Texto del 19/04/2018
Habiendo heredado el carácter emprendedor, porfiado y optimista de su padre, la tenacidad y un gran espíritu de sacrificio llevaron a esta mujer emprendedora a culminar su deseo de ser abogada coincidiendo con su divorcio, convirtiéndolo en el reflejo de su especialidad y sensibilidad en el Derecho de Familia y su lucha por los intereses del menor. También su trayectoria profesional la ha vinculado directamente con el emprendimiento y la igualdad de género.
A mi hija Júlia
No puedo empezar sin antes dedicarte todo lo que he conseguido y lo que queda por conseguir, agradecerte profundamente el aceptar y entender todos estos años de sacrificio, habiendo soportado muchos días y tiempo sin mi compañía sin perder nunca tu sonrisa y sin recriminarme nunca nada. Júlia, recuerda que tú, como yo, también puedes conseguir todo lo que te propongas. Sin tu comprensión, nada hubiera sido lo mismo.
«Levántate, que tú sí puedes.» Los principios y valores de mis padres
Nací en el seno de una familia trabajadora y luchadora pero, si alguien ha tenido una decisiva influencia en mi vida, ese ha sido y es mi padre. Su carácter positivo, emprendedor y valiente, lo sigue manteniendo a sus setenta y tres años. Una de sus frases la conservo en mi memoria para estimularme cuando debo afrontar momentos difíciles. Un ejemplo, entre otros muchos, ocurrió cuando tendría unos diez años, mientras participaba en unas pruebas escolares de atletismo y, al caer al suelo, me doblé el pie. Miré a mi padre, que se levantó desde las gradas y me hizo el gesto de «levántate, que tú sí puedes…» O cuando acudía a natación y llegaba el cansancio, siempre le miraba recibiendo ánimos y fuerza, consiguiendo las metas como nunca… Aquel mensaje lo he tenido siempre presente como punto de referencia. «Tú sí que puedes»… Define a la perfección el talante valiente de mi padre, un hombre que supo transmitirme e inculcarme un carácter positivo, optimista, honesto, luchador, que siempre conseguía sus retos. Aunque su destino era Australia, con diecisiete años marchó a Alemania a buscar fortuna, forjándose finalmente como un gran profesional en una multinacional vinculada al mundo del vehículo. Allí conoció a mi madre, nacimos yo y mi hermano en Weinheim y la suerte profesional nos deparó el volver a Catalunya cuando cumplí siete años, compartiendo el principio de la soñada democracia en España. Mi madre, mujer amante de la vida saludable, proyectó en mí el mens sana in corpore sano. «Cuídate, aliméntate de forma sana y tu mente funcionará» es la frase que, con toda su razón y con su gran cariño nos transmite continuamente. En definitiva, la honestidad, respeto, valentía, constancia, tenacidad, sacrificio, empatía y fuerza, son los principios y valores que nos inculcaron mis padres.
