Entrevistado el 13-11-2017.
Arquitecto de líneas austeras, serenas e intemporales, fue corredor de fondo y hoy es un apasionado de la cocina. Atraído por el esfuerzo y por los inviernos en el Empordà, trabaja los siete días de la semana. Creativo y comercial al mismo tiempo, tiene muy claro que el elemento más importante de la arquitectura es el cliente, y con este espíritu ha sido uno de los actores más activos en la transformación del sector 22@ del Poblenou. De todos los edificios que ha hecho, su favorito es el que no está terminado, ya que todavía puede mejorarse.
Criado en el sentido común y en un entorno de libertad
Mi infancia fue muy feliz y tranquila, lo que ha hecho que sea y me sienta una persona bastante normal. Crecí en una familia de clase media regida por el sentido común, por la equidistancia con los extremos y, al mismo tiempo, con un alto sentido de la libertad individual. De unos padres muy trabajadores, aprendí que quien siembra siempre recoge. Conocí a tres abuelos, a uno de ellos muy poco, y no es hasta mi padre, arquitecto técnico, que mi familia se vincula con el sector de la construcción. En el coche paterno siempre había un casco de albañil, y forma parte de mi infancia sentir cotidianamente que iba a las obras. Todo esto debió de influir de alguna manera en mi vocación, pero no puedo decir que hubiera ningún condicionamiento directo cuando me encaminé hacia mis estudios de Arquitectura. Mi padre, muy acertadamente, no quiso que después de licenciarme entrara a trabajar en su despacho, dedicado básicamente a la arquitectura residencial. Tenía miedo de que me encasillase. Y yo, entonces, ya estaba en esa sintonía, ya comprendía la arquitectura como algo más que hacer viviendas. Le estoy muy agradecido por haber tenido esa visión de futuro. Es un gran hombre, que aunque no habla mucho, con muy pocas palabras sabe decir muchas cosas y conseguir lo que le haga falta.
Por su complejidad, la arquitectura no es una disciplina que pueda funcionar solamente con momentos de inspiración y lucidez
Mi padre se dedicaba más a la parte constructiva de la arquitectura. A mí, sin embargo, me interesaba la vertiente creativa. La carrera duraba seis años, y después se tenía que hacer el proyecto. Esta dificultad, en vez de desanimarme, me espoleó. Acabé a los veinticinco años. La carrera fue un paso necesario. Aprendí mucho e hice buenos amigos, pero tenía prisa. Nunca me planteé unos estudios alternativos. Mi juventud consistió en estudiar mucho, hacer deporte, divertirme cuando podía y trabajar intensamente en invierno para disfrutar de un verano tranquilo. En casa todos éramos buenos estudiantes, nunca tuvimos que hacer exámenes de recuperación o clases en verano. Yo siempre me he esforzado a diario. No concibo los retos sin esfuerzo. Incluso en la arquitectura, cuando, gracias a la inspiración, tengo una idea buena, sé que ésta se quedará en nada sin el trabajo y el esfuerzo que la siguen. La arquitectura, por su complejidad, no es una disciplina que pueda funcionar solamente a base de momentos de inspiración y lucidez.
Alejado de la docencia
La docencia nunca me ha interesado en demasía. En un cuarto de siglo, he ido un par de veces a la Escuela de Arquitectura, porque me pidieron que fuera a explicar unos temas concretos. Pero creo, sin temor a equivocarme, que nunca seré profesor. Dar una clase, si me lo pide alguien que admire o valore mucho, como favor personal, me parece bien; pero no más. No he reflexionado sobre por qué me pasa esto, pero es un hecho. Admiro a los arquitectos que enseñan, pero nos movemos en órbitas diferentes. Reconozco que soy un poco una rara avis. Enseñando se aprende, pero carezco de motivación y de vocación. Tengo cincuenta y tres años, y el deseo de llegar a ser algún día un buen arquitecto. Ahora estoy en vías de serlo, hago todo lo que puedo para lograrlo, y un despacho es una escuela diaria. Pero, en todo caso, lo notas al final de todo.
