LLUÍS SEGUÍ CASAS
Barcelona
31 de octubre de 1972
Licenciado en Administración de Empresas;
socio fundador y CEO de Miura Partners;
exvicepresidente de Barcelona Global, patrono de la Fundación Ship2b y de la Fundación Benjamin Franklin International School
Comprar riesgo y vender confianza. En pocas palabras, así se define la labor de la firma fundada por este emprendedor que, tras atesorar una valiosa experiencia profesional, se ha convertido en arquitecto para compañías que tienen potencial, pero necesitan nuevo impulso y talento. Bajo su batuta operan más de diez mil profesionales adscritos a las empresas que se compromete a transformar. Un compromiso derivado de la condición de socio empresarial y agente innovador que ofrece tanto a sus inversores como a los empresarios con los que se compromete.
El deseo de superar las limitaciones y demostrar mi capacidad para ello
El abuelo Lluís despertó en mí el amor por el deporte
Mi padre inoculó en mí la semilla empresarial
De las experiencias norteamericanas a la incorporación en Arthur Andersen
La mano derecha del fundador de Virgin me llamó
Pioneros en garantizar la seguridad de los datos en las grandes corporaciones
Un gran fracaso que se convirtió en la mayor lección de mi vida
Renuncié a la opción más fácil
Invertimos en empresas ibéricas de tamaño medio, con una trayectoria y cierto posicionamiento en sus sectores respectivos
Participar en la inversión nos convierte en auténticos socios
El «ecosistema» Miura Partners es un intangible de valor incalculable
Desembarcamos en el mercado en el momento justo
Rodearse de talento, experiencia y buenas personas es la base para construir proyectos empresariales sólidos
Proyectos enriquecedores para agradecer a la sociedad
Mi esposa me ha ayudado a sumar éxitos
El deseo de superar las limitaciones y demostrar mi capacidad para ello
La mía fue una infancia feliz, en la que ya se intuía mi espíritu transgresor. Siempre he querido explorar nuevos límites y conocer hasta dónde podía llegar. Algo que se hizo patente cuando me liberé de los ruedines de mi bicicleta. Tendría cinco años cuando mi padre creyó que ya podía circular sin ellas y, aunque me advirtió de que no llegara más allá de un determinado punto, quise rebasar esa cota. Es una actitud que revela mi forma de ser: el deseo de superar las limitaciones y demostrar mi capacidad para ello. Disfrutaba de aquella infracción, de aquel incumplimiento de la norma, pese a ser consciente de que la indisciplina comportaría consecuencias en forma de regañina. Se adivinaba el carácter que tendría de adulto, conservando ese talante determinado a continuar asumiendo retos y desafiando cualquier limitación.
El abuelo Lluís despertó en mí el amor por el deporte
Aquella infancia feliz transcurrió principalmente en Sant Feliu del Racó, un pequeño pueblo del Vallès, y Tamariu, un enclave espectacular en la Costa Brava gerundense en el que nos instalábamos en verano toda la familia, con mis hermanos menores, Sònia y Carles, y con abuelos paternos y maternos incluidos. También guardo gratos recuerdos de Cantonigròs, en la Catalunya interior, donde pasé algunas colonias en mi etapa de boy scout. Aquello era lo más parecido al concepto de libertad. La felicidad también la compartí con mi abuelo paterno, Lluís Seguí, a quien debo el amor por el deporte. Con él solíamos acudir al Club Natació Barcelona, donde vivíamos experiencias muy enriquecedoras entre abuelo y nieto. Él me lo permitía todo y, probablemente por eso, los momentos compartidos con él los conservo en un lugar muy especial de la memoria, como cuando desayunábamos, cuando nadábamos en la piscina…
Mi padre inoculó en mí la semilla empresarial
Pese a todo, la persona más influyente en mi trayectoria fue mi padre, Lluís Seguí Garriga. Ingeniero químico, tras una etapa como ejecutivo decidió asumir la carrera empresarial adquiriendo una compañía de adhesivos a la familia Paniker en los cincuenta. Mantuvo el negocio hasta principios del siglo XXI, cuando el sector asistió a un intenso proceso de concentración, con la entrada de grupos multinacionales en nuestro país, adquiriendo empresas familiares locales. Constató que yo no presentaba su orientación técnica ni mostraba la inquietud por dar continuidad a la empresa, así que decidió venderla a un grupo multinacional inglés, con cuyos propietarios forjó una muy buena amistad. Mi padre falleció en 2006 a causa de un cáncer. Él me inoculó la semilla empresarial y es mi referente en cuanto a valores. Sus antiguos amigos no se cansan de recordarme que él, siendo yo un niño, me hablaba como si se dirigiera a un adulto. «No sabíamos si lo entendías o no, pero seguro que aquello te sirvió», me comentan a menudo. No les falta razón, ya que mi padre compartía conmigo desde pequeño la información de la empresa y me entregaba informes y otros documentos que revisaba con gusto, porque me encantaba repasar los rankings de ventas, comprobar qué productos se vendían más, cuáles tenían peor salida, etc.