El recuerdo de mis abuelos maternos, de los que heredé la pasión por el té y la lectura
En plena ola migratoria, mis abuelos maternos habían decidido buscar fortuna en Alemania y huir de las penurias de la posguerra. En las conversaciones que mantuve con mi abuelo sobre la Guerra Civil, me deseaba que nunca tuviera que vivir esa experiencia. Él, que había sufrido el rigor de las trincheras con la incertidumbre de si estaba disparando contra su hermano, nos recriminaba nuestras preocupaciones banales. Gente como él a menudo nos ofrece una lección de humildad y nos invita a tener perspectiva, al recordarnos que en el mundo hay mucha gente que sufre. Siempre he sido consciente de que ellos se vieron obligados a emigrar en busca de una oportunidad, mientras que mis padres siempre nos han inculcado valorar lo que tenemos. Nadie les regaló nada, pero tuvieron esa suerte negada a muchos otros que, a lo largo de la historia, han visto truncadas sus esperanzas y se han quedado en el camino. De mi abuelo, pequeño de estatura pero enorme de temperamento, heredé la pasión por la lectura y el té, y de mi abuela la fortaleza como mujer, que también poseen mi madre y gozaba mi tía Maribel, presente en mi memoria cada momento. Su color lila es mi amuleto y la llevo siempre conmigo. De ella heredé sus sonoras carcajadas y, en ocasiones, el gesto simpático de doblar los pies mientras estoy sentada…
Mi infancia y mis inicios en el mundo jurídico
Cursé mis estudios en un colegio privado de Granollers que mis padres eligieron siguiendo sus principios y haciendo un sacrificio para ofrecernos lo mejor, a mí y a mi hermano. Estudié en un colegio catalán y me rodeé de grandes profesores, que todavía recuerdo con especial y gran cariño. Mi pasión por la ortografía se lo debo a Joan Puig y el odio a las matemáticas a un «loco simpático Einstein», profesor, que debíamos llamarle don Mateu, el cual levantaba la mesa dando golpes cuando no acertábamos los ejercicios en clase, generando risas entre nosotros. Mi infancia fue feliz, sinceramente. Recuerdo las meriendas-cenas de mi madre, los sábados por la tarde disfrutando de películas, así como también recuerdo como mi padre me retiraba las gafas de madrugada, dormida con un libro en mis manos de Enid Blyton o Agatha Christie… De pequeña, jugaba a ser profesora: colocaba a todas mis muñecas delante de mí como alumnas en clase e inventaba lecciones de justicia o derecho. No soñaba con «mamá, quiero ser artista» sino «mamá, quiero ser abogada…». Esta pasión ya me cautivaba cuando estudiaba Bachillerato. Cuando, a las puertas de la universidad, me encontraba cursando el COU, el impulso y la efervescencia juvenil de los dieciocho años me hicieron aparcar la entrada a la universidad pero sin olvidar mi objetivo de relacionarme con el Derecho. Empecé a trabajar como oficial de procurador de Montserrat Colomina, en Granollers, que marcó un antes y un después en mi vida profesional. Su lucha y perseverancia, inclusive durante su divorcio complicado y un maldito cáncer que padeció pero superó, hizo que la admirara. Las sesiones de quimio y radioterapia fueron duras pero levantamos e hicimos crecer el despacho juntas. Mientras descansaba de la atrocidad de la enfermedad, muchas madrugadas acudía a trabajar para revisar expedientes y atender casos con auténtica pasión. Viví una lección y aprendizaje de la vida que no olvidaré nunca. Después de ocho años trabajando con ella, continué mi trayectoria profesional jurídica en otra ciudad, Vic.
Un proceso de divorcio, la carrera y la atención a mi hija
Hay experiencias en la vida que preferiríamos reeditar. Pese a todo, no me arrepiento de las decisiones adoptadas a lo largo de mi trayectoria porque todas responden a situaciones concretas y de todas he aprendido. Me casé demasiado joven, apenas veinticinco años, pero fui madre de una preciosa pelirroja a los treinta y tres años. Cuando me casé, me trasladé a vivir a Vic, una ciudad en la que acabé sintiéndome ahogada en el transcurso de los años. Curiosamente, y como válvula de escape, la mayoría de fines de semana buscaba la excusa para pasear por Barcelona, ciudad que me depararía lo conseguido hoy. Afortunadamente, siempre me mantuve vinculada con el mundo del Derecho, pues estuve realizando infinidad de cursos relacionados con la esfera jurídica. Siempre rodeada de abogados, jueces o procuradores no solo me proporcionaba un aprendizaje constante sino que facilitó que, más adelante, prosiguiera mi formación hacia la abogacía. Siempre he tenido muy claro que mi profesión, por pasión, tenía que ser abogada. No sería hasta que mi matrimonio empezó a mostrar visos de crisis que iniciaría mis estudios para acceder a las pruebas de acceso a la universidad, formación que superé en tan solo cuatro meses. Aún recuerdo la cara de sorpresa de mi formador en Granollers cuando le propuse mi reto. Dos veces por semana recorría 140 km para asistir a clases para superar el COU, que aparqué justo poco antes de acabarlo. Busqué expresamente un trabajo cuyo horario de mañanas me permitiera estudiar por las tardes, accediendo finalmente al Colegio de Procuradores de Vic y, posteriormente, embarcándome también a estudiar oposiciones para Justicia, logrando una plaza de funcionaria. Quería estudiar Derecho y la vida me llevó a cursar la carrera en ese momento, pese a la adversidad que suponía, posteriormente, tener que compaginar un proceso de divorcio con los estudios y, sobre todo, con la atención a mi hija, Júlia, una preciosa y sonriente pelirroja que entonces contaba con casi cinco años.
