Marta Roxana Chávez Crisonino
Fotografia cedida
11è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Marta Roxana Chávez Crisonino

Fundadora de Aspöck Ibérica, S.A.

Texto del 19/02/2019

El emprendimiento corre por las venas de esta profesional, que se ha abierto camino en un entorno mayoritariamente masculino como es el mundo del vehículo industrial. Un carácter rebelde y un espíritu combativo le han permitido superar los numerosos obstáculos a los que la vida la ha sometido, reinventándose constantemente gracias a su afán por aprender y a su gran capacidad de adaptación, en una trayectoria laboral y personal llena grandes éxitos y alguna decepción.

 

Mi madre, una mujer admirable que dedicó su vida a ayudar a los demás

Tengo orígenes alemanes, italianos, palestinos y salvadoreños/españoles, pues tanto mi familia paterna como la materna vivieron experiencias migratorias que les llevaron a confluir en El Salvador, en cuya capital nací. Mi infancia resultó un tanto compleja, porque a los siete años mis padres se divorciaron, lo cual ocasionaba ciertas tensiones en el hogar. Pese a que mi padre, Rolando, reclamaba la patria potestad de los tres hermanos, el juez solo le asignó la tutela del varón, mientras que las dos chicas quedamos bajo la custodia de nuestra madre, Ítala. No obstante, fueron los abuelos maternos quienes nos criaron. Agradeceré siempre a mi abuela Vera haber contado con su ayuda incondicional inclusive viviendo ya en Barcelona. Ítala, mujer admirable, cursó Psicología y, tras haber trabajado en la empresa de fotografía fundada por mi abuelo, se dedicó a atender a niños con problemas de aprendizaje. Gracias a su labor, logró que muchos pequeños superaran su incapacidad para el habla. Dedicó media vida a estudiar y enseñar, pues al margen de la carrera, realizó la maestría en Psicoterapia, el doctorado en Psicología Clínica, era catedrática en cuatro universidades, asistía a distintos congresos, impartía seminarios… Encima, también estudió Administración de Empresas.

A mi abuelo se le atribuye la primera película de la historia del cine en El Salvador

La familia materna proviene de Castilnovo di Conza, una localidad de la Campania italiana. Mi abuelo, Virgilio Crisonino Custode, era óptico y, a principios del siglo pasado, emigró a Nueva York con su hermano. En un determinado momento, viajó a El Salvador a visitar a su primo. Allí conoció a mi abuela, Vera Bannow Becker, veinte años menor que él y de ascendencia alemana; sus padres, químico y enfermera originarios de Treptow (Berlín), habían abandonado su país cuando él fue requerido para producir la primera fórmula de cerveza en El Salvador. Mi abuelo, un hombre muy elegante, quedó tan prendado del país centroamericano como de Vera. El amor propició el matrimonio entre ambos y que Virgilio decidiera afincarse en El Salvador, donde vio posibilidades de negocio. Aprovechando su experiencia como óptico y sus contactos en Estados Unidos, introdujo Kodak en esa área geográfica, convirtiéndose en representante de la firma en Guatemala y El Salvador. A él se le atribuye la filmación del primer largometraje de la historia del cine en ese país, Las Águilas Civilizadas, una película en 35 mm que narraba la historia de amor entre una campesina y su patrón, y que se exhibió por primera vez en 1927. Cuarenta y cinco años más tarde, en 1972, fue condecorado con la medalla de Cavaliere della Stella della Solidarietà Italiana por su carácter emprendedor.

Un padre estricto que alentó mi rebeldía

Mi padre también era fruto de una relación de personas de distinto origen, pues su progenitor, Emilio, era un comerciante palestino que había emigrado a Centroamérica en busca de oportunidades. Su madre, Ana Julia, era salvadoreña y fue con ella con quien se crio, razón por la cual Rolando decidió anteponer el apellido materno al del padre, dado que este no le reconoció como hijo legítimo hasta antes de fallecer. Mi padre, que en su juventud se ejercitaba con las pesas y llegó a ser Míster El Salvador, dedicó su vida al sector de la automoción. Aficionado a los coches y a las carreras automovilísticas, fue director comercial de Mercedes Benz en mi país de origen. En realidad, esa es una de las cosas que compartíamos: la pasión por todo lo que concierne al motor. Recuerdo que se mostraba severo con mis hermanos y, especialmente, conmigo, pues a menudo acababa asumiendo los castigos por travesuras que no había cometido. Precisamente su carácter estricto le llevó a corregirme mi pronunciación de la «r», que posiblemente arrastraba por mis orígenes alemanes. No cejó en su empeño hasta que logró que la reprodujera correctamente. Creo que debido a esa rigidez en su educación afloró en mí una personalidad rebelde durante la infancia y la adolescencia que, con el tiempo, he logrado moderar.

