Laura Urquizu Barasoain
Fotografia cedida
11è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Laura Urquizu Barasoain

Consejera delegada y socia de Red Points

Texto del 09/01/2019

Prefiere empezar nuevos retos continuamente a pecar de indecisión; por eso la carrera profesional de esta emprendedora ha ido siempre vinculada a la innovación. Desde hace cinco años se enfrenta al reto de transformar lo que era una pequeña empresa tecnológica en líder mundial en su sector, y quiere conseguirlo sin perder de vista la dimensión humana del trabajo. Buscadora incansable de grandes horizontes y viajera vocacional, se siente ciudadana del mundo.

 

Aquel patio, aquellos columpios y aquel perro tan grande

Los primeros recuerdos con una cierta coherencia que vienen a mi memoria serían los de mis primeros días de escuela, cuando tenía cuatro años. Me recuerdo jugando en el patio del colegio, que antes había sido el patio del convento de unas monjas francesas, y aún puedo ver con claridad un perro muy grande que había por allí –un pastor alemán– y unos columpios. Quizá el perro no era tan grande, pero a esa edad a mí me lo parecía. Era el patio del colegio francés de Pamplona, del cual mi padre había sido uno de sus fundadores. En casa había mucha consciencia de la importancia de los idiomas extranjeros, un aspecto que en los primeros años setenta en los que crecí no era habitual en España. Mis padres lo tenían muy claro, y por eso se agruparon en una cooperativa con otros padres con la misma visión para fundar el colegio, enmarcado en una iniciativa más amplia llamada Centro de Cultura Francesa. Yo pertenezco a su octava promoción, y hoy todavía sigue en activo como el excelente centro que es, con otro nombre, Colegio San Cernin.

Mi yaya Victoria fue un referente vital para mí

Si hay un familiar que ha sido para mí especial, un referente vital, fue mi yaya Victoria. Nos teníamos adoración y admiración mutuas. Murió cuando yo tenía once años, pero aun hoy se me quiebra la voz cuando hablo de ella. Era una mujer muy inteligente, amable, trabajadora, cariñosa y honesta, un referente para mí. Convivimos bastante tiempo porque soy la mayor de tres hermanos y de niña, cuando llegaba el verano, mis padres me enviaban a la casa del pueblo con ella durante un mes. Mis abuelos maternos eran agricultores en Villafranca y, además, tenían una gran cantidad de animales de granja: cerdos, gallinas, conejos y, sobre todo, muchos gatos para mantener a raya a los ratones. Y campos, por supuesto. Mi abuela era una mujer sencilla, de campo, que lo hacía todo, desde hornear bollos hasta desarrollar todas las operaciones que acompañan a la matanza del cerdo. Teníamos una vinculación muy especial. Nos queríamos mucho la una a la otra.

Entre Navarra, Madrid y Barcelona

Mi padre, José Luis Urquizu, natural de Navarra, pertenece a la primera generación de ingenieros de telecomunicaciones de España. Él quería ser piloto de aviación, pero en aquella época, si te faltaban algunas muelas, como era su caso, no podías pilotar, porque por lo visto era necesaria la dentadura completa para volar. Así las cosas, descubrió una carrera nueva que entonces entraba con fuerza, y que de alguna manera relacionó con volar, la Ingeniería de Telecomunicación. Una vez licenciado, el principal núcleo de empleo para estos ingenieros estaba en Madrid, donde empezó a trabajar en la empresa americana, ITT, que a su vez trabajaba para Telefónica. Y cuando se casó con mi madre, María Felicidad Barasoain, natural también de Navarra, ambos formaron un hogar en la capital. Eso explica que yo, siendo navarra por los cuatro costados, naciera en Madrid. Sin embargo, fue algo accidental, porque al mes de nacer yo se mudaron de nuevo a Navarra, ya que el Gobierno Foral necesitaba un ingeniero de telecomunicaciones que trabajara en las instalaciones de la televisión en la comunidad –estamos hablando de finales de los años sesenta–. El elegido fue mi padre, que después de ese encargo continuó trabajando en la institución durante años desempeñando cargos técnicos. Madrid me parece una ciudad estupenda, me encanta, aunque mi vínculo con ella se reduce prácticamente a esos días, reflejados para siempre en el carnet de identidad, donde consta como mi lugar de nacimiento. Como ciudades, definitivamente, Pamplona y Barcelona han sido más importantes en mi vida.