Encadenando noches de estudio con el trabajo a base de té y duchas frías
Una vez logrado el pasaporte universitario, convine que la mejor manera de compatibilizar mis estudios con el trabajo y con la atención a mi hija Júlia era estudiar la carrera de Derecho a distancia, a través de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). El desafío era ambicioso, pues ante mí se presentaban cuatro años de carrera, a razón de seis o siete asignaturas por semestre más el máster de Acceso a la Abogacía. Una auténtica locura que me desaconsejaron los tutores, pero claro, no sabían que heredé la sana y brillante tozudería de mi padre. Me zambullí de lleno en la carrera. Durante los dos años posteriores a mi divorcio, me centré única y exclusivamente en los estudios, trabajo y en mi hija. Mi formación universitaria la complementaba con la asistencia incansable a numerosas conferencias, cursos y seminarios. Todo me parecía poco, pero pude llevarlo a cabo con la ayuda incondicional de mis padres. Muchos fueron los fines de semana que cuidaban a mi hija mientras agotaba horas y horas de biblioteca entre libros, apuntes y el ordenador. A pesar de su incondicional ayuda, durante la semana tenía tal frenético ritmo de vida que, por suerte y ayuda, provocaba algún que otro correo de admiración por parte de mis profesores, que se sorprendían ante mi capacidad y valentía a altas horas de la madrugada, cuando me veían conectada, trabajando. Correos, que todavía conservo por añoranza. Por la mañana, trabajaba; por la tarde, compaginaba la carrera y, a la vez, también preparaba oposiciones para Justicia junto con un gran preparador de Barcelona y, por la noche, estudiaba y entregaba trabajos de la carrera. Muchísimas veces enlazaba directamente las noches con las mañanas, pues a primera hora tenía que llevar a mi hija al colegio. Una ducha fría y un té concentrado eran los mejores recursos para acudir al trabajo en plena forma para emprender un nuevo ciclo. El ritmo aumentaba en épocas de exámenes sin olvidar a mi hija, teniéndola en mi regazo mientras repasaba apuntes y ella miraba dibujos animados. Aprendí a aislarme de la música de canciones o películas infantiles para estudiar, pero siempre a su lado. No me contentaba con simplemente aprobar, iba por nota y las Matrículas de Honor conseguidas son para Júlia, mi hija.
Mi destino: Barcelona
Si logré ganar las oposiciones a la Administración de Justicia creo que es tanto por la competencia de mi entonces preparador como porque las afronté de manera muy relajada. Había asumido que difícilmente superaría aquellas pruebas, pues a ellas concurrían miles de candidatos y yo no afrontaba la selección en las mejores condiciones. Estudiando la carrera y aprobar oposiciones a la primera, en pleno divorcio, era prácticamente imposible. Pero alcancé ese objetivo y me insufló un optimismo enorme. En ese momento me veía capaz ante cualquier desafío que me propusiera. Con la plaza conseguida, accedí a los Juzgados de Vic y, posteriormente, a los Juzgados de Barcelona, donde estuve trabajando durante unos meses hasta que asistí a una conferencia en la Universidad de Barcelona impartida por una abogada, que logró despertar en mí el interés por el Derecho de Familia. Decidí enviarle un mail por su magnífica exposición e, inesperadamente, me respondió, establecimos contacto y me ofreció la posibilidad de realizar prácticas en su despacho hasta el punto de que, durante año y medio, estuve trasladándome a diario en autobús desde Vic a Barcelona, una ciudad que siempre me había atraído por su modernidad, su multiculturalidad, su carácter vanguardista, su halo de misterio, su encanto… Soy muy urbanita y como ya he indicado anteriormente, me ahogaba en Vic. Las grandes ciudades son mi pasión y no sé por qué, sabía que Barcelona me daría la vida, tanto como emprendedora, como profesional y personalmente.