Campeona de la primera carrera automovilística de mujeres

Si tengo que rescatar un episodio especialmente agradable con mi padre es la primera carrera de mujeres que se celebró en El Salvador. Él había logrado inculcar en mí la atracción por los coches, el motor, la velocidad… Recuerdo que tenía un Corvette, cuyo ruido yo tenía tan interiorizado que, cuando él venía a vernos, decía: «Ahí viene mi padre». Era en 1979 cuando me puse al volante de un Golf GTI para competir en el circuito de El Jabalí. Mi madre no encajó demasiado bien ese capítulo, pues tras conocer que iba a participar en la carrera decidió marcharse esos días a Panamá. En total éramos once chicas y teníamos que cubrir treinta o cuarenta vueltas al circuito, en una competición que conseguí ganar, al cubrir la distancia con un tiempo inferior al que ostentaban algunos pilotos masculinos. No resultaba aceptable para una parte de la sociedad que unas mujeres protagonizaran esa prueba. Paradójicamente, había más detractoras en el colectivo femenino que en el masculino. Eso comportó que la mayoría de mis competidoras participara con seudónimo en la carrera. Algunas lo hicimos con la identidad auténtica, inmunes a las críticas que podíamos recibir. También me mostraba poco vulnerable ante las provocaciones que sufría por parte de algunos chicos que entrenaban en el circuito, aunque, eso sí, no podía evitar que superar a cualquier piloto masculino significara un estímulo para mí.

Sin haber tomado nunca clases de conducir, cogí el coche de mi madre a los catorce años

Mi relación con los automóviles, sin embargo, venía de lejos. Cuando era adolescente ya conducía; nadie me había enseñado, pero siempre había observado cómo lo hacían mis padres y un día me atreví a conducir por primera vez. De ese modo, con solo catorce años, decidí coger el coche de mi madre, un Mustang blanco. Subí al coche y acudí a buscar a unas amigas, con las que vivimos una divertida experiencia. Tuvimos que solventar un doble obstáculo, como era que no podía introducir la marcha atrás y que teníamos que repostar combustible para evitar que mi madre sospechara que le había tomado prestado el vehículo sin su conocimiento. ¿Cómo lo resolvimos? Dejé el coche en punto muerto y, con la ayuda de mis amigas, empujamos el automóvil para llenar el depósito.

Siempre me ha gustado mucho leer, porque entiendo que es la fuente del conocimiento

Mi escolaridad transcurrió en cuatro colegios de monjas; en el penúltimo, en régimen de internado. Alguno de los cambios de centro obedeció a expulsiones motivadas por mi carácter, más que inquieto, rebelde. Mi madre llegó a tenerme castigada sin salir del internado durante los fines de semana por mi comportamiento. Finalmente, llegamos a un pacto, en el que, a cambio de comprometerme a mejorar mi actitud (aprendí a coser, a cocinar… me convertí en un ángel), mi madre me correspondió con la libertad los sábados y domingos, que compartía con buenas amigas que todavía conservo: Lydia Mercedes Cortez, Francesca Uggetti y Karla Quelh. Con estas dos últimas, de hecho, hemos realizado recientemente un viaje a San Francisco, donde vive una de ellas, y recorrimos California, Las Vegas… Pese a todo, fui buena estudiante, pues me gustaban mucho la química, la física, las matemáticas o la geometría. Era más de ciencias que de letras, pues de las humanidades solo me atraía la historia. Siempre me ha gustado mucho leer, porque entiendo que es la fuente de conocimiento. Procuro sacar provecho de todo lo que leo y de todo lo que escucho, porque escuchar también es muy importante; sobre todo para corregir lo que no hemos hecho bien.