Cuando ya tenía un nivel de francés muy alto, me fui a Estados Unidos a perfeccionar mi inglés

Aprendí a leer en francés antes que en castellano porque el colegio no era bilingüe: nos lo enseñaban todo en francés. A los pocos años se transformó en bilingüe e incorporaron el inglés, el alemán e incluso el chino, pero si en mis tiempos se empleaba un único idioma fue porque nuestras docentes eran monjas francesas. Luego ya se incorporarían profesores seglares. También aprendí antes el «Ave María» en francés, y a leer. El nivel académico, ya desde pequeñita, era muy alto y exigente tanto en las aulas como en casa, dado que mi padre también era un hombre muy exigente con sus hijos. En lo referente a la inmersión en lenguas extranjeras, mi colegio era una experiencia pionera, que rompía barreras. Años después, cuando cumplí los dieciséis, me mandaron sola a los Estados Unidos para perfeccionar el inglés, lengua que había empezado a estudiar a los ocho años, una vez mi francés ya era muy alto. Me mandaron, porque yo, con mi determinación, me empeñé en ir, por supuesto. Mi lugar de destino fue un centro americano que tenía un acuerdo para ese año con el nuestro y me eligió a mí para llevarlo a cabo. Pasé un año entero cursando el COU en West Hartford, Connecticut. En aquel tiempo no se viajaba tan lejos con la asiduidad de hoy, y menos para estudiar. Eran muy pocos los que lo hacían, pero yo me empeñé, y en casa, conscientes de mi determinación, remaron a mi favor y lo vieron como una oportunidad. Aquel año fue toda una experiencia iniciática, porque, sin móviles y sin Internet, inexistentes entonces, la desconexión con el entorno de la familia y los amigos fue absoluta, y solo me podía comunicar con mi familia a través de llamadas a cobro revertido.

La periodista que no fui

Siempre me ha gustado mucho escribir y soy una gran lectora, por eso mi primera vocación fue ser periodista. Cuando regresé de los Estados Unidos tenía que empezar la universidad, y mi padre me preguntó qué carrera quería hacer. No lo dudé ni un instante y respondí Periodismo. La facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra tenía fama de ser muy buena, y de ella habían salido profesionales como Iñaki Gabilondo. Además, se hallaba al lado de casa, con lo cual me evitaba grandes desplazamientos. Sin embargo, mi padre no veía las cosas tan claras, y me preguntó si de verdad quería acabar poniendo esquelas en el Diario de Navarra. Desde luego, yo no había pensado nunca que mi gusto por la escritura pudiera tener un final tan tremendo. La frase me impactó y decidí hacerle caso, un poco a regañadientes. Su contrapropuesta fue que me matriculara en Económicas, carrera que tenía mucho futuro. Aquello trastocó mi natural determinación, pero, como durante mi niñez y juventud era muy obediente con mis padres –hoy ya no tanto–, accedí al cambio de rumbo y me matriculé en la carrera propuesta por mi padre. El primer año cursado en una escuela de Pamplona adscrita a la Universidad del País Vasco me pareció un horror; el segundo y el tercero ya mejoraron; y el cuarto y el quinto, cursados en Bilbao, los disfruté plenamente porque empecé a ver las posibilidades tan amplias que esta carrera me ofrecía. Sin mayores obstáculos, obtuve la licenciatura de Economía de Empresa por la Universidad del País Vasco, lo que ahora se conoce como ADE, Administración de Empresas. Es cierto que también pude haber hecho como mi hermano Jorge, a quien mi padre obligó a cursar Ingeniería, y una vez licenciado –y con notas brillantes– se formó en la que era su vocación, el deporte. Pero no lo hice, y mis sueños periodísticos se quedaron en el baúl de los recuerdos.

Conocí a gente culturalmente muy distinta

Conservo muy buenas amistades de mis tiempos de universitaria. Lo pasamos muy bien, y aparte del estudio, fue una diversión continua y una oportunidad de conocer a gente interesante, de orígenes y entornos sociales y geográficos muy diversos, sobre todo en los dos años que pasé en Bilbao, en la Facultad de Sarriko, mítica por sus fiestas. Nada que ver con el colegio francés al que fui, o incluso con la Universidad de Navarra, donde los alumnos estaban, más o menos, cortados con el mismo patrón, y adonde yo tenía muy claro que no quería ir. Nunca tuve problemas para compaginar estudios y diversión. Durante los tres primeros años, lo aprobé todo en los exámenes parciales, sin tener que recurrir a los exámenes finales de junio, que eran el terror de mis compañeros, que me veían a mí en la piscina, bañándome y tomando el sol, mientras ellos tenían que estudiar.

