perder a mis bebés. Me acuclillé y busqué cobijo en el escaño, como prácticamente la mayoría. Si, Santiago Carrillo permaneció sentado, tenía razones para ello, pues se estaba recuperando de una intervención quirúrgica en la rodilla que le hubiera impedido agacharse. Seguro que también pensó que, si había una lista de políticos para sacrificar, él y Juan María Bandrés serían quienes la encabezarían y mejor mantener la dignidad. Cabe señalar que los diputados teníamos derecho a llevar arma, una normativa heredada de las Cortes franquistas, y que algunos representantes de la UCD la guardaban en el bolso o en la chaqueta. Sin embargo, no aparecieron en escena más armas que las de los golpistas. Con la mayor de las determinaciones, decidí que debía velar por mi embarazo y abandonar el Congreso. Un joven uniformado, un capitán de tráfico, me preguntó si me habían herido. Le dije que no, pero que estaba embarazada y que quería salir de la Cámara. El militar, posiblemente descolocado ante mi desparpajo, se prestó a colaborar. No podía negarse, le cogí del brazo.

Llegué a hablar con el Rey antes que Jordi Pujol

De camino hacia la salida del hemiciclo, aún tuve tiempo, en una reacción sorprendente, de decirle a Ernest Lluch, que permanecía en su fila de bruces boca arriba, que se tranquilizara, que una vez que estuviera fuera del Congreso recabaría ayuda para que todos pudieran abandonar la Cámara. Tras decírselo, me di cuenta de que iba agarrada del brazo de ese agente de la Guardia Civil y de que me había dirigido a Ernest en catalán. El guardia no se inmutó y me comentó que había entendido perfectamente lo que le había dicho a Ernest porque había cumplido el servicio militar en Catalunya. Al llegar a los pasillos, me conmocionó ver que había numerosas personas tendidas de bruces en el suelo y un buen número de pistolas amontonadas cerca de los ascensores. Los golpistas habían desarmado a chóferes y escoltas de los altos cargos. Decidí ir al guardarropía a recoger mi bolsa de viaje. De manera incomprensible, el conserje, que se hallaba tumbado en el suelo, abandonó su posición para entregarme mi equipaje y solicitarme la placa identificativa: estábamos en una situación crítica, en pleno golpe de Estado, y el funcionario quiso cumplir escrupulosamente con su cometido… Solicité al guardia civil que me ayudara a enfundarme el abrigo, y el número obedeció como guiado por un resorte mientras el conserje volvía a tenderse en el suelo. En el trayecto hacia la salida nos topamos con algunos militares que inquirieron sobre mi decisión de abandonar el Congreso, pero logré mi propósito. Lo primero que pensé fue en llamar al Rey, a fin de preguntar qué sucedía. Contacté con Joan Raventós, quien me facilitó el teléfono de Jordi Pujol. Al hablar con el president Pujol, me preguntó para qué quería el número del monarca. Es decir, que a Pujol no se le había ocurrido contactar con el Jefe del Estado en esa situación tan dramática, y le di indirectamente la idea. Poco después hablaba con el rey Juan Carlos y tenía la oportunidad de facilitarle información de primera mano y en primera hora.

«Uno que se ha puesto nervioso y ha hecho una tontería…»

