LLUÍS DUOCASTELLA CODINA
Castellbell i el Vilar (Barcelona)
1 de enero de 1957
Fundador y director general de i Vascular
La química al servicio de la humanidad: tal es el espíritu del excelente impulsor de una compañía que se ha erigido en referente mundial en innovación para problemas cardiovasculares. Aplicando a la medicina el conocimiento atesorado en la química, sus desarrollos han conseguido salvar miles de vidas. Su talento también fue reclamado en su día para intervenir en un proyecto que se revelaba como el más ambicioso de la historia de la ingeniería.
Jugando a pelota entre la arquitectura de Antoni Gaudí
Mi abuelo me inculcó su pasión por la naturaleza
La Colonia Güell operaba bajo el más puro concepto de integración vertical
Conocer el trabajo de laboratorio despertó en mí un imperecedero amor hacia la química
Siendo muy joven, colaboré con los mejores cirujanos cardiovasculares
Mi actividad profesional con poliuretanos me convirtió en uno de los grandes especialistas del mundo
Reconocimiento de Barack Obama a nuestras innovaciones
De la química a la medicina, con un marcado acento social
Producimos tejido biológico para implantes que no produce rechazo en los pacientes
Las nuevas tecnologías están cambiando el paradigma cardiovascular
Durante la pandemia, ministerios de Sanidad de todo el mundo se han interesado por nosotros
Deberíamos potenciar las empresas nacionales
Un equipo altamente preparado e implicado
Haber invertido en la formación de nuestro hijo Marc es un orgullo que compartimos mi esposa y yo
Participé en uno de los proyectos de mayor alcance y confidencialidad a nivel mundial
Jugando a pelota entre la arquitectura de Antoni Gaudí
Aunque circunstancialmente nací en Castellbell i el Vilar, mi infancia transcurrió en la Colonia Güell, en Santa Coloma de Cervelló. Mi padre, Josep Duocastella, era el mayordomo de la hilatura de ese complejo textil, el de mayor envergadura en Europa en su categoría. Mi madre, Teresa Codina, era modista y mis hermanos Iaxa, Rosa, Carlos y Teresa fueron apareciendo en mi infancia familiar y feliz. La colonia era un auténtico pueblo, con un teatro, dos cines, dos panaderías… A ello hay que añadir la singularidad de ese conjunto industrial impulsado por Eusebi Güell, quien acudió a Antoni Gaudí para su planificación. Bajo el pórtico de la cripta proyectada por el afamado arquitecto nos refugiábamos para jugar a pelota cuando llovía, ajenos al valor de esa estructura modernista que nos daba cobijo, y que a mediados de los sesenta no había adquirido el renombre con el que cuenta actualmente. Fue aquella una etapa de gran libertad, y en la que hallábamos distracción ya fuera lanzándonos piedras con los muchachos de Santa Coloma, comiendo cerezas que recolectábamos en los campos, para enojo de los payeses, u organizando improvisadas carreras ciclistas. Precisamente sobre la bicicleta viví un incidente que pudo resultar trágico. Tenía apenas seis años cuando, emulando un número circense, nos lanzamos por una bajada ocho niños montados en un triciclo. A causa de un bache, y por el exceso de peso, el vehículo cedió y se fracturó por la mitad. El impacto fue tan grave que permanecí un par de días en coma.
Mi abuelo me inculcó su pasión por la naturaleza
Mis orígenes familiares se sitúan, no obstante, en la Plana de Vic, donde transcurrieron muchos de mis veranos infantiles. Mi abuelo materno era un artesano de Sant Vicenç de Torelló que se dedicaba a trabajar el boj. Ebanista y carpintero, disponía de una tornería de madera en la que fabricaba todo tipo de utensilios, como cucharas o tenedores, pero también peonzas o canutillos para guardar agujas. Por su parte, el abuelo paterno, Lluís, recalaba a menudo en Vic, ya que era arriero, y una de las rutas habituales le llevaba hasta esa localidad desde Manresa, cerca de su población natal, Sant Fruitós de Bages. Él ejerció una gran influencia en mí, pues me inculcó el amor por la naturaleza y el terruño. Me había regalado una azadilla y asignado un pequeño huerto para que me familiarizara con ese entorno. Al estallar la Guerra Civil, a mi padre, hijo único y con ocho años, lo trasladaron a casa de unos amigos de Barcelona: Joan y María. Siempre los conocí como mis tíos, igual que a su hija, Isabel, la creí una prima mía, hasta que, a los dieciocho años, descubrí con decepción que no teníamos parentesco.
