Iñaki Gabilondo
Iñaki Gabilondo
TH, 1r VOLUM. La transición política española

Iñaki Gabilodno – Periodista

Texto del 27/01/2003
Fotografía cedida por I.G.

Periodista

Pocos periodistas de este país gozan del prestigio acumulado por Iñaki Gabilondo a lo largo de su dilatada trayectoria en toda clase de medios de comunicación. Testigo de primera fila de los cambios históricos que trajo consigo la transición, sus recuerdos de la época se nos aparecen teñidos de nostalgia cuando se confrontan con el presente, analizado con grandes dosis de realismo.

Los medios de comunicación desempeñaron un papel didáctico durante la transición

Al finalizar la dictadura los españoles tuvimos que hacer un curso acelerado de política, y en aquellos momentos los medios de comunicación contribuyeron bastante a que fuera posible. Nuestro papel resultó verdaderamente útil porque tampoco nosotros sabíamos nada de política, y esto le confirió un especial valor, ya que actuamos como activistas de una asignatura que sólo servía si la aprendíamos de la manera que lo hicimos, todos a la vez. Acabó siendo una labor educativa por esa circunstancia peculiar, no hubiera sido tan didáctica si los medios hubiésemos sabido realmente de asuntos de Estado y nos hubiésemos dedicado a dictar lecciones. Sólo teníamos fe en el proceso de cambio iniciado, pero desconocíamos sus mecanismos políticos, y de esa convicción nació una relación con la sociedad que fue una relación próxima, no la de alguien que sabe con quien no sabe. Más bien parecía una terapia de grupo, y eso la gente lo agradeció.

Cierto estilo de periodismo mal entendido puede causar estragos

Con el paso del tiempo aquel protagonismo de los medios de comunicación mal digerido ha provocado, veinte o veinticinco años después, algunos disgustos, porque el periodismo se adjudicó un papel especial dentro de la sociedad que me parece que no le corresponde, y aunque en aquel momento fue muy positivo en algunos casos ha suscitado daños colaterales, como el afán de provocar escándalos divulgando verdades a medias. Determinados periodistas hicieron, en mi opinión, una asociación de ideas muy peligrosa: información igual a cantar de gesta, noticia igual a epopeya. Creo que en algunos casos el periodismo debe utilizarse así, pero en su labor cotidiana tiene que aceptar su condición subordinada respecto a la realidad, debe admitir que los protagonistas de la realidad no son necesariamente los periodistas. Los verdaderos hombres de la información acompañan el proceso social, lo retransmiten, lo cuentan, controlan al poder, pero no son el poder, no son la realidad social. Últimamente hemos vivido en la profesión ciertos excesos como el de creer que el periodista tiene una especie de bula para pasearse por los terrenos de la insolvencia, de las verdades a medias, de los datos poco confirmados, en algunos casos particulares con un desparpajo que a mí me llama la atención, y con una capacidad de escribir libros que es precisamente una prueba de todo ello.

La radio se convirtió en una metáfora de lo que estaba sucediendo en la sociedad

De todos los medios de comunicación, la radiodifusión destacó por su labor de divulgación durante el periodo de la transición. Eran muchas las anomalías que se producían en la sociedad y en la libertad informativa de aquella época. La radio en España no tuvo posibilidad de informar en libertad hasta septiembre de 1977; ya se habían celebrado las primeras elecciones generales, en las que ganó Adolfo Suárez, y todavía era obligatoria la conexión con Radio Nacional de España para el parte informativo a las dos y media de la tarde y a las diez de la noche. Entonces la radio coexistía con la misma ilegalidad con que funcionaba toda la sociedad española con ganas de cambio, por eso estuvo tan cerca de los ciudadanos. En consecuencia, podemos afirmar que fue compatible con una actividad predemocrática primero, y luego democrática, convirtiéndose en una buena metáfora de lo que estaba pasando en esa sociedad. Brotaba una importante efervescencia política, que todavía no era contemplada en las normas, pero que iba, no obstante, reconocién­dose en el quehacer diario, y la radio a esos efectos era algo igual, una ­especie de horno en ebullición. En cada ciudad existían centros culturales, asociaciones de vecinos, comités sindicales que antes incluso de la muerte de Franco venían animando, empujando esa dinámica de cambios democráticos, a pesar de que el ordenamiento jurídico vigente todavía no se había reformado, lo hizo poco después de las citadas elecciones, pero ni la gente ni los medios de comunicación esperaron a que ocurriera.

