1r Tomo (empresarios). Biografias relevantes de nuestros empresarios

Ramon Albert Raich – Tenka Best

RAMON ALBERT RAICH PUYOL

Granollers (Barcelona)

20 de noviembre de 1960

CEO de Tenka Best

Hacer de la necesidad virtud y convertir el problema en oportunidad: esta es la actitud vital de un empresario autodidacta en todos los sentidos, forjado en la cultura del esfuerzo y que creció de la nada hasta convertir su compañía en la líder mundial en soluciones para hacer frente a las molestias de insectos y de olores ofensivos. Tras ganarse la confianza de los principales operadores del sector de la distribución, hoy sus productos están presentes en cuarenta países. Sus laboratorios preparan inminentes innovaciones y desarrollos.

 

De mi padre heredé principalmente la cultura del esfuerzo

A sus ochenta y cuatro años, mi madre sigue conduciendo a diario

En la empresa de mi familia materna aprendí lo que no había que hacer

Con veinte años me sumé a la compañía familiar con dos de mis primos

Garantizar la calidad de todas y cada una de las unidades de venta

Si en Saplex adquirí conocimiento y formación, en Cial Bonodor gané cintura y entré en contacto con la gran distribución

Trabajando en un entorno plurinacional con mentalidades muy distintas

Si no conseguíamos ingresos, al mes siguiente no tendríamos ni para comer

Pasamos de estar al borde del abismo a disfrutar de una posición de privilegio

Josep llegó hasta el ministro exhibiendo un carnet de suscriptor de La Vanguardia

Unas buenas instalaciones permiten trabajar de manera óptima e inspiran confianza a los clientes

Inminente y revolucionario lanzamiento mundial

Estamos plenamente concienciados con la importancia de la sostenibilidad

Mercè es una persona que ilumina a quienes tiene a su alrededor

 

De mi padre heredé principalmente la cultura del esfuerzo
Mi infancia se desenvolvió en un ambiente familiar, marcado por la dedicación absoluta de mi padre al trabajo; una cultura del esfuerzo que se convertiría probablemente en la principal herencia que recibí de él. Profesionalmente, sin embargo, me encargaría de romper una tradición, porque la línea sucesoria como criador de cerdos iniciada por mi bisabuelo se truncaría conmigo. Esa actividad era la responsable de que nuestro hogar, ubicado en el corazón de una ciudad como Granollers, contara con un corral en el que, además de ganado porcino, también había gallinas. Como antaño, bajo el mismo techo convivíamos tres generaciones en perfecta armonía. Eso sí: con mi padre, Camil, apenas existía contacto, pues se levantaba a las cuatro de la mañana para ir a buscar ganado. Después de comer, dormía la siesta y, por la noche, se acostaba muy temprano para poder madrugar al día siguiente. Aquel ejemplo me serviría años después para darme cuenta de que, excepto que cuentes con mucho capital, debes invertir mucho tiempo y esfuerzo si deseas prosperar.

 

A sus ochenta y cuatro años, mi madre sigue conduciendo a diario
Rosa, mi madre, procedía de un ambiente muy distinto. En cierto modo, tras su matrimonio quedó un tanto desubicada, pues ella siempre se ha distinguido por un espíritu abierto y decidido; como corresponde al carácter emprendedor que tenían sus ancestros, dedicados a la producción y comercialización de aceite. Ella siempre ha exhibido un gran empuje, como lo demuestra que en su juventud tenía su propia moto y que, en la actualidad, con ochenta y cuatro años, sigue conduciendo el coche a diario y sin amedrentarse ante comportamientos agresivos de otros chóferes. Fue ella básicamente quien se encargó de criarnos a mis dos hermanos, Camil y Andreu, y a mí, en un patrón que todos reproduciríamos más tarde. Pero de la conjunción de temperamentos de nuestros padres puedo decir que extrajimos los mejores valores personales y un gran sentido de pertenencia a un hogar y a un clan, algo que, todavía en la actualidad, se mantiene muy vivo. Ese espíritu se hace patente en las reuniones familiares, en torno a la mesa, que periódicamente organizamos y que emulan las que solíamos disfrutar en una casa alquilada que teníamos en Vilassar, donde transcurrían los felices veranos de nuestra infancia y adolescencia.

