Inesa Struve
Fotografia cedida
11è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Inesa Struve

Finques Rosselló de Mataró, Rosselló International Investment Group, Centro Duo

Texto del 05/04/2019

Una compleja vida estrenada en la URSS condujo a esta letona a desarrollar una carrera científica de la que huyó desencantada tras comprobar cómo los intereses comerciales se anteponen a los humanitarios. El destino le deparaba un destino como empresaria en el Maresme, comarca a la que atrae inversores extranjeros interesados en adquirir inmuebles. No se trata solo de brindarles rentabilidad económica sino, también, servicios asociados para que se sientan como en casa y favorecer su relación social.

 

Un famoso astrónomo alemán que arraigó en Estonia en el siglo XIX

Mi llegada a este mundo se produjo en Riga, la capital de Letonia, cuando esta república báltica formaba parte de la extinta URSS. No obstante, mi infancia transcurrió en Olaine, localidad levantada por el régimen soviético para acoger grandes fábricas. Mi apellido presenta origen danés, pues mi familia paterna procede del distrito de Altona, zona en territorio alemán, próxima a Hamburgo, que pertenecía en el pasado a la Dinamarca del Sur. En esa rama paterna abundan profesores, médicos, curas y científicos. El desembarco de los Struve en Estonia cabe atribuirlo a Wilhelm von Struve, tatarabuelo que se reveló como un erudito de la astronomía y a quien incluso se le otorgó la Medalla de Oro de la Sociedad Astronómica Británica en reconocimiento a sus avances, entre otros, el descubrimiento de estrellas dobles. A él se debe el denominado Arco Geodésico de Struve, cadena de triangulaciones de medición y que forma parte del Patrimonio de la Humanidad instituido por la UNESCO. Fue enviado por su padre, Jacob Struve (director del Gymnasium Christianeum, prestigiosa escuela latina de Hamburgo), a la universidad de Tartu (Estonia) para desarrollar una carrera que se reveló rutilante. Hombre de reconocido talento, por petición expresa del zar ruso, fundó el observatorio astronómico de Púlkovo, próximo a San Petersburgo. Fruto de su primer matrimonio, tuvo cinco hijos. Poco antes que su esposa falleciera prematuramente, ésta le pidió que se casara con su mejor amiga, quien podría atender a los pequeños. El cumplimiento de este deseo propició que mi tatarabuelo iniciara una nueva vida, cambiando su antiguo nombre por el de Vasily Iákovlevich Struve y abrazando la religión ortodoxa, la de su segunda consorte. Llegaría a tener once hijos, algunos de los cuales siguieron su trayectoria científica. De sus descendientes cabe destacar a su nieto Otto Struve, quien tras la Primera Guerra Mundial desarrollaría su carrera como astrónomo en Estados Unidos.

Pionero en la industria del videomagnetófono

La sangre científica alimentó el genio que siempre exhibió mi padre, Pavel Julivich Struve, persona extraordinaria con quien he mantenido una relación distante a causa de sus compromisos laborales. Desde 1978, puso su talento al servicio del país, lo cual le llevó a residir en San Petersburgo mientras yo permanecía en Olaine junto a mis abuelos. Por motivos confidenciales, nunca pudo mostrarse muy explícito respecto a sus cometidos profesionales, pero es un hombre que se ha caracterizado por albergar muchas ideas en la cabeza y que ha desarrollado distintos sistemas relacionados con la acústica para uso militar. Había estudiado en el Instituto Politécnico y ante la carencia de libros, procuraba abastecerse de revistas del resto de Europa, como Polonia, lo cual le llevó a estudiar polaco. Fue un pionero de la radioelectrónica en nuestro país. Había empezado su carrera profesional trabajando como ingeniero radiotécnico en una de las principales empresas de la Unión Soviética, lo cual propiciaba que entraran en casa prototipos de aparatos que el resto de la población no vería hasta varios años más tarde, como reproductores de alta fidelidad. Uno de sus descubrimientos le convirtió en precursor del videomagnetófono, si bien los soviéticos no supieron explotar ese invento.

