Lorena Canals Roura
Fotografia cedida
11è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Lorena Canals Roura

Fundadora y directora de Lorena Canals, S.L.

Texto del 04/12/2018

De niña fue casi invisible para su familia, pero de esta heredó tanto la creatividad como el talante emprendedor para forjarse su propio destino. Tras detectar una carencia en el mercado, cubrió esa necesidad y convirtió su innovación en un negocio que hoy llega a sesenta países. Sus alfombras lavables no solo han revolucionado el mercado, sino que permiten llevar a cabo una muy interesante labor social en la India, al brindar empleo a las mujeres y garantizar la alimentación y la escolaridad de sus hijos.

 

En la sencillez hallo uno de los aspectos que más me identifican

Uno de los recuerdos más bonitos que tengo de mi infancia, y que explica mi veta creativa, se remonta a cuando mis abuelos me traían de Suiza unos colores Caran d’Ache con los que daba rienda suelta a mi pasión artística. Me sentía feliz dibujando, pintando… Siempre me ha cautivado crear con mis manos. De aquellos lejanos años también conservo en la memoria las excursiones que hacía con mi padre por el Pirineo, con un Jeep Willys cuya singularidad residía en que, cuando sufría algún golpe en su carrocería caqui, asomaba en su chapa el rojo que delataba su antigua pertenencia al cuerpo de bomberos de Zaragoza. Esa fue una época fantástica, en la que disfrutaba montando en bicicleta junto a mis amigos, o acudiendo a la playa en septiembre, cuando a menudo nos sorprendía la lluvia, en un escenario que me parecía insólito porque asociaba ese paraje al sol y al calor. Por aquel entonces ya empezaba a alimentar una de mis pasiones, como es la de coleccionar conchas y caracolas que puedo encontrar diseminadas por la arena, incluso en pleno invierno. Con esos pequeños tesoros que descubro en la playa confecciono manualidades, cuadritos para mis hijas, para mis amigas… Con esta sencilla creatividad suplo mi sueño frustrado de ser pintora. Aun así, tengo la esperanza de poder dedicarme a pintar en el futuro.

Mentalidad emprendedora que me lleva a contemplar nuestra empresa no como un trabajo sino como una forma de vivir

Soy el resultado del carácter de mis antecesores familiares. De los Canals he heredado la creatividad, mientras que de los Roura he adquirido su talante empresarial. Me lo dijo mi prima Cuca Canals, ganadora de un Goya de cine. Mi familia materna respondía al perfil tradicional del burgués catalán. Mi abuelo, Alberto Roura, era un destacado empresario de la Costa Brava; lideraba una compañía de alimentación que exportaba incluso a Estados Unidos. Seguía de algún modo los pasos de mi bisabuelo, que se había orientado a la explotación del corcho y que incluso llegó a presidir la Cámara de Comercio Oficial de España en Londres. Durante la Guerra Civil mis abuelos emigraron a Génova y posteriormente al lago de Como, donde estuvieron residiendo, no sin dificultades. El abuelo Alberto falleció a los ochenta y siete años sin dejar de acudir a su despacho a diario; una mentalidad común a muchos empresarios, que no asumimos nuestra actividad como un trabajo sino como una forma de vivir. Soy de las que creen que toda persona debería fundar una empresa, porque es algo que te aporta grandes valores en la vida: te obliga a ser puntual, a relacionarte, a compartir, a formar un equipo, a ser productivo… En definitiva, te enseña a comprometerte. Cualquier persona debería saber lo que significa llegar al despacho con la responsabilidad que supone que cuarenta familias dependan de tu negocio; en mi caso, además, otras doscientas familias más en la India, que también trabajan para nosotros.

El negocio de la familia paterna pertenecía al sector textil

La familia de mi padre también disponía de industria propia, en este caso del ramo textil. El abuelo, Eugenio Canals, había contraído matrimonio con la marquesa de Villa-Palma de Encalada. Durante la Guerra Civil, la familia se desplazó a su casa de veraneo en La Segarra, Castell de Les Sitges, con mi abuela Pilar. Mi padre, junto con sus hermanos, dieron continuidad a esa compañía textil, que sumaba seiscientos trabajadores, y tuvieron que afrontar la crisis que afectó al sector en Catalunya cuando se permitió la entrada al producto procedente de Asia. Como tantas otras empresas textiles catalanas, no pudieron competir en igualdad de condiciones de mercado con otras empresas que operaban en Europa. Ello me inspiró posteriormente a centrar la producción en Asia.