 

En la empresa de mi familia materna aprendí lo que no había que hacer
De mi juventud, los recuerdos que rescataría están vinculados al baloncesto, deporte en el que destacaba y que me permitió llegar a entrenar con el primer equipo del Bàsquet Granollers, en la mejor época de este club, que militaba entonces en la división de honor. Eran otros tiempos, en los que jugadores de mi estatura todavía albergábamos alguna opción. Pero ese sueño deportivo acabó cuando se incorporaron efectivos de mayor nivel, momento en que pasé a disfrutar del baloncesto como espectador. Por esas fechas yo había empezado a estudiar Empresariales en un centro de Sabadell, en una aventura que apenas duró un par de años, cuando me incorporé a la compañía de mi familia materna. Aquella experiencia se reveló tormentosa pero edificante a la vez, porque a través de ella aprendí qué es lo que no se tenía que hacer en una empresa.

 

Con veinte años me sumé a la compañía familiar con dos de mis primos
Mi primera experiencia profesional, pues, se desarrolló en Aceites Puyol, que disponía de una de las mayores fábricas de aceite comestible en Catalunya. Pese a ser una empresa puntera, acusó la crisis de los años ochenta, de la que ya no lograría recuperarse después de una suspensión de pagos mal negociada. Yo tendría apenas veinte años cuando me sumé a la compañía, junto a dos de mis primos, quienes compartían conmigo la misma nula experiencia. Mi cometido era multidisciplinar, pues tan pronto estaba confeccionando facturas como cargando y descargando camiones. Si la situación de la firma ya era delicada, el estallido de la crisis del aceite de colza acabó de arruinar el negocio. Y es que, a raíz de aquellos sucesos en los que perdieron la vida centenares de personas, en la mente del consumidor se forjó la idea de que el aceite de precio asequible, como el nuestro, era perjudicial para la salud. El desenlace resultó traumático, con embargo de la propiedad y tensiones con el personal de la empresa que se negó a negociar una salida pactada.

 

Garantizar la calidad de todas y cada una de las unidades de venta
Aquella situación me sumió en una profunda desorientación, pues hasta entonces no había tenido que buscar trabajo porque había acudido a la empresa familiar. Encontré empleo en una inmobiliaria, vendiendo pisos, pero me resultaba incómodo y deshonesto tener que convencer a una pareja para que destinara sus escasos recursos a un zulo; hasta el punto de que renuncié al puesto e, incluso, a la retribución que me correspondía. También probé suerte comercializando pienso para perros. Finalmente, acabó por surgir la oportunidad de Saplex, la firma más importante de España en fabricación de bolsas de basura y una de las más destacadas de Europa. Se trataba de una empresa muy estructurada, con los objetivos muy claros, un entorno muy profesional y, eso sí, un alto nivel de exigencia. Ingresé en la misma en calidad de asistente del gerente, lo que me permitió un conocimiento a fondo en materia de red comercial, productos, administración… En un momento determinado, el gerente decidió promocionarme a jefe de ventas. No resultaba una labor fácil, pues la alta calidad de nuestro producto impedía competir en precio, a lo cual era muy sensible el mercado. Aun así, esa etapa me sirvió para aprender el valor del trabajo bien hecho y lo que significa mantener un estándar de calidad, que no equivale a unos promedios determinados, sino a garantizar que todas y cada una de las unidades de venta gozan de la misma.

 

Si en Saplex adquirí conocimiento y formación, en Cial Bonodor gané cintura y entré en contacto con la gran distribución
En la etapa de Saplex conocí a Josep Dalmau, quien me acompañaría posteriormente en mi aventura como emprendedor. Aquel alto nivel de exigencia se convirtió en un amplio aprendizaje en todos los sentidos, incluido el de renunciar a trabajar con clientes que no respetaran los plazos de pago o proveedores que no observaran ese mismo celo cualitativo. La alta exigencia llegué a sufrirla incluso en momentos importantes de mi vida privada. Pese a todo, mi paso por Saplex significó adquirir la formación de la que carecía y darme cuenta de que ese conocimiento, junto con disponer de información, te capacita para adoptar decisiones acertadas. Posteriormente, fui reclamado por una pequeña compañía de droguería y perfumería, Cial Bonodor, para asumir su dirección comercial. El grupo, orientado a los artículos para baño, desatascadores y antipolillas, contaba con una buena distribución, pero carecía de estructuración. La experiencia reciente me permitió llevar a cabo una labor que se reveló exitosa, al trasladar sus productos del canal especializado a los supermercados e hipermercados generalistas. Fue una época de constantes viajes, en la que gozaba de una gran autonomía y que me permitió entrar en contacto con la gran distribución y con una tipología de producto que tenía mayor margen de innovación que las bolsas de basura.