Algunos programas de aquella época eran escuchados por los oyentes como una especie de contraseña semiclandestina

Cuando Radio Nacional de España dejó de ser la cita obligatoria de la información radiofónica y apareció el primer noticiario independiente no oficial del Estado, en octubre de 1977, que fue el informativo que yo dirigí en la Cadena SER1, surgieron los primeros indicadores de esa gran transformación. Hasta aquel momento la radio, a diferencia de la prensa escrita, que ya tenía desde hacía tiempo información política, transitaba por otros derroteros, sus principales bazas eran los concursos y los seriales radiofónicos, pero no estaba comprometida de una forma tan directa con la actualidad. Cuando empezó a hacerlo eso le dio un punto de romanticismo y de icono del cambio social, como un escaparate de la gran transformación del país, que vivíamos con pasión. Algunos programas de aquella época, como Hora 25, que no podía decir que era un programa informativo y se anunciaba como un programa de cuestiones actuales, eran escuchados por mucha gente como una especie de contraseña semiclandestina. Recuerdo con gran emoción la primera entrevista con Carrillo, poder oír la voz de gente que hasta entonces había estado en la clandestinidad. Los pasillos de la Cadena SER eran un barullo que reflejaba muy bien la realidad de esa sociedad de la transición, te cruzabas en ellos con asociaciones de vecinos que venían a protestar de la administración, sindicalistas que deseaban exponer sus reivindicaciones, Carlos Hugo de Borbón y Parma2, Dolores Ibárruri y toda clase de políticos que habían venido del exilio o de la clandestinidad, mezclados con los actores de los seriales y otros restos de la antigua radio, todos dándose codazos por los ­pasillos, que eran muy estrechos para tanta afluencia de gente.

En los inicios las maneras políticas eran distintas de las actuales

En las primeras tertulias políticas, como las de Hora 25, tanto los locutores como los políticos entrevistados contestaban aún de forma titubeante, daban la sensación de que todavía estaban aprendiendo la materia, y eso es algo que yo echo en falta en las tertulias actuales. Añoro los tiempos en que no era la soberbia la que predominaba, ni la arrogancia política, ni la periodística. Recuerdo de esa época la falta de jactancia y la enorme vehemencia, aunque parezca una contradicción; una gran cantidad de dudas, de incertidumbres, de desconocimientos que no se disimulaban: aparecían en esas tertulias con gran exaltación, pero sin presunción.

En la actualidad los planteamientos son muy categóricos

Ahora es imposible preguntar a un ministro y que te diga no sé o no estoy seguro. Yo entrevisté en aquel programa a políticos que no estaban seguros, que no tenían muy claras las cosas, la disyuntiva estaba instalada en medio de la conversación. En este momento la alternativa ha desaparecido, todos son planteamientos muy radicales, muy seguros, todo son afirmaciones, parece que ha quedado abolida la duda y yo la echo de menos, me parece que lo que le daba un aspecto más sano, más auténtico a las conversaciones políticas de aquellos años era precisamente que todo lo que se decía parecía estar presidido por una gran nube, que era la capacidad de dudar, de entender a los demás porque todos partían un poco de la incertidumbre. Ahora, en cambio, la vacilación parece casi una debilidad.

Todas las opciones políticas aceptaban su torpeza en el manejo de la democracia

Muchos de los problemas que aún tiene la sociedad actual respecto a la estructura del Estado, las autonomías, las comunidades históricas, etc., creo que van a tener difícil solución si partimos de unos apriorismos muy radicales. Justamente la transición se caracteriza porque cada opción política adopta sus principios absolutos y los sabe reducir para convivir. Los comunistas dejan de lado, por así decirlo, la hoz y el martillo; Fraga integra a la extrema derecha en un proceso democrático; los nacionalistas abandonan el independentismo. Esto es precisamente lo que más añoro de los políticos de entonces, y en la radio se plasmaba esta situación, todo el mundo hablaba con gran pasión pero parecía que, pese a los discursos vehementes y volcánicos, todos aceptaban y reconocían su torpeza en el manejo de la democracia, su propia conciencia del desconocimiento de la asignatura aunque también una enorme ilusión por llegar a aprenderla y dominarla bien.