A Barcelona tras estallar la Guerra Civil en El Salvador

Si bien yo soy rubia y me parezco a la familia de mi madre, mi hermana Patricia es morena como mi padre, y Alfredo, nuestro hermano, quedó a medio camino de ambos. Él y su familia siguen viviendo en El Salvador, mientras que Patricia se casó con un ingeniero civil francés que había venido a nuestro país para dirigir la construcción de uno de los puertos salvadoreños en la Unión, en el golfo de Fonseca. Una vez concluida la obra, ambos partieron a París y ahora viven en Montpellier. Idénticos pasos hacia Europa emprendí yo, tras haber coincidido con Juan Andrés Castillo Jansa, un catalán que había viajado a nuestro país para visitar a una prima hermana, casada con un salvadoreño que se dedicaba a la cosecha del café. Lo conocí a través de un grupo de amigos en común y enseguida congeniamos, porque a él también le gustaba la conducción. Juan llevaba varios años participando en diferentes rallyes en Catalunya y se brindó a darme lecciones para perfeccionar la conducción para competición. Aquella relación culminó en un matrimonio que este diciembre superara los cuarenta años. Enamorado de El Salvador, estaba dispuesto a arraigar su vida en mi país. Sin embargo, al estallar la Guerra Civil, en 1979, me propuso venir a Barcelona, a la espera de que la situación mejorara. Lamentablemente, El Salvador no ha recuperado aún la estabilidad. Vine a Barcelona por primera vez en diciembre de ese año y me gustó mucho. Y cuando regresé de nuevo a la capital catalana, en mayo de 1980, fue para quedarme ya definitivamente.

Viviendo con angustia el 23F

El escenario en España no era especialmente boyante, pero era preferible al que se vivía en El Salvador. Existía bastante inestabilidad, tanto a nivel laboral, con un alto índice de paro, como político, pues el país se hallaba en plena Transición. Prueba de ello es el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, que viví con inquietud porque Juan estaba en Madrid visitando a un cliente y yo estaba en Barcelona, todavía sin disponer de nacionalidad española, pues no la logré hasta el año siguiente. Fueron dos días con muchos nervios, en los que la intervención del rey Juan Carlos I resultó decisiva para evitar que la insurrección prosperara. El monarca hizo mucho por la democracia.

Entiendo, escribo y hablo catalán, aunque no suelo utilizarlo

Cuando llegué a Barcelona, lo primero que hice fue matricularme en un curso intensivo de catalán, porque me di cuenta de que la mayoría de la gente se me dirigía en este idioma y para mí resultaba frustrante no entender qué me decían. El curso, de seis meses de duración, resultó muy fructuoso; sobre todo porque casi eran clases particulares, ya que éramos ocho alumnos en el aula, lo cual denota que en esa época apenas había inmigración, pues no había extranjeros deseosos de venir a vivir aquí. Una vez superado, logré entenderlo, escribirlo y hablarlo, pero no suelo utilizarlo; tuve algunos disgustos con personas que me hablaban en catalán pese a conocer mi condición de extranjera. En cierto modo, es un acto de rebeldía ante esa actitud hostil. Nuestras hijas, Erica y Carla, dominan a la perfección ambos idiomas, porque Juan les habla en catalán y yo lo hago en castellano.

Ahora, con veintidós años una chica ni siquiera ha salido de casa

Erica ya había nacido cuando vine a vivir a Barcelona. En El Salvador había empezado a cursar Administración de Empresas e, incluso, había trabajado en un banco. Con casi veintitrés años, me encontré que no disponía de nacionalidad española, un verdadero problema para poder trabajar. Al mismo tiempo, quise convalidar los años de estudios universitarios, pero apenas me reconocieron algunas asignaturas, por el plan de estudios, con lo que prácticamente tenía que empezar de nuevo. Aun así, no me rendí y me matriculé en Ciencias Empresariales, compaginando la carrera (estudiando de noche) con el trabajo y el cuidado de mi hija durante varios años. No logré licenciarme, y culminar esos estudios constituye una asignatura pendiente que confío en solventar algún día. Antes, con veintidós años estábamos casadas, teníamos hijos y nos atrevíamos a todo. En los países latinos esa concepción todavía es válida y aceptada, pero en Europa una chica de esa edad ni siquiera ha salido de casa. Ahora no acceden a la maternidad antes de los treinta y cinco años, cuando ya tienen su coche, su hogar, su carrera encaminada…

