Transports Marsol
Transports Marsol
1r Tomo (empresarios). Biografias relevantes de nuestros empresarios

MANEL MARSOL MARTÍNEZ – Transports Marsol

MANEL MARSOL MARTÍNEZ

Manresa (Barcelona)

17 de septiembre de 1976

Transports Marsol

 

Texto: 25-1-2022

 

 

En caso de tener que resumir esta biografía en cuatro palabras, serían «lo ha conducido todo». Aparte de su pasión por las motos, ha conducido desde carros de combate a una buldócer, pasando por un PTB, el pequeño coche biplaza de fabricación manresana que se popularizó antes que el Seat 600. Hoy dirige una flota de sesenta camiones especializada en el transporte internacional a granel, al frente de la cual incide en las bondades de combinar el transporte de mercancías por carretera y por ferrocarril.

 

 

Vínculo con el sector transportista iniciado con el abuelo Miquel

 

Dos efemérides con Jordi Pujol de pasajero

 

Al volante de un camión con catorce años

 

Con un Suzuki Santana realizaba cabriolas y derrapadas por la gravera

 

A los veintiún años me convalidaron todos los carnets militares para la vida civil

 

Sentí que era el momento de bajar del camión

 

Transporte internacional a granel con una flota de sesenta vehículos

 

Conservar la imagen y cuidarla inspira confianza

 

Nunca permitiría que un trabajador mío fuera en un camión inseguro

 

Un trabajo muy duro, bohemio y solitario

 

Podemos hacer un seguimiento desde el móvil a tiempo real

 

Trenes y camiones son compatibles y complementarios

 

Hidrógeno: el sustituto del gasoil

 

Gran parte de siniestros suceden por distracciones con dispositivos tecnológicos

 

Transports Marsol patrocina a algunos pilotos

 

Con Montserrat, nada es un problema

 

 

 

Vínculo con el sector transportista iniciado con el abuelo Miquel

Mi recuerdo más lejano, aparte de algunas vivencias más intrascendentes e inconexas, es la muerte de mi abuelo, Miquel Marsol Badías, que sucedió cuando yo tenía ocho años. Era un hombre que se hacía querer y que transmitía mucha proximidad. Me enseñó muchas cosas que no se aprenden en el colegio: a jugar al ajedrez o a las damas, por ejemplo. También me arreglaba los juguetes rotos, porque era muy hábil con las manos. Nació en 1914 en Manresa, fue un hombre creativo que se hizo a sí mismo, dotado de inteligencia natural; apenas formado, pero con una caligrafía espectacular, de las que hoy ya no se ven. Mi abuela se llamaba Dolors Cardona Mensa, y era nacida en Sant Pere Sallavinera. Mi bisabuelo tenía una próspera fundición en Manresa, pero los avatares de la guerra malograron el negocio, y mi abuelo, ya en la posguerra, cambió de ramo y se dedicó al transporte. De alguna manera, ahí empezó el vínculo de los Marsol con el sector. Llegó a tener tres camiones, pero el negocio no acabó de funcionar, porque él transportaba grava y cuatro peones la descargaban a pala. Cuando aparecieron los volquetes, que además llevaban incorporada mecánicamente la función de descargar, sus camiones se quedaron obsoletos. Nunca sabré si no quiso invertir en volquetes o tal vez no pudo. Vendió los camiones a mediados de los sesenta y acabó trabajando diez años en una gasolinera, para cotizar más y tener una pensión más alta.

 

