Volumen 16. Biografías relevantes, empresarios de cosmética y belleza

María Teresa Ribas Quer – Ternum Cosmetics

1950

Fundadora de Ternum Cosmetics, S.L.

Licenciada en Farmacia

Profesora en la Universitat de Barcelona (2006-2020)

 6–6-2023

 

Cuando aún no había alcanzado la mayoría de edad, esta emprendedora reivindicó haber nacido para tomar decisiones y no para subordinarse a nadie. Criada en una familia de corte empresario, supo elegir el itinerario correcto en cada momento para perfilar una carrera donde poder realizarse y aportar máximo valor a las compañías del entorno cosmético. Su rigor y sentido de la responsabilidad han marcado su trayectoria, hasta el punto de renunciar a adquirir mayor dimensión para poder satisfacer plenamente a sus clientes.

 

 

En nuestro edificio reinaba un ambiente de total armonía

Mi vida ha estado siempre arraigada a la calle Tuset, donde sigo ocupando el mismo piso donde crecí. Benjamina de cinco hermanos, convivía con mis padres en un edificio construido por mis abuelos paternos donde el Principal lo ocupaban ellos, mientras que en las otras plantas se distribuía el resto de la familia. Por eso mis primeros recuerdos me remiten al enorme patio en el que jugaba con mis hermanos y, sobre todo, con los hijos de mis tíos, pues hasta diecinueve primos coincidíamos en ese edificio donde reinaba un ambiente de total armonía. Aún en la actualidad resido con mi marido en ese bloque, que se convirtió en una auténtica escuela para mí. De hecho, no fui a la escuela hasta los siete años, por expreso deseo de mi madre, María Josefa, quien había hallado en mí una imprescindible compañía. Y es que, tras cuatro alumbramientos anualmente consecutivos, mi llegada se difirió cuatro años. Aun así, contaba con un profesor particular que me impartía clases domésticas hasta que ingresé en el colegio Infant Jesús (conocido como «Damas negras»).

 

Quien no observa ilusión en aquello que hace difícilmente puede salir airoso en la vida

Nuestro padre, Federico, siempre se había revelado como un hombre muy disciplinado, predicando con el ejemplo y deseando que sus hijos se esforzaran en convertirse en personas de provecho. El rigor que exhibía era análogo al cariño que nos profesaba; especialmente a mí, con quien, creo, estableció una relación muy estrecha por ser la pequeña y estar más tiempo viviendo en casa. Ya entonces hablábamos de inquietudes y pormenores de su trabajo, y en casa amábamos cantar, escuchar música y bailar. De talante trabajador, siempre me advirtió que él me enseñaría a pescar, pero que debía ser yo, en el futuro, quien me espabilara para conseguir capturas. Nuestro progenitor nos infundió los principales valores y, con su entrega, se erigió en el mejor modelo a seguir en cuanto a voluntad, dedicación y entusiasmo. Subrayaba a menudo que en todo lo que hacemos debemos invertir ilusión, pues, sin ella, difícilmente se puede salir airoso en la vida. Si mi madre ejerció una fuerte influencia en mí por el largo tiempo compartido en el hogar, las enseñanzas de mi padre resultaron vitales en mi trayectoria empresarial, dado que muchos de sus consejos me han resultado de gran utilidad a la hora de poner en marcha mi compañía.

 

Mi madre solía aportar soluciones a los problemas empresariales de mi padre

El carácter empresario lo asimilé en casa, dado que tanto mis abuelos por ambas partes como mi padre desarrollaron una actividad emprendedora. De hecho, mi progenitor compatibilizaba la dirección de una empresa de goma y caucho, Gomas Gassó y Martí, S.A (la más antigua de toda España en la producción de este tipo de productos, que había fundado su abuelo), con su colaboración en otro negocio familiar, una fábrica de harinas, José Ribas, S.A, para la elaboración de pan, que mi abuelo y su hermano pilotaban, y de cuya coordinación se ocupaba uno de mis tíos. Resultaba muy habitual que las problemáticas empresariales afloraran en las comidas domésticas, lo que propició que, ya desde pequeña, mis oídos estuvieran atentos a lo que ocurría en las compañías familiares y que me imbuyera de ese entorno. Sin embargo, creo que también heredé el talento de mi madre, quien, pese a mantenerse en la retaguardia como solía corresponder a las mujeres de la época, demostraba un gran cariño y una gran inteligencia y a menudo daba con las soluciones planteadas por mi padre, quien no solo las aplicaba en su empresa sino que se felicitaba del éxito de su implementación. «Cuánto sabes…», solía decirle mi madre modestamente cuando le revelaba el resultado cosechado por sus propias ideas, aplicadas y complementadas por él en cada caso.

