1r Tomo (empresarios). Biografias relevantes de nuestros empresarios

Daniel Marí Miguel – CEO de Keapps

DANIEL MARÍ MIGUEL

Viladecans (Barcelona)

18 de diciembre de 1974

CEO de Keapps y socio de Elternativa

 

Del ajedrez aprendió que, en ocasiones, los movimientos a efectuar están condicionados a las personas a las que te enfrentas y no tanto a la disposición de las piezas. Un diagnóstico inesperado le llevó a sumergirse en la ingeniería más tecnológica. Ahora, lidera un equipo de doscientos especialistas que prestan servicio a las empresas en el desarrollo de sus respectivos proyectos. Advierte que la inteligencia artificial o la tecnología blockchain transformarán nuestras vidas antes de lo que imaginamos.

 

De la obediencia infantil a la rebeldía juvenil

 Criarme entre libros despertó mi avidez por la lectura y el saber

 Querer y ser querido sin idealizaciones

 Se tarda en comprender que se aprende más de las derrotas que de las victorias

 La experiencia agudizó mi capacidad visual, analítica y estratégica

 Variar nuestro planteamiento conociendo cómo suele actuar la persona con la que estamos tratando

 Predestinado a estudiar Ingeniería

 Me empeñé en comprender el mundo que me rodeaba

 La voluntad de ser una persona polifacética

 Constituí la empresa con veintiocho años, aun sin saber cómo emitir una factura

 Nos fuimos adentrando en nuevas áreas como la Inteligencia Artificial, la ciberseguridad o el IoT

 Como empresa de servicios informáticos, hacemos factibles los proyectos de nuestros clientes

 Hay carencia de mano de obra tecnológica

 Trabajo a diario para ser el director general que se merece mi equipo

 Los auténticos líderes son humildes

 Apostamos por una tecnología al servicio de la sociedad

 

De la obediencia infantil a la rebeldía juvenil

Mi primera referencia vital me sitúa en una trona y revela mi alto nivel de obediencia en mis primeros años, lo que contrasta con la senda que más tarde emprendería en mi juventud. Ignoro si aquella situación, que la ubico en torno a los dos años, es un recuerdo real o fruto de haberme repetido mi madre en sucesivas ocasiones ese capítulo, en el que ella me dejaba ahí sentado y me pedía que me mantuviera quieto, prometiéndome un caramelo si, a su regreso, comprobaba que había seguido sus instrucciones. Ese episodio se repitió en varias ocasiones, y en mi fuero interno creo que me aburría soberanamente, algo que hoy en día echo en falta, pues la vorágine a la que nos enfrentamos a diario, con tantos impactos visuales y siempre conectados a la tecnología, nos impide experimentar esa sensación. A medida que fui creciendo, no obstante, adquirí un carácter más rebelde e independiente.

 

Criarme entre libros despertó mi avidez por la lectura y el saber

Nací en un hogar plagado de libros, que se acumulaban por doquier. No solo los estantes estaban repletos de ejemplares, sino que por toda la casa asomaban cajas apiladas con libros. No resultaba extraño, pues nuestro padre, Miguel, trabajaba en la Editorial Ramón Sopena, muy popular en la época por su producción de diccionarios escolares, guías telefónicas o la famosa Enciclopedia Larousse. Me crie, pues, entre libros, y creo que esa circunstancia despertó mi avidez por la lectura y por aprender, ya que desde corta edad tomaba cualquier volumen y lo devoraba. La afición de mi padre por la lectura también debió influir en ello, a pesar de que quien más me marcó familiarmente fue mi madre, Luisa, con quien compartía mayor tiempo al dedicarse al cuidado de la casa. Siempre ha sido una mujer cariñosa y con un espíritu muy positivo, animándonos a disfrutar de la vida y a saber compensar el esfuerzo necesario para conseguir nuestros objetivos con la necesaria diversión. Siempre digo que aprendí a simplificar situaciones complejas gracias a ella y sus consejos.

 

Querer y ser querido sin idealizaciones

El ánimo optimista de mi madre me sorprendía, pues ella había quedado huérfana a los siete años. No pude, así, conocer a los que habrían sido mis abuelos maternos, y a duras penas coincidí con mi abuelo paterno una sola vez, cuando tenía cuatro años, ya que murió al año siguiente. Con el paso del tiempo he constatado que tanto yo como mis hermanos mayores, David y Miguel Ángel, teníamos idealizada a nuestra madre. Fue al madurar que nos dimos cuenta de que era, por encima de todo, un ser humano. Ello significa que, a medida que hemos ido creciendo, nuestro amor recíproco se ha ido ensanchando, porque nos conocemos de verdad y nos queremos tal como somos. Y sé que mi madre, profundamente emocional, está orgullosa de la trayectoria que he seguido.