Dos efemérides con Jordi Pujol de pasajero

Mi abuela Dolors fue casi una segunda madre. Vivía en la casa de al lado, y cada mañana me despertaba para ir al colegio. No llegó al siglo XXI, aunque sí llegó a conocer los teléfonos móviles. Recuerdo de manera simpática que no daba crédito al hecho de que se pudiera hablar a distancia a través de un trasto sin cables. La gente de su generación nació en un mundo que aún tenía mucho del siglo XIX, y se vio sometida a tantos cambios e innovaciones, que no me extraña nada su incredulidad. Mi padre, en paz descanse, se llamaba Lluís Marsol Cardona. También era manresano. Fue toda la vida chófer de autocar. Pero no fue un chófer cualquiera: en esa época los chóferes de autocar competían demostrando habilidad, y él quedó campeón de Catalunya y tercero a nivel de España. Empezó en una línea local, y acabó trabajando para la empresa barcelonesa de autocares Julià. Fue el primero en estrenar un tacógrafo en España, y también la línea Manresa-Barcelona, llevando como pasajero en las dos efemérides al mismo Excmo. Sr. presidente Jordi Pujol. Mi madre, que todavía vive, se llama Maria Carme Martínez López. Es nacida en Baza, en Granada, y llegó a Sant Salvador de Guardiola cuando tenía solo seis años. Ya hace mucho tiempo, pues, que es una catalana como la que más. Mi hermano mayor se llama como mi abuelo paterno, Miquel; y mi nombre de pila bautismal es el de mi abuelo materno, Manuel, para que todas las ramas de la familia estuvieran contentas. De hecho, hoy oficialmente me llamo Manel, porque cuando volví del servicio militar decidí que Manuel no me gustaba, y me lo cambié, aunque sin dejar de conservar el recuerdo a mi abuelo.

 

Al volante de un camión con catorce años

Estudié EGB y después cursé el primer grado de FP. No sé qué hubiera venido después, pero tampoco tuve el lujo de pensarlo, porque coincidió entonces que mi padre dejó de ser chófer de autocar y compró un camión por intervención de mi tío, quien siempre había llevado camiones. Mi padre, en cambio, nunca había sido un hombre de camiones. Como chófer de autocar siempre iba vestido con traje y corbata, impecable, repeinado, elegante. Me acuerdo como si fuera ayer que pagábamos cuatrocientas mil pesetas de letra y que, por lo tanto, mi padre tuvo claro que había que amortizarlo. Desgraciadamente, al cabo de un año, le fue diagnosticado un cáncer: tenía solo treinta y nueve años de edad. Lo pasó muy mal, hasta que la enfermedad se lo llevó definitivamente a los cincuenta y cuatro.  No es de extrañar que a los catorce años dijera adiós a los libros, dejase de estudiar y me pusiera a llevar el camión familiar para transportar grava en Abrera.

 

Con un Suzuki Santana realizaba cabriolas y derrapadas por la gravera

A tan tierna edad hacía unos cuarenta viajes cada día dentro de un recinto privado, del monte de donde sacábamos la grava hasta donde esta se molía. Por eso me dejaron hacerlo, porque no cogía carretera y no suponía un riesgo para nadie, aunque al propietario del recinto no le gustaba nada mi precocidad, que, lógicamente, estaba fuera de la ley y le exponía a sanciones. Pero no había alternativa: yo tenía que hacerlo para que mi padre pudiera bajar a Barcelona a hacerse radioterapia, y más tarde, quimioterapia y diversas operaciones quirúrgicas. Al cabo de un año y de más de mil viajes en camión, el propietario de la gravera me dejaba su Suzuki Santana para que hiciera cabriolas y derrapadas por el recinto. Ya era un conductor consumado y apasionado. Acabado este trabajo en la gravera, a los quince años me puse a trabajar en un bar, solo los sábados, y a los dieciséis, cuando ya me pudieron asegurar, entré de carrocero en el taller Prat de Sant Fruitós del Bages. Allí estuve hasta que me tocó ir al servicio militar. Fui de los últimos reemplazos en ir, porque al cabo de dos años suprimieron su obligatoriedad. En esta evocación de aquellos tiempos especialmente duros, no quiero olvidarme de mi hermano, que también ayudaba a la economía familiar con su sueldo de albañil.

 

A los veintiún años me convalidaron todos los carnets militares para la vida civil

Durante el servicio militar, que hice en Mallorca, me saqué todos los carnets de conducir, incluso el de tanques y ambulancias. También, el de manejo de explosivos. Nos inscribimos 300, y apenas nos los sacamos una decena. De hecho, en los análisis de drogas, ya descartaron a 100. Me pasé la mili conduciendo. Como militar era un desastre, pero me dieron un diploma por los méritos que hice llevando la logística de los autocares y los camiones militares de la isla, que es un trabajo considerable. Mi jornada iba de las cuatro de la mañana a las nueve de la noche. Más que un soldado, fui alguien que trabajaba para el Ejército, transportando arriba y abajo incluso a coroneles y generales, que cuando uno los conoce de cerca no son tan fieros como los pintan. Recuerdo que me atormentaba el hecho de confundir a un general con un coronel, que reciben un tratamiento diferente. Al coronel había que tratarle de «usía» y a un general, de «vuecencia», que es una abreviatura de «vuestra excelencia». El primer día que les traté, sin embargo, me dijeron que me olvidara de esas monsergas, que no era práctico que cada vez que hablábamos metiera esa coletilla. A los 21 años bajé al cuartel de automovilismo de Sant Boi de Llobregat, donde me convalidaron todos los carnets para la vida civil. Antes de esta convalidación, pero ya licenciado, trabajé en una empresa de máquinas excavadoras, manejando buldóceres, retroexcavadoras y miniexcavadoras, hasta que ya pude coger el camión de mi padre con todas las de la ley.