Creo que el Rey jugó el papel que le correspondía, pese a las dudas sembradas sobre su actitud ante el golpe de Estado. De haber existido complicidad con los golpistas, habría quedado subordinado a ellos. Quienes asumen  tal iniciativa en la historia, no están dispuestos a permanecer relegados. Sabíamos que entre los militares había inquietud por el ritmo que adquirían los acontecimientos: asesinatos de ETA, grandes movilizaciones en las calles, aprobación de los Estatutos de Autonomía, presencia de la ikurriña y la senyera en edificios institucionales, debilidad de la UCD, presiones del Vaticano, poca confianza de los EE. UU. en el papel de España de la Europa del sur, donde había fuerte presencia de eurocomunistas en Italia y de comunistas en Portugal… Cuando conseguí hablar con el Palacio de la Zarzuela, lo primero que me preguntó don Juan Carlos fue si había heridos y si había reconocido a algún asaltante. «Uno que se ha puesto nervioso y ha hecho una tontería…», respondió a mi pregunta. Tras facilitarle detalles de la situación, y después de que tuviéramos que interrumpir la conversación en varias ocasiones al recibir llamadas de distintas capitanías, le pregunté qué pensaba hacer. «El Rey está al servicio de los más altos intereses de España y de la democracia.» Aquellas palabras me tranquilizaron, si bien preocupada como estaba por los sucesos me ofrecí a tomar un taxi y acudí a la Zarzuela. Su Majestad me aconsejó que descansara, sobre todo teniendo en cuenta que estaba embarazada. Pero yo no podía irme a dormir y me ofrecí a tomar notas, atender llamadas… Finalmente, acabé en la sede del PSOE y me instalé en el despacho de Alfonso Guerra. Le revolví todas las carpetas y, en especial, las que ponía «confidencial». Alguien tenía que conocer los secretos. Me comí sus galletas y le dejé una nota explicándoselo. Lo peor que podía suceder en esos momentos es que alguien llamara a la sede del partido y nadie atendiera al teléfono. Contactaron compañeros de toda España: Vigo, Valencia…, dispuestos a salir a manifestarse a las tres de la madrugada alegando que los fascistas habían irrumpido en la calle. Intenté calmarles. Raimon Obiols, que ya no era diputado en Madrid pero formaba parte de la Ejecutiva Federal, se desplazó desde Barcelona en un avión completamente vacío. Con su sentido del humor inglés, me dijo que dado que los dos estábamos instalados en la sede del PSOE, en la calle Santa Engracia, con mando por ausencia de los titulares, era el día de máxima representación del poder del PSC en el PSOE.

Todos los golpes de Estado, incluso los que prosperan, suelen ser chapuceros

Los golpes de Estado, en cualquier parte, suelen  ser chapuceros. Incluso los que llegan a prosperar. Esa madrugada se planteó una operación de los Grupos Especiales de Operaciones, GEO, que tenían que irrumpir en el Congreso a través de la cúpula de cristal y detonar previamente una bomba en la puerta principal del Congreso. Obiols se desplazó al Ministerio del Interior desde donde me llamaba por teléfono. Estaban reunidos con Francisco Laína al frente de un gobierno de facto que asumió las funciones del ejecutivo secuestrado en las Cortes. Intercambiábamos información y me preguntó cómo veía la operación prevista por los GEO. Me temí lo peor. Una actuación de esta clase era muy arriesgada. Teniendo en cuenta que a esas alturas muchos guardias civiles de la academia armados con metralletas debían de estar muy inquietos al haberse dado cuenta de que los habían utilizado. Aquello podía acabar mal. Pero había nervios y cierta urgencia por entrar, pues a las siete de la mañana, cuando despertaran los cuarteles, la respuesta de estos era una incógnita. Mi opinión fue desaconsejarlo y ganar tiempo. Del clima tenso que se vivía da fe una anécdota que me sucedió cuando, habiéndome trasladado previamente al edificio en el que La Vanguardia tenía su corresponsalía, y que alojaba a la Cope, los compañeros de esta emisora me preguntaron en directo en antena si había que aplicar la pena de muerte a los golpistas. Conseguí salir del atolladero alegando mi ignorancia sobre el código militar, pues cualquier declaración podía volverse en mi contra en un inminente futuro, sobre todo si el golpe prosperaba. Posteriormente, el diputado canario de la UCD, José Miguel Bravo de Laguna, me revelaría, aludiendo al ministro del Interior, que los golpistas habían incluso previsto un cuerpo de fusilamiento formado por voluntarios. Resulta lógico, pues cualquier cuerpo armado planifica alternativas a escenarios imprevistos. En el juicio posterior, llamado de Campamento, muchos guardias civiles que habían sido reclutados para el golpe, alegaron en su defensa que habían ayudado a una embarazada a abandonar el congreso, eran tantos que no debieron de creerlos.