Tuvimos que adaptarnos a la nueva situación proyectando los cambios democráticos a la vida cotidiana

Aquello de que Franco impuso una situación no democrática y que, sin embargo, los cuarenta millones de españoles eran demócratas es mentira, todos fuimos criados en los principios del totalitarismo, no teníamos ni idea de lo que era la democracia, excepto las ideas teóricas que habíamos podido leer en algunos libros y que formaban parte de nuestro anhelo, pero no teníamos entonces ninguna práctica democrática, ninguna experiencia, todos nuestros comportamientos eran absolutamente antidemocráticos. En una sociedad como aquélla todo lo que no era obligatorio era prohibido, y efectivamente, no recuerdo nada de mi infancia, adolescencia y juventud que no pudiera empaquetarse en uno de los dos lotes; todo era u obligatorio o prohibido, no había un ámbito discrecional en el que pudiera uno optar, y nos sentíamos la mayoría así, soñábamos mucho con la libertad, pero no teníamos ninguna costumbre de ella. Cuando Franco  murió, yo tenía 33 años y tres hijos pequeños, ya no era un crío, y como todos tuve que adaptarme a la nueva situación, en principio proyectando los cambios democráticos a la vida cotidiana para entenderlos mejor:  ya podía reunirme con quien quisiera (libertad de asociación), leer un libro concreto sin tener que ir a Francia a comprarlo (libertad de prensa), vivir con quien quisiese sin tener que estar casado o, si lo estaba, tenía la opción de divorciarme (libertad religiosa), decir lo que pienso sin temor a represalias (libertad de expresión), etc. De ese modo un tanto anárquico, aprendimos a usar la democracia y las libertades que conlleva, y también ­comprendimos en esa época que la democracia consiste en aprender a ­entender al otro, aprender a discrepar si hace falta, cosas que no nos ­resultaron nada fáciles por la educación recibida, y que hoy día echo de menos en política.

Me decepciona el revuelo que se arma cuando alguien propone revisar la Constitución y los estatutos de autonomía

Debería ser considerado como un elemento de lozanía y de vigor social analizar el esquema jurídico que construimos hace veinticinco años para ver qué puede haber quedado anticuado, pero eso que debería ser algo sano, ­algo visto con naturalidad, está pareciendo la suprema traición, lo cual pone de relieve cuánto cuesta conquistar posiciones democráticas e incorporarlas a los usos políticos. A mí me parece una prueba de la fragilidad de nuestra democracia que, por ejemplo, el gobierno actual de repente se ponga hecho una furia cada vez que se plantea algo tan elemental como revisar la vigencia de unas leyes que se hicieron en un momento especial. Cuando se hizo la Constitución la democracia aún estaba muy tierna; era algo que resultó ­admirable, y me siento orgulloso de formar parte de la generación que alumbró la Cons­titución, pero se hizo en  un momento en el que había inexperiencia política por parte de todos, cuando persistía todavía un miedo al influjo que podían ejercer determinados poderes, como el militar, que unos años después demostró que era un asunto muy a considerar. Entonces, ¿por qué vein­ticinco años después tiene que ser extraño que alguien quiera revisar las cosas, comprobar si se pueden mejorar? Me parece algo completamente normal, porque las leyes son instrumentos de nuestro sistema político y no al revés. Si determinadas comunidades creen que pudiera resultar interesante, por lo menos se debería considerar la posibilidad de revisar los estatutos o, si cabe, la misma Constitución, y aquí no entro en si tienen razón o no la tienen, lo que no entiendo es que esto pueda parecer la más absoluta traición, la mayor de las barbaries, no me lo parece en absoluto.