 

Sentí que era el momento de bajar del camión

Las cosas empezaron a irnos bien y llegó el cuarto camión, y el quinto, y el sexto, y el séptimo, y empezamos a contratar chóferes. Yo había conducido tanto, que podía hacer un viaje de 2.000 km y no recordar nada del camino. Ya conducía como un robot, como un piloto automático. En 2004 tuve mi primera hija, y entonces empecé a pensar ya en que cualquier día podía matarme por esas carreteras de Dios; y cuando nació mi hijo en 2007, en un arranque de responsabilidad, decidí dejar de hacer de chófer. Como decimos en nuestro argot, «bajé del camión». Mi puesto estaba en la oficina, junto a mi mujer, Montserrat Francitorra Bacardit, que anteriormente había trabajado con los joyeros Tous, y quien es, en realidad, el alma de la empresa. Hoy en día, tenemos a 44 personas en plantilla, y el resto son colaboradores autónomos.

 

Transporte internacional a granel con una flota de sesenta vehículos

A medida que fuimos creciendo, cambiamos el transporte para la construcción por el transporte internacional a granel, en volquetes. Actualmente, movemos de país a país chatarras, metales (titanio de Andalucía para Inglaterra, por ejemplo), sal para la carretera o cereales; cualquier cosa que se pueda transportar a granel. Solo nos falta transportar oro, aunque hemos transportado platino. Sin embargo, solemos mover únicamente materiales que no requieran, por su alto valor, de un seguro especial. Nuestra póliza nos cubre por unos 200.000 euros, y en ese importe hay cabida para casi todo. Cubrimos geográficamente todo el ámbito de la Unión Europea, hasta Polonia y el Reino Unido, aunque ahora, tras el Brexit, ya sea un país extracomunitario. No trabajamos más allá, porque sería adentrarnos en normativas y reglas de funcionamiento que no conocemos. Marruecos, por ejemplo, sería el caso más ilustrativo. También transportamos en el ámbito comarcal. En 25 años hemos pasado de tres camiones a sesenta. Nuestra base se ubica en el Polígono Bufalvent de Manresa.

 

Conservar la imagen y cuidarla inspira confianza

No sabría cuantificar exactamente el número de clientes que tenemos. Yo diría que rondamos los mil. Con algunos trabajamos muy puntualmente. Hay clientes a quienes servimos varias veces al mes, y otros que pueden pasar años sin requerirnos de nuevo. Ahora, por ejemplo, volvemos a transportar carbón después de un tiempo sin hacerlo. No captamos clientes; son ellos los que se ponen en contacto con nosotros. Siempre he procurado cuidar la imagen de la empresa, ya sea haciendo calendarios o velando por el aspecto de los camiones; por eso están siempre limpios y bien pintados. Preservar la imagen e invertir en ella sirve para inspirar confianza. Más de una vez, cuando le he preguntado a un cliente nuevo cómo nos ha conocido, la respuesta ha sido de ver nuestros vehículos circular. Somos muy conscientes de que un camión, mientras transporta, no solo está haciendo un porte: también está haciendo publicidad. Es un anuncio sobre ruedas.