Cada día es un aprendizaje
Compañeros de carrera, cuando han de encarar la dura realidad de la arquitectura (promotores, financiación…), han perdido las ganas de ejercer y se encuentran muy a gusto en la docencia. Otros, tienen despacho profesional y son profesores de la Escuela de Arquitectura. Yo valoro y admiro esta doble actividad, porque a mí de ocho de la mañana a ocho de la tarde me faltan horas, y en cambio ellos son capaces de desdoblarse. Yo no puedo. Trabajo seis días a la semana, en el despacho o en casa. Practico cada día. Los fines de semana, para la parte más creativa o para escribir textos para las presentaciones y memorias de los concursos, y para planificar. Si un día tengo que ir a Madrid por trabajo, ya me parece que dejo el despacho abandonado. Y no es así, porque en BCA somos un equipo de treinta personas que hierve de actividad y todo está organizado y controlado. Cada día, sin embargo, es un aprendizaje.
Confieso que no leo
Seré descriptivo y objetivo: no he leído diez libros en toda mi vida. No es que sea mal lector, es que no soy lector. No sé estar delante de un libro. Sólo he leído los libros del BUP y el COU y, durante la carrera, los que debía hojear. Consulto libros, miro cosas, pero no leo. No lo digo con orgullo. Es una carencia. No es bueno, pero tampoco me obsesiona. No encuentro nunca el momento de leer. Los libros que tengo son de cocina, pero sólo los consulto. Y no es porque lo haya visto en casa. Al contrario, mi padre es uno de los lectores más compulsivos que conozco. Tiene más de ochenta años y todavía devora libros, todo el tiempo.
Viajes y maestros
He viajado a Nueva York, a Londres y a París, pero no soy un gran viajero, y he viajado relativamente poco. Cuando voy fuera me lo paso bien, pero me da pereza organizar el viaje, y por eso siempre encuentro alguna excusa para no hacerlo. Viajes de arquitectura, he hecho tres, en veinticinco años. Mi arquitectura es, pues, bastante local y artesanal, de kilómetro cero, que se dice ahora. En Barcelona hemos tenido y tenemos grandes maestros, es una ciudad que te ilustra y te inspira, sólo yendo por la calle, para interiorizar lo que visualizas y luego manifestarlo plásticamente. He trabajado en ocho despachos, dos de ellos especialmente buenos, el de Medios y el de Bonell. Francesc Mitjans fue uno de los mejores arquitectos que hemos tenido. Vivió para el trabajo, y lo hizo hasta el final de su vida, hasta que el cuerpo le aguantó, a los noventa y cuatro años. Trabajé siete años a su lado, después hicimos colaboraciones y nos veíamos para comentar proyectos; él era, y será, «el maestro».
BCA, el origen y la marca; BCRA, el presente
BCA se constituyó en 1994 como Blanch + Conca Arquitectura. La fundamos modestamente, con un préstamo y trabajando desde casa, por lo que lo pasábamos mal cada vez que un cliente insinuaba que nos haría una visita. Sin ayudas y contactos, salimos adelante. Y poco a poco, empezamos a crecer y fuimos incorporando a gente, hasta que pudimos instalarlos en un local de alquiler. Algunos de aquellos primeros colaboradores, como Oriol Roger, Txema Raudona, Jordi Areu o Patxi Lagarda, que entraron como estudiantes, al cabo de los años se convirtieron en asociados y más adelante, en 2007, con Oriol y Jordi, Mercè y yo constituimos BCRA. Ello nos consolida como despacho y se proyecta como clara apuesta de futuro. El relevo generacional está garantizado, la afinidad arquitectónica es total; y dado que nos motiva mejorar la calidad de nuestros proyectos, del servicio que damos al cliente y también a la sociedad, creo que estamos en el camino correcto.
