Sr. Lozano
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sr. David Lozano Badia – Soleme Integra

 

DAVID LOZANO BADIA

Barcelona

1967

Director general de Soleme Integra

 

 

28-6-2022

 

Carácter comercial, capacidad de adaptación y principios definen a este emprendedor, cultivado en la cultura del esfuerzo. Su trayectoria profesional le ha deparado capítulos en los que ha combinado los sinsabores con los éxitos, siendo capaz de extraer sabias lecciones de cada episodio. Centra su atención en las personas, tanto a la hora de reclutar efectivos para su equipo humano como para satisfacer las inquietudes de sus clientes. A ello contribuye su vocación de servicio; y de esta forma hace realidad lo imposible.

 

 

 

Con apenas cinco años ya tomaba nota de los pedidos telefónicos del negocio de mi padre

Nací en una época en la que existían oportunidades para quien tenía espíritu de trabajo, en una Barcelona que había asistido a unos años de fuerte inmigración del resto de España y que respiraba dinamismo. En la capital catalana había hallado acomodo mi padre, Eduard, cuyos progenitores buscaban un futuro mejor, procedente de Ademuz, un enclave rural situado en las montañas fronterizas de Valencia, Teruel y Cuenca. Con un talante emprendedor, no halló obstáculo para abrirse camino en el mundo de los negocios. Mi primer recuerdo de infancia, precisamente, está asociado a una de sus actividades, en la época en que contaba con una fábrica de jabones que había levantado en Sant Boi de Llobregat. Apenas tendría yo cinco años cuando, en distintas ocasiones, descolgaba el teléfono para atender a los clientes que llamaban para realizar sus encargos. Yo tomaba nota de los pedidos: que si tantas cajas de estas pastillas, otras tantas de aquel otro producto… «Sobre todo, díselo a tu padre», intentaban cerciorarse mis interlocutores de que me habían quedado claras sus instrucciones, tras haber percibido que, al otro lado del hilo telefónico, les había respondido una voz infantil. En ese entonces los teléfonos móviles no podían ni tan siquiera imaginarse, por lo que, para las llamadas, teníamos que recurrir a un disco que girábamos para marcar. Aquellos pequeños cometidos constituyeron mis primeros pasos en el entorno comercial y de los negocios, y con el paso del tiempo adquirirían mayor dimensión.

 

De mi madre, heredé el alma; y de mi padre, el espíritu emprendedor

Mi padre logró imprimirme el carácter comercial necesario para desarrollar negocios y el espíritu emprendedor. Esa influencia se complementó con el alma heredada de mi madre, Maria Neus, una mujer orgullosa del barrio de Gràcia que la vio nacer y para quien acudir al centro de Barcelona era como trasladarse a otra localidad. Ella siempre se reveló como una persona comedida y prudente, lo cual me permitió equilibrar el talante transmitido por mi progenitor. Prueba de la personalidad cauta de mi madre son sus habituales consejos en torno a la política, un tema que se rehuía en nuestro hogar. Consiguió inculcarme que era preferible evitar sumergirse en ese entorno, probablemente sensibilizada por algunos capítulos vividos durante la Guerra Civil. Entre las escasas anécdotas que me contó sobre la coyuntura bélica, recuerdo una en concreto: coincidiendo con la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, el 26 de enero de 1939, mi abuelo materno había querido dispensarles el recibimiento que a su juicio merecían, reproduciendo en un gramófono todas las canciones de perfil catalanista que tenía a su alcance y a máximo volumen. Esa actitud desafiante provocó en mi madre buscar escondrijo debajo de la cama ante la posibilidad de que los militares reaccionaran con represalias.