La Colonia Güell operaba bajo el más puro concepto de integración vertical
El conflicto bélico forjó en mi padre un carácter luchador y exigente. Ese espíritu le llevó a abrirse paso como mecánico montador de hilaturas. Fue precisamente trabajando en las de Fabra y Coats donde conoció a mi madre, que también trabajaba en la fábrica. Posteriormente, fue nombrado mayordomo de la hilatura de la Colonia Güell, título equivalente al de director. En la colonia disponíamos de una escuela, donde convivíamos en la misma aula niños de diferentes edades. Tras cumplir nueve años, mis padres decidieron que prosiguiera mi formación en los Salesianos de Sant Boi de Llobregat, donde me revelé como un muy buen alumno. A los catorce, mi padre consideró que resultaba procedente que empezara a trabajar. Yo no deseaba abandonar mis estudios, con lo que la solución pasaba por compatibilizar ambas actividades. Me planteó visitar la fábrica, conocer los distintos procesos de ésta y elegir dónde hallaría mejor acomodo. Aquel era un mundo extraordinario, pues la colonia operaba bajo el más puro concepto de integración vertical: las balas de algodón llegaban al complejo y se convertían en hilo, el hilo en tejido, el cual era teñido y sometido a un acabado hasta conseguir las piezas. Hasta cuatro mil personas trabajaban en esa hilatura, cuya actividad se extinguió en 1974, tras no haber podido superar la crisis del petróleo.
Conocer el trabajo de laboratorio despertó en mí un imperecedero amor hacia la química
Trabajar con mi padre me llevó a conocer la actividad de la fábrica y ahí descubrí un entorno que me cautivó: el laboratorio. Ese espacio me impactó: los tintes, los colores, las probetas, las pipetas. Aquella inmersión en el mundo de la química sería definitiva, y con ella inicié una etapa en la que me levantaba a las cuatro y media de la mañana para entrar a trabajar a las cinco, y luego empalmaba con las clases que iniciaba a las nueve. Fueron tres años en los que disfruté enormemente y, tras los cuales, al cesar la actividad en la colonia, busqué una alternativa laboral para seguir contribuyendo a una economía doméstica poco boyante. En el verano previo a mi ingreso en la universidad obtuve una beca-salario para realizar mis estudios y al mismo tiempo un trabajo de prácticas en Synthesia Española, empresa ubicada en Castellbisbal. Ahí trabajábamos unas veinte personas y, al entrar, me apodaron «el nano». Cuando abandoné la misma, veintiocho años después y como director de Investigación, Desarrollo e Innovación, todavía conservaba ese apodo…
Siendo muy joven, colaboré con los mejores cirujanos cardiovasculares
En Synthesia Española desarrollé una trayectoria laboral plena, en la que adquirí un conocimiento profesional y de negocio superior al universitario. Compatibilizaba la carrera, en la UB, con mi trabajo en la empresa. Eso me permitía constatar la brecha existente entre la teoría que impartían los catedráticos y la práctica que se vivía en la compañía. Muchos profesores ignoraban cuáles eran las necesidades reales del mercado, al igual que ninguno de mis compañeros tenía acceso al auténtico saber de la química como el que lograba yo gracias a esas prácticas en Synthesia. Al finalizar mis estudios, empecé a trabajar en la compañía Meadox Medical, empresa orientada al desarrollo de prótesis vasculares, en calidad de product manager. Aunque me interesaba la ciencia, en ese momento busqué una salida profesional que me permitiera ganarme holgadamente la vida. Fue una experiencia muy interesante, porque significó mi introducción en el entorno de la medicina donde, a la postre, acabaría enfocándome. Con veintitrés años, a diario acudía a los quirófanos de los hospitales de Bellvitge, de la Vall d’Hebron, de Sant Pau… Ahí tuve la ocasión de conocer a los mejores cirujanos vasculares, como los doctores Capdevila, Sala Planell o Sobregrau, a quienes instruía en la implantación de prótesis de cordón umbilical humano.