Me identifico con la distensión por la que abogaba Olof Palme

Uno de los momentos de la vida que recuerdo con mayor angustia es el asesinato del que fuera primer ministro sueco, Olof Palme. En especial porque sucedió el 28 de febrero del 1986, poco más de sesenta días después de que le hubiéramos otorgado el Premio por la Paz que anualmente concedía la Asociación para las Naciones Unidas de España y de la que yo, en ese momento, era vicepresidenta. A través de Felipe González, había conseguido que Palme aceptara el galardón y viniera a recogerlo a Badalona. El entonces alcalde, Joan Blanch, accedió a preparar una fiesta para homenajear al político sueco en el pabellón de la Peña de Badalona. Todas las imágenes de ese emotivo acto fueron utilizadas dos meses más tarde por las televisiones de todo el mundo para informar de que había sido asesinado. Para nosotros fue un duro golpe, pues teníamos muy fresca su visita y era un personaje que nos inspiraba una profunda admiración. Como reacción a aquel atentado, convinimos que debíamos hacer algo para reivindicar la figura de Olof Palme. Fue así que, en 1989, impulsamos la Fundación que lleva su nombre con el propósito de preservar su legado ideológico. Habiendo participado como mediador en numerosos conflictos, mostrando su implicación con los derechos humanos e incluso promoviendo campañas en contra de la pena de muerte en España, Palme había conseguido situar a Suecia en el mapa político de Europa gracias a su labor y a sus postulados. Una idea central de su pensamiento se resume en el término «distensión». Frente a la disuasión que perseguía la carrera de armamento de las grandes potencias mundiales. En plena Guerra Fría pretendían que sus adversarios renunciaran al ataque nuclear ante el temor de disponer de un arsenal en inferioridad de condiciones. Olof Palme abogaba por la distensión, el desarme y el diálogo que incide en desprenderse del armamento y cooperar. A través de la Fundación, llevamos a cabo múltiples iniciativas a favor de los derechos humanos, en defensa de la igualdad de género, de la sostenibilidad, contra el racismo y la xenofobia. También trabajamos en temas de cooperación y hemos construido y rehabilitado centros educativos en muchos países: Gaza, Cisjordania, Kosovo, Siria… Creo firmemente que facilitar la educación de niños y niñas y en especial en zonas en conflicto es esencial para normalizar sus vidas y abrirles una ventana hacia el futuro. Además, asentar a los niños desde el punto de vista escolar incide directamente en el asentamiento de los adultos y en su readaptación pacífica al medio.

En política, una cosa es gobernar y otra manipular las emociones

Falta distensión para ayudar a resolver el conflicto que se vive en Catalunya, sobre todo porque el llamado Procés ha despertado todos los monstruos, los de muchos independentistas y los de muchos nacionalistas españoles. Se ha cometido un grave error al ignorar las capacidades de un Estado con más de cinco siglos de existencia y que hoy es un estado democrático, homologable a cualquier país europeo. En momentos de efervescencia hay que releer a Max Weber, que antepone la ética de la responsabilidad en la política a la ética de las convicciones. Considera que es la única aplicable en el espacio público. Que el criterio para decidir ha de fundamentarse en las consecuencias de la acción y se basa en decir la verdad como principio moral de referencia. La ética de la responsabilidad se antepone a la ética de la convicción que tiene un elemento mesiánico que permite evadir responsabilidades. Cuando una acción sale mal, el ejecutor evade la responsabilidad y responsabiliza al mundo, a la estupidez de sus conciudadanos o a la voluntad de Dios.  En las decisiones políticas solo la responsabilidad es aceptable, lo que no excluye la obligación de buscar soluciones a los problemas. En el conflicto Catalunya/España, se impone buscar un mejor encaje dentro del marco de la Constitución y reajustar los equilibrios monetarios, y sobre todo es preciso dejar de utilizar las palabras como munición.