Dolido con el Gobierno por haber desechado un asistente para personas sordas

A sus setenta y cinco años, mi padre mantiene su mente activa como el primer día. Ese talante le llevó a formular otro interesante avance tecnológico: un film térmico que permitiría detectar si los tejidos celulares conservan vida. Así, en situaciones catastróficas como terremotos, o incluso guerras, los profesionales de la medicina dispondrían de información inmediata acerca de si un miembro tiene que ser amputado o puede salvarse, ya que, gracias a los datos suministrados por esa película, mediante un sistema cromático, podría identificarse el estado de esas extremidades y si deben ser sacrificadas. Con ello, el personal sanitario ganaría un tiempo precioso que evitaría amputaciones e incluso ahorraría vidas. Sin embargo, algunas de sus propuestas no han hallado la respuesta esperada, lo cual le ha generado cierto desencanto. En cierto modo, está enfadado con el mundo, pues considera que su talento no ha sido suficientemente aprovechado. Otra prueba de ello es que su ingenio le llevó a desarrollar un revolucionario sistema de asistencia para personas sordas; un invento que, pese a resultar altamente asequible, fue desestimado por el Gobierno ruso. Por esa razón, mi progenitor está desencantado con los dirigentes de Rusia. A mí también me duele esa falta de sensibilidad hacia algunos de sus proyectos.

El distanciamiento profesional provocó el divorcio de mis padres

La familia de mi madre, Luisa Gordanova, procede de la parte asiática de Rusia, junto al río Bélaya, un lugar paradisíaco al sur de los Urales donde en mi infancia disfruté de varios veranos con mis primos. Habría quien pudiera atribuirme sangre azul, pues una de mis bisabuelas maternas era duquesa. Mi otra bisabuela de madre atesoraba una bella historia, como es que descubrió en el bosque a un oficial herido que, tras estallar la guerra civil en Rusia, intentaba huir del país. Fue ella quien le atendió y logró curarle, aflorando entre ambos un amor que culminaría en matrimonio. Las reminiscencias militares estuvieron asimismo presentes en el inicio de la relación de mis padres, quienes coincidieron en el Ejército. Hija de Sharip Gardanov y de Zulfia Galeyevna, mi madre había nacido en 1944, en plena Segunda Guerra Mundial; conflicto del que su padre regresaría con importantes heridas que acabarían con su vida y dejarían huérfana tanto a Luisa como a sus tres hermanos. En esa situación de precariedad, ella se crio en un centro de acogida, tras lo cual decidió alistarse voluntaria al servicio militar para asegurarse alimentación, abrigo y trabajo. Destinada al servicio de transmisiones, conoció a mi padre en un concurso de telegrafistas en Kazán. Ella apenas contaba diecinueve años cuando contrajo matrimonio y ni tan siquiera tenía el Bachillerato. Con la ayuda de mi abuela, que era profesora y ayudaba a los adultos que no habían completado sus estudios a acceder a la Universidad, mi madre desarrolló una exitosa carrera como traductora, aprendiendo alemán y castellano. Ha sido precisamente la lengua de Cervantes la que le ha resultado más afín, hasta el punto de repetirme a menudo que su alma es española. No es casualidad que a mí me bautizara como Inesa y a mi hermana menor como Julia. Empezó trabajando en Sputnik, empresa turística vinculada al Gobierno. Pocas traductoras exhibían en el Báltico un nivel como ella, lo cual propició que recurrieran a mi madre para prestar apoyo a los deportistas hispanohablantes que participaron en los Juegos Olímpicos de Moscú. Posteriormente se trasladaría a Cuba para operar en la Agencia Marítima del Báltico. Mientras mi hermana se criaba en la escuela de la embajada rusa en La Habana y convertía el castellano en su segunda lengua, yo permanecía en Olaine junto a mis abuelos paternos, Julio Pablovich Struve y Faina Mazikina, pues mi padre se hallaba destinado en San Petersburgo por deseo de las autoridades del país. El distanciamiento causado por las distintas trayectorias profesionales provocó que mis progenitores se divorciaran cuando yo contaba ocho años. Mi madre acabaría conociendo a Josep Salomón, empresario castellonense con quien contraería matrimonio y que vivía en Mataró; una decisión que, con el tiempo, comportaría que la capital del Maresme se convirtiera en mi destino y en la ciudad en la que desearía echar raíces.

