Claudia Molina Gil
Fotografia cedida
10è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Claudia Molina Gil

Clínica Dental Molina

Texto del 05/05/2018

Con calidez y trato cercano, la odontóloga al frente de una clínica dental fundada ahora hace veinte años vence el muro insalvable de la desconfianza y mejora así la salud bucal del paciente. Aunque se formó en la exigente Universidad Autónoma de Manizales, en Caldas, Colombia, en la Facultad de Odontología, las circunstancias de la vida la han llevado a ejercer en Barcelona. Es especialista en Oclusión y Rehabilitación Oral por la Universidad de Barcelona y profesora asociada de Prótesis Dental en la misma universidad. Aprobó su tesis doctoral con una mención cum laude y fue galardonada con un Premio Extraordinario de doctorado. La humildad y la humanidad son los valores que defiende desde el ejercicio de su profesión y desde las aulas.

 

Recuerdos de una infancia muy plena y hermosa

Tuve una infancia hermosa; en mi casa, siempre había gente: hermanos, primos, tíos, abuelos, amigos… Somos una familia numerosa muy unida. Me considero afortunada porque recibí mucho amor y atesoro recuerdos muy bonitos de aquellos años, especialmente de las Navidades, que pasábamos todos juntos en nuestra finca familiar. Cuando era todavía una niña, mis hermanas mayores ya estaban casadas y tenían hijos pequeños; la diferencia de edad era pronunciada: mi madre estaba embarazada de mi hermano, que me lleva dos años, y mi hermana mayor ya estaba esperando su segundo hijo. La finca, en la que también pasábamos todos los veranos, era suficientemente grande para albergarnos a todos; más de treinta y cinco personas comiendo, cantando, abriendo regalos… El día 24 por la noche era muy especial: llegaba un Papá Noel de verdad vestido con su traje rojo a repartir regalos para todos, pequeños y mayores. Durante el día, los niños de la casa y del barrio jugábamos afuera. Recuerdo que nos encantaba tirarnos por una pendiente con unas tablas de madera que encerábamos para que descendieran más rápidas; una y otra vez, bajábamos y subíamos, sin descanso. En aquella época, no existían ni tabletas ni ordenadores ni videojuegos, pero nos divertíamos de otras maneras.

Ligia Gil, mi madre, siempre unió a la familia

He admirado toda mi vida a mi madre, porque conseguía acercarnos a todos y era muy amorosa. Aunque ya no está entre nosotros, dado que falleció hace algunos años, todos continuamos muy unidos y seguimos celebrando las Navidades como antes, juntos, en la finca. Cuando puedo viajar por esas fechas, no dudo en subirme a un avión rumbo a Colombia. Para ella, la familia era primordial. Con once hijos, uno muy seguido del otro, no tuvo más remedio que ser muy estricta si quería mantener el orden en la casa. En mi familia, pues, existía un verdadero matriarcado: todas las decisiones pasaban por su aprobación. Ella era quien llevaba la batuta. Se casó con tan solo catorce años, y a los dieciséis ya estaba embarazada de su primer hijo.

Última niña de la casa y la más consentida

Mis hermanos siempre me decían que a mí me mimaban demasiado: fui la penúltima hija de mis padres, pero la última niña, así que era la fémina más pequeña de la casa, y caía en gracia a todos. Llevan parte de razón: crecí en una familia acomodada y nunca me faltó de nada; a mis hermanos mayores, que vivieron otras circunstancias familiares, les costó más abrirse camino.

Un especialista en la estampación de oro

Mi padre, Marcelino Molina, tenía una imprenta y me encantaba observarle mientras realizaba las litografías. Hacía estampaciones en oro; había pocos especialistas que dominaran esa técnica, así que se le acumulaba el trabajo y pasaba muchas horas en el taller. En casa, teníamos una biblioteca enorme, que ocupaba toda una pared. Recuerdo que de niña me impresionaba ver aquellos tomos de libros, todos con tapa de piel y letras doradas, perfectamente ordenados de la A a la Z. Tenía un oficio hermoso y noble. A mí siempre me gustaron las manualidades, crear cosas con mis manos, creo que porque siempre vi a mi padre trabajar con las suyas.