Mi actividad profesional con poliuretanos me convirtió en uno de los grandes especialistas del mundo
Tres años y medio después regresé a Synthesia Española, ahora ya como químico. Empecé a formar el equipo clave de mi vida, profesional y científica, con María, Isabel, Carmen y Àurea; que se inició en la investigación y desarrollo de resinas para distintas aplicaciones: pinturas, barnices, adhesivos, elastómeros, espumas de poliuretano, etc.; y amplios sectores: automóvil, textil, pieles, aislamiento, ingeniería, etc. La actividad profesional me llevó a focalizarme en el mundo de los poliuretanos, lo que me permitió convertirme en uno de los grandes especialistas en la materia. En las universidades de todo el mundo existe un profundo desconocimiento de los poliuretanos, cuyo negocio y conocimiento se hallaba en manos de grandes multinacionales de la química, como Bayer, Basf, Upjhon, Dow y con el tiempo también adquirimos en Synthesia. Junto a mi equipo, en 1994 fuimos artífices de un extraordinario descubrimiento: cómo anular el vaho de los cristales de los coches recién fabricados. Era un problema que aquejaba a la industria del automóvil, que veía como los vehículos acusaban ese inconveniente al salir de fábrica, para disgusto de los concesionarios, que se veían obligados a despejar la humedad de los cristales interiores. Ford había denunciado que el origen del problema residía en el PVC usado en determinados componentes. Fue así como los grandes fabricantes automovilísticos hicieron un llamamiento para resolver esa circunstancia, anunciando que el primero en dar con la solución sería el gran beneficiario, porque todas las compras se concentrarían en él. Se inició una «guerra» entre las firmas químicas, en la que Synthesia se erigió en vencedora con una patente. Aquel fue un gran éxito profesional a nivel mundial, que sin embargo nunca obtuvo un mínimo reconocimiento de las instituciones nacionales. Pero el mejor reconocimiento para quien ama la ciencia radica en la propia sabiduría atesorada.
Reconocimiento de Barack Obama a nuestras innovaciones
Me mantuve hasta el año 2000 en Synthesia, un gran referente en tecnología de poliuretano en el entorno del aislamiento térmico. Ahí con mi equipo, desarrollamos varias de las tecnologías y productos innovadores obtenidos a lo largo de mi trayectoria. Una de ellas consistente en un proceso que transforma los botellines de agua en material de aislamiento doméstico, lo cual permite reducir a la mitad la energía necesaria para la calefacción o el aire acondicionado de la casa. Ese logro propiciaría, que años mas tarde, mi socio canadiense obtuviera el reconocimiento por parte del presidente norteamericano Barack Obama a la empresa más innovadora. El poliuretano es un plástico mágico que nos rodea por doquier. En un turismo, casi el 60% de los componentes están fabricados con este material. Mi decisión de emprender un nuevo rumbo profesional se produjo al enfermar el propietario de Synthesia, lo cual desencadenó una disputa entre los candidatos a sucederle. No hace mucho acabó vendiéndose a un grupo irlandés.
De la química a la medicina, con un marcado acento social
Mis incursiones previas en la medicina alentaron en mí el deseo de desarrollar una compañía distinta. Con cuarenta y cinco años consideré llegado el momento de aplicar mis conocimientos para prestar servicio a la ciencia de la salud y, al mismo tiempo, divertirme. Mis compromisos profesionales habían comportado hasta entonces frecuentes viajes y largas jornadas de trabajo que se prolongaban hasta la noche. Era momento de acometer mi propio proyecto profesional y, además, imprimirle un sello personal, alejado del espíritu lucrativo y con el ánimo de reinvertir constantemente las ganancias en la empresa. Probablemente en ello influyó mi experiencia en la Colonia Güell, cuyo modelo perseguía proporcionar beneficio a la sociedad y a sus empleados. Para ello contaba con el equipo de gente que deseaba. Mi propósito, además, era que mis colaboradores se divirtieran con su labor. Otro de los aspectos definidores del proyecto residía en la integración vertical, lo que incluye la autofinanciación, con el fin de evitar la dependencia de las entidades bancarias. Eso reclama know how, desarrollando nuestra propia tecnología. Fue así como nació iVascular en el 2010, una compañía cuyos productos se orientan al intervencionismo cardiovascular. Básicamente producimos catéteres e implantes para el corazón y las piernas, aunque ahora también estamos empezando a desarrollar soluciones equivalentes para el cerebro. Tras doce años hemos desarrollado, producido y comercializado treinta familias de dispositivos de alta tecnología médica. Actualmente iVascular lo forman un equipo de doscientas ochenta personas comprometidas y creativas que trabajan y viven el proyecto con pasión.
