María Font Flores
Fotografia cedida
10è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. María Font Flores

Grupo Mestral

Texto del 23/07/2018

Emprendedora y con visión de negocio, ya desde muy joven, cuando acababa la escuela, acudía a trabajar a la empresa familiar. Sabía que la vocación no solo la encontraría en los libros de la Facultad de Empresariales sino, y sobre todo, en el empeño constante para desarrollar nuevos proyectos. Tras dedicarse a administrar desde muy joven el patrimonio familiar y probar suerte en varios negocios, fundó Mestral Actividades S.L., un nuevo concepto de residencias universitarias boutique en las que prima la acogida a los estudiantes y el compromiso con las familias. Hoy es un referente en el sector.

 

María, mi abuela, mi gran referente

Siempre estaba a nuestro lado. Mis padres trabajaban mucho y se ausentaban a menudo por motivos profesionales; pero eran afortunados: tenían la suerte de poder dejar a sus hijos con esta gran mujer que se ocupaba de sus nietas, asumiendo un papel protagonista en nuestro cuidado y sobre todo en nuestra educación. Era el puntal de la casa: estuvo junto con nosotros hasta el último día de su vida. Mi madre, que estaba encantada con mi abuela y con el rol que asumía en la familia, estudió Comercio Internacional. Por motivos de trabajo, viajaba mucho. Sin embargo, nunca se subió intranquila a un avión: sabía que sus hijas se quedaban en buenas manos. Gracias a mi abuela materna, tuve una infancia fantástica y una educación en valores católicos. Aunque tenía ayuda en las tareas de la casa, era una gran cocinera y gourmet, recuerdo con cariño aquellos fabulosos platos que nos preparaba. Cada día, antes de ir a las clases de ballet, me hacía el moño, en un ritual maravilloso.

Un abuelo que murió feliz, pero demasiado joven

Mi abuelo se llamaba Liberto. Era propietario de una industria especializada en la fabricación de cajas de madera para la televisión y la radio. Vendían a grandes empresas de la época como la Phillips. Cuando creyó que era el momento adecuado para retirarse y disfrutar, por fin, de su tiempo libre y de su primera nieta que acababa de nacer –le encantaban los niños–, decidió vender su empresa. Por desgracia, pudo disfrutarla poco tiempo: murió poco después de cerrar su negocio. Nos dejó cuando aún era demasiado joven; sin embargo, había sido feliz. A mi hermana no llegó a conocerla. Todos le hemos echado de menos en muchas ocasiones. Fue un duro golpe para la familia porque representaba un pedestal, un referente para cada uno de nosotros.

Mis padres fueron unos de los primeros importadores de queso francés en España

La familia de mi padre poseía un importante patrimonio familiar y tenían proyectado para su hijo un futuro trazado de antemano según sus propósitos. Desde pequeño ya le habían inculcado que, como primogénito y heredero, debía ocuparse de las tierras. Incluso le buscaron una esposa de conveniencia: la «pubilla» del pueblo. Sin embargo, no habían previsto su reacción. En cuanto tuvo ocasión, se rebeló contra aquella vida impuesta. El día que se enamoró de mi madre, que vivía en Barcelona, tuvo la excusa perfecta para interponer unos cientos de kilómetros de distancia. Fue un duro golpe para sus padres, pero la familia materna lo acogió con cariño. En Barcelona, empezó a dar rienda suelta a su propio plan de vida e inició, junto a mi madre, una actividad empresarial en el sector de la alimentación. Mi madre es una mujer excepcional y se dedicó plenamente a la empresa y a nuestra formación. Crearon un negocio de distribución que, poco a poco, fue prosperando. A principios de la década de los ochenta, negociaron con una sociedad que agrupaba a los principales fabricantes de queso francés, la distribución de sus productos en España. Mis padres fueron de los primeros distribuidores en llevar a nuestros comercios marcas tan conocidas como Caprice de Dieu o Roquefort Societé. Recuerdo que en el despacho lucía un gran mapa de Francia. De cada región, colgaba la foto de un tipo de queso. Estos empresarios que, como mis padres, derribaron fronteras con su actividad comercial, también contribuyeron a abrir el mercado español hacia Europa en aquel momento.