De compararme con un animal, sería una hormiga

Tercera de cuatro hermanos, yo era invisible para mi familia. Casi no existía para ellos, porque pasaba inadvertida. No recuerdo, por ejemplo, que mis abuelos se sentaran conmigo para contarme algo, jugar o ayudarme si lo necesitaba. La relación con ellos era tan sumamente extraña que, cuando acudíamos a su casa a almorzar, ellos comían en una sala distinta a la nuestra. Esa discreción es otro de los aspectos que han marcado mi vida, pues en general he preferido evitar la notoriedad; he rechazado entrevistas u otras acciones que pudieran darme visibilidad tanto a mí como a mi empresa. Me he prestado a participar en esta obra porque me ha parecido una propuesta interesante; porque los testimonios que se reflejan en este libro pueden resultar de gran ayuda a otras mujeres para poner en marcha sus propios proyectos o encauzarlos. Pienso que parte del éxito reside en no creértelo; en trabajar de manera humilde y discreta. Si tuviera que compararme con un animal, probablemente sería una hormiga, por el esfuerzo, las horas de trabajo y la dedicación. A lo cual debo añadir un carácter autodidacta y entusiasta.

Una escuela cosmopolita con seis alumnos por clase

Crecí en un entorno de disciplina y rectitud impuesto por mi madre, quien había estudiado interna en un colegio de Suiza. Aunque mis padres deseaban que tanto mis hermanos como yo aprendiéramos idiomas, quisieron evitar el desarraigo de la familia, de ahí que nos llevaran a un colegio singular que fue el embrión del American School of Barcelona. El doctor José María Poal había puesto en marcha una pequeña escuela en una casa con jardín de la avenida de Pedralbes. El entorno era favorable al aprendizaje, pues éramos seis alumnos por clase, con profesores extranjeros con los que nos entendíamos exclusivamente en inglés. Había bastante rotación de alumnos, porque al centro acudían hijos de profesionales que residían en Barcelona por temporadas, como por ejemplo japoneses, o chilenos que habían llegado buscando asilo tras el golpe de Estado de Pinochet. Aquello propiciaba el enriquecimiento personal, al conocer a nuevos compañeros procedentes de distintos países y culturas. Esa fue una experiencia increíble, porque la formación era de corte americano y liberal. No aprendíamos a fuerza de memorizar lo que aparecía en los libros, sino de testimonios como, por ejemplo, el de la madre de un alumno que había estado confinada en un campo de concentración nazi. La escuela se preocupaba de que las clases fueran interesantes y de que asimiláramos conocimientos, no de que aprobáramos exámenes. Asimismo, nos formaban en espíritu de compañerismo en vez de rivalidad. Y aprendí el idioma inglés, que ha sido muy importante posteriormente.

En la Secundaria, los profesores se me revelaron como enemigos

Empezar la enseñanza Secundaria resultó un duro choque para mí, pues de repente me vi sumergida en un aula con cincuenta alumnos y unos docentes que demostraban una rigidez absurda. En clase estaba prohibido comer, lo cual resultaba contraproducente, porque si necesitabas un estímulo para mantener la atención, lo lógico es que pudieras permitirte un bocado. Pero allí los profesores, a diferencia de lo que ocurría en el colegio americano, se mostraban muy intransigentes. Los alumnos los rehuíamos, y tampoco existía compañerismo entre nosotros, pues competíamos por ocupar asiento en las últimas filas; todo lo contrario a lo vivido en mi anterior escuela, donde prácticamente todos nos situábamos en primera fila. Ante los exámenes, resultaba común recurrir a las «chuletas», a pesar de que la mayoría no mostraba excesiva preocupación si las calificaciones resultaban malas. Desde la más absoluta modestia puedo decir que mi inglés era mejor que el de la profesora que nos impartía la asignatura.