Viviendo una adolescencia sana, rodeada de amigos

Cuando tenía doce o trece años, mi madre se fue durante seis meses a Estados Unidos para ver a mi abuela, que residía allí con una de sus hermanas. Sin nadie que me controlara muy de cerca, me relajé en los estudios, salí más con mis amigos y me divertí mucho. Pero tuve una adolescencia  muy sana: vivíamos en un barrio en el que no había mucho tráfico, así que nos podíamos reunir en la calle, organizábamos barbacoas, jugábamos, escuchábamos música, conversábamos… Me lo pasé tan bien que, cuando acabó el curso, el tutor les dijo a mis padres que debía repetirlo; mi madre se subía por las paredes. Finalmente, logré terminar el Bachillerato con buenas notas. Estudié en una escuela de monjas llamada Colegio Filipense Nuestra Señora de Lourdes.

Mi madre me llevó a España para alejarme de mi primer novio

Estaba muy enamorada, pero el chico no cayó en gracia en mi familia. Como ya tenía una hermana residiendo en España, mi madre organizó un viaje para visitarla. Una vez allí, quería que me quedara a vivir y completara mis estudios en un colegio de monjas español. Le supliqué cien veces, arrodillándome, que no me dejara sola en España y le prometí que ya no vería más a aquel chico. Era una adolescente muy enmadrada; no concebía mi vida lejos de mi familia ni de mi país. Al final, accedió y volvimos juntas a Colombia pero, como era de esperar, no corté la relación; era mi primer amor, estaba locamente enamorada. Sin embargo, en cuanto mis padres se relajaron y dejaron de prohibirme ver a mi primer novio, perdí el interés por él, y el enamoramiento se esfumó. Recuerdo que nos encontrábamos en las llamadas «visitas de salón»: él tenía que pedir permiso para venir a mi casa y, cuando mis padres lo aceptaban, podía visitarme. Normalmente, venía a las ocho de la noche, después de trabajar, y nos encontrábamos en una sala en la que había un sofá y podíamos charlar tranquilamente. Le encantaba la música y nos pasábamos el rato practicando con la guitarra. De hecho, sé tocar este instrumento gracias a las clases que él me dio.

Del sueño de la arquitectura a la realidad de la odontología

Mi amor por los trabajos manuales me llevó a optar por la carrera de Arquitectura. Sin embargo, no aceptaron mi solicitud. Se me presentaba un año sin rumbo ni objetivo, así que mis padres me dijeron que tenía que ponerme a trabajar y me buscaron un empleo en una joyería empaquetando los regalos de Navidad. Como era muy niña, todavía no había acumulado ninguna experiencia laboral. Cuando acabaron las fiestas, en la tienda me propusieron trabajar de ayudante de la secretaría, así que me pasé seis meses más realizando tareas administrativas. En aquel entonces, tenía una prima que había empezado a estudiar Odontología. Y al observar las manualidades que debía realizar para la universidad, me quedé prendada. Así que, al siguiente curso, presenté una solicitud de ingreso y me aceptaron. Ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida: estoy enamorada de mi profesión.

Mi hermana médico, una constante fuente de inspiración

Dora Inés es doctora, especialista en Medicina Interna, profesora titular de la Universidad de Caldas, directora de la Clinical Research IPS Médicos Internistas de Caldas. Una profesional muy competente, reconocida tanto  a nivel nacional como internacional. Nos llevamos quince años y siempre ha sido un ejemplo para mí, un espejo en el que desde muy pequeña ya me gustaba reflejarme. Siempre la he visto entregada a su profesión, trabajando muchísimo. Gracias a su ejemplo, y al de mis padres, pronto entendí que en la vida, si quieres conseguir lograr alguno de tus objetivos, debes esforzarte, luchar por ello y no desfallecer ante las dificultades.

Alto nivel de exigencia de la carrera de Odontología en Colombia

En el primer curso de carrera teníamos que aprender a dibujar la anatomía de cada pieza: por delante, por detrás, por cada costado. Modelábamos y tallábamos cada diente con una barra de jabón que ya no se utiliza. Esta tarea me encantaba, era feliz dándoles forma; una vez más, disfrutaba trabajando con las manos. Sin embargo, no fue un año fácil; en realidad, servía de filtraje de los alumnos, pues solo querían quedarse con los mejores. Yo siempre he sido una persona que ha aguantado bien la presión, que se crece cuando el nivel de exigencia es alto. En mi profesión tienes que ser una persona que aguante los retos porque en tus manos está la salud de tu paciente. Y más en Colombia, famosa por tener muy buenos profesionales odontólogos. De ahí que, durante la carrera, la parte práctica tenga tanto peso, dado que representa un sesenta por ciento de la nota. Empezamos trabajando con modelos de boca. Primero, los profesores, que eran  profesionales en ejercicio, te enseñaban la anatomía bucal, luego comenzabas a entrar en contacto con los materiales dentales, pero sin llevarlos a la boca. Después te mostraban cómo hacerlo en boca directamente. Recuerdo que teníamos que cumplir con el requisito exacto de extracciones de muelas del juicio, exactamente doce, y si no lo habías hecho suspendías la asignatura de Cirugía II. Eran muy estrictos.

