José María Álvarez del Manzano
José María Álvarez del Manzano
TH, 1r VOLUM. La transición política española

JOSÉ MARÍA ÁLAVAREZ DEL MANZANO. Alcalde de Madrid de 1991 a 2003

Texto del 21/11/2002,
Fotografía cedida por J.Mª A. del M.

A pesar de que no formaba parte de sus metas políticas, las circunstancias le llevaron en 1991 a convertirse en alcalde de Madrid.
Defensor de una política serena y dialogante, ha superado en tres ocasiones, con mayoría absoluta, las eleccionesa la alcaldía, su buen hacer al frente de la gestión municipal, así como de su capacidad de comunicación con los ciudadanos, han hecho mella en la capital.

A pesar de que no formaba parte de sus metas políticas, las circunstancias le llevaron en 1991 a convertirse en alcalde de Madrid. Defensor de una política serena y dialogante, ha superado en tres ocasiones, con mayoría absoluta, las eleccionesa la alcaldía, su buen hacer al frente de la gestión municipal, así como de su capacidad de comunicación con los ciudadanos, han hecho mella en la capital.

Defensor de una política serena y dialogante, ha superado en tres ocasiones, con mayoría absoluta, las eleccionesa la alcaldía, su buen hacer al frente de la gestión municipal, así como de su capacidad de comunicación con los ciudadanos, han hecho mella en la capital.

Cuando se siente la necesidad de trabajar al servicio de los demás es importante poder hacerlo desde una organización

Políticamente, siempre me he movido en el sector demócrata-cristiano, concretamente en el pdp1 , porque creo que, cuando sientes el deseo de trabajar para los demás, es mejor hacerlo en el seno de una organización dotada de una base ideológica y de una estructura coherentes con tus principios, en vez de librar una batalla en solitario. Con el tiempo el pdp se integró en la coalición política popular que, afortunadamente, terminó transformándose en el actual Partido Popular. En ese momento era el número dos de la lista de José Luis Álvarez2 que, en las primeras elecciones municipales de la democracia, luchaba por la alcaldía de Madrid. Aunque fuimos los que más votos obtuvimos, no llegamos a gobernar porque no alcanzamos la mayoría absoluta en el consistorio, pues en ese momento se produjo la alianza entre los partidos comunista y socialista, con Tierno Galván al frente. A los pocos meses nombraron ministro a José Luis Álvarez y pasé a ser portavoz del grupo de la oposición. Con el tiempo me presenté a la alcaldía y gané las elecciones. Desde entonces, hace ya 12 años, soy alcalde de Madrid.

Recuerdo entrañable de Tierno Galván

Mi padre, que era monárquico, solía celebrar con frecuencia reuniones en casa con personas afines a la monarquía. Recuerdo que mi hermano y yo nos escondíamos para ver quién llegaba a casa y, cuando en alguna ocasión mi padre nos sorprendía, nos presentaba a los invitados. De esa época procede mi primer recuerdo de Tierno Galván, que a mí me conoció con pantalón corto, pues entonces él era un firme defensor de la monarquía, de Don Juan. Mucho después nos volvimos a ver en la plaza Mayor, en donde se reunían los candidatos a la alcaldía. Tratándome de usted, recuerdo que me preguntó: José María, ¿pero usted también se presenta?.

Tierno Galván tuvo la virtud de saber organizar un buen equipo de gobierno, en el que delegaba mucho, que estaba compuesto por personas como Tama­mes, Barrionuevo, Mangada o Leguina, todas ellas luego muy importantes en la vida política. En mi caso no he delegado tanto en los demás, porque he preferido estar directamente implicado en la solución de los asuntos, ya que considero que esa es mi responsabilidad, participar activamente en la gestión política municipal. Por el contrario, Tierno, más intelectual, prefería dedicarse a cuestiones en su mayoría políticas y dejaba que el gran equipo que tenía se ocupara de los asuntos diarios.

Fue un político sagaz e inteligente, y en el plano personal era extremadamente gentil, nunca insultaba ni exponía las cosas en un tono agrio o distante, sino todo lo contrario, lo hacía con una pulcritud exquisita, lo que permitía que la convivencia en el Ayuntamiento fuera muy agradable.