 

«No quiero ser secretaria de nadie»

Mi escolaridad en el colegio de monjas experimentó un brusco cambio durante el Bachillerato. Había empezado a estudiar una modalidad pionera de Bachillerato Administrativo, un itinerario que, a su dureza, le añadía unas asignaturas de gran complejidad. De este modo, al llegar a quinto, le planteé a mi padre cambiarme al Bachillerato convencional, pues esa formación me estaba encaminando a convertirme en secretaria de dirección o administrativa. «¿No te seduce?», me preguntó. «En absoluto», respondí. «Y menos ignorando si tendré afinidad con la persona a quien deba prestar servicio. He nacido para dirigir y no quiero ser secretaria de nadie». Me vio tan segura que accedió a ello, pese a hallarnos a mitad de curso y que las monjas no escatimaron reticencias. Aquello supuso retrasar un año mi ingreso en la universidad, pues tuve que pasar a cuarto curso, además de obligarme a hacer un esfuerzo para adaptar mi formación a fin de afrontar la Reválida, con una intensa inmersión en asignaturas que el tipo de Bachillerato previamente elegido no tocaba, lo cual exigió la intervención de algún profesor de refuerzo.

 

Tras circular el rumor de que mis clases particulares eran una garantía para aprobar, recibí un alud de solicitudes

También ejercería de profesora de refuerzo para algunos jóvenes, incluidos vástagos de familias notables y de altos directivos empresariales. La satisfacción era tan alta que llegó a circular el rumor de que mis clases eran garantía de aprobar, hecho que me reportó un alud tal de solicitudes que pude seleccionar a los alumnos y estipular un determinado precio. Mis inicios como docente habían empezado a los quince años, cuando acudía como voluntaria a una parroquia del barrio de La Bordeta para impartir clases a adultos, mayoritariamente gente inmigrante y sin estudios, a quienes enseñaba Matemáticas y asignaturas básicas. También en la Facultad permanecí dos años en la cátedra de Galénica (que versa sobre la preparación y el análisis de los medicamentos), coordinando las clases de prácticas de otros alumnos, al margen de dar clases de Ciencias Naturales en un centro escolar. Podía parecer que yo iba encaminada hacia la docencia, sobre todo en mis inicios universitarios, cuando estaba decidida a estudiar Biología. Superado el primer curso selectivo —común para Biología, Química, Física, Farmacia y Geología—, mi padre me planteó que la carrera con la que soñaba presentaba pocas salidas profesionales, lo cual me llevó a reflexionar. La intervención de un amigo de mi hermano mayor, que estudió Farmacia, resultó crucial para que me orientara hacia esa disciplina, tras mostrarme que, más allá de poder regentar un establecimiento farmacéutico, podía trabajar en laboratorios, análisis clínicos, centros hospitalarios… Me sedujo la idea y decidí emprender ese itinerario.

 

En nuestra compañía no ingresa cualquiera, pues hay que venir motivado de casa

La nuestra es una generación cuyos padres se esforzaron por dar a sus hijos la mejor enseñanza posible, habida cuenta de haber vivido en un tiempo y en un lugar donde el nivel educativo era bastante bajo. Dado que ellos, mayoritariamente, no habían podido cursar estudios superiores debido a la Guerra Civil, realizar una carrera universitaria se había convertido en una de sus principales aspiraciones, confiando en que esa formación pudiera garantizar a sus descendientes un futuro mejor. Esa tendencia generalizada, con el paso del tiempo, comportó que la FP fuera minusvalorada y quedara relegada a un segundo plano, asimilándola a tareas poco dignificadas. A consecuencia de ello, hoy comprobamos que nuestra sociedad presenta muchas carencias en determinadas profesiones, oficios y cargos intermedios, frente a un exceso de titulados universitarios. Y esos técnicos que en su día optaron por la FP pueden ganarse mejor la vida que cualquier licenciado. A ello hay que añadir el inconveniente que supone para la sociedad no disponer de personal para resolver problemas cotidianos de fontanería o electricidad, mecánica o mantenimiento, por la escasez existente en esos perfiles laborales. En nuestra empresa, empero, no solemos acusar esos contratiempos, ya que requerimos técnicos especializados en cosmética. Mi condición de profesora como colaboradora del máster universitario en Dermofarmacia y Cosmetología me ha permitido detectar talento e incorporar jóvenes que demostraban alto conocimiento en la especialidad y albergaban gran interés por la investigación. Esos requisitos resultan fundamentales para trabajar en Ternum Cosmetics, ya que en nuestra compañía no ingresa cualquiera, pues es imprescindible venir motivado de casa, es decir, tener ilusión «de serie»; y es nuestra responsabilidad, por supuesto, no hacerla peligrar, sino incrementársela.