Liderazgo compartido con última palabra
BCA tiene una línea arquitectónica determinada, distinguible y poco a poco consolidada. Eso significa que los cuatro trabajamos en una línea muy similar, que hace que se nos reconozca como equipo. En el estudio hay tres equipos, cada uno liderado por los otros tres socios. Mi papel es estar en movimiento, en todas partes y en ninguna, anclado a la vez, además de manera transversal y vertical, sumando la relación interior y especialmente con el exterior. Mando mucho y decido más, y mis socios lo saben y a menudo lo padecen. No es ningún secreto. Por otra parte, nos comunicamos y expresamos como lo que somos y nos sentimos: como equipo, como marca. BCA no antepone los nombres al colectivo, los proyectos se identifican desde la marca, no tanto desde el individuo. En cada proyecto se reconocen los gestos y las líneas de trabajo individuales, lo que no hace sino enriquecer el resultado y mejorar el conjunto.
Mucha experiencia e ilusión
En general, soy yo quien recibe a los clientes, y entonces se activa mi parte comercial. Hace veinte años sólo les transmitía mucha ilusión, porque no teníamos experiencia. Hoy, en cambio, comunico mucha experiencia, un currículum que no deja indiferente y la misma ilusión que el primer día: o más aun, y esto es infalible. Cuando un cliente nos llega, ya se ha documentado sobre el trabajo que hacemos. La principal duda que tiene es si su encargo, por demasiado grande o por demasiado pequeño, encajará con BCA. También quiere ver cómo trabajamos, por mucho que nos conozca de nombre. Quiere saber cuántos somos, si tenemos una estructura con suficientes personas, porque un equipo dimensionado de manera estable responde mejor que si se hacen crecimientos puntuales para proyectos. Algún cliente, incluso, nos pide abierta y legítimamente cuánto facturamos. Suele preocuparles mucho (como no puede ser de otra forma) el cumplimiento del presupuesto y del calendario. Gran parte de nuestro éxito es que aseguramos tanto el uno como el otro.
Si el cliente quiere una pirámide, hay que hacerle una pirámide
Dentro de la arquitectura hay tres grandes ámbitos: el urbanismo, que es el más abstracto y ambiguo, el que normalmente haces pero no acabas viéndolo personalmente; la edificación y el interiorismo. Nosotros trabajamos los tres, pero en el caso del primero, nuestro urbanismo es muy finalista. El 99% de nuestros clientes son privados. Apenas trabajamos para la Administración, que encarga un tipo muy concreto de edificios. Cuando nos llega un encargo, nuestra obsesión es corresponder a la confianza que nos ha sido dada. En primer lugar, hay que hacer lo que el cliente quiere. Y una vez satisfecha esta voluntad, empieza nuestra libertad creativa para hacer lo que él desea a nuestra manera. Lo más importante de la arquitectura es el cliente. Si el cliente quiere un edificio de oficinas en forma de pirámide porque ha ido a Egipto y le han encantado las pirámides, le tienes que hacer un edificio de pirámide, o renunciar al encargo; o si lo quieres hacer cambiar de idea, aceptar que el reto puede acabar mejor si no es tu cliente. Si pretendes llegar a un término medio, a una casi pirámide, ni al cliente ni a ti os dejará satisfechos. Hay que ser fiel al encargo, porque, de alguna manera, cuando el cliente te elige a ti, entre otros despachos, es que ya le gusta tu estilo; por tanto, ya rema a tu favor. Además, no debe olvidarse que un proyecto puede alargarse meses y años, y que el arquitecto y el cliente pueden acabar teniendo una relación personal y de confianza que facilitará la convergencia de miras. En caso de falta de sintonía, siempre existe la posibilidad de renunciar, y en este supuesto, cuanto antes mejor.
