1r Tomo (empresarios). Biografias relevantes de nuestros empresarios

Marc Gordó Badia – Original Gourmet

MARC GORDÓ BADIA

Sant Joan de Vinyafrescal (Lleida)

16 de noviembre de 1977

CEO & Co-Propietario de Original Gourmet, S.L.

 

De una infancia cultivada en un recóndito rincón del Pirineo afloró un emprendedor capaz de levantar un negocio que exporta a los lugares más remotos del planeta. Un profesional hecho a sí mismo, agradecido con sus padres por haberle transmitido el valor del trabajo y, a la vez, dispuesto a sacudirse de encima una tradición laboral familiar que desaprovechaba sus extraordinarias aptitudes. Un empresario orgulloso de haberse cruzado con personas virtuosas, con las que ha formado un equipo altamente competitivo.

 

Una única calle con la que, desde joven, quise poner distancia

No todo el mundo sabe lo que es trabajar de verdad

El ganado no entiende ni de fiestas ni de vacaciones

La explotación familiar era un negocio si no hacías números

Potencial oculto tras «un caso perdido»

Una grave caída de la que pude recuperarme

Viaje sin retorno

Hacía los albaranes con una impresora conectada al mechero del camión

De las lágrimas a la satisfacción gracias al apoyo incondicional de los clientes

La suerte es cruzarte con personas en las que confiar y sumarlas a tu equipo

Un proyecto compartido en el que mi gestión siempre se ha respetado

Exportación de bogavante y vieira salvaje a veintiocho países

Garantía de calidad y sostenibilidad

Beneficiados por la evolución de la demanda en tiempos de pandemia

Nuestro negocio se parece mucho a la Bolsa

Política orientada a contar con profesionales motivados y satisfechos

En un futuro, quiero dedicar mi energía al sector de la restauración

La profesión de mi hija probablemente aún no existe

Sólo tengo palabras de agradecimiento

 

 

Una única calle con la que, desde joven, quise poner distancia

Un pueblo de treinta y cinco almas y unos padres cuya existencia estaba totalmente abocada a las labores agrícolas y ganaderas dibujan perfectamente el escenario en el que vine al mundo y que condicionó mis dos primeras décadas. Mis progenitores, Josep Maria y Montserrat, se acercaron fugaz y anecdóticamente a Barcelona para que yo naciera, pero en la práctica nunca se movieron de Sant Joan de Vinyafrescal, una pedanía perteneciente a La Pobla de Segur, en la leridana comarca del Pallars Jussà. Un entorno rural en el que no existía más futuro profesional que seguir abonándose a la tradición familiar del campo. Un pueblo que, por no tener, ni tan solo sumaba más de una calle. Un rincón con el que, desde muy joven, quise poner distancia.

 

No todo el mundo sabe lo que es trabajar de verdad

La paz y la tranquilidad que suelen habitar en un pueblo menudo no se perciben de la misma manera si has nacido ahí. Muchas personas cuyo origen procede de un entorno urbano conciben el marco rural como algo idílico, y en él buscan el modo de relajarse y huir de sus preocupaciones. Cuando, esporádicamente, he regresado a Sant Joan de Vinyafrescal, mis sentimientos han sido muy distintos a los que pueda experimentar el propietario de una segunda residencia, ya que solo han aflorado en mí recuerdos de un pasado asociado a la dureza del trabajo y la escasez de oportunidades. Por aquel entonces, en esos lares, los trabajos eran muy duros. Siempre les agradeceré a mis padres haberme enseñado a trabajar e identificar qué no quiero en mi vida. Porque no todo el mundo sabe lo que es trabajar de verdad.

 

El ganado no entiende ni de fiestas ni de vacaciones

Mis padres disponían de tierras de labranza y una explotación ganadera. Se dedicaban a la cría de cerdos, una actividad que no entiende ni de fiestas ni de vacaciones. No importa si es domingo o es agosto: los animales cada día necesitan la misma atención. En un contexto en el que no existía ningún tipo de automatización en las granjas, significaba sí o sí levantarse a las cinco de la mañana para alimentar al centenar y medio de ejemplares que reuníamos, limpiar los cobertizos, inseminar a las hembras cuando correspondía, asistirles en el parto… Las cerdas daban a luz dos veces al año, con camadas de una docena de lechones. En aquella época, apenas había explotaciones porcinas de ciclo cerrado y nuestro cometido principalmente era el destete. Cuando los cochinillos alcanzaban los quince quilos, los vendíamos a granjas dirigidas al engorde.

