José Manuel Oneto Revuelta
Fotografia cedida
Pròleg, TH, 4t-5è VOLUM. El crac del 2008. La crisis que cambió el mundo.

José Manuel Oneto Revuelta – Periodista y escritor

Periodista

Texto del 12/03/2013

“El poder financiero está consiguiendo la transustanciación de las eventuales pérdidas por su actividad con los agentes privados en riesgo soberano.(…) Lo que equivale a decir que el que responde ante un posible impago no es un banco o una empresa, sino el Estado”

“La única solución a la actual crisis, que tiene difícil comparación con otras, por su duración pero, sobre todo, por su vasto alcance geográfico, pasa por la recuperación del poder político. Un poder político que represente fielmente a unos ciudadanos que se han visto agredidos en su nivel de vida, por la reducción de sus ahorros y pensiones así como por el deterioro del mercado laboral”

Me encargan, no sé si como periodista, o como antiguo alumno de la Facultad de Ciencias Económicas de Madrid, de donde han salido los que han manejado, e intentado ordenar, la economía de este país, un prólogo para una obra que considero gigantesca y, también apasionante: la segunda parte de El crac del 2008. La crisis que cambio el mundo, quinto volumen de la serie “Testimonios para la Historia”, de Ángel Font.

Un trabajo como digo, ingente, que sirva para reflexionar que es lo que ha pasado, cómo ha pasado y qué habría que hacer para que no vuelva a pasar aunque, me temo, que a eso último, a estas alturas, no se le pondrá definitivo remedio.

Y lo que ha pasado es que, de pronto, los financieros descubrieron el Santo Grial acabando con el riesgo inherente a cualquier actividad financiera, especialmente los riesgos asociados a los préstamos, mediante el sencillo modelo de multidividirlos hasta prácticamente el infinito. La posterior venta de los mismos a través de totalizaciones (ABS, MBS) y el uso de sociedades especificas (gracias a la transigente Ley Glass-Steagall), fuera de los balances de los bancos, provocaron que el ciclo se retroalimentara, hasta niveles nuca vistos. La onda expansiva llegó a todo el mundo a través de productos sintéticos bendecidos por las agencias de calificación como activos extraseguros, tan complejos que no entendían ni los gestores o profesionales que los compraban. En agosto de 2007, se cae el gigantesco castillo de naipes creado con titulizaciones, y con él, la gigantesca y lucrativa (muy lucrativa) industria que lo había creado. Esa es la conclusión de la extrañeza de algunos por la aparición de matemáticos y físicos en las salas de operaciones de los grandes brokers, cuya misión era diseñar modelos para diluir el riesgo de las operaciones hasta eliminarlos. Ahora todos saben que, en realidad, el riesgo nunca puede ser cero.

Al mismo tiempo, los economistas descubrían otra especie de milagro: el fin de los ciclos económicos. Las nuevas tecnologías y la globalización habían permitido que las crisis fueran cosas del pasado. Adiós a las sentencias bíblicas que certificaban que a siete años de bonanza les seguían siete de hambrunas. Adiós también a los temores maltusianos que anunciaban el Apocalipsis porque la población crece a un ritmo geométrico mientras que los alimentos lo hacen aritméticamente. No es de extrañar que los economistas hayan salido tan malparados por la crisis que estalló en Estados Unidos en el verano del año 2007, aunque justo es apuntar que el grueso de las críticas a los expertos, se centró en su mayoritaria incapacidad para anticipar lo que ya se denomina como Gran Recesión.

Por otra parte, el poder financiero está consiguiendo la transustanciación de las eventuales pérdidas por su actividad con los agentes privados (bancos y empresas, fundamentalmente) en riesgo soberano. Es decir, estos grandes actores financieros (bancos, fondos de inversión, de pensiones) han forzado al poder político (Ángela Merkel es el paradigma) para que esa deuda privada se convierta en deuda pública. Lo que equivale a decir que el que responde ante un posible impago no es un banco o una empresa, sino el Estado. Ese es nuestro problema, ese es el problema de España que sigue sin resolver, una deuda privada que se eleva a más de tres billones de euros, que ha contaminado a la banca, que ha forzado el rescate del sector financiero, y que, todavía, sigue condicionando la posibilidad de un rescate soberano.

Creo que la única solución a la actual crisis, que tiene difícil comparación con otras, por su duración pero, sobre todo, por su vasto alcance geográfico, pasa por la recuperación del poder político. Un poder político que represente fielmente a unos ciudadanos que se han visto agredidos en su nivel de vida, por la reducción de sus ahorros y pensiones así como por el deterioro del mercado laboral (lo que ha menoscabado el futuro de millones de trabajadores), el aumento de la pobreza y del sufrimiento, en un drama en el que no han tenido ni arte ni parte.

Cuando los ciudadanos sean capaces de entender lo que esté pasando y a continuación sean capaces de generar un movimiento político lo suficientemente fuerte que dé lugar a un segundo Bretton Woods, comenzará el principio del fin de esta gran tragedia que estamos viviendo y que en España puede convertirse en un drama político de consecuencias imprevisibles. Ese Bretton Woods del siglo XXI debería dar lugar al diseño de una nueva arquitectura financiera internacional que cauterice un volumen por determinar de todas esas operaciones en derivados (que nadie es capaz ni de estimar). Eso tendrá sus consecuencias en cuanto a desapariciones de bancos en quiebra, mientras que, a la vez, habrá que alumbrar dos nuevos organismos supranacionales: uno dedicado al control de los bancos y el otro a los mercados financieros en el ámbito internacional.