La administración local te permite estar cerca de los ciudadanos y de sus problemas

En realidad nunca me propuse la meta de llegar alguna vez a ser alcalde de Madrid, ni siquiera la de trabajar en la administración local. Siempre pensé que me dedicaría a la administración nacional, pero circunstancialmente la vida me llevó por ese camino. Para mi sorpresa, José Luis Álvarez me requirió a su lado, porque estábamos muy próximos ideológicamente, lo que me situó en el lugar adecuado para ser elegido cuando él tuvo que dejar la candidatura. Cuando llegué a la alcaldía, me di cuenta de lo importante que es la vida local y el estar cerca de los ciudadanos. Ese contacto directo era algo hasta entonces insólito en mi ejercicio profesional puesto que, aunque había ocupado un alto cargo en la administración central como subsecretario y podía escribir en el boe (Boletín Oficial del Estado), hasta entonces nunca había visto de verdad la cara de la gente. Una vez en el Ayuntamiento empecé a estar cerca de los problemas de la gente, y me pareció sumamente atrayente, aunque también todo un reto.

Madrid supo aprovechar una nueva dimensión de la capitalidad que la democracia trajo consigo

Actualmente Madrid es una de las grandes metrópolis del mundo, que ha sabido resurgir con gran fuerza, olvidándose del concepto bastante limitado que tenía sobre sus propias posibilidades como ciudad. Aquí siempre se ha contemplado Barcelona como la gran ciudad europea, mientras Madrid se veía infravalorada. Sin embargo, con la llegada de la democracia, su capitalidad adquiere otra dimensión y experimenta un gran salto hacia delante. Madrid se ha situado donde merecía estar y se ha ganado un puesto entre las grandes capitales del mundo. Se encuentra entre una de las preferidas por las multinacionales para instalar su actividad, y figura en los primeros puestos en las estadísticas sobre volumen de  negocio.

Era importante convertir a Madrid en un referente nacional y europeo

El proceso de modernización de Madrid se produce con la llegada de la democracia y con el gran trabajo de ampliación de las capacidades e instrumentos de los municipios que ésta trae consigo. Se trata, por tanto, de un proceso histórico que, en la medida de mis posibilidades, he procurado mejorar y acentuar, así como establecer una serie de pautas de futuro. En este sentido, cuando asumí la alcaldía me empeñé en dos proyectos: crear un nuevo espacio para convenciones e impulsar la proyección de Madrid en el exterior.

Respecto al primero, era imprescindible la creación de un gran recinto ferial. Recuerdo que se dijo sobre mí que era un alcalde megalómano que se dedicab a construir unos edificios tremendos, como el Palacio de Congresos o el recinto de ifema3, y que éstos nunca conseguirían llenarse. Sin embargo, con el tiempo esos se nos han quedado pequeños, y si no hubiera sido por este impulso, probablemente la capital no se habría desarrollado tanto, porque hemos conseguido ser la primera ciudad europea en celebración de congresos, y la primera de España, y casi de Europa, en el tema ferial. Se ha trabajado mucho para lograr todo esto. Sobra decir que siempre se ha procedido pensando en lo mejor para Madrid, sin actuar con un ánimo competitivo que vaya en detrimento de los demás.

En lo que se refiere a la proyección exterior de esta ciudad, creo que tiene un potencial importante para convertirse en el punto de entrada de América hacia Europa y de salida de Europa hacia América, porque el impulso que ha dado a España el formar parte de la Unión Europea nos ha beneficiado, evidentemente, como capital. Pero además, he procurado impulsar una asociación iniciada en la etapa de Tierno Galván, que es la Unión de Ciudades Capitales de Iberoamérica, de la que soy presidente. En ella se encuentran asociadas las veinticinco capitales de todos los países iberoamericanos, que a su vez se han unido con la Organización de Capitales de la Unión Europea (ocue). Es decir, que toda la Unión Europea, al menos a nivel de capitales de Estado, tiene una asociación municipalista de la que soy presidente circunstancialmente en este momento. El hecho de que en Madrid converja la capitalidad de Iberoamérica y la de Europa, desde el punto de vista municipal, da una idea de hasta qué punto la globalización puede ser importante.