 

La explotación familiar era un negocio si no hacías números

Además de mi padre, en la explotación familiar invertían sus esfuerzos mi madre y mi abuela María, quien también marcó mi vida por su personalidad y su capacidad de sacrificio. En casa, teníamos gallinas, codornices y conejos, solo para uso doméstico. Además, también para consumo propio, contábamos con un huerto y complementábamos la actividad con campos de almendros, alfalfa y cereal. Para complementar la economía del hogar, mi padre cada día dedicaba ocho horas a la planta de Copirineu en La Pobla de Segur, una cooperativa que producía leche y queso, donde ejercía de responsable de fabricación de mozzarella. Analizándolo fríamente, la explotación familiar era un negocio si no hacías números, porque contabilizando las horas invertidas y el rendimiento obtenido, difícilmente podía considerarse una actividad razonable. Con personal externo hubiera sido imposible mantener la granja en pie.

 

Potencial oculto tras «un caso perdido»

Académicamente, mi trayectoria en EGB fue correcta. En BUP, y tras cambiar de centro, mis estudios adoptaron una senda muy distinta, hasta el punto de que la tutora citó a mis padres para comunicarles que yo era «un caso perdido». Frente a esa situación, el centro de enseñanza decidió contratar los servicios de un psicólogo. Durante medio año, semanalmente, visité al facultativo en Lleida, quien, transcurrido este periodo, se personó en el pueblo para trasladarle su diagnóstico a mi maestra: el alumno era un superdotado con un coeficiente de 138. El especialista recomendó a mis padres que me trasladaran a estudiar a Barcelona para aprovechar mi potencial. Sin embargo, por el desconocimiento y la falta de información de la época, optaron por matricularme en Delineación en un colegio episcopal leridano, donde confirmé que estudiar me aburría soberanamente y no me motivaba en absoluto.

 

Una grave caída de la que pude recuperarme

La falta de motivación por los estudios me empujó a buscar alternativas estimulantes. Fue así como me puse en contacto con unas personas de La Seu d’Urgell y me inicié en una actividad poco edificante, pero muy lucrativa: el contrabando de tabaco. Una labor que sería la semilla de lo que acabaría deviniendo mi vida profesional: la venta al por mayor. Esta actividad alcanzaba dimensiones industriales, con la comercialización de casi medio millar de cartones a la semana. No obstante, aquella etapa fue perversa, ya que sucumbí a una dinámica nada deseable. El dinero conseguido con facilidad se escurría con la misma fluidez en las máquinas tragaperras que iba encontrando a mi paso. Afortunadamente, supe rehacerme y abandoné aquella ludopatía galopante, que sería una lección de superación y en la que, por primera vez, vi que era capaz de recuperarme de una caída. En esta época de mi vida, siempre me sentiré en deuda con mis tíos, Mercè y Miquel, y mi primo Xavier, quienes me acogieron en Lleida y tuvieron la suficiente paciencia y cariño para soportar a un adolescente desbocado.

 

Viaje sin retorno

Posteriormente, mis padres decidieron probar suerte matriculándome en la Escuela Agraria de Tàrrega. Sus esfuerzos resultaron igualmente vanos: yo no había nacido para el estudio. Así pues, a los dieciocho años volvía a casa con el cometido de incorporarme al negocio familiar y darle continuidad. Mi inquietud me impulsó a valorar una reorientación de la actividad, sopesando el hecho de transformar la explotación en una granja de ciclo cerrado, fabricar embutidos y disponer de una línea de producto propia. Entonces, me trasladé a Lleida, dispuesto a aprender el oficio de carnicero y charcutero. Fue un viaje sin retorno, porque ya no quise volver a Sant Joan de Vinyafrescal y, tras mi incursión en el ámbito chacinero, busqué alternativas profesionales en la capital y alrededores. Seguidamente, estuve trabajando en una granja de Alguaire todo un año, encargado de la cría de ovejas. Contraje brucelosis, una enfermedad infecciosa endémica del Mediterráneo y conocida como la fiebre de Malta, que se transmite de las ovejas a los humanos a través de los productos lácteos. Estuve casi tres meses de baja, tras los cuales definitivamente decidí abandonar cualquier labor relacionada con el ganado y abrazar la profesión comercial con absoluta determinación.