Un nacionalismo español no superado

Añoro el espíritu de la transición, que justamente era el que encontraba pertinente la consideración de cualquiera de estas cosas, y me resulta una decepción, y al mismo tiempo me demuestra cuántas cosas deberían aún ser ­revisadas, comprobar la irritación que provoca el asunto, unas iras incendiarias, que brotan de ese nacionalismo español que creía que ya estaba más o menos superado. En fin, esto indica que vein­ticinco años son muchos, pero parece que ­para que se consoliden determinadas costumbres políticas es pronto todavía.

Con la transición creíamos haber ido curando determinadas enfermedades históricas de este país y encajando bien el controvertido tema de las nacionalidades, pero al parecer nos hicimos demasiadas ilusiones. En la actualidad reaparecen modos que no se corresponden con los de aquella época, ­lenguajes de nuestros gobernantes muy feroces contra quienes discrepan de ellos, se han convertido en cancerberos de unas normas comunes. Y encima, cuando la Constitución hace un esfuerzo considerable para encajar el tema de las nacionalidades, ahora el que las cuestiona es ni más ni menos que el presidente del Tribunal Constitucional3.

No alcanzo a comprender a quién puede interesar la reaparición de la España de trinchera ideológica

Entiendo que pasados los años la política se sofistica. Uno no puede vivir mirando hacia atrás y mantenerse en la nostalgia, porque en realidad había poca experiencia en el asunto, los propios partidos convergían en unos consensos que lógicamente no iban a durar siempre. Finalmente, todo se ha configurado en una política más madura y, en fin, más inmisericorde. Lo que no alcanzo a comprender, lo que me parece aberrante, es la reaparición de la descalificación absoluta de la discrepancia, disentir parece una traición y aparece de nuevo el enemigo, se vuelve a fabricar la famosa España de las trincheras y de las alambradas ideológicas, aquella España trágica que tan bien retrató Goya en sus cuadros.

La política es de hecho la articulación de la convivencia

Por eso insisto en la sensación de decepción que padecemos los que vivimos la gran ilusión de la transición, los que hemos visto cómo se terminaba articulando razonablemente un Estado tan difícil de ajustar, y ahora asistimos a espectáculos políticos que no nos gustan nada. Por ejemplo, se está asociando nacionalismo con violencia, y a mí, que soy vasco, pero no nacionalista, me parece intolerable, peligrosísimo, y acuso a quienes hayan promovido esta asociación de ideas tan tremenda. De repente regresan no ya las vilezas políticas, sino cosas que pueden poner en peligro la convivencia. La política es de hecho la articulación de la convivencia, y cada uno es muy libre de proponer el modelo de convivencia que le parezca mejor, pero no podemos descalificarlo acusando a los nacionalistas de coqueteo con los violentos. Las propuestas de Ibarretxe, de algunas de las cuales discrepo, deberían abrir en una sociedad suficientemente madura el debate correspondiente, y a los que les parezcan mal que las critiquen con dureza, y con mucha fuerza si cabe, pero lo que no puede ocurrir es que quien plantee cualquier cosa contra los sagrados preceptos reciba una andanada de piedras, un chorro de insultos y pase a ser considerado un traidor, un enemigo público. En el lenguaje político actual no es que hayan desaparecido las dudas, es que han sido sustituidas por unas certezas tales que se sostienen a bayonetazo limpio.

Tarradellas simbolizaba muchos de los valores y actitudes políticas que ahora añoro

Recuerdo al President Tarradellas como una gran personalidad de la época de la transición. Él era una figura histórica, yo era muy joven cuando le entrevisté en Madrid a su vuelta del exilio, y me impresionó muy favorablemente. Simbolizaba muchos de los valores y actitudes políticas que ahora añoro: legitimidad, venerabilidad, nobleza, sentido común, concordia y convivencia. Para mí era una referencia histórica y me sorprendió gratamente porque no vino con una especie de reclamación que quisiera convertir en una apisonadora, sino que venía con una bandera llena de legitimidad, pero en torno a la cual tenía la voluntad de articular convivencias, no quería desencadenar viejas batallas.