 

Con los recursos que la tecnología ha puesto a nuestra disposición, nos hemos vuelto pasivos y hemos perdido el espíritu luchador

Me siento muy afortunada con el equipo que hemos conseguido reunir, aunque soy del parecer que la suerte cada cual se la busca y yo he prestado mucho cuidado a la hora de seleccionar la plantilla de Ternum Cosmetics. Más allá de la ventaja de haber podido captar talento en la universidad, he querido asumir las entrevistas de selección del personal técnico, centrándome en hacer un retrato de su carácter para saber si congeniarán con el equipo, algo que resulta fundamental, dado que somos una empresa de pequeño tamaño en la que se requiere una gran coordinación y prestar apoyo mutuo en todo momento. A pesar de que cada cual tiene asignadas sus propias responsabilidades, de producirse una incidencia cualquiera puede asumir esas riendas para que nuestros procesos no se resientan. Siempre les digo que nuestra compañía es como un coche y que, de acusar un pinchazo, todos tenemos que acudir a reparar esa rueda para que el vehículo pueda continuar circulando. Contar con un equipo cohesionado y marcado por la camaradería dentro y fuera de nuestras paredes propicia un ambiente de trabajo excelente, que el personal rinda el doble, que la gente esté motivada y con ganas de impulsar nuevos proyectos… y que yo pueda ausentarme tranquila sabiendo que la empresa seguirá funcionando sin problema alguno. Todo eso lo valoro mucho, especialmente ahora que detecto que, en general, prolifera cierta pasividad entre la población. En nuestra época procurábamos ingeniárnoslas para encontrar soluciones a los problemas. Recurríamos a fórmulas imaginativas incluso para divertirnos, pero ahora existe cierto abandono ante las pantallas y los dispositivos electrónicos. Aquella proactividad existente antaño ha quedado un poco relegada. Nos hemos acostumbrado a encontrar la respuesta con un simple clic y ya no sabemos esforzarnos en buscar otras alternativas. Antes, cuando querías dar con una solución, acudías a una biblioteca, buscabas entre la bibliografía de un libro, consultabas con expertos… Los recursos que la tecnología ha puesto a nuestra disposición nos facilitan mucho la labor, pero nos hemos vuelto más pasivos y hemos perdido parte de nuestro espíritu luchador e innovador, algo que, por nuestra parte, intentamos en todo momento que no suceda.

 

Tratar con la Administración y sus reglamentaciones no es fácil para los laboratorios farmacéuticos

En 1975 finalicé mis estudios universitarios e inicié mi carrera profesional. Hasta entonces no me había planteado la posibilidad de regentar un establecimiento farmacéutico, pero mi padre me sugirió contrastar esa experiencia. Fue un acierto realizar prácticas en un comercio de ese tipo, pues me permitió corroborar que aquel negocio era inviable para mí. Evalué los costes de alquiler y de personal que supondría tener una Oficina de Farmacia, contrastándolo con los márgenes que se barajaban en ese canal, y llegué a la conclusión de que no resultaría rentable, toda vez que, en esos momentos, los tipos de interés giraban en torno al 17%. Mientras todavía prestaba servicio en la farmacia, envié mi candidatura a todos los laboratorios farmacéuticos de los alrededores, confiando en despertar el interés de sus directivos. Una pequeña y joven empresa, Laboratorios Interpharma, me ofreció la oportunidad de incorporarme a su organización, tras haber cursado baja por enfermedad su director técnico. Fue una etapa muy enriquecedora, que se prolongó durante casi doce años, y donde tuve la oportunidad de desarrollar productos de dermofarmacia, medicamentos e insecticidas, pues entonces, además, proliferaban los piojos y no todas las firmas contaban con las autorizaciones para su fabricación. Aquel era un trabajo arduo, mientras que tratar con la Administración y sus reglamentaciones no resultaba fácil. De ahí que, cuando surgió la opción de sumarme a Vera Perfumería y Cosmética, no lo pensé dos veces, pues la cosmética me apasionaba y se revelaba como una faceta más creativa, atractiva… y agradecida.