 

Acudía a la droguería familiar a la hora del patio para sustituir a mi madre y que pudiera desayunar

Con solo doce años llegó mi padre a Barcelona. Su familia se instaló inicialmente en el barrio del Carmel, mientras que su primer empleo fue en una charcutería. El trato con los clientes que acudían al establecimiento, unido a su inquietud por aprender, lo familiarizó muy pronto con el idioma catalán, algo que, pese a la persecución lingüística de la época, lo ayudaría en su desarrollo profesional. Empezó a simultanear esa atención al público en la chacinería trabajando en una fábrica de hierros que había a las puertas de la avenida Diagonal, adonde llegaba en bicicleta. Desde muy joven alimentó la idea de poder vivir en el centro de la ciudad, lo que acabó sucediendo al contraer matrimonio con mi madre, quien cambió su domicilio de juventud en la calle Rizal, junto a la Vía Augusta, para trasladarse al paseo de Sant Joan. Ninguno de los dos tuvo la oportunidad de cursar estudios, pero ello no fue obstáculo para que pudieran salir adelante. Mi madre se dedicó mayoritariamente a los quehaceres domésticos, pero, más adelante, cuando mi padre decidió abrir un establecimiento de perfumería y droguería cercano a la plaza Joanic, ella colaboraría en la atención de la tienda. Yo también presté apoyo a ese negocio familiar de manera indirecta, pues estudiaba en los claretianos, un centro que se hallaba a apenas dos manzanas del local. A la hora del patio, aprovechaba para acudir al punto de venta y relevar a mi madre para que esta, en la media hora del descanso escolar, pudiera ir a un bar de las inmediaciones a desayunar.

 

Me gustaría recoger las historias y anécdotas de las amigas de mi madre para un libro recopilatorio

Tanto mi madre como sus amigas me han contado muchas historias de la época de la posguerra. Suelo quedar con ellas los sábados, día en el que hacen tertulia y comentan muchas anécdotas de aquellos años. Intento recoger esos episodios, así como refranes antológicos, con la idea, en el futuro, de plasmarlos en un libro recopilatorio. Recuerdo especialmente la ocasión en la que me hablaron del suministro de gas en la ciudad a mediados de siglo. Llegaron a explicarme que existían contadores que funcionaban con una suerte de moneda que facilitaba la propia compañía y que permitía acceder al servicio por un espacio de tiempo limitado. Eran tiempos difíciles, donde la carestía de la vida impedía a la mayoría de las familias disponer de ese privilegio a lo largo del día. De este modo, recurrían al gas durante unos minutos, a primera hora de la mañana, para, el resto de la jornada, cubrir las necesidades culinarias con la cocina «económica», que funcionaba con leña.

 

Ascendí al Aneto por primera vez con doce años

Si hay algo que he echado a faltar en mi vida han sido las aficiones, pues en general no he cultivado ninguna actividad en la que me haya volcado, salvo el trabajo, al que confieso tener apego. Aun así, posiblemente debería considerar como afición la montaña, pues en mi juventud practiqué el excursionismo, alentado por mi padre, con quien coroné distintas cumbres, incluido el Aneto. Con apenas doce años alcancé la cima de ese techo pirenaico, aunque no sin dificultad. En aquella época no existían las soluciones de calzado con membrana impermeable y transpirable como ocurre ahora. Equipado con unas botas Chiruca sin protección ante el agua, y con unos glaciares que no acusaban el rigor climático de ahora y lucían su máximo esplendor, los dedos de los pies se me amorataron a causa del frío y la humedad. Mi padre consiguió reanimarlos, secándolos con una toalla y colocándome sendas bolsas en los pies para continuar el camino hasta el pico. El Monte Perdido o los Besiberri son otras de las aventuras pirenaicas que he logrado culminar y que me han proporcionado una gran satisfacción y placer. Es un ejercicio que me ayuda a desconectar del ritmo cotidiano de trabajo, pues las cumbres suelen constituir un remanso de paz, al tratarse de un punto al cual no llegan la mayoría de personas porque reclama mucho sacrificio alcanzar la cima. Por esa misma razón, apoyo las medidas que se adoptan para limitar el acceso a muchos parajes naturales, como los de la Vall d’Àneu o la Vall Ferrera, en la comarca leridana del Pallars Sobirà.