Estudiábamos observando cadáveres de la morgue

En Colombia, la carrera de Odontología dura cinco años; los dos primeros cursos están centrados en Medicina General, se estudian a fondo las enfermedades sistémicas relacionadas con la boca. Una de las materias, Anatomía Humana, requería que fuéramos a la morgue de la Facultad a estudiar y prepararnos para el examen. Obviamente, usábamos los libros, pero ver el cuerpo humano por dentro, en directo, te ofrece una visión mucho más real de la medicina y de las enfermedades que tratábamos en la asignatura. Recuerdo haberme pasado horas con los compañeros de clase, al lado de un cadáver, mientras lo examinábamos. En la prueba, debíamos identificar los órganos sobre los que nos preguntaban. Esta parte más médica me gustaba mucho; supongo que también hubiera disfrutado dedicándome a la medicina.

Para superar la parte práctica, debíamos buscarnos a nuestro propio paciente

Cuando cursas la carrera de Odontología, tienes que superar ciertos requisitos prácticos: has de haber completado un número concreto de empastes, endodoncias, coronas y extracciones de muelas del juicio. Si  no lograbas dicha cantidad, no aprobabas. Y los alumnos teníamos que buscarnos a nuestros propios pacientes para cumplir con esta parte práctica. Conseguí a una paciente diabética con la que, año tras año, fui finalizando todos los tratamientos previstos para su boca. Pero cuando llegué a la parte definitiva, la de restauración, me anunció que no podía continuar con el plan de tratamiento porque ya no tenía dinero para pagarlo. Casi me muero, me fui llorando a casa; no tenía tiempo de encontrar a otra paciente, y sin mis prácticas de ese año, no conseguiría aprobar. Por fortuna, mis padres accedieron a costearle el tratamiento a mi paciente –que tenía bajos recursos económicos–, ya que era muy difícil encontrar a otra persona, y gracias a ello pude obtener la licenciatura.

Momento de pánico ante una numerosa audiencia

Mientras estudiaba en la Facultad, ocupé el cargo de presidenta de la Federación Odontológica Estudiantil. Se convocó un concurso para ver quién se llevaba la presidencia del Congreso Estudiantil y ganó nuestra universidad. Tuvimos año y medio para preparar el acontecimiento y afortunadamente conseguimos obtener un gran éxito de convocatoria: acudió gente de toda Colombia y del extranjero. Como presidenta del Congreso, debía iniciar  el acto con un discurso. Me lo preparé a conciencia. Subí al escenario y empecé a hablar, miré a la numerosa audiencia y bajé la vista hacia el papel para recordar las palabras que seguían a las que había pronunciado, pero las letras comenzaron a bailar. Veía unas para arriba, otras para abajo, daban saltos, no se estaban quietas. Me quedé en silencio sin saber qué decir; el público me miraba y cada vez me ponía más nerviosa hasta que me dio por comentar: «No sé qué pasa pero, en este papel, las letras se han montado una fiesta». La gente estalló en carcajadas y fue entonces cuando finalmente me relajé y pude continuar con mi discurso. Todavía tengo aquella hoja grabada en mi mente, con las letras saltando de un lado para otro. Sin embargo, por suerte logré dar la conferencia. Era una alumna tenaz, y lo sigo siendo.