Asesinaron a mi bisabuelo para evitar su colaboración con los alemanes

Mis abuelos paternos ejercieron una sólida influencia en mí. Sobre todo, mi abuelo, en cuyos brazos me gustaba mecerme durante mis primeros meses de vida más que en ningunos otros. Siempre he sorprendido a todo el mundo porque tengo recuerdos, incluso, de cuando apenas contaba dos meses: qué ropa vestía, con qué sábanas dormía, qué canciones me cantaban para acunarme… La razón de mi alumbramiento en Riga se debe a la trayectoria de mis bisabuelos paternos, que estudiaron juntos Medicina en la Academia Militar de San Petersburgo. Habían pertenecido a la guardia del zar y decidieron emigrar a Letonia al iniciarse la revolución soviética. Acabaron residiendo en Rēzekne, localidad letona en la que mi bisabuelo dirigiría un hospital. Durante la Segunda Guerra Mundial, después que Letonia hubiera sido invadida, en 1944, por los soviéticos, ante el avance de las tropas alemanas los rusos tuvieron que batirse en retirada. Para evitar que el personal sanitario pudiera prestar auxilio al enemigo, decidieron matar a enfermeras, médicos y otros asistentes; entre ellos, mi bisabuelo, director del centro sanitario.

Vetados en Riga al ser considerados «enemigos»

Las penurias del régimen soviético también las sufriría mi abuelo paterno, quien, al ser considerado disidente, fue deportado a Siberia. Diez años más tarde, y gracias a su buen comportamiento, fue trasladado al Kazajstán para trabajar en las minas de carbón de Karagandá. No conocería a su hijo (mi padre) hasta 1959, cuando resultaría «liberado». Pese a su nueva situación, Julio Pablovich Struve tenía vetado trabajar en la capital, Riga, al igual que su esposa, pues al estar casada con un «enemigo» tuvo que contentarse impartiendo clases a niños letones pese a haber completado dos carreras que la habilitaban para ser profesora de Matemáticas, Física y Química. Mi abuelo había iniciado sus estudios universitarios poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial. Al principio solo pudo estudiar Electricidad, si bien más tarde cursaría Ingeniería Geológica, hallando trabajo en una estación eléctrica en Olaine. Apenas tenía cuarenta y un años cuando yo nací. Era un hombre con una excepcional inteligencia, por quien siento tanta admiración como por mi padre. Cuando tenía que advertirme ante alguna de mis numerosas travesuras, sabía controlar muy bien sus emociones. Invitaba al resto de la familia a dejarnos solos en su despacho y, con una enorme serenidad, sin mover apenas un músculo, me invitaba a reflexionar sobre los riesgos de mi actitud temeraria. Nunca hubo una palabra altisonante; nunca me pegaron. Mis abuelos supieron educarme con un gran tacto y no alzar la voz propiciaba una gran armonía en el entorno familiar. Que en determinados entornos se maltrate a los niños, con gritos y castigos, me impacta y me genera profundo rechazo.