Madrid y Barcelona deberían unir esfuerzos

Además, Madrid siempre ha procurado no ser una ciudad excluyente. En mi caso, por ejemplo, tengo y he tenido muy buenas relaciones con los alcaldes de Barcelona. Me llevé muy bien con Pasqual Maragall y me llevo igual de bien con Joan Clos. Tanto el uno como el otro han fomentado las buenas relaciones entre ambas ciudades, que siempre se han respetado, con independencia de las guerras que puedan existir producto de una competitividad que siempre es positiva. Estas grandes ciudades deberían unir sus esfuerzos y no sólo entre sí, sino también con el resto de ciudades españolas para dar esa sensación de unidad tan necesaria dentro de la Unión Europea.

Madrid, como sede de las instituciones del Estado, es también receptora de todas las manifestaciones y protestas del resto de España

Nuestra capital ha sufrido circunstancias muy especiales, algunas de ellas relacionadas con determinados sucesos de la transición, como el famoso golpe de Estado de Tejero. Recuerdo que en ese momento el alcalde, Tierno Galván, y el primer teniente de alcalde, Ramón Tamames, se quedaron en el Congreso el tiempo que duró el secuestro de la Cámara.

Yo, mientras tanto, permanecía en el Ayuntamiento como jefe de la oposición junto con el resto de los tenientes de alcalde, Alonso Puerta y Barrio­nuevo, y acordamos mostrar ante la opinión pública una sola voz para superar las dificultades institucionales que surgieran y los problemas que pudiera haber en la calle. Más tarde, participé en la gran manifestación en la que se pedía libertad y democracia, que creo que fue, junto con la manifestación de repulsa tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco4, una de las mayores que se han visto en la ciudad. En esas dos manifestaciones la capital repre­sentaba, en cierto modo, el sentimiento común de toda España exigiendo una convivencia en paz y libertad.

Otro momento particularmente intenso en las calles de Madrid se produjo tras la matanza de Atocha5, acontecimiento ante el que hubo un sentimiento tremendo que recorrió de punta a punta toda la ciudad. Durante la transición se produjeron dos sucesos en los que verdaderamente se percibió la fragilidad de la recién instaurada democracia. Uno de ellos fue el golpe de Estado, que con el secuestro del gobierno y del Congreso en pleno, es decir, del poder ejecutivo y del legislativo, si llegan a cumplirse los objetivos de los golpistas, hubiera podido desembocar en un verdadero desastre. El otro momento es, sin duda, el asesinato de los abogados de Atocha, que coincidió con la época en que, con mayor intensidad, se respiraba el miedo en la calle. Recuerdo que estaba en el Colegio de Abogados escuchando lo que había pasado y veía todo el entorno de la plaza de Colón, en donde se había formado una aglomeración de gente cuyos rostros reflejaban la tensión y el miedo. Ese sentimiento, de puro terror, resultaba contradictorio en un país libre. Afortunadamente no lo hemos vuelto a vivir. Al ser Madrid la sede de las instituciones del Estado, convergen todo tipo de actos, desde atentados terroristas a reivindicaciones muy diversas. Aquí han venido los tractores, la gente del campo, estudiantes: cotidianamente hay manifestaciones y protestas para todos los gustos. Por fortuna, el sentido común que demuestra su población, que es quien soporta las tensiones, es encomiable, porque han sabido sobrellevar con una paciencia infinita manifestaciones y actos de protesta que frecuentemente nada tenían que ver con ellos como madrileños y que, sin embargo, han sabido respetar, demostrando así su gran madurez como ciudadanos.