En arquitectura less is more
Nuestro lenguaje arquitectónico se basa, a grandes rasgos, en la austeridad, la serenidad y la atemporalidad. Austeridad significa ausencia de ornamentos y de gestos innecesarios. Desde este punto de vista, podría cargarme el modernismo, que es una corriente ornamental donde la arquitectura pasa a segundo término, pero no lo haré. Gaudí me interesa como ejercicio plástico, pero arquitectónicamente no me atrae. La Pedrera y la Cripta de la Colonia Güell me gustan más, por austeros, pero, si hablamos de la Sagrada Familia, prefiero ahorrarme los adjetivos. Que la ornamentación se imponga a la arquitectura pura nos adentra en una espiral sin límites. En cambio, el Pabellón que Mies van der Rohe hizo para la exposición de 1929, reconstruido después por Solà-Morales, es de una modernidad impecable, austero no de materiales, pero sí de gestos, de una modernidad que se adelanta a los tiempos, y que nunca caduca. La modernidad en arquitectura es un concepto en mayúsculas. Por eso nosotros no hacemos edificios de impacto. Seguimos el principio del less is more. Cuando los inauguramos quizás no deslumbran, pero al cabo de los años se hace evidente la solidez conceptual. Nos dan miedo las modas, las tendencias. La buena arquitectura de los 60 hoy la disfrutamos, y en el año 2060 todavía la disfrutarán más, porque crece y mejora con el tiempo. La arquitectura ligada a modas acaba teniendo una vida más corta.
Escapadas sin dejar nunca de trabajar
Saco la inspiración de todas partes. Cuando estoy parado en un semáforo con la moto, viendo una paloma o cuando paseo por las Gavarres. Siempre estoy pensando. Siempre. ¿Es enfermizo? Seguramente. Ni desconecto ni quiero desconectar. Alquilo una casa de segunda residencia desde hace años en el Empordà, lo hago para todo el año (Llafranc, Torrent, Calella…). Soy feliz yendo al mercado de Palafrugell y pudiendo cocinar. Trabajar alejado de Barcelona me da muy buenos resultados y el mismo trabajo deviene más gratificante. Durante estas escapadas trabajo tanto o más que en la ciudad condal, pero es otro contexto, que propicia una cena distendida con amigos por la noche.
Cautivar al cliente
El ritmo de trabajo del despacho es frenético. Siempre hago la broma de que deberíamos trabajar con chándal, porque estamos más cerca de una competición deportiva que de un trabajo relajado o de un arte. Entre consultas, llamadas, reuniones o preparar la presentación de un concurso, es difícil que me visite la inspiración. Aun así, siempre tengo un papel a mano, por si acaso. Preparar la presentación de un concurso tiene especialmente sus secretos. Normalmente, se expone ante un tribunal integrado por varias personas, y obliga a escenificar y explicar sintética y amenamente la transmisión del espíritu que hay en los dibujos que hemos hecho. No puedo dejar al azar que los ojos de los miembros del tribunal capten lo que les queremos expresar. En definitiva, he de cautivarlos. Es cuando aflora la parte del trabajo más comercial, que consiste en hacer ver al cliente lo que quizás no ve por sí solo.
Un concurso sólo se puede ganar
No nos podemos perder en debates filosóficos ni en dinámicas participativas, porque lo importante no es participar: lo importante es ganar. Si nos presentamos a un concurso es para ganarlo, incluso si competimos con despachos mucho más potentes. Es imposible tener motivado a un equipo de cinco/siete personas desde el miedo escénico o la divagación; sólo se puede hacer desde la convicción de que vamos a ganar. No nos podemos permitir ni un segundo dudar de nuestra propuesta; si pensamos que no ganaremos, entonces perderemos. Ganar es hacer el edificio, y perder es guardar el proyecto, cientos de horas de trabajo tiradas. En los concursos hay un momento en el que se produce un movimiento en espiral. Primero tienes un periodo de reflexión y después de perfeccionar lo que has pensado. Es habitual dedicar el 70% del tiempo a concebir una idea y el 30% restante a desarrollarla. Puede parecer desproporcionado, pero hay que tener en cuenta que una mala idea muy bien desarrollada no sirve para nada. En cambio, una idea mediana bien desarrollada puede llegar a ser mucho más atractiva. En los concursos existe un momento clave, en el que se fija la idea, en el que se escoge aquel camino y en el que se descarta el resto… Y entonces ya nos dedicamos a su desarrollo. Pero la idea en sí ya no la tocamos más.