 

Se tarda en comprender que se aprende más de las derrotas que de las victorias

El ajedrez ha jugado un papel fundamental en mi vida. Mi padre es un buen jugador, y me quedaba embobado viéndole jugar y leyendo sus manuales de ajedrez. Me inicié en esta actividad a los nueve años, una edad tardía para aspirar a ser campeón del mundo. Aun así, desarrollé un buen aprendizaje y me manejé con habilidad, pues competí en campeonatos de Catalunya, escalé categorías, gané torneos, tanto individuales como por equipos… Me crie en el Club de Ajedrez Viladecans, aunque después me fichó la Unió Gracienca d’Escacs, uno de los mejores clubs de España, donde jugaba el maestro Miguel Illescas. Acabé abandonando esta práctica al cumplir los quince, cuando empecé a enfrentarme a rivales que presentaban un nivel extraordinario, lo que implicaba aumentar las derrotas y, en consecuencia, dejé de divertirme y la frustración fue más fuerte que yo. Es posible que, de haber contado con un profesor que me hubiera prestado apoyo u otro tipo de asesoramiento, habría superado aquella crisis; alguien que hubiera sido capaz de hacerme ver que aquello formaba parte del propio aprendizaje, como más tarde tendría ocasión de comprobar en mi trayectoria empresarial. Y es que sé por experiencia que de los fracasos es de donde se extraen las mejores lecciones.

 

La experiencia agudizó mi capacidad visual, analítica y estratégica

En 2017, veintisiete años después de haber abandonado la práctica, desde el Club de Ajedrez Viladecans me invitaron a reincorporarme. Pude constatar con satisfacción que había mantenido un buen nivel el nivel, pero me faltaba la rapidez de cálculo. Al igual que en la vida en general, con la edad tienes otro modo de afrontar las situaciones, y en el ajedrez juegas de manera distinta. Este milenario juego constituye toda una filosofía de vida y brinda unos conceptos valiosísimos, aplicables a la empresa en cuanto a estrategia, ataque, defensa, táctica, apertura de líneas… Aunque reconozco que lo más importante que uno aprende compitiendo en el juego son los valores del esfuerzo, la humildad y el respeto al contrario. Profesionalmente, a menudo adopto decisiones que, ni que sea metafóricamente, derivan de los movimientos de ajedrez; porque este juego te aporta una visión y una dimensión diferente frente a la vida. Donde los otros ven treinta piezas, yo solo veo quince, porque tengo la virtud de anticiparme y soy capaz de despejar el camino, lo cual me permite simplificar esa toma de decisiones y, con ello, disponer de mayores posibilidades de acierto. Jugar al ajedrez me convirtió en una persona muy visual y, al mismo tiempo, agudizó mi capacidad analítica.

 

Variar nuestro planteamiento conociendo cómo suele actuar la persona con la que estamos tratando

Los amigos, a quienes me gusta enseñar a jugar al ajedrez, se sorprenden de mi capacidad para descubrir cuál es el movimiento oportuno a efectuar. A base de experiencia he aprendido que, en una jugada determinada, es posible realizar una veintena de movimientos distintos. Pero la intuición me lleva a concluir que solo existen un par que resulten aconsejables, por lo que concentro mi análisis en determinar cuál es el mejor. También es importante tener en cuenta una teoría que afirma que, en una partida de ajedrez, no siempre juegan piezas contra piezas, sino personas contra personas. Y es importante saber a quién te enfrentas, porque en función del contrincante puede resultar aconsejable no efectuar el movimiento que, en condiciones generales, sería el deseable. En la vida ocurre lo mismo: si bien, ante una situación concreta, una decisión se revela como la óptima en la mayoría de las ocasiones, es posible que tengamos que variar nuestro planteamiento conociendo cómo suele actuar la persona con la que estamos tratando.