Que cada persona domine un mínimo de cinco idiomas

Me crie, pues, con mis abuelos, estableciendo un importante vínculo con ellos. Resulta más fácil generar conexión entre abuelos y nietos que entre padres e hijos, ya que los abuelos gozan de un conocimiento y de una paciencia del que carecen los padres, que están más ocupados con su trabajo y no pueden dedicar la calma y el tiempo necesarios para explicar las cosas a los pequeños. En el caso de mis abuelos paternos, observaban gran cuidado ante mi presencia, pues cuando querían comunicarse entre sí sin que yo me percatara de lo que se estaban diciendo recurrían al griego o al latín. Mi abuelo prestaba una especial atención a los idiomas y decía que cada persona que aspire a estar orgullosa de sí misma debería dominar, como mínimo, cinco. Yo me preguntaba cómo ellos, con los escasos recursos a su alcance (pues apenas habían contado con una pizarra), habían logrado ese dominio idiomático que les permitía cambiar de lengua sin problema alguno. Es probable que en su época hubiera en Letonia personas procedentes de todo el mundo, lo cual les habría permitido acceder fácilmente a profesores nativos para el aprendizaje del francés, el alemán, el inglés… Durante la época soviética, sin embargo, no había interés en que domináramos idiomas, con el objetivo de mantenernos aislados al máximo de otros países. En mi época de juventud, el precio de una casete para aprender japonés, o de un diccionario, era de 108 rublos, prácticamente el equivalente a mi salario.

Castigada por preguntar

Tal vez por mi experiencia personal, detesto la escolaridad convencional y sería partidaria de un cambio drástico del sistema educativo. Estoy muy sensibilizada con la manera de formar a las nuevas generaciones y me duele comprobar que no se están haciendo las cosas de manera correcta; que no se presta la debida atención a la educación. Desde mi punto de vista, las personas nacemos con una carga genética aportada por padre y madre que nos marca, pero con muchas hojas en blanco, cuyas principales palabras se escriben en los primeros años de vida. Me gustaría fundar mi propia escuela para ayudar a las familias a formar a sus hijos y extraer los mejores réditos de ellos. Mi experiencia escolar no resultó satisfactoria. No me gustaba ir al colegio, donde apenas encontré a dos o tres profesores con auténtica vocación. Como ocurre en otras profesiones, no todo el mundo puede dedicarse a enseñar, y en mi caso me topé con mucho profesor que encajaba en el perfil de funcionario al servicio del sistema; maestros que, caprichosamente, etiquetaban y sentenciaban a los alumnos desde el primer día sin posibilidad de darles una oportunidad de demostrar que tenían posibilidades de desarrollar una excelente carrera profesional; profesores a quienes solo les interesaba mantener la uniformidad de los alumnos, de su comportamiento, porque de este modo resultaba más fácil dominarlos; no solo durante la etapa escolar sino, también, en el futuro. Yo era una niña inquieta, que siempre deseaba saber más. Pero eso entrañaba el riesgo de ser considerada una persona sospechosa. Y preguntar podía comportar ser enviada al despacho de la directora e, incluso, recibir un castigo.

Veinticuatro kilómetros diarios a pie para ir a la escuela

Que no me gustara la escuela no quiere decir que aborreciera estudiar. Me he pasado la vida estudiando y cada día sigo aprendiendo. Ya a los diez años consultaba libros sobre el espacio y me preguntaba de dónde veníamos. En la infancia alimenté la idea de estudiar Astrobiología, pese a que, por aquel entonces, resultaba impensable cursar esa carrera en la Unión Soviética. También me atraía la medicina y sopesé la posibilidad de estudiar Traumatología. Dado que la estación eléctrica en la que trabajaba mi abuelo se hallaba a seis kilómetros de la ciudad, y que cada jornada realizaba ese trayecto cuatro veces, atravesando un bosque cual Caperucita Roja, recuerdo que, con siete años, caminaba veinticuatro kilómetros diarios. Por suerte, me gustaba andar y practicar deporte, sobre todo el atletismo, siendo los ochocientos metros lisos mi distancia favorita. Finalicé mi escolaridad en Olaine, con dieciséis años, para continuar posteriormente en la Universidad de Riga. Tenía gran avidez por el aprendizaje y decidí crear mi propio programa a medida, empezando en la Facultad de Biología, consiguiendo un máster en Biología Molecular e ingresando en 1999 en la Academia de Medicina con el objetivo de acumular mayor conocimiento sobre el sistema inmunológico humano.