Nuevas formas de relación imponen nuevos espacios de oficinas
Hacemos muchos edificios de oficinas. Tradicionalmente, un edificio de oficinas era una inversión patrimonial destinada a alquilar espacios a diferentes empresas. Los requisitos usuales eran que el edificio fuera espectacular exteriormente, con todas las prestaciones, y flexible interiormente, para adaptarse al lay-out de cada empresa. La mayor parte de las compañías tenían sus diferentes departamentos (dirección, comercial, contabilidad…), en general con mobiliario estándar y monótono. Ya no es así. El gran cambio de las oficinas lo han provocado las personas y la manera que tienen de relacionarse. Y no hemos sido los inspiradores ni los arquitectos ni los promotores. Los últimos diez años han ganado importancia los espacios de relación y los espacios itinerantes. En el 22@ del Poblenou, hemos hecho un edificio con una gran plaza y mobiliario exterior, en la que se reservan las mesas para hacer reuniones, el llamado Corner Stone. Son mesas rodeadas de romero y todo tipo de plantas. Tenemos un clima privilegiado, con poca lluvia, que permite estas cosas. ¿Por qué encerrarse entre cuatro paredes si hace un día radiante? Las azoteas también las habilitamos para que la gente salga a hablar, a trabajar, ¡¡no solo a fumar!! Los exteriores de los nuevos edificios de oficinas son similares a los de hace diez años, pero en los interiores están pasando muchas cosas. Los promotores son los primeros interesados en proponer este tipo de nuevos espacios sugerentes.
Edificios de espacios flexibles
Cuando un edificio ocupa un trozo de terreno, de naturaleza libre, el proyecto perfecto es el que recupera el 100% de este espacio exterior y natural para el uso, lo que hace que no se pierda ni un metro cuadrado. Es decir, si el edificio ocupa mil metros cuadrados de suelo, debe ofrecer mil más de exteriores, en forma de terrazas, azoteas o jardines. No se trata de un capricho ni de un lujo superfluo, porque ya hemos visto que las nuevas tendencias de relación laboral convierten este tipo de espacios en espacios de trabajo; para relajarse de reuniones densas, por ejemplo. Ahora se estilan, también, las mesas itinerantes, no fijadas en una oficina. La revolución tecnológica está rompiendo viejos esquemas de organización laboral a un ritmo trepidante, por eso nos encontramos con la necesidad de hacer edificios de espacios flexibles. De los cuatro edificios que a estas alturas estamos haciendo en el 22@ del Poblenou, dos tienen usuarios finalistas, con requisitos y necesidades a medida, pero los otros dos no. Uno de estos es un edificio de nueve mil metros, donde se pueden meter cuatro compañías, una empresa tecnológica o quizás una consultoría. Ante tanta variedad, la solución final debe ser atractiva para todas las posibilidades y adaptada a sus necesidades de implantación. Se están rompiendo todos los esquemas. Hace unos años, una vieja fábrica restaurada solamente atraía a empresas creativas. Hoy en día, puede atraer a bufetes de abogados de alto nivel.