 

Hacía los albaranes con una impresora conectada al mechero del camión

Gracias a los contactos realizados en el entorno carnicero y charcutero, decidí plantear a una empresa comprar y comercializar sus productos en nuevas zonas, que ellos no visitaban. Así, a los veintidós años emprendía un nuevo rumbo profesional, visitando bares, restaurantes y tiendas de la geografía leridana para ofrecer quesos, jamones, salchichas y embutidos. De lunes a jueves, viajaba con mi coche y mi maleta realizando la preventa de los productos. El jueves por la tarde cargaba un camión con toda la mercancía encargada y realizaba el servicio de pedidos. Yo mismo hacía los albaranes con una impresora conectada al mechero del camión. Salía de Lleida a la una de la madrugada y me detenía en la gasolinera para realizar un doble repostaje: el del camión y el mío: un Red Bull. Iniciaba así una ruta en la que invertía casi diecinueve horas: subía a Puigcerdà, bajaba a Balaguer y remontaba hasta Vielha… La semana siguiente, hacía un reparto similar en la zona de Tarragona.

 

De las lágrimas a la satisfacción gracias al apoyo incondicional de los clientes

Aquella aventura empresarial se prolongó durante tres años, interrumpiéndose de una manera inesperada y abrupta por la falta de ética de la empresa, que se aprovechó del esfuerzo que invertí en la apertura de aquellas rutas comerciales. Aun así, no me rendí y me reinventé. Gracias a los consejos de mi gran amigo Jaume Lahuerta, propietario del restaurante La Fusta de Lleida, quien despertó en mí la pasión por la buena cocina, decidí llamar a la puerta de las empresas Carpier, Rougié y Batallé, ofreciéndome a distribuir sus productos en Lleida. Aceptaron la propuesta y, así, no solo conseguía rehacerme de aquel episodio frustrado, sino que daba un salto de calidad en cuanto a producto. Estaré eternamente agradecido a mis amigos Carlos Piernas, Vincent Maudet y Marc Martínez. Seguidamente, alquilé unas cámaras de refrigeración en Lleida para almacenar la mercancía y, tres semanas después, de nuevo ya estaba en ruta comercializando la oferta de mis nuevos proveedores. Las lágrimas vertidas tras la pérdida de mi antigua distribución se transformaron en sonrisas de satisfacción al comprobar la solidaridad y el apoyo incondicional de mis clientes de siempre, que redoblaron su confianza en mi servicio y mis nuevos productos.

 

La suerte es cruzarte con personas en las que confiar y sumarlas a tu equipo

La vida me ha enseñado que el dinero no debe guiar tu actuación. Si obras correctamente, el rendimiento llega de una manera espontánea. En los negocios, no todo es admisible. Si te obsesionas con el dinero, difícilmente triunfarás. En cualquier caso, se aprende de todos los capítulos de la vida, y de aquel episodio extraje lecciones para mi futuro profesional. Hasta entonces, siempre me había fiado de todo el mundo, pero ahora enseguida sé calibrar en qué personas realmente puedo depositar mi confianza. Por eso valoro especialmente la suerte de haberme cruzado con gente fantástica en la vida, en quien confiar y que he podido sumar a mi equipo. Porque soy consciente de la necesidad de rodearme de buenas personas y excelentes profesionales para poder crecer con ellos.

 

Un proyecto compartido en el que mi gestión siempre se ha respetado

Esa nueva etapa profesional se prolongó durante un par de años, tras la cual propuse un acuerdo de colaboración a uno de mis clientes de Tarragona, la familia Colet. Ambos compartíamos algunas distribuciones de producto ―ellos en su zona y yo en Lleida―, así que les propuse cederles algunas de mis representaciones y, a cambio, poder operar en los puntos de venta tarraconenses. No solo accedieron a ello, sino que, pocos meses después, Lluís Colet (hijo) me ofreció crear una empresa para comercializar artículos gourmet. Sin duda, era una oferta muy interesante´, que me permitía acceder a una infraestructura creada, lo que en solitario me hubiera requerido muchos años y esfuerzo. Así pues, en 2005 inauguramos Original Gourmet, una compañía con una extraordinaria expansión y que me ha permitido impulsar otras iniciativas empresariales. Una de las claves del éxito ha sido que mis socios nunca han querido tutelarme: es la historia de un proyecto compartido en el que mi gestión siempre se ha respetado.

