Silvia Ravetllat González
Fotografia cedida
10è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Silvia Ravetllat González

Directora Gerente de Ravetllat Aromàtics

Texto el 05/09/2018

El mar Mediterráneo es su evasión, y navegar, su pasión. En tierra firme, lleva el timón de una empresa familiar del sector de las fragancias y los aromas. Ingeniera naval de vocación, se licenció en Informática en la segunda promoción de la UPC. Que una realidad cultural, y tan humana, como los olores sea tan poco reconocida le produce tristeza, así como el hecho de que en nuestro país no se pueda estudiar Perfumería. Ve el proceso catalán como un enfrentamiento entre egoísmos políticos que ha frenado una Catalunya que empezaba a despuntar desde el punto de vista tecnológico.

 

Una infancia navegando

Mis recuerdos más entrañables están relacionados con el mar. Mi padre compró un barco cuando yo tenía tres años, y allí empezó para mí el fascinante mundo de la navegación, al que he consagrado siempre mis vacaciones. Recuerdo a mi familia haciendo travesías en alta mar, capeando temporales y pasando frío, hasta el punto de que a veces llegaba a preguntarme si no sería mejor ser una niña normal, que mis padres tuvieran una casita en la montaña y que yo anduviera en bicicleta por los alrededores. Luego, con los años, he sabido apreciar la navegación en toda su dimensión, y también he entendido que tiritar un poco valió mucho la pena. Una vez, cuando yo tenía cinco años, fuimos a Mallorca con una mallorquina de ocho metros de eslora, con el motor de una furgoneta adaptado y con una simple brújula como único instrumento de orientación. Aquellas aventuras las viví codo con codo con mi hermana Patricia, que es dos años mayor que yo. Siempre hemos estado muy unidas, y hoy sé que esta magnífica unión se forjó en el mar. Mi padre era un aventurero, cuyo espíritu intrépido no se limitó a la navegación. Muy avanzado para su momento, llevó a cabo actividades que no se correspondían con su época. Por ejemplo, fue monitor de esquí, pero abandonó esta práctica al quedarse mi madre embarazada, y decidió cambiar la montaña por el mar.

Mi madre puso el seny en casa

El negocio que dirijo es familiar, y se remonta a mi abuelo, quien, en 1932, lo inició tras conseguir representar a una empresa de fragancias suiza en España, Givaudan, importando sus productos. En aquellos tiempos, esta era una actividad complicada. Aun así, funcionó hasta 1961, cuando mi padre, Ernest Ravetllat, y su hermano Jordi decidieron establecerse por su cuenta e independizarse de la multinacional para fabricar esencias en España. En la actualidad, con ochenta y ocho años, mi padre ya está retirado. En cuanto a mi madre, Francisca –aunque todo el mundo la llamaba Paquita–, que murió hace dos años, fue siempre el puntal de la familia, como sucedía en la generación de madres que nos precedieron, y le tocó poner un poco de seny en casa. Dejó el trabajo para hacerse cargo de las obligaciones domésticas. Tenía, también, espíritu artístico, y lo canalizó hacia la pintura, con un arte especial para los retratos. Cuando dejamos de ser niñas y ella empezó a disponer de más tiempo, la animamos a cultivar este talento y llegó a hacer algunas exposiciones; así estuvo hasta que la enfermedad de Alzheimer se apoderó de ella durante diez años. Y aunque para nosotros fue muy duro, afortunadamente nuestra madre no pareció enterarse, porque enseguida se quedó imposibilitada, sin habla y sin reconocer a nadie. Eso sí, mantuvo intacta su sonrisa. El Alzheimer es ciertamente demoledor. En el caso de mi madre, fue galopante, y no nos quedó otra que asumirlo. Mi padre siempre ha tenido mucho sentido del humor, y ante los nietos hicimos un esfuerzo por desdramatizar la situación, lo que, dentro de lo posible, lo hizo todo más llevadero. Sé que suena raro, pero cada cual afronta los dramas como mejor sabe o puede, con los mecanismos de defensa de que dispone.