Las vacaciones, mar y montaña

Curro d´Amunt es un pequeño y encantador pueblo del Vallès, en el que mi abuelo materno construyó una casa cuando era joven. En su iglesia parroquial, Sant Mamet de Corró d’Amunt, se casaron mis padres. Los mismos sacerdotes, Anton y Enzo, celebraron nuestro bautizo y, años más tarde, nuestra comunión. De pequeñas, mi hermana y yo habíamos pasado allí muchos fines de semana. Tengo recuerdos fantásticos de aquellos momentos, las montañas, los rincones del pueblo, las aventuras vividas con los amigos que veraneaban allí, las fiestas mayores. Al llegar el verano, disfrutábamos con mis padres en nuestra casa en un maravilloso pueblo de pescadores de la Costa Brava. Allí pasamos unos veranos magníficos junto al mar.

Aprendí de joven la importancia de hablar otros idiomas 

Cuando cumplí los 13 años decidimos con mis padres que era fundamental para nuestra formación ampliar nuestros conocimientos en idiomas. Así que viajé a Francia e Irlanda para aprender y además familiarizarme con diferentes culturas. Cada uno de nosotros convivía con una familia nativa y recibía clases de inglés cuatro horas al día. Lo recuerdo  como  una experiencia  muy enriquecedora. Durante los primeros días añoraba a mis amigos, mi familia, nuestro clima mediterráneo, la cocina de la abuela… pero pronto aprendí a abrirme y a hacer amigos. Todos establecíamos relaciones intensas con estudiantes de diferentes países, forjamos así amistades que perduran en el tiempo.

Acababa la escuela y me iba a trabajar a la empresa de mi padre

Cursé la educación primaria, el BUP y el COU en el colegio Lope de Vega, una escuela pequeña y familiar en la que también había estudiado mi madre y mi abuelo materno, que era muy amigo del director. Ya con catorce años, al finalizar mi horario escolar, me gustaba ir al despacho de mi padre: me encantaba colaborar ya fuera para archivar facturas, observar cómo trabajaban los diferentes departamentos o para reportar a mi padre. Me desesperaba cuando veía alguna incorrección. Siempre viví intensamente la actividad empresarial de la familia. Estudiar no me gustaba tanto, pero era muy responsable y superé sin dificultad todos los cursos escolares. Cuando tenía dieciocho años, decidí pasar un verano en una delegación que la empresa de mi padre tenía en Reus para implementar mejoras en cuanto a la gestión de proveedores y el contacto con los clientes. Intentaba sugerir cambios o nuevas instrucciones de manera positiva y constructiva. Éramos un equipo con un único objectivo: mejorar la operativa y los resultados de la empresa. La directora de mi colegio les decía a mis padres que era ya, a esa temprana edad, una buena relaciones públicas. Nunca me ha costado entablar relaciones cordiales con las personas que me rodean. Esta ocasión tampoco fue una excepción: supe introducir pequeños cambios sin causar discrepancias o tensiones innecesarias. Además, soy una persona perseverante, no me importa dedicar muchas horas, creo en la importancia del esfuerzo y la dedicación para conseguir la excelencia. Aquel verano no pude ir a la Escala. Mis amigos me llamaban y me explicaban lo bien que se lo habían pasado en la playa o navegando. Pero yo estaba decidida a aportar mi granito de arena en la empresa, creo que conseguí introducir algunas mejoras en la operativa y aprendí mucho con aquella temprana experiencia laboral. Para mí fue uno de mis primeros momentos de realización personal y de plenitud.

