1r Tomo (empresarios). Biografias relevantes de nuestros empresarios

Manuel González – INTECMA

MANUEL GONZÁLEZ COFRECES

El Tejo (Cantabria)

Ingeniero industrial, fundador y director general de INTECMA, S.A. y socio de IMA Dairy & Food

 

En un entorno rural donde la leche constituía el sustento básico halló su origen. En la innovación en los sistemas de packaging para yogures ha labrado su trayectoria profesional. Una vida de esfuerzo y tenacidad, entregada a la técnica y a la mecánica, le ha permitido contribuir decisivamente a que su compañía levantara la primera fábrica industrial de Moldavia. Unas sofisticadas sillas destinadas a los astronautas de la NASA rubrican su estelar currículum.

 

Mi padre era un privilegiado, concentraba la producción lechera de todo un pueblo

 Mis hermanos siguen arraigados a nuestra tierra

 La intervención del maestro de nuestro pueblo me dejó sin «pareja de Tudancas»

 En la Escuela Industrial, el director de estudios arrojó mi libreta por la ventana

 Unas máquinas de escribir despertaron mi vocación por la robótica

 La línea que implanté duplicó la producción de autorradios

 Decepción inesperada que me hizo emprender mi propio proyecto

 Echar sal a las patatas fritas antes de probarlas probablemente truncó mi promoción

 Fabrico sillas para evitar que los astronautas de la NASA pierdan musculatura

 Con mi hija Anna existe un alto nivel de entendimiento

 La singularidad de nuestra empresa es fruto de la capacidad de sacrificio

 Proximidad y aprecio que me han permitido reunir un equipo involucrado

 Venta de alta tecnología a los soviéticos

 Levantamos la primera fábrica en Moldavia

 El desarrollo sostenible y nuestra tecnología evitarán que miles de toneladas de plástico vayan a parar cada año a los océanos

 

En general, me siento agradecido a la vida

Mi padre era un privilegiado, concentraba la producción lechera de todo un pueblo

El ambiente rural en el que nací y me crie poco hacía presagiar que pudiera acabar siendo un industrial, si bien la leche aparece como hilo conductor de mi origen y mi destino. Nacido en la pequeña localidad cántabra de El Tejo, soy hijo de una familia de campesinos y ganaderos en un entorno minifundista, una tierra con pocas oportunidades en la que una veintena de vacas configuraban el principal patrimonio de mis padres, Manuel y Evangelina. La leche que producía el ganado constituía el principal recurso de la mayoría de los vecinos, que en cierto modo envidiaban a mi padre porque conseguía ganarse un sobresueldo concentrando la producción y entregándola diariamente al camión que pasaba a recogerla. Un privilegio económico que reclamaba no poco esfuerzo, pues el ganado no entiende de fiestas de guardar y la leche es un producto muy perecedero. Así, todos los días del año nuestro progenitor debía asegurar, mañana y tarde, que la leche ordeñada de todas las vacas del entorno llegaba a su destino. De ahí que mi primer recuerdo de la infancia me traslade a aquel pueblo donde vi la luz y mi hogar, allí donde los vecinos más cercanos acudían con sus cubos de leche.

 

Mis hermanos siguen arraigados a nuestra tierra

Nuestro padre debía funcionar con la precisión de un reloj, ya que, para la óptima recogida de toda la leche, cada hora debía estar en un punto concreto. Cobraba un sueldo de la cooperativa lechera SAM a cambio de facilitar la labor al camión de recogida, que no podía llegar a algunos enclaves dadas las precarias condiciones de la carretera. A ello se añadía la producción propia de nuestras vacas, animales que podían llegar a proporcionar hasta cuarenta litros diarios de leche. Eso reclamaba una ingente cantidad de alimento, generando también mucho trabajo agrario para «traer el verde», tal y como se denominaban las tareas de suministro de alfalfa o heno. Mis hermanos, Pilar y Roberto, en cierto modo siguen la tradición familiar. Ella continúa arraigada al campo y él se dedica a la ganadería vacuna. Sin embargo, su vida no es tan sacrificada como la de antaño, ya que años más tarde les ayudé a montar una granja sofisticada, con lo que mejoraron el nivel de vida y pudieron acompañar a mis padres hasta que nos dejaron. Tenían un centenar de vacas pintas estabuladas que producían más leche que la que mi padre recogía en todo el pueblo.