La guerra y las algarrobas

Mi abuelo paterno fue todo un personaje. Lo llegué a conocer y a tratar, porque murió cuando yo tenía dieciocho años, aunque no puede decirse que llegara a tener conversaciones con él sobre la vida. De todas maneras, era un hombre que contaba pocas cosas de su pasado. A través de mi padre sí que sé que tuvo que exiliarse a Suiza, y que estuvo allí tres años. Fue entonces cuando estableció el contacto que le permitió representar a una empresa de ese país. Aparte de esta circunstancia, la guerra no fue especialmente cruel con mi familia. Mi abuela por parte de padre se fue a vivir a Argentona, que era una población más tranquila. Aun así, pasaron escasez, y a menudo tenían que comer algarrobas para matar el hambre. Por parte de madre, vivían al pie del Tibidabo, y también tuvieron que recurrir a las algarrobas, e incluso llegaron a hacer sopa con dicho fruto. Su madre, mi abuela, que era de naturaleza oronda, se quedó como un clavo. Pero aparte de estas penurias, no padecimos desgracias personales ni muertes, una suerte en aquellos tiempos tan turbulentos. Lo que hoy nos parecen conflictos, en comparación con lo que sucedía antiguamente, son minucias. Vivimos muy bien y tenemos de todo, a pesar de que oyendo a algunos se diría que estamos en el peor de los mundos.

Para poder surcar los siete mares

Durante mis años de juventud, los fines de semana los pasaba en el Real Club Marítimo de Barcelona, donde hacíamos vida y compartíamos momentos con otra familia que tenía dos hijas de las mismas edades que nosotras y también tenían un barco. Las cuatro siempre íbamos juntas y estábamos integradas en el grupo de jóvenes del club. Como no podía ser de otra manera, empezamos a iniciarnos en las regatas, afición que seguimos manteniendo, aunque, actualmente, frecuentamos el Club Náutico El Balís de Llavaneres y el Real Club Náutico de Barcelona. El mes que viene, sin ir más lejos, participo en el campeonato europeo de Laser Master que se celebra en Vigo. También compito en J80, que es un pequeño crucero monotipo  de ocho  metros de eslora. Contando el velero en el que me voy de vacaciones, tengo tres embarcaciones. El velero, que es un 48 pies, lo compré después de separarme, y con él podría hacer la vuelta al mundo y surcar los siete mares. Este verano, durante tres semanas, hemos hecho mil ochocientas millas entre ir y volver a las islas Eolias, en Sicilia, pasando por Costa Esmeralda y Cerdeña. Han sido unas vacaciones espectaculares. Desde pequeñas hemos navegado por todo el Mediterráneo hasta Túnez y Malta, porque las islas griegas nos quedan un poco lejos para cuatro semanas de vacaciones. Suelo dedicar meses a planificar y preparar este tipo de aventuras, que son mi auténtica pasión y evasión.

Atraída por la Ingeniería Naval

No puedo decir que mis abuelos hayan dejado mucha impronta en mí, a pesar de que la abuela materna vivió en casa, con nosotros. Quienes me han influido mucho, en cambio, son mis padres, mis grandes referentes. Aun así, debo decir que mi padre nunca hizo nada para que yo siguiera con la empresa familiar. Al contrario, era de la opinión que no era un tipo de negocio adecuado para mujeres. De hecho, cuando éramos adolescentes tenía en mente que mi hermana y yo fuéramos farmacéuticas y montáramos un negocio apotecario, de ahí que mi hermana empezara a cursar Farmacia. Yo, sin embargo, no lo veía nada claro. Tenía pasión por los barcos y me atraía la Ingeniería Naval, así que finalmente, con muy buen criterio, decidió dejarnos estudiar lo que nos placiera siempre que no estuviera relacionado con lo suyo, con las esencias, que puede parecer un mundo refinado, pero que en realidad es bastante bruto. Téngase en cuenta que la suma concentrada de olores no siempre es agradable, y que en casa sabíamos que nuestro padre llegaba del trabajo por el olfato, ya subiendo por la escalera. Otra dificultad que veía para que continuáramos el negocio es que él estaba asociado con su hermano Jordi, que tenía también dos hijas de nuestra misma edad, Elvira y Montserrat, y no nos veía entendiéndonos a las cuatro. En eso, mi padre se equivocaba, ya que las cuatro primas nos entendemos perfectamente, y cenamos una vez al mes juntas.