Adolfo Suárez es el mejor exponente de la voluntad de entendimiento que presidió la transición política

Del mismo modo que para mí la radio era la metáfora de la situación social de la época, Adolfo Suárez era la metáfora de la situación política de la transición, de la transformación del régimen franquista en otro democrático. Se trataba de un hombre que no era un demócrata, ni por origen político (no hay más que repasar la lista de sus cargos públicos), ni porque fuera un teórico de la democracia, pues siempre fue claro y nunca ocultó que no había sido hombre de mucho libro. Sin embargo, era alguien que entendía que estábamos necesitados de una transformación, y aprendió lo que tenía que aprender, olvidó lo que tenía que olvidar, e hizo lo que tenía que hacer en bien del país. Ver a Suárez entendiendo, por ejemplo, el fenómeno catalán o vasco, porque su primera visita a Cataluña fue muy esclarecedora en este sentido, nos demuestra hasta qué punto un ser humano y una colectividad son capaces, si quieren, de entender, y la actitud de Suárez con las nacionalidades, y con Cataluña concretamente, es una muestra de lo que se puede hacer cuando existe verdadera voluntad o intención de acercarse sin prejuicios, a pesar de haberse criado en un pensamiento totalmente contrario. No había mamado democracia, ni en su historia política, ni en su entorno familiar, ni en los libros, ni en nada, así que su actitud tiene mucho mérito. Le tengo un gran aprecio y creo que la sociedad también.

Los hombres de Estado decidieron encontrarse y sacrificar sus pequeñas divergencias

La época de la transición tiene especial valor y si sigue siendo un lugar común al que regresamos con nuestra memoria y nuestra mirada, lo hacemos porque sucedió algo muy infrecuente, una cosa que en la sociedad actual parece un cuento de hadas imposible, y es que los políticos decidieron encontrarse y para ello asumieron unos sacrificios. Por ejemplo, a Fraga le costaron mucho los sacrificios que tuvo que hacer para entenderse con Jordi Solé Tura, y a Jordi Solé Tura le costó un enorme esfuerzo entenderse con Fraga. Pero el mejor Fraga que hemos conocido fue aquél, y el mejor Carrillo, y el mejor González, y el mejor Pujol, etc. Aquél fue el momento de todos los políticos, cuando tuvieron que demostrar su capacidad para mantener sus convicciones sin abdicar de ellas y, sin embargo, extenderlas con suficiente elasticidad a fin de entenderse con los demás y no para matarse o pegarse. En ese trance los políticos se pusieron la ropa de los domingos y se colocaron sobre su propia estatura, ya que sabían que estaban convocados a un momento muy importante y trascendental, tenían conciencia de estar haciendo algo histórico y de grandeza que requería de todos ellos el ­sacrificio de las pequeñas divergencias.

La política ya no es tan versátil

Esto es lo que me parece más importante, descubrir la ductilidad que la política puede llegar a tener, es evidente que no va a manejarse siempre con esa flexibilidad, pero cuando pasa el tiempo y descubres que las posiciones políticas ya no son elásticas sino totalmente tensas, entonces es cuando te disgustas y sientes nostalgia. No digo que todo deba funcionar con aquella especie de vocación histórica, pero lamento que se haya perdido tanto de aquel espíritu y que ahora parezca estar regido todo por la mayor tacañería y bisutería política. Me gusta mucho la política con mayúscula. Sé que debe hacerse también política con minúscula, no se puede estar jugando ­todos los días de tacón, no obstante siento que haya sobrevivido tan poquito de la política grande.

El miedo jugó un papel determinante en el triunfo de la transición

Para que todos esos políticos sacaran lo mejor de sí mismos, para que fueran capaces de olvidar sus intereses más íntimos y buscar la convergencia con los demás, además de nobleza hubo necesidad de otra cosa en gran proporción, que es el miedo. Creo que el miedo es uno de los factores clave de la transición. Toda la sociedad se movía a impulsos de un anhelo de libertad, de una búsqueda de encuentros, pero también se procedía así porque se ­tenía ­miedo a lo que podía ocurrir si no se produjese el consenso. La gente, a la muerte de Franco, tenía pavor a que aquello pudiera descontrolarse, a que posiciones muy antagónicas en España pudieran llegar a chocar como tantas veces a lo largo de la historia. Ese temor jugó también su papel, por fortuna se pudo extraer de él, no lo peor que es una cosa viscosa y repugnante, sino algo positivo, como es la prudencia, que se puede utilizar para dar pasos adelante.