De las experiencias norteamericanas a la incorporación en Arthur Andersen
En mis últimos dos años de carrera universitaria en Administración y Dirección de Empresas, mi espíritu inquieto me llevó a viajar a Estados Unidos con enriquecedoras experiencias de intercambio. La primera, en 1994, en la Universidad de California en Los Ángeles; el año siguiente, en la Universidad de Fordham en Nueva York. Pero ahí no acabaría mi aventura americana, ya que en 1997 quise complementar mi formación con un curso de postgrado en Yale, una decisión totalmente acertada y que, posteriormente, reforcé con otro curso en el IESE, donde también estudiaron mi padre y mi hermano Carlos. En la segunda mitad de la década de los noventa empecé a trabajar en Arthur Andersen, una empresa líder y de referencia en el ámbito de la consultoría, hasta que se vio abocada a la desaparición tras el desafortunado caso Enron. Fue entonces cuando me sinceré con mi padre y le hice ver que mi perfil era muy distinto al que esperaba para tomar el testigo en su empresa.
La mano derecha del fundador de Virgin me llamó
Trabajar en Arthur Andersen, una empresa muy potente que en Barcelona lideraba Antoni Brufau, fue una magnífica escuela en la que consolidé mis conocimientos teóricos y adquirí mucha experiencia. Tal es así que, tres años más tarde, y obedeciendo a ese espíritu de explorar nuevos límites, decidí asumir una interesante propuesta en el extranjero, después de que un antiguo jefe me propusiera sumarme a su equipo. Se trataba de un puesto de trabajo para Intercontinental, uno de los mayores grupos hoteleros a nivel mundial. La cadena quería ampliar su red de establecimientos con la adquisición de hoteles y cadenas enteras. Aquello se tradujo en un traslado inicial a Bruselas, sede de Intercontinental en Europa cuando era propiedad de un grupo japonés. Los nipones, que a menudo sucumben a la presión y renuncian a mantener los proyectos durante demasiado tiempo, decidieron vender el negocio a un holding inglés, lo cual supuso mi mudanza a Londres. Durante mi permanencia en la capital inglesa recibí una llamada que resultaría clave en mi trayectoria profesional. Al otro lado del hilo telefónico estaba la voz de quien fue la mano derecha de Richard Branson, fundador de Virgin: Stephen Murphy.
Pioneros en garantizar la seguridad de los datos en las grandes corporaciones
Tras permanecer quince años junto a Richard Branson, Stephen Murphy abandonó Virgin y decidió crear una nueva empresa. Me informó que había cerrado una ronda de inversión astronómica de millones de euros y estaba reclutando profesionales para un nuevo proyecto. Me trasladó una oferta irrechazable y me comprometí con ese proyecto que nacía respaldado por Deutsche Bank, JP Morgan y un importante fondo de inversión londinense, Capvest. Junto a él, levantamos centenares de millones destinados a la inversión en compañías tecnológicas europeas y a la creación de una red paneuropea de centros de datos. Se trataba de un concepto que hoy nos resulta muy común y definimos como «la nube», pero que en aquella época era algo totalmente desconocido. Murphy había tenido una gran visión y se proponía trasladar los datos alojados en edificios convencionales sin las condiciones de seguridad idóneas a inmuebles con las garantías indispensables para evitar su pérdida. Por tanto, la actividad consistía en adquirir edificios en las principales ciudades de Europa para prestar el servicio de custodia de datos a las grandes corporaciones. Además de constar como cofundador y accionista de la compañía, asumí la dirección de las inversiones.