Periplo por el sector de la informática

Al final no estudié Ingeniería Naval, porque entonces no se podía cursar en Barcelona, solo en Madrid, y no entraba en mis planes trasladarme. De ahí que optara por la informática, que entonces era una novedad, hasta el punto de que entré en la Facultad sin saber lo que era un ordenador; pero me pudo la curiosidad. Así pues, soy de la segunda promoción de informáticos formados en la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). Cuando estaba acabando la carrera, entré a trabajar en un programa impulsado por Telefónica sobre redes de comunicación, y ya licenciada me fui a Madrid contratada por el centro Telefónica Investigación y Desarrollo, dedicado a desarrollar proyectos subvencionados por la Comunidad Económica Europea. En aquel entonces, esta entidad era el sumun en tecnología, aunque vistos desde hoy, los medios de los que disponía parecen prehistóricos. Entre una cosa y otra, estuve diez años trabajando en el sector. Mi hermana acabó los tres años de Farmacia, pero descubrió que aquello no era para ella, y se orientó hacia la Filología Inglesa. Hoy es la directora de la escuela Avenç de Sant Cugat.

De experta en los primeros PC a simple usuaria

De mi etapa tecnológica en Madrid, recuerdo que trabajábamos con una red anterior a Internet, y en aplicaciones que todavía estaban muy alejadas de ser usos públicos. Piénsese que, cuando yo empecé la facultad, funcionábamos con fichas perforadas que se leían gracias a unos lectores. No empezamos a manejar los PC hasta el tercer curso, y sus prestaciones nos parecieron espectaculares. Aún no había llegado el gran salto: que fueran accesibles al gran público. A mí, en aquel momento, se me antojaba imposible. Los ordenadores eran útiles para grandes compañías de servicios que se encargaban de llevar la contabilidad, el cálculo y las facturaciones para otras empresas; no se atisbaba en el horizonte el uso personal al que estamos acostumbrados hoy en día. Fueron tiempos apasionantes, durante los que estuve en la avanzadilla del sector. En la actualidad, soy una simple usuaria, quizá un poco más avanzada que la mayoría, pero nada más: por eso, cuando tengo un problema con mi ordenador, hago como todo el mundo: acudo a mi informático.

Empezando de cero

En 1987, la fábrica, situada en una torre de Sant Andreu del Palomar y en edificios anexos, se incendió y fue reducida a cenizas. Luego se produjo la muerte de mi tío Jordi, lo que hizo que mi padre comprara su parte a mi tía. Quizá hubiera sido más fácil cerrar, pero en casa no tenían otra fuente de ingresos y mi padre tuvo que enfrentarse a la soledad del empresario que debe tomar una decisión difícil. De alguna manera, saltó al vacío y decidió volver a empezar prácticamente de cero. Por suerte, remontó con éxito la empresa en apenas un año, en el que fue capaz de ponerla a pleno rendimiento gracias al Banco de Sabadell, que nos ayudó mucho, y con el cual todavía hoy seguimos trabajando. Mi hermana y yo también nos implicamos en lo que pudimos; en mi caso concreto, recuperando todo el sistema informático, lo que me permitió familiarizarme con nuestros productos; hasta que de ahí me hiciera cargo de la empresa, un poco por casualidad.