 

Predestinado a estudiar Ingeniería

Mi trayectoria académica se vio marcada por una circunstancia familiar. Siendo niño, mi hermano Miguel Ángel sufrió una enfermedad que, afortunadamente, consiguió superar. Pero fue una larga etapa en la que estuvo ingresado y aislado, lo que provocó que en el hospital propusieran que a mis hermanos y a mí nos realizaran unas pruebas para determinar cómo nos había afectado esa situación. Fruto del examen, mis padres descubrieron que yo tenía un coeficiente intelectual que al parecer era alto. «Su hijo tiene que ser ingeniero», sentenciaron los psicólogos, una afirmación que, de algún modo, me condicionó. Así que, tras haber superado la formación reglada sin problemas, me matriculé en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicaciones, en la UPC. Compatibilicé la carrera ayudando a mi padre en un supermercado que había decidido montar. Prestaba apoyo en el almacén, la caja, la reposición de estantes… De ese negocio, que acabó mal, aprendí algunas lecciones importantes sobre lo que no debía hacer, porque de todo capítulo de la vida se pueden extraer buenas conclusiones.

 

Me empeñé en comprender el mundo que me rodeaba

No culminé los estudios universitarios. En un determinado momento perdí el interés por la carrera, en paralelo a la creciente inquietud que me despertaban otros temas. Yo acudía a la Facultad en tren y aprovechaba el trayecto para leer. En la estación de Sants había una librería en la que descubrí los libros de gestión. Me los compraba, me los leía… pero no entendía nada; como también repasaba cada día La Vanguardia, sumergiéndome en las páginas de economía, de la actualidad catalana, la sociedad civil, las organizaciones empresariales. Tampoco alcanzaba a comprenderlo, pero no me importaba. En mi mente algo me decía que tenía que esforzarme en conocer cómo funcionaba todo aquello porque me resultaría útil y era necesario estar familiarizado con ese entorno. Sentí una especie de llamada. No resulta raro que uno de los primeros libros que adquirí fuera Cómo aprender de las derrotas, del gran maestro y campeón del mundo de ajedrez Anatoly Karpov. El alma libre que había ido cultivando me llevó a aparcar la carrera y adentrarme en el mercado laboral. La primera experiencia, como técnico, no resultó satisfactoria, ya que acabé siendo despedido.

 

La voluntad de ser una persona polifacética

En esa etapa universitaria también me había fijado un firme propósito: «Todas las cosas que desee hacer en la vida las llevaré a cabo», me dije. La idea era asomarme a cualquier actividad que despertase mi expectación, con el objetivo de conocerlas todas, ni que fuera someramente. No pretendía convertirme en un especialista de nada, sino en adquirir nociones de todas ellas para, de este modo, manejarme en el futuro con un conocimiento plural. La fotografía fue la primera actividad que me atrajo. Hice un curso, con veinte años, y me compré una cámara Reflex con la que intenté desarrollar todo el proceso de creación artística recogido en las revistas especializadas que también me esmeraba en consultar. Un reto que tenía muy dentro de mí fue el de romper el miedo a hablar en público. Con los primeros cursos de oratoria logré vencer la vergüenza que me atenazaba cuando tenía que hacerlo. Siendo becario en Oracle había sufrido esa sensación, ser incapaz de culminar una exposición. A las dos frases abandoné el proscenio para acercarme a mi jefe y pedirle que continuara él, pues yo me había quedado en blanco. Una vez superada esta barrera quise dar un paso más, el de subir a un escenario y conseguir hacer algo creativo, para lo cual me sumé a un grupo de teatro. Los ensayos con mis compañeros no solo se revelaron como unas sesiones divertidísimas, sino que me ayudaron a romper muchas barreras. Navegar era otro de los desafíos planteados. Pese a que en mi infancia me causaba pánico nadar, conseguí pilotar un velero. Estos últimos años, me he centrado en realizar deporte al máximo nivel que mi fisiología me permite, y últimamente he descubierto el mundo de la meditación. Nunca estaré suficientemente agradecido a las parejas de mi vida, por su apoyo en mis proyectos y los retos que se iban presentando. Para mí fue muy importante.

 