 

Nunca permitiría que un trabajador mío fuera en un camión inseguro

Habrá quien piense que el sector de los camiones no está tan sometido a los cambios tecnológicos como otros sectores: no es así. Cada diez años, se produce un salto tecnológico espectacular. Luego está el tema del desgaste; un camión que trabaje intensamente tiene una vida aproximada de cinco años y, como máximo, de diez, durante los cuales suele hacer alrededor de un millón de kilómetros. Más vida y más kilómetros significarían entrar en una espiral de averías y de reparaciones; y aunque no se averiase, ya no inspiraría seguridad. Nosotros conocemos los camiones al dedillo y notamos, percibimos, todas las cosas que pueden fallar en un camión con un millón de kilómetros. Si se me permite el símil: un camión con un millón de kilómetros es como una persona de noventa años. Camina, sí, pero la seguridad ya no es la misma. Y yo puedo arriesgarme a ir en un camión inseguro, pero no permitiré nunca que lo haga alguien que trabaje para mí.

 

Un trabajo muy duro, bohemio y solitario

Últimamente se habla de la dificultad de encontrar camioneros en Europa. Parece extraño, porque perciben buenas remuneraciones, pero el transporte internacional es un trabajo muy duro. Es solo apto para espíritus bohemios y solitarios, porque no es fácil estar solo durante una semana seguida. La moda de los dos camioneros por viaje ya pasó, y vuelven a viajar solos, cosa que me parece más razonable, porque dos personas en un habitáculo pequeño, tantos días, no era una fórmula que fluyese. Todos tenemos nuestras manías, y la convivencia tan intensa no es fácil. Puntualmente se puede hacer, y si conviene se hace, pero no es la norma, al menos en Transports Marsol. No voy a obligar a nadie a una convivencia tan intensa con otro compañero. Sea como sea, yo hasta hoy no he tenido problemas para encontrar chóferes, ni para transportes internacionales ni para transportes nacionales. Y matizo, porque son dos perfiles distintos. Los internacionales son más tranquilos, y los nacionales más inquietos, porque la naturaleza del trabajo también es distinta.

 

Podemos hacer un seguimiento desde el móvil a tiempo real

El control de nuestra flota lo realizamos gracias al dispositivo que llevan incorporado los camiones para pagar las autopistas, que funciona como un GPS que nos indica en todo momento su posición, con sus correspondientes matrículas. Y no solo la posición; también datos como las horas conducidas, los kilómetros recorridos o la velocidad a la que circulan. Toda la información va a nuestros ordenadores, y también, gracias a una aplicación, a nuestros teléfonos móviles. Así, yo, esté donde esté, puedo consultar cualquier dato en todo momento. Si un cliente nos exige saber dónde está la carga que espera, tenemos que poder darle este servicio.

 

Trenes y camiones son compatibles y complementarios

El debate sobre si el futuro del transporte en Europa pasa por los camiones o por el ferrocarril es ya un clásico. Yo creo que hay trabajo para unos y otros, y que la mejor fórmula es la de la compatibilidad y la complementariedad. Las carreteras tienen un límite, y diría que ya estamos llegando a él. Descongestionarlas es una buena idea, y lo que no es lógico es que un camión salga de Algeciras con destino a Luxemburgo. El Corredor del Mediterráneo hace veinticinco años que ya debería estar hecho. Pasa lo mismo con las energías renovables; si no tenemos petróleo, pero tenemos sol y viento, ¿a qué esperamos? Nuestro país va un cuarto de siglo tarde en casi todo. Lógicamente, detrás de estos retrasos inexplicables hay intereses muy concretos. Y la excusa de que no hay dinero, no sirve. Otros proyectos que no eran tan prioritarios, como llevar el AVE a todas las capitales de provincia, no encontraron obstáculos financieros.

 

Hidrógeno: el sustituto del gasoil

Ya hace cuatro años y medio que tenemos un camión que funciona con gas, aunque parece ser que el futuro no pasa por el gas. El auténtico futuro del transporte pesado internacional, según me han dicho buena parte de los ingenieros con los que trato, es el hidrógeno. Se empezará a implantar el gas, pero las flotas se irán renovando hasta funcionar todas con hidrógeno. Si se empieza por el gas es porque el hidrógeno es potencialmente peligroso, y aún se está investigando sobre como minimizar posibles accidentes, un problema que sí se ha conseguido solventar con el gas. A nivel de contaminación, un motor nuevo de gasoil y uno de gas contaminan por un igual, que es poco. La diferencia entre lo que contaminaba un camión de hace diez años y lo que contamina un camión de hoy, incluso de gasoil, es abismal. Se ha avanzado mucho, en ese sentido. En cambio, a corto y medio plazo quedan descartados los camiones eléctricos. Otro futuro sobre el cual se especula es el de los camiones autónomos, sin conductor, dirigidos informáticamente. A mí me parece una innovación factible en ámbitos reducidos como, por ejemplo, trayectos interiores de polígonos. Quizá no sea tan deseable dentro de una ciudad, y sobre todo dentro de una gran ciudad, pero en todo caso abre estimulantes posibilidades de futuro.