El desafío del negocio familiar

Corría el año 1994; yo había regresado a Barcelona ya con mis hijas, Andrea y Bárbara, de tres y dos años en aquel entonces, y estaba trabajando en una consultoría, mientras que mi hermana lo hacía en una escuela. Entonces nuestro padre, en vistas a su jubilación, nos preguntó qué haríamos con la fábrica. Solamente había dos opciones: subastarla o legárnosla. El negocio funcionaba, con lo que le dimos vueltas al asunto, ya que no era cuestión de renunciar a él a la ligera. Una conocida mía, que se había encontrado en unas circunstancias similares, había asumido el desafío y las cosas le iban bien, y eso me animó a tomar la decisión de intentarlo. Recuerdo una conversación con mi hermana por la avenida del Tibidabo, yendo en coche a buscar a los niños, en la que así se lo conté. Cuando se lo dije a mi padre, lo vio con buenos ojos, pero con la precisión de legárnosla a las dos hijas.

Con una plantilla de larga duración

Seríamos socias ambas, aunque una trabajaría en la fábrica y la otra, no. Ninguna de las dos teníamos idea de cómo hacer funcionar una empresa. De hecho, las escrituras y el papeleo necesario ya nos pusieron el miedo en el cuerpo. Asumir el control de la entidad, por tanto, fue algo paulatino. Hoy en día contamos con dos naves, ambas muy bien situadas en Trinitat-Besòs, el único polígono industrial dentro del término de Barcelona, y ocupan unos 5.000 metros cuadrados. Todo ello gracias a la generosidad de muchos proveedores que, confiando en el renombre de mi padre en el sector, nos sirvieron su producto sin tener clara la fecha de cobro, algo por lo que les estaremos siempre agradecidas. Por otro lado, también ayudó el hecho de que la empresa no haya tenido nunca una plantilla amplia. Siempre ha funcionado con una perfumista, una química y media docena de personas más. Hoy somos unas cuarenta personas. El mes pasado se retiró el jefe de fábrica después de cincuenta años de trabajar con nosotros. Creo que debe de haber pocos casos como el suyo en el panorama laboral de nuestro país.

Con la informatización cualquier límite es susceptible de ser superado

Una de mis aportaciones a la empresa familiar fue la informatización de las formulaciones y los escandallos y, en realidad, de todo en general. Ello nos convirtió, a pesar de nuestro modesto tamaño, en una empresa informatizada puntera del sector, circunstancia que nos ha ayudado mucho. Antes, las fórmulas se anotaban a mano, en una libreta, y el margen de error era altísimo. Y si bien es verdad que los saltos tecnológicos cada vez son mayores, ya no nos sorprenden tanto como la primera informatización, porque nos parece que todo es posible, y nos cuesta más ver que el cambio es significativo. En nuestro campo, por ejemplo, estamos trabajando con una empresa de salas de cine que se extiende en toda Europa y que quiere incorporar a las butacas la posibilidad de emitir varios tipos de olor o perfume. Falta ver aún qué tipo de ventilación debería aplicarse entre sesión y sesión, pero es una muestra evidente de que vivimos en una era en la que cualquier límite es susceptible de ser superado.

A qué huele

La tecnología nos ha ayudado a mejorar los métodos de análisis de los productos. De unos años a esta parte, hay mucha más transparencia en la información que el proveedor fabricante nos sirve sobre las nuevas moléculas que utiliza y sus aplicaciones, lo cual nos facilita mucho el trabajo en el proceso de formulación. Aunque los avances tecnológicos permiten abordar nuevos frentes, hasta el momento nos ceñimos al campo de los perfumes. Tiempo atrás, en el ámbito personal, me interesé mucho por el marketing olfativo, que consiste en fabricar perfumes para empresas, no para personas; en transformar los valores de una compañía en un perfume (lo que se denomina «odotipo»). Junto con otros socios, nos reunimos con empresas de aromatización y montamos AKEWUELE, una experiencia que ya ha cumplido diez años. Yo participo en su parte más creativa, con el apoyo del equipo de Ravetllat Aromatics.

