1r Tomo (empresarios). Biografias relevantes de nuestros empresarios

Jordi López Vilarrubí – Sabacaucho

JORDI LÓPEZ VILARRUBÍ

Sabadell (Barcelona)

26 de febrero de 1959

Fundador de Sabacaucho

 

GEORGINA LÓPEZ SOTO

Sabadell (Barcelona)

10 de junio de 1986

Directora general de Sabacaucho

 

MARTA LÓPEZ SOTO

Sabadell (Barcelona)

10 de junio de 1986

Directora de Operaciones de Sabacaucho

La audacia le impulsó a emprender y el carácter autodidacta le permitió crecer. Apasionado del conocimiento y detractor de títulos académicos estériles, se ha labrado un gran reconocimiento aportando soluciones a la industria más exigente. Presta especial atención a la tecnología y la calidad, consciente que estos son los valores diferenciales que, junto al servicio, más aprecian sus clientes. También se enorgullece de que la satisfacción de estos constituya la principal publicidad para su compañía.

 

 Recuerdo el frío que sufrí y la granja en la que dormíamos

 A veces me lanzaban al pozo de la lana

 Tuve problemas por trabajar demasiado

 Empecé en el negocio del caucho alquilando un local en Sabadell

 Las títulos nunca me han seducido, pero sí he tenido hambre de conocimiento

 Fabricante de ruedas del Dragon Khan

 Herir mi orgullo empresarial provocó nuestra introducción en los poliuretanos

Desarrollamos un producto que las multinacionales no podían fabricar

 Las mesas del siglo XV son mucho más económicas

 Buscar soluciones efectivas y priorizar la durabilidad de los productos

 Nuestros bolardos reducen en diez veces las consecuencias de un impacto en la cabeza

 España carece de un sello de calidad para la alta tecnología

 A veces tienes la sensación de que, por una razón de origen, nuestra tecnología no es de fiar

 De la Administración solo espero que no me ponga dificultades

 Se deberían triplicar los sueldos pero, al mismo tiempo, exigir una mayor implicación y profesionalidad

 Antonia, mi gran compañera de vida, sabe que nuestro negocio es como un hijo

 

 

Recuerdo el frío que sufrí y la granja en la que dormíamos

Fue a partir de la mayoría de edad cuando mi vida empezó a adquirir sentido y me sentí plenamente satisfecho de lo que hacía. Mis primeros recuerdos me remiten a Alemania, adonde mi padre, Jordi, emigró cuando yo tenía un par de años con el objetivo de hallar un futuro mejor. Aprendió alemán y consiguió defenderse en la lengua de Goethe, lo cual, unido a sus dotes comerciales, le permitió emplearse en la oficina de un telar mecánico. Al año, mi madre y yo nos reunimos con él. Ella, Marta, halló trabajo en una cadena de montaje, pero no logró avezarse al entorno germánico ni tampoco al clima. Mis escasos recuerdos de Alemania los asocio al frío que sufrí y la granja en la que dormíamos. Cumplidos los cuatro años, regresamos a Sabadell, localidad que me vio nacer.

 

A veces me lanzaban al pozo de la lana

Hay quienes me consideran un buscavidas. Posiblemente, es un rasgo genético heredado de mi progenitor, porque él trabajó como albañil y cobrador de autobús. Al regresar de Alemania, su espíritu inquieto le llevó a convertirse en fabricante de paños. Para ello, contó con la colaboración de mi abuelo y mi bisabuelo maternos, que le ayudaron a crear su propio negocio instalando tres telares. Por aquel entonces, el Vallès era un centro textil de referencia. Mi bisabuelo tenía una pequeña factoría de mezcla de lanas a la que el abuelo dio continuidad. A veces me lanzaban al pozo de la lana. Caer sobre la abundante y mullida fibra era un juego tan divertido como agradable. A medida que crecía, me implicaba más en el negocio de mi padre, acudiendo sábados y domingos para asumir sencillas labores que me familiarizaban con aquel entorno. Cuando cumplí los catorce me puso a trabajar en la empresa Ibars Balañá como mozo de almacén, faceta que compaginaba con los estudios vespertinos.