El trabajo de un político no termina nunca, porque la satisfacción de unas necesidades genera otras nuevas

En este oficio siempre quedan cosas pendientes por hacer, porque cuando la gente entiende que ya se ha cumplido una reivindicación, ésa le lleva a otra, puesto que existe el anhelo por mejorar, de forma que, cuando satisfaces unas necesidades a nivel político, surgen otras nuevas, por lo tanto, se pro­du­ce una dialéctica constante. Como alcalde me faltan por cumplir muchas cosas. Querría completar el desarrollo urbanístico de la ciudad, porque aunque se haya realizado un plan importante de urbanismo con la prolongación de la Castellana, queda por terminar la operación aeroportuaria. Me gustaría también, si Dios lo permite, ver a Madrid organizando los Juegos Olím­picos, algo que Barcelona hizo magníficamente.

También hubiera querido acabar con la marginación social. Aunque la hemos combatido en lo posible, queda mucho por hacer. No disponer de una vivienda digna, por ejemplo, genera deterioro y violencia, y creo que socialmente no podemos tolerar que existan entre nosotros situaciones de ­desi­gualdad como esa. Por eso he luchado por equilibrar los barrios, equiparar los de los extremos a los del centro de la ciudad.

Pero cuando nos aproximábamos a mejorar en lo posible esta cuestión, ha surgido un fenómeno con el que no contábamos, que es la emigración masiva. En Madrid, en estos momentos, hay más de cuatrocientos mil inmigrantes a los que me gustaría dotar de una vivienda, un trabajo y la posibilidad de vivir con dignidad. Pero es muy difícil, porque no todos los que vienen aquí pueden integrarse, ya sea porque no encuentran el resorte adecuado o porque no vienen ordenadamente, lo que sería fundamental para poder ir situándolos en lugares de trabajo adecuados. Esta nueva situación me produce mal sabor de boca, ­porque voy a dejar la alcaldía y sé que todavía hay gente que vive en la calle, sin que haya podido solucionarlo.

Ha sido inevitable que se produjeran tensiones entre las administraciones locales y autonómicas porque ambas comparten un gran número de competencias

En la relación de los ayuntamientos con el gobierno autonómico es frecuente que exista una cierta tensión. De hecho, las comunidades autónomas como entes administrativos son muy recientes y, en cierto modo, responden al mapa administrativo impuesto por las circunstancias que acompañaron los primeros años de la democracia. Al surgir éstas como una instancia nueva de poder, han tenido una gran voracidad de competencias, de modo que han ido absorbiendo las que tenían otras instituciones ya muy asentadas con el paso de los siglos, como es el caso de los ayuntamientos, lo que ha provocado durante estos años un recelo entre ambas que, afortunadamente, se ha ido suavizando con el tiempo.

En Madrid tuvimos la suerte de poder equilibrar políticamente ambas instituciones gracias, entre otras cosas, a que en éstas han trabajado personas de gran sensatez. Cuando Leguina, del partido socialista, gobernó en la Comunidad de Madrid, hubo alguna tensión con el Ayuntamiento, pero no demasiadas, y las suavizábamos siempre que podíamos, porque ni Joaquín Leguina ni yo queríamos que hubiera una permanente pugna entre instituciones. Cuando más tarde llegó Ruiz Gallardón, se pensó que todo estaba arreglado porque somos del mismo partido, y es verdad que algunos temas se mitigaron, porque además somos amigos, pero es inevitable que se produzcan momentos de colisión entre los funcionarios de una y otra institución, a los que por supuesto, nos vemos obligados a respaldar.

Pero es indudable que en nuestro caso las relaciones han sido buenas y hemos llevado a cabo proyectos muy útiles para la ciudad como, por ejemplo, el del metro, en el que nos hemos esforzado para que la inversión que la Comunidad ha llevado a cabo se haya materializado en unas obras y en una aportación de soluciones ante el complejo problema de la movilidad en las grandes urbes.

En los temas de urbanismo, entre la Comunidad y el Ayuntamiento ha habido una buena compenetración. Obviamente, una buena sintonía multiplica las posibilidades de éxito.

El Rey, tras su frágil situación al morir Franco, ha tenido el mérito de convertir la monarquía en la institución más valorada por el pueblo español

Durante la transición hay que valorar especialmente la labor del Rey, ya que debe recordarse la precariedad de su situación cuando Franco le cede los ­poderes, que supuso que mucha gente recelase que la monarquía, como institución, tuviera alguna viabilidad en España.