 

Exportación de bogavante y vieira salvaje a veintiocho países

Los primeros años de Original Gourmet se caracterizaron por la distribución pura y dura. La buena marcha del negocio recibió un impulso importante en 2008, cuando conseguimos la distribución en exclusiva para España de una de las empresas líderes de marisco a nivel mundial, Clearwater, una empresa canadiense integrada verticalmente que cotiza en Bolsa y que se vendió por mil millones de dólares hace medio año. De esta manera, empezamos a comercializar carne congelada de bogavante y vieira salvaje bajo nuestra marca Premium Shellfish, una actividad que, con los años, ha tenido un éxito notable y una nueva dimensión a través de nuestra expansión internacional. Actualmente, exportamos a veintiocho países: Italia, Alemania, Irlanda, Emiratos Árabes Unidos, Malasia, Singapur, Hong Kong… Con este crecimiento nos hemos dotado de una infraestructura completa que incluso incluye uno de los pocos depósitos aduaneros privados en España. Colaboramos con unos setenta grupos de distribución organizada en España y con distribuidores exclusivos de los diferentes países donde operamos.

 

Garantía de calidad y sostenibilidad

Trabajamos con tres especies animales: bogavante canadiense (de cáscara dura y capturado en la campaña de primavera), vieira canadiense y vieira argentina. Procesamos todo el producto según nuestras estrictas especificaciones, prestando especial atención al nivel de proteína en sangre de la materia prima, que nos sirven a granel en contenedores por vía marítima. Sometemos el producto recibido a analíticas rigurosas para garantizar un exhaustivo control de calidad. El mercado cada vez es más exigente y los clientes quieren conocer la trazabilidad del producto y la sostenibilidad de los procesos a los que se ha sometido. Para ello, contamos con el certificado MSC, un protocolo que en España aún no está muy extendido, pero que es imprescindible en países como Suiza o Alemania. Este sello solo se otorga al pescado o marisco procedente de captura salvaje, obtenido por pesquerías certificadas con prácticas sostenibles.

 

Beneficiados por la evolución de la demanda en tiempos de pandemia

Se trata de una actividad no exenta de complejidad, ya que realizamos pedidos de compra ignorando cuál será la demanda meses más tarde. Esto exige realizar un cálculo para ajustarnos al consumo real de un futuro inmediato, condicionado a distintos factores. A ello debemos sumar un amplio abanico de clientes: setenta mayoristas en el mercado nacional, con la incorporación de nuevos operadores y la salida de otros, más el mercado de exportación, donde acusamos actividades muy irregulares de un ejercicio a otro. La irrupción de la pandemia ha provocado desequilibrios en la cadena de suministro, además de complicar el ejercicio de previsión de futuros pedidos. Sin embargo, la situación nos ha favorecido, gracias a nuestra capacidad de almacenaje. Y es que, si bien al principio asistimos a una caída brusca del consumo de bogavante, en la etapa de recuperación nos beneficiamos por el repunte de la demanda y los stocks acumulados. En Canadá, la producción se redujo a una cuarta parte, ya que mayoritariamente se trabaja con mano de obra procedente de Sudamérica. Al no existir conexiones aéreas, la industria se resintió, generando enormes tensiones en el mercado por la falta de producto.

 

Nuestro negocio se parece mucho a la Bolsa

Un factor que nos ha perjudicado es la prohibición de exportación de langostas australianas a China, que absorbía el 95 % del producto. Y es que, en los últimos meses, la demanda de marisco en ese país asiático ha aumentado claramente, encontrando una alternativa en el bogavante canadiense, cuyo precio ha crecido un 40 % en el mercado mayorista. En cierto modo, nuestro negocio se parece a la Bolsa, ya que los precios pueden fluctuar en función de los distintos componentes que intervienen en el mismo: los fletes de los contenedores, los cambios en el mercado de divisas, pues trabajamos con dólares canadienses, etc.