Me informaron de que no me renovaban el contrato por estar embarazada

 Al principio me invadía cierta soledad, porque mi marido trabajaba para una multinacional alemana y frecuentemente estaba de viaje. Eso significaba, asimismo, hacerme cargo de la familia, mi trabajo, estudios… Mi vida experimentó un cambio laboral importante en 1985, al incorporarme a una empresa del grupo Contenemar, orientada al transporte marítimo a Canarias. A su alrededor reunía un grupo de hasta sesenta y cuatro empresas que asistían a la naviera, con firmas dedicadas a la estiba, al control de aduanas, a la logística… Mi cometido en la compañía era asistir a Joaquín Gener, un hombre recto, con carácter, a quien le preparaba la documentación para presentar en los consejos de administración. Esto me permitía acceder a la información de las empresas, pues por mis manos circulaban todo tipo de memorias y dosieres relativos al transporte por carretera, almacenaje, fletes, etc. Gracias a mi formación, podía analizar la contabilidad, revisarla y adquirir conocimientos del entorno logístico. Aquella etapa profesional, sin embargo, tuvo un desenlace desagradable, pues a los tres años no quisieron renovarme el contrato. La dirección de la empresa, que admitió estar satisfecha con mi labor, argumentó que el motivo era mi situación de embarazo. En ese momento, estaba encinta de siete meses de mi segunda hija.

Consolidé mis conocimientos sobre contabilidad, financiación y logística en YAMOSA

A mediados de los ochenta, las mujeres no gozábamos del grado de protección que existe ahora. Recuerdo que, al mes siguiente de haber sido despedida, volé a Berlín, a la zona comunista, para acompañar a mi marido en un viaje profesional. Fue una auténtica aventura, porque estaba de ocho meses y tuve que rellenar largos formularios, dada mi situación, hasta el punto de tener que correr el riesgo de, en caso de que naciera el bebé allí, no poder sacarlo del país… Por fortuna, Carla nació en Barcelona y, a los pocos meses, logré un nuevo puesto de trabajo, por lo que la confié a una guardería. Mi nueva empresa era Yates y Motores, S.A. (YAMOSA), firma especializada en componentes de barcos de recreo y deportes acuáticos. Me contrataron para el Departamento de Compras, y gracias a mi experiencia en exportación pude prestar apoyo también en esa otra área. Escasos meses después, fui nombrada jefa de Compras y Logística. Durante más de tres años desarrollé mi carrera laboral en esa firma. Me gustaba trabajar en esos departamentos, donde controlábamos pedidos y entregas; recuerdo el programa Lotus, que nos permitía una gran precisión gracias a las estadísticas que extraíamos sobre las referencias comercializadas en el año anterior. Hay que tener en cuenta que la náutica es un deporte estacional, lo que comporta que las empresas destinen seis meses a planificar sus compras, como anclas, cadenas, luces, velas, hélices, cabos, lo referente a seguridad para la embarcación y demás componentes, y el otro medio año, coincidiendo con la temporada alta de la actividad, a suministrar ese material. En esa compañía adquirí una gran formación sobre la actividad náutica al tiempo que consolidé mis conocimientos sobre contabilidad, financiación y logística.

Un nuevo reto laboral junto con mi marido

Coincidiendo con mi etapa en YAMOSA, mi marido trabajaba para la multinacional Jurid Ibérica, compañía dedicada al desarrollo y la comercialización de pastillas de freno para turismos y zapatas para vehículos industriales. En esa firma, Juan había empezado como comercial y había sido promocionado a director comercial. Al alcanzar los diez años de trayectoria en esa empresa, se puso en contacto con él una compañía de cazadores de talentos, que había sido contratada por una firma angloalemana, GRAU, interesada en establecer una subsidiaria en España y que se complementaba en el mismo sector en el que él venía desempeñando su carrera. Juan decidió considerar la propuesta y acudió a entrevistarse con sus responsables, los cuales le expusieron el presupuesto que destinarían al proyecto, el tipo de producto a comercializar y los objetivos que se proponían. Él aceptó el reto, contando siempre con mi apoyo por mi experiencia en logística. En 1990 accedí a trabajar con él y empezar un nuevo reto… empezar de cero. Buscamos unas oficinas, abrimos unos almacenes y fundamos GRAU en España, que inicialmente tuvo su sede en Granollers y, poste- riormente, en Parets del Vallès. Mientras él se dedicaba al área técnica comercial, yo asumía la vertiente logística y administrativa. El área financiera, al principio la compartimos entre los dos, hasta que incorporamos a un profesional especializado que se hizo cargo de ella. Poco a poco, fuimos creando los distintos departamentos para el perfecto funcionamiento de la compañía. De este modo, casi sin darnos cuenta adquirimos un aprendizaje en torno al proceso de creación de una empresa multinacional.