 

Trabajando en un entorno plurinacional con mentalidades muy distintas
Transcurridos cuatro años, tuve el deseo de crear un negocio propio. Esa inquietud la colmé con un proyecto tan sencillo como comprar plástico en España para venderlo en Francia. Me bastaban un ordenador, un teléfono y algún viaje esporádico para controlar a clientes y proveedores. Fue una idea que se reveló muy lucrativa, con poco esfuerzo, en la que cobraba a treinta días y pagaba a noventa. Pero era aburrido y, a los dos años, cuando un grupo francés que se había hecho con el control de Cial Bonodor me contactó para asumir su dirección general con una oferta económica muy tentadora, acepté el nuevo envite. El objetivo residía, básicamente, en introducir en España los productos que ya venían comercializando en Francia. Reclamé el concurso de Josep, quien ya no se separaría de mí en mi trayectoria profesional. Con su colaboración conseguimos ganarnos la confianza del noventa por cien de la distribución española. Fueron cinco años equiparables a un máster en Dirección de Empresas, en los que operamos en un entorno plurinacional con mentalidades muy distintas y una gran inversión publicitaria, incluso en televisión. Sin embargo, los problemas de la casa matriz en Francia comportaron la venta de la compañía y la pérdida del empleo.

 

Si no conseguíamos ingresos, al mes siguiente no tendríamos ni para comer
Decidí destinar la indemnización percibida a plantear un proyecto serio y sólido. Fue así como creé Tenka Best, una compañía orientada a desarrollar productos similares a los que me resultaban más familiares: antipolillas, desatascadores y parecidos. Fueron dos años muy duros en un entorno muy hostil, porque ni nuestra empresa ni nuestra marca ni nuestra oferta eran conocidas, y las puertas se nos cerraban de manera automática. Recuerdo haber hecho miles de kilómetros a bordo de un 4×4 obsoleto, comiendo a base de bocadillos y hospedándome en lúgubres pensiones. No era el único que se sacrificaba. En casa, Mercè renunciaba a comprarse ropa y hacía milagros para criar a nuestros hijos, quienes apenas me veían porque, como mi padre, casi siempre me hallaba trabajando. Pero los ahorros seguían consumiéndose, y llegó un momento en que mi esposa me dijo que, si no había ingresos, al mes siguiente no tendríamos ni para comer. Era 2008 y, si la situación no era suficientemente crítica, la Comisión Europea se encargó de agravarla. Porque fue entonces cuando se prohibió el paradiclorobenceno, el compuesto básico de los antipolillas, alegando su carácter cancerígeno si existía un contacto prolongado con el mismo. Aquello provocó el cierre de muchas empresas que se dedicaban a ese tipo de productos, y a nosotros nos dejó en una tesitura muy comprometida.

 

Pasamos de estar al borde del abismo a disfrutar de una posición de privilegio
Supimos transformar aquel problema en una oportunidad, al tiempo que creo que la necesidad agudizó el ingenio. Para buscar una alternativa al paradiclorobenceno ―la solución utilizada por nuestros abuelos en los armarios y que obligaba a ventilar a posteriori las prendas ante el olor que desprendían―, inicié un trabajo de investigación con el propósito de conocer qué soluciones se habían usado en la historia para hacer frente a esos insectos. Descubrí que anteriormente se recurría a la naftalina, pero su carácter nocivo nos llevó a desestimarla. Previo a ella, nuestros ancestros utilizaban el alcanfor, que no presentaba riesgos para la salud. Decidí comprar una partida de ese material, que adaptamos en pequeñas bolas y empezamos a comercializar. Dado que el mercado estaba desabastecido, el éxito fue rotundo. Sin embargo, un problema técnico nos impedía satisfacer la alta demanda existente, pues la producción masiva resultaba inviable, al fragmentarse y desintegrarse las bolas con el calor. Fue entonces cuando se nos ocurrió una solución basada en el material utilizado en las sartenes para evitar la adherencia, ocurrencia que nos marcó el camino a seguir para dar con la fórmula definitiva. Tras muchas pruebas y fracasos, alcanzamos nuestro objetivo, y el despegue fue inmediato. Tan bueno fue el resultado que la empresa líder del mercado acudió a nosotros para, después de felicitarnos por el descubrimiento, proponernos que fabricáramos para ellos. Habíamos logrado revertir una situación en la que, de hallarnos al borde del abismo, de repente estábamos en una posición de privilegio.