 

La intervención del maestro de nuestro pueblo me dejó sin «pareja de Tudancas»

En general, la vida me ha sonreído, y a lo largo de ella he coincidido con personas que me han resultado de extraordinaria ayuda. Una de ellas fue don José Pérez Peral, el maestro del pueblo, quien un día les trasladó a mis padres que «sería una pena que Manuel se quede el resto de su vida en El Tejo como sus antepasados, porque tiene posibilidades». Aquel consejo no pasó inadvertido a mis padres, a quien también debo mucho, precisamente porque escucharon a ese profesor que, a partir de entonces, empezó a impartirme clases particulares. En cierto modo, creo que lo hizo por convicción, ya que mis padres solo podían pagarle en especie. Además de instruirme, don José ejerció las funciones de orientación. Él me subrayó que podría llegar a lo que me propusiera, pero que debía esforzarme. Aquel maestro tenía una gran visión, era consciente de que, a pesar de que yo pudiera ser el alumno más brillante en un aula en la que convivíamos alumnos de seis a catorce años, cuando saliera del cascarón de nuestra localidad, la realidad sería otra. Sin la intervención de don José, probablemente habría sido un ganadero que habría participado en todos los «tiros» de la región con mi pareja de Tudancas.

 

En la Escuela Industrial, el director de estudios arrojó mi libreta por la ventana

Las predicciones de don José no fallaron. Cuando a los quince años vine a Barcelona, comprobé que debía esforzarme mucho para alcanzar un nivel, ya que en la Escuela Industrial me suspendieron casi todas las asignaturas. En aquella etapa trabajaba ocho horas diarias, que compatibilizaba con los estudios. Pese a todo, fue un período de gran aprendizaje, gracias a la calidad de los docentes del centro. Recuerdo que uno de ellos, el director de Estudios, al comprobar que mi libreta se había ensuciado con el aceite de las sardinas de mi bocadillo, se enojó y la arrojó por la ventana. Tras aquella primera experiencia académica en Catalunya, cursé peritaje en Terrassa, paso previo a la carrera de Ingeniería Industrial en Barcelona. El aprendizaje y la tecnología siempre me han acompañado. No solo porque me gusta satisfacer mi inquietud, sino porque en este entorno nunca puedes dejar de formarte. Los cambios se aceleran más, y es más rápido lo que llega que lo que consigues retener.

 

Unas máquinas de escribir despertaron mi vocación por la robótica

Mi vida dio un auténtico vuelco a los diecisiete años, momento en el que compaginaba mis estudios de Maestría Industrial con un trabajo en la empresa Olivetti, dedicada a la fabricación de máquinas de escribir. Allí descubrí la magia del automatismo, porque así como otras industrias requerían el uso de empleados equipados con destornilladores en las líneas de montaje, en esa compañía las teclas de las máquinas se armaban de manera automática. Allí nació mi auténtica vocación por la robótica.

 

La línea que implanté duplicó la producción de autorradios

Una vez finalizados mis estudios y cumplido el servicio militar, me designaron encargado de la cadena de montaje de Skreibson, una empresa orientada a la fabricación de aparatos de radio para automóvil en la que ya había trabajado anteriormente como operario. Ahora, abandonaba el taller y tenía a mi cargo a unos ciento veinticinco profesionales de una de las dos líneas: la mecánica. Cada día se fabricaban unas trescientas unidades que, teniendo en cuenta el equipo humano que había detrás, se antojaba una cifra mejorable. Con mi experiencia en Olivetti, decidí poner en marcha una línea de montaje similar, salvando procesos de manipulación y sustituyéndolos por robótica. En un par de años, duplicamos la producción, pero sobre todo conseguimos mejorar la calidad porque evitábamos errores humanos. No era un aspecto menor. Aunque verificábamos todos los aparatos, antes de implantar la nueva línea, un gran porcentaje de las unidades presentaba deficiencias. Los elementos mecánicos de localización de frecuencias eran mucho más precisos si los confiábamos a la tecnología.