Abandoné la ciencia tras ver aparcada la vacuna contra el sida que habíamos desarrollado

Observando mi trayectoria académica mucha gente puede preguntarse por qué no desarrollé profesionalmente mi carrera científica. La respuesta reside en el desencanto y la frustración que padecí una vez quise poner en práctica los conocimientos adquiridos; algo similar a lo que le ocurrió a mi padre con el desprecio que encontró ante su sistema de asistencia para las personas sordas. Aparte de que, para poder continuar mis estudios en Medicina hubiera tenido que doblegarme a los requisitos del sistema, sentí una gran desilusión cuando, después de haber conseguido una vacuna contra el sida, en 1997, el proyecto fue abandonado en un cajón por intereses comerciales. El descubrimiento fue resultado de un desarrollo de estructuras genéticas entre el Instituto Molecular de Letonia, y otro de Michigan (Estados Unidos). Habíamos comprobado que funcionaba y solamente faltaba contrastar que la vacuna resultase efectiva en simios cuando el plan quedó definitivamente aparcado. A la industria farmacéutica no le interesaba una solución como aquella. Era más rentable administrar cinco pastillas durante largos periodos de tiempo. La profesora que tutelaba aquel trabajo, que para mí constituyó un auténtico máster, desarrolló un cáncer tras somatizar su decepción por la decisión adoptada. En mi caso, decidí renunciar a dedicarme profesionalmente a la investigación.

Dos hijos nacidos en Letonia y que han hecho carrera en Canadá

Fue en 1988 cuando conocí a mi primer marido, Alexander, que era traductor militar de chino e inglés. Contrajimos matrimonio y, fruto de esa relación, hace treinta años nació mi hija Anna, que actualmente vive en Toronto (Canadá). Pese a que sus profesores determinaron, cuando tenía seis años, que Anna carecía de capacidad lógica, en la actualidad es Top Manager de análisis de mercado en una importante compañía. Aquel diagnóstico de los docentes consolidó mi idea acerca del sistema educativo, pues Anna también ha constituido siempre un ejemplo para Alex, su hermano, apenas tres años más joven. Dispuesto a alcanzar el mismo nivel que su hermana, cada mañana se levantaba antes que ella para invertir tiempo en la lectura, lo cual le ha permitido adquirir una gran memoria fotográfica y una gran capacidad para el aprendizaje de idiomas, facilitándole el desarrollo, también en Canadá, de su carrera como agente inmobiliario, algo que no resulta nada sencillo en ese país. Su paso por la universidad le permitió aprender japonés y chino, idiomas cuyo dominio determinaría que acabara casándose con una muchacha coreana.

La burocracia no colmaba mis aspiraciones profesionales

Tras mi experiencia fallida en el entorno de la investigación, estuve trabajando como consultora en dos empresas que vendían equipamiento para laboratorios. Incluso hacíamos proyectos llave en mano para equipar hospitales, llegando a acometer uno muy importante en un centro de cardiología en Siberia. Sin embargo, llegó un momento en el que el jefe de la empresa tuvo miedo a la expansión y vi que mi carrera profesional podía quedar estancada, por lo que decidí abandonar la compañía. En ese momento, tuve conocimiento de que el Ministerio de Alimentación y Veterinaria estaba buscando personal con estudios para abrir un nuevo departamento. Me presenté a las pruebas de selección, que resultaron de lo más surrealistas, pues en la entrevista dedicamos más tiempo a hablar de mis aficiones que de mi currículo. Aun así, superé la prueba, a la que se presentaron decenas de candidatos. Las dos primeras semanas transcurrieron en un despacho con media docena de mesas solitarias, dado que el resto del equipo tenía que incorporarse quince días más tarde. Durante esa etapa me prepararon para convertirme en instructora de inspectores de sanidad, una faceta que no me seducía especialmente. Aspiraba a labores más científicas que las puramente administrativas o burocráticas, y tras ver que ignoraban mis solicitudes para optar a otros puestos en los que colocaban a personas más afines, decidí abandonar esa plaza, en la que además se acumulaba el trabajo. Tras mi renuncia, me llamaron para que reconsiderara mi decisión; sobre todo al darse cuenta que, para cubrir mi posición, necesitaban reclutar a cinco personas…