Los que éramos monárquicos de toda la vida sabíamos que una de las virtudes de la monarquía es la estabilidad política que conlleva, y felizmente es lo que ha sucedido en España, hasta el punto de que, en todas las encuestas que se hacen ahora, la institución más valorada es la monarquía, gracias al trabajo personal de Don Juan Carlos y Doña Sofía. Porque no hay que olvidar la importancia y el peso específico que tenido la Reina, siempre en un plano secundario, pero en todo momento implicada en la labor del Rey. Entre ambos han sabido forjar una imagen de la realeza muy distinta a la de la corte de camarilla distanciada del pueblo, sino que, al contrario, han conseguido hacerse con los ciudadanos.

En consecuencia, la monarquía y la estabilidad que ésta ha dado al país ha sido apreciada muy positivamente, porque los políticos podemos relevarnos unos a otros, pero la Corona permanece y esa estabilidad, en el caso de España, ha sido fruto de una labor diaria, pues en este país la gente no era monárquica. Ahora se dice que somos juancarlistas, pero no monárquicos, aunque pienso que, poco a poco, la monarquía como institución se ha ido consolidando y los descendientes del actual Rey, empezando por el Príncipe de Asturias, nos lo van a demostrar.

Suárez supo aunar serenidad y cautela

No debemos olvidar la importancia que tuvo la presencia del Rey y su actitud ante el golpe de Estado del 23-F, que marcó definitivamente el comienzo de la transición. Porque las actitudes son importantes y creo que habría que agradecer el sentido común que tuvieron muchos de los que protagonizaron aquellos momentos. En el caso de Suárez, éste hizo un planteamiento muy realista de la situación, se dio cuenta que era importante mantener la tranquilidad mientras se iban rompiendo los lazos con el pasado y consiguió mantener esa serenidad  gracias a su extraordinaria habilidad política por una parte, pero también a la previsión que tuvo rodeándose de personas cautas.

Creo que, aunque fugaz, Tarradellas es una figura trascendental

En el caso concreto de Cataluña, Tarradellas hizo algo tan importante como conseguir que el seny catalán se plasmara en una institución. Es una de las figuras que merece un gran reconocimiento, porque supo llevar la tranquilidad a la reivindicación de autogobierno, aunar autonomía e integración. Creo que, aunque fugaz, Tarradellas es una figura trascendental porque, si hubiera regresado provisto de un afán reivindicativo incontrolado, se hubieran producido unas tensiones que no habrían permitido a Cataluña alcanzar la situación en la que se encuentra actualmente. Después, la habilidad de Jordi Pujol ha hecho que ese espíritu se mantuviese, aunque soy de la opinión que la dificultad de dar ese primer paso hay que atribuírsela a Tarradellas.

Pujol ha tenido la virtud de ir dando tirones pero sin romper nunca la cuerda

En Cataluña ha habido políticos extraordinarios como Cambó, que demostró que se puede ser catalanista y, sin embargo, no provocar tensión respecto a ello dentro del territorio nacional. Creo que Tarradellas fue heredero de ese espíritu, y que Pujol también ha incorporado ese mismo equilibrio, según se ha podido observar en su mandato a lo largo de los años, hasta el punto de que, en un momento determinado, un periódico de tirada nacional lo nombrase Español del año. Pujol ha tenido la virtud de ir dando tirones, pero sin forzar nunca la cuerda, basando su estrategia en la ponderación y el equilibrio.

Es innegable la existencia de unas regiones con una identidad nacional propia

No se puede negar la realidad de que existen determinadas zonas de España que poseen una entidad concreta que la historia les ha conferido. De alguna forma, esta circunstancia supuso una tensión en el momento de establecer el sistema autonómico que, por otra parte, ha sido positivo para España, porque ha acercado el poder a los ciudadanos, ya que cuanto más cerca estén los centros de decisión, mayor es la posibilidad de gobernar eficazmente. Es lo que se denomina principio de subsidiariedad, asumido por la ideología demócrata-cristiana, que defiende que la política esté cerca de la ciudadanía. Esto se ha hecho realidad con el Estado de las autonomías, lo que no significa que no siga existiendo un hecho diferencial en los territorios con una identidad histórica concreta. Es evidente que Cataluña, el País Vasco o Galicia gozan de una identidad nacional que las otras regiones no tienen, eso es algo que ninguna división administrativa puede cambiar.