 

Decepción inesperada que me hizo emprender mi propio proyecto

Transcurrido un tiempo, cuando tendría alrededor de veintisiete años, recibimos la visita del dueño de la compañía. Era un hombre que raramente se acercaba a la fábrica, situada en la calle Cobalto, en l’Hospitalet de Llobregat. El director general nos dijo a Serra, responsable de la otra línea, la eléctrica, y a mí, que nos invitaba a desayunar, lo cual era un tanto enigmático. Cuando nos reunimos con el dueño de Skreibson, este nos informó su deseo de reestructurar la fábrica, nombrar a un director industrial de la misma y que sería uno de nosotros dos. La revelación me dejó sorprendido, pero aún más que transcurrieran tres o cuatro meses sin más noticias al respecto. Pero llegó un día en que el director general de la fábrica me anunció que habían tomado una decisión. Tras una larga intervención en la que reconocía mis méritos en la parte mecánica, habiendo implementado la nueva línea mientras que el área eléctrica seguía siendo intensiva en mano de obra, el directivo me informó que el director industrial sería el Sr. Serra. Aquello me causó un enorme disgusto. Me había hecho muchas ilusiones e, incluso, daba por hecho que sería el elegido, sobre todo por las mejoras introducidas. Ante aquella decepción, empecé a preparar mi salida de la fábrica, determinado a establecerme por mi cuenta y emprender mi propio proyecto.

 

Echar sal a las patatas fritas antes de probarlas probablemente truncó mi promoción

A veces, tienen que transcurrir años para entender decisiones o por qué determinados avatares de la vida se han desarrollado de cierta manera. Fue así como, mucho tiempo después, descubrí una situación paralela protagonizada por el fundador de la compañía automovilística Ford. El capítulo me lo reveló Dale Carnegie, cuyos libros se hallan entre mis favoritos y a los que he acudido a menudo. Resulta que Henry Ford, en cierta ocasión, invitó a comer a dos de sus empleados para comunicarles que uno de ellos sería designado director general. Transcurrido cierto tiempo, se convocó al elegido para informarle sobre la decisión adoptada, la cual generó cierto estupor en el designado, ya que ni el día en que habían comido juntos ni posteriormente habían hablado de proyectos de futuro u otras cuestiones relativas a la responsabilidad a asumir. Fue así como, años después, cuando el director general tuvo ocasión de comentar con el presidente las razones por las que se había decantado por él, pese a no haber contrastado pareceres respecto a los planes para la compañía, Henry Ford respondió: «Porque usted fue el único que, antes de comer las patatas, no les puso sal». Para mí, fue una sabia lección porque, ciertamente, yo era poco reflexivo. El descartado había echado sal a las patatas antes de contrastar su gusto. Probablemente, yo también debí incurrir en un error similar durante el desayuno con el Sr. Guivernau.

 

Fabrico sillas para evitar que los astronautas de la NASA pierdan musculatura

A nivel industrial, nuestra compañía Intecma ha llevado a cabo múltiples proyectos, todos ellos de corte tecnológico. Incluso hemos fabricado, en colaboración con la empresa NTE-SENER, unas sofisticadas sillas para los astronautas de la NASA, para evitar que pierdan musculatura mientras están en órbita. No obstante, si en algo somos especialmente relevantes es en el packaging alimentario. Más concretamente, en el sector lácteo. Sobre todo, nos conocen por haber desarrollado líneas de envasado, básicamente para yogures. Firmas de gran calado internacional como Nestlé, Danone, General Mills o Lactalis utilizan nuestra tecnología en sus plantas, repartidas por todo el planeta. Hace un año ya que alcanzamos un acuerdo con la multinacional IMA Dairy & Food, gracias al cual nos hemos integrado en este grupo italiano del sector del packaging liderado por Thomas Becker, una persona extraordinaria con quien es una satisfacción colaborar profesionalmente y esforzarnos cada día por seguir progresando conjuntamente. Así, nuestra empresa ha abandonado su carácter familiar. Debido a este acuerdo, el grupo ha adquirido el 51 % de la compañía y accederá a la participación restante cuando, en un plazo de unos tres años, se haga con el control absoluto de la misma. Se trata de hacer una transición ordenada, en la que mi hija Anna tiene una función esencial.