Al acabar los estudios de Odontología, hay que trabajar un año para el Estado

Los primeros seis meses te envían a hacer prácticas a una zona rural, socialmente desfavorecida y ubicada en las afueras de la ciudad. Nos destinan a un de Centro de Atención Primaria en el que también trabaja un médico,  un estudiante de Medicina del último año, una enfermera y una bacterióloga encargada de realizar las analíticas. En ocasiones, te envían a lugares más lejanos, que pueden estar a cuatro horas en coche de tu domicilio, así que lo más habitual es que acabes durmiendo de lunes a viernes en el centro. En mi caso, trabajé en una población llamada Pan de Azúcar, situada a dos horas de mi casa. Me iba el lunes por la mañana y me quedaba allí toda la semana. Para ir a coger el autobús que me llevaba a mi ciudad, tenía que desplazarme en un Land Rover descapotable; vivía una pequeña aventura semanal, fue una época preciosa de mi vida. Cuando finalizas este semestre de prácticas, te permiten graduarte. Entonces, si quieres tener la oportunidad algún día de trabajar en algún centro público, debes cumplir con un año de servicio social obligatorio y remunerado. Elegían la destinación de los candidatos según la nota académica, y como mi expediente estaba entre los diez primeros, me destinaron cerca y no tuve que desplazarme a otra ciudad. Fue una escuela de aprendizaje práctico extraordinaria: pude trabajar todo un año en un centro de salud atendiendo a pacientes. Asimismo, junto con la directora del centro, realizábamos campañas en zonas rurales desfavorecidas mediante las que, por ejemplo, ofrecíamos clases sobre higiene oral. Por suerte, Colombia es un país en el que toda la población tiene amplio acceso a la salud bucal. Una vez acabas con esta estadía, o bien puedes abrir tu propia consulta u optar por especializarte en cirugía maxilofacial, implantología, odontopediatría, ortodoncia o rehabilitación oral, por ejemplo. Son forma- ciones que duran dos o tres años. En mi caso, opté por seguir con mis estudios y elegí cursar Oclusión y Rehabilitación Oral en Barcelona.

El rehabilitador oral es como un médico internista

El médico internista es una especialidad que engloba un amplio conocimiento de diferentes áreas de la medicina. Evalúa al paciente como un todo y se centra en la prevención, la detección y la rehabilitación. Lo mismo ocurre con un odontólogo especialista en oclusión y rehabilitación oral: abarcamos todos los aspectos de la salud bucal. Cuando me llega un paciente sin dientes, estoy capacitada para realizarle un diagnóstico, diseñarle un plan de tratamiento y derivarle a cada uno de los especialistas necesarios. Soy la que dirige cada plan de actuación. Siempre trabajo en equipo con un especialista de cada área; en mi consulta tengo un ortodoncista, un odontopediatra, un implantólogo y un endodoncista.

Inicios en la consulta privada de uno de mis profesores de Facultad

Tras cumplir con un año de servicio, alquilé el sillón de la clínica dental de uno de mis profesores de Facultad y empecé a ejercer como odontóloga en su consulta privada. Asimismo, me ofrecieron trabajar por las mañanas  en una institución del Estado. Se dio la casualidad de que mi hermana Dora Inés, que siempre ha sido una mujer muy activa y comprometida, fue nombrada directora de ASSBASALUD, de titularidad pública. Antes de aceptar su nuevo cargo, me dijo que teníamos que hablar: no podía ser mi jefa, los dos puestos no eran compatibles. Para evitar acusaciones de influencias, opté por retirarme. Ese mismo año, murió mi madre de cáncer; poco tiempo después, me di cuenta de que necesitaba un cambio en mi vida y opté por venir a vivir a España, que se había convertido en el país de residencia de dos de mis hermanas.

Rumbo a Barcelona con una profesión y un futuro por delante

Sé  que,  si  mi  madre  no  hubiera  fallecido,  nunca  me  habría  mudado    a Barcelona, pues soy una mujer muy familiar y estaba muy unida a mi progenitora. Pero su muerte me hizo cambiar de perspectiva. Una vez instalada en la Ciudad Condal, me prometí que debía cumplir con mis objetivos. Me considero una persona emprendedora, lanzada, que intenta siempre superarse a sí misma y muy trabajadora. Me puse a estudiar un máster en Oclusión y Rehabilitación Oral de la Universidad de Barcelona y conseguí convalidar mi título. Mi doctorado versó sobre Estudio in-vitro de la corrosión y liberación de iones de los metales utilizados en prótesis dental como consecuencia del cepillado dental y pastas dentales. Conseguí una mención cum laude. Además, cursé un posgrado en Implantología Oral, en la Universidad de los Ángeles, y otro en Estética Dental, en la Universidad de Nueva York. Asimismo, mientras estudiaba, colaboraba en una clínica dental. Fue muy   útil para mí observar cómo se atendían aquí a los pacientes, cuáles eran las diferencias asistenciales respecto a mi país.

