Sr. León
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sr. Joaquín León Cid – Tecnología Aplicada al Deporte y Hoko

 

JOAQUÍN LEÓN CID

Andújar (Jaén)

1957

Fundador de Tecnología Aplicada al Deporte

Creador de la marca Hoko

 

 

 

09-05-2022

 

Aficionado al vuelo en parapente y corredor de fondo, tras años de experiencia profesional en la industria textil de Mataró, este emprendedor decidió que nunca más se sometería al dictado de las grandes marcas de la moda. Con ese fin, creó una empresa de ropa deportiva basada en la eficiencia de las prendas a partir de una materia innovadora, el polipropileno. Se trata de una compañía familiar que ya tiene asegurada la expansión y la continuidad.

 

 

Cuatro familias conviviendo en la misma casa

Mi infancia transcurrió en gran medida en Andújar, donde nací. En aquella ciudad de la provincia de Jaén convivíamos cuatro familias en un mismo hogar. Cada una de sus cuatro habitaciones era ocupada por una unidad familiar distinta, mientras que el resto de la vivienda era un espacio compartido entre padres, tíos y mis abuelos maternos, Joaquín y Ana. Aquella casa fue el escenario en que se desarrolló mi primera niñez, hasta que, con cinco años, nos trasladamos a una localidad cercana a Cádiz. Mi padre, Pedro León, había sido jornalero, situación que le condicionaba a trabajar donde podía y de manera discontinua. Como lo que deseaba era asegurarnos el sustento, cuando se enteró de que la Guardia Civil necesitaba agentes, se inscribió en la academia, en busca de un sueldo fijo y seguro desde el primer minuto. Nunca olvidaré el día en que se licenció. Yo estaba jugando en la calle, cuando a lo lejos vi venir a un guardia civil. Cuando pude verle ya de cerca, para mi sorpresa me di cuenta de que era mi padre. Le habían destinado a un cuartel, en un lugar más bien apartado de la costa gaditana, cerca del Puerto de Santa María, de modo que allí nos fuimos todos: él, mi madre (Carmen Cid) y sus hijos. Como muchas tantas otras casas cuartel, la nuestra ni siquiera tenía luz eléctrica. Tampoco cuarto de baño ni puertas en las habitaciones, mientras que debíamos ir a buscar agua con cántaros a una fuente de las inmediaciones. Mi madre era ama de casa, ya que, en aquella época, a las mujeres de los guardias civiles no se les permitía incorporarse al mundo laboral.

 

De pueblo en pueblo y de colegio en colegio

Cada dos años cambiaban de destino a mi padre. En uno de los colegios en los que recalé, en un pueblo de la sierra de Segura llamado Pontones, en la provincia de Jaén, coincidí con un maestro que me influyó de una manera determinante. Como muchas veces nos trasladaban a mitad de curso, mis estudios se veían afectados negativamente, pero aquel profesor me dedicó una atención especial. Me animaba a quedarme por las tardes, después del horario oficial, para ponerme al día. Aquellas horas no se las remuneraron, así que le estoy eternamente agradecido. Me forjé a base de acostumbrarme a no tener muchos amigos, porque es difícil conocer a gente nueva cuando te estás mudando cada dos por tres. Además, llegar a un pueblo, en aquella época, habitando en el ambiente casi castrense de la Guardia Civil, tampoco ayudaba a fundirse con la población. Esto era todavía más acuciante en los núcleos pequeños, donde todo el mundo se conoce. Mi vida itinerante duró de los cinco a los quince años, cuando seguí los pasos de mi entorno familiar inmediato y me mudé a Mataró.