Un gran fracaso que se convirtió en la mayor lección de mi vida
En esa época había mucho apetito inversor en el sector inmobiliario, ya que la compra de un edificio podía dispararse hasta varios millones de euros, al margen de la inversión tecnológica que requería su equipamiento. No obstante, el mercado posiblemente aún no estaba preparado para ese servicio. Recuerdo cuando sugerimos a BBVA que externalizase ese servicio para conseguir más eficiencia y seguridad. Creyeron que la propuesta era arriesgada y prefirieron mantener la gestión de los datos in-house, pese a ser un factor crítico. Pero entonces, estalló la burbuja tecnológica. Era el año 2000 y lo que entonces consideramos un gran fracaso, se convirtió en lo que sería la mayor lección de mi vida. De las conclusiones que extraje vendrían los éxitos posteriores. El batacazo llegó cuando habíamos invertido todo el capital en edificios y empresas tecnológicas, y ya no disponíamos de más dinero. Recuerdo que el 23 de diciembre estaba en Múnich firmando la compra de un centro tecnológico a IBM. Al día siguiente iba a Barcelona para compartir la Navidad con mi familia y el día 25 me llamó Stephen para decirme que cancelara la operación. Era imposible, porque estaba firmada, ante lo cual me instó a revenderla a los antiguos propietarios, aunque fuera a un precio inferior. Con veintiocho años, mi labor pasó a centrarse en la venta de todo lo que habíamos comprado, malvendiendo en ocasiones, porque nos enfrentábamos a un mercado bajista y reticente a comprar. Debíamos desinvertir todo lo invertido porque no disponíamos de liquidez. En verano, Stephen me dijo que la misión estaba más o menos encarrilada y me permitió abandonar el proyecto cuando decidiera.
Renuncié a la opción más fácil
Cerrada esa etapa, me asocié con dos empresarios que arrancaban un proyecto en Madrid para lanzar un nuevo fondo de inversión. Me trasladé a la capital, en la que sería mi última mudanza. Durante mi estancia en Madrid conocí a Verónica Escudero, una artista mexicana afincada en Barcelona, con quien me casé en 2006. Por otro lado, fue un año agridulce porque falleció mi padre. Todos aquellos cambios tan trascendentales en mi vida me llevaron a adoptar una doble decisión: establecerme en Barcelona y fundar mi propia empresa. Aun así, fue un momento no exento de dudas, porque apenas unos meses antes de la boda se había puesto en contacto conmigo una firma de inversión norteamericana que me propuso liderar su equipo de inversiones en España. Reflexioné a fondo sobre ello, junto a la que entonces era mi prometida, porque era una propuesta extraordinaria de una empresa neoyorquina de gran envergadura. Creo que con Verónica llegamos a la conclusión correcta, renunciando a la opción más fácil. Una vez más, afloró mi carácter emprendedor y afín al reto. Y es así como en 2007 nació Miura Partners.
Invertimos en empresas ibéricas de tamaño medio, con una trayectoria y cierto posicionamiento en sus sectores respectivos
Uno de los aspectos de la fundación de Miura Partners en Barcelona que más orgullo me genera reside que en nuestro entorno local este tipo de actividad estaba poco desarrollada. Con ello, he logrado atraer a nuestra ciudad a muchos profesionales de talento, enriqueciendo nuestro tejido industrial. Invertimos en empresas que cumplen ciertos parámetros: ámbito ibérico, tamaño medio, con una trayectoria y cierto posicionamiento en sus áreas respectivas y una serie de retos por delante (ampliación del equipo, internacionalización, inversión en tecnología, innovación, sostenibilidad…). También, en empresas familiares que han decidido abandonar esa condición o necesitan compañeros de viaje para desarrollar proyectos concretos. Tenemos una cartera empresarial con participaciones en varios sectores: retail y consumo, industrial, alimentación, servicios y salud. La inversión en estas empresas es a medio-largo plazo ya que, cuando al cabo de unos años hemos culminado el proyecto visionado y hemos transformado estas firmas en líderes en su nicho, se desinvierten a un tercero para que dé continuidad al proyecto. Por término medio, estas compañías quedan bajo nuestra tutela en torno a siete años, aunque en ocasiones el plazo puede extenderse. Nosotros mismos somos quienes nos encargamos de buscar el socio adecuado para la siguiente etapa.