Escasez de materias primas

En nuestro sector, que es pequeño, son tan importantes los proveedores como los distribuidores. Ni unos ni otros abundan. Ahora atravesamos una cierta crisis de disponibilidad de materia prima, un accidente en la planta de BASF, un incendio en una planta en India, restricciones y cierre de plantas químicas en China por políticas medioambientales. La materia prima, durante el último año, ha incrementado su precio en un 30 % de media. Un alza así es muy difícil de repercutir en el cliente, y las tesorerías del sector lo están acusando. Aunque estamos creciendo, ello nos obliga a hacerlo con unos márgenes mucho más reducidos. En los veinticinco años que llevo en el sector, no me había encontrado nunca con una situación como la de ahora. Sí que estamos acostumbrados a este tipo de problema con una materia prima concreta, como los cítricos, que, de forma cíclica, aproximadamente cada cinco años, tienen alzas de precio importantes; pero es que ahora no es una sola materia prima, son prácticamente todas.

En origen, todo es natural

Nuestra materia prima se divide en destilados naturales (plantas mediterráneas, frutas, cítricos, flores), que representan aproximadamente el 30% de nuestras compras, y en moléculas que vienen de síntesis, que representan el 70% restante. Lógicamente, no podemos decir que las moléculas de síntesis no sean en última instancia, también, naturales, porque en nuestro planeta todo lo artificial tiene un origen natural. Tanto los destilados naturales como las moléculas de síntesis nos llegan en forma de bidones de aceites esenciales o básicamente en forma líquida, resinoide o polvo.

En nuestro país no se puede estudiar Perfumería

Trabajamos también por encargo, si bien debe entenderse que en el mundo de los perfumes no todo es posible ni factible. A menudo el cliente no sabe lo que está pidiendo, porque no conoce el sector o no está formado en él. No hay en todo el país una facultad o una escuela superior que imparta esta materia, por eso impulsamos, junto a otras dos empresas del sector, el primer máster en Perfumería, que se impartió en Barcelona en colaboración con la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), experiencia de la que nació la Asociación Mediterránea de Aromas y Fragancias (AMAF) con el objetivo, entre otros, de crear una escuela de perfumería como la de París. Desgraciadamente, se impartieron dos cursos, y un cambio de directiva de la asociación cambió los objetivos de la misma. Por eso hay tanto desconocimiento entre algunos clientes, que se acercan a nosotros simplemente como aficionados. En cam- bio, trabajar con clientes que saben de lo que están hablando es un placer, como nos sucedió con el creativo de Massimo Dutti cuando llevamos a cabo el odotipo de esta multinacional.

Sacamos una colección cada año

Cuando creamos nuestros productos, casi siempre a partir de las demandas de nuestros clientes, si algunos, por las razones que sean, no llegan al final del proceso, pero nos parecen satisfactorios, los incluimos en una colección. Cada año estudiamos las tendencias del mercado, tanto en colores como en restyling, y sacamos una gama de fragancias como nuestra apuesta particular. Posteriormente tendrá mayor o menor salida, pero nos gusta poner a prueba nuestras expectativas. Solemos presentar la colección en alguna feria. No es un esfuerzo menor, ya que nos ocupa todo un año de trabajo. En mayo ya empezamos a pensar los productos que lanzaremos al mercado el mes de abril siguiente. En general, servimos nuestros productos al cliente en bidones en formato industrial. Es él quien se encarga de todo el proceso de convertir lo que fabricamos en algo apto para las tiendas, en forma de perfume, ambientador, jabón, detergente o matamoscas, por decir solo algunas de las posibilidades de nuestras creaciones, que son múltiples.