 

Sin darme cuenta, fui asimilando la cultura del esfuerzo al echar una mano en la empresa familiar

Mi expediente académico resultó correcto durante el ciclo primario, lo cual comportó que, al finalizar octavo de básica, me aconsejaran dar continuidad a los estudios con el Bachillerato. Después de matricularme en la Academia Alpe, culminé los estudios secundarios e, incluso, me presenté a la selectividad. Compaginé aquella etapa académica colaborando en la fábrica de mi padre. Él, que había sido representante comercial de la empresa que había popularizado el célebre detergente lavavajillas Mistol, había aprovechado su experiencia en el ramo para fundar su propia compañía, a la que yo acudía cada sábado a primera hora de la mañana para trabajar hasta las tres de la tarde. Era una pequeña línea de producción de tres personas, donde había que rellenar unas botellas con jabón líquido, ponerles un tapón, etiquetarlas y envasarlas en cajas. Mi padre procuró que aprovechara el tiempo y yo, sin darme cuenta, fui asimilando la cultura del esfuerzo a la vez que recibía una remuneración que satisfacía mis necesidades juveniles y compensaba, sobre todo, el largo periplo que suponía acudir, los fines de semana, hasta Sant Boi de Llobregat en transporte público.

 

Adjunto de la dirección comercial a los veintidós años con un lujoso Mercedes Benz 300D proporcionado por la compañía

A pesar de haber superado la selectividad, no cursé estudios universitarios, ya que en ese momento me reclamaron para acudir al servicio militar. En aquellos años, la objeción de conciencia constituía un movimiento minoritario e incluso excéntrico. Abrazar esa causa no brindaba unas expectativas demasiado esperanzadoras, de ahí que optara por marchar a Zaragoza para cumplir con ese trámite al que, de haber nacido algo más tarde, hubiera declinado atender. Superada esa etapa, me planteé qué quería hacer en el futuro. Mi padre me propuso seguir sus pasos iniciales: convertirme en representante comercial. Accedí a ello y, tras regalarme una Vespa, empecé a visitar mercados para vender garrafas de lejía de cinco litros. Ese cometido halló continuidad posteriormente como adjunto a la dirección comercial de un fabricante de papel higiénico de Valls (Tarragona), en lo que supuso una promoción profesional y, sobre todo, una ampliación de mi dominio territorial, toda vez que cubría tanto el área de Levante como la zona centro y el sur de España. Con veintidós años, pusieron a mi disposición un Mercedes Benz 300D que maravillaba por algunas prestaciones que ahora se revelarían caducas pero que, en aquel entonces, se erigían en todo un lujo, como, por ejemplo, que, al conectar la radio, la antena emergiese de manera automática. Me sentía un privilegiado y eso me llevaba a asumir que las copas de mis amigos corrieran siempre de mi cuenta.

 

Abocado a alquilar furgonetas para transportar y montar muebles a domicilio

Aunque no llegué a matricularme en la universidad, después de quince meses por toda España desarrollando labores comerciales, decidí cursar estudios de negocios en la escuela EMI. Era una época en la que empezaban a proliferar centros orientados a este tipo de formación —algunos, de cuestionable calidad―, que hoy podría asimilarse a la Administración y Dirección de Empresas. Al mismo tiempo, en 1992 me convertí en socio de una compañía que acondicionaba las salas VIP de Spanair en los distintos aeropuertos españoles. Una mala gestión directiva acabó comportando la quiebra de la empresa en 2001. En aquel momento ya hacía tres años que era padre de mis gemelos, Martí e Irina, un hecho que hacía más compleja la situación económica a la que tenía que enfrentarme. Durante dos años, me vi abocado a conseguir ingresos de la más variopinta manera, básicamente alquilando furgonetas para transportar y montar muebles a domicilio. En este país ha habido etapas en las que, quien tenía inquietud podía, con esfuerzo, salir adelante. Ahora todo resulta mucho más complejo, pues, para cualquier actividad económica a realizar, hay que cumplir unos requisitos tan estrictos que empujan a la gente a recurrir a la economía sumergida o, en su defecto, a fiar su supervivencia a las subvenciones públicas.