Gané el Premio Extraordinario de doctorado de la UB por mi tesis doctoral

Poco después de haber finalizado mi doctorado, me llamaron de la universidad para comentarme que mi trabajo había sido seleccionado para concursar con el resto de tesis doctorales que otros departamentos de la universidad habían presentado aquel año. Finalmente, y para mi sorpresa,   mi trabajo sobre Estudio in-vitro de la corrosión y liberación de iones de los metales utilizados en prótesis dental como consecuencia del cepillado dental y pastas dentales fue elegido ganador por el Jurado. Me sentí muy orgullosa: diversos doctores y científicos habían valorado mi investigación. Lo cierto es que había estado muchos fines de semana, meses y muchas noches entregada al estudio; quería conseguir una tesis que fuera excelente, que sobresaliera. Nunca me ha gustado ser mediocre, siempre me esfuerzo por conseguir el mejor resultado posible. Y que te valoren el esfuerzo, siempre es una magnífica recompensa.

En Clínica Dental Molina ya hemos atendido a ocho mil personas

Para ubicar mi nueva consulta, elegí un lugar neutro; no quería convertirme en la típica dentista de la zona alta de la ciudad, prefería montar una clínica odontológica, en un barrio accesible, que se dirigiera a un amplio abanico de personas. Abrí Clínica Dental Molina en una planta baja de la céntrica calle Calabria. Al principio, empecé de cero: solo compré un sillón y dispuse una recepción, una sala de espera y de esterilización y una habitación en la que atender a los pacientes. Para conseguirlo, tuve que pedir un crédito al banco. Recuerdo que pensé: si me va mal, lo único que tendré que hacer es cerrar y pagar el crédito, pero no me quedará en el corazón la espinita de no haberlo intentado. Al cabo de dos años, compré el segundo sillón. Los clientes llamaron a otros clientes, el boca a boca es poderoso, y así fuimos creciendo. Hoy en día, trabajamos ocho profesionales en la clínica, cinco doctores y tres enfermeras, y ya rozamos las ocho mil historias clínicas.

Abrir un completo historial clínico resulta imprescindible

Una vez vino a nuestra consulta una enfermera y, antes de irse, nos felicitó; nos dijo que era la primera vez que iba a un dentista y le completaban una buena historia clínica, una herramienta indispensable que evita riesgos y accidentes innecesarios. Además, no es difícil de llevar a cabo: solo es necesario formular al paciente cuatro preguntas básicas. Quizás, en mi consulta, las hacemos demasiado extensas, pero son cuestiones a las que solo se debe responder con un sí o un no. Necesitamos saber, por ejemplo, si el paciente toma anticoagulantes y, si existe un problema importante de salud, es conveniente hablar con su médico antes de proceder a cualquier intervención. Cuando una persona acude a mi consulta por primera vez, tras completar este historial, me siento a conversar con ella, para que me hable de su enfermedad, en el caso de que la hubiera. Después, le hago una radiografía de toda la boca y una exploración intraoral para observar qué dientes están sanos y sobre qué otras piezas es necesario intervenir. En nuestra clínica, atendemos una gran tipología de pacientes, que pueden estar afectados de enfermedades autoinmunes, como el VIH, o que pueden padecer dolencias como la diabetes. Cuando acabas la carrera, debes jurar que atenderás a todo tipo de pacientes, independientemente de su condición. El buen profesional se toma su carrera muy en serio.

«Mírame a los ojos, no te voy a hacer daño»

Es necesario ser un profesional empático, tener la capacidad de ponerse en la piel del paciente. Por mi parte, siempre intento ganarme su confianza. Muchas veces, cuando trato a niños o a adultos que entran con tanta aprensión que no son capaces ni de mirarme a los ojos, les digo: «No te preocupes, sé que tienes miedo. Mírame, no te voy a hacer daño». Y empiezo por explicarle cómo está su boca, trazamos un plan de tratamiento, y comenzamos poco a poco, con los tratamientos más suaves. Incluso hay pacientes, que ya hace tiempo que vienen, que son capaces de dormirse y roncar durante la intervención, aunque les esté extrayendo una muela; es muy simpático. Otras personas vienen automedicadas, con tranquimazines o diazepanes, pero terminan acudiendo de nuevo a mi consulta para realizarse alguna otra intervención sin necesidad de tomarse nada.