 

Hice el último curso de bachiller de noche y mientras trabajaba

Primero llegaron a aquella localidad de la costa barcelonesa mis padres y mis dos hermanos, Clara, mayor que yo, y Pedro, más pequeño. Yo no me desplacé en primera instancia porque estaba finalizando el Bachillerato en Andújar, mi pueblo natal, alojado en casa de unos tíos. Me concedieron una beca, con la que pudimos agradecerles su hospitalidad. Una vez terminé el tercer curso, me reuní con mi familia, que ya vivía en Catalunya. Al tercer día de haber llegado, ya encontré un empleo y me puse a trabajar. El último curso lo hice en horario nocturno. Fueron tiempos duros, sobre todo porque compaginar estudio y trabajo no es fácil. Mi primer empleo fue en un laboratorio que fabricaba tiritas y otros productos para farmacias, donde desempeñaba tareas duras y me cambiaban a menudo de máquina. Me producía especial respeto la que producía esparadrapo, que era una especie de rueda grande muy amenazante, a la cual yo había de introducir unos bastones muy pesados a un ritmo que determinaba la máquina. Además, a mis quince años, me encontré con un idioma nuevo: el catalán.

 

Contribuía con mi primer sueldo a la economía familiar

En cualquier caso, trabajar a cambio de un sueldo era algo que agradecía, y con ello contribuía a la economía familiar. Luego, los domingos, mis padres me daban cinco o diez duros para salir. Había que ahorrar y pensar en el futuro, porque, aunque mi padre casi siempre estaba de servicio, un guardia civil no tiene casa propia: se aloja en dependencias oficiales y, cuando le llega la jubilación, puede encontrarse con que no tiene ni ahorros ni un lugar en el que vivir. Recuerdo que un día le pregunté por qué no se animaba a abandonar el cuerpo e intentaba encontrar un oficio diferente. Al fin y al cabo, yo había estado trabajando en una obra, y le dije que había albañiles que ganaban en una semana lo que él ganaba en un mes, y sin tener que aguantar tanta disciplina. A mí me parecía que vivir con ese grado de disciplina era lo habitual, ya que habitábamos un entorno algo ajeno al mundo exterior. Aun así, no guardo mal recuerdo de aquellos tiempos. Estamos hablando del año 1972, en las postrimerías del franquismo, con un ambiente político en ebullición, aunque en la casa cuartel aquellos temas no tenían cabida. Mi padre, además, siempre había sido muy reservado en ese aspecto. También es cierto que no había mucha información, porque todo lo político se desarrollaba todavía en la clandestinidad.

 

Aprendí mucho haciendo de «chico para todo»

La fábrica de tiritas en la que me inicié laboralmente cerraba por vacaciones en verano. Como yo no quería este descanso estival, sino seguir trabajando, tras pasar una prueba me seleccionaron de listero en una obra. El listero se encargaba de revisar la asistencia de los albañiles, de medir en metros cuadrados y cúbicos todos los trabajos que se hacían y de rellenar partes de trabajo. Trabajé allí hasta que se acabó la obra. Tras varios meses en el paro, una amiga me habló de una vacante, me presenté al puesto y me contrataron. Así empezó mi vinculación con el sector textil, al cumplir los dieciocho años de edad. Era una empresa pequeña, vertical, en la que se desarrollaban todos los procesos de la fabricación: se hacían tejidos, se cortaban y se cosían camisetas, bragas y calzoncillos. Yo allí ejercí de «chico para todo», una experiencia de la que aprendí notablemente. A la vez que trabajaba, cuando acabé el Bachillerato me puse a estudiar Formación Profesional. Me gustaba la electrónica, pero me cambié a contabilidad con vistas a encontrar trabajo en un banco, lo que me permitiría disponer de tardes libres y así poder acudir a la universidad. Sin embargo, mis planes de estudio se fueron al traste cuando me llamaron a filas para el servicio militar.