Esplendor del Poblenou
En Barcelona, los edificios de oficinas se concentraban tradicionalmente el centro de la ciudad, en la zona prime de la Diagonal y el paseo de Gracia. Había, sobre todo, edificios de oficinas puros y edificios de viviendas reconvertidos en oficinas, una solución más económica. En el año 2000, cuando se empezaba a trabajar en el 22@, que eran ciento dieciocho manzanas de antiguo uso industrial que se tenían que transformar para la actividad económica, se dio un paso importantísimo para buscar una zona de crecimiento y poder hacer edificios ad hoc, con las alturas y los tamaños de planta que el resto de la ciudad no podía ofrecer. En paralelo, nacía también la plaza Europa. Esto posibilitó hacer edificios de una cierta dimensión. Durante los cinco primeros años del boom del Poblenou, todo el mundo que venía a informarse era, o extranjero o de Madrid, porque los barceloneses todavía asociaban el barrio con camiones y fábricas. En cambio, los madrileños veían el mar y la libertad creativa arquitectónica. Diecisiete años después, los barceloneses van como locos buscando suelos. Se ha producido una migración natural de oficinas hacia la zona, porque el Poblenou es Barcelona. También hay suelos y edificios de oficinas vacíos en Sant Cugat, que está muy bien, como todo el mundo sabe; pero Sant Cugat no es Barcelona, y el Poblenou, sí.
Barcelona y los edificios de cristal
Los primeros edificios del 22@, por falta de visión local y climática, imitaban soluciones foráneas, con un abuso del vidrio. No sabías si estabas en Londres, en Frankfurt o en Manhattan. Yo mismo hice edificios así, porque en el Eixample no se podían hacer y era muy tentador. Con el vidrio se pretendía que entrara mucha luz, pero entró tanta que los oficinistas a menudo tenían que protegerse del sol, incluso con papeles de periódico. Son también edificios que presentan problemas medioambientales (poco sostenibles para la energía que consumen y los elevados costes de mantenimiento) y que plantean dificultades para obtener certificados energéticos. Estos obstáculos han hecho que últimamente (al margen de los requerimientos del CTE) se haya impuesto una corriente de recuperación de la mediterraneidad arquitectónica, más adaptada a la radiación solar de nuestras latitudes, porque Barcelona tiene superávit de sol. Por lo tanto, los edificios de nuestra latitud no es necesario que sean cien por cien abiertos, para luego tener que protegerlos con cortinas o poner la refrigeración al máximo; además, el vidrio puede ser sustituido por la cerámica.
Cuando el interiorismo lo hacen profesionales externos
Cuando en un proyecto de BCA, el interiorismo no se nos encarga a nosotros –lo que no debe considerarse extraño–, buscamos la máxima continuidad de lenguaje y materiales, para hacer un conjunto más armónico; y según los casos, esto puede tener más sentido que en otros. La arquitectura tiene que entrar dentro del edificio sin producir choques en la pupila. Otro aspecto a considerar es que el interiorismo se ha de adaptar a lo que la empresa instalada en el espacio quiere transmitir: es una expresión más de su identidad corporativa. Es eso tan tópico de las notarías con mobiliario de madera maciza y oscura, para imponer seriedad y solemnidad. Hay sectores que son muy conservadores y reacios a hacer cambios. Pero, en general, la gente agradece que las cosas evolucionen, no necesariamente rompiendo esquemas. El interiorismo se hace a menudo más visible que la arquitectura, porque es a escala natural. Por eso tiene tanta influencia en la percepción corporativa de las empresas. Es la última etapa del proceso creativo.
Actualizar edificios debería ser una obligación
También hacemos reformas y rehabilitaciones. Actualizar los edificios debería ser una obligación. Imaginemos un restaurante de éxito que no quiera cambiar su interiorismo por miedo a perder clientela. Es verdad que asociamos determinadas soluciones interioristas a determinados usos, pero, al final, lo que es bueno es bueno. Si el propietario de este restaurante imaginario hace una buena reinterpretación de sus valores y aplica una renovación, no perderá clientes. Deberá soportar un tiempo de comentarios a favor del interiorismo anterior, pero el nuevo interiorismo acabará consolidándose sin perjuicio.