Veinticinco años traspasando fronteras

Si entendemos por cliente todo aquel que nos ha comprado durante el último año, actualmente tenemos unos setecientos. A mi modo de ver, una empresa de nuestras dimensiones debería tener solo doscientos clientes. Evidentemente, doscientos clientes que mantuvieran el mismo volumen de ventas que los setecientos, y por tanto que trabajaran en proyectos mayores. Contamos con una oficina comercial en Dubái, porque el mercado del Medio Oriente requiere una atención especial, y otra en México DF, donde también tenemos un almacén. Asimismo, en Europa disponemos de una red de vendedores directos y distribuidores en diversos países, como Bulgaria, Rumanía, Francia, Holanda y Polonia, por citar solamente algunos. La internacionalización de la empresa fue una iniciativa personal que inicié en 1995, solamente un año después de hacerme cargo de la empresa, apuntándome a todas las misiones comerciales que organizaba la Cámara de Comercio de Barcelona (a Nueva York, a Turquía, a Irán…). Entonces contaba apenas treinta años y los conocimientos que tenía de nuestros productos y del sector todavía eran muy básicos, a lo que se le sumó que era una mujer, lo que en algunos países sorprendía, y también en pleno boicot a los productos procedentes de la Unión Europea. Sin embargo, de alguna manera había que empezar.

El olfato se ejercita

Todos estamos igual de dotados y capacitados en el aspecto olfativo. Si hay personas más sensibles y personas menos sensibles a los olores, la diferencia no está en la nariz, sino en el cerebro; es decir, en el interés que se ponga. Se aprende a oler y a apreciar los olores a base de ejercitar el sentido. Yo, por ejemplo, sé por el olor si un guiso lleva sal o no, no necesito probarlo. El cerebro tiene muchas posibilidades olfativas, solo falta muscularlas. Es cierto, también, que hay una patología llamada anosmia que provoca la pérdida de capacidad olfativa, y nosotros hemos colaborado con el Hospital de Badalona en la fabricación de un kit de fragancias para detectar agudezas en las alergias y otras enfermedades según la pérdida de olfato que se diagnostica.

Un hecho cultural poco reconocido

Se ha hablado mucho del poder evocador de los olores y de nuestra memoria olfativa. No se trata de una leyenda, sino de algo real. Todos tenemos archivado en algún rincón de nuestro cerebro el olor de la casa de la abuela, que es diferente al de todas las otras casas. Yo imparto clases en un par de másteres en ELISAVA, uno de branding y otro de dirección de arte, donde muchos de los alumnos son extranjeros. Ello me ha permitido constatar que los olores son un fenómeno muy cultural, y que cada país tiene sello propio. Incluso dentro de una misma nación, las identidades olfativas a veces son generacionales. Para los de mi generación, el olor de una colonia infantil por antonomasia es el de Nenuco, pero para los de la siguiente generación, quizá no. En Turquía, por ejemplo, las colonias tienen un componente más cítrico que aquí; y en Irán no quieren saber nada del aroma de rosas porque les recuerda a los funerales, a pesar de que tienen proximidad geográfica con Bulgaria, el gran productor de dicho aroma. Los árabes, a su vez, abusan del ámbar y de la vainilla. Sin irnos tan lejos, el perfumista y pintor Ernest Ventós, muy relacionado con la Cerdaña, hizo una exposición ambientada con el olor a excrementos de vaca, porque para él es el olor de la identidad local de su tierra. Los que cultivamos el olfato llega un punto en el que nos resistimos a hablar de malos olores; preferimos hablar simplemente de olores, porque cada olor, por malo que parezca, tiene su virtud.

Olores y músicas

A poco que observes, te das cuenta de que hay personas que van cambiando de perfumes sin más problemas, y que hay otras que son fieles siempre al mismo, que no se dejan llevar por modas, porque han integrado ese perfume a su identidad y forma parte de ellas. Yo, por ejemplo, soy de las que van cambiando, seguramente por la necesidad de probar cosas distintas. Sin embargo, sí que forma parte de mi identidad, y va conmigo allá donde vaya, la misma lista de reproducción de música relajante. No soy fiel a un perfume, pero sí lo soy a unas músicas concretas. Y cada mañana, al hacer yoga, suena la misma lista, aunque pasen años y modas. En casa siempre hemos sido muy melómanos: mi hermana toca el piano y mi padre tocaba muy bien la armónica. Cuando, navegando, nos pillaba un temporal, lo desafiábamos cantando a pleno pulmón, y luego celebrábamos llegar a puerto con un concierto improvisado, que a veces llegaba a juntar a cincuenta personas. A propósito de los olores que nos hacen sentir como en casa, ahora estamos trabajando en la línea de poder transportar los olores del hogar, es decir, llevar en un formato reducido un determinado olor de nuestro entorno para poder reproducirlo en hoteles o en lugares lejanos y sentirnos así, precisamente, como en casa. Para la gente que se ve obligada a viajar constantemente y añora su hogar, me parece una prestación muy interesante.