Una construcción de Europa llena de incógnitas todavía

Hay gente que tiene puestas muchas ilusiones en la Europa ampliada, incluso hay algunos nacionalistas que proyectan sobre Europa la esperanza de que sus anhelos puedan cumplirse, aunque también es cierto que otros temen todo lo contrario. Nadie puede imaginar qué nueva realidad nos vamos a encontrar cuando finalice el proceso de construcción europea, personalmente es algo que se escapa ya de mi tiempo histórico, no sé cuántos años más voy a vivir, pero desde luego no los suficientes como para que pueda observar panorámicamente todo el proceso de integración. Sí asistí, en cambio, al comienzo del sueño europeo visto desde una España que estaba fuera de Europa, y para nosotros ésta representaba un modelo de calidad de vida y de relaciones políticas, desde lo más superficial, hasta lo más profundo, pero no tengo ni idea de cómo irá en el futuro. Sé lo que me gustaría que ocurriese, que Europa pudiera avanzar hacia unas convergencias mayores, a diferencia de ahora en que asistimos a unas divergencias bastante claras, pero no sé qué pasará, soy muy malo pronosticando.

Alternancia política y soberanía popular

Soy partidario de la alternancia política, pero antes de ella soy partidario de la voluntad soberana de los ciudadanos. Pienso que es algo bueno, pero hasta cierto punto me parece un sofisma. Me gusta la alternancia política, pero ¿qué quiere decir? ¿Que por decreto-ley hay que obligar a un partido que ha estado no sé cuántos años en el poder a que lo abandone, a pesar de que los electores le voten? Creo que no, si los electores le votan tendrá que seguir, lo cual no se contradice con que sea buena y deseable la alternancia política.

De Jordi Pujol quiero destacar su enorme profesionalidad

Lo considero un político de primer nivel, un hombre de mucha categoría política, se esté de acuerdo o en desacuerdo con él, y le tengo mucho respeto y ­afecto. Le he entrevistado muchísimas veces, llevo más de treinta años en el periodismo y es el primer político que me ha llamado por teléfono para pedirme disculpas. Durante una entrevista tuvimos una discrepancia, él creyó que había sido descortés conmigo, aunque considero que no lo había sido en absoluto, es más, de haber habido alguna descortesía lo más probable es que se hubiera producido por mi parte, así que su llamada tras la entrevista, diciendo que lamentaba haber sido descortés y que quería pedirme disculpas por ello, me dejó ­maravillado por lo inusual en el gremio, y al mismo tiempo esa circunstancia demuestra varias cosas: si le sale del corazón, es que tiene un paladar político muy delicado, y si no le sale del corazón, y así y todo lo hace, es un político muy profesional. En cualquier caso las dos cosas me parecen dignas de todo elogio.

Cuando viene a la radio para una entrevista, llega media hora antes, pide un despacho, lee toda la prensa de arriba abajo, consulta con sus consejeros las dudas que pueda tener, todo eso denota que es alguien con mucho oficio. Quiero destacar estos detalles de alto nivel profesional, que no ocurren con ningún otro político. Las entrevistas radiofónicas suelen ser a las nueve de la mañana, y él viene media hora antes para que no le pille por sorpresa ninguna pregunta, no se encierra conmigo para saber qué puedo preguntarle, sino que lo hace solo, para repasar mejor qué debe contestarme ante cualquier tema. Cuanto más se nos abarata la política más importancia le concede uno a estos gestos. A mí la gente que hace muy bien las cosas me inspira un gran respeto.