 

Me establecí por mi cuenta tras aprender de los fallos de cálculo en la empresa donde había trabajado

Cuando me licencié, volví a la empresa textil. Estuve allí once años, y mi papel fue cada vez más importante, hasta convertirme en el factótum de la compañía y llegar a sugerir cambios que impulsarían su crecimiento, que coincidió con la etapa de la «moda pronta». Sucedió entonces que en Mataró muchas empresas murieron de éxito porque los beneficios, en lugar de reinvertirlos, a menudo se destinaban a comprar coches y chalets, y la compañía textil en la que yo trabajaba no fue una excepción. Advirtiendo el rumbo que seguíamos, me fui antes de hundirme con el barco, e intenté establecerme por mi cuenta. Justo después, la persona que había ejercido de comisionista en la empresa me ofreció montar un negocio juntos. Nuestra asociación, sin embargo, no llegó a buen término. A causa de ciertos desacuerdos motivados por el precio que la nueva maquinaria requería, acabé por tirar adelante mi proyecto en solitario. Con el objetivo de acabar de asumir los costes iniciales, trabajé durante agosto con uno de nuestros proveedores, un familiar mío que se dedicaba al tejido. Gracias a él, finalmente pude convertir en realidad mi idea empresarial. Él pondría el local y el género, y podría obtener créditos bancarios; y yo pondría las ganas y mucho esfuerzo. Aquel negocio fue creciendo hasta llegar a tener más de veinte personas en plantilla. Finalmente, sin embargo, a causa de una de esas crisis cíclicas que suelen ocurrir, tuvimos que cerrar.

 

A base de trabajo bien hecho impulsé el crecimiento de una empresa

Libre otra vez, varias empresas a las que me había postulado mostraron interés en contratarme. Finalmente, me decanté por una firma pequeña, que entonces empleaba a cinco personas, también en la capital del Maresme. Impulsé su crecimiento a base de trabajo bien hecho y de convertirme de nuevo en su factótum, triplicando la plantilla y la facturación. Mi responsabilidad principal era generar producción a partir de un muestrario, y nos fue bien durante quince de los dieciocho años en los que ocupé aquella posición, hasta que en 2008 llegó una gran crisis y la empresa empezó a hacer aguas. Yo ya pasaba de los cincuenta y veía un futuro complicado: era el hombre más caro de la entidad pero, de hecho, no tenía nada que hacer, pues mi jefe abandonaría la fabricación propia y empezaría a importar de China, siguiendo la tendencia imperante en aquel momento.

 

Aposté por la ropa deportiva hecha con polipropileno

A mi edad ya tenía pocas opciones; la más factible era montar una empresa, y esta vez solo, y decidí orientarla hacia la ropa deportiva. Cada vez se hacían más maratones, cada vez había más gente que corría, empezaba el auge del running, y vi claramente que el deporte estaba en alza. Sabía que tenía que hacer ropa de deporte de calidad, estética y a un precio asequible, pero no sabía cómo, porque no tenía capital ni nadie me lo iba a dejar. Contaba sólo con unos ahorros y con la posibilidad de capitalizar el paro. Así las cosas, me encerré en una buhardilla que tenía en casa, me puse a darle vueltas al asunto y decidí empezar con una materia llamada polipropileno, que ya conocía de unos años atrás, y que cuenta con características muy aptas para la ropa deportiva. Pedí que me enviaran muestras de este hilo, para poder hacer algunas prendas y probarlas. Puesto que me funcionaron muy bien, me confirmaron que mi apuesta por el polipropileno era acertada.

 