Producimos tejido biológico para implantes que no produce rechazo en los pacientes
Los stents que fabricamos son pequeñas mallas de metal que tienen la capacidad de autoexpandirse, de modo que, introducidas en una arteria a través de un catéter mediante una incisión en la femoral, posibilitan que lleguemos hasta las arterias coronarias. Los stents ayudan a abrir paso en esa “tubería” y a evitar que la misma se cierre. Una vez alcanzado su objetivo, el stent implantado permite restaurar correctamente el flujo sanguíneo del corazón. Una de las aportaciones de la química reside en incorporar fármacos al stent, que evitan que la arteria vuelva a cerrarse. Con ello, resolvemos y evitamos en gran medida los infartos de corazón. También desarrollamos las TAVI (acrónimo en inglés de Transcater Aortic Valve Implantation) que repara la estenosis de la válvula aórtica que es un problema que consiste en el estrechamiento del orificio de esta válvula, lo cual genera una serie de síntomas, como disnea (sensación de falta de aire) y dolor en el pecho, y puede ocasionar problemas irreversibles en el corazón o incluso la muerte. Las TAVI son stents que, combinados con tejidos de pericardio porcino o bovino, permiten obtener válvulas de corazón que pueden ser implantadas mediante técnicas que evitan la cirugía abierta. Estas nuevas válvulas permiten salvar muchas vidas de personas que por su edad o estado de salud no pueden someterse a una técnica quirúrgica habitual.
Las nuevas tecnologías están cambiando el paradigma cardiovascular
Recientemente, hemos adquirido una participación en una empresa norteamericana con el objetivo de desarrollar válvulas tricúspides. Ya hemos llevado a cabo implantes de este tipo en algunas personas que, en caso contrario, habrían fallecido. Hay que tener en cuenta que este tipo de tecnologías están cambiando el paradigma cardiovascular, pues pacientes con ochenta años que no pueden ser intervenidos quirúrgicamente por el riesgo que entraña una operación a corazón abierto, pueden en cambio hallar remedio en esta alternativa tan poco invasiva. También en el ámbito del cáncer se empieza a hablar de oncología intervencionista. Es algo razonable, pues resulta absurdo tratar esa enfermedad con quimioterapia y sacrificando células sanas. La lógica invita a atacar el tumor, evitando que llegué a él una sola gota de sangre. Es, pues, tan sencillo como intervenir el tumor mediante una embolización de todas las arterias que irrigan el tumor, con la ayuda de un catéter. Después se extirpa el tumor y, salvo que el mismo haya podido liberar células previamente y provocar una metástasis, el cáncer está resuelto. Hoy en día fabricamos catéteres de hasta tres décimas de milímetro. Con ellos podemos liberar sustancias como polímeros coagulantes o líquidos embolizantes.
Durante la pandemia, ministerios de Sanidad de todo el mundo se han interesado por nosotros
Nuestras soluciones están presentes en todos los hospitales de España, donde existen unos ciento treinta centros de hemodinámica. Vendemos en ochenta y seis países, en la mayoría de los casos a través de distribuidores. Disponemos de filiales en Francia, Alemania, Bélgica, Hong Kong, República Dominicana y Colombia. En el área sudamericana hemos conseguido una fuerte implantación. Nuestro reconocimiento internacional quedó patente durante la etapa de la pandemia, cuando se pusieron en contacto conmigo desde ministerios de Sanidad (en algunos casos, los propios titulares del departamento), interesándose por si manteníamos operativa nuestra fábrica y podíamos garantizar el suministro de los productos. Mantuvimos conversaciones con los principales países europeos, del Medio Oriente, Latinoamérica y Asia. También hemos mantenido contacto con representantes de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS). Somos la única empresa española que se dedica a este de mercado y de momento nos mantenemos sin subvenciones. Ahora mismo, no obstante, dos miembros de nuestro equipo sí se han interesado por los fondos Next Generation, aunque resulta difícil conocer el camino a seguir para beneficiarse de dichos fondos.
Deberíamos potenciar las empresas nacionales
En 2003 impartí una conferencia en el Colegio Oficial de Médicos en la que advertí que, si acudíamos al almacén de un hospital, descubriríamos que más del 70% de los productos son made in USA (o made in China, pero de compañías norteamericanas). La sanidad factura en el mundo más que la industria petrolera o la electrónica, pero el negocio del mayor monopolio mundial se concentra en Estados Unidos. ¿Qué laboratorios se han lucrado con el Covid? Pfizer, Moderna, Johnson & Johnson… los norteamericanos. Nosotros estamos compitiendo con ellos. Ahora bien, si contáramos con el mismo apoyo gubernamental, romperíamos ese monopolio, los precios se reducirían y sería posible destinar mayores recursos a I+D+i. Pero en nuestro entorno médico todo son trabas, como queda patente con nuestros productos con certificación CE, que, pese a ser, cuando menos, igual de efectivos que sus competidores americanos, no pueden ser comercializados en Estados Unidos.