Me desconcierta que le hayan criticado e incluso se hayan burlado de él desde España

Al margen de su pensamiento político, con el que se puede estar con algunas cosas de acuerdo y con otras no, como con todos los demás políticos, Pujol tiene una visión muy amplia sobre el mundo y sobre la realidad, todo su corazón y su mirada se proyecta desde Cataluña, pero no se queda exclusivamente allí. Me desconcierta que le hayan criticado e incluso se hayan burlado de él desde España, cuando pienso que no ha habido nadie que haya tenido una preocupación mayor y una amplitud de miras como la suya en el tema de la articulación del Estado español. ¿Cómo es posible que un periodismo más o menos ramplón, miope, centralista y de patio de colegio, esté todo el día bromeando sobre él? Creo que la historia, más allá de cuáles sean las afinidades ideológicas de quien la escriba, dirá de Jordi Pujol que fue igual de bueno para España que para Cataluña.

La preocupación por el medio ambiente será uno de los grandes temas políticos del futuro

Hace veinte años las preocupaciones medioambientales solamente corrían a cargo de unos cuantos chicos que calificábamos de melenudos y a quienes no les hacíamos caso. En este momento la sociedad empieza a plantearse muy en serio el tema del medio ambiente, todas las fuerzas políticas y sociales ya han colocado por lo menos su mirada en esa dirección. Después del desastre ocurrido en Galicia4, creo que será uno de los grandes caballos de batalla políticos en el futuro.

Conviene que todos recordemos lo sucedido el 23 de febrero de 1981, personalmente procuro no olvidarlo

La tarde del nefasto golpe de Estado me puse por primera vez en mi vida delante de una cámara, significó un triste debut en la pantalla televisiva; yo era entonces director de los servicios informativos de RTVE, la única cadena de televisión que había por aquellas fechas en el país, y estaba por tanto en la ciudad, en el medio de comunicación y en el departamento con mayor tensión del Estado. En fin, que me encontraba en uno de los puntos más neurálgicos de aquel drama. Recuerdo muy bien ese día en concreto, más aún, me esfuerzo en tenerlo presente, porque entiendo que nadie debería olvidar lo que pasó entonces.

1          La SER, Sociedad Española de Radiodifusión, nacida en 1926 de la fusión de Radio Barcelona y Radio Madrid bajo el nombre de Unión Radio y que en 1940 adoptaría el actual, está compuesta de una cadena de ciento ochenta y siete emisoras locales. Con más de cuatro millones de oyentes es el medio radiofónico privado líder absoluto de audiencia en el país.

2          Carlos Hugo de Borbón y Parma (1930), heredero del trono de España por la rama carlista. Marginados del poder por el régimen franquista al que apoyaron durante la guerra civil, los carlistas evolucionaron de la mano del pretendiente Carlos Hugo hacia un tradicionalismo populista que terminó derivando en un abierto socialismo autogestionario. Expulsado de España en 1968, Carlos Hugo de Borbón y Parma desarrolló una gran actividad opositora de signo democrático en el exilio y en los inicios de la transición.

3          Manuel Jiménez de Parga, nombrado presidente del Tribunal Constitucional el 12 de noviembre de 2001, se ha distinguido siempre por su ideología marcadamente conservadora y por sus polémicas resoluciones judiciales y declaraciones públicas. En una conferencia dictada el 22 de enero de 2003, declaró que la distinción constitucional entre comunidades autónomas históricas y otras que no lo son “tuvo su interés político en 1977 pero no lo tiene en la actualidad”, y añadió que en la organización territorial del estado el papel de la mayoría de las comunidades autónomas no puede “quedar reducido a segundones frente a tres comunidades que dicen que son distintas”.

4          El 13 de noviembre de 2002 el petrolero Prestige, con un cargamento de setenta y siete mil toneladas de fuel se ve sorprendido por una considerable tormenta frente al cabo Finisterre. Perdida la maniobrabilidad del buque y ante el peligro de hundimiento del mismo, que ya está perdiendo buena parte de su carga por varias grietas abiertas en su casco, el gobierno decide alejarlo de la costa rumbo a aguas internacionales para minimizar la probable ­catástrofe ecológica. De todos modos, el barco se hunde definitivamente el 19 de noviembre a doscientos treinta y tres kilómetros de las islas Cíes, desencadenando desde entonces la mayor marea negra de que se tiene constancia en Europa y afectando por completo las costas del litoral gallego, cantábrico y del sur de Francia.