 

Gran parte de siniestros suceden por distracciones con dispositivos tecnológicos

La siniestralidad en el transporte ha disminuido mucho. Sin embargo, ahora entramos en un nuevo ciclo en el que el teléfono móvil puede darnos muchos disgustos. Digo esto porque hemos llegado a un punto en que los conductores ya no miran la carretera. Y hablo especialmente de los conductores de turismos. Mirar el WhatsApp a 20, 40 o a 100 kilómetros por hora se ha convertido en algo normal. Por no hablar de los ordenadores portátiles, donde se miran películas y series. O la tableta, o el GPS. Algunos lo hacen todo a la vez. Conducir ya no es la actividad principal de quien conduce, la actividad que centra su atención. Y esto es realmente muy grave. Nuestros chóferes, además de todo esto, deben atender el canal de la emisora. Prácticamente todos los siniestros que ocurren hoy en día, ocurren por distracciones provocadas por el uso y abuso de estas tecnologías. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Somos todos unos inconscientes; yo, el primero.

 

Transports Marsol patrocina a algunos pilotos

Hacia las once de la mañana doy una vuelta por la nave, sobre todo para no estar sentado más de dos horas. Podría hacer algún deporte durante el resto del día, pero siento que me faltan horas. De pequeño jugué a futbol hasta los catorce años. Mi otra gran afición fueron —y son― las motos. A los siete años ya me regalaron una Montesa Cota 49 de trial. Y hace por lo menos veinte años que formo parte del Team Set-Rengs, un equipo integrado por una trentena de amigos que nos dedicamos a correr en moto y a pasarlo bien; con espíritu de costellada, pero hemos corrido en las 24 horas de Montmeló y en las 24 horas de Moià. Nos llevamos a nuestras familias y pasamos el día. Unos cocinan y otros corren, pero todos vamos a una. El domingo por la mañana es sagrado: a las siete y media de la mañana ya vamos sobre dos ruedas, tanto en la modalidad de trial, en la de enduro, como en la modalidad de carretera. En Catalunya gustan todas las modalidades, y la prueba es que aquí tenemos campeones del mundo en todas ellas, desde Toni Bou a Marc Márquez. La moto está presente en mi día a día; vivo en Sant Salvador de Guardiola y tenemos la nave en Manresa, y voy al trabajo en moto. A mi hijo lo inicié en la moto con apenas dos años. El coche solo lo cojo en ocasiones. Por si fuera poco, cada año, en la medida de mis posibilidades, Transports Marsol patrocina a algunos pilotos. La moto forma parte de la identidad de por lo menos tres comarcas catalanas: Osona, el Berguedà y el Bages.

 

Con Montserrat, nada es un problema

Mi mujer, Montserrat, es mi compañera de vida desde que teníamos trece años. Llevamos, pues, 32 años juntos. Es la madre de mis hijos, mi mejor amiga y mi mano derecha en la empresa. Fue también un pilar fundamental durante la enfermedad de mi padre, y luego tuvo que afrontar el mal de Alzheimer de su madre durante cinco años, viviendo en casa con nosotros. Montserrat está en todas partes, y en la empresa muchos prefieren hablar las cosas con ella que conmigo. Y, además de todo esto, nos entendemos a la perfección. ¿Qué más se puede pedir? Con Montserrat, nada que pueda surgir llega a ser un problema; como mucho, un obstáculo, porque siempre lo superamos de la misma manera. Entiendo que es porque somos muy parecidos y afines. Nuestros hijos, Judit y Lluís, tienen diecisiete años y quince respectivamente. Ella es muy estudiosa, tiene sed de conocimientos, de cultura, y le interesa mucho la historia. Él, que se llama como mi padre, es más alocado, como yo. Ya conduce cualquier vehículo que le pongan por delante. A pesar de que ignoro si sus caminos los llevarán a tomar las riendas de la empresa el día de mañana, mi mujer y yo tenemos claro que les apoyaremos en aquello que decidan.