Mi inicio como abogada en la firma que cofundé: Antequera de Jáuregui Abogados
Siempre he querido ejercer como abogada pero, sobre todo, crear mi firma de abogados; era un objetivo que visualizaba desde muy joven. No he trabajado en otra área que no sea la jurídica; por tanto, la suma de veinticinco años de experiencia batallando entre juzgados e infinitos casos, más esa fundamental genética valiente paterna, me convertía en una mujer con auténtico espíritu emprendedor. Coincidiendo con el tramo final de carrera, conocí a Albert de Jáuregui, un reconocido profesional del mundo del doblaje en cine y televisión; saltó una chispa y no precisamente la televisiva sino de auténtico cine… El destino deparaba que mi firma soñada de abogados combinara mi apellido con el suyo. Su apoyo ha sido y sigue siendo incondicional. ¿Cómo y cuándo salté para crear la firma? Tras veinticinco años de experiencia, veinticinco años rodeada de abogados, jueces y casos, sabía perfectamente qué quería y me aventuré. Mis inicios fueron muy duros: sola, sin cartera de clientes y en un pequeño centro de negocios que compartía sala de reuniones y recepción, pero mi primer objetivo fue cumplido: empezar de cero y en plena zona neurálgica de Barcelona, calle Balmes con Diagonal. Me ubiqué en un pequeñísimo despacho pero con mil ideas en mi cabeza y con un espíritu más emprendedor que nunca. Trabajé sola y duramente durante un año y medio, inscribiéndome a incontables networkings, cenas de asociaciones y fundaciones con mujeres emprendedoras y reconocidas empresarias catalanas, asistí a encuentros de cámaras internacionales de comercio, mil conferencias en el colegio de abogados de Barcelona, viajando a Madrid, Valencia, Gijón y Oviedo para participar en más reuniones y conferencias, intentando hacerme un hueco. Empecé a crecer, y cuando necesité ayuda, Albert se vio contagiado por mi ánimo emprendedor y ampliamos el despacho, esta vez para dos personas en el mismo centrode negocios.Suformación noencajaba con la mía pero le contagié la tenacidad, viéndose motivado a estudiar Derecho. Abandonó voluntariamente el mundo del cine con productoras tan importantes como Sony Pictures y dejó a un lado las horas de doblaje con actores nacionales e internacionales. Tenía trazada mi visión de la firma y compartimos ideas, proyectos y también sentimientos. Perfecta conjugación…
Empatía total con quienes sufren situaciones como las que viví
En pocos meses más, mi sana tozudería en crecer dio sus frutos y logramos ampliar el despacho contratando una primera becaria y así, en menos de un año, trasladamos nuestro despacho al emblemático e histórico edificio en la plaza Francesc Macià, nº 5. Ese edificio que tanto admiraba cuando paseaba cerca de él. ¿Una confesión? Desde Vic, con mi hija en mi regazo y estudiando la carrera, visualizaba mi futuro despacho en la gran avenida Diagonal. No muy lejos de la realidad, ahora sé que los astros confabularon entonces a mi favor… Actualmente, la especialidad de nuestro despacho es el Derecho de Familia, dentro del Derecho Civil, llevado por mi especial sensibilidad y atención por los menores, así como el Derecho Penal. Mi experiencia profesional y personal me convierten en una abogada cuyo objetivo principal es empatizar absoluta y totalmente con personas en la misma situación que sufrí.