Sin embargo, como todas las cosas, los nacionalismos tienen sus límites, y cuando se produce una exacerbación se generan tensiones innecesarias y situaciones fuera de la realidad. El nacionalismo es bueno para que prospere un territorio y para ordenar mucho mejor la convivencia de sus ciudadanos. Pero un planteamiento como el de Ibarretxe, consistente en un nacionalismo separatista, produce efectos negativos en la población y termina por empequeñecer su calidad de vida. Considero que el nacionalismo tiene que ser algo positivo, en el que se maticen y reivindiquen los valores precisos, porque España es un país rico, variado en todos los aspectos, que configura una entidad cromática muy rica y diversa, pero dentro de una indiscutible unidad. Por esto, el nacionalismo extremo, el que intenta desgarrar, se equivoca, porque puede subsistir dentro de una unión como nacionalismo moderado que intente estar cerca de los ciudadanos. Precisamente en un momento como el actual, donde las grandes estructuras europeas se globalizan, es un contrasentido que se quieran generar estructuras más pequeñas.

La bandera española pertenece a todos, por eso es inadmisible que se haga un uso localista o ideológico de la misma

Alrededor de la polémica surgida en torno a la bandera6 he de decir que soy el responsable de la idea. En una gran cantidad de países, como Francia en los Campos Elíseos o Méjico en la Plaza del Zócalo, presumen de su bandera y creo que con razón, porque es un símbolo que nos une a todos. Ese sentimiento de unidad en torno a un símbolo lo veía como algo muy positivo y me pareció que era una buena idea exponer en Madrid una gran bandera española. Como era algo en lo que coincidíamos con otras instituciones, el presidente Aznar lo consideró también un acierto. En ningún momento se pretendió molestar a nadie, ni alzarla como un signo opresor y diferenciador, sino como nuestra bandera, la que nos une a todos, y estoy absolutamente en contra de hacer un uso partidista de ella. Me crispo mucho cuando voy al fútbol y se utiliza la bandera de España cada vez que vienen a Madrid equipos de otras regiones, porque la bandera española no es un distintivo, por ejemplo, del Real Madrid, sino que pertenece a ­todos, por eso no tiene sentido sacar la bandera española contra el Barça, ni en ningún otro tipo de situaciones. También me indigna que la gente de extrema derecha la utilice como un signo agresor, como si fuera propia, como emblema de sus ideas. Eso es inadmisible, porque la bandera representa a todos los españoles: los de izquierdas, los de derechas o los de centro. La idea que quería resaltar era la de exponer una gran bandera como símbolo de la unión de los españoles.

Por ello me llevé una gran sorpresa ante el sentimiento de rechazo hacia algo que tenía justamente una finalidad contraria, la de servir de elemento de tranquilidad democrática, y resulta que ha sido motivo de discordia. Sigo todavía asombrado de que sea así. Por otra parte, se ha desencadenado cierto partidismo alrededor de la polémica suscitada en torno a este tema. Recuerdo que cuan­do empezaron las críticas, diciendo que era un acto de agresión, me hubiera gustado que me preguntaran cuál había sido mi intención al instalarla. Porque, en derecho, la interpretación auténtica es la que hace el autor de las cosas, que en este caso soy yo. En ningún momento pretendí que fuera motivo de desu­nión o agravio, porque si me hubiera imaginado la reacción que iba a suscitar, nunca hubiera seguido adelante con esa iniciativa.