Participar en la inversión nos convierte en auténticos socios
El modelo de negocio comporta que la tutela de estas empresas sea rotatoria. En los catorce años de trayectoria de Miura Partners, hemos gestionado más de cuarenta empresas. En la actualidad, nuestra cartera está compuesta por una quincena de firmas. Cada empresa requiere un proyecto muy personalizado al que hay que dedicar mucho esmero, ya que cada compañía conserva su criterio y su idiosincrasia. Somos empresarios de muchas empresas, que globalmente superan los once mil empleados, y cuya facturación agregada se sitúa en torno a los mil quinientos millones de euros. En la otra parte, están los accionistas con los que nos asociamos: una treintena que han destinado cerca de mil millones de euros para invertir a través de nuestra gestión. Un aspecto importante y diferencial de Miura Partners reside en nuestra condición de inversores, porque una pequeña parte la aportamos nosotros. Así pues, quienes participan en esta iniciativa no nos ven exclusivamente como gestores, sino como socios, lo cual resulta sumamente importante, entendiendo que estamos alineados con sus objetivos e intereses. Otro aspecto del que me siento especialmente satisfecho es que la mejor carta de presentación son las empresas y los empresarios con los que hemos trabajado. Cuando me preguntan por qué deberían invertir en nuestro proyecto, les invito a contrastarlo con nuestros socios, actuales o antiguos. La excelente reputación que hemos cosechado es nuestra mejor publicidad.
El «ecosistema» Miura Partners es un intangible de valor incalculable
Nuestro equipo humano está compuesto por veintiuna personas en Barcelona y cinco en Madrid, aunque contamos con lo que denominamos «ecosistema Miura», con múltiples profesionales que orbitan a nuestro alrededor y cubren distintas necesidades: consultores, empresarios, abogados, banqueros… Especialmente, quiero mencionar dos personas que apadrinaron nuestro proyecto y sin su apoyo, probablemente, Miura Partners no habría alcanzado la dimensión que tiene hoy. Por una parte, a María Reig, empresaria andorrana afincada en Barcelona, una persona muy activa que rebosa energía e ideas y que me animó a poner en marcha la compañía. También a Frank Noel, un veterano inversor francés que siempre desborda entusiasmo ante cualquier iniciativa innovadora. Contar con estos apoyos fue clave, aunque también fuera fundamental la experiencia labrada a través de mis estancias en el exterior. La credibilidad que consigues ante inversores con grandes patrimonios proviene de la idea y la visión que atesoras, pero también de mostrarte como una «persona de mundo», un intangible de valor incalculable.
Desembarcamos en el mercado en el momento justo
Es lógico que algunos piensen que Miura Partners no nació en el mejor momento posible, ya que se produjo a las puertas del estallido de la crisis de Lehman Brothers. Nada más lejos de la realidad, ya que cuando realmente nos pusimos en marcha las empresas ya habían caído y la burbuja de excesos se había disipado, de modo que nos movíamos en un terreno de cierta normalidad. Nuestra compañía era de nueva creación, sin podernos atribuir praxis cuestionables y con una firme voluntad de asociarnos con empresas, para hacerlas crecer, desarrollarlas, innovar e internacionalizarlas, lo que nos permitió reunir una cartera empresarial muy interesante. Desembarcamos en el mercado en el momento justo, porque de haberlo hecho unos meses antes, nos habríamos enfrentado a unos precios artificialmente altos, acarreándonos graves consecuencias.