Mi inquietud por salir de la zona de confort y mis primeras incursiones en prensa
Después de más litros de té, duchas frías y otro periplo importante de horarios ajustados, exámenes, trabajos y desplazamientos a Madrid, en tiempo casi récord, conseguí colegiarme en el Colegio de Abogados de Barcelona. Inquieta por salir de la zona de confort, todo ello también me ha ayudado a ser profesora de Derecho en la universidad que me graduó, en la Universitat Oberta de Catalunya, intentando transmitir ánimos y fuerza a mis alumnos. Quién me iba a decir que el jugar a ser profesora cuando era pequeña era un preludio del futuro… Pero la inquietud por seguir aprendiendo la sigo manteniendo. Por un lado, estudié un Master Executive MBA en EAE Business School porque no hay que olvidar la gestión empresarial, a sabiendas de que una abogada también se convierte en empresaria si funda una firma de abogados. Y por otro lado, con anterioridad, me embarqué en el máster de Mediación Mercantil, Civil y Familiar, en la Universidad Rey Juan Carlos, estudios que decidí emprender tras observar, durante muchos años, numerosos juicios. De esa experiencia concluí que el juicio debe ser, absolutamente, el último recurso, porque enfrentarse a un proceso judicial supone un desgaste emocional enorme para las partes implicadas, y de ahí la importancia de intentar consensuar un acuerdo. La mediación adquiere especial importancia en los conflictos familiares, en aquellos procesos de ruptura sentimental en los que intervienen menores y donde aflora la lucha entre la pareja, cuyos miembros, lejos de pensar en reorganizar la familia y buscar un nuevo orden que permita una digna convivencia y evite sufrimiento a los hijos, se enzarzan en diatribas personales dejándose llevar, en ocasiones, por el orgullo. La función de un abogado va más allá que presentar una demanda. Debemos procurar ayudar a gestionar las emociones de las personas cuando deben enfrentarse a situaciones difíciles en sus vidas. Todo esto me ha llevado, inclusive, a realizar mis primeras incursiones en prensa, interesada en mí, en entrevistas donde manifiesto y reinvindico la importancia de atender el derecho de familia como realmente merece, y avanzar para progresar en esta área, con especial atención a los menores.
Fundamental atender y gestionar las emociones de los clientes en los procesos judiciales
La gestión de las emociones del cliente es un aspecto que no se imparte en la universidad. Es algo que me resulta incomprensible y que intento equilibrar en mi faceta docente en la UOC, donde, tras obtener el título de abogada, me ofrecieron incorporarme a su equipo de profesores al considerar que atesoraba los conocimientos, la ilusión y el empuje que deseaban transmitir a los estudiantes. En dicha universidad, soy profesora de varias asignaturas de Derecho en el Máster de Acceso a la Abogacía y de la carrera de Grado de Multimedia, en la asignatura Mercado y Legislación. Así, en alguna ocasión he reunido a mis alumnos en mi despacho para explicarles cómo abordar el contacto inicial con un cliente emocionalmente desbordado que acude a nosotros para intervenir en un proceso judicial. En esas circunstancias hay que esquivar la teoría y esforzarnos en acompañar a esa persona en su desgaste emocional, en los procesos judiciales, sobre todo, en los de familia y penales. En el caso de que existan menores, les invito a acometer una reorganización familiar que evite a los niños percibir cualquier clima de enfrentamiento o violencia. Deben asimilar que van a construir un nuevo escenario en el que los hijos alternarán dos hogares, que posiblemente celebrarán cumpleaños y fechas señaladas por duplicado, pero que, si velan por que en ese entorno reine la paz y la armonía, ahorrarán sufrimiento a los menores.