 

Tuve problemas por trabajar demasiado

En mi juventud no albergaba expectativas y los estudios me aburrían. Siempre detesté el sistema educativo de la época, más proclive a memorizar que a comprender los conceptos. Recuerdo mis problemas para asimilar la tabla de multiplicar, hasta que conseguí dar con un profesor que me hizo entender en qué consistían realmente aquellas operaciones. No era cuestión de holgazanería, ya que siempre he mostrado un talante muy activo. Tanto es así que llegué a tener problemas en Ibars Balañá por trabajar demasiado. Un capítulo especial lo viví un sábado, en el que llegó un camión para descargar y resolví la misión en poco más de una hora. A los otros dos compañeros, que juntos solían invertir toda la mañana en la misma labor, no les sentó bien ese logro y me reprendieron por ello.

 

Empecé en el negocio del caucho alquilando un local en Sabadell

Tras la etapa en Ibars Balañá, trabajé en distintas actividades que no me satisficieron. Determinado a emprender mi propio camino, les pregunté si, en caso de fracasar en mi objetivo, podría seguir contando con su respaldo. Tras saber que nunca me faltaría el plato en su mesa, empecé a valorar varias opciones. Finalmente, con mis ahorros decidí alquilar un pequeño local en Sabadell, dedicado al negocio del caucho… a pesar de no tener ni la más remota idea de esta actividad. Aquel negocio lo había impulsado el padre del dentista al que acudía, un hombre muy mayor que, tras jubilarse, traspasó la actividad a unos señores muy informales. Su incumplimiento me brindó la oportunidad. De la noche a la mañana, me hallé en una paradójica tesitura: con veinte años acababa de asumir una industria desconocida en la que contaba con un encargado a quien mi presencia, lógicamente, le generaba inquietud. No tardó en abandonar ante el cuestionable futuro que otorgaba un negocio al frente del cual había un joven sin experiencia en el mundo del caucho. A ello había que añadir que el sector textil empezaba a tambalearse con la llegada de la crisis de los ochenta. Mi padre, al comprobar que su negocio podía tener problemas, decidió sumarse a mi incierta aventura empresarial, cuyos ingresos iniciales fueron paupérrimos: el primer mes, prácticamente no facturamos; el segundo, doce mil pesetas de la época, que ni tan siquiera conseguían compensar las cerca de cuarenta mil pesetas destinadas a pagar bienes de equipo.

 

Los títulos nunca me han seducido, pero sí he tenido hambre de conocimiento

A nivel formativo, tenía muchas carencias, ya que tras el aburrimiento acumulado en la etapa académica reglada no hallé mejores alicientes en la Universitat de Terrassa, donde cursé Ingeniería Química, estudios que continué en Toulouse pero no llegué a culminar. Los títulos nunca me han seducido, pero sí he tenido hambre de conocimiento, lo cual me ha convertido en una persona autodidacta que ha buscado el aprendizaje a través de varias formaciones, de codearme con buenos profesores y excelentes profesionales. Cuento con buenos rudimentos en química y matemáticas, aunque acuso lagunas en estas materias que puedo cubrir, porque sé a quién recurrir en cada momento. Complementé mi formación en París, en una escuela de Formación Profesional patrocinada por Michelin y en la que concurrían distintas empresas de caucho. Eran tiempos frenéticos, en los que debía combinar el trabajo con la faceta formativa y los frecuentes viajes. Afortunadamente, mis hijas gemelas han podido adquirir un bagaje más sólido: Marta, que ha asumido la dirección de Operaciones de la compañía, sumó un máster de Supply Chain a sus estudios de FPII de Marketing y Comercio. Por su parte, Georgina ha cursado Empresariales y ADE, además de contar con un máster en Marketing y un MBA. Su incorporación a la dirección general nos ha dotado mayor visibilidad. Ella presenta un perfil más comercial, pues yo puedo aportar soluciones pero nunca me he resultado fácil vender. También ha ayudado que los clientes satisfechos con nosotros nos recomienden.