 

Josep llegó hasta el ministro exhibiendo un carnet de suscriptor de La Vanguardia
Ese momento dulce duró apenas un par de años, cuando el ministerio de Consumo optó por prohibir las bolas antipolillas. Para ello recurrió a la antigua ley del Código de Comercio, que establecía que en el canal de droguería no se podía vender ningún producto cuya apariencia fuera comestible. Arrasaron con nuestro negocio de manera integral. Pero no nos rendimos y nos planteamos buscar una solución diametralmente distinta. Nuevamente, el problema acabó descubriéndonos una oportunidad, porque ideamos una pastilla aromatizada, cuyo envoltorio facilitaba que el principio activo se expandiera hacia el exterior. Con ello lográbamos revertir un artículo que desprendía un olor poco agradable en un ambientador, al que, a las cualidades odoríferas, se le añadían propiedades de protección, lo que nos abría las puertas a nuevos consumidores. Bautizamos el artículo como Efiprotect, conseguimos que una empresa italiana nos fabricara las máquinas para su producción y solo nos restaba lograr la autorización por parte del ministerio. Sin embargo, las continuas llamadas a este no prosperaron, y tomamos la determinación de cambiar de estrategia. Tras saber que el Ministro de Industria, Joan Clos, viajaba a Senegal para una misión comercial, nos las ingeniamos para hacernos con una invitación. Acudimos a una recepción en la que habría un millar de personas. Nos hallábamos al final de la sala y veíamos imposible llegar hasta el ministro para trasladarle nuestra inquietud. Josep me pidió entonces la cámara fotográfica y, tras exhibir un carnet de suscriptor de La Vanguardia, logró hacerse pasar por reportero y llegar hasta el estrado, donde se hallaba el señor Clos, a quien no tardó en despertarle el interés por nuestro proyecto.

 

Unas buenas instalaciones permiten trabajar de manera óptima e inspiran confianza a los clientes
De regreso a Barcelona, insistimos con las llamadas al ministerio. Ante la pasividad mostrada, Josep les dijo: «Ya hablaré con Joan esta noche», ante lo que respondieron: «¿Quién es Joan?». Tras decirles que se refería al ministro, esa misma tarde nos recibía la directora general de Consumo, excusándose porque tenía que delegar la atención en el subdirector del departamento. Este no solo nos brindó máximo apoyo, sino que nuestro producto acabó siendo asimilado como estándar. Tras conseguir la confianza de uno de los líderes mundiales del sector de insecticidas, nos vimos en la necesidad de trasladarnos a unas instalaciones más modernas. Del centenar de metros cuadrados en Roda de Ter que teníamos hasta el momento, nos mudamos a Aiguafreda, donde creíamos que el millar de metros al que accedíamos sería suficiente para toda nuestra trayectoria empresarial. Cuatro años después, estrenábamos la actual sede, con cinco mil metros cuadrados y unas modernas instalaciones. En cualquier caso, somos una empresa constantemente auditada, que ha obtenido la ISO 9001 y, más recientemente, el certificado IFS HPC, garante de la excelencia de los procesos. Además, puedo afirmar orgulloso que, en toda la vida de Tenka Best, nunca hemos tenido ningún problema de calidad.