 

Con mi hija Anna existe un alto nivel de entendimiento

Anna es la mayor de mis cuatro hijos. Estudió Derecho, pero nunca ha ejercido como abogada porque, desde que finalizó la carrera, ha trabajado conmigo, asumiendo distintas responsabilidades. Principalmente, se ha centrado en el Departamento Comercial, también ha coordinado aspectos relacionados con la gestión de calidad y en la actualidad ejerce de Management Controller. Con ella existe un alto nivel de entendimiento por la sinceridad que nos profesamos, a pesar de que a veces no coincidamos en las decisiones a adoptar. Al margen del conocimiento sobre la empresa que he podido inculcarle, siempre he querido transmitirle los valores de esfuerzo y perseverancia.

 

La singularidad de nuestra empresa es fruto de la capacidad de sacrificio

La operación de venta de la compañía se ha planificado en dos fases para respetar la singularidad de nuestra empresa. La implicación del equipo humano y su nivel de sacrificio han convertido a Intecma en una empresa muy particular, un aspecto que perciben los profesionales de nuestro entorno, admitiendo que atesoramos una filosofía de trabajo poco común. Los clientes aprecian nuestra capacidad de adaptación a sus necesidades, nuestra disposición, en cualquier momento, a hacer las maletas y trasladarnos a cualquier punto del mundo para responder a sus inquietudes. Las grandes corporaciones no muestran esta misma entrega ni este compromiso. Es una característica que nos diferencia y aflora espontáneamente de los propios miembros de nuestro equipo, altamente identificados con Intecma y su misión. Por ello, en las negociaciones para la absorción de la empresa por parte de IMA Dairy & Food se reclamó respetar al personal y su metodología operativa. Era importante que la integración al grupo nos ayudara a crecer sin sacrificar nuestra idiosincrasia, un aspecto que acaba repercutiendo en las ventas y la satisfacción del cliente. Por ello, en esta fase de transición nos proponemos una adaptación de nuestro equipo a las nuevas formas de trabajar del grupo, con el objetivo de que los profesionales de Intecma engranen suavemente con aquellos que pilotarán la compañía e impartirán las líneas de actuación cuando me haya retirado por completo.

 

Proximidad y aprecio que me han permitido reunir un equipo involucrado

Si hemos logrado este nivel de identidad del equipo humano con Intecma, en buena parte puede deberse a mi participación para solucionar los problemas ―principalmente, técnicos― que aparecen en los diferentes departamentos de nuestra empresa. Me gusta aproximarme a los profesionales de nuestra entidad y, posiblemente, esta actitud haya contribuido a convertir nuestra compañía en cercana incluso para terceras personas. Algunos de los integrantes de Intecma llevan decenas de años con nosotros y siguen mostrando una fidelidad y un grado de compromiso que sin duda es de agradecer. Se involucran plenamente y, si un sábado es menester acudir al trabajo para solventar una necesidad imperiosa, sé que puedo contar con ellos. Supongo que es porque ellos también han constatado que soy un empresario plenamente involucrado con el equipo, que no me refugio en el despacho. Al llegar cada día a la empresa, me gusta saludar a todo el mundo e interesarme por cómo están, qué necesitan… Hay quien defiende que una buena remuneración fideliza, pero desde mi punto de vista la auténtica motivación se genera cuando existe un aprecio real y sincero.

 

Venta de alta tecnología a los soviéticos

Uno de los hitos más exitosos de Intecma se produjo a principios de la década de los noventa, cuando desarrollábamos un proyecto en la Unión Soviética que, en aquellos tiempos, predecía una profunda transformación. El entonces presidente del Gobierno español, Felipe González, había concedido a su homólogo soviético, Mijaíl Gorbachov, un capítulo de ayudas por valor de 1.500 millones de dólares en especie. Las prioridades de los rusos se basaban en medicinas y alimentos, y una de las necesidades a atender era la fabricación de envases de cristal para potitos. No tenían capacidad para equipar plantas de vidrio y necesitaban maquinaria europea. Tuvimos que adaptar nuestra tecnología a las características de su industria, ya que sus hornos tenían unas dimensiones que no se ajustaban a los estándares del resto de países, lo cual resultaba inexplicable por la ineficiencia del resultado. Pese a que estábamos especializados en la producción de líneas para envases de plástico, conseguimos crear unas máquinas para fabricar botes de vidrio, específicas para las singulares características de la industria soviética. Estas se homologaron en apenas ocho meses en la planta de Vidrieras Mataró, compañía en la que encontramos un alto nivel de colaboración. Seguidamente, el exigente Instituto del Vidrio de Moscú dio su visto bueno a la maquinaria y pudimos firmar los contratos a través del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo. Siempre me he sentido muy orgulloso de aquella operación, tras la cual me sentía capaz de llevar a cabo cualquier tipo de proyecto.