 

Fabricante de ruedas del Dragon Khan

Inicialmente, Sabacaucho se dedicó a la fabricación de piezas técnicas de caucho. Suministrábamos membranas, topes, juntas, etc., a una empresa egarense que producía electroválvulas. Sin embargo, nuestro primer gran cliente fue Serracant, una compañía de Sabadell centrada en la maquinaria textil y para la que fabricamos una rueda de unos dos quilos. Dimos solución a varios de sus problemas técnicos y aquel servicio satisfactorio se convirtió en una inquebrantable fidelidad. Existen muchos tipos de caucho: el natural, que suele destinarse a soluciones de resistencia mecánica; de nitrilo, para resistencia a aceites; cauchos fluorados, para resistencias químicas y térmicas, etc. La principal consumidora de caucho es la industria del neumático, que para los de alta calidad y de contacto suele recurrir al caucho de origen natural, cada vez más escaso. Brasil aún conserva plantaciones, pero la mayoría del caucho natural procede de Malasia, Tailandia o África. Los neumáticos recauchutados son el resultado de extraer la banda de rodadura desgastada para sustituirla por una nueva, aprovechando los talones y las bandas. No obstante, nuestras ruedas poco tienen que ver con esa industria, porque van destinadas a transpaletas, puentes grúa, maquinaria, carros o atracciones feriales. El parque de Portaventura, al que hemos provisto de ruedas para el Dragon Khan, es uno de nuestros principales clientes.

 

Herir mi orgullo empresarial provocó nuestra introducción en los poliuretanos

Tras pocos años de haber emprendido mi etapa en Sabacaucho, constaté que el mercado del caucho estaba muy trillado. Los precios que se manejaban eran muy bajos y la tecnología aportaba poco valor añadido. Por ello, me planteé buscar alternativas en un abanico donde estaba presente el teflón, la silicona o los poliuretanos. Opté por estos últimos tras una decisión más visceral que profesional, porque fui a visitar a un proveedor y el comercial que me atendió me dijo que ese tipo de materiales era para empresas de alto nivel. Herido en mi orgullo por aquella observación y decidido a demostrar que éramos capaces de trabajar con poliuretanos, acudí a Uniroyal Chemical ―compañía que más tarde absorbió Michelin―, que accedió a suministrarme materia prima. Así iniciamos una nueva trayectoria en la compañía en la que, sin renunciar a nuestras soluciones en caucho, añadíamos el poliuretano, convirtiéndonos en una firma de referencia en este nicho. Actualmente, tenemos presencia en un sinfín de sectores: energías renovables, automoción, cadenas de montaje, plantas petrolíferas, movilidad urbana, industria aeronáutica, industria aeroespacial o geotécnica. Nuestra división industrial aporta las mejores soluciones a problemas de abrasión, rotura, desgarro, resistencia, compresión, humedad… En el ámbito vial, contribuimos a hacer las ciudades más seguras y con mayor personalidad.

 

Desarrollamos un producto que las multinacionales no podían fabricar

Si hemos logrado un prestigio en el mercado ha sido gracias a la resolución de problemas. Muchos de los clientes que acuden a nosotros han sido asesorados por otros, contrastando nuestro servicio y quedando realmente satisfechos. Valoran nuestra profesionalidad, incluso sabiendo que existen competidores más económicos. Somos especialistas en elastómeros. Fabricamos productos estandarizados y diseñamos soluciones a medida. Una de las divisiones con más protagonismo en los últimos años son los bolardos: elementos para delimitar determinadas áreas para el tráfico rodado, que empezamos a fabricar en 2001. Ha sido tal su evolución que actualmente representa la mitad de nuestra cifra de negocio. Nosotros mismos desarrollamos el material con esfuerzo, en nuestra planta piloto, que actúa a modo de laboratorio. Allí solo podíamos fabricar series reducidas, de manera que acudimos a un par de multinacionales para ampliar la capacidad de producción. Cuál fue nuestra sorpresa que, al cabo de unas semanas, nos comunicaron que no podían fabricar el material que necesitábamos. Nuestra pyme radicada en Castellar del Vallès había conseguido producir algo que ellos no podían hacer: el bolardo X-last (marca registrada), un logro que supuso todo un orgullo.