Mis hijas ya hacían estudios de mercado a los diez años

Para mí el Bachillerato fue una pérdida de tiempo, de ahí que, cuando he sido madre, he procurado brindar a mis hijas una formación global que les permita manejarse en el mundo. Si hoy en día saben llevar su empresa es porque me he involucrado en su formación desde muy pequeñas, procurando que adquirieran conocimientos útiles. Recuerdo que, con apenas diez años, si me decían que estaban aburridas, les proponía que se pusieran en Google y me hicieran un estudio de mercado: que buscaran en qué provincias podíamos vender más y cómo haríamos la distribución de un determinado producto. De este modo conseguía, por ejemplo, que aprendieran geografía y ubicaran cada una de las ciudades de España. Ahora, tanto Olimpia como Carolina, con veinticinco y veinte años respectivamente, ostentan más formación que una persona de treinta y cinco que ha acabado su tercer máster. Atesoran unos conocimientos extraordinarios, pueden participar en cualquier consejo de dirección y, aunque dirigen su propia empresa, colaboran también en mis proyectos y me acompañan en mis viajes a la India.

Olimpia y Carolina han cuidado de mí

Con mis hijas siempre ha existido una gran sintonía. Entre otras razones porque toda la vida hemos compartido vivencias y confidencias. Si bien yo viví una adolescencia complicada, ellas superaron esa etapa sin ningún comportamiento extraño; sobre todo porque les he dispensado un trato distinto al que yo recibí, siendo muy «visibles» para mí e inspirándoles confianza. La relación con ellas es muy estrecha; somos una auténtica piña. Me siento muy satisfecha de haberme volcado en mis hijas, ya que percibo que ellas me corresponden. Puedo decir que incluso han cuidado de mí, al tratar de ayudarme en todo momento. Siendo todavía niñas, por ejemplo, cuando íbamos a la compra repasaban conmigo la lista para no olvidar nada. Siempre me dan buenos consejos.

«Tu abuelo es un pobre rico… y yo un rico pobre»

Nadie me empujó a estudiar una carrera. Llegado el momento, decidí matricularme en Diseño Industrial. No obstante, ahí tampoco logré que despertaran mi interés por aprender; de manera que opté de nuevo por recurrir a mi carácter autodidacta. Para mí la creatividad no reside exclusivamente en el diseño, sino que la empleo en todo lo que hago, desde la concepción del producto hasta cómo puedo conectar con los clientes y cómo puedo vendérselo. Una vez me dieron un consejo que considero muy válido. Me lo trasladó mi tío José, un personaje diametralmente distinto a su hermano, mi abuelo materno. Amigo de pescadores, un día en que me invitó a comer pescado fresco, me dijo que se había dado cuenta de que me interesaba el mundo de la empresa. «Te voy a dar un consejo: haz por la empresa todo lo que pienses. Si la empresa necesita cambiar de local, hazlo; si precisa incorporar un nuevo empleado, contrátalo; ve dando a la empresa todo lo que reclame. Si alguna vez te equivocas, bastará con que lo corrijas. Siendo empresaria, sabrás hacerlo». Era un bon vivant; una persona que sabía disfrutar de la vida. Jugaba al tenis, había residido en Estoril, y en su círculo de amistades estaba don Juan de Borbón. «Tu abuelo es un pobre rico… y yo un rico pobre», me dijo en cierta ocasión. Qué sabia reflexión: el pobre de mi abuelo era rico. Él no disfrutó para nada de la vida. En cambio, el tío José la disfrutó plenamente a pesar de su «pobreza».

No todo el mundo afronta la actividad empresarial con la misma actitud ni ambición

Mi alma empresaria se reveló ya en mi infancia cuando, junto con una buena amiga, hicimos unos llaveros con bolas de algodón que conseguimos vender. Posteriormente, diseñé bisutería que compraba en Italia, reformaba y comercializaba por toda España. Obtener dinero con mi primer negocio me generó una gran satisfacción, pero no tanto como cuando esas ganancias pude destinarlas a mis caprichos. Fue así como empecé a diseñar objetos de decoración para niños: usando unos ositos de peluche disfruté con la creación de distintos artículos. Llegué a concebir hasta doscientos productos derivados de esos muñecos, y este se convirtió en un buen negocio en el que también participaban otros familiares. De aquella experiencia aprendí que no todo el mundo afronta la actividad empresarial del mismo modo, con la misma predisposición o implicación; pero ahí existía un componente de ayuda familiar que me llevó a contemporizar atendiendo a la demanda de mi madre. Sin embargo, tuve claro que el siguiente proyecto lo llevaría a cabo en solitario. Y fue así como llegó el día en que se me ocurrió lanzar unas revolucionarias alfombras.