Siempre me ha gustado más la práctica que la teoría

Cuando acabé el COU, tenía muy claro lo que quería estudiar: Empresariales. Me licencié sin demasiadas dificultades compaginando los estudios con diferentes experiencias laborales. Pensar, crear, analizar para decidir, crear, impulsar, realizar cambios… Todos estos verbos de acción iban más con mi personalidad y mis anhelos, que la teoría que se explicaba en los libros del colegio o de la universidad. Además, era una joven con muchas inquietudes –aún las tengo–, estusiasmada con sus proyectos a la que le gustaba poner en práctica sus ideas. De pronto, mi mundo y mi entorno familiar perfecto se desmoronaban, ya que mis padres iniciaron un proceso de divorcio complejo. Paralelamente la empresa de mis progenitores se enfrentaba a una grave crisis. Solo tenía diecinueve años y muy poca experiencia. Tuve que afrontar problemas en los que demostré mi capacidad de decisión y aguante. Ahora que vuelvo la vista atrás, me doy cuenta de que esas dificultades hubieran podido sobrepasarme, pero conseguí salir adelante. Las circunstancias me obligaron a aprender a ser fuerte.

No gastes en exceso; hoy tienes pero mañana quizás te falte

Al poco tiempo, la empresa de mis padres cerró. Todos tuvimos que adaptarnos a las difíciles circunstancias de esos momentos. A pesar de mi juventud, supe escoger a las personas idóneas de mi entorno para que me aconsejaran bien sobre cómo debía encarar la situación. Durante aquella época, mi abuela ocupó un papel decisivo, fue nuestro principal punto de apoyo una vez más. Lo cierto es que no tardé en reconducir la situación para reflotar el patrimonio familiar. La situación de crisis familiar y económica me obligó a madurar a una velocidad de vértigo y a tomar las riendas de algunas situaciones que requerían una mirada imparcial. Hasta entonces no le había dado importancia al dinero. Salía a menudo de compras con mi madre y gastábamos en exceso; no éramos buenas administradoras. En esa época, recuperé las enseñanzas de mi abuela materna, que siempre me había aconsejado que administrase bien mi dinero. Me decía: hoy puedes tener, pero mañana quizás te falte. ¡Cuánta razón tenía!

Siempre he sido una emprendedora

Nunca he trabajado para nadie como asalariada; toda mi vida he sido una autodidacta. Cuando acabé la carrera, creé un negocio de distribución de productos selectos como la carne de avestruz –un artículo entonces aún desconocido en nuestro país– o una marca conocida de foie gras. Me inicié en un ámbito, el de la alimentación, que conocía bien. Sabía a qué puertas llamar y conocía a qué tipo de cliente me dirigía. Sin embargo, nunca es sencillo abrirse un hueco en este sector, ya copado por las grandes firmas. Aun así, me fue bastante bien. Tres años después, decidí probar suerte en el mundo de la moda, seguramente influenciada por mi tía, que había colaborado en su momento con Giorgio Armani. De jovencita me llevaba a ver los desfiles y así me apasioné por la alta costura.

Mi primer marido, Pedro, me enseñó a amar el arte

Pedro supo despertar en mí una parte más creativa; el gusto por el arte. Era un hombre fantástico, un coleccionista con una enorme sensibilidad hacia la creación. Aprendí mucho y viví con él una etapa maravillosa de mi vida, hasta el día de su muerte. Tuvimos un hijo, al que también llamamos Pedro y que actualmente está estudiando el Bachillerato en Boston. Cuando vuelve a Barcelona, compagina sus estudios con el trabajo en un conocido hotel de la ciudad. Es importante que adquiera experiencia laboral antes de su ingreso en la universidad norteamericana para poder materializar en el futuro su gran ambición personal. Es un joven con una notable capacidad de liderazgo y un gran comunicador.