 

Tras crear Soleme, pasé de no tener nada a contar con capacidad para poder liquidar todas las deudas

En 2003 trabajé para una empresa francesa que acometía las obras de la sede de Laboratoris Esteve, en el barcelonés barrio del Guinardó. La empresa se declaró en quiebra y no pagaba a los proveedores, con lo que difícilmente podía remunerar a quienes había convencido para que se sumaran a ese proyecto. Fue José María Marqués, abogado concursalista, grata persona y profesional, quien me asesoró y me animó a asumir la finalización de la obra por mi cuenta, propósito para el cual creé Soleme Girona 2021 con su ayuda. Inestimable fue igualmente el asesoramiento de Pedro González Anta, economista comprometido e incansable. Ambos fueron las personas que creyeron en mí, aun no teniendo interés alguno más que el de ayudar y compartir sus conocimientos. Todavía recuerdo las primeras facturas que confeccioné en aquellos momentos, mediante un ordenador portátil en el cuarto de los trastos después de haber retirado la tabla de planchar… La creación de Soleme representó también un punto de inflexión, pues pasé de no tener nada a, en pocos años, contar con capacidad para poder liquidar todas las deudas e, incluso, comprarme un coche.

 

Somos capaces de llevar a cabo los cometidos más complejos pero, al mismo tiempo, realizamos labores que otras firmas rechazan

Soleme Girona 2021 es una empresa que nació, creció y se ha desarrollado en torno a la vocación de servicio y, de ahí, la recurrencia de sus clientes. Ese espíritu, que hace que entreguemos nuestro corazón, nos ha llevado a cubrir una serie de nichos que quedan descubiertos al ser desestimados por otras firmas competidoras. A diferencia de estas, que priorizan los proyectos más fácilmente lucrativos, nos hemos especializado en dar soluciones a los clientes que no encuentran quien les dé cumplida respuesta a sus inquietudes. Convertimos en posible lo imposible, porque somos capaces de llevar a cabo los cometidos más complejos, pero, al mismo tiempo, de realizar labores que firmas de envergadura rechazan llevar a cabo. En un mismo cliente, servimos tanto para una obra o una instalación de envergadura o sensible como para, si es preciso y a petición de dicho cliente, realizar copias de llaves o traslados de puestos de trabajo. Disponemos de homologaciones para todo tipo de misiones que otras empresas no pueden asumir. Estar instalando armarios para medicamentos y catéteres en un hospital de Sanitas, o en una obra para el centro Santa Sofía de Sant Joan de Déu, el primer centro de paliativos para niños, con un presupuesto de medio millón de euros, no nos priva de poder prestar esos servicios que, para nuestra competencia, se revelan como una responsabilidad menor. Nos hemos centrado, sobre todo, en el sector sanitario, pero también en el ámbito de la oficina y la industria. El personal externo con el que contamos para nuestros proyectos lo combinamos con el propio, que es el que aporta garantía de confianza al cliente y, al mismo tiempo, el que posibilita completar los encargos de manera óptima e independiente

 

Fijarse en las personas y no tanto en los espacios

Dada nuestra versatilidad, que nos permite acometer proyectos de gran envergadura pero, al mismo tiempo, resolver cuestiones técnicas menores, resulta muy complejo estandarizar nuestros procesos de trabajo. A ello se le suma el hecho de que cada cliente y cada obra son distintos. Nos guiamos por la figura del Responsable de Cliente y de Producto (RCP), un único interlocutor, cuya principal virtud es ser capaz de entender qué desea realmente el cliente para ofrecerle la solución que mejor satisfará sus inquietudes. El profesional designado como RCP asumirá la responsabilidad de jefe de proyecto hasta la entrega de la obra. Intento hacer entender a mi equipo que el criterio a seguir reside en fijarse en las personas y sus necesidades y no tanto en los espacios. A partir de su mirada, de su sonrisa, de sus preguntas, de sus silencios…, es posible detectar cuáles son en realidad los objetivos que intenta cubrir el cliente. La clave de nuestro valor añadido reside, principalmente, en avanzarnos a lo que quiere, en detectar desde el primer momento cuáles son sus aspiraciones. Y esa es, precisamente, una de mis principales virtudes innatas: captar el temperamento de mis interlocutores y sus anhelos. A menudo escuchamos a algunos arquitectos rasgándose las vestiduras y admitiendo que la arquitectura debería devenir más humana. Se trata de un debate recurrente que sería más fácil de resolver si estos profesionales prestaran mayor atención a las personas e intentaran entender cuáles son sus verdaderas inquietudes.