Responsabilidades múltiples
Nuestro trabajo tiene mucha responsabilidad, porque realiza obras de larga duración. El 80% de la responsabilidad es técnica, de cálculo: la responsabilidad civil, un auténtico lastre para nosotros. Luego está la responsabilidad aparentemente menor, que es que lo que hayas hecho se corresponda con lo que te han encargado, que satisfaga al cliente, y subsidiariamente que guste a la gente en general. La arquitectura no es como la pintura o la escultura, porque existe el factor de la funcionalidad de por medio, pero en cualquier caso un arquitecto puede estar muy orgulloso de una obra que no guste a nadie. Más que si gusta o no gusta, lo que cuenta es si ha dado con la respuesta adecuada. Solemos confundir el gusto por una obra con la manera en la que nosotros la haríamos, y para mí esta es una valoración equivocada.
Durante la crisis se optó por el kilómetro cero
La crisis nos afectó, como a todos los sectores. Éramos más de cuarenta de plantilla y en cuatro años pasamos a ser doce. Y no bajamos de doce porque hicimos un gran esfuerzo, ya que había trabajo sólo para seis, y para los otros seis nos lo inventábamos. Es muy fácil hablar mirando atrás, después de haber salido, pero en ese momento, si me hubieran dicho que tenía un proyecto para hacer en Colombia, me hubiera ido allí. Ahora, en cambio, no se me pasa por la cabeza ir a Colombia, a Polonia o a Chile buscar proyectos, porque nada me garantiza que los encuentre. Además, los presupuestos son muy diferentes. En proyectos de Sudamérica, por ejemplo, no se pagan los mismos honorarios que en Barcelona, y por tanto el trabajo tiene que hacerse con los recursos de allí, de forma que son proyectos que difícilmente pueden generar trabajo en el estudio de Barcelona. Y trasladar el despacho a otro sitio no me pareció viable. No es que me moleste viajar, porque hay años que he ido cincuenta y cinco veces en Madrid (una vez a la semana). Pero preferí luchar para cambiar el avión por la moto, y con mentalidad de kilómetro cero visité todos los potenciales clientes que se me ocurrían de Barcelona, lo que me permitió conocer solares, promotores, inversores, operaciones fallidas, temas en estudio, etc., y crear así una buena red, con el doble sentido.
Realizar varias tipologías de edificios enriquece un despacho
Cuando me piden cuál de los edificios que he hecho destacaría más, siempre respondo que el último que estoy haciendo; y como ahora estoy haciendo más de veinte, no me decantaré por ninguno. Todos los edificios que he hecho tienen aspectos de los que estoy orgulloso, algunos más acertados que otros; pero me es imposible destacar ninguno. El orgullo por el trabajo realizado es igual para una vivienda particular o plurifamiliar, de reforma o de nueva planta, que para un edificio de oficinas, que de alguna manera podría ser nuestra especialidad. Cuando llegó la crisis, la vivienda representaba para BCA poco menos del 40% de nuestra facturación. Había despachos, en cambio, para los que significaba el 90% de los ingresos, y lógicamente no pudieron sobreponerse al descalabro. El sector de las oficinas ni es eufórico ni se detiene, porque es más pequeño. Es más estable. También tenemos mucha experiencia en hoteles y residencias de estudiantes, y últimamente en equipamientos deportivos y docentes. Son mercados que no se pisan los unos a los otros. Por otra parte, desde el punto de vista creativo y profesional, un despacho agradece trabajar en varias tipologías de edificios, porque eso lo enriquece.
Licitamos con empresas constructoras
Ofrecemos todo el servicio completo, pero no gestionamos la construcción sino que la contratamos. Defendemos que es mejor hacer una licitación con empresas constructoras, con contratos claros, con un proyecto bien definido. Recibimos honorarios para hacer la gestión técnica, pero no cobramos el importe de la obra y damos las llaves al cliente. No hemos querido mezclarnos nunca con la construcción. Si el arquitecto mezcla la producción en su cuenta de explotación, deja de ser objetivo y pierde de vista la obligación de defender en todo momento los intereses de su cliente. El constructor no es nuestro enemigo, pero no forma parte de nuestro equipo. BCA siempre propone hacer un concurso entre tres y cinco contratistas con referencias, y no tenemos ningún problema con que nos los recomiende el cliente. Un concurso de dos contratistas es insuficiente y un concurso de diez, una locura.