Hay que informar de todas las opciones posibles

En la vida, y en esta profesión, es  menester  ser  honestos.  Mis  pacientes saben que les digo la verdad, confían  en mis palabras. Y es muy importante: las personas que acuden a una  clínica  dental  entregan  a  los  profesionales una parte primordial de su cuerpo, lo sitúan en nuestras manos; es mi deber ofrecer lo mejor de mí misma, tanto a nivel profesional como humano. Siempre explico todos los tratamientos, desde el más básico al más complejo. En caso de extraer un diente, por ejemplo, les expongo todas las opciones, como puede ser un aparato de quita y pon, la colocación de un puente y, lo más avanzado, un implante. Detallo todas las posibilidades, les aconsejo sobre las más adecuada en cada caso, pero luego es el paciente quien decide, también en función de su capacidad económica. Es más honesto ofrecer todo el abanico de tratamientos que optar por el más costoso y esconder el resto.

En la Clínica Dental Molina practicamos una odontología preventiva

Hay pacientes que me exigen que les extraiga todas las piezas dentales y les coloque implantes, que están de moda. Les respondo que no puedo cumplir con su petición, ya que mi función como dentista es restaurar      la boca y ofrecerle salud bucal, no solamente estética. Como profesional de la odontología, respondo a criterios médicos y no a peticiones caprichosas. Lo último que hay que hacer es arrancar un diente que aún puede tener vida; una extracción es irreparable. En mi clínica, intentamos salvar un diente hasta que ya no tenemos más opción que sacarlo, porque nunca es lo mismo una pieza natural que una artificial. Es preferible practicar una buena endodoncia con un buen endodoncista, realizar una correcta reconstrucción y poner una corona para que el diente no se fracture. De esta manera, una pieza puede mantenerse en la boca de diez a quince años más. Arrancar un diente porque tiene caries y colocar un implante es un tratamiento poco profesional, que no responde a los principios de la odontología preventiva que practicamos en nuestra clínica.

Si te marchas de viaje, toma medidas

Tengo  muchos pacientes que, por motivos de trabajo, deben desplazarse  a otro país a menudo. Antes de subir a un avión, es importante hacer una revisión odontológica de rutina. Si nos encontramos con caries profunda y el dentista la arregla, podemos llegar a tener dolor postoperatorio debido a la profundidad de la misma. Es recomendable llevar algún antiinflamatorio como ibuprofeno 400 mg, paracetamol 500 mg o diclofenaco 50 mg, para cualquier eventualidad de dolor que podamos tener. Si has pasado por una extracción o tratamiento de conducto o implante antes del vuelo, ten en cuenta que muy probablemente tengas que tomar algún antibiótico para prevenir infecciones postoperatorias. Es habitual recetar amoxicilina o alternativas para los alérgicos como la clindamicina, yo recomiendo llevar esta medicación desde acá y en cantidad suficiente, ya que en diferentes lugares no es sencillo conseguirla. Es importante ser precavido.

Sentarse a comer: uno de los mejores placeres de la vida

No  todo  es  tener  una  sonrisa  bonita,  la  salud  bucal  es  prioritaria.  A muchos pacientes de avanzada edad, que se muestran reacios a practicarse tratamientos porque, según me dicen, son mayores y piensan que ya no vale la pena tener una boca sana, les respondo que uno de los placeres de la vida es la comida, así que los años que les quedan por vivir pueden ser placenteros si aún pueden sentarse a la mesa con su familia o amigos y disfrutar de una buena comida, con unos buenos dientes. Cuando les hago esta reflexión, me dan la razón.

Una consulta dotada con las últimas tecnologías

Ya hace un tiempo que las radiografías en tres dimensiones están a la orden del día. Las ortopantomografías tradicionales han sido un excelente medio de diagnóstico, pero nos ofrecen solo una imagen. Con los nuevos avances tecnológicos, el CBCT imagen en tres dimensiones, nos permite acercarnos con más precisión a la anatomía de cada paciente y planificar con más exactitud tratamientos más complejos de cirugía, ortodoncia o endodoncia. Con poca radiación para el paciente, poco tiempo de exposición y mayor comodidad. Asimismo, nuestra profesión se ha vuelto cada vez menos invasiva; la estética ha avanzado mucho: es posible lucir una sonrisa bonita poniendo carillas de cerámica o las carillas Lumineers, unas carillas tan finas como un lente de contacto que están pensadas para ofrecer una bonita sonrisa sin recurrir a tratamientos complejos.