Empezando mi proyecto en el garaje de casa

La idea de desarrollar alfombras lavables en lavadora doméstica surgió cuando realicé la decoración de la habitación para mis hijas. Fue entonces cuando me di cuenta de que este artículo no existía. Por mucho que me sumergí en Internet, fui incapaz de dar con alguien a quien se le hubiera ocurrido lanzar ese tipo de alfombras. Ante esa circunstancia, decidí ponerme manos a la obra y crearlo por mí misma. Empecé, como muchos negocios, en el garaje de casa. Mientras preparaba el caldo para mis hijas, intentaba convencer a los clientes por teléfono, pues ni disponía de página web ni de fotos artísticas que pudieran vencer sus reticencias. Nos encontrábamos en época de crisis económica y tenía que espabilarme para facturar y aportar recursos a la economía doméstica. Cuando tuve la primera pieza en el suelo, le dije a mi marido: «Este concepto lo exportaré a todo el mundo». Quince años después, las alfombras Lorena Canals están presentes en sesenta países y cuento con veintiún distribuidores tras haber firmado ayer un contrato de exclusividad con una compañía para el mercado de Canadá.

Cuando nuestras alfombras entran en una tienda, provocan una revolución

La alfombra es un producto que se asemeja a un cuadro y en el que puedo volcar mi creatividad. Pero, además, aporté como valor añadido su carácter lavable. Al principio me costó que la gente lo entendiera. En Alemania, por ejemplo, me las devolvían todas, porque no comprendían dónde residía el factor diferencial, que no es otro que una alfombra que prescinde de su rigidez y puede alojarse en una lavadora, un electrodoméstico prácticamente presente en todos los hogares. Con la ayuda de algunos recursos de marketing, e incidiendo en la posibilidad de introducirlas en la máquina, hemos logrado finalmente que el concepto haya calado en el mercado. En las ferias, por ejemplo, nos valemos de la instalación de una lavadora gigante en nuestro estand para llamar la atención sobre el producto. Pero también usamos fotografías simpáticas y alusivas a situaciones en las que se mancha una alfombra, como por ejemplo que entre un perro con las patas sucias o que caiga un pastel de cumpleaños sobre ella, relativizando el problema porque la solución resulta muy fácil con nuestros productos. Cuando nuestras alfombras entran en una tienda provocan una revolución.

«El Zara de las alfombras»

Nuestras alfombras son piezas de un centímetro de grosor con una base de lona, de donde parte el rizo de algodón. Son alfombras muy confortables, que resultan cálidas en invierno y frescas en verano; ideales para sentarse en el suelo frente al televisor o para que los niños jueguen sobre ellas. Se trata de un elemento clave para completar la decoración de cualquier habitación. Tienen un precio ajustado a todo tipo de público. Hay quien dice que somos

«el Zara de las alfombras».

Profundo agradecimiento a todos mis clientes por su confianza y su colaboración

Aunque empezamos con modelos dirigidos al público infantil, ahora ya desarrollamos una línea home que va más allá del dormitorio de los niños. Las alfombras llegan a 1,40 por 2 metros; unas medidas que, al ser fabricadas en algodón, equivalen a un peso de cinco kilos, apto para las lavadoras. El hecho de que en Estados Unidos dispongan de electrodomésticos de mayor capacidad constituye una ventaja, pues nos permite contemplar alfombras más grandes para ese mercado. El día que un cliente me llamó para informarme de que habían entrado en su tienda pidiéndole una alfombra Lorena Canals, me emocioné. ¿Hay algo que pueda resultar más ilusionante que comprobar que el sueño que habías alimentado se ha hecho realidad? Pocas veces he dado tanto las gracias a nadie como a ese cliente que me hizo esa llamada. De hecho, les estoy muy agradecida a todos, por la confianza que han depositado en nuestro proyecto y porque gracias a su colaboración conseguimos llegar al público. Antes los conocía en persona, pero hoy en día resulta imposible debido a nuestra expansión.