En las grandes decisiones, el empresario está solo

Todo empresario, incluso el de más éxito, se ha enfrentado alguna vez a un salto al vacío, a tomar el peso de decisiones que implican todo o nada. Mi padre, por ejemplo, lo tuvo que hacer en dos ocasiones: cuando decidió dejar la multinacional y ponerse por su cuenta, y después del incendio; yo lo he hecho, también, varias veces; y quien siga con el negocio, deberá hacerlo en su momento. Las decisiones estratégicas, con todo en juego, son coyunturas de una soledad absoluta. La sociedad no es muy consciente de ello, y en general, tras un empresario, apenas ve una imagen distorsionada de riqueza y/o explotación. Es bueno que se sepa que los empresarios, los fabricantes, también pasan estrecheces. En casa, durante las vacas flacas, mi madre tuvo que ponerse a coser porque no teníamos dinero para comprar pantalones o abrigos; no tuve unos tejanos hasta que cumplí los dieciocho años, con lo que, por muchos años, y siendo de una familia de empresarios y fabricantes, vivimos de una forma muy modesta. Creo que, si pudimos sobrellevarlo, sin crisis internas, fue porque mi madre era la persona más enamorada de su marido que he conocido, y lo apoyaba en todo lo que hacía y en todas sus decisiones.

No me identifico con la categoría «mujer empresaria»

Nunca me ha gustado que me entrevisten por el hecho de ser empresaria y mujer. No entiendo que esta dualidad, a estas alturas del siglo xxi, deba ser destacada. Comprendo que hay muchos sectores en los que la mujer aún está unos pasos atrás, tanto en nuestras sociedades occidentales, como, sobre todo, en el resto del planeta; no hay ninguna duda sobre ello. Pero en mi caso, no, yo siempre he estado en igualdad absoluta de condiciones. Por eso no acepto formar parte de un hipotético colectivo llamado «mujeres empresarias». Yo soy simplemente una empresaria. No creo en la paridad, por ejemplo: creo en que dirijan o gobiernen los mejores, sean hombres o mujeres. Cierto es que las mujeres somos madres, y que la maternidad nos suele situar en encrucijadas profesionales, y a mi generación se nos ha exigido ser superwomen: tener hijos, mantener un cuerpo perfecto, llevar la casa y triunfar en el trabajo. Pues bien, se hace lo que se puede. Hacer las dos cosas igual de bien es humanamente imposible. Los hijos, o se tienen antes de realizarte profesionalmente, o se tienen después, pero a la vez no es posible. Hablo por experiencia propia. Cuando mis hijas eran pequeñas, la empresa se acababa a las seis de la tarde, lloviera, nevara o hiciera sol. Por eso el negocio no ha despegado de verdad hasta  que  mis  hijas  se  han  hecho  adultas.  Entiendo  que  las  mujeres  no queramos renunciar a ser madres, porque es una de las cosas más maravillosas que hay en esta vida, y lo que llegamos a hacer por un hijo, no lo hacemos por nadie, ni por ninguna empresa; pero hemos de ser conscientes de que la maternidad nos limita profesionalmente.