Los ciudadanos españoles están hartos de los malos modos de los políticos, que se dirigen al adversario de forma indebida

Es cierto que actualmente estamos llegando a una situación en donde la agresividad y las descalificaciones imperan en política. A mí se me ha criticado mucho, pero tengo la obligación de conocer el contenido de esas críticas para poder corregir los errores. En más de una ocasión se ha dicho de mí que era un político blando porque jamás insulto ni afrento a nadie, como mucho puedo molestar a alguien con mis actos, como ha ocurrido con el tema de la bandera, pero nunca he ofendido ni he respondido a injurias. Hay quienes piensan que esta forma de ser no conduce a nada, y sin embargo he repetido tres mayorías absolutas consecutivas al frente de la alcaldía de Madrid, lo cual no es fácil, a pesar de que se me han dedicado algunos adjetivos poco agradables, que nunca me he molestado en contestar. Siendo ese alcalde blando para algunos, he obtenido como resultado la confianza de las personas que llevan años votándome. Considero que los ciudadanos españoles están hartos de los malos modos de los políticos, que se dirigen al adversario de forma indebida, cuando lo que hay que hacer es respetarlo como tal, defendiendo las propias ideas, pero considerando al otro como persona. Una cosa es que se refuten las ideas con las que se está en desacuerdo, pero sin insultar, vejar o reírse del contendiente. En la vida uno adopta una postura que le sirve para todo, y la mía es la del respeto al adversario.

Pujol es un gran político como demuestra su permanencia al frente de la Generalitat durante tantos años

Pujol ha tenido el mérito de llevar a cabo un gobierno muy equilibrado, considero que ha mantenido la esencia propia de Cataluña y, al mismo tiempo, ha experimentado un desarrollo económico y social muy importante. Los años Pujol pasarán a la historia como unos años de buen gobierno, con excesos en ­algunas ocasiones y también con muchos problemas a los que se ha ­tenido que enfrentar pero, si hacemos una valoración general de los mismos, han sido de una calidad notable, como demuestra su vigencia desde aquellos momentos, tremendamente difíciles, de la transición. Sin embargo, la vida es larga y a menudo se estima más la anécdota que la verdadera sustancia y trascendencia de los proyectos. La frivolidad con que se enjuician los gestos actualmente, en la vida diaria y en los medios de comunicación, provoca que se juzgue una ­acción política concreta, en lugar de todo un ejercicio diario de buen hacer.

1          Partido Demócrata Popular (pdp), que pasa a denominarse tras el Consejo Político del 5 de marzo de 1988 Democracia Cristiana (dc), y que finalmente es disuelto el 4 de junio de 1989 para integrase en el Partido Popular.
2          José Luis Álvarez fue ministro de Transporte, Turismo y Comunicaciones con Adolfo Suárez, y ministro de Agricultura con Leopoldo Calvo Sotelo.

3          Organismo que gestiona la Feria de Madrid.

4          Miguel Ángel Blanco Garrido, concejal del Partido Popular en Ermúa (Viz­caya), murió asesinado por eta el 12 de junio de 1997 tras tensos días de secuestro. Las circunstancias de este atentado provocaron una indignación colectiva sin precedentes, que se manifestó el día 14 con la protesta más multitudinaria vista hasta entonces, y que se calcula congregó a unos seis millones de personas, en toda la geografía española.

5          El 24 de enero de 1977 cuatro jóvenes ultraderechistas asaltan un despacho de abogados laboralistas vinculado a Comisiones Obreras, situado en el número 55 de la madrileña calle de Atocha. Pretendían dar un escarmiento a Joaquín Navarro, presidente de la sección de transporte del sindicato, para acabar con la huelga de transporte privado, y suponían que se encontraba en ese despacho, lo que no era cierto. Dando rienda suelta a su frustración por haber fallado en el objetivo principal            de su acción, descargan sus armas sobre los indefensos nueve abogados presentes, que caen muertos.

6          En la plaza de Colón, en Madrid, se instala un mástil gigantesco en el que, a partir de octubre de 2002, está previsto enarbolar una inmensa bandera española a la que las Fuerzas Armadas rendirán homenaje el último miércoles de cada mes. La iniciativa desata un aluvión de críticas por parte de los partidos de izquierdas y, especialmente, de los nacionalistas, siendo retirada tras celebrarse el homenaje una sola vez.