Sufrimos las consecuencias de la saturación de trabajo en la Justicia
Reconducir una situación de mutuo acuerdo es uno de los mayores éxitos a los que podemos aspirar profesionalmente. Y puedo decir con satisfacción que hemos logrado avances en ese terreno. A ello ayuda el ponerse en el lugar del otro. Tener la sensibilidad de pensar qué te gustaría recibir si estuvieras en su posición, ayuda a encontrar soluciones consensuadas. La empatía, la reflexión, no caer en la visceralidad ni la impulsividad son elementos que conducen a esas salidas exitosas. Aun así, no siempre se alcanzan esas conciliaciones y es necesario acudir al proceso judicial, donde los abogados en ocasiones debemos hacer frente a situaciones complejas y decepcionantes, derivadas de la saturación de trabajo en la Justicia. Porque podemos cargarnos de razones y acumular información y pruebas que avalen totalmente el planteamiento de nuestro representado, pero en determinadas instancias, por suerte poco pero desgraciadamente existe, algunos jueces actúan de una forma que invita a pensar que el caso no ha sido estudiado con el debido detenimiento; incluso, que la soberbia de algunos de ellos, llevados por el orgullo de una toga a la que le sobran mangas, les hace actuar en sala sin sentido. Afortunadamente, nuestra firma trabaja para encarar con sentido y lógica los procesos judiciales, para obtener resultados adecuados y, sobre todo y fundamental, para que el cliente detecte en todo momento nuestro insistente trabajo de absoluto seguimiento y atención, a la búsqueda incansable de su objetivo. En definitiva, como abogada también debo ser creativa para enfocar el tema, algo psicóloga para gestionar la tensión del cliente y suficiente detective a la búsqueda de pruebas. No olvidemos que los litigios se ganan en sala con la suma de todos estos elementos.
Mi emprendimiento en Movistar-Barcelona que me llevó a colaborar con una entidad de integración laboral de discapacitados intelectuales
Tras varias reuniones en Telefónica, contacté con Alberto Alfonso Pordomingo, gerente de negocio, responsable y director de la Escuela Mobile World Center de Movistar, Barcelona. Le presenté la idea de crear una escuela de emprendedores, aceptó y firmamos un contrato sin ánimo de lucro, para impartir sesiones de emprendimiento en el Espacio Movistar de Barcelona. Enseñé a emprendedores a arrancar sus ilusiones pero con legalidad y solidez, y todo ello también propició otra interesante experiencia altruista en mi vida: ayudar a personas con discapacidad intelectual. Alberto Alfonso Pordomingo, junto con otros jóvenes emprendedores, entre ellos José Alfredo Martín, impulsaron la fundación Apadrina un Olivo, un proyecto encaminado a salvar los olivos de Oliete (Teruel), la mayoría abandonados por falta de recursos y donde se producía un aceite de una calidad excepcional. A través de esa asociación no pretendían solo preservar esos singulares árboles sino que perseguían un objetivo tanto o más loable, como era el de favorecer la integración laboral de personas con discapacidad intelectual. Cuando me propusieron colaborar con esta admirable tarea no lo dudé ni un momento, y he contribuido, a partir de mi experiencia, con el asesoramiento legal de esa entidad sin ánimo de lucro. Me siento especialmente orgullosa de haber participado en esta maravillosa iniciativa, cuya misión no solo ha despertado el interés de muchos medios de comunicación, que se han hecho eco de su labor, sino que incluso ha llegado a inspirar El olivo, una película estrenada un par de años atrás y dirigida por Iciar Bollaín.
Emprendimiento en la lucha por la igualdad profesional de género
A medida que he ido madurando, me he ido comprometiendo cada vez más en la igualdad de género, en su más amplio y estricto sentido. Entré en contacto con Fidem, la Fundación Internacional de la Dona (Mujer) Emprendedora, una entidad que impulsa muchas actividades orientadas a prestar apoyo a la actividad empresarial, igualdad y y emprendimiento de las mujeres. Mantuve una relación muy estrecha con esta asociación, formando parte y trabajando en sus comisiones, como la de emprendimiento y la de mujeres directivas. La experiencia fue vital; si ya estaba sensibilizada sobre la necesidad de que hombres y mujeres disfrutaran de iguales condiciones, el intercambio de ideas y opiniones con reconocidas empresarias catalanas me permitió profundizar en la discriminación femenina que existe en la sociedad, en especial en lo que hace referencia al acceso a cargos directivos en las compañías. Todo ello me llevó también a formar parte de la Plataforma de Consejeras y Directivas de Barcelona, que seguidamente detallo.