 

Levantamos la primera fábrica en Moldavia

Después de aquella primera operación en Rusia, vinieron cinco proyectos más cerca de Moscú para sustituir medio centenar de máquinas obsoletas por tecnología de última generación. Esos contactos internacionales nos abrieron las puertas de otro interesante reto, ya que nos adjudicaron un proyecto en Moldavia por valor de 43 millones de euros, en el cual participábamos con un 30 % como socio estratégico. La descomposición de la Unión Soviética había abocado a las repúblicas independientes surgidas de la extinta URSS a una situación precaria, ya que había desaparecido cualquier interrelación comercial existente entre territorios. Moldavia, ocupada mayoritariamente por viñedos, disponía de ingentes cantidades de vino, pero no de industria embotelladora, lo cual le condenaba a vender el producto a granel, con la consiguiente baja rentabilidad económica. Necesitaba industria auxiliar y nosotros se la pudimos proporcionar, levantando la primera fábrica industrial en ese país. El proyecto Glass Container Company se expuso en el IESE como modelo para conseguir financiación en los países de la antigua Unión Soviética desprovistos de todo. Es un orgullo para mí el haber contribuido decisivamente a escribir este importante capítulo en la historia de la industria moldava.

 

El desarrollo sostenible y nuestra tecnología evitarán que miles de toneladas de plástico vayan a parar cada año a los océanos

Como fabricantes de líneas de envasado de yogur, mayoritariamente de plástico, en su momento nos vimos obligados a adoptar medidas para dar respuesta a una sensibilidad creciente por parte de la sociedad, reticente a este material y proclive a soluciones respetuosas con el medio ambiente. Con las botellas de plástico, no existe el mismo problema, ya que el PET es reciclable indefinidamente. Fueron cinco años de inversión en investigación y desarrollo con patentes a nivel internacional, que finalmente nos permitieron dar con nuestro objetivo de desarrollar unas líneas de producción para fabricar productos lácteos con el mismo material que se utiliza en la fabricación de botellas de agua, el PET. Un desafío nada menor porque, al margen del ahorro económico que se desprende de ello, conseguimos salvar las dificultades existentes, como el corte y el precorte en envases multipack, aspectos que hasta entonces se nos habían resistido. Las patentes y técnicas derivadas de este desarrollo fueron clave para la atracción de nuestros socios alemanes e italianos, porque, si bien ellos ya fabricaban esta maquinaria en Alemania y Francia, encuentran en nuestra tecnología un complemento ideal para estas dos marcas líderes del mercado Form Fill Seal.

 

En general, me siento agradecido a la vida

Mi gran sinsabor en la vida fue la terrible muerte de mi hijo Samuel, a los dieciocho años, víctima de un accidente de tráfico. Además de Anna, tengo a dos hijos más fruto de mi actual pareja: Marina, de veintiún años, y Manuel, de diecisiete. También tengo dos nietas: Claudia, de dieciséis años y Sam, de catorce. En general, me siento agradecido a la vida, empezando por mis padres, Manuel y Evangelina, que me animaron a esforzarme por labrarme un futuro lejos de nuestro hogar. También les debo mucho a Vicente Ríos y J. Fernando Pérez, dos profesionales enormes con quienes inicié mi andadura como empresario. Pero, por supuesto, a mi exmujer, Conchita, quien sacrificó una prometedora carrera como secretaria del director general del Banco Central Hispano Americano para cuidar de nuestros hijos y permitirme, así, que me pudiera centrar al máximo en mis compromisos empresariales; y a mi actual pareja, Amalia, en quien he hallado veinticinco años de incondicional colaboración en lo profesional, y una gran dedicación y empeño por hacer muy fácil nuestra relación personal y el entorno familiar.