Por la formación de empresarios

En aquellos tiempos no imaginaba que yo algún día pudiera ser empresaria y estar al frente de un negocio. Y ello era así porque a los estudiantes no se nos educaba para este fin; se nos educaba para trabajar para otro, lo cual me parece un contrasentido en los alumnos de Económicas. Personalmente, lo considero un error de base. Hoy, por fortuna, tengo entendido que este aspecto ha cambiado, y que el ejemplo de Estados Unidos, donde es habitual formar a los estudiantes en el terreno del emprendimiento, parece que está arraigando un poco también aquí, por lo menos en Catalunya, que en ese sentido es una región con más tradición en empren- dimiento que otras de España. Para los norteamericanos, la salida laboral más lógica es trabajar para uno mismo, crear un negocio propio. Esta mentalidad, tan necesaria para el dinamismo económico, no se forja desde la nada, ni solo en el ámbito de la educación: hay que empezar a inculcarla desde abajo, desde el colegio, desde la enseñanza básica.

Viajar como motivación

En la Universidad de Bilbao existía la Asociación Internacional de Estu- diantes de Ciencias Económicas (AIESEC) y me impliqué en ella asumiendo un cargo directivo. Entre otras cosas, ello me dio la oportunidad de apreciar todas posibilidades de conocer mundo que la carrera me ofrecía, un factor que me ayudó a entender que no había sido tan mala idea cambiar el periodismo por las ciencias económicas. Siempre me ha gustado viajar y, cuando quería ser periodista, en realidad mi aspiración era convertirme en reportera, para así conocer otros países. Saber que podría conocer mundo a partir del entorno de la empresa me inyectó la ilusión necesaria para sacar la carrera adelante. Cuando la acabé, y tuve que decidir hacia dónde orientaba mis pasos, lo primero que pensé fue en viajar.

Una de mis primeras pugnas entre la cabeza y el corazón, que venció la primera

Mi vida laboral siempre ha sido una pugna entre lo que me dicta la cabeza y el impulso del corazón. Había unas becas del ICEX (Instituto de Comercio Exterior) para enviar a estudiantes brillantes a trabajar en las delegaciones que tenía en diversos países. En aquel momento, surgió la posibilidad de poder ir a la delegación de México. Mi idea era aplicar a ella e intentar ser la elegida. Pero el destino me llevó por otros derroteros, porque antes de acabar la carrera desembarcó en la universidad, en Bilbao, Arthur Andersen, una prestigiosa consultoría y auditoría mundial, con la intención de captar a los estudiantes más destacados de la promoción. Hice las pruebas para ellos, como muchos de los alumnos de la Facultad, y me seleccionaron. Así pues, en mayo, antes de licenciarme, ya sabía que tendría trabajo en la delegación de Arthur Andersen de Bilbao como auditora. Esta doble oportunidad, la de ir becada a México o trabajar en Arthur Andersen, fue una de mis primeras grandes pugnas entre la cabeza y el corazón. Ganó la cabeza, y en septiembre me incorporé a la multinacional estadounidense, que me ofrecía la posibilidad de iniciar una carrera en el ecosistema empresarial.

En Chicago descubrí la transformación digital

Al llegar el siguiente verano, como yo era la única de mis amigas que tenía trabajo y dinero para viajar, me fui sola de mochilera a recorrer los Estados Unidos, aprovechando para visitar a los amigos que había hecho allí cuando estuve residiendo en el país. Tenía solamente veintidós años. Cuando llegué a San Francisco, la ciudad me gustó tanto que, al volver al trabajo, pedí el traslado. Me dijeron que no les extrañaba, que no era la única, que todo el mundo quería ir a San Francisco, y me lo denegaron. Confieso que fue una decepción; pero, dos años más tarde, surgió la necesidad de enviar a alguien a Chicago para un proyecto internacional relacionado con la tecnología aplicada a la auditoría, recordaron mi interés por ir a Estados Unidos y me escogieron a mí. Ese primer contacto con la tecnología, la transformación digital y los procesos organizativos, que duró diez meses, fue una etapa que cambió mi vida. Tenía veinticinco años. A partir de entonces, ya nunca más quise ser auditora.