Con Manuel fuimos intercambiando correos a razón de unos tres diarios

Fue en 1999 cuando viajé a España por primera vez, con la intención de visitar a mi madre, quien se había establecido en Mataró. Por aquel entonces ignoraba prácticamente todo sobre este país y nunca había oído hablar de Catalunya. Aquella experiencia resultó poco agradable, pues me sentí intimidada en algunas de las calles céntricas de Barcelona, como las Ramblas o el Portal de l’Àngel, donde los hombres me cogían la mano sin miramientos o me lanzaban propuestas poco decentes. En nuestro país, el comportamiento es más comedido. Aquello representó un shock para mí. En cambio, recuerdo haber estado cinco años atrás en Grecia, un país que me cautivó y donde, mientras contemplaba el mar desde una roca, me dije que me gustaría acabar viviendo en la costa del Mediterráneo. También había planeado asentarme en Italia, para lo cual empecé a estudiar tanto su idioma como sus costumbres. Sin embargo, mi madre y mi hermana, que sabían lo exigente que era con los hombres (por la impronta que había dejado mi padre en mí) y que difícilmente encontraría mi pareja ideal, me dijeron que habían dado con la persona adecuada y que tenía que conocerle. Empezamos a intercambiar correos electrónicos con él, Manuel, y uno de los aspectos que me llamó poderosamente la atención fue que, desde el primer momento, me mostró imágenes de su hija; algo que los hombres suelen ocultar al principio. Aquello me pareció sumamente interesante. El ritmo comunicativo adquirió frecuencia y llegó un momento en que a diario intercambiábamos hasta tres correos; mensajes que conseguían arrancarme lágrimas de emoción y que, jornada a jornada, me convencían de que valdría la pena, cuando menos, conocer a esa persona.

Modesta agencia inmobiliaria que ha evolucionado hacia una red de servicios

Y llegó el día en el que me vine a Barcelona y conocí personalmente a Manuel, un hombre increíble a quien reconocí de inmediato al desembocar en la sala de recepción del aeropuerto. Fue un 26 de agosto inolvidable, en el que me deslumbró desde el primer momento. Apenas tardamos un día en decidir que queríamos unir nuestras vidas y, desde entonces, sumamos más de doce años de extraordinaria convivencia. Sus hijos, Irene y Jairo, han crecido con nosotros y mantienen una excelente relación con sus hermanastros. Irene, que entonces contaba ocho años, ya exhibía una vena artística en su infancia, derrochando un inmenso talento que le permitía componer música, tocar el piano, la guitarra, la batería… Ahora, que está estudiando la carrera de Medios Audiovisuales. Por su parte, Jairo tiene treinta y dos años y trabaja con nosotros en Finques Rosselló de Mataró, una agencia inmobiliaria fundada en 2005 por Manuel y que inicialmente ocupaba un pequeño local en la calle Rosselló de la capital del Maresme. Posteriormente nos trasladamos a una oficina de ciento cincuenta metros en la misma calle, para, un tiempo más tarde, ubicarnos en un enclave más céntrico de Mataró, en la calle Miguel Biada, en una decisión que responde a la expansión adquirida por la compañía, que ha pasado a ofrecer distintos servicios asociados a los clientes, más allá del negocio inmobiliario. Rosselló Group lo formamos actualmente cinco personas. Al frente nos encontramos Manuel y yo, que me encargo principalmente de los clientes internacionales, muchos de los cuales son inversores que ven la oportunidad en el Maresme (pero también en otras zonas costeras catalanas en las que trabajamos) para adquirir propiedades que les reporten una interesante rentabilidad.