Nació mi hijo Pedro y abrí mi primera residencia universitaria

Combinar el cuidado de los hijos con la gestión de una empresa no es tarea fácil, sobre todo si te cuesta delegar, como a mí me sucede. Nunca he llegado a casa antes de las ocho y media de la noche y muchos días tengo que acabar el trabajo en el despacho. Sin embargo, también es cierto que la maternidad ha sido una ancla en mi vida. Me ha hecho más adulta, más fuerte y más responsable. Tener hijos es inspirador. Nació Pedro y me animé a abrir mi primera residencia universitaria. Siempre he sido una persona con inquietudes, y la maternidad las ha potenciado. Recuerdo que la idea de abrir una residencia universitaria comenzó de manera informal, en una cena de amigos. Nuestra familia tenía una casa grande con una terraza de cien metros cuadrados en el centro de Barcelona, que hasta entonces había estado ocupada por una multinacional. En aquella época las grandes empresas tendían a mudarse a los polígonos industriales y decidieron rescindir el contrato de alquiler. Apareció así la oportunidad de abrirse a un nuevo ámbito de negocio: las residencias universitarias.

Mi primer proyecto, la residencia Mestral Mar: una apertura exitosa

Después de unos meses de análisis y estudio de mercado y en cuanto tuve los permisos y licencias pertinentes, comencé las obras y me encargué de todo el proceso de comercialización. Nuestro primer año fue un éxito: muchas familias quisieron que sus hijos se alojaran en nuestra residencia, Mestral Mar, ubicado en la prestigiosa zona de l’Eixample de Barcelona. Es céntrica y está situada a pocos minutos del centro cultural y comercial de la ciudad, así como de la zona marítima y de las playas. Además, se encuentra muy cerca de diversos transportes públicos, que te permiten llegar con facilidad a las distintas universidades de la ciudad. Todo son ventajas. Pero lo que nos distingue del resto de residencias es, sobre todo, un enfoque diferenciado: nuestro reducido número de plazas nos permite ofrecer a los estudiantes una atención personalizada y un trato cercano. Atendemos las necesidades de los estudiantes en un ambiente familiar y acogedor. Tras Mestral Mar me aventuré a abrir otras residencias en otros enclaves de la ciudad. Actualmente, Mestral Actividades S. L. agrupa un conjunto de cuatro residencias situadas en Barcelona: Emilie de Villeneuve, ubicada en el prestigioso barrio de Sarrià; Anna Ravell, enclavada en la calle Santaló, y Rusc, instalada en la céntrica calle Mallorca. Asimismo, hemos sumado a nuestra oferta un Colegio Mayor Azaila, en Zaragoza capital. Estoy trabajando en un sector apasionante que me permite estar en contacto con los estudiantes universitarios. Cuando les veo entrar por primera vez a alguna de nuestras residencias, me recuerdan a mis veranos en el extranjero: llegaba sola a un lugar nuevo, en el que no conocía a nadie, con aquellos nervios en el estómago; era normal, por primera vez salía del protegido entorno familiar. En nuestras residencias intentamos ser los mejores anfitriones, y recibimos a los estudiantes de distintas nacionalidades y culturas que acogemos, siempre preservando el ambiente de estudio y la convivencia agradable.

Apostamos por el modelo de residencia boutique

Hace un tiempo que están triunfando los llamados Hoteles boutique: son establecimientos pequeños y familiares, que ofrecen un trato personalizado. En el Grupo Mestral hemos trasladado este modelo a nuestras residencias. Su reducido número de plazas por centro nos permite garantizar una gran calidad de servicio. Es un perfil de negocio con menor rentabilidad, ya que los precios son muy competitivos, pero mucho más humano. Queremos garantizar un entorno cuidado, familiar, de estudio y de valores. Intentamos diferenciarnos de esas residencias inmensas e impersonales. El primer día en la facultad suele ser duro, nuestras residencias son para ellos como la otra cara de la moneda. Que los estudiantes se sientan arropados cuando están lejos del entorno familiar, les confiere seguridad y fuerza. A todos los equipos de las residencias les digo siempre: «Sois como las mamás de estos chicos, mirad cuántos hijos tenéis.»