Entrada en el sector de las entidades financieras

Al regreso de Chicago, llevé a cabo varios trabajos de consultoría en Arthur Andersen en Pamplona, que dependía de Bilbao, y en 1996 dejé la compañía y me fui a la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, donde ya me conocían bien por haber hecho prácticas veraniegas mientras estudiaba la carrera y donde me habían ofrecido varias ofertas de trabajo a lo largo de los años. Se trataba de una posición de transformación de procesos, el proyecto para la implementación del euro desde el departamento de organización. Dicho proceso duró tres años y, justo después, Caja Navarra absorbió nuestra corporación, con lo que me incorporé a esa entidad como directora del Departamento de Organización, al que más tarde se añadió también la responsabilidad sobre Tecnología y Medios. Al cabo de cuatro años empecé a formar parte del comité de dirección, trabajando en el entorno de Enrique Goñi, el director general, donde impulsamos conceptos de oficina pioneros en el país y que, en la actualidad, pasados quince años y en otra versión, utiliza, por ejemplo, la Caixa.

Y por fin ganó el corazón

En 2007, siguiendo su impulso innovador, Enrique Goñi decidió crear uno de los primeros vehículos de inversión en capital semilla (seed capital), en start-ups tecnológicas y emprendedores, un campo que en aquellos años en España era muy incipiente, con una inversión final de sesenta millones de euros. Cumplimos plenamente los objetivos, porque ayudó a construir el ecosistema de empresas emergentes que luego se ha consolidado. Es cierto que ya había start-ups sólidas, como Infojobs, E-Dreams o Intercom, entre otras, pero no bastaba con las compañías, fallaba la pata de la financiación, fundamental en cualquier ecosistema emprendedor, y esa fue nuestra función. Se decidió que yo estuviese al frente, y así fue como nuevamente mi vida volvió a dar un giro de la mano de la innovación tecnológica. Estuve allí hasta el 2011, cuando decidí marcharme porque los procesos de fusión de las entidades financieras que se llevaron a cabo como consecuencia de la crisis –a través de las cuales Caja Navarra se integró en Banca Cívica– hicieron que yo ya no estuviera cómoda en ese entorno, sobre todo porque el nuevo escenario imponía abandonar las inversiones en start-ups tecnológicas. Por primera vez en mi vida laboral, el corazón se impuso a la cabeza. Sin duda, fue un punto de inflexión; porque una vez se impone el corazón a la cabeza es muy difícil volver a la dinámica contraria.

Cuando Barcelona se cruzó en mi camino

Cuando uno antepone el corazón a la cabeza no puede evitar que su entorno personal, con las mejores intenciones, le asedie con llamadas a la reflexión. Pero mi determinación era firme: dejaría el grupo financiero de Banca Cívica para dedicarme por mi cuenta a asesorar empresas, a ser consejera de administración en varias firmas tecnológicas y a colaborar con varios grupos de inversión en start-ups de tecnología en Barcelona, Madrid y Londres. Empezó entonces –hablo de enero del 2012– mi vínculo con Barcelona, porque a raíz de una colaboración con el grupo de inversión Inspirit, liderado por Dídac Lee, tenía que venir tres días a la semana a la capital catalana, una antesala de lo que más tarde sería un traslado de largo recorrido. Desde finales de los años noventa, mi carrera profesional ha estado relacionada con la implantación y el desarrollo de tecnología. El avance en este ámbito que se ha producido durante los últimos quince años, comparado con el resto de siglos de la historia, es espectacular, no hay equivalencia posible. La tecnología lo cambia todo: la economía, las relaciones personales, las empresas, las ciudades… Los avances tecnológicos son tantos que nos rodean por todas partes y en toda situación, hasta el punto de que a veces ni nos damos cuenta de su existencia.

