Texto del 27/02/2013
“A los empresarios les mueve su fe en el hombre, su fe en el futuro, su fe en la recompensa por el trabajo (…). Me atrevo a decir incluso que hay en ellos más idealismo que en cuantos se dedican a actividades burocráticas o artísticas”
Hay muchas, puede que demasiadas, maneras de clasificar las naciones: por su tamaño, su población, su potencial económico, su nivel cultural, su protagonismo histórico, sus descubrimientos científicos, incluso por sus triunfos deportivos, todas ellas veraces, pero ninguna concluyente, al dejar amplias zonas por cubrir. Para mí, la más importante, sobre todo en nuestros días, es la que toma como referencia a los empresarios, tanto en el aspecto económico como social. Quiero decir, dinero, influencia y prestigio. Lo que extrañará a no pocos españoles.
En España, los empresarios no están por lo general bien considerados. Se tiene de ellos una imagen tan distorsionada como anacrónica: la de explotadores de la clase trabajadora, sin otro objetivo que el de obtener beneficios ni otros intereses que los propios. Seres, por tanto, egoístas, codiciosos, asociales. Una imagen que nada tiene que ver con la realidad de nuestros días. Para empezar, lo que mueve al empresario moderno es la creación. Pero no de dinero, sino de productos o servicios. El sueño de todo empresario es hacer su empresa la más grande de su ciudad. Cuando lo consigue, la más grande de su país. Y su gloria consistiría en convertirla en la mayor del mundo. Para lograrlo, necesita naturalmente dinero. Pero para invertirlo en su empresa, para ampliarla, para hacerla más rentable y efectiva. Lo que significa más empleados y más ingresos, que a su vez se reinvertirán, con el resultado de que, a veces, el afán de crecimiento lleva a algunos empresarios a la quiebra. Pero, repito, no es dinero lo que buscan. Es crecimiento, ampliación. Si buscasen dinero, se dedicarían a las finanzas, mucho más rentables y menos expuestas.
Estos hombres, aunque también hay mujeres, amantes del riesgo, dispuestos a privarse de las comodidades de la vida sosegada para conseguir beneficios e invertirlos de nuevo, contribuyen al bienestar de la sociedad más de lo que reciben de ella. Y ni siquiera se hacen verdaderamente ricos, pues siempre andan apurados por la financiación de sus empresas, por los impuestos, por la competencia, por los vaivenes del mercado, por los mil peligros que les acechan por todas partes. Son los protagonistas de la actividad económica, los auténticos héroes de nuestro tiempo, un tiempo en el que no abundan los héroes, sino los oportunistas y los aprovechados. No les importa. Les mueve su fe en el hombre, su fe en el futuro, su fe en la recompensa por el trabajo, que son los mandamientos del empresario. Me atrevo a decir incluso que hay en ellos más idealismo que en cuantos se dedican a actividades burocráticas o artísticas, que a la hora de contar los dineros resultan más puntillosos que nadie. Esa fe permite a los empresarios superar los reveses y frustraciones de su labor, que muchas veces superan a los de sus empleados.
De ahí que sean los últimos optimistas en los tiempos dominados por el pesimismo, como los que corren. Algo fundamental, pues sin optimismo, sin la esperanza de tener éxito, por el trabajo que requiere la labor empresarial y por el riesgo que se corre en ella, no habría nunca empresarios. De ahí que pueda decirse que un país sin empresarios es un país condenado a la decadencia.
Vaya por ello desde aquí mi sentido homenaje y mis sinceras gracias a todos ellos.