 

Lo coherente sería una apuesta por la proximidad y garantizar el abastecimiento de recursos

En la actual coyuntura de crisis de suministro, se perciben dificultades para obtener algunos materiales. A la falta de disponibilidad de ciertos productos se le añade el incremento de precios. Si esos materiales se hallan en Europa, tenemos capacidad para obtenerlos en el plazo de veinticuatro horas. El problema reside en que, en la actualidad, nuestras decisiones están demasiado condicionadas como para cumplir con nuestros compromisos adquiridos. Ya no se trata de que la producción esté deslocalizada porque la sociedad occidental en su momento consideró procedente trasladar esa actividad a decenas de miles de kilómetros; es que, encima, intentan responsabilizarnos de esa decisión, cuando fue una estrategia orquestada por unos pocos potentados, que lograron amasar así particulares e ingentes fortunas. Todo ello comporta que, en el presente entorno, resulte complejo realizar previsiones. Lo coherente sería una apuesta por la proximidad y garantizar el abastecimiento de recursos para evitar problemas de disponibilidad. Localizar la producción y así disponer de cierta independencia de entes incontrolables evitaría la inestabilidad que implica la necesidad de comprometerse sin disponer del control.

 

Es cuestión de tiempo que el sistema económico colapse, porque la situación es insostenible

La falta de disponibilidad de mano de obra halla su origen en las trabas burocráticas para cubrir las necesidades del mercado laboral. Si queremos nutrirnos de personal inmigrante, el cumplimiento de la ley de extranjería reclama la presentación de tanta documentación que disuade del inicio de cualquier trámite. Si, en cambio, pretendemos incorporar profesionales autóctonos, es posible que los candidatos desestimen las condiciones laborales ofrecidas, al valorar que pueden obtener mayores ingresos si realizan tareas por su cuenta, obviando las normativas vigentes. Parte del problema reside en que muchos consumidores, con el objetivo de ahorrarse el veintiún por ciento de impuestos, acceden a facilitar este tipo de prácticas. Esa carencia de personal competente tiene que ver, asimismo, con una errática política respecto a la formación profesional, que ha propiciado un mayor reconocimiento hacia un abogado que hacia un electricista. Esto es una perversión social solo equiparable a otro fenómeno que también ha sido propiciado por el sistema, consistente en vivir de los subsidios; gente que ha llegado a la conclusión de que no le merece la pena trabajar. Este modus vivendi está siendo abrazado cada vez por un mayor número de personas, poniendo en riesgo todo el sistema económico. De ahí que sea cuestión de tiempo que este colapse, porque esta situación es insostenible y perversa.

 

Buscamos candidatos que reúnan unos principios acordes a nuestra empresa y adecuamos el puesto a ellos

Nuestra plantilla supera en la actualidad la veintena de profesionales, aunque nos apoyamos en medio centenar de externos. A la hora de incorporar a un nuevo efectivo a nuestra empresa, no buscamos cubrir un determinado perfil, sino que perseguimos dar con un candidato que reúna unos principios acordes con nuestra organización, unos valores y principios comunes en todo el equipo. Los integrantes del mismo se caracterizan por su versatilidad, capaces de asumir múltiples tareas, a pesar de que algunos técnicos tienen sus responsabilidades muy bien definidas, como la gestión de la fiscalidad o la contabilidad. De mis dos hijos, que en octubre cumplirán veinticuatro años, puede que Martí sea quien más probabilidades tiene de asumir el relevo, dado que realizó Administración y Dirección de Empresas y, tras una etapa en Deloitte, ahora trabaja en PwC. Irina, después de cursar estudios científicos, optó finalmente por estudios humanísticos y su enfoque, igualmente de empresa, se direcciona en el sector de retail. En todo caso, ellos deciden y yo les apoyo, dejando la puerta abierta a cualquier opción. Siempre he defendido que el trabajo tiene que formar parte de tu día a día. Para conseguir el equilibrio en tu vida, tienes que dotarla de ese ingrediente llamado «obligación», aunque esta no se encuentre asociada a una remuneración: es la mejor manera de saber disfrutar del tiempo de ocio, por aquello que ya decían nuestros abuelos de «primero la obligación para luego la devoción». Quizá soy un poco simplista, pero he comprobado que, en la actualidad, la sociedad, el mundo, la gente, nos complicamos cada vez más; nos vendría bien un poco de sencillez y simplicidad.