Aposté por la aventura y partí de Pamplona

A principios del 2014, cuando estaba colaborando con Banc Sabadell de la mano de Inspirit para establecer un programa que habían desarrollado sobre start-ups tecnológicas, conocí Red Points, que en ese momento era una empresa muy pequeña que estaba iniciando su recorrido en el mundo de las empresas innovadoras del sector tecnológico. Me encantaron ellos, la idea y la propia start-up. Tras una serie de conversaciones, en verano de ese mismo año se me propuso asociarme e incorporarme como consejera delegada para liderar la empresa y aportar capacidad de ejecución y visión estratégica. De nuevo, se desató en mí una lucha entre la cabeza y el corazón. Me iba muy bien en la vida y mi familia estaba en Pamplona, no tenía necesidad de alterar ese estatus. Sin embargo, veía nítidamente la oportunidad de hacer algo muy grande, de convertir una empresa que estaba todavía en sus inicios en una referencia mundial. Era demasiado tentador y me lancé a la aventura. Volvió a ganar el corazón. Dejé todo lo que estaba haciendo y en septiembre de 2014 trasladé a la familia de Pamplona a Barcelona, porque no se puede ser consejera delegada a tiempo parcial, hay que dedicarse en cuerpo y alma. Casi cinco años después, puedo decir que no me he arrepentido ni un solo día.

Expertos en detectar y eliminar la falsificación de productos en Internet

El desafío no era poco. Tenía que buscar financiación e inversores, establecer la estrategia, su ejecución y contratar equipos. En aquel momento, éramos doce personas y ahora somos ciento ochenta, con perspectiva de ser doscientos cincuenta a finales de 2019. Nuestro volumen de ingresos se triplicó anualmente durante los primeros años y ahora estamos duplicando. La empresa nació con el propósito de detectar y eliminar en Internet contenido pirata, que era una manera de proteger la cultura en la Red. Se trataba de una gran idea que podía llegar a ser mucho más grande, ampliando el alcance. Desde el inicio vi claro que no debíamos limitarnos a los contenidos digitales, sino impulsar el desarrollo de una plataforma tecnológica en la nube que detectase y eliminase cualquier falsificación en la Red más allá de la piratería de contenidos; plataforma que hemos desarrollado durante los últimos cuatro años. Incorporando a la ecuación la falsificación de producto físico, nuestro mercado se ha multiplicado por diez, porque el mercado de los productores de contenidos digitales no es tan amplio. Nuestros clientes son marcas de todo tipo, desde juguetes hasta muebles, porque hoy en día se falsifica y se comercializa todo.

Actuar en nombre del legítimo propietario de los derechos

Una gran decisión que impulsé desde el principio es que Red Points no fuera una empresa de Barcelona para Barcelona, o de Catalunya para Catalunya o de España para España; desde el minuto uno accedimos a clientes en Bélgica, Australia, Reino Unido y Estados Unidos, por poner unos ejemplos. Nuestra mentalidad es global, y nuestro objetivo es internacionalizar tanto nuestros equipos como nuestros clientes, porque no pensamos en mercados concretos, pensamos en sectores industriales y accedemos a los clientes estén donde estén. Tanto es así, que España actualmente representa solo el cinco por ciento de nuestro porfolio de clientes. En el tema editorial, que es uno de los sectores principales en lo que respecta a contenidos digitales, nuestra misión es detectar cualquier descarga ilegal de un libro protegido y eliminarla; o detectar enlaces que comercializan determinados artículos sin permiso. Para ello, tenemos que ser contratados por el propietario legal de los derechos en cuestión. Ahí reside nuestra fuerza, en que actuamos en nombre del legítimo propietario de los derechos. Y lo que sirve para un libro, sirve para todo: unas gafas, un bolígrafo o unos zapatos. Nuestra función acaba cuando comunicamos a nuestro cliente las acciones de detección y eliminación, reportando toda la actividad. No intervenimos en acciones legales que se puedan llevar a cabo contra los infractores.

Más que la innovación, buscamos la disrupción

Nuestros clientes son recurrentes. Usualmente nos contratan por una tarifa mensual establecida en función de los productos que quieren proteger. Nuestro compromiso incluye el intento de eliminar todo lo que encontremos, ya sean dos mil enlaces o veinte mil. Desde que detectamos una falsificación hasta que la eliminamos pueden pasar desde unas pocas horas a algunos días. Es un proceso rápido. Nuestro servicio da acceso a un portal en el que el cliente puede hacer seguimiento de las detecciones y eliminaciones, con todos los datos al detalle (en qué países, en qué redes sociales o market places, etc.). El noventa por ciento de las falsificaciones se dan en el centenar de market places habituales que todos conocemos, como Amazon, E-Bay, Facebook, Instagram o Alibaba, por decir solo algunos. Lógicamente, la detección de falsificación de contenidos y de productos ya se venía haciendo por parte de despachos de abogados o departamentos jurídicos internos de las empresas. La innovación de Red Points, nuestra disrupción, reside, pues, no en el fondo, sino en la forma: en haber creado un producto que complemente a las personas en las tareas de detección y eliminación de las falsificaciones, dejando para los equipos legales la parte más cualitativa y de más valor de los procesos.