Una de las primeras cincuenta consejeras acreditadas por la Cámara de Comercio de Barcelona
Toda la experiencia acumulada ha hecho que aumente mi compromiso con la igualdad de género y ello me llevó a incorporarme a la Plataforma de Consejeras y Directivas, bajo la dirección del Observatorio Mujer, Empresa y Economía. En 2016, me convertí en una de las cincuenta primeras consejeras de Catalunya acreditadas por la Cámara de Comercio de Barcelona; una condición que avala nuestra formación, competencias transversales, nuestra empatía y nuestras capacidades para acceder a cargos directivos y contribuir a mejorar la sociedad. Ahí estamos, desarrollando una muy buena labor para conseguir que la mujer disponga de las mismas oportunidades tanto en la dirección de las empresas como de la propia junta directiva de la Cámara.
La Plataforma de Consejeras y Directivas: solo pretendemos sensibilizar sobre la discriminación femenina
La lucha feminista solo busca la igualdad. Desde nuestra plataforma no pretendemos convencer de que somos mejores que los hombres, sino sensibilizar sobre lo perjudicial que resulta para la sociedad que no se reconozca que la mujer está discriminada, pese a que el 60 % de las licenciaturas son femeninas y que la mujer obtiene mejores calificaciones académicas. Es inconcebible que se mantenga una brecha salarial que oscila entre el 19 % y el 26 %; que el 70 % de las empresas catalanas carezcan de mujeres en sus órganos de dirección; que en las empresas públicas, con participación mayoritaria de la Generalitat, la presencia femenina se reduzca al 24 %. Para alcanzar el equilibrio de género que recomienda una directiva europea, y consistente en que el 40 % de los órganos directivos sean femeninos, habría que incorporar a 856 mujeres a consejos de administración y otras 2.700, a la dirección de empresas. El índice de pobreza es mayor entre las mujeres, cuya pensión media es un 31 % inferior a la de los hombres. Se calcula que el PIB catalán se incrementaría en un 23,4 % si se contabilizaran las labores domésticas, el 67 % de las cuales recaen en la mujer. Esta distribución desigual se evalúa en 8,8 millones de euros anuales, lo que equivale a 2.759 euros por mujer. En una sociedad igualitaria, en la que el trabajo remunerado fuera distribuido equitativamente, la mujer dispondría de un salario bruto superior en un 25 % al actual. Las empresas más rentables son las que incorporan más talento femenino. Según McKinsey, las que cuentan en sus organizaciones con entre un 19 % y un 44 % de mujeres reciben un retorno de capital un 26 % superior a aquellas que no tienen ninguna. La mujer ha seguido manteniendo un nivel formativo superior, pero esta circunstancia no se ha traducido en una igualdad en el acceso al mercado laboral, lo cual repercute en la calidad de vida de la población femenina y aumenta su riesgo de incurrir en situación de pobreza, en especial si accede a la maternidad. Luchamos por revertir toda esa situación. Hemos experimentado avances pero queda todavía mucha labor pedagógica pendiente.