 

Las mesas del siglo XV son mucho más económicas

La implantación de bolardos ha aumentado en los últimos años. Muchas Administraciones, sobre todo los ayuntamientos, hacen uso de estos elementos para señalizar la vía pública. Lamentablemente, en los concursos suele pesar el factor precio y se infravalora la calidad, lo cual acaba repercutiendo en la eficiencia, incluso la económica. Nuestros bolardos son casi irrompibles y, a largo plazo, sin duda son más rentables. Son más caros, sí, pero no hay que sustituirlos con la misma frecuencia que exigen los de nuestros competidores, uno de mis argumentos en mi cruzada contra el reciclaje. En mi opinión, en vez de optar por políticas de reciclaje deberíamos potenciar el producto de calidad. Puestos a comparar, las mesas del siglo XV son mucho más económicas que la mayoría de las modernas, ya que hoy en día aquellos muebles centenarios siguen inalterables gracias a una concienzuda construcción. Fabricar algo perecedero, sea con obsolescencia programada o no, acaba resultando caro. Comprar un jersey de un precio puede ser preferible a optar por uno más barato, porque si el primero goza de un ciclo de vida de catorce años, la compra sin duda será mucho más eficiente que la alternativa de adquirir varias prendas recurrentemente.

 

Buscar soluciones efectivas y priorizar la durabilidad de los productos

Reconozco que no tengo especial devoción por los coches eléctricos del siglo XXI, pese a haber caído en la trampa de comprar uno, pues pienso que el vehículo eléctrico no es la solución a los problemas medioambientales. Recuerdo que, cuando compré mi coche, me obsequiaron con una extensa disquisición sobre el destino de las baterías al final de su vida útil, utilizándose como acumuladoras debajo de las torres de energía eólica. ¿Cómo pueden acumular si han agotado su capacidad? Haríamos bien en asumir que nuestras cotas de progreso y bienestar suponen ciertos costes. En la Edad Media la vida era más sana, pero la esperanza de vida era mucho más corta. Desconfío de todos aquellos materiales etiquetados como «bios» o «ecológicos». Deberíamos buscar soluciones realmente efectivas y que, en buena parte, priorizan la durabilidad de los productos. Después ya valoraremos si, además, es posible reciclarlos.

 

Nuestros bolardos reducen en diez veces las consecuencias de un impacto en la cabeza

Los bolardos X-last destacan por su seguridad pero, también, por el respeto al medio ambiente observado en nuestros procesos de producción. Años atrás decidimos exigirnos un compromiso en este sentido, lo cual nos condujo a conseguir que nuestra alternativa genere la mitad de impacto ambiental que las pilonas metálicas convencionales. Así lo certifica un estudio realizado por la Fundación Inasmet-Tecnalia en torno al ciclo de vida del producto. Otra entidad de prestigio que avala la calidad de nuestros bolardos es Idiada (Instituto De Investigación Aplicada Del Automóvil), que ha constatado que las pilonas de hierro provocan daños irreversibles en cualquier persona cuando se circula a 40 kilómetros por hora, velocidad permitida en muchos núcleos urbanos. Con los bolardos X-last se logra reducir en diez veces las consecuencias de un impacto en la cabeza circulando a esa velocidad.

 

España carece de un sello de calidad para la alta tecnología

Más de la mitad de nuestra cifra de negocio la hallamos en el mercado exterior, pues exportamos a más de treinta países. De hecho, Francia es nuestro primer mercado. En Le Boulou hemos establecido una unidad comercial que, más allá de optimizar el servicio que podemos brindar al mercado galo, nos permite salvar los obstáculos derivados del «Made in Spain». Guste o no, este sello sigue generando reticencias en determinados países, cuando menos en lo que respecta a nuestra industria. Desarrollamos producto muy sofisticado al más alto nivel, pero nuestro país carece de un sello de calidad para la alta tecnología. En cambio, existen alternativas cuestionables que, por el mero hecho de provenir de Alemania, gozan de más reconocimiento. Recuerdo una empresa finlandesa en los años noventa que solicitó unas piezas a un proveedor, y este le recomendó dos firmas germánicas y Sabacaucho. Cuando acudió a nosotros y comprobó que nuestro equipo humano era muy reducido y operábamos bajo un techo de Uralita, quedamos descartados, a pesar de tener plena capacidad para ofrecer un producto óptimo.