Constituí la empresa con veintiocho años, aun sin saber cómo emitir una factura

Mi segunda experiencia laboral, en esta ocasión como consultor, resultó más exitosa y constituyó el embrión de mi futura trayectoria como empresario. Yo era especialista en Tecnologías de Ventas, Marketing y Atención al Cliente (CRM, siglas de Customer Relationship Management). La empresa para la que trabajaba nos asignó un cliente, a mí y a un compañero, para el desarrollo de un determinado proyecto. En el transcurso del mismo surgió un problema de entendimiento entre nuestra compañía y el cliente que nos situó en la disyuntiva de seguir adelante o abandonar. Ahí vi una interesante oportunidad: prestar el servicio de manera directa, para lo cual debíamos constituir nuestra propia empresa. El gerente del proyecto accedió a ello y el compañero se convirtió en mi socio. Poco después, superábamos el no poco complejo proceso de homologación como proveedor de Indra, una de las firmas tecnológicas más prestigiosas del país. El contrato inicialmente establecido en dos meses acabó prolongándose hasta el año y medio, lo que da fe de la confianza que esa compañía depositó en nosotros. Eso sí: todo el conocimiento técnico especializado que atesoraba contrastaba con mi ignorancia en aspectos administrativos y de gestión. Tuve que recabar la ayuda de antiguos compañeros para saber cómo se emitía una factura, como también requerí el asesoramiento del agente del banco cuando acudí para disponer de liquidez para atender los pagos, puesto que los conceptos como «‌póliza de crédito» o «línea de descuento» se me escapaban. Pero, con apenas veintiocho años, constituí la empresa, sin plantearme si ese proyecto acabaría cuajando. Leopoldo Brito fue la persona que me ayudó a realizar esa primera factura, y es él desde hace 12 años el director comercial de la compañía.

 

Nos fuimos adentrando en nuevas áreas como la Inteligencia Artificial, la ciberseguridad o el IoT

En el momento de fundar la empresa estaba convencido de que funcionaría. Confiaba en mis capacidades; posiblemente, de manera exagerada, porque, a medida que vas madurando, adviertes más las carencias y sabes que todo resulta más difícil de lo que a priori creemos. Si tengo que ser sincero, no me planteé un determinado modelo de negocio, sino que vi una oportunidad y quise aprovecharla. Inicialmente, me dediqué a la actividad que me era propia: la de consultor CRM, basándome en las tecnologías orientadas a la gestión de equipos comerciales, el front office con los clientes, la relación con ellos, etc. Aunque a los doce meses me abandonó mi socio, continué adelante con el proyecto y, a los cuatro años, ya contaba con un equipo de seis personas. Crecimos sin glamur, porque evolucionábamos a medida que el mercado nos reclamaba nuevas necesidades. Si era necesario disponer de un equipo especializado en un determinado nicho, lo creábamos. Fue así como fuimos adentrándonos en nuevas áreas, como inteligencia artificial, ciberseguridad o IoT (internet de las cosas). Nunca he sido un visionario, sino que he procurado ofrecer al mercado los servicios que demandaba, ajustándonos a las especificidades concretas de cada empresa y aprovechando la preparación técnica y especializada de cada uno de nuestros profesionales.

 

Como empresa de servicios informáticos, hacemos factibles los proyectos de nuestros clientes

Nuestro cometido reside precisamente en prestar apoyo a las empresas en determinados proyectos. Como empresa de servicios informáticos, disponemos de un equipo de doscientos consultores, la mayoría de ellos ingenieros, que asignamos en función de las necesidades de cada cliente. Brindamos un alto valor añadido en cuanto a conocimiento para resolver parcelas que a las compañías que nos demandan se les escapan. Es posible, por ejemplo, que una firma necesite un ingeniero experto en ciberseguridad perimetral en el entorno bancario. Nosotros se lo proporcionamos, durante el tiempo estipulado para cubrir su necesidad. A mí me causan admiración los empresarios industriales, por su capacidad de aportar a la sociedad grandes avances que nos hacen la vida mejor. Y, a la vez, me siento orgulloso de contribuir, con nuestra aportación, a hacerlas factibles. Crecer junto a nuestros clientes es lo que me genera mayor satisfacción. Aunque disponemos de clientes modestos, con proyectos de menor alcance, es con las grandes empresas donde podemos exhibir nuestra capacidad, al tratarse de servicios de más largo plazo. Los sectores financiero, energético, de telecomunicaciones, industria y servicios son los que más reclaman nuestro know how para solventar sus necesidades.

 

Hay carencia de mano de obra tecnológica

Uno de los aspectos clave de nuestra compañía reside en la atracción de talento. Disponemos de quince personas en el Departamento de Recursos Humanos, cuyo objetivo es reclutar personal especializado para aportar valor añadido a nuestros clientes. Si el mercado nos lo permitiera, podríamos ampliar nuestro equipo hasta el medio millar de personas, pero resulta altamente complicado conseguir profesionales cualificados. Existe en nuestro entorno una gran carencia de mano de obra tecnológica; una circunstancia que se añade a la nula correspondencia que hay entre las necesidades del mercado de trabajo y las titulaciones que se generan en nuestro país. Es un problema heredado de una generación, la de nuestros padres, que quiso por encima de todo que sus hijos hicieran realidad el sueño que a ellos les fue vedado: la Universidad. Nos empujaron a cursar carreras cuando muchos podrían haber hallado mejores oportunidades de haberse decantado por estudios técnicos. Ese empecinamiento ha labrado muchos fracasos. En Alemania, en cambio, muchos jóvenes abrazan la Formación Profesional porque saben que, en el futuro, se podrán ganar la vida holgadamente. Tiempo atrás redacté un artículo que titulé «Sembrar semillas en un desierto», aprovechando una acertada frase que me proporcionó un empresario tecnológico y que me hizo percatar del escenario en el que nos movemos.