A por el control de la distribución on-line

Nuestra disrupción no se va a detener aquí. Queremos ser líderes mundiales en la detección de cualquier problema que pueda existir relativo a la distri- bución on-line. Es decir: no solo combatir las falsificaciones y la piratería, sino también impedir que distribuidores legales puedan estar infringiendo acuerdos y vendiendo el producto a otros precios de los establecidos, o en otros market places diferentes a los autorizados; o peor aún, que distribuidores ilegales de productos legítimos los comercialicen en mercados paralelos. Queremos que nuestros clientes recuperen el control de la distribución de sus productos, que es uno de los grandes riesgos de la venta on-line. Aunque ya lleva años, la distribución en Internet es relativamente nueva, y constantemente se incorporan a ella empresas que hasta ahora no la habían practicado. Son este tipo de negocios, sobre todo, los que pueden perder el control de la distribución de sus productos.

1’7 trillones a nivel mundial

Según nuestras encuestas, el cincuenta por ciento de las personas que compran on-line un producto falsificado no tenían intención de hacerlo. No solo está el aspecto legal; es que en el caso de algunos sectores, los productos falsificados pueden ser defectuosos o un peligro para la salud, o simplemente ser estéticamente más feos. Por lo tanto, interceptándolos no solo damos un servicio al cliente que nos contrata sino a los clientes de este que involuntariamente se han visto perjudicados. Hay un efecto multiplicador. No diré que lo nuestro sea una función social, pero se le parece bastante. El problema de las falsificaciones se ha cuantificado económicamente en 1’7 trillones de dólares a nivel mundial, y para el 2022 se teme que alcance los 2’5 trillones. Todo esto sin haber cuantificado, todavía el tamaño de la distribución ilegal.

Oficinas en Barcelona y Nueva York

El tema de las noticias falsas o fake-news se ha propagado a causa de las redes sociales. La tecnología, sobre todo Internet, nos ha traído cosas muy positivas; pero también es un medio ideal para aquellos que quieren aprovecharse de sus ventajas con total impunidad. Internet nos da acceso a todo el mundo, tiene un alcance global tanto para bien como para mal. Lo comento porque, de alguna manera, es un tema colateral al nuestro, aunque nosotros no hemos llegado todavía a pensar en el control de las fake-news como un nuevo servicio. Todo dependerá de que nuestro equipo de tecnología pueda crear una solución al respecto. Hay ámbitos en los que, independientemente de las posibilidades tecnológicas, preferimos no entrar. Gobiernos y partidos políticos han requerido nuestros servicios y les hemos dicho que no. Preferimos limitarnos a empresas interesadas en defender su propiedad intelectual o industrial, y nuestra idea es seguir creciendo en este ámbito de actuación. En la actualidad tenemos dos oficinas: una en Barcelona y otra que abrimos en 2018 en Nueva York. En febrero de 2018 contraté a la primera persona y alquilé el primer espacio, ahora ya trabajan veinte empleados; cifra que tenemos pensado doblar a lo largo del 2019 porque estamos dedicándole muchos esfuerzos. Yo, por ejemplo, no paro de viajar entre las dos ciudades. Nueva York desempeña una función comercial, porque Estados Unidos representa el cincuenta por ciento de nuestro mercado. También es importante visitar en persona a los clientes grandes. El resto de aspectos de la compañía se llevan desde Barcelona, que es y será nuestro centro de operaciones, mientras de mí dependa.

De una persona, me interesa su mente y su humanidad

Mi empresa funciona en inglés, y su mercado es el mundo. Hasta ayer teníamos en plantilla a gente de treinta y una nacionalidades y diferentes etnias y religiones; hoy ya son treinta y dos, porque hemos incorporado al primer holandés. Me considero ciudadana del mundo. Cuando tengo delante a una persona, nunca miro si es alta o baja, hombre o mujer, negra, blanca, amarilla o rosa, ni su pasaporte; solo veo una persona, veo un cerebro y un corazón. En un marco mental así, no hay lugar para machismos, feminismos o racismos. En cuanto a la paridad, estamos en unas proporciones de cuarenta por ciento y sesenta por ciento, así que pronto la alcanzaremos. Uno de los indicadores que me gusta controlar mensualmente es el de la diversidad. Para mí la parte humana es esencial, pues las empresas, sin las personas, no son nada. Por eso reclutamos sobre todo buena gente, que sepa respetar a los demás y trabajar en equipo. Alguna vez hemos prescindido de personas brillantes en su ámbito porque eran tóxicas emocionalmente, altivas o soberbias.