 

En los años ochenta, al sector cosmético se le auguraba un gran futuro

Vera Perfumería y Cosmética estaba radicada en Alella y fabricaban todo tipo de cosmética. Hasta la llegada de Margaret Astor, se erigía en la marca más importante de cosmética decorativa en España. Aquello significó mi irrupción en el ámbito de la cosmética de color, un mundo en plena efervescencia y al que se le pronosticaba un gran futuro. La oferta era muy limitada, pues en los 70 e inicio de los 80 apenas había sombras de ojos y solo algunas propuestas de belleza de tratamiento como el cold cream o las marcas Pond’s, Roc o Vichy. Yo había realizado un curso innovador en la materia y había descubierto una esfera que me cautivaba y donde veía un sinfín de oportunidades creativas. Era consciente de los problemas económicos que arrastraba la compañía, pero aun así acepté la propuesta de incorporarme a ella, como director técnico, al considerar que significaba un paso muy importante en mi carrera y la posibilidad de adquirir un profundo conocimiento en esa área tan atractiva. A los dos años, sin embargo, se me planteó la posibilidad de asumir un nuevo reto. El Grupo Agrolimen deseaba desarrollar la franquicia de tiendas Sophie Noëll y reclamó mis servicios como directora técnica. A ese cometido le añadí la creación del primer gel de baño enriquecido con body milk a escala mundial, después de que la cúpula de Genesse, firma del mismo grupo, se interesara por los productos que habíamos desarrollado (entre ellos, un gel de ducha con body milk destinado al pequeño comercio) y planteara la posibilidad de aprovechar sinergias para lanzarlo a nivel del gran consumo. A partir de entonces, también desarrollé una línea de productos básicos para piel y cabello, dado que su principal comercialización eran los perfumes.

 

En Sophie Noëll asumí la formulación de los productos y acudí a Suiza e Italia para desarrollar la fabricación

El desarrollo de las tiendas franquiciadas de Sophie Noëll se enfrentó a un mercado que no estaba preparado. El concepto era muy atractivo y los puntos de venta contaban con más de 300 referencias diferentes de productos para cubrir las distintas necesidades: geles de baño, exfoliantes, champús, cremas, maquillajes de todo tipo, solares… Yo asumía la formulación de la mayoría de los productos, pero la fabricación había que encomendarla a proveedores externos, algo que no resultaba fácil porque, en los 90, apenas existían en España empresas con el espíritu de producir para terceros, lo cual me llevó a viajar a Suiza e Italia y a acudir a compañías que cumplieran unos determinados estándares de alta calidad, acordes con la filosofía que Agrolimen quería imprimir a esa cadena. Al mismo tiempo, la entidad deseaba mantenerse fiel a sus principios de concentrarse exclusivamente en la comercialización y rehuir la fabricación. Una vez seleccionado el proveedor adecuado, este nos servía, mayoritariamente, en grandes bidones el producto a partir de la formulación que le trasladábamos y nosotros nos encargábamos de su correspondiente envasado en pequeños frascos. El grupo realizó una gran inversión en ese proyecto, con un amplio despliegue de tiendas, sin lograr conquistar al público de forma generalizada. A la vista de la evolución que adquiría esa división de negocio, y dado que Agrolimen era un grupo cuyo core business se hallaba en la alimentación, se planteó vender esa red de franquicias y la empresa Genesse con sus grandes éxitos. Esa decisión no resultó ninguna sorpresa para mí, dado que formaba parte del equipo directivo y era consciente de las opciones que se barajaban; de ahí que, ya por aquel entonces, hubiera empezado a sopesar la opción de poner en marcha mi propia empresa.