También sufrí discriminación laboral por ser mujer
A pesar de sumar años de experiencia y antes de crear mi firma, opté por trabajar en algunos despachos de abogados de Barcelona para hondar aún más en la experiencia y ampliar conocimientos para la gestión de un bufete. Algunas de las experiencias vividas reafirmaron mis convicciones de las prácticas que nunca permitiría en mi firma. Por experiencia propia, conozco lo que supone sentirte engañada, marginada y acosada en un entorno profesional desproporcionado y sin sentido. Como en todos los sectores, existen excelentes profesionales pero también decepcionantes. Por suerte, en toda mi trayectoria profesional solo se cruzaron, y por poco tiempo en mi vida, dos despachos de abogados a cual peor. El primero de ellos fue el de un auténtico machista. Nunca olvidaré la soberbia infligida por parte de un abogado «jefe» manipulador y autoritario, que se hacía rodear de mujeres, no porque confiara en su talento, sino por gozar de un escaparate agradable a sus ojos, obligándonos a llevar falda o vestido por encima de la rodilla. En mi caso no lo consiguió porque elegí un abanico de maravillosos modelos de pantalones y vestidos largos que tuvo que aceptar, siendo la única que decidió responder así. Un «hombre» que, lejos de emplear empatía y motivar a su equipo, recurría casi a diario a la más absoluta humillación alzando la voz cual dictador, rodeado de humo de tabaco y colocando sus pies en la mesa y disfrutando en divagar sobre temas tan singulares como la Corona de Aragón, obligándonos a quedar hasta bien entrada la noche. Mi voluntario adiós fue pura justicia para mi dignidad como mujer. Años después, coincidimos en una conferencia y su obvia mirada esquiva y cabizbaja le delató, una vez más, como un sujeto cobarde. Su aspecto, muy desmejorado, envejecido, me recordó al miserable protagonista que explota la bondad del empleado, personaje principal de la película Muchas gracias, Mr. Scrooge. Y por último, también conservo en la memoria las palabras que me dedicó un reconocido titular de un despacho de abogados de Barcelona en el momento en que me despedí de él. Conocido por sus «líos de faldas», y pese a transmitirme que se alegraba de que decidiera establecerme por mi cuenta, acercándose demasiado a mí, y cuya distancia amplió de inmediato ante mi mirada fulminante, me advirtió que nuestro sector está muy masculinizado con un mensaje machista donde los haya: «No tendrás éxito como abogada. Es una profesión para hombres». Dos años más tarde, la prensa nacional y los medios de comunicación se hicieron eco de su figura por blanqueo de capital «y papeles de Panamá». Aunque, curiosamente, no solo he sufrido discriminación por los que dicen llamarse «señores». Qué paradoja que una abogada, socia de este último, se mueva en una plataforma por la igualdad de género, cuando disfrutaba explotando y humillando a todas sus becarias, mujeres –entre ellas, yo misma–, algunas de las cuales tuvieron que ser tratadas psicológicamente. Desfilaron nueve secretarias en su despacho en menos de un año. Por suerte, solo decidí trabajar allí tres meses. Estaba cansada de tanta injusticia e hipocresía. No obstante, pienso que todas las experiencias, dentro de unos límites, en el fondo enriquecen, y agradezco haberlas vivido, sinceramente. A todos ellos, no les guardo ningún rencor y solo deseo que el destino les depare lo justo, sin desearles ningún mal. Son personas que sufren su propia maldad y, en el fondo, siento lástima por ellos.
Qué me emociona, qué me enfada, qué me entristece y qué admiro
Me emocionan las reacciones de sinceridad y de humanidad que, aunque pocas, por suerte, todavía existen. Me emociona la relación de mi hija Júlia y Nora (hija de mi pareja Albert). Desde pequeñas se quieren como dos auténticas hermanas compartiendo mil secretos de dos adolescentes, excelentes estudiantes, en plena y sana efervescencia juvenil; también me emocionan la inocencia y espontaneidad de los pequeños, mi máxima protección y sensibilidad hacia ellos. Mi debilidad, mis sobrinos Unai y Arlet, que despiertan en mí y consiguen que me convierta en una absoluta «tieta loca» cuando estoy con ellos; me enfada, y mucho, la soberbia, la mentira, el egoísmo y el ego de las personas que convierten nuestro alrededor en algo totalmente desequilibrado y desproporcionado; me entristece infinitamente comprobar el padecimiento y necesidad de las personas en busca de oportunidades para subsistir, vivir. Me entristece el que, como raza humana, no hayamos aprendido de las desgracias vividas en todos los sentidos y se sigan permitiendo que existan las mismas o más desgracias. Y admiro absolutamente a todas las personas que dedican su vida exclusivamente a ayudar al prójimo sin ningún tipo de interés, convirtiéndose todos ellos en mis héroes y heroínas.