Una intolerable explotación que me hubiera impedido conciliar el sueño

La fabricación en la India surge tras descubrir que en ese país hay grandes artesanos del algodón. Viajé allí con mis hijas después de que una prima mía, que había trabajado durante veinte años en la embajada española en Nueva Delhi, me facilitara el contacto de una chica que conocía a un fabricante. Tras entrevistarme con él, decidí que no haría negocios con aquella persona. Era un hombre que exhibía muchas joyas, alardeaba de veranear en Marbella y, cuando le sugerí una reducción en el precio, me dijo que no habría problema porque lo repercutiría a sus empleados. Me pareció una intolerable explotación. Mi conciencia no me habría permitido conciliar el sueño por la noche. Decidí investigar y acabé dando con la persona adecuada, a quien solicité su colaboración para fabricar alfombras: «Si sigues mis indicaciones, exportaremos a todo el mundo». Accedió y fue así como iniciamos nuestra producción. Primero teníamos una máquina, después dos… Ahora son más de un centenar, que nos permiten fabricar seiscientas cincuenta unidades diarias. A esa actividad le añadimos la fabricación de complementos, porque un día descubrí que nuestras alfombras pesaban demasiado para que las mujeres indias pudieran manipularlas, pues en su mayoría presentan una constitución frágil.

Resulta tan fácil ayudar en la India…

En la India son doscientas mujeres las que trabajan con nosotros. Pero nuestra labor en ese país asiático va mucho más allá, ya que allí hemos puesto en marcha el proyecto Sakula, que destina parte de las ventas a programas sociales, incluyendo la escolarización de niños, y dos guarderías que actualmente atienden a ciento setenta y cinco menores. En los próximos años confiamos en abrir dos parvularios más, que nos permitirían llegar a trescientos niños, a quienes además de proporcionar desayuno y almuerzo a diario les facilitamos calzado o libros, y les inculcamos hábitos de higiene. Resulta tan fácil ayudar allí… En cambio, aquí nos pierde la rigidez, las reglas, la burocracia. He descubierto el valor de ayudar a los demás, con el propósito de cerrar el círculo y devolver lo que la vida me ha dado. Mis hijas me ayudan en este proyecto.

Nuestro mercado de trabajo es ineficiente

Fabricando en la India me he dado cuenta de la terrible situación que se vive en ese país; en especial para las mujeres, quienes, siéndolo todo, no son nadie. Allí comprendes lo que significa realmente ser pobre. Actuando en la India de manera directa, levantando una fábrica y proyectando otra en la actualidad, sé que estoy contribuyendo no solo a mejorar la vida de muchas familias que viven en ese entorno, sino también a frenar un fenómeno como la emigración, que supone un drama humanitario. Si las políticas migratorias se orientaran a invertir recursos en origen (con la generación de puestos de trabajo en el exterior y la creación de centros de reclutamiento que permitieran emplear a las personas que desean venir a Europa), lograríamos una mayor eficiencia en todos los sentidos. Nuestro mercado de trabajo ahora mismo se revela ineficiente. Hoy en día me estoy enfrentando a serias dificultades para cubrir una plaza de mozo de almacén. El 78 % de las empresas tiene problemas para encontrar empleados cualificados. Resulta difícil de entender, en especial por las cifras oficiales de desempleo que ahora mismo rigen en España. Esto supone que los empresarios tenemos que destinar más tiempo del deseable para completar los equipos, o recurrir a empresas especializadas de selección de personal que comportan gastos añadidos y a las que tampoco les resulta fácil dar con candidatos que se ajusten a los perfiles solicitados.