Ser bióloga molecular obraba en mi contra para encontrar empleo

Empecé a estudiar catalán y castellano desde el primer día en que llegué a Catalunya para reunirme con Manuel. He aprendido el castellano a través de mi marido y de Joan Manuel Serrat. En este cantautor he hallado un genio, cuyos temas permiten adquirir un magnífico léxico. Basta con seleccionar uno de sus discos y revisar sus canciones para obtener un rico vocabulario y captar palabras con doble sentido que constituyen una auténtica lección lingüística; a lo que hay que añadir su pronunciación y su manera de hablar. Me he convertido en una auténtica fan de Serrat, a quien descubrí gracias a mi esposo, quien también toca la guitarra y canta. Ese aprendizaje me permitió acceder a leer a Cervantes en castellano; nada que ver el Don Quijote en versión original, novela con la que me reí muchísimo con la variante en ruso. También me ocurre con Stefan Zweig, mi escritor favorito, a quien puedo disfrutar en lengua germana. El aprendizaje idiomático fue muy rápido: apenas tres meses. Tiempo atrás ya había demostrado la misma habilidad para adquirir el dominio del alemán en tres meses, en Bremen, por necesidades profesionales. En este caso, yo misma me impuse la necesidad de conocer el castellano y el catalán porque tenía claro mi propósito de arraigar mi vida aquí. Intenté encontrar empleo, acudiendo personalmente a varios laboratorios, pero mi principal dificultad residía precisamente en el nivel de mi expediente académico: ser bióloga molecular obraba en mi contra. Transcurridos tres meses, y ante la controvertida situación del escenario inmobiliario a consecuencia de la crisis, decidí que lo mejor que podía hacer era ayudar a mi marido en Finques Rosselló. Por mi inquietud para aprender sobre cualquier materia, siempre me ha resultado muy fácil introducirme en nuevos sectores. De hecho, he roto con la tradición familiar de profesores, curas, médicos y científicos al desarrollar una labor comercial.

La comarca del Maresme atesora encantos que la convierten en la potencial California española

Asumí con ilusión la tarea comercial en la agencia inmobiliaria, pero con la ambición de ampliar el abanico de servicios que podíamos ofrecer; sobre todo teniendo en cuenta el dominio de cinco idiomas de nuestro despacho, lo cual nos permitía captar clientes en el extranjero. Mi carácter inquieto, unido al estancamiento que sufría el sector por la coyuntura de la crisis, nos llevó a plantearnos una nueva división de negocio, consistente en captar inmuebles para clientes extranjeros. La comarca del Maresme atesora unos encantos que la convierten en una potencial California de Mediterráneo. Tanto por el clima, como por compatibilizar los alicientes del mar y de la montaña, combinado con la gastronomía que se puede disfrutar a orillas del Mediterráneo, es una zona donde se goza de una extraordinaria calidad de vida, de la que saben disfrutar muchos empresarios que trabajan en Barcelona y buscan la tranquilidad residencial que ofrece esta comarca tan cercana y en absoluto masificada. Fue así como nació Rosselló International Investment Group, cuya coordinación asumí, estableciendo contactos con otras agencias inmobiliarias de Francia, Alemania, Canadá, Rusia, etc., a través de Business Network International, la mayor plataforma mundial para favorecer el intercambio de opiniones y pareceres en torno a negocios, y en la que estamos integrados. De este modo, logramos diversificar nuestro capítulo de servicios. Por una parte, Finques Rosselló sigue brindando una oferta de pisos asequibles, mientras que Rosselló Investment se orienta a las viviendas de alto standing, edificios, hoteles y terrenos. Igualmente, complementamos nuestra oferta inmobiliaria con otros servicios asociados para satisfacer plenamente a nuestros clientes. En este sentido, disponemos de un equipo de profesionales que permiten restaurar cualquier edificio o vivienda, brindando proyectos llave en mano. Al mismo tiempo, en enero impulsamos junto con Montse Andreu, gerente de Finques Andreu, el Centro Duo creado para facilitar y disfrutar de las amistades y relaciones, organizando eventos culturales. Me siento realizada con mis actividades empresariales y disfruto de una vida plena y activa en compañía de mi marido y los muchos amigos que he podido hacer en estos años.