 

Trabajo a diario para ser el director general que se merece mi equipo

Me siento especialmente satisfecho de haber implementado una transformación cultural en la empresa. A ello contribuyó decisivamente Anna Bentanachs, mi coach desde hace diez años, con quien nuestra relación profesional ha derivado en amistad. Recuerdo nuestro primer encuentro, cuando acudí a ella solicitando ayuda para mi equipo, y el esfuerzo que me supuso darme cuenta de que el que necesitaba ayuda era yo. Iniciamos unas sesiones que se prologaron durante dos años y me permitieron orientar debidamente la compañía. Atravesaba una etapa en la que otros intereses me habían alejado un tanto de la organización. Por fortuna, cuento con un equipo humano que demostró una extraordinaria comprensión y supo esperar a que asumiera de nuevo mi rol. Me profesa un gran aprecio. Desde que otorgamos una importancia capital a la cultura empresarial hemos incrementado nuestra productividad y nuestra rentabilidad, además de reducir la rotación. Pero lo realmente importante es que lo que hacemos, y para qué lo hacemos, tiene ahora sentido. Todo ello es fruto de que nuestros colaboradores se sienten a gusto en nuestro entorno, porque compartimos una visión común y nos preocupamos por su desarrollo profesional, y eso revierte positivamente tanto en ellos a nivel individual como en la organización en su conjunto. Una empresa no la hace grande un directivo, sino su equipo; al que hay que marcar la estrategia, fijar el rumbo, acompañarle. Trabajo a diario para ser el director general que se merecen.

 

Los auténticos líderes son humildes

Uno de los aspectos que me mantuvo apartado de la compañía fue el mundo asociativo. Al igual que en otras facetas, quise adentrarme en este mundo para conocerlo de cerca. Fruto de ello, me convertí en vicepresidente del Cercle Tecnològic de Catalunya entre 2010 y 2012. Dimití a los dos años, porque no fui capaz de aguantar la presión, y no tengo problema en reconocerlo. Esa etapa me permitió conocer a altos ejecutivos de compañías y miembros de la clase política, y detectar en ellos, como no podía ser de otra manera, los mismos rasgos que en cualquier muestra de personas: humanidad, bondad, falsedad, artificiosidad, y cualquier otra característica del ser humano. Pero lo que los auténticos líderes tenían en común es que son humildes, porque son conscientes de que están al servicio de la organización.

 

Apostamos por una tecnología al servicio de la sociedad

En Keapps estamos involucrándonos cada vez más en las nuevas tecnologías y en la transformación digital, donde las empresas demandarán progresivamente un mayor servicio. La recopilación y correcta gestión de datos, así como la inteligencia de negocios, permitirán la mejora en la toma de decisiones. Se avecina un cambio enorme en nuestras vidas con la irrupción de la inteligencia artificial, aunque, ni la sociedad es consciente de ello, ni los gobernantes le prestan la atención que merece. Es un despropósito que hayan suprimido del currículo escolar la informática, como me preocupa asimismo la pérdida del sentido crítico de los estudiantes, una auténtica amenaza para el futuro de la sociedad. Y es que corremos el riesgo de ser víctimas de un uso pernicioso de la tecnología, porque el adecuado tratamiento de los datos puede resultar altamente beneficioso para la seguridad, para la medicina, para la ciencia y para muchos sectores. Sin embargo, si no se aplica de manera ética, el procesamiento de datos puede comportar que la tecnología lo sepa absolutamente todo de cada uno de nosotros y sea capaz de pronosticar, pero también de condicionar, nuestro comportamiento, como consumidores o votantes. Y la inteligencia artificial, unida al uso intensivo de herramientas digitales por parte de la juventud al que estamos asistiendo, puede provocar que grandes corporaciones sin escrúpulos acaben tomando el control de la sociedad y, en vez de cubrir las necesidades de la misma, opten por explotar económicamente la información de que disponen, como ya está sucediendo. Pero también habrá que estar atentos a una nueva tecnología incipiente que tendrá un gran impacto, el blockchain, que nos asomará a un sistema descentralizado de internet que redundará en beneficio de la humanidad.