Clara apuesta por las profesionales femeninas

Desconfío de quienes afirman que esta riada migratoria a la que asistimos no se puede detener. Apostando por la cooperación con los países del Tercer Mundo, actuando en origen, podría evitarse este lamentable flujo. También situando a mujeres en los centros de decisión. En nuestra empresa he apostado de manera decidida por las profesionales femeninas. En España, de las cuarenta y dos personas de nuestro equipo, treinta y ocho somos mujeres; al margen de las doscientas que trabajan en la India. En la India contrato a mujeres porque ellas saben administrar el dinero de forma adecuada. Y poniendo a su disposición guarderías y ayudando a sus hijos en la escolaridad, completamos nuestra labor social en ese país. En España estamos reforzando todas las áreas empresariales. He asignado la responsabilidad de las ventas a personas con una alta visión internacional, ya que exportamos el 85 % de nuestra producción. Mi hija Olimpia compatibiliza la dirección de su empresa con la coordinación del equipo de marketing, que reúne a ocho personas. Mientras, mi marido, José Manuel, se encarga de un tema clave en la compañía: las finanzas. Consultor de profesión, se incorporó a Lorena Canals hace doce años; llevamos treinta de feliz matrimonio y volvería a casarme con él mañana mismo. Es una persona que siempre ha mostrado un profundo respeto por mi labor profesional, que nunca ha querido cambiarme. Para mí es la persona perfecta, y creo que nuestras dos hijas han tomado lo mejor de ambos.

He madurado más rápidamente que la mayoría de personas de mi entorno

Mi marido me supera en ocho años, pero esta diferencia de edad, lejos de resultar un obstáculo, para mí ha supuesto una ventaja, ya que he evolucionado más rápido que los compañeros de mi entorno. Con José Manuel existe una sintonía perfecta, y personalmente me siento tan madura como él. Cabe señalar que a ese proceso de maduración acelerada también contribuyó una circunstancia familiar en la que me vi inmersa cuando era joven: y es que tanto mis hermanos como yo tuvimos que ponernos a trabajar antes de lo previsto después de que nuestro padre cayera gravemente enfermo, por lo que estuvo inactivo durante bastantes años. Hasta entonces, en casa habíamos gozado de cierto bienestar, así que esa nueva situación nos obligó a esforzarnos para que la economía del hogar no se resintiera. En vez de tratar de refugiarme en la seguridad de un sueldo a final de mes, aproveché mi experiencia familiar para asumir riesgos, marcarme retos y poner en marcha una empresa.

No me importa equivocarme porque tengo capacidad para rehacerme

Dirigir una empresa supone un esfuerzo diario, someterte a un examen permanente, estar aportando granitos de arena a cada momento. A mí me entusiasma ese entorno trepidante y exigente. Me emociono con cada uno de los procesos, desde que concibo un modelo hasta que veo el resultado en las cajas para expedir. Aunque soy diseñadora, me interesan todas las áreas de la empresa, desde el diseño del producto y su fabricación, hasta ventas, distribución logística, costes y márgenes. Se me pone la carne de gallina cuando contemplo la colección de máquinas de tejer que tenemos funcionando en la India y la forma en la que esas alfombras van emergiendo poco a poco, como por arte de magia. ¿Hay acaso algo más bonito que crear? Ignoro si mis sentimientos son atípicos, pero pocas cosas me seducen más que estar proyectando nuevas propuestas, investigar nuevos materiales, idear nuevos diseños… Reconozco que soy una persona inconformista y que no se resigna ante los retos. Tampoco me importa equivocarme porque tengo capacidad para rehacerme y extraer lecciones de cada fracaso. Me paso la vida aprendiendo; en buena parte por el hecho de estar viajando el 30 % de mi tiempo: estoy un mes en la India, un mes en París, un mes en Nueva York… Tengo la suerte de viajar con mi marido y mis hijas, y cuando volamos a la India aprovechamos para descubrir algún país cercano. No tengo más aficiones que viajar y ser empresaria.

El dinero nunca ha sido para mí ni un objetivo ni una prioridad

Me gusta realizar un seguimiento exhaustivo de mi compañía. No obsesi- vamente, pero sí me interesa saber cuántas unidades podemos producir durante una jornada, en cuántos puntos de venta estamos presentes en el mundo… Deseo disponer de información de las distintas áreas de la empresa, pese a que mi marido mantiene un perfecto control de las finanzas. Ahora estamos planeando instalar un almacén en Australia y negociando la adquisición de unos terrenos en la India para edificar una fábrica y unos almacenes de mayor dimensión, dado que prevemos que, en tres años, no dispondremos de suficiente capacidad de producción para satisfacer la demanda. Si dispongo de esa perspectiva es gracias a que he cultivado una visión global del negocio. Siempre he atesorado una gran inquietud. Una de las experiencias más formativas que me ha tocado vivir ha sido sufrir la crisis y tener que reestructurar el negocio. Nunca me ha interesado el dinero; por eso no me obsesiona enriquecerme. Sin embargo, siempre me he sentido libre para forjar mi propio futuro y he mostrado máximo interés por afrontar nuevos retos y experiencias. Nunca he estado pendiente de algo que me tuviese que llegar sin esfuerzo.