La vida me deparaba una oportunidad para llegar a ser empresaria

Todo ello se realizó con mucha ilusión, pues en ese momento visualizaba que se estaba preparando uno de los sueños de mi vida, como era el de disponer de nuestro propio negocio. Antes de abandonar El Salvador, cuando estaba estudiando, aspiraba a crear y dirigir una empresa. El estallido de la Guerra Civil y el abandono del país habían derrumbado esos sueños, pues veía difícil enderezar el rumbo y poder llegar a cumplir ese anhelo algún día. Sin embargo, con el tiempo, y gracias a los esfuerzos y sacrificios de ambos, accedíamos a una oportunidad futura.

Tratar con unos productos tan técnicos nos obligó a adquirir un profundo conocimiento del sector del vehículo industrial

Durante dos años estuvimos trabajando para grau, en lo que significó para mí una completa inmersión en el sector del vehículo industrial y del turismo. Disponíamos de un producto muy técnico, los sistemas ABS de frenos para vehículo industrial. Ese sistema se concibió para evitar la denominada «tijera», que afectaba a los vehículos articulados al bloquearse las ruedas en algunas operaciones de frenado, lo que provocaba que los tráileres se cruzaran en la carretera, con el grave riesgo que eso comportaba. Cuando empezamos nuestra etapa con esa empresa, la legislación española no obligaba a incorporar ese sistema en los vehículos y había que recurrir a hacer pedagogía acerca de que esa tecnología era la indicada para la seguridad en el transporte. Tratar con unos productos tan técnicos nos obligaba a adquirir un profundo conocimiento de su entorno, estudiando las características de los frenos, formando a nuestra red de ventas y contrastando las homologaciones de la TÜV, entidad alemana encargada de certificar los productos que permiten que un vehículo cumpla todos los requerimientos en cuanto a seguridad, según leyes europeas, y resulte apto para circular por las carreteras. Juan me ayudó a familiarizarme con esos productos y esta tecnología. Cuando nuestra subsidiaria se encontraba consolidada y en fase de expansión, una multinacional americana, Midland Grau, se postuló para absorberla.

Del modelo alemán, al americano y al sueco

Midland Grau era una multinacional de mayor tamaño y se avino a respetar los centros de producción de los que GRAU disponía en Inglaterra y en Alemania. Su propósito era seguir desarrollando el negocio de los sistemas ABS, pero aportaba otros artículos complementarios, como por ejemplo forros de freno, de sus fábricas en América. Aquella absorción supuso adaptarse a nuevos métodos de trabajo, con una mentalidad americana y una estructura más compleja. Transcurridos tres años, nos enfrentamos a un nuevo cambio de propietarios, pues Midland Grau fue adquirida por una compañía sueca, HALDEX, líder en palancas de freno automáticas. Nuevamente, nos vimos obligados a cambiar nuestros hábitos profesionales, para adecuarnos a las directrices de una firma de perfil escandinavo. Con esta compañía trabajamos dos años, dado que pronto afloraron discrepancias con ellos, básicamente porque una de sus prioridades residía en reducir estructura. La nueva propiedad abogaba por clausurar el almacén que teníamos en España, que tantos esfuerzos había costado levantar, para centralizarlo todo en almacenes en Estrasburgo. Analizamos que, si habíamos ganado la confianza del mercado ibérico (porque también operábamos en Portugal), era gracias al servicio y a la logística; no podíamos renunciar a ese factor, y difícilmente podríamos, en veinticuatro horas, proporcionar una pieza de recambio a un tráiler averiado en la autopista si dependíamos de un almacén ubicado en Francia.

Multinacionales que nunca me valoraron profesionalmente por ser mujer

Como mujer, había algo que me molestaba enormemente por parte de esas empresas multinacionales. Tanto Midland Grau como los propietarios suecos contemplaban un sistema retributivo que incluía bonus para los directivos. Para todos… a excepción mía, pues, pese a dirigir el Departamento de Compras y Logística, argumentaban que mi marido ya percibía un salario generoso. Esta fue la única desventaja que tuve al trabajar con él durante diez años. Nunca me valoraron económicamente mi profesionalidad… aunque siempre habíamos procurado que no se mezclaran ambas facetas, e incluso había clientes que desconocían que éramos marido y mujer, porque nuestro comportamiento en la empresa observó siempre una actitud absolutamente laboral.