Rodearse de talento, experiencia y buenas personas es la base para construir proyectos empresariales sólidos
Es cierto que ser empresario comporta responsabilidades y obligaciones, pero también concede cierta libertad. Esta fue una de las razones por las que elegí este camino. Además, una de las máximas que quise implantar en Miura es que nuestro equipo, más allá de estar formado por profesionales competentes, cuenta con buenas personas. Porque, al margen del talento técnico, para construir relaciones a largo plazo se necesitan personas que aporten calidad humana y actúen con honestidad. El principal motivo de quiebra de una empresa no reside en la situación de mercado, ni en la complejidad de los clientes o la competencia, sino en la pérdida de alineamiento con sus socios. Nuestro modo de actuar se diferencia mucho de un modelo agresivo que proliferó a principios de siglo, basado en rescatar empresas con problemas, en un ejercicio muy arriesgado. Nosotros nos postulamos como compañeros de viaje a través de la inversión, uno de los factores clave para el crecimiento de las economías nacionales. Por otro lado, en Catalunya, y en España, existe un serio problema para atraer inversiones debido a su alta fiscalidad, el principal enemigo de la inversión. Es necesaria una colaboración público-privada que permita canalizar más fondos a sectores empresariales.
Proyectos enriquecedores para agradecer a la sociedad
En 2015 constaté que el proyecto Miura Partners ya estaba consolidado y apuntalado, así que fue el momento de empezar a retornar a la sociedad lo que me había dado: formación, una rica trayectoria profesional y crear una empresa. Por ello, decidí involucrarme en varias iniciativas solidarias. Hoy soy patrono de la Fundación Ship2b, orientada al emprendimiento social, la Fundación Benjamin Franklin International School, que desarrolla interesantes proyectos educativos, y miembro de la red de Ashoka, que fomenta la comunidad de líderes de la innovación social para optimizar sus acciones. Además, fundé Philarthropic con el espíritu de convertir el arte en catalizador social, y durante cuatro años ocupé la vicepresidencia de Barcelona Global, una plataforma impulsada por empresarios barceloneses que pretende hacer de la capital catalana el mejor destino para el talento. Otro proyecto del que me siento muy orgulloso es Mothers2Mothers, iniciativa pedagógica para evitar la transmisión del VIH de madres embarazadas africanas a sus bebés. Es un fenómeno que está abriendo una preocupante brecha en África, ya que las mujeres suelen quedar embarazadas muy jóvenes y, al fallecer, los abuelos deben hacerse cargo de los pequeños. La fundación busca educar a las madres para informarles sobre la enfermedad que sufren, y que existe un tratamiento, al tiempo que, si adoptan medidas, evitarán la transmisión a sus futuros hijos. No es fácil, porque suelen vivir en poblados alejados y no tienen acceso a la educación. Es un modelo precioso, porque, cuando conseguimos sensibilizar a alguna madre, la formamos para que ella pueda transmitir esa misma información a otras jóvenes, con lo cual no solo llegamos a más chicas, sino que aquellas que colaboran con nosotros reciben un sueldo. Hablamos de una recompensa nada menor, teniendo en cuenta el contexto «familiar» que les rodea, ya que el perfil de hombre africano a menudo es desestructurado o abandona el hogar durante semanas… Por lo general, son culturas muy machistas. De ahí que la posibilidad de aportar independencia económica a esas mujeres resulte vital.
Mi esposa me ha ayudado a sumar éxitos
La prematura muerte de mi padre me privó de un apoyo que habría sido muy valioso a la hora de crear la empresa. Pero, cuando percibes esa ausencia, debes buscar estímulos en tu interior. Los hallé en la lectura de mucha filosofía y en la meditación; en reservarme mi propio espacio, madrugando a las cinco de la mañana y dedicándome las tres primeras horas del día para practicar deporte, leer, respirar, pensar… Por otra parte, Verónica es mi punto de equilibrio en lo personal y lo profesional. Sus observaciones y reflexiones siempre me aportan ese complemento necesario para adoptar las decisiones adecuadas. Le debo mucho, sobre todo porque me ha apoyado en los momentos más complicados de mi trayectoria profesional y me ha ayudado a sumar éxitos. Ha sido y es la perfecta compañera de viaje, con la que siempre he podido contar y con quien comparto dos hijos: Hanna, la mayor, de catorce años, y que este curso estudia en Inglaterra; y Lluís, de doce años, con quien compartimos muchas aficiones deportivas. Aunque con él existe mucha química, en Hanna me reconozco más, porque también muestra ese punto transgresor que tanto me caracteriza y, a menudo, se inclina a explorar esos mismos límites que, al igual que a mí, siempre nos han desafiado.