 

Política orientada a contar con profesionales motivados y satisfechos

Superar la etapa de la pandemia no ha sido sencillo, pero contar con un equipo de confianza facilita mucho la labor. Depositamos grandes expectativas en el 2020, tras inaugurar unas nuevas oficinas de quinientos metros cuadrados en diciembre de 2019, con un centro de I+D+i con cocina industrial para realizar demostraciones a los clientes. También nos ilusionaba volver a participar en Alimentaria, el salón bianual que se celebra en la Feria de Barcelona y donde solemos estar presentes con un gran estand: un magnífico escaparate para dar a conocer nuestros productos y atender a nuestros clientes. El 13 de marzo, todas esas ilusiones se esfumaron al decretarse el Estado de Alarma. Como empresario, me siento orgulloso de haber podido ayudar a nuestro equipo para mantener su poder adquisitivo y sortear esta difícil situación. No podíamos dejar abandonados a nuestros colaboradores, a quienes considero como una auténtica familia, en un momento como este, y optamos por una solución acorde con nuestra política retributiva, orientada a contar con profesionales motivados y satisfechos; a pesar de que el día 14 de marzo mantuve una reunión con Daniel, mi director financiero, llegando a la conclusión de que el año 2020 sería un año perdido.

 

En un futuro, quiero dedicar mi energía al sector de la restauración

Hace tres años, decidimos emprender una nueva aventura empresarial de la mano de Dani Roca, un chef con quien mantenía una dilatada relación que ha acabado en una gran amistad, y mi amigo y socio Xavier Colet. Así abrimos Barra Alta, un establecimiento en la calle Laforja de Barcelona que este último año fue incluido en la Guía Michelin. Estamos muy satisfechos de la marcha de este restaurante, llevándonos a la apertura de un nuevo local (Lagasca19) a finales de junio, esta vez en la calle Lagasca de Madrid. El bogavante y la vieira son grandes protagonistas en nuestra carta, con platos gourmet para compartir. Aprovechamos las sinergias que nos ofrece nuestra cocina central de Tarragona, en donde se diseñan y se producen la mayoría de las bases que luego se ensamblan en el restaurante. El nuevo proyecto ya cuenta con cuarenta y cinco personas y me ha convencido para, en un futuro, dedicar mi energía al sector de la restauración.

 

La profesión de mi hija probablemente aún no existe

Lara Kavalionak, mi esposa, y nuestra hija Nicole son los otros grandes motores de mi vida. Me siento muy afortunado de haber conocido a Lara y, también, de la comprensión y el apoyo hallado en ella. Ambos llegamos a la conclusión de que el compromiso que exigían nuestras respectivas profesiones no nos permitía dedicar la debida atención a Nicole, nacida hace dos años y medio. Con la economía doméstica resuelta, Lara convino que era preferible renunciar a algunas de sus responsabilidades laborales y garantizar un crecimiento sano y de calidad para nuestra hija. Para ella, queremos el mejor de los futuros, sabiendo que no resultará nada fácil, y conscientes de que, probablemente, la profesión que ejerza aún no existe, porque hoy el mundo evoluciona muy rápido. Tanto desde mi faceta empresarial como personal, soy optimista en todo aquello que depende de mí, pero pesimista en todo lo que escapa a mi capacidad de influencia.

 

Sólo tengo palabras de agradecimiento

Todo este proyecto no hubiera sido posible sin el apoyo de amigos, clientes y proveedores; para los cuales sólo tengo palabras de agradecimiento. En especial, me gustaría expresar mi más profundo agradecimiento a Lluís Colet Sancho y sus hijos, Lluís y Xavier Colet, por el apoyo y la confianza incondicionales mostrados en todo momento. También quiero mencionar a Lluís Mestres, jefe de almacén que participa en este proyecto desde su inicio; así como a Raúl Dudas, jefe de producción y colaborador incombustible; a Jordi Villaró, amigo del alma y persona totalmente implicada en todos mis proyectos y, en especial, a Daniel Bast, director financiero de la compañía, que me ha mostrado un cambio de visión empresarial gracias a su experiencia profesional en varias multinacionales. Agradecer también a Marc Segarra, responsable de desarrollo tecnológico y artífice de muchas aplicaciones informáticas propias, que contribuyen decisivamente al desarrollo de nuestra compañía. Por último, pero no menos importante, a Carlos Laseca, director comercial, viajero incansable y pilar fundamental en la construcción de este proyecto.