Un nombre diferente para una ropa diferente

Entre las ventajas del polipropileno aplicado a las camisetas y demás prendas para uso deportivo, podríamos citar que no produce roces ni olores, pesa un 30% menos, dura mucho, se seca rápido, se atempera con la piel y térmicamente es muy eficaz: es tibio, ni se calienta mucho con el sol, ni se enfría mucho a bajas temperaturas. Además, desde el punto de vista empresarial, fabricar ropa con polipropileno marcaría una gran diferencia respecto al resto de productores, porque las otras marcas del sector no lo utilizaban, al tratarse de una materia cara, difícil de trabajar y que se funde a los 130 grados, algo que impide cualquier tratamiento térmico estándar en este tipo de ropa para la aplicación de dibujos y coloridos. Otra de las virtudes del polipropileno es que se fabrica ya en color, por lo que no se destiñe con el tiempo. Tampoco desprende fibras ni gasta agua en el proceso de tintura. Lo único que me faltaba era un nombre para la empresa, y se me ocurrió Tecnología Aplicada al Deporte, una denominación que definía muy bien su razón de ser, así como una marca llamada Hoko, que significa «sendero» en japonés. Traté de huir de los nombres anglosajones que tanto proliferan en el sector: un nombre diferente, para una ropa diferente. Esa era mi obsesión: algo único, algo que un atleta necesitara de verdad.

 

Con un crédito pude comprar, fabricar y ampliar la colección

No es ningún secreto que la ropa de las grandes marcas a menudo hace daño a quienes la llevan. Lastiman, por ejemplo, los pezones, y los usuarios se ven obligados a recurrir a la vaselina para mitigar el roce y la erosión, algo que me parece inadmisible, porque una prenda bien diseñada debe dar servicio sin provocar molestias. Que mis prendas iban a ser mejores que las demás, lo veía muy claro, pero tenía que conseguir que también fueran más baratas; ese era el gran desafío. Así las cosas, al año y medio me quedé sin capital, y el banco no quiso respaldarme. Por fortuna, mis padres pudieron dejarme algo de dinero que me dio oxígeno para unos meses, hasta que alguien me sugirió que pidiera un crédito avalando con mi casa, una obviedad en la que ni siquiera había pensado. Volví al banco, a la Caixa, y me concedieron un crédito hipotecario. Pusieron, así, el mundo en mis manos. Por fin pude comprar, fabricar y ampliar la colección. Empecé a crecer, a contratar personal, y no hemos parado de expandirnos hasta hoy.

 

Para trabajar, sólo hay que tener ganas de aprender

Crecer significa ir incorporando factor humano. Nuestro modelo se basa en formar a gente que tiene ganas de aprender. Ese es el perfil que nos interesa. Los estudios y la preparación son importantes, claro, pero no un requisito indispensable. Las dos personas de plantilla que más sabemos del oficio, un técnico y yo mismo, no tenemos ninguna titulación, por ejemplo. Hemos aprendido trabajando día a día, en la universidad de la vida. Contamos con un par de técnicos ya bien entrados en la cincuentena, por lo que hay que ir preparando el relevo generacional. En total, nuestra plantilla se compone ahora mismo de 42 personas.

 

Mi página web no ha dejado de vender ni un solo día

Me presenté a unos galardones a la innovación, llamados Creatics, y me dieron el tercer premio, con una dotación de tres mil euros. Ello atrajo la atención de TV3, que un día se puso en contacto conmigo para llevarme al programa Els Matins, a explicar en qué consistía lo que hacía. Los siete u ocho minutos que estuve en antena hicieron que mi página web recibiera un aluvión de visitas. Fue un punto de inflexión, porque, a partir de aquella entrevista, la parte on-line de mi negocio no ha dejado de vender ni un solo día. Y a pesar de que la competencia empieza a darle algunos usos al polipropileno, seguimos siendo los únicos que trabajamos al 100% con esta materia.

 

Un tejido exprofeso para cada prenda

Empecé fabricando camisetas y ya hago todo tipo de artículos para deportistas: ropa interior, calcetines, mallas, sudaderas… e incluso ropa de calle como la que yo suelo llevar en mí día a día. Controlamos todo el proceso, desde la compra de la materia prima a la venta directa al consumidor. Contamos con unas máquinas tecnológicamente muy avanzadas, y aplicamos mucho conocimiento. La mayoría de nuestra competencia compra el tejido que otros fabrican; nosotros creamos el tejido exprofeso para cada prenda. Y es que cada modelo necesita su propio tejido, es decir, una estructura textil que le aporte las características que le queremos dar, porque no creamos una simple prenda, sino un concepto de prenda. Esa es la clave de nuestro éxito. A pesar de que nuestro proceso de fabricación sea más caro, porque fabricamos aquí, no en Asia, y porque dedicamos mucho tiempo a investigar, nuestros precios son competitivos, dado que, para comercializar nuestras creaciones, no utilizamos intermediarios, distribuidores o mayoristas.