 

Primera empresa en España dedicada a I+D que, en el ámbito cosmético, creaba productos sin marca propia para otras entidades

La decisión de iniciar mi propio proyecto empresarial vino motivada por las sugerencias que recibía por parte de los profesionales de mi entorno, que me invitaban a aprovechar mi conocimiento técnico en cosmética y a proporcionar asesoramiento a empresas del sector. Mi compromiso con Agrolimen y mi ética me lo impedían, pero, ante la nueva coyuntura, vi que era el momento de dar un paso adelante. El concepto residía en prestar servicio al cliente a través de plasmar una idea en un producto cosmético tangible y personalizado. En función de sus necesidades, podíamos perfilarle la solución y construírsela físicamente para que el cliente la lanzara al mercado. De este modo, en 1995 nacía Ternum, en colaboración con Marisa Betés, a quien había conocido a finales de los 80 cuando estaba en Vera porque estaba realizando un máster y deseaba llevar a cabo un proyecto de final de carrera en torno a la cosmética. Me gustó su talante y profesionalidad e incluso le propuse entrar en Agrolimen. Tras una etapa en Laboratorios Cusí, en Braun, en cosmética, en alimentación y en un laboratorio farmacéutico, se tomó un paréntesis para disfrutar de la maternidad, momento en que retomé el contacto con ella y le propuse poner en marcha ese proyecto, en el que ella ha asumido principalmente las funciones de gerencia, marketing y relación con los clientes, ya que, a pesar de tener también la carrera de Farmacia, su perfil siempre ha estado más orientado hacia la dirección comercial y empresarial. Nos convertíamos, de este modo, en la primera empresa en España dedicada a I+D que, en el ámbito de la cosmética, creaba productos para otras empresas sin marca propia. Entendíamos que, si nos proponíamos ofrecer el nivel máximo de servicio a nuestros clientes, no debíamos desarrollar nuestra marca, dado que las opciones alternativas que podríamos ofrecerles en ese segmento nunca resultarían tan competitivas como la propia.

 

Nos propusimos democratizar la industria de la cosmética, prestando servicio incluso a aquellas empresas que no se lo podían permitir

La nuestra no era una empresa convencional. Sabíamos que dedicarnos a I+D no era la opción más rentable, pero nos movían otras inquietudes. Queríamos prestar servicio a todo el mundo, democratizar la industria de la cosmética, para que cualquier empresa pudiera llevar a cabo sus proyectos independientemente de que tuviera recursos o no. A aquellos clientes que no podían asumir la inversión, les proponíamos un contrato según el cual la fórmula que les creábamos se mantenía bajo nuestra propiedad hasta alcanzar un determinado número de unidades comercializadas, momento en el que, tras haber sufragado el canon pertinente, pasaban a ejercer todos los derechos sobre la misma. Los proyectos son caros, pues tras ellos existen muchas horas invertidas en investigación. Y, en ocasiones, más allá de la efectividad del producto, se requiere saber venderlo. El negocio fue prosperando y, a finales de los 90, se me ocurrió realizar una incursión en la cosmética natural, desarrollando fórmulas que evitaran la intervención de productos sintéticos. Para ello recurrí a ingredientes de la alimentación, como por ejemplo almidones, y a la imaginación, ideando cosméticos especiales, como una mascarilla con espinacas o con flores de manzanilla. Las propuestas naturales generaron expectación en el mercado y pronto acudieron a Ternum empresas interesadas en desarrollar fórmulas bajo ese concepto. En esa época no podíamos garantizar productos 100% naturales, pero sí nos revelábamos como una alternativa innovadora frente a la industria cosmética tradicional. Fuimos, por tanto, pioneras en la cosmética natural, rama de producto que ahora sí fabricamos de manera íntegra con componentes incluso 100% naturales y que hoy constituye el 85% de nuestra investigación y producción.

 

La guerra de Ucrania ha truncado la evolución positiva adquirida por la cosmética en las últimas décadas