Un equipo altamente preparado e implicado
Me siento especialmente orgulloso de haber instaurado el día de San iVascular. Se trata de una jornada laboral que convertimos en festiva, pues aprovechamos para realizar actividades lúdicas al tiempo que rendimos homenaje a algunos miembros de nuestro equipo humano. Esa cita consigue que nuestra gente constate la evolución que estamos adquiriendo y se dé cuenta de lo que somos capaces de hacer. Tras la desescalada del coronavirus, y después de dos años sin haber podido celebrar esta singular festividad, se produjo un hecho curioso. Invité a los presentes a dividirse en dos grupos: los que formaban parte de iVascular en el momento de estallar la pandemia y los que se habían incorporado a posteriori. Sorprendentemente, quedaban equilibrados, lo cual daba fe del crecimiento alcanzado en ese periodo. Y seguimos sumando profesionales a nuestro equipo, donde requerimos personal multidisciplinar con una base solvente de conocimiento. Resulta difícil dar con gente preparada, e invertimos muchísimo en formación. Una tercera parte de nuestros profesionales trabaja en el área técnica, donde la autonomía plena no se suele adquirir hasta transcurridos cinco años. Estamos alcanzando un alto grado de especialización. Si logramos un mínimo apoyo, nos erigiremos en una empresa de referencia mundial, lo que debería invitar a la reflexión de quienes dicen velar por el prestigio y el futuro de nuestro país.
Haber invertido en la formación de nuestro hijo Marc es un orgullo que compartimos mi esposa y yo
Mi entorno familiar comparte mi inquietud profesional. Mi esposa es ingeniera química y, durante años, trabajó en un laboratorio farmacéutico. Nuestro hijo Marc, de treinta y ocho años, cursó la ingeniería química en el IQS, para posteriormente ampliar estudios en el Massachusetts Institute of Technology. Colaboró con iVascular en nuestros inicios. Su inquietud por el marketing, la informática y el mundo de los negocios le llevó a matricularse en un MBA en Harvard, para después ingresar en una multinacional norteamericana. En la actualidad es el director de marketing y negocios de Philips Healthcare en Asia y Pacifico, con base en Singapur. Estoy muy satisfecho de haber invertido mucho en su formación. Y sé que, si un día regresa a iVascular, comulgará con nuestra filosofía.
Participé en uno de los proyectos de mayor alcance y confidencialidad a nivel mundial
Una de mis mayores vivencias profesionales tuvo lugar en 1993, cuando me invitaron a participar en un proyecto ultrasecreto arrancado dos décadas antes, en 1972, tras haber descubierto que los pozos de petróleo y de gas del sur de Argelia y Libia ocultaban enormes bolsas de agua. Se calculaban unas reservas para abastecer durante dos años toda la franja del Magreb, desde Casablanca hasta El Cairo, y los norteamericanos concluyeron que podía resultar rentable hacer llegar el agua a las grandes ciudades norteafricanas. Una empresa surcoreana era la encargada de ejecutar la obra, la mayor de ingeniería de la historia, con tuberías de diez metros de diámetro que, solo en la primera de las cinco fases, tenía que llevar el agua hasta Trípoli a través de 4.800 kilómetros de conductos. Reclamaron mis servicios ―previo compromiso de confidencialidad y secreto― porque las tuberías, con alma de acero y recubiertas con cemento, se les fracturaban por la corrosión del metal por el contacto con el agua y sus corrientes catódicas del desierto. Conocían mi experiencia química de recubrimientos y les planteé un recubrimiento de protección mediante un espray de poliurea de grado sanitario por dentro y una resina con asfalto por fuera. Contrastamos la solución en el canal d’Urgell, donde la mayoría ignora que hay ocho kilómetros que gozan de ese tratamiento que se aplicó de manera gratuita. Mediante esa fórmula se rociaron toneladas y toneladas de tuberías, antes de que el proyecto africano acabara frustrándose a causa de conflictos e intereses políticos y militares.