Si fuera rico, compraría más tiempo
La vida es una carrera de fondo. Por eso, cuando practicaba atletismo, prefería las carreras de larga distancia que las de velocidad. Aunque de natural no tengo paciencia, he aprendido a ser cauto. También me ayuda a serlo la hiperactividad. Trabajo cada día del año. Si fuera muy rico y pudiera comprar cualquier cosa, compraría más tiempo para dedicarlo a los míos: ellos han sido los grandes perjudicados por mi dedicación salvaje y sin límites a la arquitectura. También me dedicaría más a mi otra gran pasión y evasión: la cocina. Puede parecer que no tienen mucha relación la una con la otra, pero veo muchos paralelismos entre ambas. Son procesos similares: combinan ingredientes o elementos y, según proceda, siguen cánones o improvisan. Sin embargo, mientras hago arquitectura no pienso en la cocina, y mientras cocino no pienso en la arquitectura. Las mantengo separadas. Cocinar es una magnífica oportunidad para relacionarme con la familia y los amigos. Las recetas las hago en planta, por lo que se puede ver antes de cocinar como pongo los ingredientes, con orden y metodología, tanto platos tradicionales como platos más exóticos. Las tengo todas fotografiadas, compiladas. Actualmente, tengo setenta y cinco.
Ningún hijo arquitecto
En otros aspectos personales, estoy divorciado, pero mi socia desde hace veintitrés años es mi ex mujer, Mercè Cuenca, con la que mantengo, lógicamente, una buena relación. Tenemos dos magníficos hijos, Pol, un joven de veintidós dos años, que muy pronto será ingeniero aeronáutico con inquietudes por el cine y la fotografía, y María, una chica de diecinueve que estudia segundo curso de Administración de Empresas. Ha sido así de manera natural, no han mostrado inclinación hacia la arquitectura. Sin embargo, cabe decir que no me hubiera gustado que ningún hijo mío fuera arquitecto. Ser arquitecto hijo de arquitecto condiciona demasiado, puede frenar la realización profesional.
Mi «sí» es un voto de queja
El Procés que vive Cataluña, más que ocuparme me preocupa. No soy independentista pero voté «sí» porque estoy dolido, enfadado y decepcionado. Puede parecer una contradicción, pero mi voto es de fuerza, de queja, porque el voto en blanco me parece en este sentido insuficiente, y el voto nulo tiene un significado diferente. Veo las dos posiciones en conflicto poco dispuestas a un entendimiento, especialmente un lado, el que, por responsabilidad, debería estar más obligado a escuchar. Cada uno de los bandos sólo habla de las maldades del otro y de sus bondades, pero no creo que sea todo blanco o negro. Como catalán y catalanista, puedo entender cosas que desde fuera cuestan de comprender; por otra parte, hago el ejercicio de ponerme en el lugar contrario y tampoco veo por qué deberían entender ciertas cuestiones. Y es que, al final, hablamos de sentimientos, y una misma noticia, según sea la postura del diario, puede tener dos redacciones que no tengan nada que ver, y ambas ser convincentes. La situación extrema de los últimos tiempos no sé ver cómo acabará. La cuerda se ha tensado de tal manera que ya han pasado cosas muy graves. El recorte del Estatuto y la negación de las balanzas fiscales han hecho mucho daño. No se trata de sublevarnos en la calle, pero no podemos tolerar que nos traten de idiotas. Haber ignorado el clamor de los Onces de Septiembre masivos es un insulto a la inteligencia y ha radicalizado a mucha gente que en un escenario más comprensivo no lo habría hecho. Aun así, siempre soy positivo y confío en que las cosas mejoren para todos y en que juntos hagamos un mundo mejor. Confío en que los catalanes poseemos tal talento.