 

A veces tienes la sensación de que, por una razón de origen, nuestra tecnología no es de fiar

Es una lástima tener que competir arrastrando ese sambenito cuando, en realidad, somos capaces de aportar soluciones satisfactorias a problemas complejos y fabricar piezas que otras compañías no pueden hacer. Recuerdo una ocasión en la que resolvimos una seria dificultad en una empresa danesa posteriormente adquirida por Siemens, empeñada en afirmar que era imposible crear una determinada pieza. A veces, tienes la sensación de que, por una razón de origen, no inspiras el debido respeto. Así sucedió en Alemania con mi primer cliente y unos moldes de cerámica, a principios de los ochenta. Discutimos mucho sobre los problemas existentes en el desarrollo, hasta que anocheció y decidí decirle al ingeniero: «Están cometiendo algún error, nosotros estamos actuando correctamente». No encajó bien el comentario y me despachó diciendo que recibiría noticias suyas. Al cabo de unos días, me llamó para disculparse. Actualmente, sigue formando parte de nuestra cartera de clientes. Paradójicamente, los moldes normales los adquiere en Alemania, pero, para conseguir los especiales, acude a nosotros.

 

De la Administración solo espero que no me ponga dificultades

Nuestra vocación siempre ha sido exportadora. En realidad, es en el mercado exterior donde más se valoran nuestras soluciones de alta tecnicidad. No esperamos ayudas por parte de la Administración. Solo espero que no me pongan dificultades. En Sabacaucho también hemos sufrido las consecuencias de la celosa e inútil burocracia. En su día, recuerdo que decidimos establecer una ingeniería en la compañía. Acabé renunciando a ello debido al tiempo que debía destinar a explicar qué hacíamos. También buscamos formalizar colaboraciones con universidades, pero los esfuerzos fueron igualmente desalentadores. Creo que las universidades españolas están muy lejos de la realidad y actúan desde niveles demasiado teóricos. No suelen entender que la tecnología es útil cuando logras aplicarla. Deberían realizar más investigación básica, que para una pyme es muy cara, y cedernos la investigación aplicada.

 

Se deberían triplicar los sueldos pero, al mismo tiempo, exigir una mayor implicación y profesionalidad

Actualmente, estamos estableciendo un laboratorio de 1.350 m2 con la intención de atraer talento a esta infraestructura. Me preocupa el hecho de poder cubrir la parte tecnológica. Nuestro país necesita ingenieros, cierto, pero una de nuestras carencias es contar con buenos mecánicos. También necesitamos otro talante en el trabajo, como en Alemania, donde los obreros se aplican. Como empresario, soy de la opinión que se deberían triplicar los sueldos pero, al mismo tiempo, exigir una mayor implicación y profesionalidad. Debemos redistribuir la riqueza, no la pobreza. A lo largo de mi trayectoria, he coincidido con un par de empresarios que me trasladaron dos sabias lecciones sobre la gestión de equipos. Uno de ellos me aconsejó que, cuando reclutara personal, optara por profesionales en activo. El otro me dijo que, a veces, ciertos empresarios se quejan de sus trabajadores sin reflexionar que, probablemente, él es el responsable de haberlos seleccionado y no tutelarlos adecuadamente. Estamos más preocupados por los posibles despidos en una empresa que por la buena trayectoria de esta. En Alemania, en cambio, en su día muchos obreros de Volkswagen acudieron a sus ahorros para salvar la compañía. Aquí prevalece la idea tradicional de que el empresario explota al empleado y este debe procurar el mínimo esfuerzo. Asimismo, causa cierta desazón comprobar que ciertos profesionales pasan décadas frente a una máquina y son incapaces de preguntarse cuál es el principio que produce un determinado proceso.

 

Antonia, mi gran compañera de vida, sabe que nuestro negocio es como un hijo

Quiero hacer especial mención a mi esposa, Antonia, sin cuyo apoyo personal no habría logrado el desarrollo adquirido por Sabacaucho. Ella trabajaba en un laboratorio fotográfico cuando contrajimos matrimonio. Cuando nacieron nuestras hijas decidimos de mutuo acuerdo que ella asumiría el cuidado del hogar para que yo dedicara mi máximo esfuerzo a la empresa. Ignoro si la decisión adoptada fue acertada. Probablemente, hoy levantaría ampollas en algunos círculos, pero en aquel momento creímos que era la mejor manera de organizar nuestro entorno doméstico. En mi caso, consideré que era necesario destinar toda la atención a la compañía, aunque debo admitir ciertas carencias en lo que a conciliación familiar se refiere. En Antonia he encontrado la mejor compañera posible. Su complicidad y su apoyo han sido vitales en todas las facetas de mi vida, incluida la empresarial. Ella sabe que nuestro negocio es como un hijo.