Ese espíritu colaborativo con el que nacimos lo mantenemos. Prueba de ello es que, en 2016, acudieron a nosotros unos jóvenes que, a partir del trabajo de un máster, crearon una startup orientada a la cosmética natural. Sus ideas habían sido rechazadas por otros laboratorios, pero nosotras quisimos respaldar su proyecto. Sus productos contaron con buena aceptación en el mercado tras su lanzamiento. Al estallar la pandemia, el dominio de las nuevas tecnologías permitió a esos jóvenes acelerar la introducción de los mismos y, en la actualidad, su compañía se ha convertido en un éxito mayúsculo. Por ello, Ternum también se vio beneficiada durante la etapa de la crisis del coronavirus, a diferencia de lo ocurrido a partir de la guerra de Ucrania, que ha provocado la escasez de materias primas, el incremento de la inflación y, en consecuencia, el aumento de los precios y la caída del consumo, pues los productos cosméticos no se hallan entre los esenciales y el público, ante la pérdida de poder adquisitivo, prioriza las primeras necesidades, como la comida o la ropa. De algún modo, se ha truncado un poco la evolución tan alcista y continua experimentada por la cosmética desde los años 80, cuando la sociedad adquirió consciencia de la importancia de cuidarse.

 

La cosmética tiene un componente lúdico: es el premio

El bienestar emocional resulta muy importante, de ahí que la cosmética ejerza una labor fundamental para sentirse bien con uno mismo. A diferencia de otros productos que cubren unas necesidades primarias, la cosmética tiene un componente lúdico, es el premio. Y ahí intervienen múltiples sentidos. La vista actúa sobre la imagen del producto y el packaging, que suele ser la presentación para el cliente y el que le despierta la atención inicial y el interés, lo que explica su importancia. Desde Ternum desarrollamos toda la investigación completa del producto, pero dejamos que nuestros clientes se hagan cargo de su diseño, ya que descubrimos que, si no se vinculaban en algún punto de la cadena creativa, ello podía llevarles a no saber vender adecuadamente el artículo: es menester que sientan que es suyo. Asimismo, el olfato y el tacto juegan un papel crucial en lo que denominamos neurocosmética, que hace referencia a aquellos componentes que actúan sobre la parte emocional de la persona y le aportan confort y bienestar.

 

Es más rigurosa la legislación cosmética que la alimentaria

Nuestro equipo está compuesto por nueve mujeres fantásticas: tres químicas, una bióloga, dos farmacéuticas, una especialista en control de calidad y dos personas dedicadas a cuestiones comerciales y administrativas, respectivamente. Diariamente demuestran su entrega a un proyecto que ya acumula más de dos mil fórmulas cosméticas de tratamiento, desde productos para las uñas o el cabello hasta callicidas, antiarrugas… No tocamos la cosmética decorativa, solo algunos productos y apenas productos de perfumería. Cada año nuestros clientes lanzan al mercado entre 70-100 nuevos productos desarrollados por Ternum Cosmetics, fruto del estudio que hacemos aportando las novedades y tendencias futuras del mercado, y así poder cumplir con las inquietudes de nuestros clientes, con quienes procuramos mantener un trato muy cercano y fluido y asignarles un interlocutor específico para que el grado de entendimiento y empatía sea máximo. Antes de lanzar cualquier novedad al mercado la sometemos a estrictos estudios de estabilidad, viabilidad y eficacia, a fin de cumplir con las normativas comunitarias y otras mundiales, que se hallan en constante evolución. Es más rigurosa la legislación cosmética que la alimentaria, a pesar de que la piel sana suele ejercer de filtro de la mayoría de sustancias, mientras que la ingesta de un producto supone su introducción definitiva en el cuerpo. Somos una empresa pequeña y hemos renunciado a ampliar nuestro negocio precisamente con el fin de garantizar que nuestros procesos y resultados sean óptimos para nuestros clientes. Estoy muy agradecida tanto a Marisa, con quien siempre hemos mantenido una extraordinaria sintonía y nunca hemos tenido desavenencias, como con el resto de colaboradoras, que hacen posible el encadenar innumerables éxitos durante casi 30 años de trayectoria. Me he sentido siempre muy arropada por mi familia. Si ya disfruté de su cariño en la infancia, la vida me ha regalado un marido, Eduardo Briones, en quien hallo una profunda comprensión por mi carrera profesional, tanto por su condición de empresario, como su talante respetuoso y paciente con mi entrega al trabajo. No hemos tenido hijos, pero me siento inmensamente colmada por su hijo y, además, por mis doce sobrinos con amplia descendencia, todos ellos estupendos. Soy consciente de que estoy en la fase final de mi trayectoria laboral, lo cual me ha llevado a reducir mi dedicación a la empresa, ampliando los fines de semana al viernes; pero todavía invierto tiempo en esta actividad, en la que me he sentido muy realizada, al poder dar rienda suelta a mi creatividad.