Hijas de dos en dos

Actualmente, estoy separada. Me casé con Oriol Cornudella, que es director de una multinacional del sector tecnológico, y nuestro matrimonio duró veinticinco años. Afortunadamente, mantenemos una muy buena relación, como creo que debe ser con alguien con quien has pasado media vida y compartes descendencia. Tenemos dos hijas, Andrea y Bárbara, que se llevan un año, más o menos como mi hermana y yo, así que de manera consciente o inconsciente he reproducido el patrón familiar que vi en casa. Andrea, de veintisiete años, es ingeniera de telecomunicaciones y trabaja en Palma de Mallorca para una empresa que da cobertura informática a grandes yates, y Bárbara, de veintiséis, está llevando el proyecto olímpico de 470, porque nos ha salido navegante y ya participó en los Juegos Olímpicos de Río. En paralelo, ha estudiado Ingeniería de Diseño Industrial en ELISAVA. Las dos ya se han emancipado.

Impulsores de la vela juvenil en Catalunya

Cuando nos casamos, veraneábamos en Sant Vicenç de Montalt, donde residía mi familia política, en la que el abuelo había sido el fundador del Club Náutico El Balís. Mi exmarido también era del ambiente velero, de hecho, nos conocimos en él, y es un buen regatista. Allí, nuestras hijas empezaron a navegar en las categorías optimist y 420. Gracias al impulso de las cuatro o cinco familias promotoras, entre ellas también la de mi hermana, hoy el Balís es el club puntero de vela juvenil en Catalunya. Compramos una lancha para poder seguir a nuestros hijos de cerca mientras navegaban, y esta seguridad les hizo subir de nivel. También nos compramos una Voyager y siempre íbamos remolque arriba, remolque abajo, trajinando embarcaciones y niños. Durante varios años hemos pasado las vacaciones siguiendo a nuestras hijas en las regatas, en Garda, Hungría, Austria o Israel. Donde sea y se pueda. Nuestros amigos actuales son los padres de los compañeros de vela de nuestras hijas. Ese es nuestro mundo: un mundo aventurero.

Solo desconecto en alta mar

Vivimos en una rueda competitiva, y yo estoy absolutamente metida en ella, porque cada día me levanto para sacar adelante mi empresa y vender más y más. Precisamente por eso, me gustan mis vacaciones navegando, que son absolutamente lo contrario, porque simplificas mucho tus necesidades. Únicamente precisas de agua, viento y comida; el resto es prescindible. Durante un mes, desconectas del mundo de las necesidades y te sientes igualmente feliz. Seguramente, este hippy way of life sería insufrible si fuera para siempre, pero como paréntesis de relax periódico es altamente saludable. Si no abandono tierra firme y pongo los pies en un barco, no desconecto realmente. Acompañé a mi hija a los Juegos Olímpicos de Río. Fueron unas vacaciones magníficas, en un hotel con todas las comodidades; pero no llegué a relajarme, porque me llevé el móvil y porque cada mañana tenía que preocuparme de cómo me vestía o calzaba. En el barco, en cambio, no importa cómo vas.

Víctimas de los egoísmos políticos

Hablar de Catalunya, que es donde tenemos la empresa y donde nacimos, es casi obligado. La batalla política o, mejor dicho, los egoísmos políticos han llegado a un punto que ya casi prefiero no ver las noticias. Mi opinión es que el mundo sería mejor si no existieran ni fronteras ni banderas. Parte del problema son los políticos, que se han demostrado inútiles e incapaces de reconducir la situación. La política se fundamenta en la capacidad de llegar a acuerdos entre opuestos. Si los políticos, de aquí y de allí, no son capaces de gestionar su negociado, que dejen paso a otros. Veo que los dirigentes del Estado español están actuando pésimamente y que los dirigentes de Catalunya son cortos de mira y no entienden que la solución no está en empequeñecernos, como ha hecho el Reino Unido con el Brexit. Catalunya estaba despuntando tecnológicamente, tenía opciones de llegar a ser la Sillicon Valley de Europa, y todo esto lo está retrasando. Para mí, se trata de un problema económico que no se soluciona, como ha hecho Artur Mas, llevándonos a un abismo y separándonos de España. Y si fuimos colonizados, ya es historia. No deberíamos ser prisioneros de nuestro pasado.