 

Tenemos una prenda en la que hemos insertado 464 elementos de frío y sirve para recuperarse del ejercicio

En la Feria del Corredor, que se ha celebrado recientemente, hemos presentado nuestra última creación, una malla criogénica postejercicio, en la que hemos insertado 464 elementos de frío. Es una prenda que guardas en el congelador, que es su armario ideal, y cuando llegas de hacer ejercicio, te la pones y te proporciona de veinte a treinta minutos de frío, que son los que se aconsejan para recuperarse para el día siguiente. Nuestro objetivo es darle al atleta el confort y las prestaciones que necesite. Tenemos también una camiseta térmica llamada Geisha, que abriga sin dar demasiado calor, y si se moja, se seca muy rápido, lo cual va muy bien para evitar resfriados. Eso, el poliéster y la poliamida no lo ofrecen, porque son materiales usados por muchas grandes marcas meramente para estamparles su logo a 180 grados, temperatura que estos materiales toleran. Nuestra ropa de polipropileno, en cambio, no soporta ese extremo, y además tampoco pretende convertir al atleta en un hombre o una mujer anuncio. Resultado: cada año vendemos miles de unidades, y algunas prendas llevan más de una década vendiéndose sin decaer, porque no son efímeras. Hemos creado un estilo basado en la eficiencia de las prendas, no en las modas, y ese estilo ha hecho fortuna, hasta el punto de que nos copian. No tenemos un departamento específico para crear una prenda, sino que solemos detectar las necesidades de los deportistas porque lo somos y estamos rodeados de ellos, y a partir de ahí, aplicamos todos nuestros conocimientos y todo nuestro potencial tecnológico para cubrir esas necesidades, lo que le otorga a la marca un estilo muy personal, único.

 

Disponemos de cuatro tiendas en España

Además de la venta on-line, contamos con tiendas propias prácticamente desde el principio. Todo empezó en un local muy pequeñito, de apenas cuarenta metros cuadrados, y los primeros clientes fueron parientes y conocidos, aunque regalaba más que vendía. Lo importante era dar a conocer el producto. No era exactamente una tienda, sino el espacio desde el que trabajaba, el taller. Con el tiempo, al ir creciendo, nuestra tienda física se ha transformado en un show-room, donde la gente puede venir a ver y a comprar. Actualmente, tenemos ya cuatro tiendas físicas: la inicial, la de Mataró, y tres más en Sabadell, Madrid y Bilbao.

 

Planeamos rescatar todo el producto vendido

Uno de nuestros planes de futuro es recobrar todas las prendas que pongamos en el mercado: esa será nuestra manera de resultar sostenibles y de reciclar. Cuando se habla del hilo reciclado, suena muy bien, pero hay mucho engaño al respecto. De todo lo que se vende como producto reciclado, una buena parte no lo es. No es tan fácil volver a hacer hilo: cualquier persona que haya visto cómo se produce este podrá entender lo que estoy diciendo. Nosotros, a través de una empresa que hemos subcontratado, rescatamos todo el producto nuestro que va a parar a la basura con el fin de reaprovecharlo. Todavía no sabemos muy bien cómo, pero lo reciclaremos. Estamos en ello.