Juan me preguntó si nos subíamos al tren de la oportunidad y le respondí que sí

En 1999, cuando nos encontrábamos bajo la tutela de la multinacional sueca, comercializábamos los productos de una empresa austriaca, Aspöck, que fabricaba la parte eléctrica de los vehículos. Aquello constituía una oportunidad interesante para complementar los productos relacionados con el sistema de frenos. Esa decisión no resultó del agrado de la dirección escandinava, que torció el gesto cuando les anunciamos nuestro propósito de ampliar nuestra estructura de cara a atender la propuesta del primer fabricante de semirremolques de España, que deseaba instalar nuestros equipos eléctricos en sus vehículos. Ello suponía emplear a dos personas más, y ampliar los stocks, pero los suecos abogaban por la reducción de la estructura de la empresa. Así las cosas, cuando Juan me llamó desde Zaragoza diciéndome que tenía la propuesta en mano y me preguntó si nos subíamos al tren de la oportunidad, le dije que sí: era el momento de dar el paso y de crear nuestra propia empresa. Anteriormente habíamos desestimado una ocasión similar, nos habían ofrecido participar en una empresa como accionistas, un buen amigo y empresario aragonés del sector. Pero aquello implicaba trasladarnos a vivir a la capital aragonesa y, en ese momento, faltaban tres meses para que nos entregaran nuestra casa en el Maresme, que era una de las ilusiones de mi vida, por su cercanía al mar; al margen de lo que hubiera supuesto para nuestras hijas el cambio de colegios y amistades.

Aspöck Ibérica, S.A., la única subsidiaria del grupo de capital 100 % español

Con nuestra experiencia en multinacionales y en el sector del vehículo industrial, además del apoyo empresarial de Felix Aspöck y a nivel personal de nuestro gran amigo Jesús Velilla, hace veinte años levantamos Aspöck Ibérica, S.A., una aventura empresarial con capital íntegramente español, pues constituimos la compañía mi marido y yo, con una participación repartida al 50 %. Éramos conscientes del riesgo que asumíamos, ya que, en caso de que aquel proyecto no funcionara, nos veríamos en una situación muy comprometida. Desde Austria, Aspöck nos brindó su apoyo, al prorrogarnos el plazo de pago del primer stock de sesenta a ciento veinte días, así como el necesario soporte técnico que requiere un producto como el que íbamos a comercializar. Y así nos convertimos en la primera subsidiaria del grupo Aspöck Systems, líder mundial en la fabricación de sistemas eléctricos de iluminación para todo tipo de vehículos remolcados (incluyendo tráileres, maquinaria agrícola, automóviles, motocicletas y caravanas). En la actualidad, es un holding que dispone de filiales en Europa y Brasil, con un millar de empleados y plantas de producción tanto en Austria como en Portugal.

Los precios de venta al fabricante son inferiores en comparación con los de las piezas de recambio

Hemos conseguido la cuota del 80 % en el mercado español y un 70 % del mercado portugués con nuestros sistemas eléctricos para vehículo industrial, gracias a la calidad de nuestros productos y a nuestra gran experiencia. Nuestros contactos con proveedores del sector a nivel europeo nos han permitido diseñar un exhaustivo catálogo de recambios y crear una línea de negocio basada en esta actividad. De este modo, podemos suministrar con rapidez cualquier componente de nuestros sistemas eléctricos y todo lo relacionado con el aspecto eléctrico y la iluminación para los vehículos que circulan por las carreteras de la península Ibérica para que reanuden su marcha con la mayor brevedad posible. Con la línea de recambios nos hemos consolidado como empresa, y hemos logrado que la mayoría de vehículos industriales que circulan con nuestros equipos tengan la confianza de un buen producto y servicio a un precio competitivo. Hay que tener en cuenta, también, que el precio que se ofrece a los fabricantes es inferior al del recambio, de modo que existen dos nichos de mercado: por un lado, el producto de OE (o primer equipo), y el por el otro, el AM (o recambio). En este último seguimos las tarifas europeas del grupo.