 

Inminente y revolucionario lanzamiento mundial
En la actualidad, estamos presentes en cuarenta países de cuatro continentes. El Departamento de Expansión lo lidera mi hijo Marc, que hace tres meses se trasladó a México, donde hemos abierto una filial para atender el mercado americano. Marc ha sumado un máster en Comercio Internacional a los estudios de ADE, que también ha cursado el primogénito, Pol, quien a su vez completó un máster en ESADE y ejerce como director de operaciones, con un estricto control de compras, producción y mercado nacional. Aunque nuestros productos suelen ser estándar, los deseos del consumidor varían en función de los países. El aroma de lavanda es el mayoritariamente aceptado en todo el mundo, pero en Asia existe predilección por el olor de cítricos, mientras que en Latinoamérica se decantan por las fragancias dulces. Gracias a la profesionalización de la compañía, con la incorporación de un Departamento de Calidad y un laboratorio de I+D, hemos podido desarrollar nuevas soluciones, como las orientadas a ambientar armarios, hogares, coches o contenedores de basura doméstica. En un par de meses tenemos previsto lanzar al mercado una novedad mundial, E-Kaps, consistente en una monodosis hidrosoluble, desinfectante, para todo tipo de superficies. Se comercializará en pastillas de apenas diez gramos, por lo que los consumidores ya no tendrán que acarrear con las clásicas botellas de setecientos cincuenta mililitros. Estas monodosis, disueltas en agua durante treinta segundos, consiguen una solución muy efectiva que garantiza la eliminación de virus, bacterias y hongos, revelándose como una opción que, a su comodidad, añade un carácter ecológico y sostenible. Asimismo, estamos llevando a cabo sendos proyectos con multinacionales del sector que supondrán un salto importante en nuestra trayectoria. Actualmente, nuestra marca propia representa el 16 % del negocio, copado mayoritariamente por las marcas de terceros, en un 42 %, y las marcas de distribuidor, con un 41 %.

 

Estamos plenamente concienciados con la importancia de la sostenibilidad
Somos muy escrupulosos con la sostenibilidad, y constantemente estamos invirtiendo para reducir nuestra huella de carbono y todo el residuo líquido es recogido y tratado para evitar la contaminación de aguas o del suelo. También hemos realizado esfuerzos para minimizar nuestras mermas. Somos una empresa sometida a mucha regulación. Recientemente, hemos tenido que adaptarnos a la norma IFRA y reformular muchos de nuestros ambientadores para evitar componentes irritantes en determinadas fragancias, como ocurre con la citronela, que en la actualidad no puede incorporar más de un 2 % de citronelol. La Comisión Europea ejerce una buena labor en lo que respecta a la protección de la salud, pero, a menudo, su celo resulta excesivo. También estamos sometidos a la Biocidal Products Regulation, que busca homologar los plaguicidas e insecticidas. De este modo, existe un mayor control, porque, de surgir alguna incidencia, resulta más fácil acudir al origen del problema. Sin embargo, provocará el cierre de muchas pequeñas empresas sin capacidad económica para llevar a cabo innovación. Para comercializar un producto de estas características, es requisito indispensable disponer de un número de registro, algo que en Francia o Alemania se consigue en una semana ―derivando al fabricante un alta responsabilidad en caso de incurrir en falsedades en la documentación―, y cuyo plazo puede extenderse hasta los cuatro años en países como España, Portugal, Italia o Grecia.

 

Mercè es una persona que ilumina a quienes tiene a su alrededor
Soy consciente de que toda esta trayectoria empresarial no habría sido posible sin el concurso de Mercè. Mi esposa es la artífice de haber alcanzado esta meta, pues ella siempre mantuvo el mástil familiar y sobre ella recayó el cuidado de Pol, Marc y Ona, nuestra benjamina, quien ha preferido orientar su carrera profesional hacia la publicidad y actualmente trabaja en el grupo Publicis. Mercè se hizo cargo de la escolaridad, de las enfermedades, del cuidado diario de nuestros hijos… mientras yo me dedicaba a trabajar sin descanso, porque, lo admito, disfruto con ello. Compartimos casi treinta años de feliz matrimonio en los que no solo he podido hallar la comprensión necesaria para poder impulsar esta empresa, sino que he comprobado que es una mujer capaz de iluminar a quienes tiene a su alrededor. Son muchas las personas que acuden a ella, recabando su consejo; porque es muy positiva, aporta luz. Y también ha contribuido a cultivar ese ambiente familiar que nos rodea y que propicia que nos podamos seguir reuniendo en torno a una mesa, en ocasiones hasta treinta personas. Soy yo quien cocina, ya que es una de mis aficiones. Ahí también he conseguido elaborar mis propias recetas, unas setecientas; muchas de ellas con aromas tan sugestivos como los que «cocinamos» en Tenka Best.