 

Queremos llegar a leer los cambios bioquímicos que se producen durante la práctica de deporte

Es difícil calcular qué porcentaje de nuestro presupuesto dedicamos a I+D. Sí que puedo decir que tenemos un equipo de dos o tres personas que continuamente trabaja en prototipos y modelos nuevos, y que dedican a ello casi toda su jornada laboral; sin contarme a mí, que consagro la mayor parte de mi tiempo a lo mismo. Para hacernos una idea de la importancia que le damos a la innovación: a la génesis y el desarrollo de la malla criogénica le dedicamos más de dos años. Ahora estamos trabajando en otro producto, sobre el que no me puedo extender, porque colaboramos con dos expertos del ámbito universitario, que busca integrar circuitos electrónicos en las prendas, pero no soldándolos y pegándolos, como han hecho ciertas marcas con algunas prendas que ya se encuentran en el mercado, sino tejiéndolos, para que estén integrados en la estructura textil. La finalidad de esta innovación es poder leer los cambios bioquímicos que se producen en el cuerpo del atleta durante la práctica deportiva: grabar, emitir, para luego estudiar.

 

El deporte me ha forjado

De joven vi un día en un escaparate la estructura de un avión en miniatura y empezó mi afición por el aeromodelismo. Me puse a hacer aviones de manera totalmente rudimentaria, pidiendo retales de madera en las carpinterías y haciendo mis propios planos. La casualidad quiso que, el día que hice volar el primero, se moría Franco. El vuelo fue un desastre, pero perseveré tantas veces como fue necesario hasta que, un día, conseguí que un avión que había construido lograra levantar el vuelo con su propio motor. Volar ha sido para mí siempre como un sueño. Ya de pequeño, antes de ver aquel escaparate, me fascinaban las evoluciones de los pájaros y hacía aviones de papel: los echaba a volar desde lo alto de un risco, para ver hasta dónde llegaban. Puedo decir, también, que el deporte me ha forjado. Hoy soy lo que soy y tengo lo que tengo, seguramente gracias al deporte. El primer deporte que practiqué en serio fue el vuelo en parapente. Antes, me había planteado sacarme el carnet de piloto de ultraligeros, pero no me lo podía permitir, y también es cierto que me daba algo de respeto; hasta que vi en el parapente otra forma de volar. Ya tenía treinta y tres años, y los hijos mayorcitos, y creí que me podía permitir este tipo de aventuras. De la mano de un profesor de Mataró, aprendí a volar en la zona de Setcases. Practiqué el parapente durante seis años, a pesar de que, en mi primer vuelo en solitario, me rompí la tibia al aterrizar y tuvieron que operarme de urgencias. Pero eso no me desanimó. Después empecé a hacer bicicleta de montaña, en los inicios del mountain-bike, un deporte que aún sigo practicando en la actualidad. Y, desde hace 25 años, soy también corredor de fondo.

 

Somos una empresa familiar que tendrá continuidad

En la actualidad, somos una empresa de carácter familiar. Empecé totalmente solo, con una extraña mezcla de necesidad, miedo e ilusión, pero, poco a poco, en cuanto la economía de la entidad lo ha ido permitiendo, se han ido incorporando a ella los miembros de la familia. El primero fue Daniel, que al principio venía a ratos a ayudarme con los diseños y luego, cuando pude pagarle un sueldo, se incorporó a jornada completa, compartiendo experiencias y aprendiendo de todo el proceso productivo. Después vino Carmen, mi mujer, que también tiene una dilatada experiencia en el sector textil y que nos ayudó con el control de calidad en las prendas, una tarea que aún sigue desarrollando hoy en día. Y la tercera en incorporarse fue Cristina, quien introdujo el marketing en la empresa, inicialmente sin presupuesto y con pocos medios, pero sabiendo sacar partido de sus conocimientos, para mejorar sobremanera la gestión interna de la empresa y su expansión en el ámbito nacional e internacional. Hoy son los responsables de los diferentes departamentos de una pyme que surgió como una idea y que ahora, trece años después, da trabajo directo a más de setenta personas, además de estarse dotando de una infraestructura a nivel tecnológico, informático y humano que le permitirá asumir un desarrollo creciente y sostenible en el futuro.