Cámaras intraorales para comprobar la veracidad del diagnóstico

La boca es un órgano que nadie ve por dentro. Cuando el dentista confirma a un paciente que tiene dos caries o que hay que practicarle una endodoncia, la persona tiene que hacer un acto de fe porque muchas dolencias de los dientes no pueden divisarse desde fuera, a simple vista. Los avances tecnológicos nos permiten ahora salvar esta barrera: existen cámaras intraorales que posibilitan al odontólogo mostrar en un monitor lo que ocurre dentro de una boca. Es un paso más para ganar la confianza del paciente que, por otro lado, siempre debe cultivarse con un requisito indispensable: la sinceridad.

Células madre, un futuro aún lejano pero posible

Lograr que vuelvan a crecer los dientes de los pacientes sería un gran avance para la salud de la población. En odontología todo es posible, el camino está abierto, aún pueden llegar muchas más novedades que cambien la realidad de nuestra profesión; y las células madre es un campo de investigación que se está explorando y que puede ofrecer esta increíble posibilidad. Por otro lado, hoy en día, para reconstruir un diente, ya no es necesario tomar impresiones de pasta, que provocan mucha incomodidad al paciente. Ahora, escaneamos la boca y llevamos la imagen al ordenador. Hace treinta años, este avance era impensable.

Soy profesora asociada de Prótesis Dental en la UB

Cuando finalicé mi máster, mi doctorado y homologué mi título, empecé a trabajar en la Universidad de Barcelona por las mañanas durante varios años. El Dr. Joan Salsench Cabré, catedrático en la UB, me animó a que me presentara a una de las plazas como profesora asociada que se abrían en la Facultad. Conseguí ganarla por concurso y comencé a trabajar. Años después, el mismo catedrático me ofreció dar clases en el máster de Oclusión y Rehabilitación oral. No me lo pensé dos veces: enseguida acepté porque me encanta el ambiente universitario. Le estoy profundamente agradecida al Dr. Joan Salsench Cabré por la oportunidad que me brindó. Mantener este contacto semanal con la Facultad me brinda la posibilidad de estar al día en todos los avances que se presentan en odontología. Y es que, si te quedas encerrado en tu consulta, te estancas. Hay que reciclarse continuamente. Además, enseñando también se aprende muchísimo.

Mis mejores alumnos han pasado por mi Clínica

A los estudiantes más brillantes, les ofrezco venir a mi consulta. Cuando han ejercido una temporada como ayudantes, toman sus alas y empiezan a volar. Algunos han abierto ya sus propias clínicas, otros se vuelven conferenciantes; sea cual sea el camino que emprendan, para mí es un orgullo contribuir a crear escuela.

A mis estudiantes les digo que deben ser buenos profesionales pero también excelentes personas

Un dentista no puede ser soberbio, tiene que tener la capacidad de ponerse en la piel del paciente. Un médico o un odontólogo siempre van a tener una posición privilegiada porque en sus manos está la salud de una persona, pero no pueden endiosarse. Deben ser buenos profesionales y también excelentes personas.  La verdad, la honestidad, la ética profesional y la sinceridad siempre van por delante. La odontología jamás debería formar parte de una cadena comercial, que ve a los pacientes solo como clientes; los odontólogos nunca deben olvidar que son médicos que tratan a seres humanos.

Nunca he dejado de trabajar

Tengo dos hijas que adoro: Judith Sisquellas M., de veintiséis años, y una enamorada de la dirección cinematográfica, y Martina Sisquellas M., de seis. Siempre he intentado equilibrar mi vida familiar y laboral, porque soy muy hogareña y familiar, una «mamá gallina»; sin embargo, nunca he dejado de trabajar, ni siquiera cuando estuve embarazada. Hay un refrán en mi país que dice que un hijo siempre viene con un pan debajo del brazo; es cierto, cuando nace una nueva vida en la familia siempre se encuentra una manera de seguir adelante, un hijo despierta tanta energía en unos padres, un amor tan inimaginable, que lleva a hacer esfuerzos de magnitud que trascienden las fronteras emocionales y físicas antes establecidas. Esa fuerza, esa emoción, ese enorme amor que arrasa… este es el pan que mi hija trajo al mundo y que alimenta a sus padres, quienes la guiarán en sus primeros pasos y en su vida.