Reinvertimos todos los beneficios en la empresa

En 2007 nuestra compañía llegó a sumar veinticuatro profesionales. Un año después, a consecuencia de la crisis europea, acusamos una caída del 15 % en la línea de recambios y un 70 % en la facturación de los fabricantes. En esa etapa cerraron muchas empresas del sector. Es algo que vimos venir unos meses antes, ya que el sector del transporte constituye un buen termómetro del consumo, y percibimos que se acercaba una situación compleja. No obstante, pudimos resistir gracias a que siempre habíamos reinvertido los beneficios en la compañía. La mayoría de empresarios, al finalizar el ejercicio, una vez liquidados los impuestos optan por retirar las ganancias. Nosotros hemos obrado en todo momento con una gran seriedad. Eso sí: tuvimos que reducir la plantilla. Entre nuestros directivos algunos llevan casi veinte años en Aspöck Ibérica SA. Es más: el financiero, el director comercial y uno de nuestros técnicos nos pidieron que, al zanjar nuestra relación con HALDEX, les contratáramos para seguir trabajando con nosotros. También reseño que nos vimos afectados por la suspensión de pagos de más de cuatro grandes empresas fabricantes de tráileres, pero gracias a tener aseguradas nuestras ventas a través del seguro de cobro del grupo Aspöck, al que estábamos adheridos, percibimos el valor de la deuda, a excepción del IVA correspondiente.

Percibimos ralentización en la actividad

A la compañía se ha incorporado Erica, nuestra primogénita, que ahora es la responsable del principal cliente –que fabrica más de una veintena de vehículos diarios–; su esposo, Mario, es nuestro director comercial de recambios. José Luis, responsable de carrocerías, que mantiene a la vez su propia empresa, especializada en etiquetado y trazabilidad, recientemente se casó con Carla, nuestra segunda hija; ella enfocó sus estudios a la sanidad. En la actualidad somos diecinueve profesionales y, por prudencia, preferimos no expandirnos más. También ahora percibimos que la actividad en Europa está ralentizándose y se rumorea que, después del verano, podríamos enfrentarnos a una nueva crisis. Contamos con unos quinientos cincuenta clientes y unos cuarenta proveedores, aunque los principales se reducen a una treintena. Ahora tenemos depositadas las expectativas en las cámaras de visión traseras para los tráileres, que confiamos que muy pronto serán obligatorias para facilitar las maniobras de sus conductores y evitar accidentes.

Monorrena por una negligencia médica

Con Juan compartimos dos nietos, Andrea y Mario, de doce y diez años. Ambos se perfilan como unos grandes nadadores, pues ya están compitiendo en los campeonatos de Catalunya. A mí el deporte me gusta, en especial la náutica, que practico desde hace seis años. Soy patrón de embarcación de recreo y, con la ampliación formativa, puedo dirigir barcos de hasta veinticuatro metros de eslora. En verano, al trasladarnos a las playas del Novo Sancti Petri, en Chiclana de la Frontera (Cádiz), alquilo un velero y puedo practicar este deporte. En ocasiones también participo en regatas en el Maresme como tripulación, pues no dispongo de mi propio barco. Las sensaciones al navegar son extraordinarias, solo oyes el sonido del viento, de las velas o de las olas rompiendo contra la proa; me ayuda a desconectar del trabajo. También me gustan los deportes de riesgo. Todo ello pese a ser monorrena, pues en 1993 tuve que someterme a una operación de urgencia por un carcinoma de cuello de útero y, por una negligencia médica, un riñón quedó inactivo. Aun así, solo estuve diecisiete días de baja laboral. Probablemente ahí exhibí la parte más alemana de mi personalidad.

Juan siempre ha esperado lo mejor de mí y nunca le he defraudado

Trabajar en un sector característico de hombres como es el de la automoción y el vehículo industrial ha resultado menos fácil para mí en algunos aspectos, pero debo reconocer que en Juan he encontrado un referente importante. Llevamos casi cuarenta años casados, treinta de los cuales trabajando codo con codo, y él se ha revelado como un gran profesional y conocedor del mercado. Aprendí de él en mis comienzos en el sector. La afición por los coches constituyó siempre un imán para trabajar y crecer juntos. Ha sido un hombre duro e inflexible que ha esperado lo mejor de mí, y puedo decir que nunca lo he defraudado.