Ser empresario debería ser condición exigible en un político

En ocasiones llegan a mis manos currículos de candidatos que aspiran a sumarse al equipo de Lorena Canals. Son personas que piensan que me convencerán de sus bondades aludiendo a haber cumplido unos determinados objetivos de ventas. No me interesa en absoluto este tipo de profesionales, porque solo están revelando que han logrado introducirse en una determinada estructura y han obedecido las directrices de su jefe. Prefiero acompañarme de gente que haya fracasado con su propia empresa; que haya tenido la valentía de probar suerte en el entorno empresarial, que haya contrastado su capacidad y que tal vez se haya equivocado. Personas dispuestas a ser juzgadas por el entorno, pues cuando lideras una compañía, te juzgan. Igualmente, cuando veo un político que aspira a la presidencia y no ha montado nunca una empresa, me genera desconfianza. Un país es como una gran compañía, por lo que, si no sabes qué significa ser empresario, difícilmente podrás gobernar de forma adecuada. Ser empresario debería ser condición exigible en un político.

Siete «sabios» están realizando la digitalización de nuestra compañía

En este momento estamos acometiendo la digitalización de la empresa. Para ello cuento con un equipo de siete «sabios», a los que recluté tras descubrirlos a través de La Vanguardia. Es el proyecto más ambicioso que hemos emprendido hasta ahora en Lorena Canals, pues contempla no solo la implementación de una nueva página web, sino que este recurso incorporará una intranet B2B que permitirá que cualquiera de nuestros clientes en todo el mundo pueda realizar pedidos; con la ventaja de que estarán conectados con nuestros almacenes y tendrán información en tiempo real sobre la situación de los stocks. Será un sistema revolucionario que también incluirá el B2C. En el último Black Friday registramos mil trescientos pedidos en siete días… El proceso de digitalización está previsto que finalice en el segundo semestre de 2019, culminando una labor de dieciocho meses. Con la entrada en funcionamiento de esta compleja herramienta confiamos en experimentar un crecimiento del 10 % en nuestra actividad. Para efectuar este salto será necesario llevar a cabo múltiples sesiones formativas a nivel internacional. Por otro lado, buena parte de nuestro equipo ocupará en breve un edificio de Sant Just Desvern, al lado de nuestra actual sede. Además, dispondremos de un espacio de cuatrocientos cincuenta metros cuadrados con un pequeño showroom en el que mostraremos nuestras colecciones. Asimismo, estoy iniciando un proyecto de nuevos productos licenciados con nuestros diseños.

Me dijeron que la mía era la empresa modélica

Una de las mayores satisfacciones de mi vida me la proporcionó en la India un chico de quince años, que se acercó a mí con un dibujo y un teléfono. Su profesora me dijo que era su estudiante preferido, porque siempre había mostrado gran interés por aprender. «Quiere darte las gracias», me dijo la docente, que añadió que el chico era uno de los niños que habían estrenado nuestra primera guardería. No le conocía de nada y, sin embargo, el joven tuvo ese gesto. Más aún: llamó a su padre y me puso en contacto telefónico con él porque el buen hombre quería trasladarme su agradecimiento. Le solicité que, al año siguiente, su hijo acudiera a la fábrica, porque lo contrataríamos y le pagaríamos un buen sueldo para que pudiera seguir estudiando. Había que esperar a que su hijo cumpliera los dieciséis años, que es la edad legal para trabajar. Y es que en Lorena Canals somos muy estrictos con la política laboral: no usamos mano de obra infantil, como tampoco tintes tóxicos, y reciclamos toda el agua. En mi empresa se presta un especial cuidado a estos aspectos, hasta el punto de que un gran cliente estadounidense al que le mostré la compañía me dijo que la mía era la empresa ejemplar en relación con estos temas.