Sobre la paridad y las cuotas

Yo jamás he tenido un problema por ser mujer, porque no he considerado en ningún momento ni circunstancia que tuviera menos opciones por serlo. No debemos esperar que el gran cambio histórico que reclamamos venga de otros, debemos actuar sin demora, y empieza por nosotras mismas. Consiste en ir por la vida con la idea de que podemos asumir los mismos retos que cualquier hombre. Sobre la paridad o las cuotas, he ido cambiando de opinión. Al principio me parecían mal. No entendía que alguien accediera a un cargo o a un puesto de trabajo solo para igualar la presencia de hombres y mujeres. Ahora lo veo un poco distinto, y como opino que es verdad que hay machismo en el mundo de la empresa, así como en la sociedad en general, las cuotas pueden ser una medida correctora temporal, una manera de conseguir que mujeres den la oportunidad a otras mujeres; porque, si he de ser sincera, cuando estudiaba y veía que éramos cada vez más chicas haciéndolo, nunca imaginé que iba a llegar a la edad que tengo y que vería a tan pocas mujeres ocupando puestos directivos, en cualquier ámbito. Algo pasa por el camino y no es solo la maternidad, como se nos quiere hacer creer. Y hay que actuar sobre ello.

Tener hijos me ha hecho mejor persona

Lo primero que me viene a la mente al hablar sobre la maternidad es el cambio interior que ha supuesto para mí. Sin mis hijos no sería quien soy hoy en día. Los adoro y ellos me adoran a mí. No puedo imaginarme no haberlos tenido porque, aparte de lo que en sí mismo representan, han hecho aflorar en mí virtudes que de otra manera no hubieran salido a la luz, que me han hecho mejor persona y, probablemente, mejor profesional, aunque aparentemente no haya una relación directa entre las dos dimensiones. La maternidad no es, según mi experiencia, ningún freno para la vida profesional. Al revés. Es verdad que cuando los hijos son pequeños es duro no poder llegar a casa hasta la hora de la cena, o peor aún, llegar cuando ya se han acostado; o tener que viajar al extranjero y no verlos durante varios días, e incluso alguna semana. Pero con inteligencia y ayuda en casa –que yo siempre he tenido– se puede sobrellevar todo. Una puede reservarse para la parte emocional y los momentos de calidad, y la ayuda puede encargarse de los aspectos más logísticos, como hacer un bocadillo. Mis dos hijos se llaman Marcos y Diana, y tienen diecinueve y quince años respectivamente, son estupendos y estoy convencida de que siempre seré una buena referencia para ellos.

A veces una no alcanza a todo

Siempre se ha dicho que la mujer empresaria debe estar en todos los frentes, y uno de ellos es cuidar de la familia. Yo soy de Pamplona y vivo en Barcelona, y hay cosas que se me escapan por la distancia, como estar pendiente diariamente de mis padres, que viven en Navarra. Por suerte, tengo dos hermanos, Jorge e Ignacio, que están mucho más cerca de ellos. Especialmente uno de los dos. Ojalá yo pudiera estar más allí.

Nadie más debe morir en el mar

Sobre la crisis de los inmigrantes en el Mediterráneo, una de las lacras de nuestros días, opino que el mundo occidental tiene los recursos para poner fin al problema, pero, por la razón que sea, no tiene la prioridad de pararlo. No puedo entender que no sea el primer punto de la agenda de todos los líderes y organismos internacionales. Si aunaran esfuerzos, si hicieran políticas comunes en una misma dirección, es evidente que se podría atajar. Intervenir es una palabra que a veces crea suspicacias, pero a mí en ocasiones me parece necesaria. No solo en África u Oriente Medio, también en Sudamérica, porque hay allí países que en vez de avanzar están retrocediendo. Es importante que la sociedad civil se organice, pero en este tema no habrá una solución duradera hasta que no sean los gobiernos del primer mundo los que se arremanguen. En este contexto, aceptar y acoger al inmigrante se convierte en un deber ineludible y en un acto de humanidad. Nadie más debe morir en el mar.