Somos un referente

Observo que nuestro modelo está intentando ser implantado por las grandes gestoras de residencias universitarias, lo cual me satisface porque significa que lo estamos haciendo muy bien. Actualmente somos un referente en el sector. Nos esmeramos en crear entornos agradables y acogedores, con especial atención por los detalles decorativos. Nuestras instalaciones están muy cuidadas, queremos ofrecer confort a nuestros residentes. Me apasiona el interiorismo y he dedicado mucho esfuerzo y tiempo a decorar cada uno de los centros. Todos los años innovamos e introducimos novedades que creemos que pueden mejorar la comodidad y la belleza de cada espacio. Asimismo, ponemos especial empeño en la calidad de nuestros servicios: los estudiantes disponen de todos los servicios necesarios que garanticen su confort. Recuerdo que en una de nuestras residencias había un grupo de estudiantes de la Universidad Autónoma de Bellaterra. Les gustaba tanto nuestra comida que nos pidieron que les guardáramos el menú hasta las cuatro de la tarde, hora en la que regresaban de la facultad. Nos adaptamos siempre que podemos a las peticiones de nuestros residentes, sobre todo si están relacionadas con los horarios de sus estudios. Por otro lado, contamos con agradables zonas comunitarias con magníficas terrazas, que facilitan el encuentro, la comunicación y el intercambio. Al final, todos los residentes forman una gran familia. Es habitual que compartan un pastel hecho por ellos mismos o celebren juntos un cumpleaños. En nuestras residencias, a diferencia de otros modelos de negocio más masificados, los estudiantes se conocen, interactúan, hacen amigos. Por otro lado, nuestros centros siempre están muy bien ubicados, son muy céntricos y están muy bien comunicados con las distintas universidades. Tenemos siempre listas de espera para la admisión de nuevos residentes, puesto que no disponemos de plazas suficientes para responder a las peticiones de nuestros clientes. Cada vez recibimos a más estudiantes internacionales. El número de residentes extranjeros ha aumentado considerablemente durante los últimos años. Muchas universidades, tanto privadas como públicas, intentaron atraer a estudiantes procedentes de otros países. La calidad del alojamiento es fundamental para que los estudiantes valoren de forma positiva su estancia en la ciudad. Hoy en día, nuestras residencias son una enriquecedora mezcla de culturas.

Con la mirada puesta en el futuro: expansión

Considero que el Grupo Mestral tiene aún mucho camino por recorrer. Estamos estudiando distintas ofertas para seguir creciendo en un futuro cercano y expandir nuestro modelo de residencia boutique en las ciudades universitarias del país, especialmente en Madrid. Hay un gran número de universitarios interesados en estudiar en la capital española.

Tengo la suerte de contar con el apoyo y asesoramiento de Alejandro, mi marido

Es abogado –se licenció en Derecho por la Universidad de Deusto– y siempre ha trabajado como asesor para grandes constructoras y empresas inmobiliarias. Tengo la gran suerte de compartir mi vida con él. Es el padre de mi segundo hijo, al que también llamamos Alejandro, que ahora tiene seis años. Es un referente, un puntal para mí. Cuenta con un gran conocimiento del sector inmobiliario. Es un gran emprendedor, una persona fuerte y perseverante, un gran marido y un padre ejemplar para mis dos hijos. Curiosamente, para él, la paternidad también ha sido una fuente de inspiración. Tras nacer nuestro segundo hijo, nos hemos embarcado en la creación de esta nueva empresa, Pecunia Causa, en una nueva y apasionante aventura empresarial en el sector inmobiliario.

Un capricho, nuestro antepenúltimo proyecto

Otro de los proyectos que estamos llevando a término es la rehabilitación del Hotel Valle de Pineta, un hotel boutique con termas situado en Bielsa (Pirineo Aragonés). El Hotel es propiedad de la familia de mi marido y se encuentra muy próximo al Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Hemos puesto especial empeño en preservar todos los elementos arquitectónicos originales y mantener la armonía con la espléndida naturaleza de los Pirineos. Estoy explotando mi pasión por la decoración y el arte, hemos hecho una gran selección de maderas, antigüedades, bronces y telas con las que brindar unos ambientes cálidos y acogedores a los huéspedes apasionados del esquí y la alta montaña.